4 minute read

TIERRA COLORADA JUAN IRIARTE MÉNDEZ

TIERRA COLORADA

JUAN IRIARTE MÉNDEZ

Advertisement

Desde hace medio siglo se hizo la vía férrea y fue cuando pasó por primera vez el tren. Los habitantes de Tierra Colorada, pobres entre los pobres, dedicados a la agricultura de temporal, nunca tuvieron el gusto de que se detuviera en el pueblo la máquina que jalaba vagones de pasajeros y de carga. Se convirtió en estampa cotidiana oír el silbato, sentir un ligero temblor de tierra en las casas más cercanas a las vías y cuidar que no se atravesaran los niños que disfrutaban ver pasar el tren y hacían alboroto como si fuera la primera vez. El maquinista saludaba con gentileza agitando sus

manos.

Los más ancianos recordaban, no sin rencor, que el gobierno nunca les cumplió en su totalidad las indemnizaciones por verse afectadas sus tierras por el trazo de la línea ferroviaria. Nunca se cumplieron los términos del decreto expropiatorio. Habían pasado décadas de eso, sin embargo parecía que la afrenta había ocurrido recientemente.

El tema de la expropiación resurgía con fuerza cada año que las cosechas no se daban bien, o que la sequía daba al traste con vacas flacas que casi no daban carne ni leche.

La vida aburrida del pueblo cambió cuando, semanas después de llegar como nuevo profesor de la escuela primaria “Patria y libertad”, el joven Manuel Rodríguez, recién egresado de una escuela rural de normalistas, se enteró del añejo asunto y opinó:

146

Miren, lo que les hicieron fue una injusticia, un abuso del gobierno. Si quieren nos organizamos para exigir que les entreguen esos recursos que les robaron, porque las cosas hay que llamarlas por su nombre, fue un robo. Y disculpen que se los diga, pero abusaron de su ignorancia y buena fe. Ya estudié el caso con un amigo abogado y las cuentas que hizo arrojan una cantidad importante de indemnización al pueblo. Hay muy buenas posibilidades de ganar el caso. La decisión ustedes la toman. Eso sí, hay que luchar por todos los medios.

Las palabras del “profe” revolotearon en las cabezas de los pequeños propietarios que se vieron afectados, varios ya no vivían, pero sus descendientes al ver expectativas de dinero se convirtieron en los más entusiastas promotores de la gestión. La esperanza resurgió con fuerza y durante meses no se habló de otra cosa. Sin embargo, pese a que mes a mes iba el abogado al pueblo y junto con el profesor comentaban en asambleas que pronto se resolvería, que fulano que trabajaba en gobierno les iba a ayudar, que tal partido político tenía interés en apoyarlos, que había que hacer una nueva cooperación para los gastos del abogado, que ya había salido una nota en un periódico, etcétera, lo cierto es que no había avances tangibles. La desesperanza y enojo empezó a campear en el ánimo de los señores. Hubo una asamblea acalorada y de reclamos al profesor que ya no se hacía acompañar por el abogado, pues este había desertado por incompetente. Arengó el educador:

Ya no le demos vueltas al asunto. El gobierno no quiere pagar un solo centavo. Solo hay una forma que nos podría dar algún resultado positivo. No hay otra que seguir la vía de la presión, ya vimos que la legalidad no sirve de nada en este país. Si quieren que les den la liquidación hay que bloquear las vías del tren y obligar a una negociación justa. Les advierto que es delicado el tema, pero solo así entiende el gobierno. Y no porque esta comunidad sea pequeña y marginada vamos a aceptar más burlas.

Esas palabras fueron el detonante. Hubo debate pero se impuso por mayoría la decisión de bloquear las vías del tren. El toque de guerra estaba dado y el pueblo se vio unido y decidido. Se acordó el cuándo y el cómo y se nombraron comisiones para

147

todo.

El maquinista no daba crédito a lo que veía: estaba bloqueada la vía con promontorios de piedras. Por radio informó a sus jefes lo que ocurría. Cada día por ahí circulaban dos corridas de trenes que arrastraban miles de toneladas en productos diversos. Al día siguiente llegó una comisión negociadora en representación del gobierno. Prometieron al pueblo que ya estaba muy adelantado el asunto y su petición sería atendida favorablemente. Desbloquearon la vía y esperaron que en días próximos la comisión de funcionarios regresara para dar una respuesta concreta. Todos se mostraron animados y el profesor también. Sin embargo, transcurrieron dos meses y no hubo ninguna noticia, pese a que los señores del pueblo iban a oficinas en la ciudad una y otra vez sin ser atendidos. Se hizo un segundo bloqueo y cuando eso ocurrió de uno de los vagones bajaron varios policías que, sin contemplaciones, golpearon con salvajismo a todo aquel que se les atravesó. Se llevaron preso al profesor y no se supo más de él. El pueblo volvió a su rutina, todo quedó igual que antes, nunca más se detuvo el tren en Tierra Colorada, ni por las buenas, ni por las malas. Lo único que quedó de aquella lucha fue una espina muy clavada, misma que se removía cada vez que se escuchaba el silbato de la locomotora.

JUAN IRIARTE MÉNDEZ México

148

This article is from: