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ANTECEDENTES
• PRIMERA PARTE • AntECEDEntEs
Mi padre fue un apasionado de las corridas de toros. En mi casa siempre estuvo sobre la mesa el tema taurino, lo que despertó mi genuino deseo de conocer y adentrarme en el mundo del toro. Y, por supuesto, también nació en mí la inquietud de aprender a torear. Siendo aún muy joven, llegué a rentar becerras para torearlas, aunque ciertamente no sabía cómo hacerlo. Eso sí, lo hacía con una afición desmedida y algo de intuición. Ese deseo de juventud se quedó ahí guardado, entre mis recuerdos más queridos hasta que, después de muchos años, la suerte me favoreció dándome la oportunidad de tener una ganadería, una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida.
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Sin embargo, nunca me asumí como ganadero. Considero que una cosa es ser dueño de una ganadería de toros de lidia y otra, muy diferente, ser ganadero de bravo, que implica tener conocimientos sobre manejo, sanidad, reproducción y genética que se adquieren con el paso del tiempo. Solo así se podrá hablar de un “ganadero” en toda la extensión que ello supone.
Cuando falleció mi padre, Francisco Xavier Aguirre Dávila, en 1999, mi hija Gala, que entonces era una chiquilla de doce años, me pidió que le enseñara a torear en memoria de su abuelo. Aquella fue una extraña petición, pero me sentó de maravilla porque entonces renació mi gusto por “echar la capa”, y junto a ella resultó aún más motivador. La cuestión era saber por dónde empezar, pues cuando no estás inmerso en el medio taurino y eres un simple aficionado de tendido no resulta nada fácil. M
Me acerqué al ganadero Gerardo Martínez Ancira, hermano del inolvidable maestro Manolo Martínez, y durante algún tiempo le compré becerras que después de torear enviaba al rastro. Hasta que terminé por comprarle el último hato de vacas seleccionadas que pertenecían al El Colmenar, la ganadería que con tanta pasión fundó en 1967.
La adquisición constaba de 120 vacas de vientre, como se les llama a las reproductoras, todas de origen San Mateo, y cinco sementales. Además venían algunos machos y hembras de la prestigiosa sangre española de Santa Coloma. Sólo crucé el ganado mexicano y el español para hacer algunas pruebas que en ocasiones sí que funcionaron, pero solía llevar las dos líneas por separado.
Decidí renombrar a la ganadería como “El Nuevo Colmenar”, y la experiencia de haber sido criador de ganado de lidia durante doce años me permitió ver la Fiesta Brava desde una perspectiva muy distinta a la del aficionado que sólo tiene oportunidad de vivirla como espectador de una plaza de toros.
Cuando comencé a manejar la ganadería me di cuenta de que me faltaba mucho por saber. O, como decía el ganadero de La Punta, don Francisco Madrazo Solórzano, yo sólo sabía “lo que había aprendido”, sin que eso fuera bueno ni malo. Con el objetivo de aprender y compartir experiencias, solía invitar con cierta regularidad a mi rancho a taurinos de abolengo, a otros ganaderos y demás protagonistas de la tauromaquia. Me quedé realmente sorprendido al darme cuenta de que la mayoría no conocía bien las técnicas de la lidia o ni siquiera tenían una idea clara de que para torear hay distintas técnicas que se ejecutan en función del comportamiento de cada toro. También pude observar con detenimiento, y muy de cerca, el comportamiento de los animales de lidia en el campo, en el ruedo de tientas de mi rancho y en las plazas de toros en donde nos presentábamos.
Fue en este trabajo de selección denominado tienta donde entendí que las técnicas de lidia han sido transmitidas verbalmente a los toreros de generación en generación durante varios siglos, una especie de tradición oral en la que se pueden advertir los diversos avances y la refinación de las técnicas, en paralelo a la evolución que ha tenido el toro.
Trabajar en la ganadería me sirvió para percatarme de que muy pocos conocen lo que verdaderamente existe “detrás del valor y del arte”, como titulé mi primer libro sobre el mundo del toro y que dio origen a esta nueva obra con la cual pretendo enriquecer la anterior.
Ya con cierto camino andado en el mundo de la crianza de toros, me di también a la tarea de buscar literatura taurina que tratara sobre las técnicas del toreo. Y con sorpresa comprobé lo poco, casi nada, que se ha escrito sobre este tema. En algunos libros se mencionan unas cuantas técnicas aisladas o dispersas, pero, al menos durante los últimos doscientos años, no se han publicado trabajos consistentes y amplios sobre este asunto de manera holística, que permitan comprender mejor los avances técnicos de los lidiadores, no obstante que es uno de los terrenos más fascinantes de la tauromaquia.
Así que, quizá por mi formación de matemático, me dediqué a solicitar, en cada tienta o en cada corrida de toros, a los toreros y picadores, que me explicaran los recursos que utilizaban para lidiar al animal que en ese momento tenían enfrente, todo con el fin de ampliar mis conocimientos acerca del comportamiento de este animal. Entonces, “cruzando” la información que me daban los distintos profesionales, conseguí ordenar y sintetizar las técnicas que debe poner en práctica un lidiador ante el comportamiento específico de cada astado y que son las que se explican en páginas posteriores.
Para facilitar la comprensión del comportamiento del toro en el campo y en la plaza, la teoría del depredador que más adelante se expone, así como las técnicas de lidia mencionadas, el lector podrá acceder a los videos que se señalan al final de algunos párrafos de este libro y que apoyan los distintos conceptos. Estos videos pueden encontrarse en la página web detrasdelvalorydelarte.wordpress.com. Cabe señalar que el número marcado para cada uno de ellos no necesariamente tiene un orden ascendente conforme avanza la lectura del texto.