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Directo al corazón. Educar para el servicio

Ana María Sánchez Garc´ía. Presidenta de EC

Hace unos días, una alumna de 2º de Bachillerato con la que dialogaba sobre sus posibilidades de futuro, después de nombrar algunas opciones que barajaba, resumió sus preferencias afirmando con sonriente rotundidad: “me gusta servir”. Me dio la impresión de que esta chica, aunque no sabe aún qué carrera va a estudiar, tiene muy claro que, sea lo que sea, quiere que su vida esté orientada hacia el servicio. Y pensé que el proceso educativo que ha vivido hasta ahora ha dado en ella realmente un fruto magnífico.

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El papa Francisco, en su Mensaje para el lanzamiento del Pacto Educativo Global, subrayó la necesidad de activar en nosotros un “triple coraje”: el coraje de poner a la persona en el centro, el de invertir las mejores energías con creatividad y responsabilidad y el de formar personas dispuestas a ponerse al servicio de la comunidad. Y el Instrumentum Laboris del Pacto afirma: “ningún educador logra el pleno éxito de su acción educativa si no se compromete a formar y a configurar, en aquellos que le han sido confiados, una plena y verdadera responsabilidad al servicio de los demás, de todos los demás, de toda la comunidad humana, comenzando por los que presentan una mayor situación de fatiga y de desafío. El verdadero servicio de la educación es la educación al servicio”.

Educar a una persona para el servicio supone formarle para reconocer la dignidad del otro, estar atenta a las necesidades de los demás y ser capaz de anteponer el bien común a sus propios intereses. Implica también transmitirle los valores de libertad y gratuidad; en un mundo en el que tantos buscan solo su propia ganancia, quien sirve elige actuar de una manera que no persigue recompensas personales. En definitiva, educarlo en y para el amor, porque el auténtico servicio es esencialmente un acto de amor.

Educar a una persona para el servicio supone formarle para reconocer la dignidad del otro, estar atenta a las necesidades de los demás

A servir se aprende, básicamente, sirviendo. Es importante que nuestras actividades educativas pongan a nuestros alumnos en situación de realizar algunos servicios, sea entre sus propios compañeros o de cara hacia afuera. Que sientan que las competencias que van adquiriendo los capacitan para hacer algo constructivo por los demás, para mejorar su entorno, comenzando por lo pequeño y abriéndose gradualmente a horizontes más grandes, y lleguen a comprender que la transformación del mundo en un lugar mejor y más habitable pasa por su compromiso personal. Y que experimenten lo que Gabriela Mistral llamó “la hermosa, la inmensa alegría de servir”, que el servicio se convierta para ellos en fuente de alegría y felicidad.

Sin duda, un factor fundamental es nuestro propio testimonio. Entender y vivir la educación como servicio nos hará capaces de mostrar a las generaciones más jóvenes la belleza y la plenitud que supone orientar la propia vida al servicio de los demás. Ojalá cada uno de nosotros sepa encarnar, en la sencillez de su quehacer cotidiano, las palabras de Jesús, el Maestro, a sus discípulos: “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve”.

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