Luz y Tinta nº 107

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Nº 107 - Diciembre de 2020

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Un año para olvidar 2020. Dos mil veinte. Jamás olvidaremos este año. Jamás olvidaremos un año en el que hemos visto cómo se removían los cimientos del mundo, cómo el Covid-19 atacaba sin complejos la línea de flotación de nuestra vida, cómo saltaba por los aires una forma de vivir. A 10 de diciembre, cuando publicamos este nuevo número de Luz y Tinta, aún no sabemos cómo vamos a terminar, cómo se va a solucionar este problema mundial que nos está sacudiendo desde principios de este inolvidable 2020. Se habla todos los días de nuevos contagios, de nuevos ingresos hospitalarios y, lo que es más preocupante, de nuevos muertos, dejando un eco de muerte y un poso de preocupación en cada noticia. Y aunque se nos habla ya de las vacunas, que están ya ahí y que van a contribuir a mitigar parte del dolor y del temor que nos sobrecoge, no se ve aún la luz al final del túnel o, por decirlo de otra manera, la poca luz que se atisba no es suficiente para iluminar de pleno y lo único que consigue es sembrar de más sombras nuestro entorno. Por eso he titulado esta nota con la idea de olvidar este año que nos ha enredado de mala manera con su agobiante avance. Y es que el muy puñetero 2020, no lo olvidemos, es año bisiesto. No soy muy proclive a la superstición que envuelve a estos años irregulares —Año bisiesto, año siniestro, recoge la paremiología popular—, aunque se citan a la sazón catástrofes sin número que han ocurrido en estos años con veintinueve días en el mes de febrero, como el comienzo de la guerra civil española o el asesinato de John Lennon, cuya efemérides se celebra estos días, o de Martin Luther King, Gianni Versace o Federico García Lorca, todos ellos ocurridos en año bisiesto, junto con muchos otros, sin olvidar el hundimiento del Titanic o el escándalo Watergate que terminó con la presidencia de Richard Nixon, para no alargar la lista. Claro que en el otro plato de la balanza podríamos citar miles y miles de asesinatos, de famosos y no famosos, y miles y miles de catástrofes naturales o provocadas por el hombre, como los atentados del 11 de septiembre que derribaron las Torres Gemelas, la bomba sobre Hiroshima o el inicio de la Primera Guerra Mundial. Fuera de peculiaridades del calendario, desde que el mundo es mundo y desde que el hombre es hombre los asesinatos, desastres y calamidades de todo tipo se han ido sucediendo —y se suceden, no lo olvidemos— con una regularidad asfixiante que nada tiene que ver con un día de más o de menos en el decurso de un año y sí con la propia condición humana y su capacidad para intervenir en el ritmo natural de las cosas. Así que, para cerrar esta reflexión, espero que durante los próximos meses se sucedan hechos fortuitos o provocados por la ciencia o la casualidad que nos ayuden a olvidar este trágico 2020, al que aún le queda el estrambote de la Navidad, con la bizantina discusión —espero que solo subyacente al ámbito español— de si debemos celebrarlo en soledad o acompañados por nuestros familiares y por nuestros “allegados”, palabra que se ha instalado en el subconsciente colectivo como un mantra. Pasado este paréntesis de mazapanes y de villancicos, retomaremos las mascarillas, la esperanza en las vacunas, vengan de donde vengan, y la suspicacia ante el mal fario de los años bisiestos, como este 2020 que nos ha tocado padecer día a día, mes a mes, muerto a muerto. Por eso, desde la redacción de Luz y Tinta deseamos a sus lectores y amigos que pasen unas alegres y cuidadosas navidades —el virus no entiende de fiestas—, que enfilen el año próximo con mayor suerte que en este que termina y que en las páginas que siguen encuentren un momento de tranquilidad para disfrutar de textos y fotos que pretenden ser un abrazo virtual en estos momentos en que no se aconsejan los abrazos físicos. Por ello, para recordarlo de vez en cuando durante la visión y/o lectura de estas páginas las hemos salpicado de símbolos navideños que solo pretenden recordar que el tiempo fluye y que la vida sigue, aunque haya momentos en que apetezca olvidarse de lo pasado y centrarse en las posibilidades del porvenir.

Francisco Trinidad

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Nuestra foto de Portada: Creación de José Luis Cuendia, “Guendy”

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Foto del Mes. “Guendy”

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José Luis Cuendia. Paloma Mba Mangue

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Francisco Trinidad. Fantasía ferroviaria

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Gloria Soriano. Encuentros

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Guy de Maupassant. La noche

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Manuela Fernández Cacao. Microrrelatos

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Mario Eduardo Blanco. Una historia templaria

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Laudelino Vázquez. ¿Dónde estás, Miguel Miralles?

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Juan Depunto. Refugios de Almería

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José María Ruilópez. Pros y contras del régimen cubano

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Albino Suárez. Alfonso Camín, poeta de Asturias

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

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Nadima / Claudio Serrano

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David du Chemin. ¿Solo en casa?

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Hannah Altman

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Irina Dzhul / Segundo Korda

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Casiano Aguacil

PROMOTOR y DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Francisco Trinidad DIRECTORA DE COMUNICACIÓN: Lola González

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Número Diciembre de 2020

Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com moldeandolaluz.com

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Foto del Mes Noviembre de 2020

Claudia Barril Claudia Barril Recién acababa de instalar mi estudio de fotografía, solo había realizado algún que otro bodegón y alguna que otra composición conceptual, mi experiencia con las modelos hasta entonces solo había sido en exteriores. En una de nuestras salidas fotográficas mi amigo Maylin me comentó que había conocido a una chica de 18 en el gimnasio, que le había propuesto hacer una sesión de fotos, que le había parecido bien, y que iba a comentarlo con sus padres. Si acepta, ¿quieres que lo hagamos en tu estudio? Por mí encantado, le dije. Días después estábamos en el estudio, Claudia, su madre, su tía, Maylin y yo. Así pues, esta es una foto de mi primera sesión en mi estudio.

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Claudia, para Moldeando la luz. “Guendy”

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José Luis Cuendia, “Guendy”


Paloma Mba Mangue Necesitaba una chica de color para cerrar mi serie de “Vanitas” y en esto apareció Paloma. Mi amigo Maylín me había hablado de ella, no era su mejor momento, ya que estaba pasando por problemas personales, pues a pesar de vivir en Asturias desde que tenía cuatro años, aún no le habían dado la autorización de residencia, son esas cosas que uno no acaba de entender nunca, como digo lleva aquí desde los cuatro años, edad en que la escolarizaron y ya ha terminado el Instituto hace un tiempo, pero seguía sin tener el permiso de residencia en España. Le di algunos consejos por donde debía de moverse y qué hilos debería de tocar. No sé si le sirvieron, lo que si puedo decir con certeza es que afortunadamente la última vez que hablé con ella, estaba loca de contenta, me repetía constantemente, ¡ya soy legal¡ Para mi siempre lo fue, y me maravillaba ver cómo, a pesar de sus problemas, nunca dejo de sonreír. Ahora está de dependienta en una zapatería, y se la ve muy feliz, quedó en volver a pasar por mi estudio, pero en esto llego el coronavirus, y nos mando parar a todos. Para mi era la primera chica de color a la que retrataba en mi estudio, estudiamos las diferentes formas en las que se puede agudizar la vista y cómo se puede introducir una mirada particular o un determinado sentimiento en su imagen. Para lo que “Vanitas” requería, solo quedaba estudiar posteriormente las técnicas de posproducción que se podrían aplicar, y como no, echar un vistazo a la galería fotográfica para ver cómo otros fotógrafos han encauzado este genero de la fotografía. Evidentemente, el día dio para mucho más que para las dos o tres fotos que necesitaba para completar “Vanitas”. Así que había estudiado días antes varios esquemas con otras posibles fotos, como quiera que Paloma dispone de un gran vestuario, aprovechamos la sesión para realizar otro tipo de fotos para lo que no era tan precisa la técnica, pues a pesar de ser importante ésta, desempeña a mi entender un papel más humilde, digamos que al servicio de la imagen, y esa si está bien hecha tiene un impacto inmediato, tiene que captar la atención del espectador, hacerle soñar, sonreír, pensar o, sencillamente, disfrutar de ella. Nosotros evidentemente disfrutamos mucho haciendo las fotos en la sesión de trabajo , ahora esperamos que al espectador le ocurra lo mismo. Y si no es así, no pasa nada, nosotros seguiremos intentándolo, eso si, saboreando con integridad todo lo que hacemos.

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Francisco Trinidad

Transiberiano


Fantasía ferroviaria Confieso que, contaminado por el cine y la literatura, de siempre me han llamado la atención los trenes con misterio, si por misterio entendemos, claro está, aquello que se sale de lo ordinario. Grandes expresos de sugestivo recorrido, como el Orient Express o el Transiberiano, o como aquel expreso de medianoche que no llegó a coger Bill Hayes en la estación de Estambul. Trenes rodeados de glamour y misterio, de damas atrincheradas en una belleza insondable y de caballeros de impoluto terno y ajustado sombrero. Ferrocarriles, en fin, de lento recorrido en los que lo que menos importa es el tiempo empleado en recorrer unos paisajes que suelen encerrar enigmas y silencios de difícil solución. Por eso mi fantasía sexual más recurrente es la de un encuentro, una noche de invierno, en uno de estos expresos. Un encuentro, por supuesto, rodeado de todos los tópicos del género: una dama de generosa sonrisa y mirada impenetrable, vestida de blanco y tocada de una pamela, también blanca y con un toque de encaje, con un minúsculo bolso color corinto donde quizás se esconde una pistolita de cachas de nácar y tiro mortal; unos pasillos alargados, con ventanillas a una noche de luna llena; un departamento minúsculo, con una cama empotrada también minúscula para que las caricias tengan algo de juego de equilibrios; y, en fin, un largo recorrido a través de paisajes nevados, sin prisas, marcando las distancias entre la madrugada y el amanecer. Lógicamente, el primer contacto debería producirse en el vagón restaurante, compartiendo una copa de champán rosado y una charla intrascendente. Sin embargo, a pesar de mi fértil imaginación, aquella fantasía a punto estuvo de cumplirse una mañana de primavera, más bien cálida, y en el tren menos misterioso que imaginarse pueda, un convoy de cercanías en el que me desplazo a mi trabajo varios días al mes para evitar el coche, sobre todo cuando tengo previsto algunas comidas en las que el vino y alguna copa tienen un protagonismo que las hace incompatibles con el volante. Se trata del antiguo Ferrocarril de Langreo, que une Gijón con Langreo, y que hoy es un tren de cercanías de estos modernos sin ningún tipo de comodidad, con asientos chirriantes y un traqueteo que despierta los nervios. Suelo cogerlo a las a las 7:25 h, una hora en que no son muchos los viajeros que se desplazan, para llegar a La Felguera a las 8:15 y caminar hasta el despacho tranquilamente, dando un breve paseo que entona los músculos y acaba dispersando los últimos vapores del sueño. Aquella mañana llegué a la estación pasadas las 7 y cuarto, compré el periódico como todos los días y me senté en el vagón central que en esos momentos estaba totalmente vacío. Al poco rato subió un grupo de estudiantes, riendo y alborotando, un par de señoras que se sentaron separadas, una a cada lado del pasillo, aunque no

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► Un encuentro, por supuesto, rodeado de todos los tópicos del género: una dama de generosa sonrisa y mirada impenetrable, vestida de blanco y tocada de una pamela, también blanca y con un toque de encaje, con un minúsculo bolso color corinto donde quizás se esconde una pistolita de cachas de nácar y tiro mortal; unos pasillos alargados, con ventanillas a una noche de luna llena; un departamento minúsculo...

dejaron de charlar entre ellas durante todo el trayecto y tres o cuatro personas más que se sentaron separadas. Cuatro o cinco asientos por delante de mí se colocó una mujer de mediana edad cuya melena cobriza me llamó la atención, aunque no pude verle la cara. El tren inició su marcha, subieron y bajaron algunos pasajeros en las distintas estaciones y apeaderos —en varios de ellos ni subió ni bajó nadie, acentuando la sensación fantasmal de aquel tren madrugador— y en la estación de El Berrón, donde se apearon varios estudiantes con destino a Oviedo quedamos solos en el vagón la mujer de melena cobriza y yo. Reanudó el tren su marcha cansina y al poco rato volvió a pararse. Levanté la vista del periódico y vi que estábamos en un túnel —posiblemente el de Carbayín, pensé— y en ese momento se apagó la luz del vagón. Quedamos totalmente a oscuras. La única luz que se veía era el parpadeo del móvil de la mujer que de melena cobriza, varios asientos por delante de mi. Al menos, la oscuridad no era total. En ese momento sentí frío, no sé si porque se habían apagado también la calefacción o por lo extraño de la situación. A los pocos minutos entró un empleado del ferrocarril, ayudado por una linterna, que nos pidió perdón de parte de FEVE y nos anunció que sufríamos una avería. —Cuando tengamos más noticias —nos dijo—, se lo comunicaremos inmediatamente. —¿Y la luz? —me atreví a preguntar. —La luz de momento tampoco funciona, lo siento. Y se marchó con su linterna, seguramente para avisar de lo mismo en el vagón que cerraba el convoy, porque regresó un par de minutos después, cruzó de nuevo junto a nosotros y se perdió pasillo adelante, dejándonos definitivamente a oscuras. Sentí un escalofrío u otra forma de pulsión, totalmente enojosa, ante aquella oscuridad que nos envolvía, salvo por el parpadeo del móvil de aquella mujer que viajaba varios asientos por delante. Así que me levanté y, agarrándome a los asientos que intuía, fui a sentarme junto a ella. —Espero que no te importe. Es que me agobia estar solo y a oscuras. —Siéntate, no pasa nada. Y siguió con su móvil, atendiendo el WhatsApp y mirando páginas web a las que yo miraba de reojo. Al menos pude sacudirme el agobio de la oscuridad total y relajarme, tanto que hasta creo que dormité, aunque solo fueran unos segundos. Mi compañera de viaje seguía con su móvil. A esas alturas yo ya me había acostumbrado a la oscuridad y me fijé en su rostro, de facciones suaves, supuse que bien maquillada; y en la penumbra del momento, vi también sus labios ligeramente perfilados de carmín. Mientras la observaba, nuestras manos tropezaron produciéndome una suerte de descarga de adrenalina retrasada que supuse la envolvía también a ella por el rictus que dibujó su boca. Yo no quité mi mano ni ella apartó la suya; y así estuvimos un largo rato, hasta que yo me puse a juguetear con sus dedos y ella apartó el móvil para devolverme una mirada que tenía mucho de misterio. Luego fue todo rápido y turbador, mezclado con un nerviosismo inmaduro, nuestras cabezas juntas, las mejillas buscándose, los labios cabalgando la lengua ajena y las manos, ay, las manos… Las mías estaban ya debajo de su swea-

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Photo by Jonathan Jato on Unsplash

ter, buscándole los pezones, cuando me di cuenta de dónde estábamos, recordé mi fantasía sexual de siempre, pensé en el Transiberiano, que seguramente tendría un autogenerador de corriente para evitar apagones como el que estábamos sufriendo, y recordé la recurrente imagen de la dama de la pamela blanca. Miré a mi compañera —sweater de lana fina, pantalón vaquero y una media melena cobriza— y me dije que no era aquello lo correcto ni lo que mi fantasía demandaba. Así que aparté mi frente de la suya, retiré mis manos y susurré un ‘perdón’ que sonó en el vagón vacío como un murmullo innecesario. Me aparté un poco de ella, que me devolvió una mirada fría, entre desconcertada y nerviosa, antes de sumergirse de nuevo en aquel móvil que nos iluminaba débilmente. Como un cuarto de hora más tarde volvió la luz, el tren se puso nuevamente en marcha y yo volví a mi asiento. Me puse a mirar por la ventana y, en lugar del paisaje nevado que me hubiera devuelto el Orient Express de mis fantasías, me encontré el cotidiano paisaje de castaños y avellanos, de caserías con su clásico hórreo y de prados verdes como provenientes de una primavera eterna. La mujer de melena cobriza, altiva y desdeñosa, se bajó del tren dos estaciones antes que yo. Sin mirarme, aunque yo no dejé de hacerlo mientras se alejaba andén adelante.

