TERRITORIALIDADES: MIRADAS DESDE EL TRABAJO SOCIAL

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XXVII Congreso Nacional de Trabajo social. 11, 12 y 13 de septiembre de 2014

Eje: Intervención profesional, contextos, escenarios y estrategia metodológica

TERRITORIALIDADES: MIRADAS DESDE EL TRABAJO SOCIAL Petrucci Alicia, Cazzaniga Susana, Franco Rosa, Salazar Laura, Pieruzzini Rosana, Villagra Verónica, Lorena Puntín1

Resumen El enfoque territorial ha adquirido relevancia en los últimos años en el campo de la intervención social. ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad en que se vuelve relevante este enfoque? ¿En qué medida la comprensión de sus alcances podría aportar para la intervención profesional? En nuestro estudio acerca de las estrategias colectivas territoriales en tres barrios de sectores populares de la ciudad de Paraná, hemos recuperado algunas claves acerca de la construcción espacial de estos territorios que pretendemos tensionar desde la mirada del Trabajo Social. A partir de la descomposición social que se produce vía el deterioro de la condición salarial, en términos del aumento de la precarización, desocupación y subocupación en la década del ´90, se resquebraja junto con ello el vector central de integración social que constituye el trabajo asalariado para las sociedades modernas capitalistas. Asistimos a lo que varios de los estudios de la época y las propias organizaciones sociales denominan el “pasaje de la fábrica al barrio”, el espacio territorial progresivamente e impulsado a través de políticas que focalizan su despliegue desde allí va a ir moldeando una inscripción territorial (Merklen, 2005). Este desplazamiento implicará cambios sustanciales para los sectores populares argentinos que, a partir de sus estrategias comunitarias, van construyendo formas de integración social. El momento actual muestra continuidades y rupturas a partir de políticas que tienden a la universalidad y otras cuyo foco permanece en lo territorial, impulsando el papel de las organizaciones sociales. El territorio no solo es un referente, es constitutivo de la profesión, cobra centralidad en tanto los sujetos se mueven en una multiplicidad de identificaciones y desde ese lugar habitado –el territorio– atribuyen significado a sus vidas. Consideramos necesario para Trabajo Social revisar la noción de territorio-espacio, en tanto aporte conceptual que permita superar la visión del mismo como contexto en el cual se 1

Equipo de investigación: Las estrategias colectivas y su expresión territorial. El caso de la ciudad de Paraná (2011) Facultad de Trabajo Social. Universidad Nacional de Entre Ríos. PID 5073.


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inscriben las prácticas de los sujetos, donde esta noción aparece pensada desde la externalidad. Como objeto multidimensional el territorio, se construye desde perspectivas disciplinares diferentes justamente pretendemos inscribir una lectura desde Trabajo Social.

¿Dónde? ¿No será quiénes? La territorialidad Ante la realidad que nos devuelve permanentemente otras caras, solemos (no por casualidad) analizar, pensar a los sujetos y sus condiciones de vida en dimensiones que escinden espacio/tiempo, por lo que nos interesa poner el énfasis en algunas nociones que se juegan allí. En principio los estudios sobre territorio y sus distinciones conceptuales provienen de la geografía que, como disciplina específica, ha ido realizando un recorrido crítico de sus producciones, complejizando esta noción y señalando la necesidad de miradas interdisciplinares, al respecto Tomadoni nos aporta “Cuando la geografía consideraba lo social estudiando solamente la población que habitaba en un lugar, sin dar cuenta de sus acciones o estrategias en la construcción del territorio, los estudios geográficos perdían profundidad y capacidad interpretativa. Pero, cuando esa población comenzó a considerarse en términos de «agentes sociales» con capacidad de producción del territorio, la geografía debió buscar auxilio. A partir de entonces se tejieron contactos interdisciplinarios importantes y la sociología se tornó una aliada indiscutible” (2007:59). Entonces, lo que va dejando claro es que el espacio habitado es el que produce el territorio, que no hay forma (espacio) sin contenido (sujetos que lo construyen) por eso la necesidad de tirar abajo la dicotomía espacio-tiempo para poder pensarla como un espacio tiempo, como relación dialética entre una configuración territorial y su dinámica social (Santos, M. 1986). La dimensión del tiempo nos señala la historicidad y de esa manera el lugar de los sujetos produciendo ese mundo, esos espacios. Y ¿Qué diferencia habría entre espacio y territorio? Podemos pensar, justamente Tomadoni (2007) señala que cuando se habla de espacios se refiere a ámbitos construidos directa o indirectamente por la sociedad y alude a ámbitos genéricos que se concretan en un territorio, por lo que el territorio es un lugar preciso, con límites y con


