133
VIII
EL MISTERIOSO ASUNTO DEL FILTRO Por
CMO
Buenos Aires, Villa Soldati Marzo de 1984 Armando Cabrera, jubilado del ferrocarril tenía pesado el sueño esa noche calurosa de marzo. Su mujer, Lidia, roncaba con estertores acompasados a su lado emitiendo bufidos realmente molestos. Siempre tenía la costumbre de abarcar las dos terceras partes de la cama y, como era habitual, desplegaba las piernas reduciendo el ya escaso margen de lecho conyugal que pudiera ocupar su marido. Con más de cuarenta años de casados encima, Armando se sentía molesto por varias razones. Con sesenta y cuatro años, la dieta recomendada por su médico clínico lo tenía a mal traer. Debía reducir su abultado abdomen para lograr así una mejor respiración, un descenso de los triglicéridos, una mejor presión arterial y una serie interminable de bondades que no podían justificar todas juntas su fastidio actual. Estaba molesto y decidió ir al baño a tomar un vaso de agua. Se levantó y el ladrido de un perro vecino lo convocó a la ventana del dormitorio. El ruido molesto de una moto que pasaba lo entretuvo unos segundos. Descorrió levemente las cortinas y accionó la cuerda para levantar aún más las persianas. El calor era sofocante. Enderezó los pasos en dirección a la salida y se sobresaltó al punto de tropezar contra la cómoda de la habitación. No podía creer lo que sus ojos estaban viendo. Su mujer, ¿su mujer?, respiraba con dificultad y emitía los molestos ronquidos que durante años lo habían despertado a deshora. De nada valía tocarla o gritarle, la esposa era un bloque concreto de cemento cuando se dormía. Lidia, si era realmente Lidia, exhibía de manera obscena un hermoso y abultado par de glúteos como jamás hubiera soñado ver. Su estrecha cintura se curvaba como guitarra española y las piernas bellamente torneadas exhibían una tonalidad bronceada. ¿Quién era la mujer que estaba durmiendo esa noche allí? No podía ser su mujer. Pensó en pellizcarse para despertar de ese sueño o pesadilla. Lo hizo, y la extraña se dio media vuelta para ofrecerle un nuevo espectáculo: un par de senos firmes y turgentes que una cabellera morocha frondosa ocultaba desprolijamente. Las facciones de Lidia habían cambiado. Se acercó y pudo notar con evidente sorpresa que ese cuerpo majestuoso de mujer era su esposa efectivamente, pero cuarenta años más joven. ¿Qué hacer? ¿Despertarla?