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La irrupción de los pobres: algunas lecciones Fernando Ponce León Rector: Pontificia Universidad Católica del Ecuador

La irrupción de los pobres: algunas lecciones

Fernando Ponce León

Rector: Pontificia Universidad Católica del Ecuador

Un equipo de filósofos jesuitas latinoamericanos creó la expresión “irrupción de los pobres” en los años noventa del siglo XX. Con ella querían dar cuenta “del hecho de la libertad y dignidad humanas de los pobres injustamente conculcadas, como también y sobre todo del hecho de que los pobres latinoamericanos han irrumpido como sujeto de novedad histórica a partir de su cultura sapiencial”1 .

La expresión resulta fecunda para la filosofía, especialmente para una que quiere “inculturarse” en el contexto latinoamericano, como solíamos decir en aquel equipo. Sin embargo, el hecho mismo desconcierta, molesta y deja sin muchas ganas de filosofar cuando nos sucede. Nada nos prepara para ello, ni los estudios ni las experiencias previas. La realidad embiste y solo queda encararla o esquivarla. La filosofía viene después. Levanta su vuelo al caer de la tarde.

1 Scannone, J.C., Perine, Marcelo (eds). Irrupción del pobre y quehacer filosófico. Hacia una nueva racionalidad. Buenos Aires: Editorial Bonum, 1993, p. 6.

Algo así sucedió en el Ecuador en octubre 2019, con ocasión del paro nacional. La PUCE enfrentó el golpe, al punto que todavía seguimos preguntándonos qué nos pasó como país. ¿Por qué llegamos a ese punto? ¿por qué tales niveles de violencia? ¿por qué seguimos negando las causas profundas del malestar social?

En aquellos días acepté que la PUCE se transformara en una zona de paz y acogida humanitaria para las comunidades indígenas que nos pidieron alojamiento. Ahora quiero relatar brevemente cómo viví los hechos de esos días y compartir algunas pocas lecciones aprendidas gracias a esta irrupción, con la esperanza de contribuir a la reconciliación profunda que necesitamos, aunque nos cueste admitirlo.

El lunes 7 de octubre, a eso de las 3 pm, me llegó un pedido de alojamiento por parte de la comunidad de Zumbahua, Cotopaxi, donde realizamos proyectos de vinculación con la comunidad. Juzgué que era un deber de reciprocidad el recibirlos en nuestro campus, dado que esta comunidad ha estado siempre abierta a recibir a nuestros estudiantes y docentes para sus prácticas de vinculación social. Si ellos nos acogen, era natural que los acogiéramos también.

Debo confesar que tuve muchas dudas. De hecho, estuve considerando la petición toda la tarde, hasta la hora de la misa comunitaria, que los jesuitas de la universidad celebramos todos los lunes, y donde esperaba consultar a mis hermanos sobre este pedido. Pensé en las dificultades logísticas que se vendrían, en las reacciones contrarias que este hecho produciría, en la imagen de la institución ante la sociedad quiteña y el país.

Afortunadamente, la respuesta vino del evangelio de esa noche y de los comentarios de mis hermanos jesuitas.

En aquella eucaristía se leyó Lucas 10, 25-37, la parábola del buen samaritano. En esta historia se cuenta que un caminante que va de Jerusalén a Jericó es asaltado y dejado medio muerto al borde del camino. Luego vienen estas frases que desarman a cualquiera: “Sucedió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, el cual lo vio y pasó de largo. De igual modo, un levita que pasaba por ahí, lo vio y siguió delante”.

La universidad, yo incluido, tenía y tiene muchas cosas que hacer y una imagen de respetabilidad que cuidar. Lo más prudente era limitarse a ver los acontecimientos, monitorearlo por las redes sociales, y seguir de largo con las ocupaciones. Al fin y al cabo, tenemos cronogramas que seguir y tareas que cumplir. Problemas no nos faltan, ¿para qué queríamos más?

Sin embargo, el evangelio nos estaba pidiendo algo muy molesto, inusual y con alto riesgo de incomprensión y politización. Sin embargo, el llamado era claro: un pueblo asaltado, no ahora sino desde hace siglos, siempre abandonado medio muerto al borde del camino, está pidiendo un lugar de acogida. Esta universidad que se dice católica, ecuatoriana y ligada al Sumo Pontífice debía abrirle sus puertas.

Así fue gracias a los 582 voluntarios –principalmente estudiantes, docentes, administrativos y exalumnos de la PUCE– que se hicieron presentes para gestionar eficazmente este albergue, prestar ayuda médica en puntos fijos y realizar brigadas médicas de avanzada en las zonas de mayor emergencia. Este grupo constituyó un “nosotros” unido y solidario que, junto con muchos ciudadanos que voluntariamente aportaron alimentos, medicinas y otros insumos, consiguieron resultados muy concretos.