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características específicas según los diferentes sujetos que lo han construido. Por lo tanto, el territorio condiciona y posibilita procesos de producción y reproducción social de ahí la relevancia de esta noción, en tanto no podemos pensar los sujetos de la intervención social, sino es en esa trama de relaciones que se condensa en un lugar determinado. Por ello, el espacio no es un mero contexto de la acción de los sujetos como argumenta Bringel (2011), sino un campo de lucha y disputa, ya que se dirime en relaciones de poder por alterar esos lugares y por lo tanto será también, como argumenta Porto Gonzalves (2001) una lucha por nuevas “geo-grafías”. Indisolublemente podemos decir que nuestras preocupaciones por el con quienes, deberán ser anudadas en el donde, que indiscutiblemente nos habla de aquellos.

… entre la comunidad y el territorio La idea de territorio tiene en trabajo social algunos aires de familia con parientes no tan lejanos y uno de ellos es la de idea de comunidad, anudada a la idea de trabajo en lo barrial, en las comunidades que viven y padecen las condiciones de pobreza o atraso podemos decir para la época. ¿Qué época? La revolución cubana pone un punto de inflexión en tanto irrumpe en América Latina denunciando la injusticia de su situación política y social que acompañan más tarde diferentes movimientos de liberación. No se demorarán las repuestas, E.E.U.U. haciéndose cargo de la división geopolítica del mundo, lanza el programa de ayuda económica política y social para América Latina (ALPRO) por lo que el orden mundial comienza a ser pensado entre países

desarrollados

y países

subdesarrollados. La situación de

extremas

desigualdades e injusticias en que viven amplios sectores de la población, no casualmente situados en ciertos países, comienzan a explicarse a partir de las diferencias en relación al acceso a la modernidad, por ello, estas poblaciones/países y sus condiciones de pobreza van a ser comprendidas en términos de atraso. En este esquema se las ve como sociedades atrasadas, tradicionales o subdesarrolladas, el obstáculo central en el diagnóstico de situación está considerado en dos vertientes: la falta de inversión tecnológica y las tradiciones culturales, por lo que el Estado debe intervenir para lograr la tan ansiada modernización. El desarrollismo en lo económico y político apareció dominando la escena de las propuestas para los países subdesarrollados, que implicará una mayor relación con los países desarrollados en función de las inversiones en tecnología que estos sí poseían, tendrá además


