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Prolog
nerviosismo de la altamar, a la mañana encapotada de nubes.
En el puerto encontraron a todos los notables y con todos intercambiaron palabras antes de abordar la nave. Herodicus se despidió de su hermano y lo miró cruzar el puente hacia la proa. Los navegantes soltaron las amarras y los remeros entraron en acción con un movimiento coordinado. Lentamente salió el galeón del puerto y tomó velocidad al alejarse de las costas de Siracusa y perderse en el horizonte.
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Los mares fueron clementes y llegaron a Atenas sin mayores contratiempos, los tres emisarios borrachos de oleaje y listos para pisar tierra firme.
Los recibió un grupo de cuatro thesmotethai, mismos que los condujeron a los aposentos que ocuparían durante su estancia. La mañana siguiente se presentarían ante la ekklesia en lo alto del Pynx, frente a la acrópolis con el Partenón dedicado a Atenea. A pesar de estar inconcluso, ya ostentaba una arquitectura impresionante que tronaba sobre la ciudad como una visión del Olimpo.
Gorgias iría por la tarde, junto a Tisias, a uno de los templos dedicados a la diosa, ofrendaría sacrificios a cambio de la sabiduría y de palabras justas para dirigirse a los ciudadanos, solicitar sus favores de no invadir su isla de origen.
Quizá no sería necesario el discurso, los atenienses ocupados con una peste que se salía de control, los enfermos llevados hacia las afueras de la polis, morideros que crecían en círculos concéntricos sin cura a la vista. Herodicus, su hermano, hubiera sido de utilidad, una ofrenda viviente para arrogarse los favores de la ciudad. —Los tambores de Esparta resuenan otra vez —dijo Tisias.
Gorgias lo sentía igual, el ambiente era eléctrico y los vientos de guerra asolaban los valles fértiles. La liga de Delos en un balance precario contra el Peloponeso. Era la nada que se abría camino en el mundo del ser, la esencia de las cosas devoradas por el olvido, la sangre de vida derramada en los campos de muerte.
A la salida del templo los interceptó un esclavo. Eran requeridos en la casa de Calicles. Tisias se deslindó, iría con Protarcos a visitar a Polos, un antiguo amigo de infancia que vivía en Atenas desde un tiempo atrás. Quizá llegarían después si las circunstancias lo permitían. En la casa de Calicles los esperaba Cerefón. Al verlos despachó a un esclavo en busca de Sócrates. —El maestro llegará en cualquier momento —dijo— . Adelante, Gorgias, eres bienvenido en esta morada.
Calicles hizo traer la comida y a los músicos. Los sirvientes llenaron cálices con vino de Kyos, uno de los vinos más afamados en todo el mundo helénico.
Gorgias bebió un sorbo y su mente se ennegreció en el acto, el sueño lo atacó con lucidez en ese momento de vigilia. Sintió un mareo y tuvo que sostenerse de una columna del patio interior. Cerefón lo ayudó y lo acercó a un camastro. Un sirviente abanicó para soplar aire al rostro.
Poco a poco, Gorgias recobró el sentido y la fuerza en el cuerpo. Le acercaron un cántaro con agua. —Debe ser el calor, maestro.
Gorgias asintió.
Sócrates hizo su aparición. Tanto Cerefón como Calicles fueron a su encuentro. Gorgias, desde el camastro, recuperando las luces, lo miró.
En efecto el hombre no tenía gracia, aunque era más joven de lo que imaginaba. Llegó a su lado con paso veloz. Se quedaron solos en el patio pues Cerefón y Calicles se habían desvanecido como una aparición. —Aquí estoy, existo, soy, ayer, hoy y mañana —dijo Sócrates sin introducción de por medio.
Gorgias no entendió. Nuevamente el círculo negro poblaba su visión. —El ser es, ilimitado según Parménides, pero al serlo, como refutas, no está en algún lugar, de ahí que no es. Y si no es no puede pensarse. No hay anamnesis posible, no hay ideas. Es la
nada del infierno donde las almas fenecen sin llegar al éter.
Gorgias escuchaba la voz socrática desde un embudo, voz lejana que lo envolvía en tinieblas. El círculo crecía y arrollaba todo a su paso.