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Gloria Soriano


Foto: Deven O’Toole

Encuentros La niña apareció al otro lado del barrizal. Con una mano sujetaba un pollo del tamaño de una perdiz, con la otra le arrancaba plumas del pescuezo. Tendría diez o doce años. En su expresión se mezclaba la curiosidad infantil con la severidad del adulto. Los pies descalzos, la camiseta rota, la cabeza surcada por apretadas trenzas que le colgaban sobre los hombros. Sin dejar de arrancar plumas, sus ojos, muy abiertos, no se apartaban de mí. Yo tampoco pestañeaba. No muy lejos estaba el todoterreno atrapado en un lodazal, los hombres del poblado observaban las maniobras del guía en su intento por desatollarlo. La tormenta de la última noche había derribado árboles que cortaban los caminos. Tuvimos que desviarnos de la ruta y llegamos a este lugar por donde nunca pasan los turistas. La niña del pollo y yo, separadas por el barro, seguíamos clavándonos los ojos y sin hablar. En un brazo tenía un corro de piel clara que me recordó la mancha de nacimiento de mi rodilla. Las dos eran del mismo tono, aunque en mi piel se veía oscura. Dos manchas gemelas, una sobre azabache, otra sobre caliza. Estuve a punto de remangarme el pantalón para mostrarle la mía, pero el pantalón era de pernera estrecha. Unas voces llamaron mi atención y giré la cabeza hacia donde estaba el coche atrapado. El grupo de gente que se había concentrado alrededor me lo tapaba, pero el sonido acompasado de muchas fuerzas que se aunaban en una sola, me dio a entender que estaban a punto de conseguirlo. Tenía que regresar. Miré de nuevo a la niña y solo vi una alfombra de plumas. No había levantado aún el pie del suelo para reunirme con el grupo, cuando noté unos roces en mi espalda, como nudillos que llamasen con suavidad a una puerta. Detrás de mí estaba ella con el pollo desplumado colgando de la cintura. Los ojos vivos. Podría haberle ofrecido mi mano, tomar la suya, pero algo me hizo evitar el contacto. Nos mirábamos en silencio. Metí las manos en los bolsillos buscando un caramelo, solo encontré un paquete de kleenex. Saqué un pañuelo y me soné la nariz. Entonces soltó una carcajada de dientes blancos, el pollo se agitaba a punto de resucitar. Le di un pañuelo. Sin dejar de reír empezó a imitar mi gesto y mis ruidos. Le di todo el paquete y se alejó corriendo con el pollo balanceándose cabeza abajo. He vuelto a ver a la niña acuclillada delante de un barreño en el puerto pesquero de M’Bour, cruzando el puente de Fadiouth con un niño en su espalda, conduciendo un rebaño de cabras por delante de la Patisserie de un lugar cuyo nombre no recuerdo. La última vez que la vi fue en Madrid, hace unos días, sentada a la puerta del bar L’Amirante de Lavapiés. Pero no me miró.

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Guy de Maupassant Guy de Maupassant (Henry René Albert Guy de Maupassant; Miromesnil, Francia, 1850 — Passy, id., 1893) Novelista francés. A pesar de que provenía de una familia de pequeños aristócratas librepensadores, recibió una educación religiosa; en 1868 provocó su expulsión del seminario, en el que había ingresado a los trece años, y al año siguiente inició en París sus estudios de derecho, interrumpidos por la guerra franco—prusiana y que reemprendería en 1871. En 1879, su padre logró que ingresara en el ministerio de Instrucción Pública, que pronto abandonó para dedicarse a la literatura, por consejo de su gran maestro y amigo Gustave Flaubert. Éste lo introdujo en el círculo de escritores de la época, como Émile Zola, Iván Turgueniev, Edmond Goncourt y Henry James. Su primer éxito, que apareció un mes antes de la muerte de Flaubert, fue el célebre cuento Bola de sebo, recogido en el volumen colectivo Las noches de Medan (1880). El mismo año publicó su libro de poemas, Versos. Afectado durante toda su vida de graves trastornos nerviosos, en 1892, tras un intento de suicidio en Cannes, fue ingresado en el manicomio de París, donde murió, después de dieciocho meses de agonía, de una parálisis general. Maupassant es autor de una extensa obra entre cuentos y novelas, en general de corte naturalista. De ellas cabe señalar La casa Tellier (1881), Los cuentos de la tonta (1883), Al sol (1884), Las hermanas Roudoli (1884), La señorita Harriet (1884), Cuentos del día y de la noche (1885) y La orla (1887); y las novelas Una vida (1883), Bel Ami (1885) y Pierre y Jean (1888). Después de su muerte se publicaron varias colecciones de cuentos: La cama (1895), El padre Milton (1899) y El vendedor (1900). Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). Biografia de Guy de Maupassant. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). Recuperado de https:// www.biografiasyvidas.com/biografia/m/maupassant.htm el 20 de noviembre de 2020.


La noche Amo la noche con pasión. La amo, como uno ama a su país o a su amante, con un amor instintivo, profundo, invencible. La amo con todos mis sentidos, con mis ojos que la ven, con mi olfato que la respira, con mis oídos, que escuchan su silencio, con toda mi carne que las tinieblas acarician. Las alondras cantan al sol, en el aire azul, en el aire caliente, en el aire ligero de la mañana clara. El búho huye en la noche, sombra negra que atraviesa el espacio negro, y alegre, embriagado por la negra inmensidad, lanza su grito vibrante y siniestro. El día me cansa y me aburre. Es brutal y ruidoso. Me levanto con esfuerzo, me visto con desidia y salgo con pesar, y cada paso, cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada pensamiento me fatiga como si levantara una enorme carga. Pero cuando el sol desciende, una confusa alegría invade todo mi cuerpo. Me despierto, me animo. A medida que crece la sombra me siento distinto, más joven, más fuerte, más activo, más feliz. La veo espesarse, dulce sombra caída del cielo: ahoga la ciudad como una ola inaprensible e impenetrable, oculta, borra, destruye los colores, las formas; oprime las casas, los seres, los monumentos, con su tacto imperceptible. Entonces tengo ganas de gritar de placer como las lechuzas, de correr por los tejados como los gatos, y un impetuoso deseo de amar se enciende en mis venas. Salgo, unas veces camino por los barrios ensombrecidos, y otras por los bosques cercanos a París donde oigo rondar a mis hermanas las fieras y a mis hermanos, los cazadores furtivos. Aquello que se ama con violencia acaba siempre por matarlo a uno. Pero ¿cómo explicar lo que me ocurre? ¿Cómo hacer comprender el hecho de que pueda contarlo? No sé, ya no lo sé. Sólo sé que es. Helo aquí. El caso es que ayer —¿fue ayer?—. Sí, sin duda, a no ser que haya sido antes, otro día, otro mes, otro año —no lo sé—. Debió ser ayer, pues el día no ha vuelto a amanecer, pues el sol no ha vuelto a salir. Pero, ¿desde cuándo dura la noche? ¿Desde cuándo…? ¿Quién lo dirá? ¿Quién lo sabrá nunca? El caso es que ayer salí como todas las noches después de la cena. Hacía, bueno, una temperatura agradable, hacía calor. Mientras bajaba hacia los bulevares, miraba sobre mi cabeza el río negro y lleno de estrellas recortado en el cielo por los tejados de la calle, que se curvaba y ondeaba como un auténtico torrente, un caudal rodante de astros. Todo se veía claro en el aire ligero, desde los planetas hasta las farolas de gas. Brillaban tantas luces allá arriba y en la ciudad que las tinieblas parecían iluminarse. Las noches claras son más alegres que los días de sol espléndido. En el bulevar resplandecían los cafés; la gente reía, pasaba o bebía. Entré un momento al teatro; ¿a qué teatro? ya no lo sé. Había tanta claridad que me entristecí y salí con el corazón algo ensombrecido por aquel choque brutal de luz en el oro de los

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Foto de Artem Lysenko en Pexels

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► A medida que crece la sombra me siento distinto, más joven, más fuerte, más activo, más feliz. La veo espesarse, dulce sombra caída del cielo: ahoga la ciudad como una ola inaprensible e impenetrable, oculta, borra, destruye los colores, las formas; oprime las casas, los seres, los monumentos, con su tacto imperceptible. balcones, por el destello ficticio de la enorme araña de cristal, por la barrera de fuego de las candilejas, por la melancolía de esta claridad falsa y cruda. Me dirigí hacia los Campos Elíseos, donde los cafés concierto parecían hogueras entre el follaje. Los castaños radiantes de luz amarilla parecían pintados, parecían árboles fosforescentes. Y las bombillas eléctricas, semejantes a lunas destellantes y pálidas, a huevos de luna caídos del cielo, a perlas monstruosas, vivas, hacían palidecer bajo su claridad nacarada, misteriosa y real, los hilos del gas, del feo y sucio gas, y las guirnaldas de cristales coloreados. Me detuve bajo el Arco del Triunfo para mirar la avenida, la larga y admirable avenida estrellada, que iba hacia París entre dos líneas de fuego, y los astros, los astros allá arriba, los astros desconocidos, arrojados al azar en la inmensidad donde dibujan esas extrañas figuras que tanto hacen soñar e imaginar. Entré en el Bois de Boulogne y permanecí largo tiempo. Un extraño escalofrío se había apoderado de mí, una emoción imprevista y poderosa, un pensamiento exaltado que rozaba la locura. Anduve durante mucho, mucho tiempo. Luego volví. ¿Qué hora sería cuando volví a pasar bajo el Arco del Triunfo? No lo sé. La ciudad dormía y nubes, grandes nubes negras, se esparcían lentamente en el cielo. Por primera vez sentí que iba a suceder algo extraordinario, algo nuevo. Me pareció que hacía frío, que el aire se espesaba, que la noche, que mi amada noche, se volvía pesada en mi corazón. Ahora la avenida estaba desierta. Solos, dos agentes de policía paseaban cerca de la parada de coches de caballos y, por la calzada iluminada apenas por las farolas de gas que parecían moribundas, una hilera de vehículos cargados con legumbres se dirigía hacia el mercado de Les Halles. Iban lentamente, llenos de zanahorias, nabos y coles. Los conductores dormían, invisibles, y los caballos mantenían un paso uniforme, siguiendo al vehículo que los precedía, sin ruido sobre el pavimento de madera. Frente a cada una de las luces de la acera, las zanahorias se iluminaban de rojo, los nabos se iluminaban de blanco, las coles se iluminaban de verde, y pasaban, uno tras otro, estos coches rojos; de un rojo de fuego, blancos, de un blanco de plata, verdes, de un verde esmeralda. Los seguí, y luego volví por la calle Royale y aparecí de nuevo en los bulevares. Ya no había nadie, ya no había cafés luminosos, sólo algunos rezagados que se apresuraban. Jamás había visto un París tan muerto, tan desierto. Saqué mi reloj. Eran las dos. Una fuerza me empujaba, una necesidad de caminar. Me dirigí, pues, hacia la Bastilla. Allí me di cuenta de que nunca había visto una noche tan sombría, porque ni siquiera distinguía la columna de Julio, cuyo genio de oro se había perdido en la impenetrable oscuridad. Una bóveda de nubes, densa como la inmensidad, había ahogado las estrellas y parecía descender sobre la tierra para aniquilarla. Volví sobre mis pasos. No había nadie a mi alrededor. En la Place du Château-d’Eau, sin embargo, un borracho estuvo a punto de tropezar conmigo, y luego desapareció. Durante algún tiempo seguí oyendo su paso desigual y sonoro. Seguí caminando. A la altura del barrio de Montmartre pasó un coche de caballos que descendía hacia el Sena. Lo llamé. El cochero no respondió. Una mujer rondaba cerca de la calle Drouot: «Escúcheme, señor.» Aceleré el paso para evitar su mano tendida hacia mí. Luego nada. Ante el Vaudeville, un trapero rebuscaba en la cuneta. Su farolillo vacilaba a ras del suelo. Le pregunté: —¿Amigo, qué hora es? —¡Y yo que sé! —gruñó—. No tengo reloj. Entonces me di cuenta de repente de que las farolas de gas estaban apagadas. Sabía que en esta época del año las apagaban pronto, antes del amanecer, por economía; pero aún tardaría tanto en amanecer…

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Imagen de Pexels en Pixabay «Iré al mercado de Les Halles», pensé, «allí al menos encontraré vida». Me puse en marcha, pero ni siquiera sabía ir. Caminaba lentamente, como se hace en un bosque, reconociendo las calles, contándolas. Ante el Crédit Lyonnais ladró un perro. Volví por la calle Grammont, perdido; anduve a la deriva, luego reconocí la Bolsa, por la verja que la rodea. Todo París dormía un sueño profundo, espantoso. Sin embargo, a lo lejos rodaba un coche de caballos, uno solo, quizá el mismo que había pasado junto a mí hacía un instante. Intenté alcanzarlo, siguiendo el ruido de sus ruedas a través de las calles solitarias y negras, negras como la muerte. Una vez más me perdí. ¿Dónde estaba? ¡Qué locura apagar tan pronto el gas! Ningún transeúnte, ningún rezagado, ningún vagabundo, ni siquiera el maullido de un gato en celo. Nada. «¿Dónde estaban los agentes de policía?”, me dije. «Voy a gritar, y vendrán.» Grité, no respondió nadie. Llamé más fuerte. Mi voz voló, sin eco, débil, ahogada, aplastada por la noche, por esta noche impenetrable. Grité más fuerte: «¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!» Mi desesperada llamada quedó sin respuesta. ¿Qué hora era? Saqué mi reloj, pero no tenía cerillas. Oí el leve tic-tac de la pequeña pieza mecánica con una desconocida y extraña alegría. Parecía estar viva. Me encontraba menos solo. ¡Qué misterio! Caminé de nuevo como un ciego, tocando las paredes con mi bastón, levantando los ojos al cielo, esperando que por fin llegara el día; pero el espacio estaba negro, completamente negro, más profundamente negro que la ciudad. ¿Qué hora podía ser? Me parecía caminar desde hacía un tiempo infinito pues mis piernas desfallecían, mi pecho jadeaba y sentía un hambre horrible. Me decidí a llamar en la primera casa. Toqué el timbre de cobre, que sonó de una forma extraña, como si este ruido vibrante fuera el único del edificio. Esperé. No contestó nadie. No abrieron la puerta. Llamé de nuevo; esperé… Nada.

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Tuve miedo. Corrí a la casa siguiente, e hice sonar veinte veces el timbre en el oscuro pasillo donde debía dormir el portero. Pero no se despertó, y fui más lejos, tirando con todas mis fuerzas de las anillas o apretando los timbres, golpeando con mis pies, con mi bastón o mis manos todas las puertas obstinadamente cerradas. Y de pronto, vi que había llegado al mercado de Les Halles. Estaba desierto, no se oía un ruido, ni un movimiento, ni un vehículo, ni un hombre, ni un manojo de verduras o flores. Estaba vacío, inmóvil, abandonado, muerto. Un espantoso terror se apoderó de mí. ¿Qué sucedía? ¡Oh Dios mío! ¿qué sucedía? Me marché. Pero, ¿y la hora? ¿y la hora? ¿quién me diría la hora? Ningún reloj sonaba en los campanarios o en los monumentos. Pensé: «Voy a abrir el cristal de mi reloj y tocaré la aguja con mis dedos.» Saqué el reloj… ya no sonaba… se había parado. Ya no quedaba nada, nada, ni siquiera un estremecimiento en la ciudad, ni un resplandor, ni la vibración de un sonido en el aire. Nada. Nada más. Ni tan siquiera el rodar lejano de un coche, nada. Me encontraba en los muelles, y un frío glacial subía del río. ¿Corría aún el Sena? Quise saberlo, encontré la escalera, bajé… No oía la corriente bajo los arcos del puente… Unos escalones más… luego la arena… el fango… y el agua… hundí mi brazo, el agua corría, corría, fría, fría, fría… casi helada… casi detenida… casi muerta. Y sentí que ya nunca tendría fuerzas para volver a subir… y que iba a morir allí abajo… yo también, de hambre, de cansancio, y de frío. [1887]

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Incorporamos hoy a nuestras páginas a Manuela Fernández Cacao, bloguera cordobesa con residencia en Madrid que lleva varios años cultivando el microrrelato y que está a punto de editar una selección de ellos en un libro de muy próxima aparición, Exprimiendo historias, que llevará como prólogo la siguiente presentación de Paco Trinidad:

Manuela Fernández Cacao

“Al hablar de microrrelatos suele recordarse aquel famosísimo de Augusto Monterroso —«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí»—, como quintaesencia de estas narraciones hiperbreves y como respaldo de una forma de narrar que parece romper algunos moldes para acentuar otros nuevos. No seré yo quien discuta la pertinencia del tópico, pero me consta que cuando Manuela Fernández Cacao llegó al mundo de la ficción breve, el dinosaurio ya no estaba allí y su huella se había difuminado en apuestas narrativas de otros autores y en estrategias paradójicas de la literatura que, a día de hoy, moda mediante, están de plena actualidad. Aquel motivo antiguo y como embalsamado que le aporta la recurrencia al ‘dinosaurio’ se ha trasuntado en la actualidad por un hálito de modernidad de la que Manuela es totalmente partícipe y a la que contribuye desde hace años, desde su blog “Dama de agua”, donde se han publicado la mayoría, si no todos, de estos sesenta relatos que hoy se recogen en este libro, Exprimiendo historias, que vienen a ser un resumen de los más de trece años de supervivencia de esa dama de agua, entre mágica y onírica, que ilumina el blog con relatos, fotografías y reflexiones. Manuela Fernández Cacao —a quien me gusta llamar Manly, que es el seudónimo por ella utilizado en el blog— conoce perfectamente la técnica del cuento hiperbreve, microrrelato, minificción o como quisiéramos denominarlo en esta primavera expansiva de un género que está tomando alas sin que sepamos a dónde nos va a llevar su vuelo. Los de Manly, a través de una muy elaborada elipsis y una imprescindible complicidad con el lector, nos ponen en contacto con su particular universo: el amor y sus decepciones, la vida y la muerte, el descubrimiento del mundo o de los mundos posibles y sus ejes vitales. Partiendo de la vida cotidiana, estos relatos nos remiten a un espacio de misterio en el que se juega el enigma de la vida en una suerte de partida de ajedrez en la que el lector siempre juega con las negras, aceptando de salida una mínima desventaja respecto al narrador. Podríamos, quizás, apurando las esencias de estos relatos mínimos y aceptando que todos ellos tienen un doble fondo pretendido por su autora, plantearnos de salida las reflexiones y meditaciones con que se enfrenta a interrogantes universales y que a veces, como los aforismos, se apoyan en un destello lírico; como las máximas, adquieren un tono sentencioso no exento de contenido moral; como las mónadas, sobre todo en su concepción griega, aspiran a una unidad religiosa de difícil destino y que varios de los relatos resuelven con guiños bíblicos con un trasfondo irónico; e incluso, como los epigramas, tienen mucho de festivo, con un sustrato más ingenioso que satírico. Y es que cada uno de estos relatos, a pesar de su brevedad, a pesar de condensar y exprimir sus ‘historias’ hasta conseguir la última gota de su jugo y a pesar de que se busca la sorpresa con todas las malas artes de la literatura, cuenta una historia en la que la concisión y la sugerencia se amoldan como en un mecanismo de relojería. Claro que, acabado de leer, hay que acudir de nuevo al título, que desvela muchas de sus claves. No se trata solo de conseguir la inmediatez y la urgencia narrativas a través de una suerte de solipsismo estéril, sino que se reclama con todo derecho [Pasa a la página 20]


Horizontes Me dispuse a cruzar el río, frontera de mi país. Un letrero a mi espalda decía: “Hasta pronto”; en la otra orilla un cartel daba la bienvenida en otro idioma. Antes de partir guardé arena y guijarros en mis bolsillos para no olvidar. A mitad del río el peso de los recuerdos hizo que cayera embadurnándome de cieno. Según la cultura del nuevo país, aquellos que se vieran envueltos en fango serían personas non gratas, y según el mío, aquellos que no estuviesen limpios serían considerados peligrosos. Únicamente quedaba dejarme arrastrar por la corriente en busca de nuevas orillas, esta vez sin equipaje.

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Foto de Paulina Stpetesburg la complicidad del lector que desde el principio debe entender que detrás de cada uno de estos relatos anida una propuesta para la reflexión. Personalmente pienso que estos relatos o minificciones no son más que una metáfora, de modo que lo que realmente vemos —lo que leemos— no es más que la parte visible de un iceberg, cuya parte oculta queda reservada para el lector cómplice, para ese lector capaz de indagar en el ritmo de la vida a través de propuestas narrativas de muy cuidada caligrafía. Lógicamente, la brevedad de estos relatos urge también una prosa sencilla —se diría grácil, si no fuera tan cursi—, que huye de alharacas y devaneos estilísticos de dudoso destino y que se ciñe a la demanda sintáctica del sujeto, verbo y complemento, sin concesiones a la prestidigitación verbal, como los relatos tradicionales se ajustaban al imperio de la introducción, nudo y desenlace que en estos magníficos relatos de Manly, para contribuir al canon de este género en plena eclosión, se subvierten por un mundo de sugerencias narrativas que pone en la bandeja del lector los más apetitosos frutos de su imaginación, desbordante y desbordada. Para finalizar, y espero que si algún lector ha llegado leyendo hasta aquí sepa perdonarme mi vanidad, lamento la innecesaria extensión de este prólogo. En un ejercicio de coherencia, debiera ser tan breve, tan sugestivo y sugerente, tan intrínsicamente significativo como cualquiera de los sesenta relatos que integran este volumen de Manuela Fernández Cacao, a la que animo a seguir el camino iniciado y a proseguir ofreciéndonos ejemplos de tanta reciedumbre literaria como los presentes.”

Francisco Trinidad

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Anhelo

Foto de Albert Navas

En su 72 aniversario pidió un deseo: quería ser madre. A los nueve meses tuvieron que extirparle la vesícula y los médicos se la dieron en un frasco. Ella en su casa le puso el nombre de Esther y le acomodó una habitación. Diariamente la acunaba, le hacía mimos y le contaba cuentos, pero no crecía. Se dirigió al pediatra para consultarlo y de allí la llevaron ante un psiquiatra. A la pregunta decisiva para ser internada confesó que era consciente de la farsa, todo había sido fruto de sus ansias por tener una hija y la dejaron marchar. Ya en su casa, dirigiéndose al apéndice dijo: “Te pido perdón, siempre supe que eras niño, a partir de ahora te llamaré Antonio y te vestiré de azul”.

Apocalipsis El ángel hizo sonar la trompeta y todo fueron batallas y cataclismos. Vinieron los jinetes con sus plagas y los hombres se vieron abocados al exterminio, hasta llegar el día del fin del mundo. Los muertos salieron de sus tumbas y del fondo del mar, y todos juntos se postraron ante el Señor en espera de la vida eterna prometida. Dios habló: —¿En verdad creísteis, después de haber matado a mi hijo, que ibais a tener juicio? La tierra se abrió y tanto justos como pecadores cayeron a las llamas profundas. El silencio se hizo y con él la soledad de Dios

Sombras del ayer Había un residente nuevo en la 214, me dijeron al comienzo de turno. Cuando entré en la habitación me impactó. Le reconocí por el tatuaje en su brazo: mi nombre. Desde ese momento el Alzheimer dejó de ser una enfermedad que contraía parte de la población para convertirse en algo cercano a mí. Ese hombre que languidecía en la cama sin gesto alguno, vulnerable, a expensas de los demás, yo le recordaba sonriente, con palabras alentadoras y haciéndome sentir segura. Ahora pienso que fui injusta aquel lejano día en el que desaparecí de su vida. Nunca supo que era yo quien le cuidaba, pero estoy segura, por el brillo de sus ojos, que su espíritu se calmaba cuando me oía decir: «Te quiero, papá».

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Mario Eduardo Blanco

Imagen de Felix Tonax en Pixabay


Una historia Templaria (1) Querido lector: La historia que voy a contar a continuación es tan real que cualquier parecido con la ficción es mera coincidencia. (Algunos de los nombres que aparecen en el relato han sido sustituidos por nombres ficticios para preservar la identidad real de los personajes)

El comienzo Mi amigo y compañero de aventuras adolescentes, Hernando Farnesio, era por entonces mi alma gemela con quien compartía un afán por la exploración y la aventura poco común y muy distante del resto de colegas de estudios más dedicado, en aquella época, en dar rienda suelta al dictado de las encolerizadas hormonas que, en las edades a las que me refiero, solían obnubilar su mente y cuerpo dirigiendo sus intereses y esfuerzos a la contemplación y descubrimiento de los enigmas que encerraban el resto de seres humanos del sexo opuesto. Solíamos, Hernando y yo, enfrascarnos en lecturas encerradas en los libros de aquella vieja biblioteca de pueblo absorbiendo con avidez las mil y un historias que aquel encantador lugar ponía a nuestra disposición. Recuerdo, no sin cierta nostalgia, mi primer libro carente de ilustraciones que abrió, a partir de ese momento, un intenso interés por la lectura. Estaba firmado por el escritor inglés William Harrison Ainsworth y relataba las aventuras de un salteador de caminos llamado Dick Turpin, tan selectivo en sus fechorías como atrayente a nuestras inquietudes, pues el resultado de sus andanzas no hacía más que equilibrar las riquezas de aquel lejano país de Inglaterra, repartiendo los hurtos realizados a los pudientes entre los más menesterosos y débiles. Encuadernado con unas sobrias tapas duras, como la inmensa mayoría de los libros que llenaban aquellas estanterías tan repletas de historias y aventuras apasionantes, el placer de leer ocupaba una gran parte de nuestro ocio. Tras esta primera lectura que recuerdo con nitidez, vinieron a acompañarme Emilio Salgari, Jack London, Mark Twain, Julio Verne, Daniel Defoe, Robert Louis Stevenson,...

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y tantos otros que, progresiva y paralelamente a nuestra edad fueron dando paso a autores tan distantes y distintos como Charles Dickens, Ernest Hemingway, Arthur Conan Doyle, Rudyard Kipling. (Se preguntará el lector, ¿por qué acudíamos a escritores tan lejanos olvidando un poco a grandes autores españoles más próximos? La respuesta que ahora se me ocurre es que quizás el afán de aventuras se nos imaginaba en lugares remotos y llenos de fascinantes y desconocidos paisajes, con protagonistas aventureros de nombres impronunciables; por otra parte se nos incitaba por parte de nuestros profesores, en aquel antiguo bachiller, a leer a nuestros clásicos produciendo, como consecuencia, el rechazo y la apatía que imponía la distancia generacional y la autoridad que representaban). Fué un poco más tarde cuando entraron en nuestras vidas; Cervantes, Quevedo, Galdós, Bécquer, Espronceda, Larra...) Pero volviendo a la historia que nos compete he de insistir que, aunque no exentos de las pulsiones y descubrimientos que nuestros cuerpos en crecimiento nos imponían, mi amigo y yo dedicábamos una gran parte de nuestras energías a la investigación y encuentro de aspectos no tan mundanos. En muchas ocasiones nos enfrascábamos en incruentas discusiones sobre este o aquel tema relativo a lecturas comunes queriendo cada uno vencer con argumentos dando paso, en numerosas ocasiones, a elevaciones tonales que concluían con sendos dolores de garganta. Sea como fuere, cada uno solía, aún sin dar la razón, admirar al oponente al tiempo que preparaba la estrategia para volver victorioso al día siguiente con nuevas y renovadas energías. Y en éstas u otras estábamos cuando cayeron en nuestras manos, no podría afirmar ahora mismo si casual o causalmente, autores como Howard Phillips Lovecraft y Edgar Allan Poe sumiéndonos a ambos en una compulsiva lectura de los dos escritores, lo que nos condujo, de inmediato, a un interés, casi compulsivo, hacia el misterio y el terror de manera indistinta. De ahí que fue entonces el motivo que nos llevó a vivir la historia más apasionante y sorprendente que hoy me atrevo a escribir públicamente y compartir con vosotros. Historia que aún, después de tantos años, sigue conmoviéndome y aterrorizándome de igual modo. Había, y aún hay en Grado, un antiguo palacio de origen medieval propiedad de una de las familias de más raigambre de la región. Un enorme caserón de planta rectangular y mirada al Este y construido tras la muralla que defendía la puebla original de la villa. A lo largo de su historia había sufrido constantes asaltos padeciendo, finalmente, el asalto y toma de un noble feroz y vengativo que termina dándole fuego junto al resto de las maltrechas y humildes viviendas de los vecinos, a los que el Palacio custodiaba, al tiempo que se dedica al pillaje sembrando el terror entre los habitantes de la villa. Rehecho a principios del siglo XVII por la familia aludida y tras diversas y distantas vicisitudes, incluidas la invasión napoleónica y la guerra civil, fue habitado a finales de los años cincuenta del pasado siglo por monjas de una orden religiosa, venidas de francia, que fundan un colegio de alumnas, tanto internas como externas, entre las que no tardarán en correrse leyendas fantasmagóricas en torno a tan lúgubre edificio. Receptivos como estábamos por las lecturas de Poe, estas habladurías no tardaron en prender en nosotros generando una irrefrenable curiosidad; y pronto establecimos contacto con una amiga interna, para que nos contase su experiencia de los hechos de los que afirmaba haber sido testigo. En aquella conversación nos habló de una extraña “mano negra” que algunas noches de insomnio decía haber visto sin cuerpo y acariciando las cabecitas de sus compañeras. Añadía también haber oído, en numerosas ocasiones, ruidos de pisadas procedentas de las imponentes escaleras

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de piedra por las que se accedía desde la entrada a la primera planta. Aseguraba que allí donde se encontraba situada la caldera, y que daba comienzo a la ascendente escalinata que la envolvía, había un viejo pasadizo, oculto bajo una pesada loseta, por la que huírían los nobles del palacio en caso de ser abordados por algún asaltante. Todo esto no hizo más que acrecentar nuestro interés prometiéndonos investigar, cuando la ocasión fuese propicia, la certeza de tales confesiones. No hubo necesidad de esperar demasiado tiempo pues, pasados unos meses y coincidiendo con un final de curso, las monjas, quizás cansadas por los muchos desencuentros con el párroco, un hombre reaccionario e intransigente ante la metodología de unas francesitas modernas y liberales para la época, terminan abandonando Palacio y pueblo. Esta circunstancia favorece los planes que mi amigo y yo habíamos ido urdiendo que no eran otros que lograr entrar en el Palacio, amparados por la oscuridad, e investigar in situ la veracidad de las afirmaciones de nuestra amiga. Estábamos sobre los primeros días de un diciembre frío y lluvioso en los que anochecía mucho antes de lo habitual, lo cual favorecía nuestros propósitos de entrar en el Palacio amparados por la oscuridad lejos de las indiscretas miradas de algún vecino curioso que pudiese alertar a la guardia civil o a los municipales, ponernos en problemas y echar al traste nuestros planes, así que propusimos un sábado para acometer nuestro plan. Era un sábado, como decía, cuando preparados y decididos, no sin cierto temor, a llevar a cabo nuestro propósito asi que, tras franquear una desvencijada verja que daba acceso al patio posterior del edificio, recorrimos los escasos metros que nos distanciaban de una escalinata de apenas diez o doce escalones por las que se accedía a una portezuela que daba paso al interior del Palacio. Dos grandes palmeras y una lúgubre Capilla anexa al edificio central eran mudos testigos de nuestros primeros e inseguros pasos, colaborando a hacer el momento más incierto y misterioso. Íbamos provistos de sendas linternas de petaca que, por supuesto, no teníamos pensado encender hasta que hubiésemos penetrado en el interior del edificio y una “pata de cabra” o palanca de hierro que mi buen amigo habia tomado “prestada” del almacén de su padre constructor. La llevábamos por si fuese necesario forzar la puerta de entrada, aunque por fortuna no tuvimos necesidad de usarla ya que la puerta estaba falsamente cerrada y bastó un ligero empujoncillo para penetrar en el interior del Palacio. Anduvimos a oscuras un buen rato temerosos de que, al encender nuestras linternas, la luz pudiese alertar a algún vecino, y acompañados de nuestras inseguras pisadas fuimos recorriedo las primeras estancias, parándonos cada poco tratando de advertir cualquier señal o adivinar de dónde procedía el rinchar de pasos que a cada movimiento oíamos y que, al fin, concluímos que no eran más que nuestras propias pisadas sobre el suelo de madera de los pasillos. Tras franquear los primeros y laberínticos aposentos y encendidas ya nuestras linternas pudimos, por fín, dar, no sin dificultades, con el portalón de entrada de la puerta principal. Era esta una estancia majestuosa que por un lado daba acceso a una escalera enorme de piedra que llevabaa las estancias señoriales del primer piso y por otro a un patio central porticado con ocho imponentes columnas y una espectacular fuente de piedra ennegrecida por el paso del tiempo y semicubierta de hiedra y musgo, producto de las humedades y la intemperie. Tal como nos había comentado nuestra amiga, exalumna del colegio, en la base de aquel tétrico portalón y sobre una superficie cuadrada en torno a la que ascendía la citada escalera habían colocado una enorme caldera, cuyo destino era alimentar la calefacción de tan gigantesco edificio. Tras la exploración inicial entre las baldosas de un suelo bastante irregular, muy próxima a la caldera, advertimos una extrañamente colocada y dedujimos que

