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PRÓLOGO, por Juan Antonio de Labra
Prólogo
Una deslumbrante teoría
El toro de lidia es un animal cargado de misterio y de cuya estampa emana una energía especial. Y mejor que nadie lo saben los toreros, que son quienes miran sus ojos de cerca. De esa relación tan íntima brota el arte del toreo como un truco de magia del que no sabemos a ciencia cierta cuáles son sus claves, quizá porque muy pocas veces nos detenemos a pensar cómo surgen, qué las provoca o cómo se transforman en esa belleza que nos subyuga.
Ya desde el libro que antecede al presente, titulado Detrás del valor y del arte, Pancho Miguel Aguirre había bosquejado un tema muy interesante que merecía ser ampliado: la teoría del depredador. En un mundo de costumbres añejas, cualquier postulado desconocido siempre parece extraño, pero ¿será acaso esta teoría la base de nuevos estudios relacionados con el toro bravo y su comportamiento? Podría afirmar que así será.
Por si fuera poco, el autor no sólo nos revela este hecho con la lucidez del aficionado observador e inteligente sino que lo conecta con el análisis de esas técnicas en las que se fundamenta el milagro del toreo, pero en este caso a partir del toro y de lo que éste hace en la plaza cuando se enfrenta a ese “depredador” vestido de luces. De tal suerte que de las reacciones de este singular animal, que siempre son distintas, se desprenden las enseñanzas para torearlo aunque desde una perspectiva distinta, quizá más profunda y comprometida que las conocidas hasta ahora.
Es así como esta magnífica teoría se proyecta hacia el terreno de la docencia, tan ayuna de documentos que abran la mente y abonen los conocimientos de los toreros en ciernes. Pero no solo de aquellos que quieren aprender a torear, pues no se circunscribe únicamente a ese grupo tan reducido de individuos, sino también a los que desean adentrarse en un entendimiento más profundo que les guíe por ese laberinto desconocido que conduce a la esencia de un maravilloso encuentro, el del toro y el torero.
De ahí la trascendencia de un libro único en su género, que debe su originalidad a una propuesta tan atrevida como lógica. Y que, al ser lanzada en un medio carcomido por el dogma de fe en el que se han convertido las antiguas tauromaquias dictadas por maestros de otro tiempo, representa una tremenda novedad, aquí donde a veces parece que ya está inventado todo.
Mirar al torero y a los engaños como un depredador no cambia la esencia del toreo, pero sí la manera en que analizamos las reacciones del toro, justo ahí donde la tradicional transmisión oral ha sido el pedestal de una enseñanza restringida a los profesionales, y en algunos casos ni siquiera para ellos por ese celo que existe internamente para extender el conocimiento hacia otros horizontes. Por eso siempre se ha echado en falta el estudio detenido y detallado.
La animalidad del toro, su forma de ser y de manifestarse, contrasta con la inteligencia del hombre y su afán de dominarlo para encauzar esa defensa transformada en ataque, en embestida, en el medio para que el torero pueda expresar sus sentimientos sin importar que en ello le vaya la vida. Por eso mismo, la sugerencia es sencilla: hay que abrirse al entendimiento que ha planteado Pancho Miguel Aguirre con esta teoría
y tratar de encontrar ese camino secreto hacia los resortes que motivan al toro a embestir -“atacar” sería la palabra más indicada- para que del encuentro de esos dos miedos surjan unas creaciones artísticas de profundo contenido humano.
Ahí radica precisamente el desafió del toro bravo, en mantener intacta su capacidad para luchar hasta la muerte ante el lidiador y sus telas -a los que el toro percibe como un depredador-. El torero, antes de darle una muerte digna al burel, se le enfrenta con destreza y concediéndole la oportunidad de salir vencedor de esa fascinante lucha física y sicológica que es el toreo. Juan Antonio de Labra