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Diego Urdiales

DIEGO URDIALES (Matador de toros español)

Desde mis inicios, a medida que iba avanzando en este apasionante oficio del toreo, fui llegando al convencimiento de que la lidia no deja de ser un duelo sicológico entre toro y torero. Cada faena es un juego estratégico entre dos rivales que, atacándose o defendiéndose el uno al otro y del otro, paradójicamente, pueden alcanzar una milagrosa armonía.

Leyendo con atención las páginas escritas por el ganadero Pancho Miguel he podido apreciar que, en el desarrollo de su teoría del depredador, él también ha entendido el fondo del asunto, la búsqueda del equilibrio que da sentido a este arte incomparable. Y es que ese debate entre contrarios, lo que somos en principio toro y torero, se convierte en un acuerdo entre complementarios en el momento en que se logra la maravillosa conjunción del buen toreo.

Hay que reconocer que para poder llegar a ese punto el hombre ha logrado enfocar el instinto agresivo del toro hacia la bravura, refinando y especializando su comportamiento instintivo. Pero para que la tauromaquia pueda desarrollarse en todo su esplendor actual también ha habido una gran evolución en esa “técnica madre” de la que habla el autor y que ha ayudado en gran medida a los ganaderos para mejorar sus productos. Es decir, que la técnica y la bravura han avanzado influyéndose y exigiéndose entre sí.

De esta forma, con la aportación de todos, es como se ha llegado al nivel máximo, casi milagroso, de la bravura que se manifiesta en la clase, esa “elegancia” que tienen algunos ejemplares a la hora de embestir y que favorece que muchas grandes faenas puedan ser consideradas auténticas obras de arte.

Así las cosas, de entre los muchos aspectos de la lidia que el ganadero Pancho Miguel capta en su teoría hay varios que, como matador de toros, considero fundamentales a la hora de plantear mis faenas. Uno de ellos es el de los “toques”, los movimientos que transmitimos a la tela como estímulo para la embestida, pues creo que, si se saben aplicar con precisión, de ellos depende el temple y el mando posteriores sobre el toro.

Y también considero primordial ajustar perfectamente la distancia de los cites y la longitud de los muletazos, de tal manera que se puedan ensamblar en series largas. En realidad, creo que cada pase debe rematarse de tal forma que prepare al toro para tomar el siguiente en las mejores condiciones, igual que el ajedrecista hace una jugada pensando en las posteriores.

Que a nadie le extrañe este paralelismo con el ajedrez, porque, como decía al principio, la tauromaquia se basa realmente en un juego sicológico entre toro y torero, en el que cada uno sabemos en todo momento quién lleva la iniciativa durante este hermoso reto que se sigue repitiendo al paso de los siglos.

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