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► Anduvimos a oscuras un buen rato temerosos de que, al encender nuestras linternas, la luz pudiese alertar a algún vecino, y acompañados de nuestras inseguras pisadas fuimos recorriedo las primeras estancias, parándonos cada poco y tratando de advertir cualquier señal o adivinar de dónde procedía el rinchar de pasos... podía ser aquella y no otra la que nos condujese al pasadizo buscado. Los primeros intentos, pese a echar mano de todo nuestro esfuerzo, resultaron infructuosos y ya estábamos dispuestos a salir de allí debido fundamentalmente al miedo que nos atenazaba, cuando nos percatamos que la “pata de cabra” que portábamos podría ser una herramienta eficaz y así fue; no sin un enorme esfuerzo logramos levantar muy poco, pero de manera suficiente, la pesada baldosa de modo que pudimos desplazarla como para acceder a lo que, en principio, parecía el acceso a una alcantarilla. Se trataba ahora de dilucidar quién de los dos se atrevería a introducirse el primero en un espacio tan estrecho como oscuro y angosto. Tras una discusión no demasiado larga, propuse que lo hiciese mi amigo. Él era más delgado, por otra parte, yo había llevado la mayor parte del esfuerzo con la baldosa y, en caso necesario, de haber necesitado sacarlo, debido a alguna dificultad, a mí me habría resultado más fácil debido a mi mayor fuerza y corpulencia. Tras esgrimir tales e irrebatibles argumentos, mi amigo Hernando se dispuso a descender por la oquedad, no sin protestar, ayudado por las linternas de ambos y mis palabras de aliento. El hueco debía descender en vertical como unos dos metros para luego tomar la horizontal con un leve descenso que por fuerza debiera ser en algún lado mas pronunciado. Tras sortear esa primera dificultad ayudado por lo que parecía una elementalísima escalerilla cincelada sobre la propia roca, entre un insoportable olor a humedad, mi amigo me mostró su intención de desandar el camino y volver sobre sus pasos. —¿Qué ves? —le pregunté insistentemente. —Nada —me respondió. —Da unos pasos más y mira bien —insistí. —Nada, aquí no hay nada, un pasillo y pidras desprendidas. Yo me vuelvo. —Espera un segundo y observa, observa bien y no seas miedoso —porfié obstinadamente. —Veo algo, ahí, entre las piedras.... Desandar el camino, tras volver a colocar cuidadosamente la losa, con la adrenalina producida por el nerviosismo, unida a la alegría de haber descubierto algo, fue tan rápido que casi sin enterarnos estábamos de nuevo en la calle principal de Grado. Ya a punto de despedirnos, echando mano a uno de los bolsillos de su ensuciado pantalón, mi amigo me espetó: —Mira lo que encontré —y sacando la mano me mostró un pequeño y herrumbroso tubo metálico. No pudiendo esperar, pese a que se nos había hecho un poco tarde, insistí para ver el contenido de aquel extraño recipiente. Una vez abierto, no sin esfuerzo, observamos que contenía un no menos extraño manuscrito. Estaba escrito en latín y pese a comenzar a estudiar esa lengua en el colegio al que acudíamos, ya que en aquella época se estudiaba durante el bachillerato, ni quellos eran momentos ni lugar adecuado, tampoco nuestros incipientes conocimientos nos hubiesen permitido descifrarlos, así que pospusimos tomar una decisión para el día siguiente. [Continuará]

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Laudelino Vázquez

El Sumiciu.- Personaje mitológico asturiano, menos conocido que el Trasgu, pero, al igual que éste, es un duende hogareño. Se le asocia con los despistes y las desapariciones de objetos, siendo habitual en Asturias escuchar las frases llevolu’l sumiciu o paez obra del sumiciu. Es de un tamaño sumamente pequeño y para nada visible, ya que nunca se le suele ver. cio

Imagen tomada de https://mitologia.fandom.com/es/wiki/Sumi-


¿Dónde estás, Miguel Miralles? Le dolía la cabeza como no recordaba en la vida, y en el cuello sentía una extraña humedad. Abrió los ojos lentamente, con cuidado, como con temor a la luz que podía convertir su sufrimiento en tortura, porque estuviera donde estuviera, aquello tenía la misma iluminación que una tumba. Después de un buen rato, consiguió mover el brazo que le obligaba a gemir del dolor que le costaba cada esfuerzo y se palpó la nuca, buscando la molesta humedad. Los dedos toparon algo pegajoso, algo sospechosamente parecido a la sangre. —¿Qué pasó? —gimió buscando en su memoria algo que explicara lo inexplicable. Pero en su cerebro no había más que un foso tan oscuro como el que le rodeaba, aunque una cola de lagartija parecía rebullir para traer alguna imagen. Un golpe. Eso es. Sentí un golpe, justo aquí, donde esto que parece sangre —qué demonios, dónde esta sangre— se desliza buscando la espalda. Un golpe, y luego qué. O mejor dicho, antes del golpe qué. Como si cada recuerdo viniera acompañado de un nuevo dolor, Miguel consigue ver una figura distorsionada, como a través de un cristal esmerilado. –Nati, tiene que ser Nati —se dice—, aunque es demasiado baja para ser ella. O demasiado bajo. No sé por qué pienso que es una mujer. Además, Nati no se mueve tan rápido. Y una cosa es que estuviéramos enfadados, que siempre lo estamos, y otra que me golpeara en la nuca con algo contundente. A estas alturas ya no le queda duda de que el dolor y la sangre son producto de un golpe. Los sentidos vuelven lentamente, y aunque no haya luz, tiene la sensación de estar en un espacio enorme, en el que hay cosas que se mueven muy rápidamente cerca de él. —Espero que no sean ratas —suspira encogido de pánico— con el asco que les tengo… Finalmente, a pesar del dolor, parece recuperar una parte de la movilidad, y con ella, la memoria vuelve como a borbotones, imágenes sueltas. Una riña más con la mujer, esta vez por los recibos de la luz, el café —bueno la cerveza tras cerveza— con Mingo, la vuelta a casa y Nati que no contesta, como tantas veces cuando riñe antes de salir «prefiero la paz a la razón», suele repetir si le pregunta por el silencio. Y el golpe. El golpe fue luego. Sí. La sombra fue entonces. Una figura apenas intuida. Como si fuera un niño, eso es. Un niño. En ese momento, una rebanada de luz se deslizó por el suelo, reptando rápidamente hasta alcanzar los pies de Miguel; aquello fue un fogonazo deslumbrante que le obligó a cerrar los ojos. Al volver a abrirlos, consiguió distinguir entre las sombras, la forma de montañas. Montañas de objetos apilados de forma irregular, sin sentido, por entre los que no necesitaba intuición para distinguir los inconfundibles rabos de las ratas que correteaban por centenares en su paraíso. —Qué cojones —exclamó arrastrándose de espaldas hasta tocar con una pared de residuos que le impidió seguir hacia atrás—. Esto se mueve. ¿Qué hay aquí? A modo de respuesta, una de las pilas cercanas, sobre la que se mantenían en equilibrio inestable un montón variopinto de objetos apenas distinguibles, entre los que destacaba un cochecito de bebé que estaba a punto de deslizarse por la

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pendiente, comenzó a temblar como movida por un terremoto. Consciente de que el trémulo movimiento de los desechos no tenía otro origen que el alboroto de las ratas que parecían pelear masivamente por algo, Miguel intentó aparatarse para evitar el derrumbe que se avecinaba, sin demasiada suerte en el objetivo: además de los seres vivos que pasaron rápidamente sobre él, produciéndole un ataque de pánico que le convulsionó momentáneamente, pudo sentir viejos trapos húmedos, piedrecillas, un calcetín de colores, una caja llena de algo que brillaba, un hermético en el que la comida se había convertido en algo que se movía provocando un asco aún mayor, una peonza de madera, un anillo de metal y un sinfín de objetos similares. Todos aherrumbrados si eran de metal, medio podridos si alguna vez fueron de tela o de papel, y sin más conexión entre sí que el abandono y el amontonamiento. —Hola, Miguel Miralles. La voz sonó como un rascador de metal, y acabó la frase con una carcajada que movió violentamente la barriga del ser. —Hola —respondió Miguel, intentando fijar la mirada en la figura recortada contra la luz del fondo—. ¿Quién coño eres, y qué hago yo aquí? Tuvo que esperar un buen rato hasta que aquel ser grotesco volviera a prestarle atención, pues algo le llamó la atención y salió corriendo a toda velocidad en una y otra dirección, sin que pareciera tener ningún sentido su movimiento. —Esto me lo hiciste tú —le dijo Miguel en cuanto, volvió a hacerle caso—. Y no sé por qué te ríes, porque no me hace gracia. —¡Carpe diem, Miguelito! —gritó el esperpento, riéndose como si hubiese algo gracioso en el tema—. Tienes que hacer como yo, tomarte la vida como lo que es, una puta broma. Aquí me tienes, persiguiendo ratas a todas horas para que no me roben lo que es mío; y sin embargo, no paro de reírme, Miguelito, guapo. –¡Aparta! —grita Miguel, golpeando la mano con que el ser le acaricia la cara—. ¡No me toques, monstruo! —Así nunca llegaremos a nada, Miguelito. Estás aquí, y no te va a servir de mucho ponerte en ese plan. Miguel notó un reguero de sangre nueva deslizándose por la espalda, como si el movimiento hubiera reabierto la herida, y se la señaló con un quejido. —¿Esto lo hiciste tú? —Sí —respondió con una algarabía extraordinaria el ser, saltando y riéndose como si aquello fuera una broma la mar de divertida—. Puedes estar orgulloso, eres mi primer hombre… —¿Qué? —interrumpió Miguel— ¿Te dedicas a secuestrar mujeres o algo así? —No —respondió el otro—. Pero que simpático eres —gritó volviendo a reírse como un loco—. No. Mira a tu alrededor, todo esto es mi reino, todas estas cosas son las que he ido robando y trayendo aquí durante siglos y siglos… «Encima, un pirado», pensó Miguel, intentando buscar alguna fórmula para entenderse con aquel que a pesar de su tamaño y su risa continúa parecía peligroso. —Padeces el síndrome de Diógenes —se le ocurrió decir. El humanoide pareció volverse loco de alegría. Saltaba girando sobre sí mismo y sus carcajadas parecían taladrar el cerebro de Miguel. De repente se acercó a él lentamente y agarrándolo de la oreja, se acercó, hablando con un susurro que acongojaba aún más que sus risas. —No es ningún síndrome, es mi misión. Mi razón de ser. Y me gusta mi trabajo. —¿Pero quién eres? —preguntó muy asustado Miguel— ¿Y qué quieres? —Querer quiero cosas. Muchas, todo. Algunas me las quedo y otras no, según la gracia que me hagan. Lo de la gente empiezo a trabajarlo contigo. Bueno, sí que trabajé los niños, por eso desaparecen tantos, pero ellos son pequeños, de mi tamaño, puedo cruzar la frontera arrastrándolos en muy poco tiempo. Los hombres pesáis mucho.

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Imagen de joakant en Pixabay —¿Pero eso por qué lo haces? ¿Para qué? —No me has reconocido, ¿verdad? —No —gritó Miguel—. No. Nunca te he visto ni he oído hablar de ti. —Pues deberías. Tu naciste aquí, te criaste aquí. En otras partes nos llaman de otra manera, pero en Asturias soy El Sumiciu. —¿El qué? Un ataque mitad de ira, mitad de risa, siguió a estas palabras. —¿Lo ves? Ya no sabéis ni quien sois, ni de dónde venís. Igual algunas personas en los pueblos se acuerdan de mí, pero aquí en la ciudad nos habéis olvidado por completo. Nada menos que El Sumiciu, y no sabes quién soy. Vale que no fui nunca el rey del panteón, que ese cabrón del Trasgu es más conocido o esas lascivas Xanas, pero yo soy el que roba esas cosas que desaparecen y no sabes por qué. Esos pequeños objetos que estaban ahí y de repente ya no están. A veces, si me aburro, los vuelvo a colocar en un sitio que ya habíais mirado para reírme de vosotros, pero otras, los traigo aquí para disfrutar con ellos recordando lo mal que lo pasasteis cuando os quedasteis sin vuestros juguetitos, o vuestras joyas, o un zapato de ese par que os gustaba tanto. Y no te digo nada de ese bebé rollizo al que los papitos quieren tanto, buuuuu… Miguel intentó apartar a aquel ser infecto que se burlaba de él, pero el Sumiciu esquivó su zarpazo con una facilidad pasmosa. —Lo siento, chico, he tenido que adaptarme a la vida urbana. Hala, a divertirte. —Espera, espera. ¿No irás a dejarme aquí? ¿Qué hago? ¿Qué voy a comer? ¿Qué…? Lo peor no fue la respuesta del Sumiciu «hay mucho por ahí, y las ratas son un alimento muy nutritivo», ni siquiera su risa sardónica cuando se acercó a la puerta y la cerró devolviéndolo a la oscuridad. Lo peor fue la imagen apenas intuida que atravesó el círculo de luz antes mientras el ser sujetaba el pomo de la puerta y echaba un último vistazo a sus posesiones. Porque Miguel juraría que lo que arrastraban el grupo de ratas, huyendo en dirección contraria a la puerta, era un vestido de bebé. Y ya no sabe si es el terror el que genera la imagen o la vio realmente, pero juraría que dentro de las ropas había un cuerpo.

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Juan Depunto


Refugios de Almería “El mejor de los viajes siempre es el próximo” Javier Reverte In memoriam A finales de agosto de 1938 otro bombardeo sobresalta Almería. El Banco de España es alcanzado. El quirófano enciende sus luces. Sobre la camilla, un hombre. Ha sido alcanzado en el ataque. Es operado a vida o muerte. Al final, los médicos consiguen salvar su vida. El 8 de febrero de 1937 Málaga fue tomada por las tropas franquistas. Más de 50.000 personas, incluyendo ancianos, mujeres y niños, huyeron despavoridas hacia Almería. Es lo que se llamó “La desbandá”. Durante el trayecto a pie por la carretera los fugitivos fueron cruelmente ametrallados y bombardeados, lo que ocasionó, entre otras consecuencias, la saturación del cementerio de Adra, teniéndose que habilitar lugares cercanos para enterrar a tantos muertos. La población de Almería fue solidaria con los refugiados, creando comercios especiales de alimentos y comedores sociales para asistirlos. El impacto nacional e internacional fue tremendo, recibiéndose donaciones provenientes de multitud de lugares. Desde ese momento, la capital almeriense, no sublevada, sufrió un incremento notable en los bombardeos, llegando a sumar 53 al final de la guerra civil. Entre estos ataques, que empezaron desde el principio del conflicto, fue especialmente relevante el cañoneo desde el Crucero Canarias, el 8 de noviembre de 1936, estando atracado en el mismo puerto de Almería. La memoria colectiva de la ciudad quedó especialmente marcada con el bombardeo de la noche de Reyes de 1937, por la cantidad de niños que murieron en tan significativa fecha. Como consecuencia de estas acciones militares se creó la Delegación de Evacuación y las autoridades de la ciudad desde el comienzo de la guerra empezaron a estudiar la posibilidad de construcción de refugios para la población, pero se consideró que tenían un coste demasiado elevado. Los habitantes más pudientes comenzaron a construir refugios privados en diferentes puntos y los dirigentes establecieron en los edificios públicos improvisados lugares de refugio, tales como iglesias, la plaza de toros, locales comerciales o la Escuela de Arte. Tras el bombardeo del Canarias y, sobre todo, el de la noche de Reyes de 1937, se retomó el proyecto de los refugios. Su presupuesto se calculó en 4,5 millones de pesetas, de las que el Gobierno de la República aportó 2 millones. Mientras se construían, las autoridades establecieron un impuesto especial del 1% sobre todas las compras para subvencionar el gasto, al que ayudaron los partidos políticos, sindicatos, empresas y la mano de obra voluntaria de ciudadanos concienciados. Los refugios fueron diseñados por el arquitecto Guillermo Langle Rubio, con la ayuda del ingeniero de minas Carlos Fernández Celaya y el ingeniero de caminos José Fornieles. Las obras duraron 16 meses.