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implicancias en el campo de la intervención social. Allí el foco se pondrá sobre el cambio de las costumbres tradicionales a partir de la metodología de organización y desarrollo de la comunidad, en esta matriz se instala la presencia de agencias estatales de investigación, la planificación como instrumento racional para el cambio y la difusión técnica. De esta manera, la intervención profesional en Trabajo Social va a redefinir sus prácticas y sentidos, planteando rupturas con el caso social individual y en sus horizontes aparece la comunidad. Por lo que la intervención comunitaria se dirigía a espacios geográficos microsociales con la propuesta de lograr la integración social, organizando a la comunidad según modelos externos, lo que no impidió en muchos casos, hacer factible la implementación de programas que, de alguna manera, capturaban reclamos y reivindicaciones. Dentro de los desplazamientos de sentidos que irrumpen desde este campo de la intervención social, a los trabajadores sociales, como dijo una colega, “nos ilusionaba desarrollarnos” y parecía que sumando vecinos y resolviendo necesidades reales y/o sentidas, estábamos en camino de lograrlo. En palabras de Ezequiel Ander Egg “… (el) desarrollo de la comunidad como parte integrante del concepto más amplio, mas general y completo de Desarrollo, y lo entendemos como método y técnica que contribuye positiva, real y efectivamente en un proceso de desarrollo integral y armónico, atendiendo fundamentalmente a ciertos aspectos extra económicos, en particular psicosociales, que intervienen en la promoción de actitudes, aspiraciones y deseos para el desarrollo” (1967:67). Volviendo a la noción de territorio, cuyos aspectos hemos planteado más arriba, podemos decir que aparece en las ideas de comunidad, como espacio físicogeográfico y de agregación de población, desde la cual se la podía captar. En estas definiciones no estaba por fuera el cruce de rasgos que identificaban a una misma población y la diferenciaban de otra, en términos de su impulso y habilidades para el progreso. Por lo tanto, en esta intervención social y en los desplazamientos de sentidos que operan para Trabajo Social se sostiene la presencia de una concepción del espacio habitado desde una noción de externalidad, de alguna manera es lo que rodea al sujeto, es donde está y en todo caso, de lo que es producto, por lo tanto es contexto tomado éste como dato externo Por lo tanto, desde esa concepción queda afuera. Indudablemente aquí se distancia y se abren brechas entre el donde y el con quienes y es esta disociación que se reproduce en las dicotomías del espacio/tiempo. Tal vez, pensando en lo social, las expectativas del desarrollismo en torno a que en la comunidad podrían unirse los fragmentos que la misma modernidad capitalista


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produce, se frustran al reproducirse estas dicotomías, que no son otra cosa que las múltiples dimensiones de la desigualdad.

Del desarrollo de la comunidad de los ’60 al territorio de los ’90 Dentro de los aires de familia y sus parientes más cercanos y lejanos, esta categoría – territorio, comunidad, espacio– atraviesa la intervención profesional ya que siempre tuvo un lugar el ¿Dónde? de los sujetos de la intervención ya que nos dice, al menos, sobre sus condiciones de existencia. Es en los ´90 que reaparece con otros ropajes, incorporando otras perspectivas que incorporadas al campo teórico de Trabajo Social, tendrá diferentes implicancias que contribuyen a complejizar las miradas. Así como señalamos anteriormente, la noción de comunidad en la década del ´60 fue estratégicamente definida desde una mirada normativa y a la luz de otras trayectorias el campo profesional ha ido incorporando otras visiones. En la década del ´90 adquiere relevancia el enfoque territorial que nos interesa abordar en este punto. A partir de la descomposición social que se produce vía el deterioro de la condición salarial, en términos del aumento de la precarización, desocupación y subocupación en la década del ´90, se resquebraja junto con ello el vector central de integración social que constituye el trabajo asalariado para las sociedades modernas capitalistas. Asistimos a lo que varios de los estudios de la época y las propias organizaciones sociales denominan el “pasaje de la fábrica al barrio”. Estos cambios estructurales, tal como han sido expuestos por autores provenientes de diversas disciplinas de las ciencias sociales (García Delgado, 1996; Grassi, 2003; Sader, 1999, etc.), implicaron modificaciones en la relación estado-sociedad, materializados a través de las políticas públicas, que fueron redefinidas en el marco del discurso del Desarrollo Humano, lo que conocemos como ajuste con rostro humano. Bajo este paraguas discursivo las políticas sociales provenientes del modelo de Bienestar Social tomaron características particulares, con la intención de compensación de los efectos nocivos de una política económica, distanciándose del objetivo de protección de los derechos sociales. De esta manera el discurso del Desarrollo

Humano

sostiene

argumentativamente

al

modelo

neoliberal,

responsabilizando a los individuos y grupos poblacionales por su situación de pobreza. El campo de la intervención social incorpora uno de los criterios claves, centra y dirige sus esfuerzos sobre aquella población que se identifica en condiciones de vulnerabilidad o riesgo, definida entonces como población objetivo, que a través de cartografías recortarán lo social para ser abordado.


