CONTAMINADO Y NATURALIZADO. ¿ES EL AMBIENTE UNA PRIORIDAD PARA EL TRABAJO SOCIAL?

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EJE: Justicia ambiental: los desafíos para el ejercicio profesional.

CONTAMINADO Y NATURALIZADO. ¿ES EL AMBIENTE UNA PRIORIDAD PARA EL TRABAJO SOCIAL? Andrea Milesi1 Hebe Rigotti2 Nayla Azzinnari3 Noelia Soledad Sánchez4

Resumen ¿Cómo perciben e interpretan el ambiente los estudiantes de la carrera de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Córdoba? A partir de esta gran pregunta, en esta ocasión nos detenemos en los resultados obtenidos al relacionar esta temática con los contextos de prácticas pre-profesional, donde las problemáticas ambientales parecen carecer de protagonismo. Este hallazgo nos lleva a reflexionar acerca de los procesos de naturalización que atraviesan a los estudiantes. Así, se torna natural que los espacios de intervención sean sucios, contaminados y degradados porque allí hay otras prioridades, otras urgencias. Traemos entonces para la discusión las potencialidades de visualizar el derecho al ambiente sano, no apenas como prioritario, sino como un principio básico de justicia social.

Colocando en contexto La dinámica que cada sociedad desarrolla en interacción con su ambiente comporta y conforma particulares representaciones de los sujetos acerca de su entorno. La magnitud de las problemáticas ambientales actuales, derivadas del impacto de las actividades humanas sobre el medio físico, multiplican las señales de alerta indicando la necesidad de concientización y transformación de las prácticas sociales respecto del ambiente. De allí que la reflexión en torno a estas cuestiones, cuanto la estimulación

1

Mgter. en Antropología Social. Profesora Titular Regular - Escuela de Trabajo Social - Universidad Nacional de Córdoba. andreaimilesi@gmail.com 2 Lic. y Prof. en Psicología. Profesora Adjunta Regular. Facultad de Psicología - Universidad Nacional de Córdoba. heberigotti@hotmail.com 3 Lic. en Comunicación Social. Adscripta a la cátedra “El sujeto desde una perspectiva socio- antropológica y cultural”. Escuela de Trabajo Social - Universidad Nacional de Córdoba. nay_azz@hotmail.com 4 Lic. en Trabajo Social. Adscripta a la cátedra “El sujeto desde una perspectiva socio- antropológica y cultural”. Escuela de Trabajo Social - Universidad Nacional de Córdoba. nssnss1202@gmail.com


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de actividades y actitudes alternativas -el “hacer lo cotidiano de otra manera”- presenta una relevancia significativa. Ello porque los sistemas simbólicos son constructos sociales que producen el mundo (Bourdieu, 1995). No se contentan apenas con reflejar las relaciones sociales sino que también contribuyen a su generación, por lo que es posible afirmar que todas aquellas labores tendientes a incidir sobre las representaciones sociales acerca del ambiente resultan particularmente importantes. Ahora bien, el accionar humano es un aspecto clave en el tratamiento de las cuestiones que se vienen apuntando, por lo que resulta crucialmente significativo conocer las percepciones que las personas sustentan sobre estos temas. En este orden de ideas, a comienzos de 2012 el equipo de investigación empezó a desarrollar un trabajo exploratorio, descriptivo e interpretativo tendiente a establecer cómo perciben e interpretan al ambiente los estudiantes de la carrera de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Córdoba5. Qué problemáticas ambientales recuperan, qué prácticas sustentan en su vida cotidiana, y cómo es percibida la temática en relación con sus prácticas de intervención. Ello dentro de un contexto en el que la UNC viene dando numerosas muestras de interés por la cuestión ambiental, entre otros aspectos manifestada por la creación de la Unidad Central de Gestión Ambiental Sustentable, organismo destinado a llevar adelante un programa para generar medios y dispositivos adecuados para promover la adopción de conductas social y ambientalmente responsables. En el presente trabajo traemos para la discusión resultados parciales de la labor realizada, focalizándonos particularmente en la relación ambiente, derechos, justicia ambiental y trabajo social. Como primer paso se implementó una encuesta representativa y estratificada según año de cursado de la carrera. La muestra quedó establecida en un total de doscientas cincuenta personas consultadas, distribuidas proporcionalmente al número de alumnos inscriptos en cada año. Concluido el proceso, se realizaron entrevistas individuales y grupales a estudiantes de distinto sexo, edad y año de cursado de la carrera.

