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LA RUTA DEL CUERVO MARÍA ALEJANDRA BALBI

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VILLAFUERTE

VILLAFUERTE

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Através del espejo retrovisor veo otro cuervo parado sobre un cable de electricidad. El abatimiento nos rebasa en la curva, se nos adelanta y llega antes que nosotros al hotel. Cruzando la ruta, se extingue una feria, apenas una vuelta al mundo pequeña y esmirriada entre otros juegos que no comprendo. Querés ganar una piñata con forma de iguana, intentás pegar en la risueña cara del payaso negro pero fallás por mucho y vuelve a esconderse en la caja. No sé si es falta de puntería o el rifle de aire comprimido tiene la mira desviada. Aún caminamos abrazados y volvemos a sentirnos como antes, casi. Miramos los tapices y cacharros de las indias con un poco de interés. Me comprás un algodón de azúcar, no me conocés tanto como para saber que no me gusta, pero me lo meto en la boca igual como si fuera tu lengua. Una vieja pide unas monedas, no entiendo qué vende pero se las doy. Apenas escuchás ese acento cerrado, huís hacia un puesto de luthiers de Cuernavaca en el otro extremo, te pierdo, Diego, entre ocarinas, sicus y palos de lluvia.

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Los viajes siempre me hacen perder el sentido del tiempo. ¿Qué día es hoy...? 30 de octubre de 1995. ¿Pero qué día de la semana? ¿Martes o miércoles? Mientras abro la puerta de la habitación del hotel, pienso que hace poco más de quince días estábamos rindiendo nuestros últimos finales de Sociología.

Estás tirado boca abajo en la cama, agitando mecánicamente un palo de lluvia. ¿Qué le compraste a la bruja?

Una historia.

Contáme.

Me subo al borde de la ventana, me envuelvo con la cortina e intento caracterizar a la vieja. Se huele la lluvia que todavía no cae, cuando el joven tolteca parte lejos del círculo de su tótem para cazar el animal vivo. Ninguna india habla así.

Ya lo sé, pero escuchá igual. La hechicera lo mira una y otra vez como era

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antes, cuando sus pupilas no estaban fijas, cuando su lengua era sabia pero no dulce. No me estás prestando atención. Sí, nena, te estoy escuchando.

Bueno, ella recita los sortilegios protectores, realiza los ritos que los refuerzan y busca durante las noches los signos de sus proezas. Mientras cuenta las lunas del fin de la gesta, el ausente la lleva a las tierras donde se puede amar sin

amaestrar.

Estás inventando.

No invento, en serio, es casi literal.

Está bien, seguí.

En la foresta mínima prosperan líquenes y esporas. La hechicera evoca el tacto del guerrero, transpira un dolor gozoso, siente un leve escalofrío, acuna su recuerdo entre los muslos, respira profundo, cierra los ojos, los abalorios se enervan, contiene la respiración, se arquea y viola el tabú del amor triste, grita y se deja ir, sobrevolando el acantilado.

Salto sobre la cama e intento amoldarme a tu espalda. Ya no tenés ganas de jugar, no hay manera de alegrarte. Los turistas suelen estar más animados le digo a tu nuca.

No somos turistas, querida, somos viajeros como dice Bowles. Tu mirada mi incrimina pero no sé por qué. Una vez te pedí que me acompañaras para siempre decís de pronto. Asiento con la cabeza, tal vez fue en la facultad aunque en realidad no lo recuerdo.

Hasta el fin del mundo, eso dijiste. Te levantás rápido, encendés un cigarrillo y dejás el cuarto.

En el bar del hotel, el bebedor acodado en el sucio mostrador se presenta: es profesor de la Universidad de Sonora. Supongo que es otro tonto que va a presumir su remota vinculación con el Ejército Nacional de Liberación Zapatista, pero en

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cambio, señala el televisor blanco y negro. En todas las series americanas, los delincuentes escapan a México. Asiento con la cabeza y sonrío con mi gesto de exiliada mientras vos, mudo, clavás la vista en la etiqueta de la botella de tequila. Como el profesor no continúa y tengo necesidad de hablar con alguien, le relato mi encuentro en la feria. Es un mito de iniciación, muy popular en las zonas rurales, tiene muchas versiones, a veces el joven guerrero se pierde en el camino o se convierte en lagartija y la hechicera en cuervo, o se los come el coyote o el joven vuelve pero mata a la hechicera por error; no pueden hallarse hasta que agoten todos los desencuentros. ¿Cuál es el verdadero final?

final? No lo hay, los mitos no son ni verdaderos ni falsos.