Ésa había sido su posición para juzgar al gran poema, una broma acaso, un desafío de la palabra, del poder del discurso para impresionar a su maestro Empédocles. No era el ser el principio de todo, era el amor y su opuesto, los elementos imantados de vida, nunca la abstracción informe soñada por los eleátas. Por eso había demolido a los ídolos.
Y Sócrates lo sabía, pero no dejaría que un meteco fijara las coordenadas del pensamiento.
El vino haría su magia y las ideas se harían un pozo negro para siempre. Una forma poco filosófica de ganar un argumento, necesaria para los tiempos venideros. Los sofistas serían un punto negro en la historia.
La palabra revelaría la verdad siempre, única, luminosa, nunca el caos ni la simiente explosiva que estalla desde la nada, que gira en sí misma hacia su propia absolución. ¬
Óscar Delgado (México)
LA NEGRURA del espacio se extendía frente a él. Protegido por un gran panel de grueso cristal, observaba la Tierra y las estrellas alejarse, quietas como pequeñas islas de luz en medio de un mar negro. Parado frente a la ventanilla, imaginaba el silencio total que debía existir al otro lado. “Esa es la verdadera lengua del Universo”, pensó, “el verdadero lenguaje universal es el silencio”. El humo del cigarrillo y el ruido del propulsor se mezclaban con sus pensamientos, no obstante, mientras seguía con sus divagaciones, un sonido distinto lo arrancó de su ensimismamiento. La puerta detrás de él se abrió y otro sujeto de bata blanca lo saludó levantando una cajetilla de cigarros. El recién llegado prendió uno y se colocó a su lado a mirar por la ventanilla hacia la inmensa oscuridad.
Un silencio incómodo se instaló rápidamente entre los dos hombres. René se vio impulsado hacia sus recuerdos de la facultad, cuando apenas era un joven estudiante. En aquella época conoció al hombre de barba canosa que se hallaba junto a él. Su nombre era Theodor y habían sido compañeros por más de cuatro años en la universidad. Después de ello se convirtieron en rivales y ahora viajaban juntos a una colonia lunar para ver los resultados de su propio experimento. Pensar en ello hizo que René se sintiera un poco molesto ¿Por qué tenía que entrometerse en esto también? ¿No le bastaba con todas las críticas que le había hecho desde que empezó su proyecto años atrás? —¿Te pasa algo, viejo amigo? —La suave voz de Theodor detuvo su tren de pensamientos— . Parece como si quisieras lanzar a alguien por esa ventanilla y espero no ser yo. —No importa, cosas del pasado —respondió René centrando su atención en su excompañero—. Dime una cosa, Theodor, ¿Qué haces aquí? Creí que esperarías en la Tierra a que volviera con mis estudios para despedazarlos en la tranquilidad de tu casa. —Veo que sigues sin encajar bien la crítica — le dijo con una pequeña sonrisa en el rostro— . Nunca fuiste bueno en eso. Es parte de nuestro trabajo como científicos recibir algunos golpes. —Hay diferencias entre ser criticado y que alguien haga su carrera entera a costa de tu trabajo. —¿Eso crees? —respondió con una mueca— . Deberías estar contento de que se te preste tanta atención, eso significa que estás avanzando.
