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Angustia Milena Bolaños Estudiante de Sociología

Milena Bolaños

Estudiante de Sociología

Angustia

EL PARO, el paro, el paro se ve, se lee y se vive desde varias historias diferentes. Esta es la mía. Nunca he sido una persona que logra llevar rigurosamente un diario, pero me da la impresión de que escribir ciertas cosas de mi vida es importante y, hasta cierto punto, terapéutico. El poder releer lo que pensaba sobre ciertos momentos o saber que sentía en un día específico es un ejercicio cautivador, porque lo escrito está impregnado para siempre (o hasta que algo le pase a ese diario). El punto es que durante los 12 días del paro solo una vez recurrí a mi diario.

Estudio Sociología y me gusta pensar que como consecuencia mi círculo tiene bastante conciencia social y, por eso, salimos a marchar con regularidad. Cuando los estudiantes se levantaron fue algo que, por lo menos, yo nunca había visto. Por mi corta edad, claro está. Pero sabía que estaba con ellos y de acuerdo con lo que reclamaban. Nunca pude salir porque mi mamá no me dejó. Eso acarreó varios conflictos en mi casa que no vienen al caso.

Mis amigos sí salieron, ayudaron desde temprano, se reunieron con grupos de resistencia, hicieron bombas de pintura. Llevaban, obviamente, peligrosas armas de defensa también conocidas como mascarillas y tabacos para hacer frente a una represión policial desmesurada e inconsciente. Entre ellos, tengo que resaltar a dos que para mí son los cñores del grupo, (sí, cñores con c, es algo nuestro). Espero que no les moleste, pero no quiero inventarme otros nombres: Nicolás y Juanse.

Podría escribir muchísimas páginas sobre mi relación con ellos, los momentos más importantes y todo se leería con alguna canción sobre la amistad de fondo, pero ese no es el punto. Durante el primer día de manifestaciones, desde mi casa los llamaba para saber dónde estaban y si podían reunirse con el resto. En cada una de las llamadas, el fondo era aterrador: gritos, ruido, bombas. No era posible saber qué estaba pasando. Una de las llamadas que me dejó ansiosa fue con Juanse. Cuando contestó apenas se lo escuchaba. En ese momento, los policías habían hecho que los trucutú hagan un sonido horrible para dispersar a las personas y aumentar el pánico. Juanse me dijo que tenía miedo. Ese sonido lo ponía ansioso y todos a los que nos ha dado un ataque de ansiedad sabemos cómo se siente, lo feo que es y lo inoportuno que hubiera sido en ese momento.

Yo podía entender cómo se sentía y qué debía hacer para tranquilizarse pero es mucho más difícil si te enfrentas a un ambiente que no controlas y en el que de un segundo a otro debes correr por tu seguridad. (El simple hecho de recordar este punto de la historia me hace llorar). Odiaba que él se encontrara en esa situación y quería que no se sienta así pero no podía hacer nada para evitarlo. Yo estaba a kilómetros de distancia, en mi casa, segura y lejos de toda esa violencia.

Pero no me importó. No quería que a mi amigo le diera un ataque de ansiedad en donde sea que haya estado. La llamada fue considerablemente larga. Él estaba solo. Momentos antes, habían logrado dispersar al conglomerado de personas y ya no estaba con el resto, con esfuerzo logró calmarse y quedamos en que lo volvería a llamar después.

Gracias a la tecnología, y debido a que de un momento a otro les tocaba correr, en el grupo de whatssap (agua bendita) quedamos en que nos manden la ubicación a mí y a otra amiga que no pudimos salir, por si acaso, ¡por si acaso qué! Me pongo a pensar en esa frase que es tan común para nosotros: la cultura del “por si acaso”, como cuando llevamos cosas extra para los viajes, o cuando salimos con otra chopa aunque esté el sol. Lo importante es lo que no decimos, por miedo o porque está implícito. En mi caso: por si acaso se los lleven, los lastimen o los desaparezcan.

Cada noche cuando llegaban a sus casas trataba de hablar con ellos para asegurarme que habían llegado bien y les preguntaba qué iban a hacer el día siguiente. La respuestas de ambos era la misma: “resistir”. Otro día pasaba. Y otro. El tiempo se hizo difuso. No sabía que día era solo sentía un constante malestar sobre toda la situación hasta que Nico mandó notas de voz en “agua bendita”. En general, él suele mandar notas de voz. Pero fue una, que duró 1:38, que me hizo sentir como todo lo que pasaba afuera era real. Además de la que mandó al grupo me mandó una a mí. No quiero entrar en detalles de lo que decía porque solo haber buscado la nota de voz y ponerle play hace que me dé un escalofrío en todo el cuerpo. Obviamente, hablaba sobre aquellos que no regresaban a casa después de salir a resistir. En ese momento cogí mi diario.

