6 minute read

Un paseo por el Madrid de Luis Rosales

Next Article
ALEJANDRO SOTO

ALEJANDRO SOTO

DESDE QUE TUS PASOS ME ABREN EL CAMINO.

UN PASEO POR EL MADRID DE LUIS ROSALES

Advertisement

El género biográfico, hollado hasta la saciedad, suele tener como eje la cronología: la persona nace, crece, trabaja (y casi siempre se reproduce y se relaciona) y, claro está, un día llega a su final. Este libro sobre Luis Rosales (1910-1992, Premio Cervantes de 1982, como es notorio) ha optado por otra estructura, como pone de relieve el propio índice: lo suyo es el espacio, no el tiempo. O sea, los lugares en los que – siempre en Madrid, incluyendo Cercedillatranscurrieron, salvo pequeños paréntesis, sesenta de sus años de vida: todos menos la infancia y la primera juventud.

La opción de los autores -uno de ellos, su propio hijo, también Luis o, dicho sea de manera completa, Luis Cristóbal- pudo antojarse arriesgada. Pero, visto el resultado, ha sido un acierto redondo.

Hay, sí, capítulos que no tienen denominación de origen, para decirlo con términos geográficos. Son los dos primeros, “Te prestaré mis ojos” (páginas 11-14) y “Alpegrán” (15-30), que es el nombre de una pensión. Y también los tres últimos: “Porque la muerte no interrumpe nada” (231-234), “Agradecimientos” (237) y “Bibliografía de Luis Rosales” (239-241).

Pero el resto, o sea, casi todo, son en efecto los sitios en los que discurrió la vida del pensador -eso era, a mi juicio, sobre todo, aunque en Francia se le llamaría un homme de lettres-, en lo personal y también a la hora de trabajar: “Calle de Alcalá” (31-43); “Facultad de Filosofía y Letras” (45-55); “La Biblioteca Nacional de España” (57-76); “El Parque del Retiro” (77-98); “Real Academia Española” (99-117); “Calle Gran Vía” (119-150); “Argüelles/La Casa encendida” (151-203); y, en fin, “Cercedilla” (205-229).

¿El mejor de ellos? Difícil elegir, porque teniendo todo el libro continuidad y además un nivel altísimo, cada uno de los capítulos es un mundo. Los que somos asiduos de Ciudad Universitaria valoraremos mucho la disertación sobre la Facultad que, en plena República, se puso en marcha en lo que entonces era una finca agrícola o incluso un descampado y en la que luego el protagonista haría su tesis doctoral, con dirección de Dámaso Alonso, sobre el Conde de Salinas. A los habituales del barrio madrileño de Argüelles nos entusiasmarán las páginas que (pensando por supuesto en Altamirano, 34) se le dedican. Los amantes del Madrid más urbano se recrearán con lo que se relata sobre la castiza calle de Alcalá (la del chotis) la moderna Gran Vía o -con mayúsculas las dos- el Parque del Retiro. Y, por supuesto, los que frecuentan la sierra -ese Guadarrama que desde comienzos del siglo XX ha devenido un territorio tan legendario como la tierra media de Tolkien- van a gozar leyendo las páginas sobre Cercedilla, donde, por cierto, descansan los restos del poeta.

Pero lo más intenso, desde el punto de vista de la recreación personal, quizá se encuentre en la descripción de dos edificios -de dos atmósferas o, si se quiere, de dos grupos humanos- que albergan instituciones sin las cuales la obra de Luis Rosales pura y simplemente no se entiende (o incluso no habría podido existir): la Biblioteca Nacional de España y la Real Academia Española, a la que nuestro hombre accedió, con poco más de cincuenta años, con su memorable discurso sobre el Conde de Villamediana.

El libro reproduce, por supuesto, muchos pasajes de los textos de Luis, en poesía y también en prosa, donde por cierto el biografiado (piénsese en “Cervantes y la libertad” o en “El sentimiento del desengaño en la poesía del barroco”) se mostraba tan excelente o incluso más. Y hay que destacar también la calidad de las fotos que se han incorporado al texto. Con razón el Instituto Cervantes le dispensó los honores de acoger, el pasado 5 de abril, la presentación. Luis García Montero escogió muy bien, una vez más.

Pero de la obra hay que decir que constituye, aparte de un reconocimiento a la memoria de Luis Rosales, un homenaje a Madrid, esa ciudad que unos y otros -aunque sea para denostar, que es otra forma de reconocer- parecen empeñados en convertir en una de las capitales de Europa y (reproduciendo los elogios que recogió Agustín Lara) del mundo, al menos en lo que hace a capacidad de acogida de los que vienen desde otros lugares -no sólo Manzanedo de Torío, provincia de León, sino también Granada, como por cierto el autor de estas líneas puede mencionar por sí mismopara arraigarse. Puestos a buscar otro testimonio de la segunda mitad del siglo XX, la cita obligada puede ser la de la autobiografía de Miguel Ríos (nacido mucho después de Rosales, en 1944), “Cosas que siempre quise contarte”. Rockero -y por tanto inmortal- y mucho más que rockero. Todos ellos (todos nosotros) siempre bajo la estela de Francisco Ayala -sabiendo que su viaje se vio obligado a desplegar un rodeo por América que se tomó muchos años- y sus “Recuerdos y olvidos”, claro está.

De la obra que constituye objeto de esta reseña hay que resaltar que ha coincidido en el tiempo, por pura casualidad, con la monumental otra de Trapiello, tan justamente celebrada. No hay competencia posible entre ambas cosas, porque, aun teniendo ambas a Madrid como protagonista, son heterogéneas en tamaño, en contenido y en los propósitos de los autores. Pero los que hayan leído la enciclopedia de Andrés harían bien en dedicar un rato a esto otro. Se formarían una idea cabal de lo que significó culturalmente la capital de España entre los años cuarenta y ochenta del siglo pasado. Les sorprenderá ver (o, quizá mejor, sólo recordar) lo intensa y lo extensa que era la nómina de intelectuales -no sólo escritores- que se juntaron. Y otra cosa, feliz dentro de las evidentes limitaciones de la vida de la época (empezando por las económicas, que durante mucho tiempo fueron angustiosas): lo poco que en el fondo pintaban los políticos, que son, y ya termino, los grandes ausentes del relato. Una auténtica gozada.

This article is from: