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4 EL PERÍODO HELENÍSTICO
El 13 de junio del 323 a. C. moría Alejandro Magno en Babilonia, víctima de la malaria. Contaba 32 años, era el príncipe más poderoso del mundo antiguo y los sacerdotes egipcios le habían reconocido como el hijo de Zeus. A falta de un heredero indiscutible, los principales generales del ejército se disputaron sus estados, que fragmentaron en monarquías hereditarias: los Antigónidas en Macedonia, los Atálidas en Pérgamo, los Nicoménidas en Bitinia, los Selyúcidas en Siria y los Ptolomeos en Egipto. Todos estos reinos terminaron por convertirse en provincias romanas, y el período comprendido entre la muerte del héroe macedónico y el año 30 a. C., fecha en que Augusto concluye la anexión del país de los faraones, va a recibir el nombre de helenismo.
A lo largo de tres siglos asistimos a una nueva civilización, en la que se conjugan elementos griegos y orientales, convirtiéndose el arte en factor de unión.
Los principales órganos del helenismo van a ser las ciudades, fundadas por los nuevos soberanos como plataforma de sus f lorecientes cortes. Estas son vastas metrópolis que ostentan el glorioso nombre de su fundador, como Alejandría en Egipto y Antioquía en Siria. Su urbanismo suele ser reticular, con calles trazadas en ángulo recto, divididas en manzanas regulares, como un tablero de ajedrez, siguiendo los dictámenes que impuso Hypodamos de Mileto¬ en el puerto griego del Pireo; en medio se alza el ágora: una espaciosa plaza con pórticos o stoas. Los gobernantes sembraron las poblaciones con majestuosos edif icios de carácter religioso, privado y público: santuarios, palacios, mausoleos, mercados, bibliotecas, gimnasios y teatros al aire libre, como el espectacular de Epidauro, el mejor conservado y de mayor acústica del arte griego [28]. Las ciudades costeras remodelan la zona portuaria, erigiendo monumentos que se convirtieron en «maravillas del mundo»: el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría. Característica arquitectónica de estos programas será la presencia de varias plantas en los edif icios, con columnas gigantes y órdenes superpuestos, reservando el jónico para el primer piso y el corintio para el segundo. Roma se aprovechará de tan fecundas innovaciones artísticas.
Con todo, las grandes creaciones del arte helenístico pertenecen al campo de la escultura. Se ofrecen soluciones satisfactorias en el orden técnico e iconográf ico: las estatuas pierden el punto de vista frontal en favor de su visibilidad desde todos los ángulos, con el propósito de que puedan erigirse en el centro de una plaza y el observador las contemple desde cualquier perspectiva; se resuelve también el problema de la torsión del cuerpo, con f iguras girando en espiral, y surgen grupos complejos integrados por varios personajes; el repertorio iconográf ico se amplía y la nómina de dioses es compatible con individuos de toda condición social, desde el príncipe al esclavo, en un proceso de secularización artística; se cultivan las tres edades de la vida, la ternura de la infancia, la plenitud de la madurez y las carnes decrépitas del anciano; los modelos pueden ser griegos o extranjeros, vestidos o desnudos, y triunfa la alegoría.
Cuatro grandes escuelas alcanzan fama y prestigio: Atenas, Alejandría, Pérgamo y Rodas.
Atenas, agobiada por la crisis económica y la pérdida de su supremacía política, cultiva el retrato de los intelectuales: el orador Demóstenes¬, el poeta trágico Sófocles¬ y el f ilósofo Epicuro¬. Paralelamente, sus talleres escultóricos, integrados por los discípulos y seguidores de Praxíteles, Escopas y Lisipo, dan vida a la escuela neoática, caracterizada por copiar y rejuvenecer los modelos clásicos de los siglos V y IV, como acredita la Venus de Milo.
Alejandría mostró complacencia por los temas cotidianos y alegóricos. Representó toda una galería de tipos populares en terracota, piedra o bronce, y simultáneamente desarrolló, en mármol, personif icaciones de ideas abstractas, como la Alegoría del río Nilo, def inido como un anciano recostado, que porta el cuerno de la abundancia y los símbolos de las tierras que sus provechosas aguas fertilizan.
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Altar consagrado a Zeus y Atenea, por Eumenes II, rey de Pérgamo (180-160 a. C.). Mármol. Base rectangular de 36 x 34 m. Restaurado y reconstruido en Berlín, Staatlichee Museen.
Gálata Ludovisi. Copia romana en mármol de un original helenístico en bronce, fechable en torno al año 225 a.C. y perteneciente a la Escuela de Pérgamo. 211 cm. Museo de las Termas, Roma. 31
Agesandro, Polydoro y Athenodoro. Laoconte y sus hijos (50 d. C.). Mármol. 242 cm. Museo Vaticano, Roma.
Si los críticos de arte nacidos en la era cristiana concedieran un premio al mejor original del mundo antiguo que ha llegado a nuestros días, el galardón recaería en el Laoconte. Plinio, en el siglo I, saluda al grupo como la «obra que debe ser situada por delante de todas, no solo las del arte de la estatuaria, sino también de las de la pintura». Y Winckelmann, en el siglo XVIII, añadía que «este famoso grupo merece tanto más la atención y admiración de la posteridad cuanto que jamás se hará otra escultura que pueda compararse con esta obra maestra».
Pérgamo se inclina por temas patéticos, de sentimientos violentos. Sus habitantes habían rechazado una incursión céltica de gálatas¬ en el 228 a. C. y el rey Atalo I decidió conmemorar esta victoria con seis esculturas que se mostrarían en la plaza pública. En el centro figuraba el Gálata Ludovisi, que acaba de matar a su mujer para librarla de la esclavitud y, mientras sujeta el cadáver, gira la cabeza hacia su enemigo en actitud desafiante, al tiempo que se suicida, hundiéndose la espada en el pecho [30]. A su alrededor se sitúan cuatro gálatas moribundos, tendidos en el suelo. Los bárbaros vencidos son tratados con gran dignidad para exaltar el triunfo local. Posteriormente, bajo el reinado de Eumenes II, se erigió el altar consagrado a Zeus y Atenea. Fue iniciado en el 180 a. C. y narra, en grandes relieves, la batalla que los dioses olímpicos sostuvieron con los gigantes, hijos de la Tierra [29] Rodas continúa esta vertiente dramática, profundizando en la emoción del sufrimiento y acentuando el dolor. Sus creaciones más famosas son los grupos del Toro Farnesio (Museo Nazionale, Nápoles) y del Laoconte [31]. Esta última obra fue realizada ya en Roma, hacia el 50 d. C., por los escultores Agesandro, Polydoro y Athenodoro para decorar la Domus Aurea de Nerón.
Representa el castigo que Apolo inf ligió al sacerdote troyano Laoconte y a sus hijos por haberle ofendido, enviando dos serpientes que les asf ixian. Se descubrió en 1506 y los hombres del Renacimiento vieron en su composición y dramatismo el ideal de la Antigüedad. Inspiró a los artistas del Manierismo la línea serpentinata¬ y los preceptistas sacros aconsejaban a pintores y escultores imitar la expresión del Laoconte en el rostro del mártir cristiano, pues era el vivo ejemplo del dolor: dolor físico por la tortura y dolor moral al contemplar cómo sus hijos están siendo víctimas del cruel destino que les espera. El dramatismo de los escultores rodios transpira, incluso, en obras gozosas, como la vibrante Victoria de Samotracia, que desciende sobre la proa de un navío, agitadas las ropas por la fuerza del viento marino, para conmemorar un triunfo naval [32]