En primer lugar, brindamos alojamiento, alimentación y descanso a un grupo que fluctuó entre 400, el primer día, y 1.300 huéspedes, el 10 de octubre, aproximadamente. Atendimos enfermos, contusos y heridos (1.851 atenciones) que de otra manera hubieran quedado desprotegidos. Ofrecimos servicios de guardería a 40 niños y niñas, en colaboración con UNICEF y la asociación ARNA. Al final, terminamos acogiendo además a comuneros de Chugchilán, otra comunidad donde realizamos proyectos de vinculación con la colectividad, de otras partes de Cotopaxi, y de varias comunidades de lmbabura y Chimborazo, principalmente.

En segundo lugar, conseguimos mediar en situaciones difíciles. Nuestros estudiantes, exalumnos y docentes voluntarios intervinieron en al menos dos situaciones críticas en las calles con el fin de rebajar tensiones, y lo consiguieron.

En la mañana del jueves 10 de octubre, los manifestantes tomaron un patrullero en la calle Mena Caamaño, que es la continuación de la Veintimilla hacia el este. Al inicio de este incidente, nuestro personal logró devolver sano y salvo a su base al policía que lo conducía. Minutos después, algunos administrativos y trabajadores nuestros rescataron a un teniente coronel de la policía que, por querer dialogar, terminó rodeado por una turba hostil. Le dimos refugio en la Dirección de Identidad y Misión, y le ayudamos a regresar con seguridad a su base. Con esta intervención se logró evitar, además, que se quemara el patrullero ese día y el siguiente.

El segundo incidente ocurrió al anochecer del 12 de octubre. En la esquina de la avenida 12 de Octubre y Mena Caamaño, se concentró un grupo de 96 policías, aproximadamente, mientras que a unos 80 metros al este, un grupo de 30 escuderos y 200 manifestantes se encontraba agrupado.

Valientes estudiantes de carreras de salud y de otras facultades, más algunos exalumnos, crearon dos filas de contención mostrando pancartas que decían “zona de paz y acogida humanitaria” a cada grupo, mientras trabajadores y administrativos ayudaban al dialogo entre ambas partes. Al cabo de dos horas de alta tensión, los manifestantes se disolvieron, algunos ingresaron al albergue de la Universidad Politécnica Salesiana, y la policía regresó a su base sin que se hubiera producido ningún enfrentamiento violento entre pueblo y pueblo.

En tercer lugar, contribuimos al acercamiento de posiciones entre el gobierno y algunas organizaciones líderes del paro nacional. La Universidad Politécnica Salesiana, la Escuela Politécnica Nacional, la Universidad Central y la PUCE mantuvimos contactos, acudimos a las reuniones a las que nos convocaron, suscitamos otras, siempre con el fin de que los argumentos de una parte fueran escuchados por la otra. En todo momento estuvimos en permanente contacto con las Naciones Unidas, cuya tarea nos propusimos complementar. Prueba de nuestra neutralidad es que tanto el gobierno como algunas organizaciones indígenas nos llamaron en ocasiones difíciles para hacer pasar mensajes a la otra parte. A la inversa, ambas partes estuvieron muy abiertas a nuestros pedidos y reclamos cuando desbordaban nuestras capacidades de resolución.

Cabe insistir que los cuatro rectores, y posteriormente el rector de la Universidad Andina Simón Bolívar, mantuvimos posiciones conjuntas para el manejo de la crisis en sus frentes humanitario, comunicacional y de facilitación del dialogo. Salimos fortalecidos como universidades hermanas, tres públicas y dos particulares.

Una primera lección es que la auténtica solidaridad es absorbente y exigente, pero es la única vía para la humanización. Al principio de la semana fuimos muy claros al definir las características de las personas que queríamos acoger. Nos propusimos aceptar mujeres, niños, niñas, ancianos y otras personas vulnerables de Zumbahua. En los hechos, sin embargo, tuvimos que abrir más la puerta del albergue. Terminamos recibiendo a varones y jóvenes también, a otras comunidades de Cotopaxi, y a comunidades de otras provincias, mucho más allá de nuestro plan inicial. Esta experiencia nos desbordó en momentos. Todavía guardo en mi memoria el portón de entrada con tanta gente queriendo entrar y nosotros buscando filtrarla mediante varios mecanismos. Pero, a la vez, fue una experiencia muy humanizante y transformadora. Terminamos recibiendo a quienes lo pedían, y no a quienes nosotros habíamos decidido recibir. La solidaridad nos desbordó, pero nos volvió más humanos.

Esta experiencia de apertura de puertas y de corazones refleja lo esencial de la parábola del buen samaritano, que se encuentra en un giro narrativo que pasa muchas veces desapercibido. Cuando los fariseos quieren seguir provocando a Jesús, le preguntan: ¿y quién es mi prójimo? O sea, ¿cómo lo definimos? Jesús narra entonces la parábola, y luego les cuestiona: entonces, ¿cuál de los tres (levita, sacerdote, el caminante de Samaría) se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?

