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El misterioso asunto del filtro

VIII EL MISTERIOSO ASUNTO DEL FILTRO

Por CMO

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Buenos Aires, Villa Soldati Marzo de 1984

Armando Cabrera, jubilado del ferrocarril tenía pesado el sueño esa noche calurosa de marzo. Su mujer, Lidia, roncaba con estertores acompasados a su lado emitiendo bufidos realmente molestos. Siempre tenía la costumbre de abarcar las dos terceras partes de la cama y, como era habitual, desplegaba las piernas reduciendo el ya escaso margen de lecho conyugal que pudiera ocupar su marido. Con más de cuarenta años de casados encima, Armando se sentía molesto por varias razones. Con sesenta y cuatro años, la dieta recomendada por su médico clínico lo tenía a mal traer. Debía reducir su abultado abdomen para lograr así una mejor respiración, un descenso de los triglicéridos, una mejor presión arterial y una serie interminable de bondades que no podían justificar todas juntas su fastidio actual.

Estaba molesto y decidió ir al baño a tomar un vaso de agua. Se levantó y el ladrido de un perro vecino lo convocó a la ventana del dormitorio. El ruido molesto de una moto que pasaba lo entretuvo unos segundos. Descorrió levemente las cortinas y accionó la cuerda para levantar aún más las persianas. El calor era sofocante. Enderezó los pasos en dirección a la salida y se sobresaltó al punto de tropezar contra la cómoda de la habitación. No podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Su mujer, ¿su mujer?, respiraba con dificultad y emitía los molestos ronquidos que durante años lo habían despertado a deshora. De nada valía tocarla o gritarle, la esposa era un bloque concreto de cemento cuando se dormía. Lidia, si era realmente Lidia, exhibía de manera obscena un hermoso y abultado par de glúteos como jamás hubiera soñado ver. Su estrecha cintura se curvaba como guitarra española y las piernas bellamente torneadas exhibían una tonalidad bronceada. ¿Quién era la mujer que estaba durmiendo esa noche allí? No podía ser su mujer. Pensó en pellizcarse para despertar de ese sueño o pesadilla. Lo hizo, y la extraña se dio media vuelta para ofrecerle un nuevo espectáculo: un par de senos firmes y turgentes que una cabellera morocha frondosa ocultaba desprolijamente. Las facciones de Lidia habían cambiado. Se acercó y pudo notar con evidente sorpresa que ese cuerpo majestuoso de mujer era su esposa efectivamente, pero cuarenta años más joven. ¿Qué hacer? ¿Despertarla?

Se sintió cohibido en extremo y se encaminó aturdido en dirección al baño. Encendió la luz y una claridad amarilla cortó la oscuridad imperante en la habitación. ¿Qué estaba pasando? ¿Estaría alucinando o el vino tinto de damajuana que solía consumir le había pegado fuerte? —Viejo, cerrá la puerta del baño que me jode la luz —la voz de la mujer resonó por el pasillo. Era la voz de Lidia, pero había perdido el áspero acento de fumadora que la caracterizaba. Ahora las palabras manaban con una frescura que desconcertó a Armando. —Y haceme el favor de levantar la tapa que siempre la encuentro meada y la que tiene que limpiarla soy yo —dijo la mujer entre sueños. No cabía duda, era Lidia, cagándolo a pedo cada vez que iba a orinar. La misma muletilla, pero esta vez pronunciada con una sensualidad juvenil que aterrorizó al jubilado. Una seguidilla de pensamientos y recuerdos se agolparon en su cabeza cuando se enfrentó al espejo y se vio así, despeinado, somnoliento y viejo. Su desprolija barba acentuaba su incipiente ancianidad. Rápidamente tomó el desodorante en aerosol del anaquel y esparció unas ráfagas en sus axilas. Intentó con torpeza rasurarse las mejillas y con un peine y agua del lavabo acomodó prolijamente los mechones de pelo canoso que aún se resistían a caer. Estaba loco, sin dudas. Pero experimentó el placer de una locura que empezaba a sentir en la entrepierna. Una erección como hacía años no recordaba sentir se manifestó de improviso y un deseo libidinoso propio de un pendejo de veinte lo devolvió a la cama en cuestión de segundos. —Lidia, Lidia —la llamó con dulzura mientras una de sus manos ajada por años de trabajo acariciaba uno de los muslos de la imponente hembra que estaba a su lado. —Dejame dormir, viejito, que mañana tengo que hacer un montón de cosas. —Mi amor, Lidia —insistió Armando con una urgencia sexual que le provocó una risita pícara. —Ahora no, Armando, no jodás, viejo, ¿querés? La palabra viejo lo violentó, lo sacó de sus casillas y un grito resonó en la casa y en todo el barrio.

