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Estudio de un paisaje con playa

UN PUEBLO Nada sucede frente a mí, como si este decorado modelo de pueblo colonial estuviera a punto de caerse por la mitad; este paisaje, su necesidad, cierta pérdida que nos toca y nos descubre en paz hoy por ayer.

Aquí huele a pasado, debido al estado general de ruina uno parece haber retrocedido cincuenta años con la agilidad de un gesto. Entre el asco y la extrañeza, es fácil percibir el desespero largamente contenido. Sin embargo y por suerte este paisaje asfixiado respira en el mar, que todo lo suaviza y recompone, que en las noches nos mece con su rumor de triste canción llevándose la locura para devolver al amanecer, por qué no, algo de esperanza. Aquí se mantiene intacta aquella tradición de que por el mar y sólo por el mar se va a otro mundo. Los pocos héroes que ha dado La Sal descansan con sus ojos llenos de peces sombreando el oleaje. Para encontrar el caserón de la familia apenas se requiere levantar la mirada desde cualquier rincón. Y para conocer la historia de los que fundaron esto que queda apenas se requiere bajar la mirada. Los pueblos en decadencia se alimentan del olvido y de una sana resignación: por aquí hace rato que nadie alza su voz.

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KID Me siento frente a él, una osamenta que aún conserva cierta respiración y creo que me ve, que sonríe, creo que está ahí. Presiento que en su organismo

cualquier mueca puede convertirse en ruido y luego quebrarse como un tallo. No habla, las palabras se forman entre los dientes y la lengua, partes que él, como quien dice, ya no tiene. Sus sonidos quedan atrapados en algún resquicio del cuello, y sólo vibran, uno sabe que habla porque su cuello tiembla como si ocultara una criatura medio viva. Por las mañanas lo abandonan al portal en lo que de una forma medio perversa califican cariñosamente de «sacarlo a tomar el sol». Para que no estorbe, para que nadie tropiece con él. Inmóvil y babeante en su silla de ruedas, además de adorno, hace función de espantapájaros pues todo aquel que pasa por allí gira la cabeza hacia otro lado y apura el paso. Sin embargo los niños no, ellos son amigos de Kid y le pegan mocos en el pelo y le orinan los pies y le meten lagartijas vivas por dentro de la camisa que le hacen cosquillas en la panza. Quise alejar a los niños, pero en el rostro de Kid se dibujaba lo que parecía una sonrisa cuando ellos estaban cerca y lo que parecía tristeza cuando se iban. Sus nietos, de los que ha olvidado sus nombres, le han hecho creer que si duerme con un caracol en la oreja soñará que respira bajo el agua. A veces Kid no logra dormirse ni siquiera con el caracol y ellos dos le cantan, entonces Kid primero es seda y después es pez. Sus nietos son más o menos de mi edad, adultos podría agregar, pero no lo haré.

LOS GEMELOS Ellos nunca han llamado a Kid «abuelo», para ellos Kid es Kid. Y en lo que mucho tiene de buen gusto, para ellos mismos no son Yunieska y Yunieski, ella más bien responde al movimiento, a lo que la gente dice sin decir, y él sólo responde a la onomatopeya

Gu-gú. Gu-gú pertenece a los retrasados mentales que no dan lástima, a veces provoca gracia, a veces duda, a veces miedo. Hay algo pecaminoso atrapado en su mirada, como si pudiera hipnotizarte. Rápidamente tomo nota mental del asunto para evitar encontrarme con sus ojos. Les digo «estoy aquí recolectando pistas sobre el tío Severo», les dije la verdad. Y ella me asegura que además de Kid el único resto de aquel tiempo es el Niño Elías, y a continuación pregunta «¿cuál es tu juego preferido?» Después de pensarlo un rato, contesto que hace años, de niño, era bueno con los yaquis. Mostrando no ser sordo, Gu-gú se para de un salto y desaparece corriendo en el interior de la casa. Uno, dos, tres, cuatro segundos en los que la prima Yunieska no para de sonreírme como si yo fuera víctima de algo que no alcanzo a entender. Vuelve Gu-gú y esparce los yaquis a nuestros pies, se saca la pelotica de goma de la boca y juega sin perder una, dos, tres, cuatro partidas seguidas. Luego se traga la pelota de vuelta, recoge los yaquis de un pase de mano y sale al portal. En su ausencia, un plácido silencio se posa entre nosotros, parece que estuviéramos escuchando el mar. Hasta que nos inunda de una bofetada un olor como a caca de bebé. Salimos y lo encontramos cambiándole el pañal a un Kid que sueña dulcemente; Gu-gú también podía oler, aún debía mostrarme que no era mudo.

LA PLAYA El papel de los habitantes de La Sal consiste en transitar por la orilla como huéspedes invisibles, en sus rostros se puede leer:

«Las dunas de arena mueren si caminas sobre ellas».

El mar de esta playa es de un vaivén pesado, cuentan que incluso ante frentes atmosféricos sólo reacciona con un leve zarandeo. Tan claro y liso, nadar hasta lo hondo y quedarse allí con los ojos cerrados, flotando, no se diferencia en nada a cavar una tumba durante el día para echarse a pasar la noche. Es necesario ser arrancado violentamente de ese mimetismo con el azul, en caso contrario es como si olvidaras respirar y flop, te hundes. Y ahí abajo todo es arena, lo he comprobado, desierto ingrávido que olvidó a peces y náufragos.

Un arrecife poblado de criaturas inocentes crece como una muralla varias millas mar adentro, en boca de los pescadores conserva vivos ciertos colores que el tiempo no ha podido diluir. ¿Qué significa esto? ¿Qué sucede allá?

Dicen que si uno aguanta la respiración y se sumerge, pululando entre los corales vuelve a creer en el aspecto de las cosas.

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