La mitad de un ambiente De acuerdo con las respuestas recogidas en las encuestas, ambiente o medio ambiente es asociado a naturaleza: espacios exteriores, lugares verdes, naturaleza separada de acciones humanas y relaciones sociales. De ello se desprende que los 5

Proyecto Subsidiado por Secretaría de Ciencia y Técnica de la Universidad Nacional de Córdoba. Resol SECyT 162/12 y Resol SECyT 124/13


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sujetos, en tanto individuos pero también seres sociales, no se piensan en relación con el ambiente. Otras asociaciones de ambiente explicitadas en las respuestas a las encuestas presentaron referencias a contextos más amplios, y decididamente intervenidos, como es el “espacio urbano” y construido de las “ciudades”, con sus “edificios” y “avenidas”. Sin embargo, tales ideas no dejan de ser la referencia a condiciones ajenas a los sujetos, meros entornos, contextos físicos/geográficos donde las actividades tienen lugar, pero donde los sujetos no se involucran. Tanto los ambientes más naturales, como estos otros más urbanizados, son igualmente condiciones dadas, que están allí como simples exterioridades. Solo excepcionalmente se registraron respuestas como: “un todo no solo natural sino también social y cultural”, “lugar de vida y relación con los demás”, “naturaleza de totalidad compleja traspasada por lo social”, que expresan una idea de ambiente que los incluye como sujetos activos en relación a él. Examinando respecto a que se percibe como problema ambiental las respuestas daban cuenta de aquellos generado por la acción humana. El problema mencionado con mayor frecuencia fue la “contaminación”, pero también “contaminación de aire”, “contaminación del agua”, “contaminación del suelo”, es decir, los distintos medios pasibles de contaminarse. Otras respuestas para “contaminación” especificaron qué agente podía causarla, por ejemplo, los vehículos o los efluentes industriales. Avanzando sobre la encuesta indagamos acerca de la postura personal de cada encuestado respecto de sus actitudes proactivas hacia el ambiente y frente a los demás. Una significativa mayoría se identifica con posiciones activas de cuidado. Esto nos estaría indicando un alto nivel de conciencia ambiental. Más aún un alto nivel de activa participación en favor del ambiente. Sin embargo, en los contextos de entrevistas, donde los sujetos son directamente interpelados sobre la temática, la cuestión presenta otras aristas. Las respuestas acerca del ambiente son precedidas de grandes silencios, dudas y reflexiones hechas por primera vez, seguidas reiteradamente de un “no sé…lo estoy mirando ahora porque me lo preguntas, pero sino…”, como una forma de pensar la respuesta, poder observar al ambiente que los rodea en ese momento y organizar su discurso. De igual modo, al considerar los contextos de intervención pre profesional, las problemáticas ambientales carecen de protagonismo: “golpeas la puerta y no es lo primero que te dicen la contaminación del pozo, te dicen tengo cinco hijos y no van a


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la escuela”; “nos focalizamos tanto en los seres humanos que ponemos como un tema menor al medio ambiente. Lo que me pasa a mí me parece que les pasa a muchas personas… ocuparse de cuestiones realmente graves. Uno a veces tiene más la cabeza en otras cosas. No es algo que vaya como una línea importante en la carrera”. Estas evidencias nos llevan a reflexionar acerca de los procesos de naturalización que atraviesan a los estudiantes. Así, se torna natural que los espacios de intervención sean sucios, contaminados y degradados porque allí hay otras prioridades, otras urgencias. Prioridad es la salud, la vivienda, el alimento. Quedando opacada la interrelación necesaria entre sustrato material y condiciones dignas para la existencia. Todo lo cual nos coloca ante el importante desafío de poner en discusión las potencialidades de visualizar el derecho al ambiente sano, no apenas como prioritario, sino como un principio básico de justicia social y en relación ineludible con aquellas cuestiones que sí son rápidamente reconocidas como prioritarias.