—¡Lidia, carajo! ¡No me siento bien, la puta madre! La mujer se sobresaltó e intentó incorporarse con dificultad mientras acomodaba una almohada en su espalda. —¿Qué pasa Armando? ¿Qué tenés? —dijo confundida por su acostumbrado sueño pesado. Las manos de la mujer acariciaron el rostro fláccido del esposo y recorrieron su pecho peludo. Accidentalmente bajaron hasta la cintura de Armando y una se introdujo en el calzoncillo. La mujer pegó un gritito apagado de asombro. —Armando, viejito, ¿y esto? Lidia constató la firmeza del abultado miembro erecto del jubilado y empezó a presionar para constatar la firmeza.

—Cojeme, Lidia. —Esperá, papi, que voy al baño. Apenas la mujer atinó a prender el velador, un tirón la sacudió y su cara fue directamente a enfrentarse con el pene de su esposo. —No vayas a prender la luz —ordenó Armando lleno de estupor y miedo. En un frenesí de movimientos se abalanzó sobre ese cuerpo perfecto y fresco que sus manos y labios recorrían sin poder creer semejante contacto. —Estás loco, Armando, pará, me estás ahogando —se quejaba Lidia—. ¿Qué te pasa, viejo? Un movimiento oportuno llevó a Lidia a montar a su marido y el calce fue la gloria. —Cojeme, Lidia. Un gemido de mujer joven y en celo le devolvió la vida a este hombre. Lidia estaba montándolo y su cabellera se contorsionaba entre las sombras de la habitación. —Ah! Estás al palo, papi —atinó a decir la mujer mientras su marido la clavaba una y otra vez.

ALLANAN CONSULTORIO MÉDICO CLANDESTINO FUE EN EL BARRIO PORTEÑO DE FLORESTA. UN HOMBRE DE 68 AÑOS FUE DETENIDO POR EJERCICIO ILEGAL DE LA MEDICINA Y USURPACIÓN DE TÍTULO

Un hombre de sesenta y ocho años, de nombre Jairo Muñiz, fue detenido el pasado lunes a temprana hora de la tarde en un departamento del barrio porteño de Floresta en el marco de una investigación por desempeño fraudulento de la medicina sin título habilitante. Muñiz manejaba un improvisado consultorio clínico en el que se brindaba cobertura asistencial a pacientes mayores de sesenta años. El allanamiento a cargo del fiscal Ricardo Algañaraz se produjo en la vivienda ubicada en Loreto al 2600 y se caratuló como “Fraude y estafa profesional contra terceros”. Al tratarse de un adulto mayor, el magistrado le dictó prisión preventiva, pero en condición domiciliaria, dijeron los voceros. El fiscal acusó durante la audiencia al médico de "haber contribuido de manera esencial a las prácticas llevadas a cabo" apelando a la buena fe de los pacientes. Muñiz había montado un consultorio médico donde llevaba a cabo consultas clínicas con la ayuda de dos asistentes que también se encuentran a disposición de la Justicia. En el lugar fueron secuestrados certificados con membresía falsa, prendas de uso médico, cánulas, elementos de uso quirúrgico, una camilla de uso ginecológico, un pulmotor, una máquina de escribir, y medicación sin embalar. Asimismo, se informó que, al momento del allanamiento, se encontraba una pareja que había asistido para la realización de una consulta por rejuvenecimiento facial. La pareja brindó su declaración

testimonial y aclaró a este medio que una vecina les había aconsejado hacer la consulta con el falso médico debido a su cordialidad y profesionalismo.

LA RAZÓN, 11 DE ENERO DE 1984

Buenos Aires, Universidad del Norte Marzo de 1984

Me encontré con Alfaro en los pasillos de la facultad. Él salía de una clase y yo estaba por ingresar a otra. En cuanto me distinguió en medio de unos alumnos que se interponían en mi camino, levantó el brazo y dijo: —Hermano, esperá un cachito. No entrés a clase. Informé entonces al bedel que me demoraría unos minutos y fui al encuentro del Flaco. —¿Cuándo volvés a Mar del Plata, hermanito? —me preguntó Manuel mientras acomodaba unas carpetas en su antebrazo. —Mirá, hoy es jueves. Pensaba volver mañana, pero puedo quedarme este finde. —¡Genial! —repuso Alfaro—. Se comunicó este pibe… como es… el comisario Uriarte. —¡El flamante comisario Uriarte! —exclamé—. El que tiene a cargo una pequeña seccional en Villa Soldati.

