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Apertura Natalia Sierra Freire Profesora Facultad de Ciencias Humanas

Apertura

El texto que se presenta es un relato, tanto en su forma de narrar libremente un pensamiento, cuanto en su cualidad de apuesta-prueba de otra forma de procesar la experiencia y el conocimiento colectivo que de ella emerge.

Los escritos que se ofrecen al lector son el resultado de dos contextos que se cruzaron por casualidad y que rompen la causalidad rígida de una línea académica tradicional.

Uno es el contexto de un curso optativo que se dictó en la Escuela de Sociología, el cual trató lo que denominamos “Alternativas Epistemológicas desde el Sur”. Vale decir que este curso se propuso como parte de una investigación epistemológica que se desarrolla desde hace cinco años, y que se enmarca dentro de la búsqueda de nuevas formas de producir y socializar el conocimiento que ayuden a encontrar salidas a la crisis civilizatoria desde otra apuesta cognitiva. El curso se planteó ensayar el procedimiento de la caracola del conocimiento que se esbozó como resultado de la investigación. Es pertinente decir que este procedimiento establece la forma de la caracola como forma del conocimiento otro, la cual tiene como articulador el agujero-vacío de la caracola. Es decir, la pregunta en su dimensión fundamental como cuestionamiento por el ser arrojado en el infinito cosmos, ser indigente.

De esta manera, el método de la ciencia instrumental, basado en la hipótesis-respuesta, es cuestionado como dominación de la forma sujeto del pensamiento sobre la sociedad y su transcurrir.

Otro es el contexto que se abrió de forma sorpresiva por el paro de Octubre de 2019, convocado por varias organizaciones sociales del país y dirigido por la CONAIE, que paralizó las actividades por 12 días. Sin duda, esta ha sido la movilización social más fuerte registrada en este siglo, comparable a la ocurrida con el levantamiento indígena de 1990. Estas jornadas de movilización, que tuvieron su mayor impacto en Quito, congregaron la participación de varios sectores y actores sociales: los tradicionales, tales como las organizaciones indígenas y las de trabajadores; y nuevos, como las organizaciones de mujeres y jóvenes, organizaciones barriales, así como la sorpresiva participación de las universidades más representativas de la ciudad de Quito.

El papel de las universidades fue, principalmente, el convertirse en centros de acogida para hospedaje, atención médica y acompañamiento a las comunidades indígenas que se trasladaron a la ciudad para exigir al Gobierno la derogatoria del decreto 883, que eliminaba el subsidio de los combustibles. La Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) participó como centro de acogida, lo que representó una decisión coherente con la visión y misión de la institución de estar junto a los más vulnerables y necesitados. Varios de los estudiantes de la PUCE –sobre todo, los de las Carreras de Sociología, Medicina, Enfermería y Psicología–, fueron partícipes activos de esta tarea de acogida y acompañamiento de las comunidades indígenas. Todos ellos desempeñaron tareas como organizar la recepción de donaciones, la elaboración y distribución de comida, la organización de

los centros de descanso, atender a los heridos, acompañar social y psicológicamente a los miembros de la comunidad. Es importante señalar que fueron 12 días excesivamente difíciles, pues se registraron muchas personas, incluidos niños y bebés, agotadas física y psíquicamente, heridas, asfixiadas y muertas.

Los estudiantes universitarios que estuvieron encargados del acogimiento vivieron días realmente extenuantes y desconocidos para ellos, pues, a su edad no habían conocido y menos participado activamente de este tipo de movilización social. Se puede afirmar que la generación de jóvenes entre los 14 y 22 años se bautizó en este tipo de experiencias sociales, y entraron a la vida política por medio de su participación directa o indirecta en estas jornadas de resistencia.

El Paro concluyó, las comunidades retornaron a sus territorios y el tiempo para sentir lo vivido empezó para la comunidad universitaria. Los lugares vacíos que dejaron los huéspedes se convirtieron en la huella silenciosa de esta extraña experiencia, que se había atrancado en nuestras gargantas sin poder hacerse relato, sin poder ser sentido. La angustia se hizo presente obligándonos a buscar la palabra por donde empezar a desaparecer. No había conciencia, aún, de las enormes preguntas que dejaba este acontecimiento, preguntas que toparían las fibras más profundas de nuestra existencia cotidiana e histórica.