La Justicia Social reuniendo las partes La expresión "justicia social" (giustizia sociale) fue acuñada por el sacerdote jesuita italiano Luigi Taparelli, quien en un contexto de malestar producido por las condiciones de vida y trabajo de las clases trabajadoras, derivadas de la expansión de la sociedad industrial, va a sostener: “la justicia social debe igualar de hecho a todos los hombres en lo tocante a los derechos de humanidad” (Taparelli, 1843:355) Con ello apuntaba a destacar la necesidad de atacar la distribución desigual de los bienes y asegurar condiciones dignas para la existencia humana. En buena medida, la vida misma de las personas está fuertemente ligada al espacio donde habitan, circulan y se relacionan. Somos sujetos situados en un tiempo y espacio específico. Así la experiencia humana es, en gran parte, dependiente del ambiente donde tiene lugar, aspecto que por su cotidianeidad suele pasar desapercibido. De hecho, cuando se aborda la relación justicia-ambiente se observa que la justicia ambiental es un tema que no ha merecido hasta el presente la atención debida. En no pocas oportunidades se plantea como un párrafo aparte dentro de los grandes problemas de justicia social. La expresión, "justicia ambiental" (environmental justice) se acuñó en los Estados Unidos a mediados de la década de 1980, en el seno de comunidades pobres de gente de color, y en su mayoría mujeres. Dio origen a un movimiento que considera “que la justicia social, la sustentabilidad económica local, la salud y la gobernabilidad


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de la comunidad son parte del medio ambiente”, entendido éste como "el lugar donde trabajas, donde vives, donde juegas". La composición de género, raza y clase son ingredientes que desde sus orígenes distinguen al movimiento del ambientalismo general dominante, cuyos componentes históricamente han sido blancos de clase media y cuyos dirigentes han sido hombres casi siempre (DiChiro, 1999) Más aún, por mucho tiempo el interés por las cuestiones ambientales fue asociado con preocupaciones propias de clase medias acomodadas que al tener sus necesidades básicas satisfechas se volcaban a cuidar del planeta. Ronald Inglehart (1988) distinguiendo entre valores materialistas, los vinculados a la supervivencia y seguridad personal, señalaba que “la sociedad tiende a dirigirse hacia unos valores “postmaterialistas”, relativos a la calidad de vida auto realización, etc. al aumentar su riqueza y seguridad económica”. Esas miradas abrieron la puerta para establecer escalas de necesidades y urgencias, donde una vez más los sectores más vulnerables son los primeros perjudicados. Podrá argumentarse que los problemas ambientales no reconocen fronteras. Lo cual suele ser cierto, pero también lo es que las consecuencias indeseables del maltrato ambiental no adquieren los mismos contornos para todos los colectivos sociales. Suelen ser los más pobres los que habitan los ambientes más degradados y los que tienen menores recursos para resistir nuevas ofensivas contra su hábitat. Asimismo, son los más pobres quienes peores consecuencias enfrentan ante igual amenaza. De allí que la justicia ambiental ha sido definida como “el tratamiento justo y la participación significativa de todas las personas independientemente de su raza, color, origen nacional, cultura, educación o ingreso con respecto al desarrollo, implantación, aplicación de las leyes, reglamentos y políticas ambientales” (Agencia Federal de Protección Ambiental, EPA por sus siglas en inglés). Cabe destacar que “tratamiento justo significa que ningún grupo de personas, incluyendo los grupos raciales, étnicos o socioeconómicos, debe

sobrellevar

desproporcionadamente la carga

de las

consecuencias ambientales negativas como resultado de operaciones industriales, municipales y comerciales o la ejecución de programas ambientales y políticas a nivel federal, estatal, local y tribal”. (http://www.epa.gov/espanol/) Si bien estas ideas han sido sobradamente abordadas por la teoría, la situación no parece ser la misma en la práctica, donde continúan siendo postergadas las cuestiones ambientales y dicha postergación redunda en perjuicio de los más necesitados, ocultándose la situación detrás de categorías de necesidad y urgencia.


