El Mundo de Sophia 62

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EL MUNDO DE SOPHIA

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Contenidos Redes sociales 3 Editorial

4 El lenguaje racional y la poesía Theo Laurendon

MIndfulness 9 Libros y películas

10 El Señor de los Anillos y el fin del largo siglo XIX

Itziar Ormaechea

14 Teotihuacán, la ciudad donde los

hombres se convierten en dioses Sergio G. García

Redes sociales 18 La vida

Roberto Navarro Montes

23 Frases sobre la renovación 24 Crónicas del planeta rojo Xavi Villanueva

28 Reflexiones sobre el libro «Ocho versos para adiestrar la mente» Dalai Lama Fernando Celli

34 Pequeña como esa niña Laura Etcheverry

40 Nacidos para triunfar Carles Marcos

EL MUNDO DE SOPHIA 2021 Nº 62 DIRECTOR: Javier Vilar JEFA DE REDACCIÓN: Elvira Rey REDACCIÓN Y MAQUETACIÓN: Elvira Rey y Nacho Vilar Una publicación de Fundación Sophia c/ Jaime Ferrer, 3 Palma de Mallorca (Baleares) www.fundacionsophia.com / Tel: 971 72 15 55 editorial@fundacionsophia.com www.mundosophia.com D.L. PM-2099-98 Los artículos firmados expresan única y exclusicamente la opinión de su autor. 2

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Editorial

Progresivamente

estamos viendo cómo se abren los márgenes donde expandir el tiempo libre, donde reunirnos con las familias y amigos y hacer las actividades más básicas de vida diaria. Estamos por ello contentos de volver a recuperar el esparcimiento y la vida social. Apreciamos más la salud, poder salir a pasear, respirar, tomar un helado… Es decir, las pequeñas cosas están siendo más valoradas que antes, cuando todo lo dábamos por hecho. Pero no hace falta esperar a que llegue otra pandemia para hablar de lo que ya no podemos hacer, de la falta de libertad... Tenemos la oportunidad de comenzar ahora a valorar todo lo que tenemos y ser agradecidos a la vida que nos dio tantas cosas. Y con estas palabras viene a mi mente aquella preciosa canción «Gracias a la vida» que cantaba con su voz potente y maravillosa Mercedes Sosa y que menciona de forma poética esos dones, que por darlos por hecho, no solemos reparar en ellos. Es un canto a la vida en todo su esplendor desde lo más simple por todo lo que nos ha dado y todo lo que ello nos permite realizar. Un ejemplo es: Gracias a la vida, que me ha dado tanto, me dio dos luceros que cuando los abro, perfecto distingo lo negro del blanco, y en el alto cielo su fondo estrellado, y en las multitudes al hombre que yo amo.

Esto es solo un ejemplo de cómo creo que debemos mirar la vida. Y si no tenemos el don de la poesía, no importa; lo que sí nos toca es hacernos conscientes de las maravillas que nos ha puesto la vida en nuestras manos para hacer con ellas lo que más nos guste, lo que más nos haga felices a nosotros y a los demás. Por eso hay tanta variedad de dones esparcidos por las personas. Aquellos que más han sido trabajados y diseñados con su amor, son los que ahora los hace únicos entre los hombres y mujeres. Y, entre todos, formamos un universo de inmensas posibilidades en el que todo el futuro está en potencia, solo hace falta hacerlo realidad. EL MUNDO DE SOPHIA

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EL LENGUAJE Y LA RACIONAL POESIA Theo Laurendon Licenciado en Psicología

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No cabe duda que nuestra cultura

actual otorga al lenguaje racional un papel fundamental y omnipresente. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos expuestos a mensajes publicitarios con letras enormes, recibimos decenas de mails y whatsapp, leemos las noticias… y al final del día para relajarnos, miramos facebook, twittero instagram. La sociedad de consumo se ha transformado en una sociedad de la comunicación, donde el sonido más temible es tal vez el del silencio, la situación más peligrosa, la de ser ignorado por los demás y nuestro supremo poder el de hablar libremente. Se han vuelto tan importante las palabras que sentimos que no podemos dejar de usarlas para entender el mundo que nos rodea o para comunicarnos. Sin embargo, existen muchas otras vías, incluso dentro del mismo lenguaje para poder expresarnos, y estas alternativas pueden incluso permitirnos relacionarnos de una forma aun más real y consciente con nosotros y con el mundo que nos rodea. Es lo que muchas culturas de la antigüedad hacían cuando en vez de un lenguaje lógico preferían usar el lenguaje mitico-poetico. Para la sabiduría atemporal, el lenguaje racional es como un mapa o un dibujo que permite entender más o menos a qué se refiere la persona que lo usa, pero no permite reflejar del todo el objeto de su discurso. Es arbitrario, pues los signos del

alfabeto que usamos para hablar y escribir no son más que… «dibujitos inventados por el hombre», figuras, palitos, círculos. Piensa en la palabra «Amor». Simplemente son diez líneas juntas con formas distintas para referirse a algo millones de veces más complejo que un simple dibujo y una serie de sonidos que salen por tu boca cuando lo pronuncias. Por otro lado, es por esencia una contradicción: las palabras quieren separar las cosas unas de otras. Por ejemplo, la palabra «mesa» se refiere a otra cosa que la palabra «lámpara», pero no siempre la realidad funciona así. ¿Acaso no estamos todos conectados entre nosotros? ¿Acaso lo que afecta a una parte no afecta al todo? La gran ilusión que crea el lenguaje racional es que los seres que pueblan el universo están aislados, que no tienen la misma esencia, que son todos diferentes y separados. El lenguaje racional es muy frio. La frase «una hoja cae al suelo un día que hace calor» nos da una información pero no nos permite saber qué se siente cuando uno contempla una hoja caer lentamente un día cálido de primavera. No permite sentir y reflejar la sensación inefable que brota como un loto en el corazón del alma enamorada de la belleza de la naturaleza que contempla el misterio del paso del tiempo y de los infinitos juegos de luces y sombras. Y por último, poner etiquetas sobre las cosas nos hace olvidar la naturaleza dinámica del mundo: todo está en constante cambio, todo se mueve, todo se transforma

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y evoluciona. Piensa en la palabra «andar». Usamos la misma palabra para una actividad que nunca es la misma. No hay en este mundo ningún instante o acción que se repita: todo surge como por primera vez. En nuestra mente el lenguaje nos hace creer que las cosas son las mismas. Pero cada paso que andamos es único y irrepetible; cada día que vivimos también lo es; cada vez que respiramos es un instante que nace y desaparece. Como decía el sabio Heraclíteo, filósofo griego del siglo VI a. de C. «Uno no se puede bañar dos veces en el mismo rio.» Por eso el lenguaje poético y simbólico siempre llegará más cerca del corazón de las cosas: nos acercará a su esencia porque permite sugerir mas que demostrar, intuir más que

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clasificar, dejar expresarse las cosas tal como son en vez de imponerle una etiqueta fría y racional. El lenguaje racional nos hace identificarnos con nuestra mente dual, pero el lenguaje poético nos libera de ella. El lenguaje racional habla de un mundo material y estático, el lenguaje poético nos permite respirar el perfume de la vida, de la magia, de ese mundo esencial que es invisible a los ojos y de los infinitos matices de colores de esa obra perfecta que es el cosmos. La razón entiende… el corazón sabe. La mente clasifica… la intuición libera… Por eso los maestros Zen enseñaban a desconfiar del lenguaje y buscaban en los cuentos, las parábolas o


los poemas (haikus) una forma de sublimar nuestro lenguaje para rozar con los dedos de la intuición el cielo de los arquetipos, de ese mundo espiritual del cual venimos y hacia el cual nos encaminamos. En occidente, el ilustre maestro griego Platón, padre de la filosofía y príncipe de los filósofos, enseñaba sus más profundas enseñanzas a través de diferentes mitos, cuyo lenguaje es el de la metáfora. Y por la misma razón los egipcios usaban símbolos para escribir (Jeroglíficos) en vez de palabras estáticas como las nuestras. Y es que la poesía y el símbolo no son herramientas literarias, son el lenguaje mismo del alma humana, y también del mismo universo. Despertar a esa dimensión de la

comunicación nos permite desvelar misterios sobre el universo y sobre nosotros mismos…, y esto, según nos enseñaron los sabios de ayer y de hoy, es la gran misión de todo ser humano. Hay un famoso cuento Zen que resume muy bien esta idea del peligro que puede representar el lenguaje racional a la hora de buscar la verdad. Es el cuento del dedo que señala la luna: Al perro de un Maestro Zen le encantaba salir a jugar en las tardes con su amo. El perro corría para regresar la rama, que el maestro volvía a arrojar. Con felicidad, el perro esperaba el siguiente turno. Una noche el Maestro invitó a uno de sus más brillantes estudiantes a caminar con ellos. El chico era muy

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inteligente y disfrutaba de clasificar y razonar sobre todo cuanto escuchaba o veía. —Debes entender— dijo el Maestro—, que las palabras son solo marcas en el camino. Nunca dejes que las palabras oscurezcan la verdad. Te lo mostraré. El Maestro llamó a su feliz perro. —Tráeme la luna— ordenó al animal y apuntó con su dedo a la luna llena. —¿Hacia dónde está mirando mi perro?— preguntó el Maestro a su alumno. —Está mirando a su dedo, Maestro. —Exacto. No seas como mi perro. No confundas el dedo que señala con lo que está señalando. Todas las palabras son solo marcas en el camino. Todos los humanos deben ver a través de las palabras para encontrar la verdad.

Y para ir cerrando esta breve reflexión, qué mejor manera que leyendo algunos haikus, una forma de poesía japonesa que invita a captar y sentir la vivencia mágica de un momento determinado, sin forzar ni etiquetarlo con palabras racionales…, dejando este instante único expresarse tal como es… y perfumar nuestro jardín interior gracias al uso de la intuición y del lenguaje poético.

Un leve instante se retrasa sobre las flores el claro de luna. Por todas partes se precipitan las flores sobre el agua del lago. Brisa ligera apenas tiembla la sombra de la glicina. El crisantemo blanco el ojo no encuentra la menor impureza. Al olor del ciruelo surge el sol sobre el sendero de montaña. Primavera, de Bashö

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I AM A WOMAN Directora: Unjoo Moon Esta película narra la interesante vida de la cantante y activista Helen Reddy y las vicisitudes que tuvo que pasar para triunfar en el complicado mundo de la música. Una mujer valiente que logró hacerse respetar en una industria dominada por hombres, imponiendo su estilo musical y sus reivindicativas letras. Reddy logró un gran éxito en la década de 1970 y utilizó su influencia para llevar su apoyo a las causas de las mujeres. Así fue como compuso I am a woman, que se convirtió rápidamente en un himno en la lucha feminista. Un ejemplo más de cómo el arte puede ayudar a cambiar el curso de la historia.

El universo en un junco

La sabiduría recobrada Filosofía como terapia

Autora: Irene Vallejo Premio Nacional de Ensayo 2020, un trabajo que ofrece según el jurado «un viaje personal, erudito e instructivo por la historia del libro y de la cultura en el mundo antiguo, que transmite un

Autora: Mónica Cavallé

la propia autora que salpican aquí y allí la

Este ensayo es un viaje de vuelta a la esencia de la filosofía, la filosofía como terapia en el sentido de su capacidad transformadora. De forma clara, amena y rigurosa, Mónica Cavallé nos recuerda que la sabiduría no es algo destinado a eruditos sino una cuestión vital, ineludible: el arte de

rigurosa documentación del texto. Muy

vivir la vida con conciencia y plenitud.

sentimiento de colectividad en el que tanto la propia autora como quien la lee se reconocen». Sumergirse en este trabajo es adentrarse en una amorosa defensa de los libros, un ensayo escrito como un cuento lleno de anécdotas y recuerdos de

recomendable.

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El Señor de los Anillos

y el fin del largo siglo XIX

Itziar Ormaechea Licenciada en Historia

Itziar

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I amar prestar aen (El Mundo ha cambiado) han mathon ne nen (Lo siento en el agua) han mathon ne chae (Lo siento en la tierra) a han noston ned gwilith.(Lo huelo en el aire) Mucho se perdió entonces y pocos viven ahora para recordarlo T

odos recordamos estas palabras con las que Galadriel introduce la ya mítica trilogía cinematográfica. Y en el mito está la clave, pues es lo que buscó Tolkien desde un principio con esta obra, que Inglaterra tuviera un mito propio al estilo de Beowulf, las Sagas Nórdicas o los grandes mitos griegos. Esos mitos residen hoy en los libros y en el cine. Gracias a ellos volvemos a escuchar las narraciones de los grandes héroes, la épica lucha del bien contra el mal, el descenso a los infiernos, el viaje, la muerte iniciática y muchos arquetipos más que han quedado grabados en lo más profundo de nuestra memoria. La obra de Tolkien es un claro ejemplo de una epopeya de este tipo, al más puro estilo de la Odisea de Homero. Pero, ¿Quién es John Ronald Reuel Tolkien? Nacido en la Sudáfrica de 1892 donde apenas vivió unos años. Tolkien fue un hombre educado en el siglo XIX y que vivió el cambio radical de su mundo. Además de escritor, poeta, filólogo, lingüista y profesor universitario británico, fue amigo cercano de C. S. Lewis. Ya desde el momento de la publicación del Señor de los Anillos en 1954, hubo una infinidad de voces que relacionaron la épica de la historia con la Segunda Guerra Mundial y el ascenso del nacismo, pero el

autor desde un principio se desligó de esta teoría aduciendo que era simplista. Y tenía razón. Como todos los grandes mitos es imposible, y como bien dice, simplista, ver esta obra bajo un único nivel de interpretación; pero también es imposible desligar la obra del autor, pues termina siendo un reflejo de él y de sus vivencias, y por extensión de una época profundamente traumática para quienes la vivieron. Tolkien creció en una aldea cercana a Birmingham, ejemplo de la campiña inglesa, rodeada de verdes prados, con sus ríos y sus habitantes dedicados al trabajo de la tierra; un reducto del siglo XIX, extremadamente cercano a uno de los focos industriales de la época. Este lugar, tan querido para él, con paisajes de suaves lomas, verdor y calma quedó magistralmente plasmado en La Comarca; y sus gentes, en los hobbits que como él mismo declara Amaban la paz, la tranquilidad y el cultivo de la buena tierra, y no había para ellos paraje mejor que un campo bien aprovechado y bien ordenado. No entienden, ni entendían, ni gustan de maquinarias más complicadas que una fragua, un molino de agua o un telar de mano. Aunque es cierto que la descripción tanto de La Comarca como de los hobbits encaja mejor con la Inglaterra de mediados del Siglo XIX. EL MUNDO DE SOPHIA

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En Las dos torres se ve muy bien esta brutal aversión a la industria, un sentimiento, además, muy común en la época, ya que para muchos estaba destruyendo el mundo que tanto amaban; pero es en la película donde lograron captar la esencia de este sentimiento en boca de Saruman. El viejo mundo se consumirá en los fuegos de la industria, los bosques morirán, un nuevo orden surgirá, seremos adalides de una máquina de guerra. La industrialización desmedida estaba acabando con todo aquello que les era precioso y terminó llevando a una guerra sin sentido y que superó todos los horrores que jamás habían conocido. Sin embargo, la gran mayoría de la población mundial estaba sumida en la Belle Epoque, un momento despreocupado y feliz en el que el mundo estaba convencido del progreso infinito de la humanidad al margen de cualquier miedo o preocupación. Hasta que toda esa confianza chocó con un iceberg

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una madrugada de 1912, porque si el hundimiento del Titanic supuso un mazazo para esa fe en el progreso infinito, fue un baño de humildad que dejó profundamente traumatizada a la sociedad de la época; y sin tiempo a recuperarse estalló una guerra que esperaban fuera corta y local, pero que terminó sumiendo al mundo en la destrucción. Una guerra que, en definitiva, fue fruto de la industrialización. La Primera Guerra Mundial trajo una serie de horrores indescriptibles para los que la gente de la época no estaba preparada. Hay que tener en cuenta que venían de un mundo en el que la guerra era honorable, tenía unas reglas, y un importante respeto hacia el oponente. Con la guerra de Crimea empezaron a intuir lo que podría implicar una contienda más deshumanizada, pero la lejanía del conflicto hizo que se olvidara pronto. Esta Gran Guerra, como ellos la denominaron, fue un duro despertar para la sociedad europea de principios del siglo XX. Fue una


contienda sangrienta en la que se utilizaron por primera vez, avances tecnológicos como tanques, ametralladoras o armas químicas, y en la que se perdió toda una generación de hombres jóvenes. Por ello, ya desde el momento de la publicación del Señor de los Anillos, muchas voces equipararon a los olifantes con los tanques por la destrucción que provocaban, y las minas que dejaron plagada de agujeros las tierras de Francia con el artefacto con el que Saruman destruyó las murallas de la fortaleza del Abismo de Helm. Por otra parte, la deshumanización a la que llegaron los ejércitos, los llevó a ser comparados con las hordas de orcos y de Uruk Hai. Sin embargo, hubo una analogía que Tolkien sí que reconoció en vida y, para entenderla, tenemos que retrotraernos a esa tradición militar. En los ejércitos tradicionales siempre existió una muy clara diferenciación de clases. Los aristócratas siempre copaban los puestos de los mandos, mientras que la gente de a pie, era la masa que formaba lo que se terminó denominando la «carne de cañón»; en guerra nunca se relacionaban estas clases. Pero la Primera Guerra Mundial cambió todo eso, el horror de la guerra de trincheras unió a las clases, y se creó un compañerismo tal, que Tolkien lo reflejó en la relación de Sam y Frodo, pero sobre todo en el personaje de Sam que terminó siendo un homenaje a esos soldados que lo dieron todo en la guerra. Y, si finalmente, las guerras terminaron, el mundo volvió a la paz, se logró vencer al Señor Oscuro Sauron y la Tierra Media volvió a estar en paz, igual que el mundo volvió a estarlo una vez acabada la Segunda Guerra Mundial... Pero ya nadie volvería a ser igual. Todos, tanto del

mundo literario como en el real, vivieron tal horror que ambos mundos perdieron el halo de inocencia que los cubría. En ambos mundos, la generación que estaba por salir al mundo desapareció, ambos mundos se quedaron sin juventud...; la candidez del mundo primitivo dejó de existir, pues se conoció un mal tan grande que nunca nadie volvería a ser el mismo. Además, al terminar la guerra contra Mordor, los elfos y los últimos magos dejaron la Tierra Media, la magia se fue con ellos y comenzó la era de los hombres. En el mundo después de la Segunda Guerra Mundial, la relación con la naturaleza y con lo sagrado, que poco a poco se había ido perdiendo desde el inicio del Racionalismo, se cortó completamente, ese nexo desapareció, y el mundo, sin saberlo, quedó huérfano. En nuestras manos está que la magia vuelva a invadirlo.