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Especialmente devastador fue el bombardeo efectuado el 31 de mayo de 1937, cuando los refugios aún no estaban terminados. Hitler lo ordenó efectuar desde el mar, por una escuadra de guerra nazi como represalia al ataque al acorazado de bolsillo Deutschland, ocurrido dos días antes en el antepuerto de Ibiza, efectuado por equivocación de pilotos rusos al servicio de la República que creyeron atacar al crucero Canarias de los franquistas. Participaron el acorazado Admiral Scheer junto a los destructores Albatros, Leopard, Seeadler y Lluchs. A las 7:29 de la mañana abrieron fuego contra las instalaciones portuarias. Las baterías de costa intentaron repeler el ataque sin lograrlo porque no tenían el alcance de los cañones alemanes. Solo sirvió para delatar su posición y convertirse entonces en un nuevo blanco, así como la ciudad de Almería. Tras una hora de cañonazos el ataque se saldó con 19 muertos, cientos de heridos y dos centenares de edificios destruidos o dañados. Los buques alemanes no ocultaron su nacionalidad como sí hicieron los aviones de la Legión Cóndor en Guernica, semanas antes. Toda la ciudad de Almería se vio afectada y entre los edificios dañados se encontraban la catedral de Almería, la iglesia de San Sebastián, dos hoteles, un

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banco, el mercado, la escuela de artes, la estación de ferrocarril, el ayuntamiento y la sede de la Cruz Roja internacional. Pablo Neruda dedicó un pasaje en su obra España en el corazón, titulado “Un plato para el obispo”, al recuerdo de este bombardeo. El pintor Ramón Gaya lo hizo con su obra “Espanto”, que se exhibió junto al Guernica en el Pabellón de la República Española de la Exposición Internacional de París de 1937. Por todo esto muchos historiadores se han referido a Almería como “la Guernica del sur”. A partir de este ataque se intensificaron las obras de los refugios, participando en las mismas, además de obreros a sueldo, hombres y mujeres voluntarios que trabajaron incluso domingos y festivos perforando los túneles a nueve metros de profundidad media. Hay estimaciones que cifran en cerca de tres millones de pesetas lo aportado por la ciudadanía para cosufragar su construcción. Se utilizaron técnicas de minería, realizándose más de cuatro kilómetros de túneles que darían protección a la mayor parte de la población. El túnel principal transcurre bajo el Paseo de Almería en cuyas inmediaciones se abrieron 67 bocas de entrada de las 101 distribuidas por toda la ciudad, desde casas particulares a quioscos de prensa (alguno aún la conserva), iglesias como las de San Pedro o San Sebastián, y edificios oficiales, procurándose que no hubiera más de 100 metros hasta una entrada desde cualquier punto de la ciudad, todas bien señalizadas de forma que en los cuatro minutos que transcurrían desde que sonaban las sirenas hasta que llegaban los aviones daba tiempo a que se refugiaran en ellos los habitantes. Las entradas se reforzaban con muros en zig-zag para amortiguar el efecto de las ondas expansivas. Con el sistema de ventilación se hacía lo mismo, apartándolo de los pasillos principales, no permitiéndose tener en los refugios velas encendidas ni fumar. Las paredes y la bóveda del techo eran de cemento y el suelo de tierra para facilitar que se pudiera orinar en él durante las horas que podía durar un ataque

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aéreo ya que no disponían de servicios higiénicos. Hoy está cementado también en las partes visitables. Había refugios privados en algunas viviendas y entradas a los refugios públicos desde domicilios particulares, separadas por una reja. El arquitecto encargado del proyecto tenía uno de ellos. Lógicamente había accesos desde edificios públicos, como los de la administración o las iglesias. Había gentes solidarias con entrada privada a los refugios que abrían sus puertas a la calle, colocando una bandera negra y un letrero de “Refugio” para facilitar la evacuación. También había refugios aislados en otros puntos de la ciudad no accesibles al gran refugio principal que transcurría, y lo sigue haciendo, bajo el Paseo de Almería. Tales son los casos de la Catedral, Plaza de Toros o Estación del Ferrocarril, alejados del centro. Los refugios se regulaban por unas estrictas normas como la prohibición de fumar que ya hemos comentado, de entrar con armas blancas o de fuego, de evitar que los niños estuvieran solos, o de entablar conversaciones políticas o religiosas para evitar enfrentamientos.

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► El túnel principal transcurre bajo el Paseo de Almería en cuyas inmediaciones se abrieron 67 bocas de entrada de las 101 distribuidas por toda la ciudad, desde casas particulares a quioscos de prensa (alguno aún la conserva), iglesias como las de San Pedro o San Sebastián, y edificios oficiales, procurándose que no hubiera más de 100 metros hasta una entrada desde cualquier punto de la ciudad... Las galerías para permanecer en ellas mientras duraban los bombardeos tenían dos metros de anchura; las galerías de conexión eran más estrechas. Las escaleras medían alrededor de 1,3 metros de ancho y todas ellas con forma de L por seguridad. El techo de todas las estancias era de bóveda de cañón, estando las paredes cubiertas por una gruesa capa de hormigón de 60 centímetros. Los bancos laterales corridos, que aún permanecen tal cual, se añadieron en 1939, pues hasta entonces las personas llevaban sus propias sillas con los obstáculos que ello ocasionaban. Estas construcciones disponían de ventilación forzada de aire exterior natural, a cargo de una serie de tubos de uralita de 100 milímetros de diámetro, cercanos a las bocas de entrada; no se colocaban directamente encima de la galería principal, sino en pasillos secundarios que no se utilizaban para las personas, evitando así que restos de explosiones o granadas de mano cayeran directamente sobre la población refugiada. La iluminación era eléctrica, con hilos de cobre montados sobre la clave de la bóveda en soportes aislantes de madera o cerámica. Se utilizaban bombillas de 15 o 25 vatios de potencia para disminuir la visibilidad desde el exterior de noche. También se disponía de generadores autónomos para su uso en caso de emergencia, principalmente en el quirófano. La zona de mayor profundidad con respecto a la superficie correspondía al almacén de víveres, situado a 16 metros de profundidad en la zona del Mercado Central de Almería con conexión a éste. Aquí se guardaba comida y agua en previsión de posibles ataques de larga duración, lo que afortunadamente nunca sucedió. Desde 1938 los refugios se dotaron de un quirófano conectado directamente a la sede de la Delegación de Evacuación. Por razones higiénicas es la única zona con suelo pavimentado con baldosas de mármol, traído de las canteras de Macael. Contaba también con un sistema de generación de electricidad propio, independiente del cableado general que se desconectaba durante los bombardeos; también tenía salas de espera y de curas y botiquín con lavabo. Cuenta con una pequeña sala de espera pavimentada también con baldosas ajedrezadas en gris y negro de mármol de Macael, además de bancos corridos también cubiertos de baldosas y paredes estucadas de color ocre y rosado, imitando ladrillos colocados al tresbolillo. El material instalado actualmente en los refugios para su musealización no es el original sino que fue donado, al igual que la mayoría de los objetos utilizados para su decoración, por algunos de los habitantes de la ciudad, como el doctor Eusebio Álvaro que donó todo el instrumental médico que hoy se expone, procedente del año 1941. Las paredes de estos refugios están salpicadas de garabatos y grabados, realizados a mano alzada mientras el cemento seguía húmedo o mediante instrumentos punzantes una vez estaba ya seco. La mayoría son presumiblemente de niños, que escenificaban aviones, barcos y bombas cayendo desde el cielo. También hay un grabado en buen estado de conservación, realizado durante la construcción de un contrafuerte, en el que se puede leer: Manrique Martínez Agüero 11-12-38; se reconoció la originalidad de esta inscripción gracias a una joven que visitaba los refugios y que dijo era el nombre de su tío. Pero no todas son originales de la guerra, las hay posteriores. Cuando acabó la guerra civil los refugios permanecieron tal cual por si se entraba en la contienda mundial que acababa de empezar ese mismo año 1939. Tras finalizar el conflicto mundial se consideró usarlos para el alcantarillado de la ciudad, pero la escasez presupuestaria lo desestimó (Almería no contó con esta medida higiénica básica hasta… ¡la década de 1970!). Abandonados, se empezaron a utilizar por personas sin techo, lo que hizo que se cerraran y se olvidaran de ellos. Para el cierre de estas infraestructuras se cegaron las bocas de acceso principales, construyéndose encima una serie de quioscos de estilo racionalista, diseñados también por Guillermo Langle. Todavía algunos de ellos siguen hoy día en pie, bastante

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reformados, como el de la plaza Urrutia, plaza Conde Ofalia o en la plaza Virgen del Mar. Si se entra en ellos se puede observar una trampilla en el suelo, originalmente de madera, que cubre el acceso mediante escaleras a los refugios. Estando la ciudad preparándose para los Juegos deportivos del Mediterráneo de 2005, se empezó a construir un gran aparcamiento subterráneo en el centro de la ciudad y, casualmente, en 2001 se encontraron con los refugios. Y no solo con ellos sino con restos de una de las principales puertas antiguas de la ciudad, la Puerta de Pechina (población cercana al norte de la ciudad), restos de la muralla árabe del siglo XI, llamada “ Muralla de Jairán” (por ser éste el Rey moro de esa época) y objetos diversos de siglos pasados, alguno de los cuales se exponen a la entrada de los refugios. Se encargó la rehabilitación de los antiguos refugios al arquitecto José Ángel Ferrer, disponiéndose una entrada de visitantes en la plaza Manuel Pérez y una salida en la plaza Pablo Cazard. También se habilitaron tres antiguas entradas como salidas de emergencia. Aunque la intención era tenerlos terminados para los citados Juegos, no se acabaron las obras hasta el año siguiente.

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Estos refugios acondicionados fueron inaugurados, con apertura al público, el 14 de diciembre de 2006, dando fe de ella una placa conmemorativa situada a su entrada. Al ser subterráneos, laberínticos y cerrados, solo hay visitas guiadas, en grupos de un máximo de 30 personas. El recorrido está adaptado para personas que usen silla de ruedas. De los más de 4 kilómetros y medio que fueron construidos, se ha recuperado un kilómetro que es el recorrido utilizado en las visitas. En su trayecto pueden contemplarse los túneles principales, un refugio particular, el quirófano, el almacén despensa y las interconexiones con otros túneles. A finales de 2012 se tuvieron que cerrar durante dos meses por problemas con las salidas de emergencia y filtraciones de humedad (algunas zonas están a menor nivel que el cercano mar). Finalmente pudieron reabrirse definitivamente en 2013. Los refugios son el tercer espacio cultural con mayor afluencia de visitantes de la ciudad. A diferencia de otros de la misma época, como los de Cartagena, Barcelona o Jaén, estos han llegado prácticamente intactos hasta nuestros días y son más completos que los de Londres o Berlín que solo han sido recuperados en pequeños espacios, quedando los almerienses como los mejor conservados y con mayor extensión abierta al público de la Europa actual. Como curiosidad, han servido como escenario de un filme de terror, dirigido por Xavier Cruzado, estrenado en 2014, llamado “Al sur de Guernica”. En 2013 entraron a formar parte de la red de Lugares de la Memoria Histórica de la Junta de Andalucía.

Referencias documentales: 1. https://es.wikipedia.org/wiki/Bombardeo_de_Almería 2. https://elpais.com/diario/2008/06/02/andalucia/1212358934_850215.html 3. Thomas, Hugh. Historia de la Guerra Civil Española. Barcelona 1976. Ed. Círculo de Lectores. ISBN 84-226-0873-1. 4. www.lamarea.com/2017/08/08/los-refugios-subterraneos-de-almeria/ 5. https://es.wikipedia.org/wiki/Refugios_subterráneos_de_Almería

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Foto de Ruilópez

José María Ruilópez


Pros y contras del régimen cubano El Régimen político de Cuba es un filón inagotable de opiniones, enfrentamientos y muestras en pro y en contra. Cuando el pasado 26 de julio se celebró el quincuagésimo tercer aniversario del asalto al Cuartel Moncada por Castro en Santiago de Cuba, el Comité Asturiano Contra el Bloqueo y Solidaridad con este País organizó una manifestación en Gijón en apoyo el sistema cubano. Es necesario analizar el hecho cubano y la manifestación gijonesa desde el conocimiento y el sosiego. En todas estas muestras de apoyo al castrismo nunca falta una severa acusación al bloqueo americano. De aquí se deduce que hay más intención de atacar al capitalismo del norte que ensalzar al régimen isleño. Y digo esto porque las agrupaciones políticas que se manifiestan en este sentido viven en un sistema político democrático, libre en la opinión, con derechos y deberes definidos y emanados del pueblo, según dice la Constitución, con derecho a la intimidad, a la libre expresión, a la inviolabilidad de correspondencia, a la libertad de asociación, y muchos etcéteras más que todos sabemos. Si se manifiestan a favor de un País en el que faltan todos estos derechos, ¿hay que entender que abogan por una España sin libertades, ni partidos, ni todos esos etcéteras como mínimo? ¿O es que desean ese sistema para otros pero no para vivir ellos en él? Cualquiera sistema político puede ser aceptable si cumple los mínimos requisitos para con la sociedad que alberga: Una buena sanidad, una alimentación suficiente, una educación ejemplar, unos servicios esenciales de vida, unas libertades públicas incuestionables, una libertad de prensa fundamental, una aceptación de la diversidad de opiniones, servicios públicos eficientes, etcétera. Hay que preguntarse si el Régimen cubano cumple los requisitos mínimos para tener una sociedad medianamente feliz. Si la Revolución, al cabo de 47 años, ha logrado llegar a este punto de comodidad para con su gente. Siempre digo que hay que situar a Cuba en su entorno geográfico para no caer en el error de considerar a Cuba como un país europeo, que no lo es, ni geográficamente, ni social, ni económica, ni políticamente. Con respecto a los países de su entorno tiene algunas ventajas, en la sanidad, en la educación, en la dedicación guiada del deporte, en la seguridad ciudadana. Pero carece de otros muchos principios considerados como básicos para la vida. Por ejemplo, la alimentación, se come poco y mal en

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Cuba. Hay deficiencia de energética en la comida diaria. Muchas veces el hambre se combate con agua y azúcar. O se lava el cuerpo con agua sin jabón. Se pide a escondidas por la calle, una caja de leche para le niño, una propina para el anciano, y algo, siempre algo para todo el mundo. La asistencia médica, fundamento de los logros de la revolución ahora está en manos de estudiantes venezolanos y de otros países, mientras los buenos profesionales han sido enviados fuera a dar servicio y hacer patria. Con sueldos de 10 o veinte dólares al mes no se puede hacer demasiado. Bien es cierto que hay una canasta básica para todos los ciudadanos, que no llega al octavo día del mes, y cuyo contenido es de una calidad mínima. Comer carne de puerco es un lujo al alcance de muy pocos. Allí llevar un presente (por decirlo de una forma fina) es regla casi obligada. Yo he llevado presentes para los ministros, los disidentes más destacados, los principales de las letras, los artistas pintores, los ciudadanos de diario, y nadie dice que no. Es un país que está viviendo en gran medida de limosnas: ayudas de infinidad de ayuntamientos, de países, de emigrantes propios en el extranjero, de ONGS, de instituciones. La ayuda a Cuba se está convirtiendo en una modernidad, en un gesto de exotismo de partido, en una demostración de superioridad económica. Unas ayudas que nadie controla y que nunca recaen directamente en el pueblo. Por otro lado el gobierno se encarga de libar dólares en todos los frentes sin ningún tipo de complejos. Comprar una tarjeta telefónica en España de 20 euros puede dar para llamar a cualquier país Latinoamérica durante 300 minutos, a Cuba sólo para 30. Beneficios para la Revolución. Revalorizar el peso convertible a capricho, eliminar el dólar, subir el euro a cambios imposibles. Por otro lado, un cubano jubilado en EE UU, que regresa a su país no puede cobrar su jubilación en la isla. Así es la diplomacia que se practica: el desprecio, la prepotencia y la arrogancia que mantiene La Habana con respecto a sus vecinos próximos y lejanos, en perjuicio de su pueblo. Prevalece el ideario revolucionario que aporta un trasporte público lamentable, unos matrimonios de adolescentes cubanas con viejetes europeos, una vigilancia de los CDR (Comites de Defensa de la Revolución) casa por casa, persona por persona, una obligada asistencia a manifestaciones del régimen contra todo lo que se mueve, un estresante plan de vida para sobrevivir con lo mínimo de lo mínimo, un continuo recordatorio del ayer revolucionario, una violación sistemática de la correspondencia digital con la Isla, una machacona celebración de hechos políticos del pasado, un

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Foto de Ana

Foto de Ana

silencio absoluto de lo que ocurre en casa. Allí nadie sabe que el psicólogo Guillermo Fariñas lleva casi siete meses en huelga de hambre solicitando la libertad de conexión a Internet para todo el mundo. O que a una señora la asesinaron hace unos meses sus propios vecinos para robarle lo que había ahorrado alquilando un apartamento. Hay, también, una confabulación de los medios por dar voz a los miembros del gobierno y silenciar a la disidencia, en un mal ejemplo de libertad de expresión. Dice Pedro Trigo en este diario, asaltante al Moncada también, “que quisiera que Fidel viviera 30 añas más”. Esta afirmación puede valerle una condecoración, allá en la Isla. Pero entre la gente de la calle, tomando uno a uno, seguro que le iban a tildar de enchufado del gobierno. Porque en Cuba hay dos direcciones opuestas: el poder y la calle. Hay que tomar a un cubano de cada vez, dos juntos ya no hablan, para saber cual es su pensamiento. Las últimas novedades en el avance social de la comodidad han sido las ollas arroceras, para las que hay muy poco que meter dentro, y los infiernillos de importación de un país “hermano” del Este, a los que llaman el termómetro, porque a los pocos días ya se habían estropeado sin solución posible y todos andaban por la calle con él debajo del brazo para llevarlos a reparar. Hay que decir todo esto desde la esperanza de un cambio necesario desde dentro. Ya se habla de la Revolución como sustituto del Jefe del Estado. Un error que puede costar caro al sistema. Cuba está demasiado próxima a los americanos, que llevan tres años preparando una transición a la medida de ellos con grandes inversiones con ese fin. Un gobierno colegiado para mantener la revolución como referente continuista, puede convertirse en una lucha por el poder desde dentro. Una ocasión para la incursión desde fuera de poderes indeseados. Defender el sistema imperante desde el absoluto demuestra el desconocimiento, no sé si cierto o intencionado, sobre una realidad social que hay que palpar casa por casa. [La Nueva España, Gijón, 30 de julio de 2005]

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Albino Suรกrez


Caricatura de Viejo en la que se destacan los tres aditamentos característicos de Camín: el chambergo, el habano y el bastón