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La subjetividad percibiendo lo necesario y lo urgente Las percepciones subjetivas permiten conocer y valorar qué se entiende a nivel subjetivo acerca de las problemáticas ambientales. El que se pueda considerar un problema a nivel subjetivo puede variar entre un sujeto y otro. Tomaremos en consideración el problema de la percepción a continuación. La percepción es uno de los temas inaugurales de la psicología como ciencia y ha sido objeto de estudio en distintas oportunidades. Antes de buscar definir este concepto diremos que para conocer el mundo interior o exterior, los seres humanos necesitamos realizar un proceso de decodificación de los mensajes que se reciben a través de todo el cuerpo. No se trata de un proceso pasivo, los sentidos nos informan de los estímulos recibidos, y a ello le agregamos un significado. Se define entonces como percepción al proceso cognoscitivo a través del cual las personas son capaces de comprender su entorno y actuar en consecuencia según los impulsos que reciben. Tratamos de entender la organización de los estímulos generados por el ambiente y darles un sentido. De este modo lo siguiente que hará el sujeto será enviar una respuesta en consecuencia. Podemos decir que podría no ser lo mismo para todos la forma material de un objeto, ya que esta no afecta solo al objeto y sus propiedades, la forma tal como la percibimos a través de nuestros sentidos, se da cuando intervienen: la información parcial que nos llega del objeto, nuestros sistemas receptivos, el proceso de percepción y de interpretación. La forma percibida por nuestro sistema de percepción implica orientación espacial, límites, y contextos de estímulos visuales. Percibimos todo esto como un esquema total, no como una suma de partes. La percepción es una actividad activa y organizadora; no esperamos que la información llegue al ojo, vamos a buscarla y la procesamos. A partir de la experiencia anterior nuestro cerebro construye rápidamente conceptos perceptuales que nos permiten aprehender lo que vemos. La percepción según la Gestalt, escuela fundadora de su estudio, no está sometida a la información proveniente de los sentidos, ya que es la percepción la encargada de sancionar el dato sensorial. Si recibiéramos de manera indiscriminada los datos de la realidad, esto implicaría un estado de continua confusión en el sujeto, quien tendría que ocuparse del volumen de datos y no de actuar sobre el ambiente de manera adecuada. La psicología de la Gestalt entendió la percepción como guiada por la mejor