De regreso a la cotidianidad de las clases, no era posible retomar ese hilo de normalidad que había sido roto por el Paro. Un paréntesis quedó abierto en espera de otorgar sentido al acontecimiento, en rigor de construir el acontecimiento mismo. Los estudiantes tenían dificultad de volver a su cotidianidad, dificultad de tapar el hueco en la garganta,

el vacío de sentido que se había abierto en los 12 días del paro. Al parecer, no lo experimentaban como un vacío sino como una cosa incómoda que estorbaba el continuo de su vida. Debido a esta situación que observé en muchos de los y las estudiantes, que acompañaron de una u otra manera las movilizaciones sociales, decidí cruzar el contexto del paro con el contenido de la materia optativa que se estaba dictando. Intentamos ensayar el procedimiento de la caracola de conocimiento que debatíamos en el curso. Quizás así podíamos, colectivamente, enfrentar las angustias que el acontecimiento nos dejó e intentar tejer sentido comunes.

En el marco de esta perspectiva, aspiramos destrabar la garganta de la cosa inexplicable que la presionaba, dejando que las preguntas nos invadan, no huyendo de ellas, no tratando de esquivarlas en una seguridad inexistente. Decidimos morar en las preguntas reconociendo nuestra indigencia significante frente a lo sucedido. Se debía empezar asumiendo que lo único que nos dejó esta vivencia fueron preguntas, inmensas preguntas que se hundían en nuestras vidas individuales y colectivas y que abrían grandes incertidumbres. Adoptamos, de esta manera, la forma de conocimiento de la caracola, porque se despliega en torno al orificio de la pregunta; de la pregunta que no anticipa respuestas, de la pregunta que no es eclipsada por el método, que no es sacrificada por la hipótesis, que no se sujeta a las disposiciones arrogantes del sujeto. Nos hicimos así la pregunta aterradora ¿Qué paso? ¿Qué nos pasó?

La formulación de esta pregunta nos ubicó en lo vivido por nosotros mismos (lo vivido por uno mismo), es decir, una vivencia propia no ajena, no de otro, no inferida. Con todo el peso de algo que no es cotidiano, que no es efímero; con el peso de algo que establece una línea de ruptura

en el relato individual y colectivo. Nadie nos contó, no lo vimos por televisión, no lo leímos en los libros de historia. No, ¡lo vivimos! Vivimos el acontecimiento político social más importante para nuestro país en estas dos décadas del nuevo siglo, del nuevo milenio. Vivimos el acontecimiento que prendió las revueltas sociales en el sub continente. Así, vivimos “[…] por una parte la inmediatez que precede a toda interpretación, elaboración o mediación, y que ofrece meramente el soporte para la interpretación y la materia para su configuración; por la otra, su efecto, su resultado permanente” (Gadamer, 1993). Estábamos en el umbral de responder a las preguntas sobre lo ocurrido desde la vida.

Decidimos detenernos en la pregunta que indaga por la emoción. ¿Cuál fue la emoción que experimentamos con el suceso y qué sentimiento la describe? La pregunta por la emoción y el sentimiento que la nombra es la pregunta que surge de lo vivido que, por su fuerza, se trasforma en una vivencia cuyo significado tejido con las posibles respuestas será duradero. Nos preguntamos, entonces, ¿qué fue lo que sentimos durante lo vivido? ¿Qué produjo en nuestro espíritu esos 12 días? Nos detuvimos en la pregunta, teníamos que hospedarnos en ella, hundirnos en su vacío y quebrar ahí cualquier certeza previa, cualquier respuesta mecánica que la aniquile. Detenerse en la cadencia de la pregunta nos devuelve a nuestra circunstancia de indigencia, de seres que aparecimos en el cosmos sin respuestas. Solo desde allí es posible el surgimiento de la voluntad que imagine las respuestas que tejan el sentido de nuestra vida, de los acontecimientos que la constituyen y nos proyecten un destino común.