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Teotihuacán la ciudad donde los hombres se convierten en dioses

Sergio G. García Promotor cultural

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H

aber vivido en una ciudad con ese apelativo tiene que haber sido más que un honor, una responsabilidad. El vocablo «Teōtihuācan» proviene del náhuatl que significa «lugar donde los hombres se convierten en dioses». Ese fue el nombre con el que los antiguos mexicas bautizaron esta impresionante muestra de la grandeza arquitectónica precolombina, edificada por una cultura anterior a la mexica y a la civilización maya. Teotihuacán fue la primera gran metrópoli de grandes dimensiones en el continente americano, cubriendo una superficie de veintiun kilómetros cuadrados; llegando a albergar en su apogeo una población de más de cien mil personas. Aunque se desconoce la etnia indígena de los teotihuacanos, sus habitantes mantuvieron contacto con casi todos los pueblos indígenas mesoamericanos, ejerciendo un alto grado de influencia en la región. Los arqueólogos estiman que «su historia» se inicia alrededor de la era cristiana, hasta el 600 d.C. en el que aparentemente fue abandonada por sus habitantes por razones que todavía no están nada claras; aunque sí se menciona el desequilibrio ecológico, guerras o hambrunas, entre otras teorías. Su apogeo se alcanzó entre los siglos III y VII de nuestra era. La metrópoli estaba estructurada por amplias calzadas, con canalizaciones de agua y sistema de desagüe. Los templos estaban enlucidos con estuco y adornados con murales de colores vivos. Influencia arquitectónica Una de las mayores influencias en casi todas las civilizaciones mesoamericanas, aceptadas y señaladas por los arqueólogos, es la configuración urbanística. Tras el ejemplo de Teotihuacán, la mayoría de las urbes mesoamericanas incluían una bien planificada área central, que incluía templos, un palacio real, un campo de pelota y una gran plaza, rodeada de otras estructuras residenciales.

En las subsiguientes civilizaciones mesoamericanas se mantenían los mismos elementos, aunque el ordenamiento de las edificaciones variaba, ya que se configuraban los templos y edificaciones en función del orden de la constelación estelar que regía el día de la fundación de cada ciudad estado. La arqueo-astronomía está aportando más información a este respecto, ya que con los potentes programas informáticos de hoy en día, se pueden calcular los movimientos estelares y saber cómo estaba la bóveda celeste en las fechas específicas de la fundación de las ciudades, en los que los antiguos pueblos mesoamericanos construían sus espacios para reflejar el orden estelar. Todo esto, apoyado, por supuesto, por sus grandes conocimientos astronómicos, que aún hoy en día no cesan de maravillar. La arquitectura teotihuacana introduce un nuevo elemento urbanístico: los complejos de apartamentos que albergaban a personas provenientes de distintos puntos geográficos del continente, según lo han podido corroborar las excavaciones arqueológicas que han identificado muchas etnias indígenas a través del ADN y de los diferentes artilugios encontrados. Todo ello apunta a que habían «barrios» organizados según la ocupación de los habitantes. ¿Una inmensa ciudad universitaria? La gran variedad de etnias indígenas identificadas en los distintos barrios en esta gran ciudad estado, dan pie a poder considerar a Teotihuacán como un gran centro de formación, una Casa de la vida al estilo egipcio, al que acudían los estudiantes de otras ciudades para formarse en todos los aspectos organizativos de una civilización. Luego, esos estudiantes regresarían a sus lugares de origen para poner en práctica los conocimientos aprendidos, plasmando en su arte y arquitectura las gafas del Dios Tlaloc teotihuacano; en las esculturas de los fundadores de las dinastías de distintas EL MUNDO DE SOPHIA

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ciudades estado como en el caso del fundador de Copán en Honduras, Yax K’uk’ Mo’ (426-435 d. C.), que se identifica con su «alma mater». Asimismo, algunas grandes metrópolis posteriores, como Tikal en Guatemala, replicaron la configuración urbanística teotihuacana, incluso con sus barrios, en los que albergaban a los visitantes y comerciantes de otros pueblos indígenas; y hasta un barrio diplomático, con una «ciudadela» parecida a la gran metrópoli mexicana, enterrada bajo la espesa jungla 16

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tropical, que ha podido ser descubierta gracias a las técnicas de láser (LIDAR). Lo cierto es que esta gran urbe precolombina era un gran centro político, científico, artístico y religioso, que atraía a una gran cantidad de viajeros, comerciantes, peregrinos y por supuesto, hombres y mujeres dispuestos a formarse en las disciplinas civilizatorias que allí se cultivaban. El templo de Quetzalcoalt Una de las estructuras más impresionantes es la pirámide de Quetzalcoalt, la serpiente


emplumada, de cuyas paredes emergen esculturas de cabezas de serpiente que adornan los peldaños ascendentes de la estructura. Quetzalcoalt era considerado como el «iniciador de las actividades del hombre en la tierra», el que proporciona los bienes y crea el calendario. El iniciador de las actividades del hombre en la tierra tenía que compartir sus conocimientos con los hombres en un lugar apropiado, con las herramientas necesarias para practicar lo aprendido; todo encuadrado en un espacio urbano que sirviese de «acelerador» de experiencias. En Teotihuacán la cosmología sagrada cobraba vida a través de su lineamiento urbanístico, planeado con un trazo urbano de calles y manzanas, organizado a partir

de dos grandes ejes perpendiculares, la llamada calzada de los muertos y la calzada este-oeste. Sus templos y edificios son una manifestación de su orden cosmológico, en el que el universo está dividido en cuatro regiones, cada una gobernada por los puntos cardinales, y en su centro convergían las fuerzas de las «cuatro esquinas del cosmos» con los tres niveles verticales: el cielo, la tierra y el inframundo. Sin duda alguna, Teotihuacán es una de las grandes maravillas de la arquitectura sagrada en el mundo y una de las primeras en el continente americano. Su imponente grandeza es equivalente a su misterioso e intrigante origen, que continúa fascinando a expertos y amantes de las civilizaciones por igual.

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LA VIDA Roberto Navarro Montes Finalista del primer certamen de relato corto «Cultura del despertar»

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icardo Graña Ballesteros baja a todo correr las escaleras del metro, pidiendo paso con una amabilidad fingida y apresurada al resto de viajeros y saltando los escalones de dos en dos. A cada recoveco de los laberínticos túneles y a cada nuevo tramo de escaleras se maldice por vivir en una de las zonas de la capital más transitadas y con más desnivel entre el exterior y el túnel del metro que debe coger. Saca el móvil del bolsillo interior de la chaqueta, echa un vistazo a la hora, contando los segundos que está desperdiciando con tal acto, aprieta las mandíbulas cuando el minutero avanza y aprieta el paso. El móvil se le resbala debido al sudor y al agacharse para recogerlo lo patea y el aparatito sale despedido hasta chocar contra los pies de una señora algo mayor que él quien, con una lentitud pasmosa, se agacha a recogerlo. Antes de que tenga la oportunidad de tender el brazo para devolvérselo, Ricardo se lo arrebata de las manos y continúa con su particular sprint. —¡De nada! —oye que grita la señora. —Encima voy a tener que dar las gracias, no te jode — masculla sin detenerse a mirar ni a pensar. Al fin alcanza el andén, busca nervioso el cartel luminoso y suspira aliviado al ver que aún quedan dos minutos para que aparezca su transporte, tiempo que aprovecha para reparar en la pantalla rajada, apretar los puños, negar con la cabeza, sacar los cascos, enchufarlos al móvil, colocarlos en sus oídos, seleccionar la lista de reproducción de la app de música, revisar los titulares de las principales noticias del día, extraer un libro de su maletín de cuero, abrirlo, buscar la página adecuada y empezar a leer a toda velocidad, en diagonal, la única forma con la que ha descubierto que puede hacerlo sin que le suponga una total pérdida de tiempo. Una vez en el interior del vagón y, como ya es habitual, no consigue sentarse, así que se establece frente a una barra, pone a buen recaudo sus pertenencias y continúa leyendo, al tiempo que escucha

música y piensa en las tareas que le esperan cuando, en aproximadamente veintisiete minutos consiga llegar a la consultoría donde trabaja. Aún le saca más partido al trayecto en metro y, de forma paralela a las actividades que ya realiza, deja un hueco en su mente para pensar en el fin de semana que le toca pasar con sus dos hijas. Así pues, planea el momento de irlas a buscar, la charla insustancial y cargada de velados rencores que tendrá con su ex, la película que irán a ver al cine, el paseo posterior por el parque del Retiro, el helado que les comprará y que solo las niñas disfrutarán, porque él estará calculando calorías y transformándolas en tiempo futuro invertido en el gimnasio para quemarlas, el momento de devolvérselas a su madre, el típico juicio, a veces sincero y otras veces no, de que el fin de semana ha ido genial, y la libertad que recuperará en el momento de volver solo a su casa. Su mente trabaja tanto y a tal velocidad que cuando el metro llega a su destino, Ricardo ya tiene toda la semana planificada, lo que le lleva a sentirse un superhéroe del siglo XXI, un gurú del tiempo y de la organización, un monje tibetano de la vida moderna. Y no solo eso, sino que cuando se detiene a observar las páginas del libro que deja atrás, se siente tan orgulloso de su capacidad para trabajar en paralelo que incluso se golpea en el pecho, esbozando una enorme sonrisa de satisfacción. Es ese el momento en el que su perfecta mente le recuerda la cita del médico con su madre y toda su satisfacción, así como su sonrisa, caen en un pozo de lodo y mierda. —¡Joder! —susurra, provocando las miradas curiosas de un grupo de adolescentes a los que está adelantando. Toda la semana se le acaba de ir al traste y no le queda otro remedio que volver a empezar a planificar, pero sabe que ya no le va a dar tiempo a hacerlo antes de llegar a la consultoría y, una vez allí, no va a tener tiempo de hacer otra cosa que no sea recibir a los primeros clientes y empezar con el bullebulle propio de la jornada laboral. Lo peor de ese último recordatorio no es la re-planificación a la que va a ser EL MUNDO DE SOPHIA

