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VALENCIA
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Hacía tiempo que la sequía había terminado con las últimas semillas de la familia Jiménez. El puñado de esperanzas de resistir la falta de lluvia se malogró y en su lugar los condenó a vivir a expensas de un viejo condensador, cuyo rendimiento para sostener un sistema de plantas de baja humedad era mínimo. La falta de mantenimiento lo dejó al borde de la inutilidad con el paso de los años. Robi, el robot de la familia, lo vigilaba esperando que no llegara el día en que se apagara. Juntos eran un par de antiguos dispositivos que llevaban mucho tiempo con los Jiménez y eran la razón que les mantenía en este mundo. El condensador tomaba la escasa humedad del aire y la convertía en el suministro de las plantas, que eran especies modificadas para resistir el ambiente seco. Estas plantas daban algunos frutos, insuficientes para satisfacer la demanda nutrimental de los habitantes de la casa. Robi era quien cosechaba estos alimentos y ayudaba a la madre de familia a prepararlos para que los pudieran ingerir. El tesoro más preciado de los Jiménez y el nutrimento por excelencia de la casa eran las semillas de maíz, las cuales se iban terminando con cada temporada de sequía. Eran un regalo de la abuela fallecida, que por herencia les dejó una tonelada de semillas años atrás, antes de marcharse. Los Jiménez sembraban una parte y comían la otra. Poco a poco el montón se redujo, hasta que quedó una mísera porción que destinaron al pedazo de tierra que tenían como patio. La lluvia estuvo ausente otra vez y las semillas se perdieron en el suelo, bajo el calor y el viento infértiles. El maíz era, además de alimento, sustento espiritual. Significaba una conexión con la abuela, con su legado y con sus ancestros, gente que jamás conocieron. Personas que habitaron esos lugares mucho antes de que ellos nacieran, que trabajaron la tierra, que comieron maíz y otros productos obtenidos con gran esfuerzo. Personas que contaban historias sobre entidades divinas que crearon al maíz para proveer al ser humano de lo necesario para poblar el mundo y que su deber era corresponder con su cuidado, el del agua y los recursos para producirlo. Esas historias solo las contaba Robi, el robot que perteneció a la abuela durante sesenta años y escuchó muchas otras cosas que ningún otro miembro de la familia recordaba.
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Ante la amarga realidad de perder el maíz, los Jiménez se aferraron a mantener la conexión con lo espiritual y, con las pocas fuerzas anímicas para volver a trabajar su jardín, comieron lo que pudieron del condensador destartalado para disponerse a
comenzar.
Consigue más semillas dijo Sofía, la madre, a la más pequeña de la casa,
Jazmín. Sin agua el resultado será el mismo le respondió Jazmín, acurrucada junto
a la puerta; además, se acabó el dinero.
Vende al robot o intercámbialo continuó la madre, señalando al androide que retiraba las semillas maltrechas del exterior de la vivienda. Robi aún sirve interpeló la niña, con visible molestia, la abuela jamás hubiera permitido que lo vendieran. Tu abuela se fue hace tiempo objetó Tomas, el padre, caminando
apoyado en su bastón. Es lo que podemos hacer.
¡La sequía va a continuar y las semillas morirán otra vez!
¿Y qué más da? Los tres tenemos un pie en la tumba. Con lo que producen las plantas que nos entregaron los invernaderos del gobierno solo comemos una vez al día. Si de algo vamos a vivir, que sea de unas pocas semillas de maíz que podamos obtener, ¡Robi! El robot hizo su aparición en la estancia. Se quedó en la entrada, junto a Jazmín, a la espera de indicaciones. Vayan al mercado, encuentren a alguien dispuesto a hacer trueque con un
kilo de semillas ordenó Sofía.
Enseguida, señora contestó el ser mecánico, dándose la vuelta y empezando a caminar. ¡Robi! exclamó la niña, corriendo tras él. Lo alcanzó a la mitad de la calle, él iba resuelto sabiendo que pronto dejaría la casa de los Jiménez, a pesar de haber sido el compañero de la abuela por tantos años. Por supuesto, un robot carece de sentimientos y su programación se limita a seguir
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órdenes. Los humanos sufren, sobre todo aquellos que dependen de estos armatostes para subsistir y, como en el caso de la abuela, los que los utilizan como compañía. Jazmín, la hija de trece años de los Jiménez, lo consideraba muy importante: Era su compañero de juegos y cómplice de aventuras. Era la remembranza de su abuela y el libro de historias sobre su pasado. Si él se iba, se marcharía la abuela, olvidaría quien era y, como le costaba relacionarse con otros humanos, tendría dificultades para hacer amigos. Quédate con nosotros dijo Jazmín con lágrimas en los ojos.
