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Jesús Solórzano

JESÚS SOLÓRZANO (Matador de toros mexicano)

Existe una técnica del toreo que es universal. Es la que se ha venido depurando con el paso de los años, enriquecida con los avances genéticos del toro de lidia y de su evolución, y que hoy en día nos permite hacer un toreo cada vez más redondo.

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Esa técnica universal es la que sirve para torear a un determinado número de toros, dependiendo de su conducta y cómo vayan evolucionando durante la lidia. Sin embargo, cada torero va adentrándose en su propia técnica conforme pasan los años, hasta que perfecciona determinados aspectos que son como secretos.

Es a base de observación como se consiguen desentrañar ciertos arcanos que las figuras guardan con celo. Otros no tienen empacho en decirte algún detalle técnico, a sabiendas de que no importa qué tan bien se haga, o se ejecute, sino quién lo ejecuta. En el toreo, la personalidad del intérprete es fundamental.

Deteniéndome en este rasgo nuevo para mí de hacer arrancar al toro con “la mano correcta”, según establece Pancho Miguel en su libro, he podido equipararlo con lo que ocurre con un caballo de los que he comprado en el hipódromo y que luego he puesto para jugar al polo.

Los caballos de carreras están acostumbrados a galopar hacia la izquierda, en el sentido natural de la pista, que gira en contra de las manecillas del reloj, pero para jugar al polo, sobre todo cuando uno va a dar el golpe con el mazo, es preciso que el caballo galope con la mano contraria, es decir, la mano derecha. Esto permite al jinete tener un balance más equilibrado en el momento del swing para golpear la pelota.

Así que en un principio, recién comprados en el hipódromo, es preciso acostumbrar a estos caballos a galopar con la mano derecha, a fin de que se quiten ese “vicio” de hacerlo solamente con la izquierda.

En esta explicación de Pancho Miguel, el toro de lidia tiende a arrancar con la mano derecha al cite del torero cuando éste se coloca cruzado y le provoca la embestida por el pitón izquierdo, por ejemplo, al torear al natural. Y me parece lógico que el toro acuda de esa manera porque quiere coger a ese depredador que menciona el autor.

Este pequeño detalle de observación en el movimiento del toro y la teoría que se desprende de él resultan de un gran interés para cualquiera que pretenda torear, pero también para aquel que quiera adentrarse más en esa conducta misteriosa del toro, que con su lenguaje corporal a veces nos quiere decir tantas cosas.

En lo personal, aprendí a torear viendo y escuchando a los grandes maestros de la Época de Oro, como mi padre, el maestro Fermín Espinosa “Armillita” o Carlos Arruza, toreros que tenían una técnica depurada, un estilo y una personalidad muy bien diferenciada. Y más tarde pude interiorizar otros conceptos de otros tantos “monstruos” del toreo, como lo fueron Luis Miguel Dominguín o Antonio Ordóñez.

A esos dos solo había que verlos, en el campo, en la plaza o en la calle. Eran toreros, se sabían toreros y sentían el toreo en lo más hondo de su ser. Por eso cuando un toro se lo permitía, ellos sacaban ese sentimiento torero y se

transformaban en seres espirituales, creadores de belleza. Eso es lo que a mí siempre me ha inspirado. Es lo que busco cuando toreo. Tener ese misterio que decir y “decirlo”, según la explicación de Rafael El Gallo.

Estudiando la historia del toreo del siglo XIX, que tanto me apasiona, he ido descubriendo ese maravilloso “hilo del toreo” que estableció el escritor Pepe Alameda. Y aunque resulta más difícil desentrañar cómo fue cambiando la técnica con el paso del tiempo, debido a que, por desgracia, casi no hay películas de toreros que marcaron una diferencia y dieron un gran paso adelante, como el caso de Rafael Molina “Lagartijo”, en los documentos de esa época se pueden advertir aspectos que iban a desarrollarse andando los años.

En lo estrictamente relacionado con el toro de lidia, de cuyo comportamiento se desprende la teoría del depredador, creo que debemos adentrarnos en estos aspectos de su conducta que nos llevan a una nueva dimensión de conocimiento. Soy un convencido de que la técnica debe de ser el sustento del arte del toreo, de ese sentimiento que se apoya en un “bien hacer” que parte de las directrices que marca el toro cuando acomete a aquello que lo provoca. Y como decía el gran Antonio Bienvenida al respecto de este concepto: “El arte del toreo es aquello que queda una vez que la suerte se ha hecho conforme mandan los cánones”.

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