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sometido, sino la propia cita en sí. Una revisión destinada a evaluar el progreso de la cruel enfermedad que aqueja a su madre desde hace ya algunos años, un progreso continuo y demencial, vacío de esperanzas y que tiene nombre y apellidos. El nombre es demencia y el apellido Alzheimer. El jueves por la tarde le toca invertir su escaso y, por ende, valioso tiempo en acompañar a una persona que ni le recuerda, ni lo va a hacer, para que, en el mejor de los casos, alguien vestido con una bata blanca le diga que el deterioro cognitivo no está siendo muy acusado. ¡Bravo! Una gran noticia. —Hola, mamá —dice nada más verla, antes de acercarse y plantar el beso de rigor en la arrugada mejilla de quien una vez fue su madre—. ¿Lista para el médico? —¿El médico? —Sí, ¿recuerdas? Hoy tenemos una revisión. —Vale —responde su madre—. ¿Y qué me va a revisar usted? —Yo no, mamá. Yo no soy el médico. —¿Y quién eres? —Soy tu hijo, ¿recuerdas? —¿José Luis? —Ricardo. José Luis vive fuera. En Cáceres. —¡Ay, Cáceres! ¡Qué ciudad tan bonita! ¡Cáceres! —¿Te acuerdas de Cáceres? Su madre niega con la cabeza. —Pero sé que es bonita. Lo siento aquí —dice tocándose el pecho. —Pues qué bien. ¿Vamos? —¿A dónde? —Ricardo suspira frustrado e impaciente—. ¡Al médico, ya lo sé! Te tomaba el pelo. Hay que ver qué poco sentido del humor tienen los jóvenes de hoy en día. Si mi hijo te viera… —¿José Luis? —No, el pequeño, Ricardo. Ricardo no entra en la consulta con su madre. No lo hace desde hace un tiempo, 20

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desde que decidió que ya bastaba de abandonarse al sufrimiento que suponía ver cómo aquella extraña anciana que ocupaba el cuerpo de su madre ni siquiera era capaz de averiguar el día, la hora, el mes o el año en el que continuaba viviendo. No obstante, desde el interior de la consulta le llega el sonido de lo que parecen ser carcajadas, así que Ricardo detiene los recuerdos en los que está inmerso, en concreto el recuerdo de aquella vez que su madre le acompañó al centro de salud y él, un preadolescente, le dijo que quería entrar solo a ver al doctor, y se esfuerza por escuchar los ruidos del interior de la consulta. Al cabo de un rato, la puerta se abre y la doctora Gracia le indica que pase. —Menuda fiesta tienen aquí montada —dice en una clara y juiciosa acusación que señala la poca profesionalidad que él considera que se ha mostrado con tanta risa. —Es que soy una bromista, ¿sabe, señor? —le responde su madre—. La bromista Lourdes…—rebusca en su memoria tratando de pescar sus apellidos y, cuando estos no muerden el anzuelo, se da por vencida, sin dejar de sonreír—. Lourdes a secas, ¡qué más da! —Te llamas Lara, mamá. —¿Sí? Pues eso sí que me fastidia. Me gustaba mucho más Lourdes. La doctora y su madre comparten una sonrisa cómplice y ambas vuelven a reírse. Cuando la risa cesa, la doctora se vuelve hacia Ricardo. —¿Podría hablar con usted a solas un minuto? Ricardo se encoge de hombros y asiente, aunque sin entender demasiado bien la petición de privacidad. El cerebro de su madre es incapaz de retener absolutamente nada de lo que ocurre, por lo que considera que cualquier intento de ocultarle información es baldío. Se le podría decir que el mundo va a terminar mañana que a ella le daría exactamente lo mismo. —Bueno, Ricardo, tengo buenas noticias que darle.


—¡Ah, sí! ¿Qué ocurre? ¿Está recuperando la memoria? —pregunta con el tono más sarcástico que es capaz de generar. —No, me temo que no. De hecho, la enfermedad continúa avanzando tal y como se espera. Eso no va a cambiar. —Entonces, ¿qué buenas noticias tiene que darme? —Su madre parece feliz y, créame, veo muchos pacientes con la misma enfermedad que su madre y ninguno mantiene un estado de ánimo tan bueno. Es una mujer excepcional. Ricardo se enfurece ante tal confesión y, aunque está a punto de expresarle la mala hostia que esas palabras le están produciendo, consigue contenerse lo justo para no gritar. —¿Y qué más da que sea feliz? ¿Qué más da si no va a poder recordarlo? Dentro de diez minutos, cuando entremos en el coche, ya no se acordará ni de usted, ni de sus bromas ni de nada. Así que no me cuente cuentos de hadas. La única verdad es que está enferma y va a seguir estándolo hasta que se muera. Y cada vez va a ser peor. ¿A quién le importa que sea capaz de reírse cuando ni siquiera es capaz de recordar a sus nietas? La doctora aguanta la mirada y la bronca con actitud estoica, realiza un mohín de desagrado y se sienta en su silla. —Es una lástima que lo vea así. Si fuera capaz de ver más allá…

—¿Más allá? Escúcheme una cosa, doctora. No hay más allá. Somos nuestros recuerdos y nuestras experiencias. Si no tienes eso, no eres nada. La doctora está a punto de rendirse, pero algo la impulsa a hablar, aún a riesgo de aumentar el enfrentamiento con el tipejo nervioso que tiene delante. —Lara no tiene esas cosas, pero sí es algo. Es feliz —y entonces, aunque no cree que sea prudente hacerlo, decide que va a atacar—. ¿Puede usted decir lo mismo? —¿Disculpe? —¿Puede usted decir que es feliz? Ricardo rebuzna, estruja el gesto y niega con la cabeza; no en señal de respuesta, sino en señal de arrogancia y superioridad. —Yo creo que no lo es. —¡Pues claro que no lo soy! Si supiera cómo es mi vida, tal vez lo entendería. ¿Y quiere saber algo más? ¡Qué me importa una mierda lo que piense! ¡Buenas tardes! En el trayecto de regreso a la residencia repasa una y otra vez cada palabra, gesto y emoción con la que se ha enfrentado con la doctora, mascullando insultos, apretando las mandíbulas e imaginándose nuevos discursos que debería haberle dicho y que le escocerán durante días. No abandona la consulta hasta que se detiene en el aparcamiento de la residencia y se gira hacia su madre. —¡Pues ya está! ¡Ya hemos llegado! Te ayudo a bajar, ¿vale?

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—Mejor que no —responde su madre, seria, mucho más seria que habitualmente. —Venga, mamá, joder, que se me hace tarde y tengo muchas cosas que hacer. Su madre ignora el comentario, cierra los ojos, inspira por la nariz hasta que sus pulmones se llenan de vida y suelta el aire lentamente por su boca. Cuando termina mira a su hijo y sonríe. —Hazlo conmigo. —¿El qué? —Respirar. —¡Venga ya, mamá! ¡Que no tengo tiempo ahora para estar respirando y… ! Su queja se interrumpe cuando recibe tal bofetón que los dientes se le mueven. Antes de saber qué ha ocurrido, se lleva la mano a la mejilla y observa a su madre con los ojos bien abiertos, incapaz de comprender, incapaz de creerse lo que acaba de suceder. —¡Ese es tu problema, Ricardo! —le habla su madre. Su madre de verdad, Lara Ballesteros Peña, en todo su esplendor y buen hacer—. Siempre has querido estar en un lugar diferente al que estabas. Siempre has estado viviendo de lo que te pasó o viviendo de lo que te pasará. Pero ni una puñetera vez has sido capaz de vivir donde estabas viviendo. —¿Sabes quién preguntar al fin.

soy?

—consigue

—Pues claro que lo sé. Un pobre infeliz. —Soy tu hijo, mamá. —Sí, lo sé, Ricardo Graña Ballesteros. Yo te puse el nombre. Y también eres un pobre infeliz. —Pero tú… tú… —Yo, ¿qué? Estoy enferma, ya lo sé, ya. Y ahora mismo no recuerdo gran cosa, ¿sabes? Sé que eres mi hijo, sé que tengo dos nietas, aunque ni me acuerdo de ellas ni sé cómo se llaman. Y sé que eres un infeliz. Y sé que eso me entristece, porque yo no te enseñé a ser así. Incluso ahora estás más pendiente de que te recuerdo y de lo que eso puede implicar para el futuro 22

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que de vivir este momento. Eso es lo que te hace infeliz. —Eso no es justo. ¿Cómo quieres que sea feliz si estás enferma, si la mayoría de los días no sabes ni quién soy? —¡Ahora lo sé! ¿No lo entiendes? ¡Deja ya de una vez en pensar en mañana o en ayer! ¡Deja de pensar en lo que está pasando ahora! ¡Solo tienes que dejarte llevar por el momento, prestar atención a lo que estás viviendo, salir de tu puñetera mente, hijo mío, y vivir! Ricardo se queda en silencio y observa a su madre, sin saber muy bien qué decir. —Haz esto conmigo. Cierra los ojos y respira. Y lo hace. Se abandona al momento y al acto tan simple y rutinario de respirar y, sin saber cómo ni por qué, consigue disfrutarlo como nunca lo ha hecho. Sonríe al abrir los ojos y asiente en dirección a su madre. —Funciona —confiesa. —Pues anda que si no le funcionara el coche, señor, bien íbamos. ¿A dónde estamos yendo, por cierto? Esa será la última vez que su madre se acuerde de él, como si solo hubiera regresado de entre las sombras para regalarle aquel mensaje, como un último obsequio tan valioso como mil vidas. Y entonces aprende a comer helados, y a estar con sus hijas, y a ver películas, y a coger el metro y a escuchar su música y a leer los libros y a hablar con su ex. Y se da cuenta de que antes hacía todo eso, pero sin saber. Y ahora que sí sabe, aprende lo que significa ser feliz. Y el día que su madre muere, él la entierra y llora, y está ahí, y no recuerda los momentos con su madre, sino que deja que esas emociones también le atraviesen y le hieran porque así siente que está vivo y no son emociones malas, ni tampoco buenas, solo son emociones y las emociones son la vida. —Gracias por todo, mamá.