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forma, es decir que la percepción garantiza que la información percibida del ambiente permita la construcción de conocimientos. La percepción es un proceso de formación de representaciones que consiste en una función que le posibilita al organismo recibir, procesar e interpretar la información que llega desde el exterior valiéndose de los sentidos. La percepción ambiental es un proceso complejo y activo que involucra componentes cognoscitivos, afectivos, relación causal directa a partir de la realidad física y objetiva del medio (Gibson, 1974) es prioritario conocer las percepciones ambientales interpretativas y evaluativas, que operan de manera simultánea en un mismo tiempo y espacio. De allí la importancia de enfocarnos en cómo es el proceso de percepción de las necesidades y de las urgencias. Los problemas ambientales están mediados por la percepción de los sujetos, no todos estamos en condiciones de percibir como un problema los contextos ambientales. “En ocasiones, es más fácil desprenderse del problema, cuando no se asume por parte del individuo y de los integrantes de su localidad la responsabilidad de hacer frente a los problemas de orden cotidiano y no crece el interés por participar con acciones que ayuden a mejorar su entorno inmediato, al contrario se tiene la creencia que esas problemáticas ambientales les confiere dar solución a las instituciones gubernamentales” (Flores y otros, 2010). La percepción ambiental no se encuentra determinada únicamente por las características físicas del ambiente, toda vez que incluye la experiencia y la participación dentro del sistema que involucra al sujeto y al ambiente. Muchas veces no se percibe el problema ambiental, no se constituye como una prioridad para la sociedad. Sin embargo, en materia ambiental la necesidad y la urgencia son dos caras de la misma moneda. La necesidad apunta a una carencia o exigencia de un objeto, a ser definida en cada caso específico. Por su parte, la urgencia se configura frente a una situación apremiante que debe ser atendida sin demora, debe resolverse de forma inmediata. De allí que al ser interpelados por las situaciones con que se encuentran los estudiantes en los contextos de intervención, su primera reacción sea intentar satisfacer lo inmediato o urgente. Lo prioritario es la satisfacción de necesidades (materiales y no materiales), propender al acceso de satisfactores en torno a las relaciones sociales que se generan en su medio, el acceso a las instituciones y el acceso a la efectivización de sus derechos. Desde esta perspectiva el ambiente es un contenedor de las relaciones que no influye en forma directa en el sujeto, resultando casi inocuo para su vida.


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En tanto la problemática ambiental no sea planteada como una necesidad social insatisfecha que afecte la reproducción cotidiana, no es visualizada como un problema o una prioridad para la intervención. Lo que es abonado por imaginarios sociales que naturalizan ciertos espacios como inevitablemente contaminados. La gente vive en condiciones insalubres, el hacinamiento es moneda corriente, viven del cirujeo. La villa es un lugar sucio. Estas condiciones, a fuerza de recrear lo esperable, no constituyen un problema, mucho menos una prioridad, opacándose la relación existente entre temas sí considerados prioritarios como la salud y las condiciones del medio en que los sujetos habitan. Lo que en no pocas oportunidades se relaciona directamente con una construcción del otro al que se le asignan determinadas características, donde la preocupación ambiental parecería no tener cabida.

Las comunidades preocupadas y ocupadas por el ambiente Suele pensarse que los sectores populares no actúan frente a las malas condiciones ambientales en las que desarrollan su existencia. Esta premisa tiene como contracara aquella concepción ya señalada que sitúa a las problemáticas ambientales como preocupación de clases socioeconómicas medias y altas, que podrían dedicarse a estas cuestiones por tener “ya resueltos” los aspectos relativos a la subsistencia. Esta idea conduce a pensar que la inacción de los individuos (y/o las comunidades) frente a un ambiente pernicioso responde a que ellos mismos tienen muchos problemas urgentes que resolver y por tanto el ambiente no sería una prioridad frente a la multiplicidad de asuntos que requieren solución. Otro discurso dominante es el que afirma que los pobres viven así porque quieren. La indiferencia respecto del ambiente se explicaría aquí porque el entorno contaminado es en realidad resultado de las prácticas habituales de los pobladores, que degradan el ambiente en sus actos diarios de trabajo, alimentación, calefacción, ocio, etc. Ambas opciones se asientan sobre la certeza de que los sectores más pobres – justamente quienes habitan ambientes más nocivos- no se ocupan ni preocupan por las condiciones de su medio. Quedan así opacados casos en los que la acción por motivos ambientales en poblaciones populares no solo tiene lugar, sino que incluso ha conseguido como resultado de esa acción cumplir parte de sus demandas. Para discutir este planteo, traemos a cuenta tres experiencias en las que distintos investigadores relatan el posicionamiento y la disposición a la acción por parte de habitantes de sitios contaminados.