—El mismo —aclaró Alfaro—. Un allanamiento domiciliario lo tiene a mal traer. Y unas huellas

digitales… Me pidió que lo visitara mañana. ¿Te venís conmigo? —Hecho, Negrito.

Buenos Aires, Villa Soldati, Comisaría 59 Marzo de 1984

Rodrigo Uriarte, un joven de veintinueve años, era el nuevo comisario de la seccional cincuenta y nueve desde hacía dos semanas. Había sido alumno de Alfaro en una escuela politécnica y siempre supo interesarse por las cuestiones paranormales que mi amigo y yo investigamos. Despierto y muy sagaz, Rodrigo representaba la nueva corriente de oficiales que, con la democracia, conducirían los destinos de la fuerza policial. —Me estoy aclimatando, profesor Alfaro —manifestaba el joven con cierto aire de preocupación—. Hay un montón de cuestiones que atender y ahora esto. —Si mal no entendí —intervine—, la joven encerrada en el domicilio es la esposa del jubilado ferroviario.

—Así es, profesor Vallejos —me aclaró el muchacho—. Las pruebas dactilares no mienten. —¿El hombre está detenido? —preguntó Manuel. —Está demorado, por el momento. Esperamos instrucciones del Juzgado —explicó Uriarte— . Pero, ¿cómo explicarle al juez que la esposa del señor Cabrera tiene veintidós o veintitrés años cuando en el documento registra cincuenta y nueve? Por eso me decidí a llamarlos. Este es un caso increíble. —¿Qué tipo de medicación estuvo consumiendo la mujer? —preguntó el Flaco. —No puedo revelar mayores detalles, porque todo está con carácter reservado, pero puedo asegurarles que había empezado a tratarse por el tema de la menopausia con un falso doctor que fue detenido en febrero… Déjenme ver… Un tal Jairo Muñiz. —Acá en Floresta —recordé de inmediato.

—Exacto. Un trucho que atendía diversas consultas clínicas a pacientes desencantados con el PAMI o sin una cobertura adecuada —indicaba Uriarte—. El fulano los citaba al consultorio, hacía la evaluación pertinente y luego enviaba la medicación por correo. —¿Ya lo juzgaron? —preguntó Manuel. —El proceso recién empieza —comentó Uriarte—. El tipo está detenido, pero con arresto domiciliario.

—¿Y hay una nómina de pacientes tratados? —repuse—. ¿Se analizó ya la naturaleza de la medicación?

—Mire, Vallejos. Incautamos un centenar de cajitas con frasquitos de vidrio y etiquetas raras. Para cuando la División de Toxicomanía expida un dictamen oficial yo ya estaré jubilado —nos indicó Uriarte con resignación. —Bueno, pibe —intervino Alfaro—. Nosotros vamos a involucrarnos con tu permiso a ver qué podemos averiguar. Nos mantenemos en contacto. —Gracias, profes. Los llamé porque creí que podía interesarles el asunto. Un fármaco que devuelve la juventud es algo asombroso. —Y peligroso —sentencié sin pestañear.

Buenos Aires, en casa de Alfaro Marzo de 1984

El Flaco revolvía papeles de una carpeta voluminosa y los depositaba sin orden ni concierto sobre la mesa del living. Me explicaba con su natural intencionalidad docente la historia del explorador Ponce de León, el que fue a buscar la fuente de la juventud en la península de Florida durante la conquista española de América.

—Se trata del aventurero Juan Ponce de León quien, al conquistar la isla de Puerto Rico, oyó de boca de los nativos la referencia a un supuesto manantial que otorgaba la juventud —Manuel hablaba con entusiasmo.

—Y salió en su búsqueda —aporté respetuoso. —Exacto. Emprendió una expedición a la Florida, pero jamás halló la mencionada fuente, al menos eso es lo que comenta Hernando de Escalante Fontaneda en su relación sobre este asunto. —No sabemos si este doctor viajó a la Florida —me animé a colaborar. —No, y me temo que no lo sabremos nunca. —Pero sería factible pensar que este nigromante ha encontrado la panacea de la juventud por medios bioquímicos. —Es lo más probable, amigo. Si pudiéramos hablar con el tipo. —De nada serviría. Lo negaría todo —Es verdad… Mirá acá… Un fragmento del libro Memoria de Fontaneda… Y pensar que me tomaba el trabajo de copiar a mano estos interminables fragmentos cuando sentaba mi culo por horas en la Biblioteca Nacional.

—¡Qué maravilla la invención de la fotocopiadora, hermano! —Sí, pero viste que salen muy negras generalmente. —Hay que limpiar los filtros. —Mirá, Adrián… Acá Fontaneda habla sobre las aguas curativas de un río perdido que él llama Jordán y sobre Ponce de León buscándolas… Me había olvidado de estos apuntes que llevan años encerrados en esta carpeta. Manuel recuperaba el sabor de ser estudiante de Historia y yo recordaba a Nathaniel Hawthorne en uno de sus cuentos más famosos El experimento del doctor Heidegger. —¿Qué decías de Hawthorne? —En un cuento suyo hay un personaje, el doctor Heidegger, una especie de hechicero moderno que invita a unos conocidos a beber un filtro capaz de devolverles la juventud. —¿Y lo consiguen? —Sí, efectivamente, aunque el efecto es pasajero… El sonido del teléfono nos devolvió a la realidad. Era Uriarte. Estaba muy preocupado. Una mujer de sesenta y uno años había sido detenida en la madrugada por tener maniatado a la cama a un joven de no más de dieciocho años. La mujer aseguraba tener atado a su marido de sesenta y seis. Por supuesto, los detalles estaban en el sumario judicial. El filtro de Muñiz empezaba a dar los resultados esperados. Sólo restaba saber si se trataría de casos aislados o de una potencial pandemia.

…Los signos y síntomas de la menopausia por lo general son suficientes para avisarle a mayoría de las mujeres que han comenzado la transición menopáusica. Si usted tiene alguna inquietud me llama por teléfono, ¿entendió? Los calores. doctor, son insoportables, mi marido se queja de los olores que emano… Claro, señora, la sudoración corporal es algo frecuente y va acompañada de perturbación en el sueño… Sí, doctor, tengo pesadillas que usted no sabe… Usted, hágame caso, usted administre este medicamento con las bebidas según la prescripción que yo le detallo aquí… No debe alterar esta rutina, ¿correcto? Bueno, y para el dolor de cabeza ¿qué me recomienda? Nada en particular, un par de aspirinas al mediodía y noche no le van a venir bien…

Buenos Aires, San Telmo, oficinas de ENCOTEL Abril de 1984

Tres casos más se habían registrados en las últimas cuarenta y ocho horas. El último había sido el de un muchacho de quince años que se presentó en la seccional de Barracas aduciendo que tenía pérdida de memoria. Con un cuadro de ansiedad declarado y con evidentes signos de malestar físico, el muchacho hablaba incoherencias. La policía constató que se trataba de Jacinto Gutiérrez, argentino, de sesenta y dos, ex camionero. Las pericias resultaron increíbles, pero ciertas. Ese muchachito era Gutiérrez y había sido hospitalizado para un examen más exhaustivo. Las autoridades habían mantenido en secreto estos casos anómalos de rejuvenecimiento, pero ¿por cuánto tiempo más podrían hacerlo? El lobo de la Prensa estaría al acecho pronto a atacar de un momento a otro.

La policía había visitado el domicilio de Muñiz para realizar una inspección de rutina y el doctor no aparecía por ningún lado. Se había fugado utilizando un disfraz de cartero. La última persona en ser vista entrando al domicilio había sido un empleado de Correos trayendo correspondencia. Al salir, los agentes no advirtieron la huida de Muñiz. Era lógico, ver entrar y salir a un muchacho con el bolso de cuero repleto de cartas no había despertado la menor sospecha. La medicación hallada en los domicilios de las víctimas tenía el remitente de diferentes

casillas postales de la ciudad. La policía no podía, de momento, controlar todas las estafetas, así que nosotros, apostamos por las oficinas de San Telmo esperando un golpe de suerte. Habíamos convenido con el personal hacer el aguante en el salón de las casillas y controlar algunos números en particular que Uriarte nos había señalado. Tarde o temprano alguien pasaría a recoger la correspondencia. Otro tanto, lo hacían agentes en diversos puntos de la ciudad.

—Esto es como encontrar una aguja en un pajar —me confesó Manuel después de deambular por el salón más tres horas. —Paciencia, Flaco —dije yo menos convencido que mi amigo. No había mucho movimiento de asistentes ese mediodía. Muchos parecían acercarse a las casillas determinadas, pero resultaba todo una falsa alarma. Fue entonces que una pendeja de no más de dieciocho años entró resuelta en el lugar y con mucha confianza y despreocupación se aprestó a abrir la 342. Extrajo unos sobres y folletos y cerró con presteza. Le hice la seña a Manuel y, como habíamos convenido, la seguimos a prudente distancia. La piba tenía atada con candado una bicicleta a unos metros de la entrada. Montó en ella y nosotros nos apresuramos para alcanzar el Gordini. —Parece no sospechar que la seguimos —me confesó Manuel atento al tráfico y a la maniobra en U que debía realizar para poder ir tras los pasos de la muchacha. —Tranquilo, Negrito —le dije—. No levantemos la perdiz. El destino de la chica fue un viejo edificio en el barrio de Monserrat, sobre calle Talcahuano. Accionó el portero eléctrico y entró con despreocupación. Manuel se dirigió a un teléfono público para comunicarse con Uriarte. Yo hice de campana en la entrada del edificio. ¿Debíamos esperar a la policía? ¿O entrar precisamente? —¿Cómo vamos a encontrar el departamento? Era una pregunta de rigor. Había más de diez por piso. El portero podía darnos una mano si le indicábamos las señas particulares de la chica. Bueno, eso creíamos en principio.