La Renovación Quien dedica tiempo para mejorase a sí mismo, no tiene tiempo para criticar a los demás. Teresa de Calcuta

Renace cada día como un ave fénix, sopla las cenizas e invéntate nuevos sueños, de cada caída crece y no te canses nunca de dar lo mejor de tí. Angélica En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante y detrás de cada noche, vive una aurora sonriente. Khalil Gibran

Amar a una persona es aprender la canción que hay en su corazón y cantársela cuando la ha olvidado. Anónimo

Quien se transforma a sí mismo, transforma el mundo. Dalai Lama

Cada noche cuando me voy a dormir, muero. Y a la mañana siguiente, cuando me despierto, renazco. Mahatma Gandhi

La mente que se abre a una nueva idea jamás volverá a su tamaño original. Albert Einstein

El secreto para el cambio es enfocar toda nuestra energía, no en luchar contra lo viejo, sino en construir lo nuevo. Sócrates

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CRÓNICAS DEL

PLANETA ROJO L

as artes marciales que llegaron a occidente el siglo pasado están bastante lejos del espíritu que las alumbró hace cientos de años en el Extremo Oriente. A su llegada a Europa, quedaron filtradas por la mentalidad imperante, y en los gimnasios occidentales se transformaron en deportes de competición. Los deportistas que las practican, desconocen generalmente el ideal del Budô¹ original: el despertar de la Xavi Villanueva conciencia, en donde el cuerpo, las armas Divulgador científico para alcanzar una y la técnica son soportes sabiduría y una fuerza que les trasciende. 24

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Acariciando un sueño


Llegaron al canal. Era largo y recto y fresco, y reflejaba la noche. —Siempre quise ver un marciano —dijo Michael— ¿Dónde están papá? Me lo prometiste. —Ahí están —dijo papá, sentando a Michael en el hombro y señalando las aguas del canal. Los marcianos estaban allí, en el canal, reflejados en el agua: Timothy y Michael y Robert y papá y mamá. Los marcianos les devolvieron una larga, larga mirada silenciosa desde el agua ondulada...

Ray Bradbury. Crónicas marcianas

¿Cuántas veces habían soñado con

el planeta rojo? Tantas noches devorando aquellos cuentos marcianos que recreaban los vastos paisajes atestados de extraterrestres, tan extraños como imposibles. Se enamoraron de aquel planeta; su desolación, sus arenas rojas y aquella belleza inmaculada... Cuando Howard G. Wells publicó su novela «La guerra de los mundos» allá por el año 1899, poco podía imaginar que sería responsable, en cierta medida, de encumbrar en la leyenda y el mito la sinuosa imagen del planeta dios de la guerra. En realidad, su novela era una insidiosa crítica a la vanidad y el egocentrismo de los seres humanos, convencidos de su poder absoluto sobre la naturaleza e incapaces de imaginar cualquier cosa que detentara ese poder.

Entre finales del siglo XIX y principios del XX, algunos ojos poco expertos y no demasiado sofisticados, vieron construcciones gigantescas, canales, hechas por manos alienígenas, atravesando el planeta rojo de norte a sur, transportando agua y no se sabe qué, hacia ciudades de ensueño situadas alrededor del ecuador. De hecho, las observaciones realizadas por Giovanni Virginio Schiaparelli en la gran oposición de 1877 fueron el principio del «gran amor» entre los humanos y los marcianos inexistentes. Schiaparelli afirmaba: Más que verdaderos canales, de la forma para nosotros más familiar, debemos imaginar depresiones del suelo no muy profundas, extendiéndose en dirección rectilínea por miles de kilómetros, con EL MUNDO DE SOPHIA

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un ancho de 100, 200 kilómetros o más. Ya he señalado una vez más que, de no existir lluvia en Marte, estos canales son probablemente el principal mecanismo mediante el cual el agua (y con él la vida orgánica) puede extenderse sobre la superficie seca del planeta. El problema se originó en el momento de traducir al inglés la palabra canali; en vez de usar channels, es decir, formaciones naturales del terreno, se usó canals, esto es, construcciones artificiales hechas en este caso por intrigantes ingenieros marcianos. A partir de ahí, se desató la locura roja; Percival Lowel «construyó» imaginativas y espectaculares ciudades extraterrestres y Orson Welles, con su formidable retrasmisión radiofónica de 1938, engañó a propios y extraños con una invasión marciana gentileza de H. G. Wells y su Guerra de los mundos. Se cierra el círculo. 26

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Hoy, los científicos están convencidos que, durante cierto tiempo, la superficie marciana contó su historia entre ríos inmensos y océanos someros que dejaron sus huellas recortadas entre las escarpadas paredes de sus montañas de tierra roja. Eso fue hace miles de millones de años. Poco a poco, el planeta fue perdiendo su agua y su esplendor, convirtiendo su superficie en un vasto terreno lleno de cicatrices del pasado. Marte, de la mitad de las medidas de la Tierra, es un planeta polvoriento y desierto, poco dado a experimentos extraterrestres a pesar de la insistencia de los seres humanos, dispuestos a no dejarse seducir por la persistente soledad, la cual nos sigue atenazando frente a este inmenso universo lleno de posibilidades y vacío de intercambios. Es muy probable que algún día, tal vez no muy lejano, los humanos podamos pasear por los paisajes marcianos para sumergirnos en escenas de una sugerente extrañeza:


asombrarse ante el Monte Olimpo, la montaña más alta del Sistema solar, de casi tres veces la altura del Everest; atisbar con precaución en el Valle Marineris, una inmensa cicatriz de un pasado glorioso en una guerra desconocida. O tal vez habrá que guarecerse de las tormentas de arena que pueden llegar a cubrir todo el planeta con un manto de tintes dorados, uniforme y desolador; o abrigarse finalmente, ante fríos polares de nieve sucia y escarcha de plata vieja. Puestos a especular, tal vez el planeta Marte fuera un pequeño paraíso hace miles de millones de años; un lugar donde se contaran crónicas marcianas a la luz de una vela de viento tenue, mientras las noches se mecían con la fragancia de un perfume inimaginable. Quizás en el pasado, esos paisajes marcianos, que ahora nos muestran sofisticados artilugios de metal y curiosidad, fueran pantanos cuyas aguas

esperaban impacientes la llegada del milagro de la vida, agazapado en un rincón diminuto de una roca de aspecto anodino. Tal vez sí que llegó la vida, en forma de diminutas criaturas que esperaban convertirse en seres capaces de dominar los cielos y de comunicarse con las estrellas, mediante cerebros hechos de luz y con un lenguaje escrito bajo las arenas rojas y centelleantes. Pero la sublime soledad de los paisajes marcianos, parecería indicar que aquel milagro, no sucedió... No obstante, aún no se ha dicho la última palabra. De hecho, los sapiens no han querido dejar nada al azar y la suposición. Una auténtica legión de naves y sondas espaciales están escudriñando el planeta como nunca antes se ha hecho con ningún otro objeto del Sistema solar, con la clara misión de preparar el terreno a una futura invasión extraterrestre en toda regla, solo que, en este caso, los aliens seremos nosotros.

Monte Olimpo EL MUNDO DE SOPHIA

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ref lexiones sobre libros «Ocho versos para adiestrar la mente» Dalai Lama Fernando Celli

Graduado en Historia y profesor del CES

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Verso 1 . Pensando en que todos los seres sintientes Son aún más valiosos que la joya que colma los deseos, Con el fin de alcanzar el supremo propósito, Pueda yo siempre considerarles preciosos. Verso 2. Dondequiera que vaya, con quien quiera que esté, Pueda yo sentirme inferior a los demás y, Desde lo más hondo de mi corazón, Considerarles a todos sumamente preciosos. Verso 3. Que sea yo capaz de examinar mi mente en todas las acciones, Y en el momento en que aparezca un estado negativo, Ya que nos pone en peligro a mí mismo y a los demás, Pueda yo hacerle frente y apartarlo. Verso 4. Cuando vea a seres de disposición negativa O a los que están oprimidos por la negatividad o el dolor, Pueda yo considerarlos tan preciosos como un tesoro hallado, Pues son difíciles de encontrar Verso 5. Cuando otros, impulsados por los celos, Me injurian y tratan de otros modos injustos, Pueda yo aceptar la derrota sobre mí, Y ofrecer la victoria a los demás. Verso 6. Cuando una persona a quien he ayudado, O en quien he depositado todas mis esperanzas Me daña muy injustamente, Pueda yo verla como a un amigo sagrado. Verso 7. En resumen, que pueda yo ofrecer, directa e indirectamente, Toda alegría y beneficio a todos los seres, mis madres, Y que sea capaz de Tomar secretamente sobre mí todo su dolor y sufrimiento Verso 8. Que no se vean mancillados por los conceptos De los ocho intereses mundanos Y, conscientes de que todas las cosas son ilusorias, Que puedan ellos, sin aferramiento, verse libres de las ataduras.

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en la evolución como humanidad, creando espacios de encuentro entre ciencia y mística, mente y corazón, haciendo aportaciones de incalculable valor como los comentarios realizados a estos ocho versos, escritos por un maestro del budismo tibetano de la escuela Kadampa hace más de novecientos años. Reflexionar sobre este libro tal vez nos pueda ser de gran ayuda en estos momentos de crisis vital que vivimos como humanidad, ya que está pensado para ayudarnos a transformar nuestra disposición mental ante cualquier situación difícil de la vida, librándonos de todo el sufrimiento que las circunstancias adversas nos provocan. ¿Cómo se hace eso que desde siempre nos ha resultado tan difícil? ¿Es posible?