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El primer caso de sufrimiento ambiental transcurre en Villa Inflamable, zona sur del conurbano bonaerense cuyos aproximadamente cinco mil habitantes son “víctimas de desgracias ambientales, económicas y políticas, desgracias que ellos no han producido” (Auyero y Swistun, 2008:20). Allí se localiza uno de los polos petroquímicos más grandes de la Argentina, el altamente contaminado Río de la Plata con sus desechos de curtiembres y otras industrias, un relleno sanitario y un incinerador de residuos peligrosos. Metales como plomo, cromo y benceno están presentes en el suelo, agua y aire del lugar. Los temores sobre las enfermedades que silenciosamente podían estar afectando sus cuerpos, y las dudas sobre las causas de aquellas dolencias ya manifiestas eran una constante entre los habitantes de la zona. Los múltiples mensajes y actores que circulaban en torno al lugar y su problemática (abogados, médicos, periodistas, trabajadores sociales, políticos, empresarios) abonaban la confusión sobre la realidad de la situación, sus causas y consecuencias. Haciéndose eco de los discursos provenientes de autoridades de las empresas petroquímicas, cierto sector de la población afectada afirmaba que una porción de sus vecinos, posteriormente llegados y de condición más pobre, eran los responsables de la contaminación puesto que ella derivaba de sus prácticas. La confusión reinante, la insistencia en sostener diferencias sociales al interior de una comunidad igualmente afectada, la dependencia relativa de los pobladores respecto de sus contaminadores a través de empleo y programas y productos asistenciales, podrían ser algunas de las razones que expliquen por qué la organización para la acción no fue hasta ahora posible en este sitio, donde la máxima expectativa era conseguir una relocalización o una indemnización de dinero suficiente para iniciar una mudanza. La solución visualizada, descripta por los autores como una “espera expuesta” que condensa esperanza y resignación, estaba puesta en el afuera: otro lugar, no contaminado, a donde les sea posible llegar mediante la gestión de alguna otra persona u organismo. El segundo caso es relatado por Daniel Renfrew (2007) sobre lo transcurrido en el Barrio obrero La Teja, en la ciudad uruguaya de Montevideo. En el año 2000, una familia descubrió que su hijo tenía altísimos niveles de plomo en sangre. A partir de allí se fueron descubriendo nuevos y graves casos de personas –sobre todo niñosafectados por la disposición ilegal de efluentes y residuos de las industrias locales. La movilización popular reunió en la ‘Comisión Vivir sin Plomo’ a los padres de los niños


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afectados, habitantes, militantes barriales, comunicadores, estudiantes, médicos y otros. Bajo la forma de asamblea, con ancla en las tradiciones barriales y apelando a los sentidos de pertenencia y solidaridad, esta movilización consiguió gran repercusión mediática e incidencia en la agenda política, transformándose la intoxicación por plomo en el primer caso de “contaminación masiva” de Uruguay. El último caso corresponde a Bouwer, una localidad del área metropolitana de la provincia de Córdoba, a donde se destinaban diariamente las 2.500 toneladas de basura producida por la ciudad capital y otros municipios. Además del vertedero de residuos, en Bouwer coexistían un incinerador de residuos patógenos, una planta de almacenamiento de residuos peligrosos, un depósito judicial provincial de vehículos, una planta de fundición de plomo y una fosa para la descarga de residuos industriales líquidos. Plaguicidas aplicados a las plantaciones particulares de soja lindantes al pueblo se sumaban a la lista de agentes contaminantes cercanos. El permanente y nauseabundo olor a basura sumado a la aparición de enfermedades de variada magnitud- condujo a que sus habitantes se quejaran ante el intendente del lugar. Los que eran reclamos informales y desarticulados al principio, pronto se tornaron en reuniones periódicas y organizadas de un colectivo que se dio el nombre “Bouwer Sin Basura”, integrado por vecinos y un número mayor de vecinas, intendente, y profesionales externos de distintas especialidades. La información sobre la situación ambiental de Bouwer fue construyéndose en este marco, así como las estrategias detrás de las acciones. Al cabo de dos años se consiguió el cierre del incinerador y el vertedero de residuos y la limpieza del depósito de vehículos. Quienes participaron de esta organización vecinal decidieron salir a buscar lo que querían y hacer lo que consideraban necesario hacer para alcanzar sus objetivos. Por eso, el relato de este caso no fue una "crónica de la espera" sino de la acción, del poner el cuerpo, ya no por imposición externa para ver el deterioro sufrido por los efectos del vivir ahí, sino voluntariamente y para que eso dejase de ocurrir (Azzinnari, 2011 y 2012a). La movilización que en este caso se generó a partir del ambiente degradado fue “una lucha contra la sumisión. Hay en ellas [las vecinas participantes] un saber/creer que los reclamos no pueden basarse únicamente en quejas esperanzadas para que otros lleven adelante las acciones necesarias para producir un cambio. No esperan que todo venga de los otros, sino que van en su búsqueda y al hacerlo rechazan la