…la resequedad vaginal y la comezón pueden ser síntomas muy molestos en un cuadro de menopausia… El medicamento regula Hormona foliculoestimulante (FSH) y el estrógeno (estradiol), porque los niveles de FSH aumentan y los de estradiol disminuyen cuando se presenta la menopausia… Pero, doctor, yo uso pollera, algunas vecinas que visten pantalones me dicen que soy una chapada a la antigua, pero, para mí, la mujer debe vestir como mujer… Entiendo que debe ser muy engorroso rascarse los genitales en esas circunstancias… Me la paso yendo al baño y tengo la entrepierna lastimada de rascarme… Bueno, en la próxima entrega le mando una loción… Despreocúpese.

Buenos Aires, Monserrat Abril de 1984

Uriarte se había mostrado indeciso y algo abrumado por la situación. Prometió un patrullero en media hora, pero el vehículo no aparecía. Una señora salió del edificio a pasear el perro acompañada de un muchacho que la ayudó a bajar los escalones de manera muy cortés. Disimuladamente se rascó el culo con un rápido movimiento de manos. Alfaro había estacionado el Gordini convenientemente a unos veinte metros de la entrada. No

nos decidíamos a entrar. Dos patrulleros habían pasado raudos por Talcahuano y nos habían ilusionado

en vano.

—Tené en cuenta que estamos fuera de la jurisdicción del pendejo —me aclaraba Manuel más calmado mientras encendía un pucho. —No debe ser fácil para nuestro joven comisario hacer las diligencias pertinentes —repuse con aire calmado. Pero lo cierto es que nos moríamos de ganas por entrar de una vez. Diez minutos después dos chicas jóvenes tocaron el portero eléctrico y pasaron adentro. Un poco más tarde, dos muchachos con aire de resolución salieron llevando unos paquetes. —¿Me parece a mí o hay mucho movimiento juvenil en esta propiedad? —pregunté a un Alfaro que esperaba ansioso un patrullero que no llegaba. Me tomó del antebrazo y exclamó: —¡Entremos de una vez! Presiento que ese hijo de puta está acá. Llamamos al portero y unos minutos después se acercó a la entrada. Era curioso ver a un encargado tan joven, apenas tendría veinte años. Entreabrió la pesada puerta de vidrio y asomó la nariz con curiosidad.

—El doctor nos está esperando. Tenemos turno, pero olvidamos el número de apartamento. El muchacho nos miró con fijeza y por un momento pareció un autómata que no atinaba a obedecer un comando. Yo insistí.

—La próstata nos tiene a mal traer, flaco. Necesitamos consultar con el doctor urgentemente. Ya te va a tocar a vos y nos entenderás —expliqué con falsa modestia. La palabra próstata ofició de bálsamo porque el muchacho, sin emitir palabra, nos dejó pasar y nos condujo en silencio hacia los ascensores. Llamó uno, nos abrió la puerta y subimos los tres hasta el sexto piso. Me hubiera gustado saber si Alfaro andaba calzado en esa oportunidad, pero no era momento para preguntarle. Un pasillo largo y mal iluminado nos recibió al salir del ascensor. El muchacho tomó la delantera y nos condujo unos treinta metros hasta una puerta verde con la inscripción Sexto D. Tocó timbre y el portero automático se accionó.

…Yo no puedo asegurarte nada, boluda. Me llamó la Maca anoche. Estaba sacada… Pero largá el rollo de una vez, dale. No sé qué me dijo de la abuela… Si se tomó todo en casa de Lucho… Está en pedo… ¿Qué onda con la abuela? Me dijo que la abuela parecía más joven, no tenía canas y cuando entró al baño se asustó… creyó que una mina que no conocía estaba en su casa… Salió corriendo… No me jodás, Lu… Vos siempre con macanas… No, boluda, en serio, la abuela la perseguía por la cocina tratando de calmarla…