A

día de hoy, somos muchas las personas conscientes del poder de la mente humana y cada vez son más los estudios neurocientíficos que avalan esta afirmación. No es un descubrimiento nuevo. Los sabios y filósofos del mundo entero se preocuparon por su estudio y comprensión ya que sabían que con disciplina, trabajo y mucha constancia, el ser humano puede disponer de una herramienta que nos puede dar las mayores satisfacciones en la vida, o por el contrario, ser fuente y «destructora de lo real». Para ello, hace falta conocerla y adiestrarla, ya que es imprescindible aprender a dirigirla. Una mente educada y cultivada es una de las mejores inversiones a la que podemos dedicar nuestra vida. Y precisamente sobre ese punto trata el libro del que vamos a reflexionar juntos, titulado Los ocho versos para adiestrar la mente, escrito por su santidad, el Dalai Lama, un hombre excepcional para nuestro tiempo, que está colaborando incansablemente para dar un salto cuántico 30

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Al principio, el Dalai Lama nos recuerda que los seres humanos tenemos una misma naturaleza a nivel mental y emocional, un potencial inagotable dentro nuestro para ser felices y hacer el bien; pero a su vez, podemos ser también perjudiciales para nosotros y para los demás. La clave está en hacer prevalecer nuestra parte luminosa y tratar de reducir los otros efectos negativos y dañinos que podemos causar y causarnos. Recalca que todas las actitudes positivas que podemos adoptar o cultivar, nos traen siempre fortaleza interior. Con fortaleza interior tenemos menos miedo y más confianza, y así resulta más fácil extender nuestro afecto hacia los demás sin barrera alguna, religiosa, cultural y de ningún otro tipo. De ahí que es muy importante reconocer en nosotros ese potencial, tanto para lo bueno como para lo malo; observarlo, analizarlo y ver qué efectos produce tanto uno como otro. Esto es lo que él llama fomentar el valor humano. Y lo que se propone es promover la comprensión del valor humano más profundo: la compasión, sentimiento clave en todo ser feliz y pleno pues «permite extraer toda la fortaleza interior para superar el sufrimiento propio y ayudar


a sostener el ajeno»; por tanto, un sentimiento afectuoso y comprensivo. Y ¿de qué depende ser feliz o no serlo? Precisamente en cultivar esa actitud compasiva. Y aquí es donde nos revela el gran secreto, la clave maestra que encierra este libro: la mente humana es en realidad, la verdadera causante de todos los estados, es la creadora de toda nuestra realidad. Por tanto, no se trata de lo que nos pasa, sino de cómo percibimos e interpretamos eso que estamos viviendo. Si bien todos tenemos experiencias dolorosas que nos hacen sufrir y no se pueden evitar porque forman parte de la vida, hay otras a las que sí podemos cambiar la polaridad, ya que como explica el Dalai Lama, «existir como seres ignorantes y por tanto, propensos a las emociones, los pensamientos y a las semillas que sembramos con nuestras acciones, es la gran fuente de dolor e insatisfacción». Por consiguiente, «Todo sufrimiento está enraizado o tiene su causa en un estado de la mente» Una mente indisciplinada, traerá siempre una experiencia de sufrimiento. Por eso, estos versos están dirigidos al aprendizaje de adiestrar la mente. El fin del sufrimiento solo puede estar asociado al Ser, a una consciencia despierta. Ahí es donde está la clave para alcanzar el estado más elevado de felicidad, la libertad total del sufrimiento y del engaño. Una de esas frases magistrales que recojo del libro dice «La diferencia entre samsara (sufrimiento) y nirvana (plenitud) es un estado mental» donde nos sugiere que solo podremos vivir un estado de felicidad plena, cuando lleguemos a comprendernos en toda nuestra verdadera naturaleza interna. Todos los factores y engaños que oscurecen nuestra mente son estados mentales, y todo lo que está en nosotros iluminado, elevado, sublimado, fruto del esfuerzo de nuestra práctica, es también un estado mental.

Por lo tanto, el sentido de la práctica y del adiestramiento es hacer que los pensamientos y emociones válidos o positivos sean cultivados y los negativos o no válidos sean minimizados. En el verso primero nos anima a cultivar el amor hacia todos los seres, desarrollando una actitud que permita considerar a los demás como si de joyas preciosas se tratara. En el momento en que pensamos en los demás, sintiendo afecto por ellos, la mente se expande. Cuando vas más allá de los propios problemas y cuidas de los demás, adquieres fortaleza, confianza en ti mismo, valentía y una mayor sensación de serenidad. Pero es fundamental primero aprender a amarse y quererse a uno mismo. Si no tenemos esa capacidad, simplemente no hay bases sobre las que construir un sincero afecto por los demás. Y la facultad de amarse o ser amable con uno mismo, ha de basarse en un hecho fundamental de la existencia humana: nuestra tendencia natural a desear felicidad y a evitar el sufrimiento a los demás y a uno mismo. Nuestra propia amabilidad es fuente de alegría y felicidad; en cambio, una actitud egocéntrica que busca el propio bienestar a expensas de otros, nos causa sufrimiento. En el verso segundo nos dice que ese reconocimiento hacia los demás y el afecto que sintamos por ellos, no pueden surgir de un pensamiento de superioridad hacia ellos. Ese amor afectuoso debe estar basado en el respeto y reconocimiento de su propia grandeza intrínseca, donde no cabe ningún tipo de prejuicio o discriminación hacia nadie. En el verso tercero nos invita a combatir o trabajar con los engaños, emociones y pensamientos aflictivos; esas pesadas cargas que llevamos a cuestas y hacen que en nuestra vida, en vez de brillar un sol radiante, sea lúgubre y gris. El verdadero enemigo se encuentra dentro nuestro. Por eso es necesario cultivar la atención desde el principio para EL MUNDO DE SOPHIA

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detectarlo y darnos cuenta de lo peligroso que es. Si, por estar desatentos, dejamos que las emociones y los pensamientos negativos surjan sin ponerles freno, estamos dándoles rienda suelta y ellos se harán dueños de nuestras decisiones y estados afectivos. Pero si tomamos conciencia de su carácter nocivo, seremos capaces de aplastar esos pensamientos emocionales negativos tan pronto como aparezcan y aplicar su antídoto para contrarrestarlo. Por ejemplo, si surge la arrogancia o el orgullo, uno debe pensar en las propias deficiencias para hacer brotar la humildad, así de simple es el antídoto. Fácil de decir, pero difícil de vivir ¿verdad?. En el verso cuarto nos recuerda que en el día a día, nos encontramos con personas enajenadas o en un estado negativo. Nosotros podemos caer en la tentación de reaccionar de igual manera también, rechazándolos, discriminándolos o desear que no existieran. Así somos de duros con los demás y a veces con nosotros mismos. Y aquí es donde entra en juego el valor del adiestramiento. En cierto sentido, esas personas o actitudes consideradas desagradables, ponen a prueba la habilidad que uno tiene para mantener su adiestramiento básico. Por eso merecen especial atención. La clave aquí es la aceptación. Debemos cultivar la mente para que sea capaz de sentir empatía hacia todos los seres y relacionarse con ellos del modo más correcto, aunque no nos gusten. 32

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En el quinto verso leemos que ante una injusticia, algo que nos hirió o injurió, lo primero que nos sale de dentro es el justiciero. Ante esto se puede actuar de manera diferente rompiendo con lo habitual que es derrotar a ese pensamiento que juzga y condena, aceptándolo y ofreciendo esa victoria interior a los demás. Normalmente, en una situación donde encontramos justificación, nosotros mismos nos damos razones para enfadarnos, para insultar o sentir ira; pero no nos recomienda reaccionar así, puesto que el mayor perjudicado siempre seremos nosotros. En el verso sexto nos hace reflexionar sobre que, cuando ayudamos a alguien, solemos tender a esperar algo a cambio, un buen trato o reconocimiento por nuestro esfuerzo. Pero, si en lugar de responder positivamente a esa bondad natural y compensarnos por ello, nos hacen daño, sentiremos indignación, como normalmente le ocurriría a cualquiera. Ese


sentimiento de dolor y desilusión es tan fuerte que consideramos perfectamente justificado reaccionar con enfado. Nos recomienda utilizar esta experiencia para adiestrarnos, como si fuera una lección o enseñanza. Podemos mirar a esa persona como un maestro sagrado que viene a ponernos a prueba y viene a enseñarnos paciencia. Así, en vez de llevarnos la experiencia negativa, al disgusto, se convierte en fuente de sabiduría. En el verso séptimo reconoce en todo ser humano, como algo innato, esa capacidad de aliviar el dolor y el sufrimiento del mundo, ofreciendo de manera consciente a los demás sus cualidades positivas sin ser indiferente al sufrimiento ajeno. Finalmente, en el verso octavo, debemos asegurarnos de que este adiestramiento mental que nos proponemos realizar, no esté contaminado por los ocho intereses mundanos, ya que, aparte de traernos sufrimiento, ese entrenamiento se vería invalidado.

sentidos y la aversión o rechazo a experiencias desagradables. Nos da un ejemplo claro del significado de esta liberación de los ocho intereses mundanos y dice que si en algún momento en donde él está impartiendo enseñanza se le cruza por la mente «¿Lo estaré haciendo bien?» «¿Les gustará a los demás?» «¿Me elogiarán por ello?»; ahí es donde su adiestramiento estaría contaminado. Por tanto, hay que estar atentos para que nada enturbie la práctica. Las formas más eficientes de cultivar el valor de la compasión y adiestrar la mente son: • La meditación. Ya que permite observar los pensamientos y emociones como si fueras tu propio observador, darte cuenta de tus propios procesos internos y lo que generan en ti, extendiéndolo a los demás.

Los ocho intereses mundanos están divididos en cuatro pares de apego y de aversión o rechazo.

• El estudio y comprensión de la sabiduría. Sumergirse en el conocimiento, madurar las ideas, leer el libro, investigar hasta que la comprensión se vaya haciendo cada vez más clara y diáfana.

1. El apego a las posesiones materiales y la aversión a no recibirlas o verse separado de ellas.

• La reflexión profunda de estas enseñanzas y de las verdades que encierran.