¿Por qué la hechicera nunca acompaña al guerrero? ¿Eso no cambiaría el

No me contesta, solo se encoge de hombros. Dibuja con su lapicera negra un pájaro en la servilleta de papel y escribe unas palabras que no consigo leer. Volcás el relleno del taco, manoteás la servilleta garabateada y sin apoyarla en tus labios, la arrugás en el bolsillo.

Te escucho pelearte con otro borracho en el rellano de la escalera. Cuando llegas al cuarto, lleno de tequila, tropezás con la mochila que dejé delante de la cama. Finjo dormir porque sé que odias que sea testigo de tu debilidad. No podés volver a erguirte así que gateás hasta la cama. Me sacudís, querés hablar por primera vez en horas. Tengo deseos de amordazarte, te ofrezco sexo para que te calles. El desasosiego continúa aquí, estaqueando este improbable desierto mientras un cuervo embalsamado nos custodia desde el marco de la puerta.

Nos levantamos después del mediodía. Cuesta hacer arrancar el Sierra alquilado. Estás tan fuera de este mundo que ponés la marcha atrás, hacés reventar una goma y atropellamos a una pobre india de la feria. La vieja se levanta con dificultad y se sacude el polvo. Desde una ventana del primer piso del hotel, el

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profesor nos mira con ojos de pájaro de mal agüero. Pateás la llanta desinflada. Un policía mexicano nos pide los documentos disgustado porque otro par de gringos pendejos interrumpen el sopor de su siesta. Quiero decir algo en tu descargo pero no puedo, Malinche extravía su voz, su cualidad lenguaraz. Cuando el oficial se ríe de tus documentos y te palpa de armas miro hacia otro lado para no verte tan indefenso.

El cielo se destiñe en gris oscuro, gris perla, gris rata. Yo me contraigo en el asiento del acompañante y ya no ocupo más espacio que el de un equipaje de mano. Otra vez palpás la servilleta en el bolsillo como si fuera un amuleto. Este viaje nunca fue un mero deambular de turistas, ¿no? No me contestás. Contemplo la sonrisa atenuada en la comisura de tus labios. La tierra arenosa de las banquinas no se interrumpe mientras cruzamos las fronteras interiores. De a ratos mirás mis rodillas chuecas, la radio cruje y cantás bajito:

Moi qui aimais tellement ton sourire je n’entends plus que tes soupirs j’espere ne plus jamais faire souffrir quelqu’un comme je t’ai fait souffrir y

comienza una llovizna que no refresca.

No hay nada más triste que una ruta anegada, tus muecas se empapan mientras el pavimento se escapa en tu indolencia y en la monotonía acuosa de la Panamericana mexicana. ¿Si siguiéramos por esta ruta podríamos llegar a San Isidro? Con creciente ansiedad, empiezo a creer que lo mejor es volver a casa, un lugar quieto, cálido y seco, sin campamentos ni armas. Podría tratar de disuadirte pero ahora entiendo que ser parte de esta revolución es más importante que tu familia, la facultad y yo.

El asfalto quema las mujeres que fui y caldea a las que seré o no. Miro el mismo cactus con los brazos hacia arriba que estaba hace 100, 200, 300 kilómetros, pero esta vez bajo su sombra, lagartijas y cuervos comulgan en nuestros cuerpos, ahuecándolos con avidez. Confío en que la lluvia lave los horrendos espejismos de este recorrido.

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Nunca llegaremos al Distrito Federal, no veremos la casa de Frida Kahlo, ni romperemos piñatas abigarradas, ni escucharemos a los mariachis, tampoco comeremos huesos dulces el día de los muertos. Faltaré a una promesa que tal vez nunca hice y volveré a Guanajuato con mis amigos. Sé que voy a bajar en el próximo pueblo, me gustaría pensar que me vas a meter a golpes en el auto pero no es cierto. No vas a hacer nada para que me vaya, no vas a hacer nada para que me quede. Ahora conozco la peor versión de la historia de la vieja y del profesor: el peor de los desencuentros entre el guerrero y la hechicera, el más irremediable, es dejar de amarse. Te beso por última vez Diego, para que no te duermas en el camino, para que puedas terminar tu viaje.

MARÍA ALEJANDRA BALBI Argentina

Twitter: @alejandrabalbi9

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