Theodor había sido su más grande crítico, en especial desde que comenzó su proyecto para desarrollar un único lenguaje universal ahora que la raza humana estaba empezando a caminar entre las estrellas. La idea central del proyecto de René era crear un lenguaje común para todos los humanos, pues teniendo en cuenta que existía la posibilidad de toparse con vida extraterrestre, lo mejor era tener una herramienta de comunicación que todo el mundo pudiera entender, independientemente de su nacionalidad o trasfondo cultural. El primer paso fue diseñarlo, así que René decidió integrar, a través de algoritmos y registros fonéticos y gramáticos, las familias lingüísticas más grandes del mundo en un solo sistema estructurado. Después de meses de ajustes lo bautizó como Prolog, derivado de las palabras Progressus y Logos. La tarea siguiente era lograr que lo aprendieran algunos sujetos para poder evaluar su función como sistema comunicativo. René la diseñó, desde el principio, como una lengua pensada única y exclusivamente para servir de herramienta, así que trató de eliminar las ambigüedades traba-
jando significado tras significado. Era como pulir un cristal hasta que fuera lo más transparente posible. Fue entonces cuando llegaron las primeras críticas, y de entre todas esas voces la de Theodor era la más ruidosa, siempre instigando, siempre cuestionando. —Eso es lo único que podemos hacer ahora, Theodor, avanzar. Parece que soy el único que lo entiende. —No seas tan engreído, amigo mío— le respondió entre risas—. Simplemente, algunos no tenemos la misma visión de progreso que tú. Se puede avanzar hacia muchas direcciones, no sólo hacia lo que tú consideras adelante. —Ah, ¿sí? Entonces, ¿Por qué actúan como grilletes todos los demás? Cada vez que doy un paso hacia adelante, ustedes no tardan en caer sobre mí como buitres sobre un cuerpo abandonado. —¿Sigues molesto por lo de la máquina de lenguas? Tienes que entender que es una herramienta peligrosa, René, ¿no ves acaso los riesgos que entraña su simple existencia? —¿Qué riesgos? Su único propósito, hasta ahora, es el de facilitar la difusión del Prolog. En lugar de torturar a alguien aprendiendo una nueva lengua, se instala directamente en su memoria. —¿Y qué me dices de lo que pudiera hacer más adelante? No hay seguridad alguna de que no se use para dominar a otros, para, literalmente, borrar otras culturas y aplastarlas bajo una lengua oficial. No es que sea una práctica nueva.
René no respondió inmediatamente a los reclamos de Theodor. Sacó otro cigarrillo y lo encendió mientras miraba la Tierra, pensando en el futuro, en lo que significaría de verdad lo que estaba haciendo. El tercer paso dentro de su plan fue diseñar algún tipo de herramienta que permitiera la rápida difusión y absorción del Prolog. Sin embargo, para lograrlo necesitaba fondos y equipo, así que decidió acercarse a varias instituciones internacionales para pedir ayuda. Las primeras en responder fueron empresas privadas que buscaban experimentar con tecnología capaz de integrar información en la memoria de las personas. Fue así como nació la máquina de lenguas: un equipo con la capacidad de insertar lenguas completas en los sujetos y lograr que hablaran y escribieran como auténticos nativos. Además, tenía la capacidad de sobrescribir lenguas mal aprendidas, creando una especie de rebobinado de aprendizaje mediante el cual se borra una memoria específica y se reemplaza por otra. —¡Bah! Tonterías —respondió molesto René—. No puedes culparme por algo que aún ni siquiera sucede. Además, el objetivo de todo esto es unificar a la raza humana bajo una misma lengua. Tenemos que dejar atrás las divisiones culturales y nacionales y empezar a pensar en cómo sobrevivir al futuro. —La igualdad no implica necesariamente borrar las diferencias René, eso lo sabes bien. Para unir al mundo tenemos que abrazar nuestra diversidad, no eliminarla como si fuera algo malo de por sí. —Me llamaban idealista por hacer lo que hago, pero ¿Te escuchas a ti mismo? La historia nos ha demostrado que esa diversidad y esa diferencia es el origen de los conflictos, no la solución. Prolog y la máquina de lenguas pueden borrar eso, creando las condiciones para algo nuevo. Ya basta de categorías que nos separen, no más racismo, no más xenofobia, no más nacionalismos podridos. —Eso se pensaba cuando nacieron los primeros estados nación ¿Y sabes qué pasó? Los que estaban en el poder aplastaron a los más desfavorecidos: naciones indígenas borradas bajo el peso de una bandera, culturas enteras trituradas bajo categorías totalizantes como “Europa” o “América Latina”. Miles de lenguas han desaparecido bajo la misma lógica que pregonas: todo con el fin de avanzar hacia adelante, todo en nombre del progreso. —¿Y qué esperabas que hiciéramos? ¿Sentarnos de brazos cruzados hasta que ocurriera la primera catástrofe por no estar lo suficientemente unidos? Prolog ofrece una posibilidad única: una lengua unida, una civilización unida, todos con un único objetivo. —¿Y qué me dices entonces de todos los que