Alfonso Camín, Poeta de Asturias Alfonso Camín nace en La Peñuca de Roces, aldea gijonesa, en 1890, un 12 de agosto, y fallece un doce de diciembre del año de 1982, noventa y dos años después, en Porceyo, parroquia rural próxima a Roces, no sin tener entre medio una historia llena de avatares, logros, pendencias, emigración, exilio —que no es lo mismo que emigración—, periodismo, y, a partir de aquí, libros de historia, investigación; poesía, biografías, novela… Emigrante con escasos quince años, llega a La Habana en 1905. Tras unos inicios inciertos, trabajando de estrella a estrella por la comida, buscó solución de acuerdo a sus inquietudes, que ya despuntaban. Escribir, como tal hizo en “El Cubano Libre”

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en Santiago de Cuba, en 1911, y “El Liberal”, “La Noche”… De Santiago de Cuba, Camín escribía en el “Diario Español” de La Habana, donde el ambiente no era del agrado del futuro poeta. Y se va a Cienfuegos, donde a la vez que vende paños y ropa interior para hombres, es asiduo de la bohemia de la ciudad, junto a un poeta nativo, Hilarión Cabrisas. En Cienfuegos funda Camín su revista “La Tierrina”, de ambiente asturiano, la que duró escaso tiempo, debido mayormente a que publicó su primer libro en La Habana, en 1913, Adelfas. También por aquella fecha vuelve a la capital cubana y entra a formar parte de la plantilla de redactores del “Diario Español” y de aquí pasó a “El Diario de la Marina”, que dirigía el asturiano Nicolás Rivero. Camín es encargado de los grandes reportajes de Cuba. De ahí que al tratar “El crimen del Parque de Trillo”, solamente presentase al director un poema, “La Muerta”, en tercetos, que tuvo tan gran éxito que fue estimado como propio para estudios de bachillerato en Cuba y en España. En La Habana había fundado Camín la revista “Apolo”, en 1915, dedicada únicamente a Poesía... la que también duraría poco, pues el periódico “El Diario de la Marina” lo manda a España como enviado especial para informar de la I Guerra Mundial. Todo fue bien los dos a tres meses primero. Después, algo había ocurrido. Camín, que, por su parte, no recibía comunicado del periódico ni recibía los emolumentos prometidos, y parece que el periódico tampoco recibía información de Camín… Mientras tanto pasaba el tiempo, en el cual viajó por España y, por supuesto, vino a Asturias, su tierra. Pero su situación no era normal y hubía que buscar solución al problema, que no entendía. Y tras publicar en Madrid algunos de sus libros, como “Cien Sonetos” y “La Ruta”, retorna a Cuba en 1917, dispuesto a esclarecer lo que ocurría con tanto silencio. Y el mismo silencio extrañaba a la dirección del periódico, lo que no comprendían en Camin. Hubo voces, amenazas, disgustos y desacuerdos… Empero todo se aclaró cuando se descubre que un subalterno de la familia del fundador Nicolás Rivero, había estado almacenando-requisando toda la correspondencia, sin darle curso, con grave detrimento para el periódico y para el periodista, en este caso Alfonso Camín. El rencor contra Camín subyacía en un individuo… Aparte eso, parecía que había mal ambiente en la capital cubana. Y Camín no se encontraba a gusto. Asi que hizo caso a sus amigos poetas mexicanos, exiliados en Cuba Luis G. Urbina, Valdés Fraga, Francisco Olaguibel, junto a otros más, y se encaminó

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rumbo México, a donde llega en 1918, en plena efervescencia revolucionaria. Lo que no arredró al poeta que ya, en Cuba, había sigo guerrillero en Sierra Maestra… Previamente, Camín había entrevistado al general Obregón en el Hotel Sevilla de La Habana, no sin problemas, pues Alfonso Camín y Santos Chocano, poeta mexicano, eran amigos y el general Obregón, mexicano, era enemigo mortal de Chocano como lo era de Pancho Villa, que a la vez era amigo de Camín… Y, a propósito, Pancho Villa quiso que Alfonso Camín fuese general de su ejército; solo le exigía como requisito que renunciase a la nacionalidad española, a lo que, naturalmente, se opuso el poeta. Ser español ero lo primero para él. De modo que, como español, funda “Rojo y Gualda”, revista semanal, que administraba Ceferino Martínez Riestra, donde también era gran colaborador, como el propio Camín y como Gómez Palacio, Francisco Monteverde y muchos otros más, algunos de los cuales empezaron en sus páginas a escribir, pero olvidaron donde lo hicieron… Tras “Rojo y Gualda”, surge “Castillos y Leones”, otra publicación suya, llena de españolísimo sentimiento. De modo que Camín en México escribe, además, en “Revista de Revistas”, en “El Universal” y alterna en la bohemia con la flor y nata de la intelectualidad mexicana. E imprime sus libros, tarea que nunca dejó ni pospuso el poeta. Y así saca a luz en segunda edición de La Asturias Simbólica, Adelfas, asimismo en segunda edición; Quousque Tándem, Alabastros… ¿Y España…? España era su patria y vuelve de nuevo a ella, en 1921. Madrid, la meta. Tiene puertas abiertas en publicaciones como “La Esfera”, de Prensa Gráfica, y “Nuevo Mundo”, así como otros medios. Le precede a su vuelta gran reputación de periodista valiente y poeta grande. En él viene un nuevo modelo de periodismo. En las entrevistas, que en España se hacían a base de cuestionario, Camín las hace con la persona delante, cara a cara, de tú a tú… Y llegaba con nuevos libros para reeditar, o editar, como “Hombres de España”, publicado en Renacimiento, en 1923, “La Moza del Castañar”, impreso el mismo

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año y en la misma editorial. En 1925, publica “Hombres de España y América”, en edición especial, en Cuba. Reimprime “De la Asturias Simbólica”, en Renacimiento, Madrid, 1925. Este mismo año saca a luz “La Carmona”, novela de ambiente asturiano. Y al año siguiente, vuelve a publicar en Renacimiento, nuevo libro de poemas, “Carteles”. Con algunos poemas afrocubanos. Al siguiente año, esto es, en 1927, “Los Hombres y los Días”. Y este año se publica “La Pícara Molinera”, obra de teatro en colaboración con Asenjo y Torres del Álamo y música del maestro Luna; basada en “La Carmona”. No cesa el poeta, que en 1928 publica “Entre Volcanes”, novela sobre la Revolución mexicana, impresa en Renacimiento. Y al siguiente, esto es, en 1929, “Xóchitl y otros poemas”, en la Editorial Ibero-Americana… Cabe hacer un inciso para decir que este año de 1929 funda Norte, revista de Prensa Gráfica, que, por no tenerla todavía registrada, no desapareció por cuestiones mercantiles y trampas leguleyas, como otras revistas de Prensa Gráfica. Norte fue, en lo sucesivo, símbolo y estandarte del poeta. Y aunque pensada para dedicarla al Norte de España, se vio en la necesidad a dedicar números extraordinarios a otras regiones, como Castilla y La Mancha, Palencia, León, Salamanca, y Andalucía, coincidiendo con la Exposición Ibero-Americana, de Sevilla. L a Esfera.— En 1929, “La Esfera” saca a luz un número extraordinario dedicado a México, obra lograda merced al trabajo y esfuerzo de Alfonso Camín, que fue comisionado para tal evento, que resultó un gigantesco éxito. Otro número de esa publicación fue otro espacial dedicado a Asturias, en 1930, después de haber regresado de México. (Acaso, ya unos años más tarde, por el atractivo andaluz, fuese propósito del fundador de Norte cambiarle el nombre por “Norte y Sur”, lo que no llegó a efectuarse porque en este tiempo la Guerra Civil dio al traste con ello, como con tantas cosas.) Una A ntología.— En 1930 la editorial Ibero-Americana saca a luz su “Antología Poética”, aldabonazo en el mundo de la poesía española. Y que a nosotros nos hizo llegar un gran caminiano, Dionisio Gamallo Fierros, quien, al revés de un profesor asturiano de Literatura, nunca negó a Camín su valía. Y, por mi parte, siempre he creído que los que niegan a Camín en su obra es por resentimiento… Y menor obra. En “Carey” publica Camín sus primeros poemas negroides, o poemas afro-cubamos. Al respecto, hay quien le niega a Camín ser precursor de ese género literario. Otros silencian su raíz, que después siguieron muchos poetas, tal como Nicolás Guillén, quien dio otro giro temático a la poesía que ahora llaman afro-caribeña. Jorge Mañach, que fue un poeta que en principio negó la sal y el agua a ese estilo literario, fue más tarde un seguidor del mismo, de donde sacó ganancias. Pero negó su valía literaria, como el profesor de literatura asturiano, que a Camín le negó hasta la fecha de nacimiento. Exilio.— Escribir que Camín emigró en 1936 es una falsedad. Alfonso Camín emigró en 1905, pero en 1936 tuvo que exiliarse, después de haber sido apresado y sentenciado en Luarca, donde había sido encarcelado. La guerra le coge en tierras de Palencia. Como puede, llega a Asturias y Asturias lo encarcela. Pero con credencial diplomática, logra salir por Portugal rumbo al exilio, primero cubano y, después, mexicano. En el libro “España a Hierro y Fuego”, editado en 2012 por Frente de Afirmación Hispanista, que preside el hispano-mexicano don Fredo Arias de la Canal, creador de los premios Vasconcelos y mecenas que auspicia la literatura hispano americana, cuenta Camín sus 10 meses con los sublevados, no en sus filas, naturalmente, sino en el terreno que dominaban. Palencia, León, Galicia… hasta que pudo subirse al barco en Lisboa, tras salir, a la fuerza, de España. En México estuvo hasta 1967, en que regresa a España el 25 de septiembre, en cuyos 30 años en México fue tanta su producción literaria que la sola cita de sus libros requeriría otro tanto espacio como este para describirla. Vuelve, pues. España, le había prometido absoluto respeto para su persona en la patria, y, si lo tuvo en cierto modo, no lo tuvo en otro, que sabido es que a una exposición de su obra, con diplomas y otros motivos y condecoraciones, organizada por la librería Nobel de Gijón, la policía la clausuró porque sí o por voluntad del

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Alfonso Camín aconpañado de Albino Suárez en 1970,en Laviana. delegado de Información y Turismo Serrano Castilla. “De este señor no se puede hacer propaganda”. Alfonso Camín, tras un tiempo escaso en Asturias, accede a ir para Madrid, a instancia de algunos amigos. Pero ya no eran los años del poeta los de su mocedad, ni el Madrid era el mismo. Y después de dos años retornó a Asturias, que era su tierra. Y Asturias, le nombra Poeta de Asturias e Hijo Predilecto. No sin una campaña reivindicando su figura y su obra, que por fin reconocen en 1981, un año antes de su muerte, antes de la cual el poeta legó su patrimonio al Principado… Un año escaso disfrutó de la pensión otorgada al poeta y a su mujer, Rosario Armesto Jurjo de Camín, que muere al año siguiente del poeta Camín, su marido. Él, en 1982 y ella, en 1983. Quienes conocen su obra, lamentan que no se reediten sus obras, muchas tan asturianas, ni se conmemoren ningunas efemérides relacionadas con el poeta, del que, en su honor diremos que, hallándose en el exilio mexicano, fue requerido por Juan Aparicio, Delegado de Prensa nacional, y falangista por más señas, y Ángel Herrera Oria, jurista, periodista, político, que llegó a ser cardenal, para que dirigiera la Escuela Oficial de Periodismo que se acababa de crear, en aquel 1941. La respuesta negativa de Camín se justificó en que España no tenía libertad y mientras fuera así, y los españoles no tuvieran derechos democráticos, no debían contar con él. Hemos dejado reflejadas algunas fechas y circunstancias caminianas, ante algunos deslices que observamos en algunas partes cuando escriben de él. Para Camilo José Cela lo importante era que hablasen de uno, aunque fuera mal. Pero uno no habla del autor gallego; habla del poeta asturiano, de Alfonso Camín, aclarando algunas cosas que se han dicho de él erróneamente. Porque, por lo demás, para una vida tan variada, como la caminiana, como para una obra tan extensa, como la suya, no bastan unos folios para describir su trayectoria humana ni literaria. Huelgan, pues, pobres palabras ante una realidad tan contundente y ante un silencio tan manifiesto, como el que se da con este autor asturiano, de obra admirable, tanto española como ibero-americana; además de que, del siglo XX, puede ser Alfonso Camín el Poeta más sólido de la Lengua Castellana.

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Fotos seleccionadas Đś Noviembre de 2020

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Alas de Cristal, por Juan Pablo Nemec —71


Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

(Eeggs trapped) Senkevich in Siberia., por Andrew Pashis

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A la luz de la luna, por S.Ivanov

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

After the rain, por JL.Maylin

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Alyonushka, por S.Ivanov

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Ani, por Beatriz Ferrero

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Aquí los arrecifes están salpicando, por Nicolás

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Arabian Nights, por David D

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Ardilla, por Ingrid Sanz

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Autumn Colours, por Karol Poland

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Autumn in Tatra Mountains, por Karol Polan

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Bailarina, por Jelvin Bornes

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Ballet III, por Jelvin Bornes

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Boyfriend stories, por Ignachenco 84—

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Brown beauty, por Pipe Pereda

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Cae la noche, por Antonio Martinez Rodriguez 86—

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Caro, por Juanjo Gallardo II

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Chairs, por Dmytro

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Claudia, a la luz de la vela., por Guendy (JLCP) —89

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Con la música a otra parte., por Ana

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Condado de Xiapu. China —91

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Córdoba, por MARCE 92—

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Dancer, por Jelvin Bornes

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Dancer, por Milen 2 94—

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Dancer, por Milen —95

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

De la serie Elfos entre nosotros, por Oleg

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desca

Shibakawa Falls,Japan, por Saravut Whan rga (2) —97

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Desde las alturas.... Cactus, por Cristal

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Detalles de viejas puertas., por Raúl Gorostiza

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

DETALLES.......POR EL CAMINO DE LA VIDA, por Joan Anglas F.

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Di pinto di blu, por Pipe Pereda

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Dreams and fantasies, por Vladimir

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El futuroThe future, por Sla Bertz

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

El Molino de Rosmader, por Grecia Blanc 104—

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Embalse del Casares. (León) de Kamarón

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

En el volcán de agua, por Noly

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Ensayo sobre un retrato, por Paulina Stpetersburg 2 —107

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Entrada a la Plaza Mayor por la calle Gerona, por Antonio Martinez Rodriguez 108—

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Entre nieblas, por Mario Eduardo Blanco García

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Exhausted, por Igor

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Faroles de Cataluña, por Lucas

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Faroles de Cataluña2, por Lucas

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flores.Publicado por

Beatriz Ferrero —113

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Four in search of the painting..I included., por Irina

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Gravitational challenge, por Mario Eduardo Blanco García

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Hangzhou.China, por 梅艳芳. Anna

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Hielo Baikal ..., por EdwardGordeev

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

High key photography, por Pavel

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I keep looking at you, por Talyuka —119

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

I said silence, por Roman

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Igor Paskual en concierto, por Julia —121

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Il binario, por Oscar Rubén Suárez

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Invierno, por Loco Matarov

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Iyán, por Mario Eduardo Blanco García

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Juegos , por Pepe Latas

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Katya Weiner modelo de la serie Silent Hill, por Oleg

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La cálida luz del amanecer, por Fran Marat

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

La lucha diaria del hombre contra el fuego., por David Morán Barbón 128—

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la mamma, por

Pepe Latas

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

La puesta del sol, por Carlos Gianoli

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La tormenta se acerca..., por kristof browk

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Lavandera boyera - Motacilla flava, por Manuel Palacio Castro (Yerbatu)

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Le beau le jour, por Ruslan

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Libyan Desert, por Deven O’Toole 134—

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Libyan woman, por Deven O’Toole

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Lindísima amapola por JLMaylín 136—

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Looking for the treasure, por Lenin Kaspov

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Los tiempos están cambiando, por Alejandro 2

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Los tiempos están cambiando, por Alejandro

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Los tiempos están cambiando, por Alejandro3 140—

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Me gusta sujetar los pantalones., por Kalynsky

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Medios de transporte naturales, por Yuri Gagari

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Medios de transporte naturales, por Yuri Gagari 2

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Monte Fuji. Japón, por Saravut Whan

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Movimiento en los escalones., por Abraham Janovski

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Músico callejero. Cualquier tiempo pasado fue mejor..., por Kalynsky

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Navegacion, por Luis Miguel Aller

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

NegativoPositivo, otra forma de ver el retrato, por Guendy (JLCP 148—

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NegativoPositivo, otra forma de ver el retrato

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

No hace prisioneros

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Noruega, isla de Senja, por EdwardGordeev

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

On the red ribbonsEn las cintas rojas, por SSstudy

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On the red ribbonsEn las cintas rojas, por SSstudy2