Según este evangelio, existe una diferencia entre definir al prójimo al que queremos ayudar, y hacerse prójimo del caído real, es decir, aproximarse a él y dejarse interpelar por su situación. El acercarse a personas en necesidad, el entrar

en contacto y relación, en vez de solo brindar servicios a beneficiarios definidos de antemano, es lo que, a mi juicio, nos sucedió y nos volvió más humanos.

Una segunda lección proviene desde otra perspectiva. Desde el punto de vista de la acción ciudadana, con nuestra zona de paz y acogida humanitaria contribuimos al ejercicio de la democracia en el país. En teoría, tomos los ecuatorianos somos iguales en derechos, todos tenemos igual derecho a opinar, a manifestar públicamente nuestra opinión, a participar activamente en la construcción del país, a la salud, educación, etc. En la práctica, indígenas y campesinos, por mencionar solo a ellos, no cuentan con las condiciones necesarias para ejercer estos y otros derechos. Los ecuatorianos somos iguales en derechos, pero con desiguales oportunidades y condiciones para ejercerlos.

Al ofrecer albergue, promovimos la igualdad de oportunidades para este grupo de ciudadanos, por unos pocos días. En pequeña escala, hicimos lo que todo Estado debería buscar permanentemente y en relación con todos los derechos: la igualdad de oportunidades, un pilar básico de cualquier democracia moderna.

Algunos critican lo que hicimos porque, dicen, alentamos la protesta. Lo que hicimos fue facilitar el derecho a manifestar de quienes han sido, por siglos, excluidos del debate público y de la construcción de un país que debería ser un proyecto republicano, un proyecto común. Condenamos la violencia y vandalismo de estos días, nos abstenemos como universidad de pronunciarnos sobre la razonabilidad de las medidas económicas decretadas por las autoridades gubernamentales, pero no podíamos seguir de largo como los dos personajes de la parábola.

Finalmente, la tercera lección es que ha llegado el momento de cerrar un capítulo, y enseguida abrir otro del mismo libro de la vida. El país necesita caminar hacia la reconciliación nacional y la universidad puede contribuir a este objetivo. En estos días nos ha entristecido el grado de violencia que se ha abatido sobre la ciudad y nos ha indignado la intensidad del racismo y odio que se han esparcido por todo el país. Algunos creen que esta semana trágica nos ha fracturado como país, cuando la verdad es que el país arrastra fracturas e injusticias estructurales desde hace siglos, que hoy volvieron a sentirse. No es una exageración decir que el Ecuador nació mal hecho en 1830.

Como universidad católica confiada a los jesuitas, estamos llamados a trabajar de acuerdo con los lineamientos globales de la Compañía de Jesús (Preferencias Apostólicas Universales, en nuestro lenguaje), el segundo de los cuales dice: “caminar junto a los pobres, los descartados del mundo, los vulnerados en su dignidad en una misión de reconciliación y justicia”. Lo hemos hecho con la acogida humanitaria, y ahora debemos hacerlo mediante nuestro compromiso por la reconciliación nacional y según nuestra especificidad de comunidad académica.

¿Estuvieron nuestros estudiantes y la misma universidad en riesgo? Sin duda, no hay que ocultarlo. Pero de nuestros docentes, personal administrativo y estudiantes nació un liderazgo muy sensato que redujo notablemente los riesgos. Nos mantuvimos concentrados en el coliseo y áreas cercanas, con brigadas médicas protegidas, principalmente en El Arbolito y en el Ágora de la Casa de la Cultura, y solo con esas intervenciones en la calle que he narrado. Pero en todos los casos, los mejores cuidadores de los estudiantes fueron los mismos estudiantes, independientemente de sus facultades.

La universidad corrió y corre el riesgo de afectar su imagen, es verdad. Sin embargo, debemos preguntarnos qué imagen queremos mostrar y ante quien debemos quedar bien, cuando no podamos caer bien a todos. Por nuestra propia esencia, somos una universidad que apuesta muy alto por el servicio y la solidaridad, y cuyo propósito es formar jóvenes conscientes, competentes, compasivos y comprometidos. Con seguridad, habrá incomprensiones en la misma comunidad universitaria y afuera, debido a la información escasa, la desinformación o por las diferencias de opiniones sobre las causas y razonabilidad del paro, el movimiento indígena, el gobierno y otros actores políticos, etc. Sin embargo, estoy convencido que actuamos conforme a nuestra identidad, misión y valores, y muy en consonancia con nuestra inspiración cristiana y tradición católica de servicio a los excluidos de nuestro país.

Riesgos los hubo, pero evitamos el mayor de ellos: el quedar como una universidad incoherente consigo misma, en medio de una crisis nacional. Infinitas gracias a todos quienes apoyaron la universidad con sus oraciones, pensamientos, donativos y de mil otras maneras. ¡Que Dios les pague!

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