Buenos Aires, Monserrat Abril de 1984

El despacho era un ambiente reducido con escaso mobiliario. Un par de sofás a ambos lados, una mesa ratona en el centro con varias revistas viejas y un escritorio al fondo atendido por una señorita, la secretaria. —Adelante, señores. Gracias Lucio —manifestó la mujer mientras colgaba el teléfono. Dos pacientes de más de cincuenta aguardaban la consulta, uno vestía un overol y las manchas de cemento en las botas evidenciaban la presencia de un empleado de la construcción. El otro lucía un saco de pana gris muy descolorido y un pantalón con la bragueta aureolada por una mancha oscura. Era calvo y su estado de salud no sería el óptimo. Se notaba abatido. —Ustedes no tienen turno. ¿Cómo se animaron a venir sin avisar? —la secretaria nos miraba con aire de inspección. ¿Qué referencias traen? —Una vecina de Villa Soldati nos pasó la dirección. Tenemos problemas de próstata. Estamos preocupados —atinó a proferir Manuel con improvisación. Hubiera sido conveniente vestir de manera más precaria, pero ese detalle se nos pasó por alto. —No creo que el doctor los pueda atender hoy… Déjenme consultarlo —dijo la secretaria mientras revisaba una carpeta. Una puerta lateral se abrió y una mujer mayor se despidió de una voz que la saludaba con cortesía desde el interior.

—Gracias, doctor. Espero la encomienda. La muchacha aprovechó para zambullirse dentro del cuarto y por unos minutos aguardamos expectantes. Luego salió acomodándose la pollera y quitando algunas motas de polvo imaginarias. Se rascó con insistencia un muslo a la altura del bajo vientre. —Bueno, denme sus nombres. El doctor los atenderá después de los señores aquí presentes.

Aguardamos más de una hora sentados en el sofá sin perder detalle. El ambiente era tranquilo. Más de un muchacho entró y salió con paquetes livianos. El filtro se distribuía desde allí evidentemente.

Manuel aprovechó para ir al baño. Tenía que curiosear un poco. Lo que fuera posible. —Por acá, por favor. La muchacha lo condujo por un pequeño pasillo a la izquierda y por varios minutos perdí contacto con mi compañero. El teléfono sonó con frecuencia y varias llamadas fueron atendidas con diligencia por la chica mientras esperaba a que regresara Alfaro. Se demoraba más de lo conveniente.

…por una extraña razón que todavía no logro desentrañar, la pócima resulta eficaz en pacientes de más de cincuenta y hasta los 65 años… La Tirotropina (TSH), de fácil comercialización resultó eficaz para acelerar los reactivos de la droga ya que un cuadro de tiroides con baja actividad (hipotiroidismo) puede metabolizar los niveles de azúcar en sangre… Hay pruebas domésticas registradas en sanatorios que resultan útiles para verificar los niveles de FSH en la orina. Estas pruebas te pueden indicar si el paciente tiene niveles elevados de FSH y si puede estar atravesando un cuadro de perimenopausia o la menopausia misma… Ideal momento para administrar el filtro convenientemente… Entonces, el secreto está en la terapia hormonal… Totalmente, si esos soretes de la UBA me hubieran escuchado… pero qué van a escuchar… Es cierto que el uso de terapia hormonal a largo plazo puede provocar ciertos riesgos de tener enfermedades cardiovasculares y cáncer de mama o próstata, pero comenzar a utilizar hormonas modificadas cerca del momento en que comienza la menopausia, y luego también, ha demostrado ser beneficioso para regenerar los tejidos que el tiempo consume… Tantos años Jairo, tantos años negándote el reconocimiento… No me mueve el rencor, pero mis investigaciones harán historia, te lo garantizo…

Buenos Aires, Monserrat Abril de 1984

Apareció Manuel finalmente con semblante adusto, acompañado por dos muchachos que no dejaban de rascarse los genitales. Pude notar que el caminar del Flaco no era el habitual, se lo notaba tieso y una mirada cómplice de su parte me confirmó lo peor. Estaba siendo apuntado por una pistola a la altura de los pulmones.

La secretaria despreocupada y concentrada en tipear en una Olivetti advirtió a un costado suyo la presencia de los muchachos y rápidamente fue a abrir la puerta del consultorio. —Si es tan amable, lo atenderá a usted y su amigo en este instante —dijo con cierta malicia en su mirada.

Los cuatro pasamos al interior como mansos conejitos de Indias. El doctor Muñiz nos aguardaba sentado a un costado sobre su escritorio y apuntándonos con una pistola. —Así que los caballeros vienen a realizar una consulta de próstata —dijo un joven de no más de veinte años, de cara angelical, pero con la seguridad y convicción en la voz de un hombre maduro. —¿Sabían que ustedes son más conocidos de lo que creen? —dijo mientras se dirigía a pasear por la habitación—. Gracias, muchachos, pueden quedare del otro lado de la puerta. —Esperábamos encontrar a un hombre… —principió Manuel antes de ser cortado por el

médico.

—…más grande, ¿verdad? —completó Muñiz—. ¿Cómo creen que logré sortear el control policial? Soy consciente de que he violado el arresto domiciliario, pero ahora que voy perfeccionando el maravilloso elixir de la juventud, las posibilidades de escapatoria son infinitas. Yo diría… proteicas. —¿Por qué conformarse con migajas cuando podría ponerse a disposición de gente de mayor nivel económico? —preguntó Manuel. —Buena pregunta, profesor Alfaro —declaró el joven Muñiz—. Los primeros resultados, ustedes los tienen a la vista, pero debo aclarar que estamos todavía en una fase experimental. —O sea que juega con las personas de menores ingresos para estudiar… —le arrostré con

bronca.

Muñiz se sentó en su escritorio y me miró con cierto aire de curiosidad. —¿Y acaso los grandes laboratorios no hacen lo mismo? —preguntó retóricamente esbozando una risita siniestra—. Sobra la gente humilde dispuesta a ser sometida a cuanta prueba le prometa mejores condiciones de vida. Además, con ellos uno tiene la posibilidad de fracasar y los riesgos de la reputación permanecen intactos. —Usted es un hijo de puta —se animó Alfaro. Muñiz no pareció afectado por el insulto en lo más mínimo. —Le sorprendería saber, señor Alfaro, lo gentiles que son estas personas necesitadas de un tratamiento por diversas causas. Gente cansada de ser menospreciada en la Salud Pública, llegan a mí para que los salve, y de alguna manera, mi filtro es una bendición en sus vidas. Daba la impresión de poder charlar con este muchacho toda la tarde, pero sabíamos Alfaro y yo que debíamos escapar. La cuestión era cómo.

—Usted, Alfaro, habrá podido comprobar personalmente la existencia de un modesto laboratorio en la habitación del fondo. No es el único. Tengo más de uno instalado en la ciudad. Las entregas las realizan muchos y agradecidos pacientes que han recuperado la juventud gracias a mí. —¿Y el efecto es permanente? ¿Alguna contraindicación que quiera advertirnos? —pregunté para ganar tiempo. Y Uriarte que no manda el patrullero, la puta de que lo parió. —Lamentablemente, no. Estoy trabajando en ello. No es fácil. Muñiz frunció el entrecejo y se quedó pensativo unos instantes. Luego gritó para convocar la presencia de los guardianes apostados al otro lado de la puerta. Los muchachos y la secretaria entraron presurosos con un par de jeringas en una bandeja de plata. —¿No irá a administrarnos esa porquería a nosotros? Muñiz se rascaba la ingle y los pacientes hacían otro tanto. Parecía que la comezón era una reacción alérgica del organismo que la droga provocaba. —Señores, no soy un asesino… He consagrado mi vida a la medicina, una vida malograda por ser incomprendido en el mundo académico. ¿Acaso el doctor Frankenstein no sufrió la misma incomprensión? ¿Acaso el doctor Jekill no padeció la misma humillación social? El fulano daba clases de literatura gratis; había que aguantar el discurso de este hechicero que, debíamos reconocerlo, tenía aptitudes académicas. —Seguramente usted habrá leído a Hawthorne, en especial El experimento del doctor Heidegger —me animé a interrumpirlo— . Sabrá de sobra que ese personaje jamás osó probar su medicina.

Muñiz rio para sus adentros y una leve toz le alteró la voz juvenil: —Es verdad, profesor Vallejos. El elixir de la larga vida quedaba reservado para sus ilustres y patéticos personajes amigos suyos. Yo voy más lejos. No fui apreciado en la universidad, con una carrera trunca que por despecho jamás terminé… Si ni siquiera los amigos del Proceso me tomaron en cuenta. Una lástima, pero la democracia me encuentra en la cúspide de mi triunfo personal… El portero eléctrico de la propiedad sonó con estridencia varias veces. La secretaria contestó y volvió con semblante preocupado en presencia del doctor. La caballería llegaba en nuestro auxilio. Uriarte se había portado. Muñiz se acercó a la ventana y divisó tres unidades policiales con las luces rotativas encendidas. Sin inmutarse, metió en un bolso de cuerina negro una gran cantidad de carpetas que extrajo de una repisa. Tomó del escritorio el arma con la que nos había apuntado al comienzo, pero desistió de llevarla y la escondió en un cajón. Chistó los dedos y fue obedecido por sus empleados. Uno nos tenía encañonados a tres metros de distancia. El otro acomodaba unas sillas y nos invitaba a tomar asiento. La secretaria, de manera expeditiva preparaba las jeringas con el elixir de color anaranjado. Unas gotitas chorrearon sobre el piso de parquet.

