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ACTUELLE HISTÓRICO

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RESTAURANTE

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Window shopping

Cuando supimos que Leïla Merchant había muerto por coronavirus a principios de abril, quisimos hablar de ella en estas páginas para recordar su trabajo como la escaparatista más importante de Hermès.

POR FERNANDA SELA

FOTOS: CORTESÍA HERMÉS / GETTY IMAGES.

Leïla Menchari (1927-2020) es una de las pérdidas que más han dolido a la industria en los últimos meses y otra de las personalidades talentosas, trasgresoras y diferentes que tanto aplaudimos en ELLE y a quienes nos gusta traer de vuelta en esta sección.

“Hermès no sería Hermès sin Leïla”, aseguró Axel Dumas, director ejecutivo de la casa francesa. La capacidad de imaginar mundos exóticos dentro de un espacio pequeño en los aparadores de la tienda, fue una de las cualidades de esta mujer que trabajó en la boutique de la calle Faubourg-Saint Honoré, en París, durante cuarenta años.

Su talento era saber contar historias de la misma manera que hace un escritor, pero en lugar de palabras, lo hacía con objetos que incluían bolsas de piel, mascadas de seda, piezas de joyería y otros accesorios de la marca de lujo, combinados con obras de arte como pinturas y esculturas de artistas que ella misma invitaba a colaborar y a quienes les comisionaba las piezas.

Diseñar un display era la oportunidad de crear un pequeño universo que podía ser un jardín, un desierto o el fondo del mar, pero sobre todo, eran escenas con las que buscaba provocar una reacción y echar a andar la imaginación de quien pasara por la calle y volteara a ver, aunque fuera de reojo. Cuatro veces al año revelaba un nuevo escenario que correspondía a una de las cuatro estaciones, y aunque fueran montajes efímeros que quedaron grabados en pocas fotografías –y en la memoria de muchos–, algunos fueron recreados para la exposición Hermès Takes Flight: The Worlds of Leïla Menchari en el Grand Palais (2017) o pueden verse en el libro de la novelista francesa Michel Tournier, The Queen of Enchantment.

Leïla era diferente, eso se notaba a simple vista y probablemente ella lo sabía también. Empezó a educar su ojo en su país, Túnez, con su cultura, sus paisajes, sus playas y más tarde, como la primera mujer admitida en la escuela de Bellas Artes. Sabía que dentro llevaba a una artista y esa no era la ciudad para dejarla salir. Quiso seguir estudiando y decidió hacerlo en París. A principios de los cincuenta se mudó a un cuarto de servicio en lo más alto de un edificio, y poco a poco la vida de estudiante y el trabajo como niñera, así como una fuerte persistencia y horas de dedicación a pintar y pintar y pintar, se convirtieron en idas al teatro, caminatas nocturnas, una íntima amistad con Azzedine Alaïa y muchas visitas a anticuarios y mercados de pulgas con su inseparable amiga María Félix.

Un día un amigo le sugirió que buscara trabajo en Hermès. Sus dibujos fascinaron a Ana Beaumel, que entonces hacía lo que hoy conocemos como visual merchandising y rápido se convirtieron en la dupla que combinaba bien la creatividad con la imaginación. Así, Leïla llevó una nueva dimensión a los aparadores incluso antes de que la nombraran directora del equipo de decoración en 1978. Sus diseños proponían una manera de mirar el mundo y una nueva interpretación de la belleza. Porque la belleza está en todas partes, está ahí para ser descubierta y el don de Leïla fue señalarla a través de las ventanas de Hermés.

COMO MODELO Por su estilo effortless chic para vestirse, el diseñador Guy Laroche la invitó a ser la cara de una colección inspirada en ella misma.

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