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José Miguel Arroyo “Joselito

JOSÉ MIGUEL ARROYO “JOSELIT O” (Matador de toros y ganadero español)

Estoy muy de acuerdo con lo que hace tiempo dijo el genial Rafael de Paula cuando le preguntaron sobre la técnica del toreo. “Técnica -contestó el gitano- es lo que tiene el tío que viene a mi casa a arreglar la lavadora”. Y no, la verdad es que yo tampoco siento el toreo como un complejo y enrevesado ejercicio de recursos que, aunque son necesarios para manejarse con un mínimo conocimiento ante el toro, pueden ocultar el verdadero fondo del toreo como una expresión del alma de quien lo interpreta.

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Reconozco, porque sería absurdo negarlo, que solo con sentimiento es imposible conseguir ese propósito profundo del toreo más puro. Pero también estoy convencido, tanto en mi faceta de torero como en la de ganadero, que la verdadera grandeza de una faena solo llega a través de la entrega, de un darse intuitivamente y sin reparos a la embestida, correspondiendo en honestidad al animal que nos da su vida. En definitiva, y citando a otro grande como es el “centauro” Ángel Peralta, creo sin duda alguna que “torear es engañar al toro sin mentirle”.

Precisamente por eso me ha interesado mucho la teoría que describe en este libro el ganadero Francisco Miguel Aguirre. Porque, de nuevo más allá de la técnica, me ha hecho ver que la tauromaquia también puede explicarse como una lucha entre cazador y presa, que es como supongo que debe reflejarse este enfrentamiento con el hombre en la memoria genética y en el afán natural de supervivencia del toro cuando sale al ruedo.

Muchos de los aspectos que considera y matiza el autor -y en especial los relativos a la importancia de los ojos y a la elocuente mirada de este animal incomparable-me han hecho recordar momentos de mis actuaciones, de toros con determinadas y variadas características a los que he podido encauzar en mi muleta y mi capote casi siempre con destellos de mi instinto personal. Todas

ellas resultaron ser faenas que, más que un reto técnico, podrían calificarse casi como retos sicológicos por ver quién acababa por imponerse a quién sobre la arena.

Como expone el ganadero Francisco Miguel Aguirre, en el fondo el toreo es una interactuación entre depredador y presa, sólo que, a medida que el hombre hace valer su fuerza mental los papeles varían en una danza mortal que no es sino una exaltación de la vida y un reflejo sublime y ordenado de las relaciones de la propia naturaleza.

Porque, al final, la tela, ese objeto manejado por el hombre que persigue el toro y que simula al depredador, acaba siendo su domador, su domesticador. Sobre todo, cuanto más valiente y bravo es el animal, cuando pone toda su fuerza y entrega en la lucha. En ese toreo lo más sincero posible hay un afán “educador” de las embestidas, un sobreponerse al instinto de defensa del hombre para suavizar la violencia de la furia que le amenaza, para equilibrar y encauzar cada ataque hasta hacer que al toro se le haga agradable y atractivo el tremendo esfuerzo de seguir la tela a ras de arena y a velocidad reducida.

Cuando eso sucede se llega a la armonía total, a un común acuerdo entre polos opuestos en el que se cambian los papeles y en el que la experiencia vital y sentimental del hombre sale a flote en el arte de poner orden al instinto ancestral del animal. Y es así, y solo así, como ninguno de los dos sale derrotado.

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