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contaminación ambiental, pero sobre todo, la dominación política y cierto androcentrismo que le viene adosado” (Azzinnari, 2012b:25). En la misma línea analítica, explica Renfrew que “los principios de justicia promovidos por la CVSP (…) están arraigados a un mundo fenomenológico particular y sus metas se juntan a la lucha por el reconocimiento, el respeto y el empoderamiento” (2007:237). Tanto en el caso de Bouwer como en el de La Teja, la lucha reafirmó la elección de vivir en el lugar. No se reclamó al Estado una vivienda en otro barrio menos contaminado (demanda que asimismo hubiera sido legítima, como fue el caso de Villa Inflamable). Pelearon por un territorio que era propio y anterior a las intervenciones contaminantes eufemísticamente llamadas “planta de tratamiento”, “vertedero controlado”, “relleno sanitario”, “depósito judicial”. Mientras que “Los discursos dominantes responsabilizan a los damnificados por su enfermedad” (Renfrew, 2007:236), el entorno degradado puede convertirse en terreno propicio para el fortalecimiento de las comunidades. Defendieron el sitio que habitan con los insumos que a lo largo del tiempo forjaron en ese mismo ambiente: identidad, experiencias, vínculos, tradiciones. Al hacerlo, devinieron sujetos políticos, sujetos de derecho en pleno ejercicio de ciudadanía.

¿Y los estudiantes de Trabajo Social? Queda, sino suficientemente demostrado al menos puesto en cuestión, que lo ambiental no es un tema de privativo de clases medias y altas. No solo porque los sectores más pobres dan sobradas muestras de tomar entre sus manos estas luchas, sino porque los problemas ambientales son más acuciantes para ellos que para los otros. Lo ambiental, entonces, no es aquello que mirar cuando todas las necesidades ya están satisfechas, sino aquello que en muchos casos debe tenerse en cuenta para que las necesidades más básicas puedan ser satisfechas. A partir de lo expuesto consideramos que los estudiantes en sus espacio de prácticas de intervención se asoman a la realidad atravesados por múltiples variables que incluyen desde los conocimientos impartidos por la academia, como así también las representaciones que construyen sobre los espacios a intervenir. En estas últimas se encuentran las características cualitativas asignadas al entorno mediante referentes que se elaboran desde sistemas culturales e ideológicos específicos, construidos y