06-10-2019

Es domingo de noche. El jueves 03 hubo paro de los transportistas y el gobierno se arregló con ellos. Sin embargo, el paro es nacional. Son los estudiantes los que salieron a las calles. Los medios de comunicación son basura. Entre hoy y mañana llagan las comunidades indígenas a la capital. Todos dicen que se va a poner feo. Mis amigos salieron el jueves y viernes. El presidente decretó estado de excepción y, con eso, el abuso de poder por parte de los policías está peor. Apuntan al cuerpo y no les importa nada.

El Nico mandó notas de voz al grupo sad. Y, por primera vez desde que empezó todo esto, tengo miedo. Ahora solo quiero saber qué va a pasar mañana.

Recuerdo llorar mientras escribía y aunque pienso en la probabilidad de que algo malo les haya podido pasar, los familiares y amigos de los 11 muertos y los 1340 heridos pensaron lo mismo. Entonces, vuelvo a pensar ¿cuál es la probabilidad?

Creo que muchos podemos acordar que la vida después de paro no es igual. Por un lado, el lunes siguiente al paro fue como si nada, todos a los trabajos y escuelas. Lo que quedó del paro a penas se sentía en las zonas de mayor conflicto. Por otro lado, hasta ahora hay un sentimiento de falta, de no poder procesar todo lo que había pasado. Al hablar con mis amigos y ponernos todos sociológicos y profundos concluimos que los 12 días de paro pasaron de forma extraña porque no hubo actividad económica en el país. La paralización significó miles de dólares perdidos, pero eso solo es lo cuantitativo de la situación. Lo que no puede cuantificarse es el sentimiento durante y después del paro. A pesar de la falta de procesamiento social de esos sentimientos es increíble

que la reactivación del movimiento económico haga como si nada hubiera pasado y las personas continúen literalmente “trabajando para sacar al país adelante”.

En clase, como ejercicio, pasamos al pizarrón y escribimos una palabra que represente lo que sentimos durante el paro. Mi palabra fue “angustia”. Mi argumento sobre la palabra era simple, me angustiaba el bienestar de mis amigos, qué les podía pasar y si estaban bien a pesar de todo. En el análisis logré entender que mi sentimiento representa lo femenino en la lucha, ergo la existencia misma de la lucha. Para hacer más sencillo a este concepto de lo femenino podemos verlo en los dos momentos cruciales de mi historia: por un lado, la sostenibilidad de la lucha con la llamada y, por otro, la corresponsabilidad con el otro en las notas de voz.

La lucha como tal no es posible sin lo femenino, entendiendo a lo femenino como aquellos que nos quedamos atrás, las mujeres que esperan que sus hijos y esposos regresen a casa. La violencia que promueve el Estado en este tipo de manifestaciones sociales no solo afecta a la “primera línea” de combate, sino a todo el tejido social. Sin la angustia no hay lucha porque no hay el momento de repliegue, curación emocional y el cuidado que sostiene a la misma. Si pensamos en la llamada con Juanse podemos ver el momento de repliegue, cuidado y preocupación. Para mí era importante que él se sintiera mejor, porque allá afuera nadie iba a preocuparse por su seguridad y él necesitaba estar listo para seguir luchando.

La angustia que sentía por el bienestar de mis amigos, porque no les lastimen, que no los maten o peor aún los desaparezcan, nace de la corresponsabilidad de lo femenino con el otro. Saber que alguien se está preocupando genera afectos fuertes dentro del tejido social y, por ende, tras la

lucha hay una razón para volver a casa. Cuando Nico mandó las notas de voz, el imaginario de la lucha se hizo real, las pérdidas humanas y la desesperación eran reales. El miedo por lo que les podía pasar refleja el cariño y los afectos que tenemos no solo compañeros, sino como amigos.

Cuando una persona sale a luchar se refugia en lo masculino, la supuesta fuerza y poder para hacerle frente al enemigo. Pero es necesario, en algún momento, que esa persona se recoja en lo femenino, en el cuidado y los afectos para aliviar el horror de la lucha y poder salir de nuevo de ser necesario o simplemente poder curar lo que vivió, procesarlo y seguir adelante. En realidad yo no sabía todo esto. En clase entendí la importancia del cuidado y el cariño para la existencia misma de la lucha y me hizo pensar que tiene mucho sentido. Históricamente, en las guerras, lo primero en ser tomado eran las mujeres porque somos nosotras las que creamos tejido social, las que del imaginario hacemos realidad. Por eso, si se corrompen a las mujeres se corrompe el tejido social. De la misma forma, cuando volvían de las guerras necesitaban de las mujeres para recogerse y literalmente recobrar fuerzas.

Dentro de todo esto, lo que quiero recalcar es aquello de lo que no nos atrevemos a hablar, de lo que no consideramos importante y, hasta cierto punto, lo pasamos por alto: el horror del costo humano del paro. Hasta para mí es difícil escribir todo en este relato. Aún siento miedo al decir muerte o desaparición. La angustia y ansiedad que provoca el escribir y recordar esos días nos muestra lo fuerte que fue y sigue siendo. Como sociedad, deberíamos trabajar no solo en recuperar los dólares perdidos, los espacios destrozados, sino que, sobre todo, enfocarnos en reparar las vidas perdidas y aquellas afectadas por todo lo que se vivió.

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