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Exhortación al vuelo
Antes ni siquiera le habían permitido salir por mar, con todos sus peligros y sombras, y resulta que ahora, cuando siendo optimista se estima a lo sumo un par de soplos más de vida, vienen a pedirle que vuele. Cada fibra de su cuerpo grita que se está muriendo, pero el diagnóstico de los médicos de la prisión ha sido siempre cínicamente benigno. Quizá sea verdad que la culpable de sus síntomas sea una tenia que le plantaron en su estómago y hoy, ya madura, alcanza el tamaño de una anaconda. No les ha contado casi nada, tan habituado a la espera, porque los que esperan tienen muy pocas cosas que contar: los años, sus juegos; o en la simplicidad de las palabras de Stiopa: los tiempos cambian.
«No te puedes quejar, hasta la familia también se iría, qué más pedir Severo, qué más pedir. Un avión Habana-Miami, cuarenta y cinco minutos sobre el mar Caribe y caer de un chapuzón en el fulgor de la libertad. ¿No son esas luces la libertad? Dime tú, Severo, a mí que te encerré hace ¿tres, cuatro años?, imagina lo que serían tus días sin mí, sin Stiopa. Cree en tu mujer, que está cansada, vieja, cuando te dice que si no son esas luces ¿qué es la libertad entonces?»
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Algo no para de crujir en su interior, muy pronto su cuerpo se quebrará como un tallo. Merece un final distinto, un último paisaje que no sean las paredes y el cielo raso. Pero qué pasaría si después, cegado por tantas luces, se revelara aquello que viene sospechando en estos ¿tres? cuatro años, aquella idea infantil de que toda libertad posible reside aquí adentro, atrás de los ojos.