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Otoño en Corea., por Daniel

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Otoño, por Loco Matarov

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Otoño, por Oscar Rubén Suárez

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Para fotógrafo Maylin que quiere sangre., por Oleg

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Pinos coreanos., por Daniel

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Polaroid format, por Sasha

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Portraits of womenFashion, por M.Dasha 160—

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Pregnant., por Dimitriv

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Primeros rayos, por Aleksey

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PRO COLA, por Aleksey

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Puesta de sol naranja., por Daria 164—

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Puppy, el perro guardián del Guggenheim. Bilbao, por Arantxa

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Que solos han estado los difuntos este año., por CaxigalinesII

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Raitan, por Manuel Palacio Castro (Yerbatu

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Rebeldes sin causa., por Poli Artur 168—

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Rebeldes sin causa., por Poli Artur 2

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Rehearsal afternoon, por Duong Dinh 170—

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Reloj no marques las horas..., por Guendy (JLCP)

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Remembering Sioux women, por Lenin Kaspov 172—

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Remembering the child prodigyRecordando al niño prodigio, por Nadima (Shibina Nadegda)

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Retrato con flores, por Eric 174—

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Retratos en la calle, por Pepe Latas

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Roza, por Zachar 176—

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Sacar los cuernos al sol, por Voytsekhov

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Seamstress, por Duong Dinh

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Silencio frío y encanto tranquilo, por Sheve Yura

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Still lifes, por Eleonor

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Summer Night, por JohnAavitsland

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Symmetry, por Milen 182—

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Tatuajes de cara, por Saravut Whan

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

The dilemma of three., por Ruslan

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The ice lady, por Kinsuk lin

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

The loneliness of return La soledad del retorno., por Nadima (Shibina Nadegda)

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The look of experience, por Sergey —187

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

The sculptor s model, por S.Benz 188—

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Tiempo de angustia, por Ildefonso Robledo

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Tokio.-Japan, por Haruki Kamura 190—

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Torres Del Paine, por Carlos Gianoli

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Tsey-Loam. La historia de una mañana., por Nicolás

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Venecia, por Ildefonso Robledo

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Vintage portrait, por S.Benz

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Vista de la Cordillera Cantábrica., por Kamarón Viesca

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Warriors of the future, por Kezzin

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Warriors of the future, por Kezzin 2

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

WET, por Makapeh 198—

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xa-web, por

Beatriz Ferrero

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Y dicen que el Sultán lloró, por Mario Eduardo Blanco Gar

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Another little genius, por Eric

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Aquellos días de primavera, por Andreeva

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Autumn mood, por Karol Poland

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Character, por Mario Gustavo Fiorucci

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Contrasts, por Sergey S

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

CORAJE..., por Kamarón Viesca

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Cuentos de Hadas., por Margarita K —207

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Dreams and fantasies, por Vladimir

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El hada de las profundidades., por Catherina

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

En la casa del campo., por Andreeva

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En las cercanías de Nikitino, por Nicolás

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Ensayo sobre un retrato, por Paulina Stpetersburg 212—

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Entrepreneurial workers, por Nodia

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Escalera de agua., por Sandra Calleja

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Fashion collection, por Irina —215

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

High key photography, por Pavel 2

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Intitulado, por Andrei Roma

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

La tierra de los lagos, por Evgeny C

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Layla, por Talyuka

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Like an angel, por Yi Wan

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Los tiempos están cambiando, por Alejandro 4

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Majestic, por Aleksandre

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Mar de otoño, que pequeños somos., por Alex

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Mar Negro en eo ocaso, por Alex

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Maybe we would get closer to her divine nakedness, por Oxana —225

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

November, por Maikel Reyfman

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Nueva York, por Pelayo

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Oleg, por Dmytro

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Otoño, por EdwardGordee

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Pantanos de ciprés de Texas., por Daniel

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Peasant, por Igor —231

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Portraits of women, por M.Dasha 232—

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Reloj no marques las horas..., por Guendy (JLCP) 2

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Retratos en la calle, por Pepe Latas 2

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Francisco Trinidad

Santiago de Chile., por Vaio

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Sedas en las rocas II, por Luis Miguel Aller

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Sinfonía en rojoSymphony in red, por Sla Bertz —237

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Still life, por Michael

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Still lifes, por Tатьяна

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Still lifes, por Tатьяна 2

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Sunset, por JohnAavitsland

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

The piano teacher, por David D 242—

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The triangle, por Olga

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Three water lily flowers, por Mario Gustavo Fiorucci

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Un salón- comedor con vistas, por Ionut Caras

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Una Ventana a la Naturaleza, por Cristal

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Verde abigarrado, por Eldar —247

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

Verde y jaspeado, por Eldar

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Via Láctea, por Makapeh

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Fotos seleccionadas. Noviembre 2020

¡Hay un contacto!, por A.Polyakovvfr

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“Las mil y una noches”, por Eric —251

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Nadima Shibina Nadegda


Matilda Ya no sé cuántos meses llevo comentando estas fotos de Nadima. He perdido la cuenta, que tampoco tiene importancia. Lógicamente mis palabras no constituyen una acotación técnica, sino una especie de eco literario: las imágenes de Nadima las subrayo con palabras, algo que la propia fotógrafa ha entendido perfectamente, porque en los comentarios del post de la revista suele agradecerme el que le ponga voz a sus imágenes, labor que realmente me resulta muy grata, pues dejo volar la imaginación apoyándome en los recursos líricos que destilan estas fotografías de todo punto admirables. Claro que a veces la interpretación de las fotografías no resulta fácil, bien porque haya elementos que no trascienden su significado, bien porque haya un profundo hiato cultural entre los mundos tan distintos que habitamos, bien por otras razones. Al final, como no hablamos de algo tangible, sino de significados cuyo significante puede ser evidente para todos menos para mí, el punto de encuentro suele ser la lírica y casi siempre encuentro en mi memoria versos que vienen a ser como la barquichuela que me ayuda a cruzar este río que nos separa. En esta ocasión, ha ocurrido algo de esto. Me explico. Cuando vi estas fotos, “Matilda” las titula su autora, entendí que subyacía a ellas un relato que se me escapaba: una niña abrazada a una planta. ¿Qué pretende transmitirnos Nadima? Como siempre, me resisto a pasarme de listo y hacer una interpretación tan personal que nada diga a los demás. En esta ocasión busqué la esencia, el sustrato significativo en la planta que abraza Matilda. Y como de botánica no tengo ni idea en esta ocasión recurri a Txema Trinidad, hijo de nuestro amigo Paco y con amplios conocimientos de una materia en la que trabaja a diario. Inmediatamente me dijo que era un ficus y más concretamente un ficus lyrata, con lo cual se me abrían varias posibilidades de análisis del relato que nos plantea Nadima. Matilda es una niña de ciudad y, como tal, tiene un ficus en su apartamento. No olvidemos que los ficus son plantas de interior. Pero sus ojos tristes nos desvelan su disconformidad con esta situación, pues las plantas, como los animales, exigen su sitio en la naturaleza. Por eso se abraza a la maceta mientras pasea por la ciudad hasta llegar al coche que la llevará al campo o al parque en que se sienta con la maceta en brazos buscando esa comunión planta/espacio natural que posiblemente conseguirá despejar ese halo de tristeza que transmiten sus ojos. Tristeza que seguramente nace del hecho de que este ficus lyrata —gracias, Txema— esté condenado a vivir lejos de su entorno natural, aunque la evolución de la especie haya conseguido adaptarse a los destinos del hombre urbano.

Claudio Serrano —253


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David du Chemin


¿Solo en casa? Cuando me senté a escribir esta mañana, comencé con lo que se ha convertido en mi ritual de purificación, que no es nada lujoso, pero incluye cerrar mi correo electrónico y silenciar mis notificaciones y, mientras lo hacía, un último correo electrónico se deslizó y llamó mi atención porque citaba al economista jefe del Banco de Inglaterra, un tipo llamado Andy Halstade, y no el tipo de persona que sospecho que la mayoría de nosotros buscaríamos en busca de consejos sobre nuestra creatividad. Lo que dijo fue que los cambios en la fuerza laboral que han venido con Covid-19, específicamente la pérdida de un entorno de oficina con compañeros de trabajo y enfriadores de agua, ha llevado a una pérdida de creatividad. Aquí está la cita que me hizo pensar y me puso un poco nervioso: “Trabajar desde casa significa que la serendipia es suplantada por la programación, cara a cara con Zoom-to-Zoom. La creatividad que se gana en la mejora de los túneles se pierde en la oscuridad del túnel en sí... Me imagino que algunas personas habrán usado el bloqueo para escribir esa novela creativa que siempre supieron que estaba en ellos. Dudo que muchos se conviertan en clásicos modernos”. Guau. Apuesto a que es divertido en una fiesta. Básicamente está diciendo que, si bien algunas personas experimentarán un mayor flujo o un túnel, eso, bueno, no estoy seguro de lo que está diciendo. ¿Que seríamos creativos si no estuviéramos tan solos, quizás? Hay un par de gemas que podríamos desempacar, una de las cuales es la implicación de que es el entorno de la oficina, y no el entorno del hogar, el que mejor nutre nuestra creatividad, que la programación de alguna manera amortigua la creatividad, y eso, ¿qué? ¿El trabajo realizado desde casa es menos serio y no tiene posibilidades de convertirse en un clásico? Lo que Halstade llama “la oscuridad del túnel”, con lo que supongo que se refiere a los desafíos emocionales de estar aislado de la vida social que muchas personas tenían en la oficina antes de ser enviadas a casa a trabajar, es en sí mismo un problema existencial, no uno de creatividad, y sobre qué base duda que la pandemia produzca muchos clásicos, ni siquiera puedo imaginarlo. No veo ni remotamente cómo se relacionan. Pero si está argumentando que la soledad es perjudicial para la creatividad, está ignorando la soledad fundamental de generaciones de artistas que han confiado en esa soledad y el enfoque, o tunelización cognitiva, está tan preocupado de que nos perdamos en . Lo que él hace bien es que para muchas personas las chispas que provienen de estar juntos y tener conversaciones sobre ideas, y simplemente, ya sabes, la llamada “vida normal”. –Estos pueden ser estímulos importantes. Lo que se equivoca es la implicación de que la creatividad es una experiencia única para todos.

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Entonces, ¿cómo afecta el lugar donde trabajamos, cuándo trabajamos y con quién trabajamos a nuestras vidas creativas? Si bien parece que el Sr. Andy Halstade y yo no estamos de acuerdo sobre cómo funciona la creatividad, o no, claramente compartimos una preocupación por la vida creativa de los afectados por la pandemia en la que nos encontramos, y no me refiero ni por un momento aquí para restar importancia a la necesidad real de sentirse socialmente conectado. La pandemia ha sido difícil para la mayoría de nosotros, incluso aquellos de nosotros que somos más introvertidos estamos empezando a jadear un poco. Y no hay duda de que nuestra creatividad en estos tiempos desafiantes será diferente a nuestra creatividad antes de que todo esto comenzara. Irónicamente, sin embargo, creo que la preocupación de Halstade por la falta de creatividad carece, bueno, carece de creatividad. Creo que somos más resistentes que esto, y que la necesidad humana y la capacidad de creatividad no pueden ser sofocadas por una ausencia de refrigeradores de agua durante 8 meses y chismes para quienes solían trabajar en tales entornos. Creo que hay muchas formas en que podemos encontrar las chispas que necesitamos. Simplemente lamentar la pérdida de ellos de los lugares habituales y no alentar la búsqueda de ellos de formas menos obvias es simplemente perezoso y cínico. Creo que podemos hacerlo mejor y creo que es la creatividad humana la que nos sacará de este lío, tengamos o no un enfriador de agua alrededor del cual reunirnos. En otras palabras, es posible que nos hayan enviado a casa, pero nuestra creatividad no. No necesariamente. Dónde trabajamos y, a menudo, cuándo, no es algo trivial en nuestra creatividad diaria. Cualquiera que sepa que funcionan mejor en una cafetería ruidosa que en un cubículo silencioso le dirá esto. Lo que espero que no le digan es que una cafetería ruidosa es el único lugar donde pueden ser creativos, o que usted también necesita la misma cafetería ruidosa para hacer su mejor trabajo. Todos trabajamos de manera muy diferente, no solo a los demás, sino que de vez en cuando, trabajamos de manera diferente de una tarea a otra, y estas formas de trabajar y las cosas de las que dependen, también pueden cambiar con el tiempo. Cuando escribí mi primer libro, lo hice en una concurrida cafetería en la isla Granville de Vancouver. Todos los días tomaba un pequeño ferry para cruzar la ensenada, pedía mi Americano, ponía Van Morrison en mi iPod, me ponía los auriculares y escribía. Me funcionó y me ayudó a concentrarme de una manera que otros lugares y rituales no lo hacían. Cuando escribí mis últimos 4 libros estaba solo en la oficina de mi casa en mi ático, sentado en mi tumbona Eames, todavía con café, aunque ahora en silencio. Lo mejor de mi escritura siempre se ha hecho por la mañana. Pero cuando era más joven, mi mejor trabajo lo hacía por la noche, pasaba muchas horas diseñando páginas web o escribiendo mis rutinas de comedia, y finalmente me iba a la cama a las 2 de la mañana. En estos días estoy en la cama a las 11 si no a las 10. En 20 años, el dónde y cuándo en el que hice mi mejor trabajo ha cambiado. Parte de ese cambio se ha producido en una evolución lenta. Algunos cambios llegaron mucho más rápido cuando cambió el trabajo o incluso el lugar o con quién vivía. Pero si de repente se encuentra en casa, solo y preocupado, no puede ser creativo allí, o lo que necesita es estar en casa y solo, entonces no está, bueno, no está solo. Y con el debido respeto al Economista Jefe del Banco de Inglaterra, no hay ninguna razón por la que no pueda escribir un clásico moderno, o cualquier versión de eso que se aplique al trabajo que hace, mientras lo hace. Hemingway necesitaba escribir de pie, golpeando su máquina de escribir durante horas. No pude hacer eso. Pero trabajaba en casa, solo. Dijo: “escribir, en el mejor de los casos, es una vida solitaria”. Muchos de sus libros son la definición misma de clásicos modernos. Toma eso, banquero. Frida Kahlo y Diego Rivera, ambos pintaron en su casa compartida, vivían juntos pero pintaban separados el uno del otro. Charles y Ray Eames, los que diseñaron la misma silla en la que estoy sentado, un clásico

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del diseño moderno de mediados de siglo, por cierto, también trabajaron la mayor parte de su vida creativa en un estudio en casa en Los Ángeles. El diseñador gráfico Paul Rand creó las identidades de marca de algunas de las empresas más grandes del mundo mientras trabajaba desde casa en su estudio en Connecticut. Georgia O’Keefe, Goya, Rembrandt y Van Gogh pintaron en soledad. Francamente, en un contexto de tanto trabajo creativo que se ha convertido en los llamados clásicos (modernos o de otro tipo), me desconcierta sugerir que la creatividad depende de entrar en la oficina y reunirse en la sala de descanso, o que cómo y dónde “nosotros” (como si hubiera un grupo homogéneo en el que todos encajamos) trabajamos de manera más creativa en un entorno que en otro. El estado de fluidez que muchos de nosotros necesitamos para nuestro mejor trabajo creativo no se logra por medios prescriptivos, y sospecho que está sujeto a una vertiginosa variedad de preferencias. En general, requiere tiempo y concentración y, si bien algunos de nosotros necesitamos personas alrededor para lograrlo, muchos de nosotros no. Muchos de nosotros necesitamos lo contrario. Lo que importa es que entendamos cómo trabajamos mejor. Para algunos es la soledad, para otros es estar rodeado de gente. Para algunos es un estudio caótico y desordenado, para otros es un espacio limpio y ordenado. ¿Yo? No puedo trabajar en un lío. Simplemente no puedo. Parece que mi oficina está lista para un número especial de Architectural Digest sobre las ordenadas oficinas en casa del obsesivo compulsivo. Otros perderían su enfoque rápidamente en exactamente el entorno en el que prospero. En su último libro, Keep Going, Austin Kleon, autor de varios libros sobre trabajo creativo, dice lo siguiente: “Mi estudio, como mi mente, siempre es un desastre. Los libros y los periódicos están apilados por todas partes, las imágenes arrancadas y pegadas en la pared, restos cortados ensucian el piso. Pero no es un accidente que mi estudio sea un desastre. Me encanta mi desastre. Cultivo intencionalmente mi desastre”. Él hace un argumento convincente para ser desordenado, diciendo que “la creatividad se trata de conexiones, y las conexiones no se hacen separando todo en su propio espacio. Las nuevas ideas se forman mediante yuxtaposiciones interesantes, y las yuxtaposiciones interesantes ocurren cuando las cosas están fuera de lugar.”