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Esta política del foco o focopolítica, como conceptualiza Sonia Álvarez Leguizamón (2006), se materializó vía los diversos planes, programas y proyectos, que proliferaron, bajo las directrices de los organismos financieros internacionales. La focopolítica como nuevo arte de gobernar, está formada por una tecnología óptica: la población objeto, y una localización espacial, en tanto lugar donde está concentrada y se propaga dicha población objeto, es el lugar donde se mira con más detenimiento, donde se pone el mayor esfuerzo. Se redefine la intervención, desde la idea de proximidad y de comunidad local. Estas políticas acompañan la progresiva territorialización de los sectores populares marcada por la desindustrialización y el deterioro de las condiciones laborales que desestructuran el mundo obrero. La intervención profesional, desde la focopolítica, va a quedar reducida a transferir conocimientos técnicos tendientes a desarrollar las capacidades y habilidades de la población identificada y localizada espacialmente. Se impone, a partir de estos desplazamientos de sentido, en el campo profesional la racionalidad instrumental que implica la gestión de los programas y la expertez necesaria para gestionar recursos y transferir los instrumentos tecnológicos necesarios para que dichos individuos y/o sus familias, puedan generar las acciones precisas para atender a sus propias necesidades, es decir, autogestionar su pobreza. Las implicancias de la focopolítica han sido analizadas también por Merklen (2005), Svampa (2004) Auyero (2000) y otros, quienes han señalado tanto la fragmentación del espacio social que generaron como también posibilitaron mecanismos de integración social, “Esta figura de lo local se convirtió progresivamente en el principal componente de la inscripción social de una masa creciente de individuos y de familias que no pueden definir su status social ni organizar la reproducción de su vida cotidiana exclusivamente a partir de los frutos del trabajo. El proceso de ‘desafiliación’ que alcanzó a esta parte importante de las clases populares compuesta mayoritariamente por hogares jóvenes encuentra un sustituto (que no es casi más que un parche) de reafiliación en la inscripción territorial” (MERKLEN, 2005:56). De esta manera, vuelve a al campo de la intervención social la categoría de territorio, que innegablemente va a implicar una revalorización del espacio y los sujetos que lo habitan y con ello una nueva oportunidad para Trabajo Social de volver a mirar esta categoría constitutiva del campo disciplinar. Si bien podríamos extendernos en este punto, nos interesa mirar procesos sociales desde otros aportes. Paula Varela (2010) a partir de los estudios de las transformaciones en la vida política de los sectores populares, toma el aporte de María Maneiro (2007) que nos interesa destacar para abrir el análisis de este período, ya que


