7 minute read
EL CASO LUCRETIA MÓNICA MARCHESKY
111
El inspector César Chase, CC, para los compañeros de equipo, se levantó en un impulso y restregándose la cara se paró frente a la máquina expendedora de café. Marcó cortado largo y deslizó la tarjeta. Vio su reflejo en el vidrio y se peinó el cabello con la mano. Pronto cumpliría treinta y ocho años y la oficina ya estaba preparando festejos. Pasó toda la noche investigando las muertes inexplicables que desde hacía dos semanas los tenían en jaque. Habían caído tres expedientes más sobre su escritorio, sumándose a los dos de la semana pasada. Todos paros cardíacos. Por lo menos esa era la carátula del forense. Se volvió a sentar y observó que llegaba el ascensor. —CC, ¡qué cara! —le dijo el jefe pasando frente a su escritorio como una
Advertisement
ráfaga. Esperó que se acomodara, que gritara a su secretaria, que hiciera algunos llamados telefónicos y cuando vio el gesto que le hacía con la mano para que fuera a su oficina, se levantó aun con la taza de café y se apersonó en la puerta. Le hizo otro gesto que cerrara la puerta y se sentara. —Anoche, tres más, ya van cinco en dos semanas —dijo tomando asiento. —¿Todos paros cardíacos? —preguntó el jefe, sin mirarlo. —Todos —levantándose y paseándose con la taza. —¿Por qué te preocupa tanto? Todo decanta en lo mismo —agregó con gestos que se traducían en mucho alcohol, mucha droga y mucho sexo. —Sí —dijo CC en una media sonrisa— voy a necesitar un par de hombres para la investigación. Tengo que saber qué es lo que está pasando. ¡No quiero tener otro maldito expediente de paro cardíaco sobre mi escritorio! —depositando la taza sobre una repisa del jefe que reaccionó al instante. —¡Ni lo pienses! —y le hizo un gesto de que se llevara la taza. Se retiró a su casa a descansar unas horas, vivía solo, tenía un perro como mascota y era con el que hablaba al llegar. Entonces le comentó al perro que lo que lo desconcertaba del caso de los paros cardíacos, era en principio que no había un patrón, que claramente no eran muertes naturales, ¿por qué? Porque todos los cuerpos eran de distinta edad y
112
condición social. No creía en las coincidencias, esto era algo orquestado por alguien. Lo poco que pudo dormir, estuvo agitado, las imágenes se le aparecían en sueños tan nítidas como pesadillas sinestesias. Comió algo, se dio una ducha y sacó a pasear al perro por el parque que estaba frente a su casa. Debía regresar a la oficina y preparar un plan de estrategia. Cuando llegó, ya tenía a los dos hombres asignados para el caso frente a él. Fueron a la sala de investigaciones y desplegaron fotografías, empezaron a atar cabos, pero los casos parecían desconectados. —¿Qué es lo que hace que un joven estudiante de la Universidad, un hombre indigente que vive en la calle y un político emergente, mueran de un paro cardíaco? —Preguntó en voz alta. —No olvides que la semana pasada fue una mujer de mediana edad y el de anoche, un niño. —Aseveró uno de los investigadores, colgando la foto en el pizarrón. —En cuanto al joven y al político podría ser un exceso de alcohol, droga y sexo. —dijo el segundo hombre, acompañando las palabras con los gestos característicos del jefe. —¿Y la mujer y el niño? —Preguntó CC frente a la pizarra. —¿Violencia? —dijo uno de ellos. —¿El indigente? —volvió a preguntar, haciendo un mapa mental del caso. —¿Experimento? —se despachó el otro. —¿Qué tipo de experimento? —enfrentándose a la cara interrogativa del hombre.
—Social, —dijo con un gesto, levantando los hombros—, científico, de transmisión sexual, terrorista, no sé, se me ocurrió. Estamos tirando ideas CC. —Revisemos las carpetas del forense, en todos los casos. Busquen marcas, puntadas, perforaciones, quemaduras, algo que los relacione. Algo que les falte, algo que les sobre. El cuerpo siempre da las respuestas. Y encontraron una pequeña incisión cerca del corazón de todos los cuerpos. Apenas visible a simple vista.
113
—¡Gotcha! —gritó CC. Y aunque eso no significaba gran cosa, por lo menos habían logrado que todos los casos se conectaran a través de un pequeño pinchazo. Tenían un arduo trabajo por delante. Tuvieron una conferencia con el forense, quien les dijo que ese pinchazo podría deberse a drogas, casi con seguridad. Aun así, siguieron investigando los lazos familiares, amigos, compañeros de trabajo, nada los conectaba de otra manera. Pero, cierto día, llegaron dos cuerpos a la morgue. Los expedientes decían que era un obrero de la construcción y una adolescente. Se les estaba haciendo la autopsia. Bajaron los tres como una exhalación y se encontraron con el forense y su ayudante, trabajando afanosamente sobre los cuerpos. —¡Un paro cardíaco!, el del obrero —dijo el forense y agregó— y la chica, varias heridas de arma blanca.