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Entonces, si bien Kleon aboga por la necesidad de desorden y la necesidad de crear un lugar en el que las cosas estén fuera de lugar, un lugar en el que puedan ocurrir yuxtaposiciones interesantes, podría ser útil recordar que hay diferentes formas en que todos podemos hacer esto. Guardo cuadernos, específicamente mis Cuadernos feos, en los que ensuciar. Mi proceso como fotógrafo es complicado, pero eso no significa que mi estudio deba serlo. Mi mente está desordenada a veces, los pensamientos y las ideas se vuelven locos. Pero mi escritorio está limpio. En un día cualquiera estaré escribiendo varias piezas diferentes, y todas están en documentos de texto que son muy desordenados, no aptos para los ojos de nadie más que para mí, mientras trabajo en ellos. Para otros, eso simplemente no funciona. Lo importante es que sepas cómo trabajas mejor, cómo tu propio cerebro prefiere encontrar las chispas y las yuxtaposiciones que más te emocionan. Si trabajas mejor por la noche y estás rodeado de desorden, ¡límpialo y ponte el café! Si trabaja mejor por la mañana, solo en un espacio limpio, hágalo. Pero haz lo que funcione para ti. Sea consciente de ello. Y úsalo. Si puedes, no luches. Sé que estoy en mi mejor momento creativamente entre las 8 am y el mediodía, así que es cuando programo mi escritura y otros trabajos creativos. Soy un tonto con el pensamiento creativo a media tarde, así que no me lo pido. Voy a la piscina. Leo un libro. Duermo sin sentir culpa. Hago las cosas mundanas que necesito hacer para tener tiempo para trabajar de manera más creativa y, a veces, la siesta es parte de eso. Estar en casa, estar solo o estar en otro lugar y rodeado de gente, son meramente contexto. Son los escenarios en los que se realiza nuestro trabajo creativo, pero no son intrínsecamente a favor o en contra de la creatividad. Sugerir lo contrario es ignorar las condiciones menos que perfectas en las que la creatividad siempre ha prosperado. La gente ha sido tremendamente creativa en cuarentena y durante plagas antes. A través de la agitación y la guerra también. Lo que siempre hemos sido incapaces de prescindir, o de hacer nuestro mejor trabajo, son dos cosas importantes: el flujo y las chispas que provienen de nuevos insumos, siendo esto último, creo, lo que Halstade sostiene que muchos han perdido en el cambio de la oficina a una situación de trabajo desde casa desconocida. La gran pregunta no es, ¿somos más creativos en casa o en la oficina, solos o con otras personas? Las preguntas más interesantes y más importantes, creo, son no importa dónde estemos, cómo podemos entrar y permanecer en un estado de flujo, y cómo podemos garantizar un suministro constante de chispas, ideas, insumos o yuxtaposiciones. Estas preguntas son más importantes porque si podemos responderlas, podemos dar lo mejor de nosotros de forma creativa sin importar el contexto, que, como muchos han descubierto recientemente, no siempre podemos controlar. En última instancia, creo que se reduce a la sabiduría que se encuentra tallada en el templo de Apolo en Delfos: conócete a ti mismo. Sepa cómo trabaja mejor, qué le permite fluir de manera más confiable, qué tipo de rituales lo ayudan a preparar su cerebro para trabajar, qué tipo de hábitos y patrones lo excitan. Y sepa cuándo algo de esto cambia para usted. ¿Qué amigos son aquellos con quienes las conversaciones hacen que el fuego arda un poco más? Tengo dos amigos especialmente en este momento que son importantes para mi bienestar creativo y nos reunimos semanalmente para tomar una copa con Zoom. Esas conversaciones son un salvavidas en este momento. Pero las influencias y las materias primas también vienen en otras formas. ¿Qué libros, películas u otras influencias te hacen pensar? ¿Qué podcasts o revistas? Que voces Saber esto y saber qué frena tu flujo creativo también, Aquellos de nosotros que hemos estado haciendo esto por un tiempo, y he estado trabajando solo en casa de una forma u otra desde 2004, sabemos que el enfriador de agua es importante, pero también sabemos que viene en muchas formas y seguro, tenemos ser más intencionales al respecto, pero también llegamos a ser más exigen-

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tes con el tipo de conversaciones que tenemos y con quién. Sin las reuniones diarias y las distracciones constantes de una oficina compartida, podemos controlar el flujo de forma un poco más confiable. Quiero volver a Hemingway por un momento y, para el caso, a toda la cohorte de sus colegas a los que a menudo nos referimos como la Generación Perdida. No se reunieron en París y escribieron juntos, todos en sus cubículos, deteniendo su trabajo de vez en cuando para reunirse alrededor de un enfriador de agua lleno de absenta. Gertrude Stein y F. Scott Fitzgerald y Ezra Pound, y Picasso, entre otros, no hicieron su mejor trabajo después de subir juntos al décimo piso en el ascensor. Trabajaban, a su manera, en casa, solos. Parece que han entendido que el tiempo de las chispas, de las conversaciones y discusiones y la reunión y el entremezclado de ideas fue más tarde en las largas horas pasadas en bares y cafés y no, no podemos hacer eso ahora. Pero todavía podemos tener conversaciones fascinantes, todavía podemos compartir una bebida, e ideas, con alguien y revolver la pintura el uno por el otro. Todavía podemos colaborar con otros. Y no, no es lo mismo. Pero nada es igual. Todo es impermanente. Y el impulso creativo es una de las formas en que lidiamos con ese cambio, aunque eso no siempre ocurre rápidamente. En realidad, solo llevamos unos ocho meses en esta pandemia, nos llevará tiempo redirigir un poco nuestro flujo, para descubrir el nuevo contexto en el que nos encontramos. Tomará tiempo encontrar nuevas formas de hacer que las chispas que alguna vez hicimos sean un poco más fáciles en compañía de otros. Pero lo encontraremos porque el impulso creativo es un deseo furtivo, persistente e insaciable. Es parte de quiénes somos y seguro, sabes qué, Andy Halstade, algunos de nosotros podríamos perdernos en el túnel por un tiempo, es posible que no sepamos realmente a dónde nos lleva la corriente. pero el impulso creativo siempre ha hecho su mejor trabajo en condiciones menos que ideales, gran parte de ello como resultado de agitarse un poco en la oscuridad mientras se hace el arte que eventualmente se convierte en una fuente de luz en ese mismo túnel. No siempre necesitamos estar solos para hacer nuestro mejor trabajo, pero ciertamente no ha impedido que generaciones de nosotros hagamos un gran trabajo, tal vez incluso

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nuestro mejor trabajo porque las condiciones perfectas y los tiempos de certeza no nos obligan a doblarnos. como lo hacemos cuando las cosas se ponen más difíciles. No nos obligan a mostrarnos el uno al otro como lo estamos haciendo ahora. Tampoco nos dan tanta hambre y concentración. No siempre necesitamos estar solos para hacer nuestro mejor trabajo, pero ciertamente no ha impedido que generaciones de nosotros hagamos un gran trabajo, tal vez incluso nuestro mejor trabajo porque las condiciones perfectas y los tiempos de certeza no nos obligan a doblar la forma en que lo hacemos. No nos obligan a mostrarnos el uno al otro como lo estamos haciendo ahora. Tampoco nos dan tanta hambre y concentración. El arte siempre ha sido producto de la época en que se hace. También la tecnología y la innovación y cualquier logro creativo. Respondemos a esos tiempos y los desafíos que nos traen porque eso es lo que hace el impulso y la capacidad creativos humanos. Responde. Resuelve. En todo caso, lo hacemos mejor en tiempos de cambio que en tiempos de complacencia. No necesitamos necesariamente un estudio desordenado; la vida ya es bastante complicada. Las cosas están bastante fuera de lugar en este momento, ese desorden no dejará de fluir y no apagará las chispas que mantienen encendida nuestra creatividad, pero si lo abordamos creativamente, ese desorden puede ser la fuente de ese flujo y el combustible que mantiene esos fuegos ardiendo. Y aunque trato en cada episodio de recordarte que de muchas maneras no estás solo, podrías estarlo. Y si nadie más lo ha hecho, y aunque es un pequeño consuelo, quiero recordarte que la musa no desaparece solo porque no estás saliendo con otros o trabajando en el mismo lugar que alguna vez lo hiciste. Como siempre ha sido, no importa si te presentas en la oficina, la cafetería o la mesa de la cocina. Importa que te presentes.

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Hannah Altman KAVANA El pensamiento judío sugiere que la memoria de una acción es tan primaria como la acción misma. Es decir que cuando mi mano está herida, recuerdo otras manos. El dolor se remonta a otros dolores: mi madre agarrándome de la muñeca y tirándome a través de la intersección, los dedos de mi bisabuela entumecidos en el barco que se dirigía a Cuba huyendo de los nazis, las palmas de Miriam vertiendo agua para los hebreos en el desierto, así es como un El judío comprende la acción. Debido a que ningún espacio físico es un hecho para la diáspora judía, el tiempo y los rituales que se sumergen en él se centran como un modo de desarrollo. El linaje de un cuento popular, un objeto, un ritual, late a través de la interpretación y la promulgación. En este trabajo exploro las nociones de la memoria judía, las reliquias narrativas y la creación de imágenes; las obras se posicionan en el pasado como recuerdos, en el presente como historias que se cuentan y en el futuro como acciones a interpretar y repetir. Acercarse a una imagen de esta manera no es solo preguntar cómo es, sino preguntarse: ¿cómo recuerda? Comisario: Juli Lowe, directora Catherine Edelman Gallery

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Hannah Altman Hannah Altman es una artista judía-estadounidense de Nueva Jersey. Tiene un MFA de la Virginia Commonwealth University. A través de medios de base fotográfica, su obra interpreta las relaciones entre los gestos, el cuerpo, el linaje y el espacio interior. Recientemente ha expuesto en el Museo de Arte Contemporáneo de Virginia, Blue Sky Gallery, Pittsburgh Cultural Trust y Photoville Festival. Su trabajo ha aparecido en publicaciones como Vanity Fair, Carnegie Museum of Art Storyboard, Huffington Post, New York Times, Fotoroom, Cosmopolitan, iD y British Journal of Photography. Recibió el premio Bertha Anolic Israel Travel Award de 2019 y se incluyó en los finalistas del premio para estudiantes Critical Mass y Lenscratch 2020. Ha dado conferencias sobre su trabajo e investigación en todo el país, incluida la Conferencia Nacional de la Universidad de Yale y la Sociedad para la Educación Fotográfica. Su primera monografía, publicada por Kris Graves Projects, se encuentra en la colección permanente de la Biblioteca Thomas J Watson del Museo Metropolitano de Arte.

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Irina Dzhul

Modelo: Volodia Konzur


La hija de Dazhbog —Una estrella. Yo era una estrella. Mi sitio está allá arriba con mis hermanas. Mira mis cabellos blancos que brillan incluso en esta cueva, en la noche más oscura. ¿Y ahora qué hago aquí? —No me conoces, ¿verdad? La niña estrella no responde, porque no la conoce, aunque su presencia la tranquiliza. —Soy Zorya, y no estoy aquí por casualidad. Yo también soy hija de Dazhbog, pero no como tú que has nacido de Nochuna, yo soy una de las hijas del sol y estoy aquí para evitar que Simargi, el perro alado, se salga con la suya. Lo mantenemos atado en la estrella, pero él y su esposa Kulpanitsha, la noche, conspiran para liberarlo y que destruya la constelación. —Pero yo solo soy una estrella niña, jugaba con mi madre la luna Nochuna y me vi aquí de repente, —Simargi no iba a por ti. Aliado con Chernabog el oscuro, pretendía llevarse a tu madre, porque en ella hemos anclado las cadenas que lo sostienen en Polaris. —Podremos hacer algo, Zoyra? Quiero seguir bailando en el cielo, contemplar a los hombres y los niños, a los bosques, a los domovoi y a los sueños. Si caen en mano de esos dos, nada se salvará. —Tranquila, niña —responde Zoyra—. Mira. Y cuando la niña estrella asoma la mirada fuera de la cueva, contempla al alado Bereuk del Bosque, cerrando el círculo protector de la luna. —Alrededor de sus brazos han tejido Perún, Dhazbog, las Moskov, y todos los seres del universo un manto de energía de luz que impedirá que nada pueda acercarse a nuestra luna. Y así las mareas, y las noches, y las plantas, y los seres humanos podrán vivir siempre bajo su protección, y Simargi seguirá atado a la estrella Polar por eones, por más que Kulpanitsha lo añore… *** Y antes de que acabara de contar la historia, pasó Irina con su cámara, y todo esto quedó plasmado en imágenes que los humanos podemos disfrutar. Gracias, Irina, por traernos la luz y la magia

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Repertorio de Fotógrafos Españoles

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Casiano Aguacil Mazaranbroz, Toledo, 1832-1914 Con siete años se trasladó junto a su familia a Madrid, donde aprendió́ el oficio de fotógrafo. En 1862 se instaló en Toledo y abrió́ un estudio cerca de la plaza Zocodover. Fue concejal republicano durante el sexenio revolucionario (1868-74). consiguió́ gran reputación en Toledo, sobre todo con sus imágenes de los monumentos, calles y gentes, y también realizó fotografías de otras ciudades españolas que comercializó con éxito. Así, en octubre de 1866, como otros grandes colegas madrileños, inició su llamado «Museo Fotográfico», que distribuía por entregas, previa suscripción, hermosas ampliaciones montadas en un cuidado paspartú́ que solía demandar una selecta clientela. Su trabajo se ha comparado con el de los fotógrafos Jean Laurent y Charles Clifford, aunque con un marcado toque pictorialista. Se le considera un innovador por ser de los primeros en salir fuera del estudio a retratar lugares y gentes, en una labor gráfica relacionada directamente con el fotoperiodismo inicial. A lo largo de su vida trabajó básicamente con placas de cristal emulsionadas con albúmina, colodión húmedo o gelatino bromuro. La comisión central de monumentos le encargó la realización de fotografías de los monumentos toledanos para su conservación gráfica y posterior publicación. Ganó el premio de la sección «Monumentos» y el Premio de Honor en el concurso regional de Fotografía manchega celebrado en Toledo en 1906. En 1908 donó su colección completa al ayuntamiento de Toledo a cambio de un salario anual, creándose un museo artístico y Fotográfico de corta vida, pero que fue uno de los primeros de España dedicados a la fotografía. Aquel legado, hoy digitalizado, se puede consultar en la web del consistorio. También se conservan positivos de algunas de sus fotografías en la Hispa- nic Society of América (Nueva York) y en otros archivos y bibliotecas españolas. El archivo de la Diputación Provincial de Toledo cuenta, además, con negativos de Casiano Alguacil de localidades no toledanas.

Publicaciones seleccionadas

Monumentos artísticos de Toledo, Toledo, imp. Fando e Hijo, ca. 1870; Toledo, 10 fotografías, Toledo, Zocodover, 1982; Toledo en la fotografía de Alguacil, 1932-1914, Toledo, Ayuntamiento de Toledo, 1983; Sánchez Torija, b., Casiano Alguacil: los inicios de la fotografía en Toledo, Ciudad Real, centro de estudios de Castilla la Mancha, 2006; Toledo entre dos siglos en la fotografía de Casiano Alguacil,

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Fotografías que despertaron conciencias

El modelo de doble hélice del ADN Abril de 1953 – Cambridge, Reino Unido. Cuando los científicos James Watson y Francis Crick, estadounidense y británico respectivamente, empezaron a analizar la estructura del ADN, la hipótesis de que tenía información genética todavía no había sido aceptada por la comunidad científica. Aún así, como los experimentos, iniciados en 1944, habían llegado a esta conclusión, comprender las propiedades físicas y químicas del ácido desoxirribonucleico adquiría cada vez mayor importancia. La contribución fundamental de los científicos fue proponer un modelo que demostraba que la molécula no solo tenía información genética, sino también una “plantilla” para su replicación. La clave se halló a partir de estudios sobre la difracción de rayos X en ADN realizados por Rosalind Franklin, una científica: la imagen que descubrió sugería la estructura de la famosa doble hélice del ADN. En la fotografía, los dos hombres (Watson a la izquierda y Crick a la derecha) posan junto a su modelo tridimensional de ADN, construido en el laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge. La imagen pertenece a una serie de fotografías tomadas por el estudiante Antony Barrington Brown poco después de la publicación de la investigación en la revista Nature, el 25 de Abril de 1953. En el centro de la pared hay un boceto de la doble hélice dibujado por la pintora Odile Speed, la mujer de Crick. Su entusiasmo y satisfacción son palpables. El enfoque de la fotografía muestra uno de los acontecimientos más relevantes de la biología moderna. La fotografías de Brown fueron rechazadas por la revista TIME. Ni siquiera en 1962, cuando los científicos ganaron el premio Nobel de Medicina, hubo una sola revista que mostrara interés por las fotografías. Más adelante en 1968, una de ellas apareció en el libro de Watson The doble Helix (“La doble hélice”), que rápidamente se convirtió en un best seller, y desde entonces las imágenes se han publicado en multitud de medios.

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