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señala “(…) dos momentos en la producción académica: el primero, que podríamos denominar de “pura negatividad”, en el que la mayoría de los autores hacen hincapié en las nociones de desafiliación, vulnerabilidad, pérdida de lazos sociales, desestructuración como fenómenos centrales de las modificaciones expresadas durante la década del noventa. Y un segundo momento, que tomaría fuerza luego de las jornadas de diciembre de 2001, de “positividad relativa” que, a través de la figura de la protesta social, otorga matices de repolitización en los sectores populares” (2010:412,413). Esta asociación entre los sectores populares y la territorialidad, propia de este período, es la que intentamos mirar desde otro lugar, desde las posibilidades de recomposición social, que encontramos en el “hacer juntos” en el nivel territorial, en las estrategias colectivas territoriales, identificando allí como vuelve a jugar la noción de territorialidad en tanto espacio tiempo, como producción y reproducción social. Desde esta noción se abre la dimensión de la politicidad, que también hemos analizado a partir de Merklen (2005) en tanto constitutiva de la identidad de los individuos en la medida que refiere al conjunto de prácticas de socialización y cultura política de los sujetos. Este planteo se opone a las visiones que conciben la política como una dimensión autónoma de la vida social con la que los individuos entrarían en relación, por lo que implica entender la política a partir de la institucionalización de los partidos políticos y de la democracia liberal en oposición a las manifestaciones populares que no se ajustan a los canales institucionales, configurando un obstáculo epistemológico en la medida que impide la comprensión de nuevas formas de acción colectiva. Entendemos que en las estrategias colectivas territoriales2 se juega una dimensión en cuanto a su politicidad, que se constituye en el hacer con otros, en lo colectivo que como actores territoriales logran inscribir sus demandas en lo público. Aún en la “atención de lo social”, de resolver problemas ligados a lo cotidiano y a las necesidades más básicas de sobrevivencia, se vuelve necesaria una visibilización política de sus territorios. Ya que a partir de estas demandas y de asumirlas se establece la presencia frente a las autoridades y la posibilidad de respuestas, abriendo de esta manera las tramas de lo social.

No da lo mismo

2

A partir de los aportes del proyecto de investigación las entendemos como “un modo particular de acción colectiva que condensan los modos en que los sujetos producen y expresan sus necesidades, demandas y deseos, a la vez que se producen a sí mismos. Están dirigidas a ganar y/o conservar un lugar de inscripción social en el espacio territorial, y como tal se establecen en términos de disputas respecto de los sectores hegemónicos, por lo tanto la conflictividad se encuentra en su base.” (Segundo Informe)


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Intentamos decir que no es lo mismo hablar de comunidad o de territorio ya que, elegir las categorías que usamos para interpretar la realidad, es parte del trabajo teórico que nos debemos, ya que justamente a partir de allí está la posibilidad de transformarla. Ambas –comunidad y territorio– pueden referir a un mismo fenómeno, pero ambas tienen un anclaje y trayectoria desde la cual se configuran para Trabajo Social. Sí para los ´60 la comunidad era un mapa signado por la tradición que había que homogeneizar a partir de la modernización y los sujetos debían cambiar sus costumbres tradicionales para salir del atraso, desde la lógica neoliberal en los ´90, el territorio, si bien con diferencias en ciertos momentos, podía ser foco de conflictividad, presentaba poblaciones en riesgo, por lo que las estrategias contenían la intencionalidad de fragmentar para identificar y atacar la pobreza. Pero también, si no nos quedamos anclados en la noción de territorio en tanto focopolítica, y abrimos esta noción de territorialidad, en tanto espacio tiempo situamos las dimensiones que los sujetos en sus prácticas sociales van desplegando y conformando esa territorialidad. Por ello, recuperamos la noción de territorio en la medida que a partir de la misma podemos volver a pensar la intervención de trabajo social desde este anclaje, del espacio y el tiempo que le dan forma. Y se convierte en una herramienta para revisar críticamente aquellas propuestas de intervención social que han sido hegemónicas en diversos momentos históricos y, por lo tanto, a partir de ese campo con el cual podemos establecer ciertas autonomías, por cierto relativas, hacen su presencia en el campo de Trabajo Social. Ya que solemos mirar los territorios, como aquel lugar de donde vienen los sujetos que demandan nuestra intervención profesional, sin embargo no siempre recuperamos ese territorio como el espacio posible de éxitos y fracasos, de disputa, de compromisos y arraigo de sueños, esa vida cotidiana de la que hablamos se expresa en ese territorio que se lleva puesto y acompaña la significatividad de un presente vivido. Por lo que transformar las territorialidades, no es transformar lo de afuera es también transformarnos a nosotros mismos. Destacamos de esta manera la dimensión de la politicidad que nos vincula a otra de las categorías constitutivas de Trabajo Social –los sujetos– ya que allí, en poder pensarlos/pensarnos en sus/nuestras capacidades transformadoras, es que podemos dar lugar a otras territorialidades.

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