—Déjese de joder, Muñiz. Aproveche la juventud con la que está camuflado y raje, si es que puede —aconsejó Alfaro que empezaba a acercarse unos milímetros al muchacho de la pistola. —No los quiero a ustedes dos pisándome los talones —aclaró el doctor—. Son un buen par de rémoras. Los convertiré en niños que han olvidado todo. Y bueno, habrá que volver a la escuela y hacer los deberes y jugar a la pelota… Pasos ruidosos se escuchaban provenientes del corredor. —¡ABRAN LA PUERTA, CARAJO! ¡ES LA POLICÍA! La muchacha se acercó por la espalda y, sin advertir su movimiento, me aplicó una dosis en el brazo derecho. Sentí el ardor del pinchazo y reaccioné dándole un cachetazo que la hizo trastabillar y caer contra el piso. Manuel aprovechó su agilidad para alcanzar el brazo del pendejo que lo apuntaba y en un par de movimientos lo redujo con facilidad. Le cruzó un par de trompadas en el mentón y el empleado golpeó la cabeza contra una pared lateral. Muñiz y el otro secuaz alcanzaron con agilidad la salida en el momento en que la policía forzaba con una barreta la puerta de entrada. —¡Gracias a Dios! Ese viejo de mierda está en el consultorio con dos pacientes. ¡Deténganlo! —alcanzó a decir Muñiz que se escabullía como si fuera invisible. —¡Alfaro, Vallejos! —gritó Uriarte al momento de precipitarse en la habitación con tres policías más. El pinchazo no había sido realmente doloroso, pero el efecto de la droga en el cuerpo era de una reacción vertiginosa. No podía hablar y la vista se me nubló cuando Uriarte quiso ayudarme a incorporarme. —Revisen todo el departamento. Muñiz no escapa de ésta —ordenó Uriarte a su gente. Alfaro se rascaba el brazo izquierdo. Alcancé a escuchar una puteada suya antes de desmayarme. Parece ser que el empleado lo había aguijoneado en el forcejeo.

EPÍLOGO

Mar del Plata, en mi casa Mayo de 1984

Resultó una cantidad relativamente pequeña la de pacientes que reaccionaron a los efectos de la pócima siniestra. Informes oficiales confirmaron un total al día de hoy de veintiocho casos, veintiocho de los casi trescientos pacientes que consultaron oportunamente al hechicero Muñiz. Un examen bioquímico más exhaustivo demostró que los efectos son reversibles, pero cada caso es absolutamente particular. Ya hay indicios claros de que las personas intervenidas con el elixir están recuperándose favorablemente. Yo permanecí en cama con fuertes migrañas más de una semana. No sé qué carajo me inyectó la secretaria, pero anduve vomitando y tosiendo como si de un cáncer se tratara. A los diez días me dieron el alta y, gracias a una carpeta médica, me excusaron de trabajar en los colegios y la facultad por un mes. Uriarte nos informó que el paradero del doctorzuelo permanece desconocido. Se sospecha que pasó clandestinamente a Paraguay, pero nada en concreto se sabe de semejante personaje. Mi querido Manuel se llevó la peor parte. Un examen de sangre dio positivo y el elixir de la larga vida actuó en su organismo a sus anchas. Cuando fui a buscarlo al Hospital de Clínicas para hacerme cargo de su cuidado, la enfermera me trajo a un muchachito de no más de diez años muy tímido y asustado. Había perdido la memoria, casi por completo y su mirada extraña evidenciaba un cuadro de desconcierto.

Me presenté como amigo de los papás. Inventamos con el clínico que lo atendió una historia plausible que me permitiera atenderlo en casa y esperar a que los efectos de la droga fueran desapareciendo. No me gustan los chicos, es cierto. Ya van tres semanas que Manuelito vive conmigo. Mi hermano me prestó, con muchos reparos, los soldaditos y autitos de carrera con los que jugábamos cuando éramos pibes. La ocasión ameritaba semejante sacrificio. Hace unos instantes, escuché un cristal que estalló en pedazos al fondo, en el lavadero. —Ya te dije que a la pelota acá no se puede —le grité a Manuelito y me arrepentí en el acto. Alfaro se encogió de hombros y me sacó la lengua. No sirvo para ser padre. Por suerte Luciana, ni nueva pareja, tiene más comprensión y tacto y ahora está preparándole la leche con escones a este Alfarito que come como lima nueva.

Habrá que esperar. Luciana lo observa con delectación desde el ventanal de la cocina. Que no se le vaya a ocurrir pedirme un hijo. Por favor.

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