Debo cumplir las órdenes de tus padres, el maíz es más importante para ustedes.
¡Ellos ya saben que por la falta de agua no servirá! ¡Ya son cinco años sin ella, desde que empezaron a desviarla a los campos de cultivo de la empresa extranjera y que lo poco que llueve tiene un precio que es imposible pagar! Las desigualdades del acceso al agua siempre han existido explicó el
robot. Pero el maíz resiste, como la humanidad. Por eso es tan relevante para tus padres. Les recuerda que poseerlo es un sustento más profundo que la necesidad fisiológica de alimentarse; es parte de su espíritu, sin importar vida o muerte. Es trascendencia. Es una herencia milenaria de los pueblos que caminaron por estas tierras, son sus raíces y su identidad, lo crearon los dioses y eso es algo que nunca les podrán quitar. Reflexionando sobre las palabras de Robi, Jazmín concluyó que aquello lo había dicho la abuela y, por lo tanto, tenía razón. Caminó a su lado, lo tomó de la mano y sintió el tacto frío de los circuitos que lo conformaban. Para los Jiménez valía más la esperanza de algo que albergaba vida en su interior, esperando por el momento exacto para liberarse, que algo que no necesitaba oxígeno para moverse. Entendía.
Dieron unos cuantos pasos, hasta que una voz proveniente de algún lugar cercano los perturbó: Interesante, un robot modelo 6K27. El tono de voz era siniestro, quien les habló estaba oculto en las sombras de
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un callejón contiguo. Jazmín y Robi se giraron, la total oscuridad del callejón sugería que se mantuvieran alejados. Por mucho tiempo he buscado a uno de los tuyos declaró una figura envuelta en una capa negra. Portaba un sombrero sobre la cabeza y un par lentes de cristales rojos le cubrían la mirada. Abandonó las sombras del callejón y parecía llevarlas con él.
¿Quién eres? preguntó la niña, con temor. Se pegó al cuerpo de Robi, pues el hombre inspiraba desconfianza. Llámame Magnifique, con eso será suficiente dijo con malicia . Necesito a tu robot. Verás, trabajo en un programa de energías alternas y reúno androides para que sirvan de base en el diseño del prototipo generador. Escaneando un rayo azul surgido de los ojos de Robi recorrió a
Magnifique. Tu nombre no aparece en ninguna base de datos. Debe ser falso.
¡Mi querido amigo robótico! ¿Qué importa quien soy? ¡Ven conmigo y salvemos al mundo!
Seguramente eres un ladrón o un contrabandista. Quizás un Ladrón del Suministro de Energías. Creí que todos estaban tras las rejas. Magnifique les devolvió una sonrisa sin dientes bajo sus anteojos. ¡Estás loco! Deberíamos denunciarte. Vámonos, Robi dijo la niña, mientras tiraba de la mano de su compañero. Por las buenas o las malas, niñita, tú decide amenazó el hombre, más siniestro que al inicio. ¡Aléjate!
Por las malas será el hombre sacó de su capa un dispositivo de choques eléctricos, listo para atacar a Jazmín. En ese instante, la mano derecha de Robi se transformó en un pequeño cañón láser que descargó un disparo contra Magnifique, antes de que este pudiera hacerle algún daño a la niña. En medio de una lluvia de chispas y un estallido, el hombre se elevó bruscamente y chocó con la pared del callejón. Su sombrero se encendió y la
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capa envolvió su cuerpo humeante, quedando inmóvil en el suelo. El rostro chamuscado quedó oculto entre la capa. Ni Jazmín ni Robi vieron su expresión. Fue la sorpresa que sacó a Jazmín del estupor cuando del interior de la capa de Magnifique surgió una pequeña bolsa de cuero. ¡Maíz! exclamó Jazmín al abrir la bolsa.
Los Ladrones del Suministro de Energía son conocidos por sus tratos con los productores agrícolas extranjeros. Ellos les dan energía y les pagan con parte de la cosecha le contó el robot.
¡Te podrás quedar con nosotros! ella estaba alegre por evitar el mercado
. Y cuando mis papás vean que nos puedes proteger te querrán más. Te lo tenías muy bien guardado. Tu abuela instaló un sistema de seguridad en mí por si algún día lo requerían. Me prohibió decirlo. Volvamos a casa, quiero contarles todo. Así, mientras recorrían las calles de vuelta al hogar, Jazmín sostenía la bolsa con el maíz. Portaba entre sus manos una oportunidad más para su familia y a su vez, recorría la ciudad con alguien que además de ser su compañero de juegos, la protegía. “¿Qué más se guardará este robot?” pensó fascinada mientras seguían caminando.
MARIO LÓPEZ ARAIZA VALENCIA México
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