2. El apego al reconocimiento, la aprobación y la fama y la aversión o rechazo a la censura o la desaprobación.

Como resumen final del libro podemos quedarnos con ciertas ideas inspiradoras:

3. El apego a una buena reputación y la aversión o rechazo a una mala imagen. 4. El apego a los placeres de los cinco

- La mente humana crea todos los estados, tanto de felicidad como de sufrimiento. -Si no observas y te das cuenta de tus propios procesos mentales, te puedes volver preso de tus propias creaciones y emociones. -La vida pone las circunstancias, eres tú quien pone la interpretación. -La mente está para ser una herramienta útil para nosotros, adiestrarla depende únicamente de uno mismo. De lo que se trata, adiestrando la mente, es de tener posesión de nosotros mismos y aprovechar las cualidades de ella y el valor de la compasión para «hacer el bien, sin mirar a quién». EL MUNDO DE SOPHIA

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Pequeña como esta niña

Laura Etcheverry Escritora

A

ntes de compartir las respuestas que Marina di Marco dio a mis inquietudes sobre la literatura infantil, quiero aclarar que su capacidad, su experiencia, su currículum apabullante, distan mucho de las razones por las que la elegí como entrevistada, elección a la que respondió como responde a todo lo que la entusiasma: con pasión, con alegría, con humildad, con la mirada y la voz iluminadas. La elegí porque es una niña. Siempre lo será. Y nadie más apropiado que un niño para hablar del tema. Ese interlocutor buscaba para indagar en el misterioso mundo que crean las palabras, para ofrecerse ante los ojos de los chicos como una de las alternativas más claras para cultivar sus espíritus recién estrenados, hacerse amigos de la fantasía, trascender las apariencias de lo real, y confirmar, como dice Pessoa, que hay metáforas más ciertas que las personas que caminan por 34

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la calle. Y que semejante descubrimiento hace mejores personas a los niños… y a los adultos que nunca dejarán de serlo. —¿Cuándo descubriste que tu mundo giraría en torno a las Letras? Es una linda pregunta, para todo el que elija un camino. Las Letras fueron lo que siempre preponderó en mi familia —mi papá es escritor y mi mamá, profesora de Literatura—, siempre cultivamos el amor por la literatura, y yo noté que tenía facilidad para escribir desde muy chica. Empecé a leer sin parar y hasta disfrutaba estar enferma para poder quedarme leyendo… —¿Y tu adolescencia? —Durante un campamento intercolegial, uno de los temas tenía que ver con la vocación, con la llamada que uno siente, y la chica que nos dio una de esas charlas, que ya estaba terminando su carrera universitaria, nos dijo: «a veces no hay


que darle tanta vuelta, a veces es lo que más fácilmente nos sale, porque Dios nos pone el talento para que vayamos para un lado en concreto». Estaría enterrando algo si me dedicara a otra cosa. —¿Y el vuelco hacia la Literatura infantil? —Lo infantil… tiene otro recorrido. Hoy veo que todos los ríos iban a dar a un mar, y que no había forma de no llegar ahí… Pero lo veo en retrospectiva. En el momento fue un dejarme llevar por la corriente, aunque no dejó de tener su cuota de reflexión, de ir tomando pequeñas decisiones que después llevan a una más grande, como en todo. —¿Y cómo acabaron los ríos en ese mar? —El último año de la carrera teníamos que elegir una materia optativa, y por cuestiones de horario, mi mejor amiga y yo elegimos Literatura y Folklore. Cursándola se me suscitó el interés por el género de la canción de cuna.

—Seguramente es una percepción personal, pero la literatura infantil pareciera permitir una mayor libertad en la creación, en darle rienda suelta a la imaginación, e incluso no estar tan sometida a la crítica despiadada. ¿Por qué será? —Nunca me lo había planteado en esos términos, pero entiendo que surge también de tus características como autora. Siempre que nos sentamos a escribir, hay todo un mundo de preconceptos: eso que en el mundo de la literatura infantil la crítica ha resumido como la «imagen del niño»; y también está la imagen de adulto… ¿Veo al adulto como un par, o como un juez de mi obra? También importa el recorrido de lecturas que tiene cada uno. Es muy habitual que tengamos más lecturas de adultez que de infancia en cuanto a lo clásico, lo canónico o relevante.

—¿Cómo definirías a la literatura infantil, si tuvieras que hacerlo desde tu concepción ideal del género? —La pregunta es muy válida, porque hay cosas que se mezclan en esto de definir la literatura infantil, eso que María Adelia Díaz Rönner llama «intrusiones». La literatura infantil (y es una definición de Maite Alvarado y Elena Masset) es una literatura que se encuentra en una intersección en la que se tocan dos polos: el polo apelativo, que está pensando en el niño, en el mundo que se le transmite a ese niño a través de la literatura; y el polo estético, que es el que permite el disfrute primordial que hace a la literatura, a la belleza. —¿Y cuál sería el equilibrio perfecto? —Una frase de Italo Calvino decía que un clásico es ese libro que se puede sacudir solito a través de los años, y sacarse todo el polvillo que le echamos encima los críticos, para seguir brillando con su luz propia. Yo diría que la literatura infantil es ésa que los niños siguen disfrutando y de la que pueden seguir aprendiendo al mismo tiempo, desempolvándose de todo el aparataje crítico.

Marina di Marco es licenciada en Letras por la Universidad Católica argentina y diplomada en Estudios Avanzados en Literatura Infantil por la Universidad Nacional de San Martín. EL MUNDO DE SOPHIA

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—Se me figura como un terreno en el cual todavía no está todo escrito, donde se puede lograr originalidad. En cambio, en la literatura adulta, en la que tampoco está todo escrito, pesa mucho más su historia como para animarse a sorprender. —¡Claro! Y lo último tiene que ver también con un preconcepto que quizás no se refleja en el lector empírico, pero sí en el ideal (el que se gesta dentro de la obra), y con la capacidad de fantasía y de la imaginación de la infancia, el ámbito que se concibe como de mucha mayor libertad. —Gracias a una amiga bibliotecaria, leí Cuando San Pedro viajó en tren, de Liliana Bodoc. A partir de ahí descubrí ese tipo de literatura infantil que desconocía, y quise sumarme como autora. Antes tenía el prejuicio de que había que construir textos simples, breves, con moralejas claras y con ilustraciones complementarias, conceptualmente sencillas. ¿Cuándo y cómo se gestó semejante cambio? —El punto de inflexión es María Elena Walsh. Y no es una opinión mía, también

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lo dicen Maite Alvarado y Elena Masset. Y tantos más… María Elena Walsh es un antes y un después: la visión poética, una estética que ella tomaba también de la literatura inglesa, que conocía por su familia… Gracias a esos elementos es que nuestra literatura empieza a mirar hacia otros horizontes. —Hablemos del libro álbum y del rol del ilustrador. —El libro álbum es un género que surge en los años ‘50, al principio, gracias a las tecnologías que empiezan a posibilitar que la imagen no quede siempre de un lado y el texto del otro, y que empieza a tener su boom en los años ‘80, con más creaciones que contribuyen a eso. Hoy en día es quizás hasta excesivo, hasta el punto de que se venden libros ilustrados como si fueran libros álbum, y no lo son. —¿El gran público tiene claras esas diferencias? —No, la mayoría de las veces no. Y reconozco que en algunos casos es difícil diferenciarlos. A veces es muy delgada


la línea que los distingue. Pero que las ilustraciones sean maravillosas no quiere decir que haya un libro álbum. El libro álbum es el que va a estar aportando a través de la imagen un sentido, la palabra y la imagen están exactamente al mismo nivel de producción de sentido, y muchas veces incluso pueden generar contrapuntos. Eso apunta a una complicidad con el lector y a eso que decías de darle más autonomía, más crédito al lector, a un lector inteligente. También muchas veces es un lector que no sabe leer, porque se le lee a un niño que no está alfabetizado todavía y que nunca desdeña las imágenes, como sí lo hace el adulto… —¿Cómo funciona el papel del ilustrador en la literatura infantil? —El rol del ilustrador me resulta envidiable en el sentido de que es primero un lector, y después un traductor, un traductor como productor de sentido. No hay traducciones exactas. Y en este caso, cuando estamos hablando de traducciones intersemióticas, porque son formas distintas de producción de sentido cada una en su lenguaje, cuando hace esa traducción pone mucho de sí. Porque una cosa es lo que quiso hacer el autor, cómo se vertió él en la obra, y otra cosa es lo que encuentra uno. Y ahí viene lo que Rioceur define como «reconfiguración»: cuando el lector se acerca a la obra, y llega a cerrar (o a abrir, en realidad), a completar el sentido de la obra, pero desde su propia experiencia. Fijate que el ilustrador estaría en este punto: se acerca como lector al texto, pero después se vuelve también un productor. —Y también debe lograr su estilo propio, como el que escribe… —Totalmente, sí. —La literatura infantil tiene un público adulto, a la par de los niños. Incluso a veces son quienes la disfrutan más que los chicos. El lector adulto (y el autor) de literatura infantil, ¿siguen siendo de algún modo niños, y en estas instancias de creación y recepción de las obras se permiten asumirlo?

—Sí, yo creo que el disfrute de los adultos es algo que se da mucho, y gran parte de la movida que tiene que ver con la literatura infantil se relaciona con quienes descubrieron ese disfrute, o lo redescubrieron. Por eso Luis Pescetti dice que no hay que escribir obras para la infancia, que la cosa pasa por otro lado. Pasa por esa infancia eterna que está en el corazón de todos, también en el de los adultos, que es compartida con la humanidad.