—¿El mismo pinchazo? —preguntó CC desde lejos, le impresionaban los
cuerpos. —El del hombre, sí, pero hay algo más. —Hizo una pausa y se levantó la protección de la cara— la adolescente se defendió. Los cuerpos se encontraron juntos así que supongo que el atacante fue el obrero, ella se defendió, luego su apuñalamiento y el paro cardíaco del hombre. En ese orden. —¿Entonces la muerte de ella no fue paro cardíaco? —No, pero hay algo raro, ¡acérquense que no los van a morder! —les dijo el forense. Y los tres se presentaron ante el cuerpo de la chica. —¡Mira la palma de la mano derecha!, ¡nunca había visto algo así! Se acercaron los tres y bajo la lupa pudieron apreciar un mecanismo electrónico que salía de la palma de la mano. Como un fino estilete. —¡Qué diablos es eso! —dijeron a coro. —Estamos tratando de extirparlo completo —dijo el forense— no sé dónde puede terminar esto. —¿Es un cybor? —preguntó uno de los hombres. —No parece un cybor —decía el médico, mientras trabajaba sobre el
114
artefacto.
Finalmente pudo extraerlo y lo examinaron, parecía un chip, un mecanismo electrónico insertado en la palma de la mano. Pero ¿para qué fin? Se preguntaban. Surgieron entonces una cantidad de conspiraciones oscuras del gobierno, de empresas, de potencias extranjeras, de extraterrestres. Al examinarlo bajo el microscopio, pudieron leer algunos códigos que no entendieron y un nombre: Lucretia.
Buscaron entonces en la red, que significaba Lucretia y se encontraron con una empresa de software que tenía una de sus bases en la ciudad. Era una gran empresa informática que trabajaba con prototipos electrónicos. Al llegar al edificio, además de mostrar sus placas, tuvieron que pasar por una revisión personal, desinfección y scanneres de alta resolución, hasta llegar a la oficina, vigilada, de un hombre alto, canoso, de anteojos y gran sonrisa, que los recibió con mucha amabilidad.
CC depositó el artefacto sobre la mesa. El gesto del hombre se oscureció por un momento, pero al siguiente preguntó dónde lo habían encontrado. —En la palma de la mano derecha de una chica que aparentemente se defendió del ataque de un hombre, que también está muerto —y agregó— de un paro cardíaco. —¡Señores! —dijo el hombre canoso, haciendo señas a los guardias que se retiraran—. Es un proyecto privado, particular, de suma confidencialidad. —¿Es ilegal? ¿Eso quiere decir? —preguntó CC. —No es ilegal, es del gobierno. Pero no puedo darles más detalles. —¿Quién puede darnos más detalles? —preguntó CC y agregó— ¡no quiero encontrar más estos malditos cadáveres electrocutados en mi escritorio ni en la mesa
del forense!
El señor canoso le dio un número telefónico y una dirección y resultó ser el Ministerio de Defensa, una cartera muy revolucionada y en la que nadie quería estar al
mando. El ministro era un hombre joven, con visión futurista y había “contratado” los servicios de Lucretia para desarrollar un chip con miras a la defensa personal. En
115
el experimento primario, a cien voluntarios, se les había inyectado en la palma de la mano el chip de defensa. El mismo se activaba cuando la persona en una situación de peligro, palmeaba sobre el pecho del delincuente. El resultado era una descarga que paralizaba el corazón, casi sin dejar rastros. —Pero, ¿es legal? —volvió a preguntar CC, ahora al ministro. —Estamos en fase uno, podemos legalizarlo a través de decretos —dijo el ministro poco convencido, y agregó— desde ahora, donde termina la ley empieza la tecnología. Estamos en el futuro inspector, los virus y las bacterias que tanta lucha nos han dado, en el pasado, ahora, con la tecnología logramos aniquilarlas, ¿por qué no aplicarla para nuestra defensa? Regresó a la oficina. El ministro no le había pedido confidencialidad, pero, de todas maneras, no habló con sus compañeros. Quedó resonando en su cabeza la frase: ¿pero es legal? CC pensó al regresar a su casa, que seguiría viendo cadáveres electrocutados en el escritorio y en la mesa del forense, por muchos años más.
MÓNICA MARCHESKY Uruguay
Blog: http://persecucionesdel13.blogspot.com.uy/ Página WEB: http://monicamarchesky.wixsite.com/escritora
116