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reconstruidos por el grupo social, lo cual permite generar evidencias, construcciones simbólicas de la realidad. Sabemos que los problemas ambientales no comunicados o incomunicables, no existen socialmente. De allí que las condiciones ambientales no sean una prioridad. De allí también la necesidad de ponerlos de manifiesto. Llegado a este punto, es preciso preguntarse si los estudiantes de Trabajo Social problematizan las condiciones ambientales de los lugares donde transcurren sus prácticas o si, por el contrario, la contaminación ambiental es un escenario naturalizado donde frecuentemente habitan los sujetos de sus intervenciones. ¿Forma parte del imaginario del estudiante de Trabajo Social que el lugar donde se desarrollan las prácticas sea necesariamente, naturalmente, sucio y contaminado? ¿Es esta una situación que se da por supuesta? ¿Se asocia la profesión a determinado tipo de lugar o condición social/ambiental? Es de esperarse que parte de las repuestas tengan relación con la tensión inherente a la construcción de la agenda de trabajo. Que la situación ambiental tenga un lugar en ella ¿dependerá de la importancia que le asignen al ambiente los sujetos que lo habitan? Si esa preocupación existiera, ¿la formación del estudiante de trabajo social actúa facilitando u obturando la posibilidad de reconocerla? Más aún, si no fuese una preocupación por parte de los sujetos a quienes destinan sus labores, ¿tendrían condiciones de proponerlo?. Podríamos arriesgar que si el ambiente no es una prioridad en el imaginario del estudiante de Trabajo Social puede deberse a la dificultad en establecer una relación entre el ambiente y la vida cotidiana y material de los sujetos. En este punto, es nuevamente la concepción que se tenga del ambiente lo que puede incidir en la importancia asignada al mismo en la vida de las personas y, por ende, en la práctica pre profesional. Una idea de ambiente asociada únicamente a espacios de naturaleza y alejada de las condiciones diarias de vida de los sujetos sin duda carecerá de importancia al momento de planificar y transitar la intervención. En cambio, su consideración puede ser imprescindible si se lo entiende en interdependencia necesaria con los sujetos que lo habitan y son moldeados por él. Párrafos atrás decíamos que ambiente es el lugar donde trabajas, donde vives, donde juegas. Ambiente es el agua para beber, si es que hay agua que beber. Es una dimensión en estrecha vinculación con las realidades sanitarias,

educativas,

nutricionales,

laborales,

económicas,

habitacionales,


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comunitarias, etc. Tan estrecha como la correlación entre el derecho a un ambiente sano, la justicia social y la justicia ambiental.

Referencias AUYERO, J. y Swistun, D. (2008) Inflamable: Estudio del sufrimiento ambiental. Buenos Aires. Paidós, 1a ed. AZZINNARI, N. (2011): La lucha de las mujeres de Bouwer. El vertedero de residuos y la oportunidad política de salir a protestar. Avatares de la Comunicación y la Cultura, revista de la carrera Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, ISSN

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2,

agosto

de

2011.http://avatares.sociales.uba.ar/avataresentera.pdf (2012a): Contaminación ambiental, dominación política e invisibilización pública. Bouwer y la disputa por la apropiación del ’campo. Question, revista de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, ISSN 16696581,

34,

Edición

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de

2012.

Disponible

en:

http://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/question/article/view/1421/1304 (2012b): Maternidad y militancia ambiental en carne propia. Las mujeres de Bouwer contra el vertedero de residuos. Oficios Terrestres, revista de Ciencias Sociales desde la Comunicación y la Cultura, Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, ISSN 1853-3248, N° 28, diciembre de 2012. Disponible en: http://perio.unlp.edu.ar/ojs/index.php/oficiosterrestres/article/view/1614 BOURDIEU, P., L.J.D. Wacquant (1995) Respuestas por una antropología reflexiva. México. Grijalbo. DI CHIRO, G. (1999) La justicia social y la justicia ambiental en los Estados Unidos: La Naturaleza

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http://biblioteca.hegoa.ehu.es/system/ebooks/8961/original/La_Justicia_Social _y_la_Justicia_Ambiental.pdf Flores, R., Reyesen, C., y Herrera, L. (2010) Estudio sobre la percepciones y la educación ambiental, Tiempo de Educar, vol. 11, núm. 22, julio-diciembre, 2010, pp. 227-249, Universidad Autónoma del Estado de México.


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GIBSON, J.J. (1974). La Percepción del Mundo Visual. Buenos Aires. Ediciones Infinito. Inglehart, R. (1998). Modernidad y posmodernización. El cambio cultural, económico y político en 43 sociedades. Madrid: Ed. Siglo XXI RENFREW, D. (2007) Justicia ambiental y contaminación por plomo en Uruguay http://www.academia.edu/932378/Uruguay_El_Plomo_y_la_Justicia_Ambiental Taparelli, L. (1843). Ensayo teórico del derecho natural apoyado en los hechos. Livorno. Vicenzo Mansi.


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