CULTURA 360º

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DESDE QUE TUS PASOS ME ABREN EL CAMINO.

UN PASEO POR EL MADRID DE LUIS ROSALES Fuente citada: Revista Libros, Nocturnidad y Alevosía.

E

l género biográfico, hollado hasta la saciedad, suele tener como eje la cronología: la persona nace, crece, trabaja (y casi siempre se reproduce y se relaciona) y, claro está, un día llega a su final. Este libro sobre Luis Rosales (1910-1992, Premio Cervantes de 1982, como es notorio) ha optado por otra estructura, como pone de relieve el propio índice: lo suyo es el espacio, no el tiempo. O sea, los lugares en los que – siempre en Madrid, incluyendo Cercedillatranscurrieron, salvo pequeños paréntesis, sesenta de sus años de vida: todos menos la infancia y la primera juventud. La opción de los autores -uno de ellos, su propio hijo, también Luis o, dicho sea de manera completa, Luis Cristóbal- pudo antojarse arriesgada. Pero, visto el resultado, ha sido un acierto redondo. Hay, sí, capítulos que no tienen denominación de origen, para decirlo con términos geográficos. Son los dos primeros, “Te prestaré mis ojos” (páginas 11-14) y “Alpegrán” (15-30), que es el nombre de una pensión. Y también los tres últimos: “Porque la muerte no interrumpe nada” (231-234), “Agradecimientos” (237) y “Bibliografía de Luis Rosales” (239-241).

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por Antonio Jiménez Blanco Catedrático de Derecho Administrativo y Letrado de las Cortes Generales Académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Politicas

Pero el resto, o sea, casi todo, son en efecto los sitios en los que discurrió la vida del pensador -eso era, a mi juicio, sobre todo, aunque en Francia se le llamaría un homme de lettres-, en lo personal y también a la hora de trabajar: “Calle de Alcalá” (31-43); “Facultad de Filosofía y Letras” (45-55); “La Biblioteca Nacional de España” (57-76); “El Parque del Retiro” (77-98); “Real Academia Española” (99-117); “Calle Gran Vía” (119-150); “Argüelles/La Casa encendida” (151-203); y, en fin, “Cercedilla” (205-229). ¿El mejor de ellos? Difícil elegir, porque teniendo todo el libro continuidad y además un nivel altísimo, cada uno de los capítulos es un mundo. Los que somos asiduos de Ciudad Universitaria valoraremos mucho la disertación sobre la Facultad que, en plena República, se puso en marcha en lo que entonces era una finca agrícola o incluso un descampado y en la que luego el protagonista haría su tesis doctoral, con dirección de Dámaso Alonso, sobre el Conde de Salinas. A los habituales del barrio madrileño de Argüelles nos entusiasmarán las páginas que (pensando por supuesto en Altamirano, 34) se le dedican. Los amantes del Madrid más urbano se recrearán con lo que se relata

sobre la castiza calle de Alcalá (la del chotis) la moderna Gran Vía o -con mayúsculas las dos- el Parque del Retiro. Y, por supuesto, los que frecuentan la sierra -ese Guadarrama que desde comienzos del siglo XX ha devenido un territorio tan legendario como la tierra media de Tolkien- van a gozar leyendo las páginas sobre Cercedilla, donde, por cierto, descansan los restos del poeta. Pero lo más intenso, desde el punto de vista de la recreación personal, quizá se encuentre en la descripción de dos edificios -de dos atmósferas o, si se quiere, de dos grupos humanos- que albergan instituciones sin las cuales la obra de Luis Rosales pura y simplemente no se entiende (o incluso no habría podido existir): la Biblioteca Nacional de España y la Real Academia Española, a la que nuestro hombre accedió, con poco más de cincuenta años, con su memorable discurso sobre el Conde de Villamediana. El libro reproduce, por supuesto, muchos pasajes de los textos de Luis, en poesía y también en prosa, donde por cierto el biografiado (piénsese en “Cervantes y la libertad” o en “El sentimiento del desengaño en la poesía del


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