Cada vivencia de lo ocurrido en el Paro tiene una consistencia propia, de la cual surge una pregunta que en su demorarse posibilita una respuesta, una imagen singular del

acontecimiento. Decidimos que, en lo posible, la primera huella de respuesta tenía que ser contenida en una sola palabra, misma que exprese la emoción sentida y que, a partir de ella, se pueda tejer las respuestas que den sentido al hecho y construyan el acontecimiento de Octubre. Pensamos que demorarse en la pregunta, de alguna manera, nos garantizaba que la palabra que contenga la emoción sentida no fuera un dato inerte resultado de una proyección hipotética surgida del método científico, sino una huella de sentido, una intención significante. Cuando nos demoramos en la cadencia de la pregunta, la palabra presentada como intención de sentido-respuesta nos sale al encuentro, nos sorprende, porque no son susceptibles de análisis extraños a la vivencia. Ella misma es intención de sentido.

Pronunciar la palabra que contenga el primer sentimiento vivido fue una experiencia difícil. No fue fácil responder a la pregunta: ¿qué emoción provocó en cada uno el Paro? Estamos acostumbrados a neutralizar la vivencia y más la pregunta que ella abre con una compacta armadura de conceptos analíticos, de datos calculables y controlables. Estamos acostumbrados a ponernos la armadura del método científico para que nada altere las verdades eternas sobre las que erigimos la autosuficiencia del sujeto de conocimiento. Por esta razón fue necesario hundirnos en el vació de la pregunta, reposar en su silencio, sentir su acecho, cosa compleja solo soportable cuando se está en una comunidad, no en la soledad del individuo. Compartimos así la angustia que detenerse en la pregunta provoca en el espíritu, la angustia de nuestra circunstancia, de nuestra indigencia significante. Solo viviendo la angustia de la pregunta surge la voluntad de crear sentido, tejer respuesta, tejer mundo y no repetir fórmulas gastadas sino emprender la construcción de una nueva caracola de conocimiento que sea ella misma nuestro

refugio simbólico, donde nos recogemos y protegemos del sin sentido de los discursos petrificados y las razones envejecidas, que solo justifican la eternización de imágenes ya gastadas, corroídas por el tiempo.

Empezamos así a pronunciar la palabra con la cual empezaríamos a respondernos y con ello a construir el acontecimiento de Octubre. “Imponencia”, “frustración”, “decepción”, “lucha”, “orgullo”, “esperanza”, “escalofríos”, “tiempo”, etc. Fue el comienzo. A partir de allí, nos propusimos relatar el contexto vivido donde esa palabra se hacía cuerpo sintiente. Primero el relato sin pretensión de ser una explicación de nada, solo el relato de lo vivido, el relato de la impotencia, el relato de la frustración, el reato de la decepción. Con el relato nos presentábamos en nuestra indigencia, sin explicación, sin justificación en nuestra presencia nuda, intentando no ocultar nuestra indigencia, intentando apostar por la humildad que el reconocimiento de nuestra circunstancia demanda. En el relato, creímos, se manifiesta la vivencia de la emoción sentida, la vida misma en su ser rostro y no concepto (Levinas, 1977). En el relato, lo que se mueve es la palabra que se desplaza, camina y teje sentido. Luego creímos pertinente hacer otra vuelta de sentido propio de la espiral de la caracola e interpretar nuestro propio relato a partir de una distancia que no supone la distancia del sujeto de conocimiento en relación a su objeto de estudio, sino la distancia de la interpelación por el valor de lo acontecido y vivido. Por último, la tercera vuelta del caracol de sentido fue volver a la pregunta que inicie en lo lectores un nuevo espiral de conocimiento.

Esta complicidad significante, que inició en el seno de la comunidad de estudiantes del curso “Alternativas epistemológicas desde el Sur”, se abrió y hospedó las vivencias de

otras personas de la comunidad universitaria que participaron de forma directa en las tareas de cuidado, que desplegaron en el centro de acogida. Entre estas vivencias se encuentra la relatada por el Dr. Fernando Ponce León, Rector de la Universidad, quién abrió las puertas de nuestra casa para acoger a las comunidades de los pueblos ancestrales que llegaron a la ciudad.

En un intento por respetar las vivencias de los actores de estas jornadas, se muestra a los lectores el relato de cada persona con su palabra singular y directa, tal cual ellos y ellas las tejieron y con las cuales intentaron construir el acontecimiento de Octubre.

Natalia Sierra Freire

Quito, marzo 2020

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