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—Toda creación literaria intenta movilizar al lector. Movilizar la sensibilidad de un niño demanda una mayor responsabilidad. ¿Cómo se pueden cuidar esas sensibilidades? —Creo que la clave está en lo que dijimos, en que haya un rotundo espacio para lo estético. La sensibilidad, como algo vinculado con las emociones, eso que pone en contacto la psicología con el corazón, es algo a lo que se llega desde la sensibilidad estética, en definitiva, y va a ir educando todo lo demás. Las obras que tiendan a cuidar la sensibilidad del niño, desde lo emotivo, lo temático, etcétera, van a ser las obras que ante todo respeten lo estético. Pero siempre se necesita, para trabajar los temas (que a veces pueden ser muy complejos, como la muerte) la responsabilidad del mediador. —¡Qué rol el de los mediadores de lectura! —Yo imagino la literatura infantil como una especie de inmensa biblioteca, en la que los libros son ordenados como en escalerita, de acuerdo a las edades. Los niños toman los libros de una mesa y los van llevando a la estantería de acuerdo a la altura de cada uno. Pero, ¿quién puso los libros en la mesa, quién los dejó al alcance de los niños? El mediador. —¿Cuáles son tus autores preferidos? —¡Qué pregunta! El canon personal, que muchas veces puede no coincidir con las instancias o los cánones que uno quisiera, y que siempre tiene que ver con lo que se recuerda con cariño. Hay autores de narrativa que han marcado mi infancia: Graciela Montes, una autora argentina, muy reconocida acá, con La guerra de los panes, y de la mano de ella viene también mi reconocimiento a la colección «Pan flauta», con muchos libros de Gustavo Roldán, El mar preferido de los piratas de Ricardo Mariño… Y otro autor superlativo, que se maneja con un equilibrio perfecto entre el absurdo, el humor, el sentido, y también entre el sorprender y el seguir algunas fórmulas, 38

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metiéndonos todo el tiempo en cuestiones de literatura universal sin responder a etiquetas, que es Fernando Sorrentino. Algo que debe influir en mi gusto por el libro álbum y por el cine fue la historieta, porque los primeros libros que devoré completos (después de Príncipe y mendigo, de Mark Twain) fueron los de la colección de Tintín, de Hergé, que es una belleza, y que para mí representaba todo ese amor por la aventura, por lo éxótico… Desde lo profesional y también desde la música (en mi casa siempre se escuchó mucha música clásica, en particular ópera, donde hay una unión tan sustanciosa entre la música y la palabra), mi corazoncito está en la poesía, que es lo que más disfruto. Hoy en día uno de los grandes para mí, aunque se puede mencionar a muchos, es el argentino Juan Lima. Sus poemas son una maravilla, en la cantidad de sentidos, desde las asociaciones que propone entre la palabra y la imagen como autor de álbum lírico. Y para libro álbum, amo los de Oliver Jeffers y también a Jimmy Liao, de una estética naif hermosa. Y en la línea de lo que te decía de autores geniales de literatura para adultos que con el mismo respeto trabajan la literatura para infancia, en narrativa y particularmente en novela, encabeza todas mis listas de «top…» la novela Matilda, de Roald Dahl, un autor brillante para todas las edades. —Un profesor de Periodismo nos decía que aquel que puede leer poesía puede leerlo todo. Se me ocurre que aquel que puede leer poesía infantil puede expandir aun más ese todo, y qué importante es que nuestro niño interior cultive eso desde niño. —Dice Jorge Díaz, en un texto que le gusta compartir al genial cuentacuentos Claudio Ledesma: «No es cosa de decir: `voy a contar un cuento´. Sería como decir: `voy hacer un milagro´». Y es cierto que el resultado es milagroso: un cuento que nos han contado, un poema, una canción que nos han cantado… son, como fueron los libros para Matilda, ladrillitos de ese puente que nos permite desde adentro


mirar, entender, pensar el mundo. Y también mirarnos a nosotros mismos: por eso la importancia de permanecer en contacto con ese niño interior que llevamos dentro. Porque ese niño siempre estará en nosotros, en la base misma de nuestra relación con el mundo y con las palabras. Así lo describía José María Valverde, en su hermoso poema «Elegía de mi niñez»: «Aquí está mi infantil fotografía / clavándome mis ojos, más profundos que nunca, / con una vaga cosa / posada entre las manos, distraídas y leves. / Es el banco de piedra / —los pies lejos del suelo todavía— / del parque de mis sueños infantiles / donde el sol era amigo». —«El mundo iba naciendo poco a poco /para mí solamente. / La tierra era una alegre manzana de merienda, / los pájaros cantaban porque yo estaba oyéndoles, / los árboles nacían cuando yo abría los ojos».

—«Sólo vivo del todo cuando vuelvo a ser niño, / ¿qué otra revelación mayor que aquélla / del mundo y de la vida entre las manos? / (...cuando todas las cosas eran como palabras...). / ¡Oh, Señor, aquel niño que yo era / quiere pedirte, muerto, / que le dejes vivir en mi presente un poco! / Que siga en mí, Dios mío —como tú nos decías—, / y viviré del todo, / y sentiré la vida plenamente». —Todo lo que te pregunté tenía como propósito llegar hasta aquí, hasta este poema de Valverde. —Es precioso. —Como lo es tu poema sobre la infancia. Lo tengo impreso en mi escritorio, como lema, como lo que no debo olvidar. Sé que vas a publicarlo en tu próximo poemario «adulto», pero me encantaría que apareciera en un recuadro, como síntesis de esta nota… ¿Puede ser?

PEQUEÑO COMO ESTE NIÑO Vivir es ver volver Es ver volver todo un retorno perdurable. Azorín

Que la infancia no sea sólo un recuerdo de lejanía que nos pesa, algún adornito roto que quedó en una repisa como al descuido. Que no sea apenas una foto de nuestra gloria tierna y despeinada, o un aroma a calesita, aceitoso y rotundo, espesado en la memoria por los años y con sabor a luz de domingo. Que la infancia se nos duerma al lado cada noche, acurrucada como un cuento. Que de día nos tome las manitos por sorpresa.

Que nos viva nos respire nos susurre, nos pinte de futuro y embandere nuestras cosas de adulto, nuestras cosas ―ese archivo esa notebook ese smartphone esa dieta―, con los colores de quien sabe volver para vivir lo eterno. EL MUNDO DE SOPHIA

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Nacidos para

triunfar

Carles Marcos.

Psicólogo, coach y formador de emprendedores

Siempre me gustó y emocionó el siguiente escrito de Muriel James. En uno de sus libros, «Nacidos para triunfar», hablaba sobre los triunfadores en la vida. «Los triunfadores tienen diferentes potencialidades. Tener éxito no es lo más importante; sí lo es ser auténtico. La persona auténtica tiene la experiencia de su propia realidad al conocerse a sí misma, al ser ella misma y al convertirse en alguien sincero y sensible. La 40

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persona auténtica es la que realiza su propia unicidad, hasta entonces desconocida, y aprecia la unicidad de los demás. El triunfador no consagra su vida al servicio de lo que imagina que debe ser, sino, por el contrario, se esfuerza por ser él mismo y, como tal, no consume sus energías en representaciones dramáticas, ni en falsas pretensiones, ni tampoco en manipular o inducir a otras personas en sus propios juegos. El triunfador


puede revelarse como realmente es, en lugar de proyectar imágenes que agraden, inciten o seduzcan a los demás; tiene conciencia de que existe una importante diferencia entre ser cariñoso y actuar cariñosamente, entre ser estúpido y actuar estúpidamente, entre ser inteligente y actuar inteligentemente. El triunfador no necesita esconderse detrás de una máscara; se despoja de sus propias imágenes irreales de inferioridad o de superioridad y no se deja atemorizar por la autonomía. Cada persona tiene sus propios momentos de autonomía, aunque

sean transitorios. Sin embargo, el triunfador puede mantener su autonomía durante períodos cada vez más largos; en ocasiones, puede perder terreno o aun fracasar, pero, a pesar de ello, conserva la fe básica en sí mismo. Un triunfador no se atemoriza de pensar en sí mismo ni de usar sus propios conocimientos; puede distinguir entre hechos y opiniones y no pretende tener todas las respuestas. Escucha a los demás; evalúa lo que tienen que decir, pero se reserva el derecho de llegar a sus propias conclusiones; admira

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y respeta a otras personas, pero no se deja definir, abatir, limitar o atemorizar por ellos.

quienes se comunica. Sabe que hay una oportunidad para cada cosa y un momento para cada actividad.

Un triunfador no practica el juego del “desamparado” como tampoco el de echar la culpa; por el contrario, siempre asume la responsabilidad de su propia vida. No otorga a nadie falsa autoridad sobre sí porque sabe que él es su propio jefe.

Para un triunfador el tiempo es valioso; por consiguiente, no lo malgasta. Vive aquí y ahora. Vivir en el presente no quiere decir ignorar neciamente su pasado o desperdiciar la oportunidad de prepararse para el futuro; más bien, como conoce su pasado, es consciente del presente y vive en él y espera el futuro con optimismo.

El triunfador posee un justo sentido del tiempo. Responde adecuadamente a cada situación, de una manera apropiada al mensaje enviado, y en todo caso preserva la importancia, el mérito, el bienestar y la dignidad de las personas con

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Un triunfador aprende a conocer sus sentimientos y limitaciones y no los teme; tampoco se deja intimidar por sus propias contradicciones o


ambivalencias. Sabe cuándo está enojado y puede escuchar cuando los demás se enojan contra él. También puede dar y recibir afecto, o amar y ser amado. Un triunfador puede ser espontáneo; no tiene que responder de una manera rígida o preestablecida. Puede cambiar sus planes cuando sea necesario. Al triunfador le entusiasma la vida: goza con su trabajo, el juego, la comida, las otras personas, el sexo y la naturaleza. Goza de sus triunfos sin sentimientos de culpabilidad, y de las realizaciones de los demás sin envidia. Aunque el triunfador puede gozar libremente, también es capaz de posponer el disfrute de su placer;

puede disciplinarse en el presente para gozar más intensamente después. No teme buscar lo que desea, pero lo hace de una manera apropiada; no reside su seguridad en el control sobre los demás y no se dispone a ser perdedor. Como el triunfador se preocupa por el mundo y sus habitantes, no se aísla de la sociedad y sus problemas; se preocupa, siente compasión y se compromete en esfuerzos por el mejoramiento de la calidad de vida. Aun en la adversidad nacional o internacional, no se considera totalmente indefenso. Hace todo lo que está a su alcance para hacer de éste un mundo mejor…” ¡Y tú! ¿Eres un triunfador?… EL MUNDO DE SOPHIA

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