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María Guerrero: "Los valores se transmiten por contagio"
Guerrero compartió en su intervención la relación que le une con la música desde su infancia y cómo a través de la Fundación que preside trabajan para ofrecer oportunidades a menores vulnerables.
Al hablar sobre su experiencia con la música, la ponente recordó que a pesar de no destacar en la interpretación, siguió esmerándose en practicar por la atracción que le provocaba. Para ella la música no era una cuestión de talento, sino “una puerta abierta a algo que atrae”. Por eso siguió practicando y en su adolescencia, durante una experiencia de voluntariado en una casa de misericordia de Santo Tomé y Príncipe, junto a las religiosas y los más necesitados, descubrió el poder sanador de la música cuando cada noche, juntos, compartían música y voces.
El paso más significativo relacionado con la música lo dio hace 12 años, cuando puso en marcha la Fundación para la Acción por la Música, con el objetivo de ofrecer un espacio a niños y jóvenes con situaciones familiares complicadas y poder transformar sus vidas. Contó cómo estos menores, que aseguran “sentirse libres” cuando interpretan música, además de encontrarse en un entorno seguro, aprenden música, mejoran su rendimiento académico y sus capacidades cognitiva y psicosocial, y todo ello se traduce en mejores oportunidades para su vida, lo que también incide en la transformación de la sociedad.
Respecto a la búsqueda de esa transformación, Guerrero aseguró que “debemos abrirnos a lo que transforma, tocar lo más profundamente humano”, y para lograr ese cambio aportó tres claves imprescindibles: la belleza, la ética y la espiritualidad. Guerrero afirmó que la experiencia de la belleza se lleva dentro y ayuda a transformar la sociedad porque es “una puerta sensible a lo metasensible, a lo que está más allá”, y que a su vez, la experiencia de lo bello lleva a la ética, donde residen los valores humanos, aptitudes que en su opinión no se cuentan, sino que “solo pueden vivirse” y que “se transmiten por contagio”. Ambas, belleza y ética conducen a la espiritualidad, a una profunda “conexión consigo mismo y con la naturaleza”. Para ella, esta triple conexión será la que en la adolescencia, ayude a los jóvenes a vivir y superar las situaciones que se les presenten.
Cuando buscamos transformar debemos tocar lo más profundamente humano
DIÁLOGO TRANSFORMADOR
Junto a Chema Villanueva, Álvaro Merino y María Guerrero continuaron dialogando sobre las claves para lograr transformar la sociedad desde la escuela.
Así, María Guerrero reflexionó sobre las claves para que los centros puedan educar en lo bello, como puerta a lo trascendente; en profundizar en la interioridad; y en lograr propósitos vitales. Recordó que para poder vivir la belleza es necesario atender a la interioridad, por lo que recomendó generar en los centros espacios donde poder parar y reflexionar “para permitir que esa experiencia de la belleza entre en nosotros”. Además, para ayudar a los niños y jóvenes a acceder a su mundo interior, en un entorno que arroja contínuos estímulos, la ponente recomendó generar hábitos de meditación, contemplación y silencio, porque, como afirmó “el silencio no es terrorífico, sino que permite poder trabajar la atención”, el umbral que tenemos que atravesar para que se dé todo lo demás.
Por su parte, Álvaro Merino incidió en la necesidad de inculcar a los alumnos la importancia de ser humildes y responsables. Para el experto, educar en la humildad se basa en trabajar tres habilidades sociales: “dar las gracias, lo que produce un efecto maravilloso; pedir perdón, desde la sinceridad; y pedir ayuda, porque supone aceptar que la vulnerabilidad es parte de la entrada al aprendizaje”. En su opinión, solo cuando se levanta la mano y se reconoce que no se sabe algo “se demuestra que se está en disposición de aprender”, aseguró. Respecto a los propósitos vitales, Guerrero advirtió que, a menudo, confundimos propósito con la idea de éxito dominante que hay en nuestra sociedad, y que en realidad se debe elegir entre las nociones de éxito que nos ofrece la sociedad. “Todos tenemos una formulación de nuestro propósito, con nuestra vida estamos respondiendo a la pregunta de qué estamos haciendo aquí”, concluyó.
Para Merino “el propósito es algo que no puedes enseñar, tiene que ser aprendido” y para explicarlo, compartió cómo respondió a la pregunta de su hijo sobre a qué podía dedicarse. Así, le dijo que pensara en ejercer un trabajo que contribuya a mejorar el ecosistema en el que esté, la vida de las personas que le rodean porque, según su opinión, “las personas necesitan tener por delante un sentido de utilidad”, que lo que se hace impacte y mejore en nuestro entorno, y ello requiere de tiempo.