Luz y tinta 78

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Contenido

Año VIII.- Núm. 78 - Abril 2018 PROMOTOR José Luis Cuendia, “Guendy” DIRECTOR Francisco Trinidad COLABORADORES Eugenio R. Meco, Pepe Haro Castaño, Ma Bernarda Ballesteros, Carlos Flaqué Monllonch, Glyn Griffits, Ricardo González “Completu”, Salvatore Grillo, Javier Madroñero, Narciso del Río, Juanjo Gallardo, Monchu Calvo, Antonio Ramón Ferrera, Cristina Capracci, Gustavo Velázquez, Cora Coronel, Justín del Barrio, Arturo de las Liras, Juan José Alonso, Ilona Gogh, Jan Puerta, Albino Suárez, Gloria Soriano, Ildefonso Robledo, José Manuel Gonzalo, José Mª Ruilópez, Juan Depunto, Juan José Pascual, Viviana Genta, Nadima, Antonio Martínez, Ángeles Pereira Perera, Claudio Serrano, Mario Eduardo Blanco. DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA José Luis Cuendia DIRECTORA DE COMUNICACIÓN Lola González DISEÑO y MAQUETACIÓN Francisco Trinidad www.moldeandolaluz.com Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico

4 Fotógrafo del mes: Saravut Whanset Francisco Trinidad

9 Un vuelo de tango 15 Do it yourself y otras historias de los tiempos modernos

Gloria Soriano

18 Prosopon

Mario Eduardo Blanco

24 Candás

Juan José Pascual, “Jota”

31 Minas de montaña

Monchu Calvo

35 Detalles artesanos 38 Paseando París en

Fotos de José Luis García invierno Juan Depunto

50 Hablemos sin violencia

Ricardo González, “Completu”

58 Rostros impenetrables

Fotos de Kezzin

62 Bailarina 69 Saravut Whanset

104 Todo lo que querías saber 108 Fotografías que despertaron conciencias

info@moldeandolaluz.com

Moldeando la Luz es miembro de la Royal Photographic Society

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F.T

Nuestra foto de portada: Saravut Whanset

Nadima/ Claudio Serrano


Presentación En días como estos, uno echa de menos a Machado y le gustaría se hiciera realidad aquello de “la primavera ha venido” y que lo de ‘el tiempo’ fuera únicamente un recurso para hilvanar conversaciones en el ascensor y hacer más llevaderos esos insufribles tiempos muertos. Pero ni hemos visto todavía la primavera, aunque el calendario diga otra cosa, ni la conversación sobre el rumbo del tiempo parece próxima a finalizar. Los informativos siguen día a día machacándonos con cambios bruscos de temperatura, con ríos que se desbordan poniendo en peligro vidas y sembrados, con nevadas a alturas poco frecuentes en esta época del año y con algunas desgracias, generalmente de montaña, que van jalonando el devenir de este largo, larguísimo invierno. Esto que tan conturbados y hasta preocupados, y no es para menos, nos tiene, adquiere sin embargo una perspectiva distinta cuando se mira desde el punto de vista de la fotografía. Los montes y los árboles nevados, las cascadas y torrenteras, el caudal de los ríos y la nieve son motivos fotográficos muy vistosos y que han dejado huella bastante en Moldeando la luz durante los últimos meses. Porque, si bien es cierto que cualquier circunstancia, sea ordinaria o extraordinaria, puede dar pie a una fotografía, también lo es que lo insólito tiene, al menos de salida, un mayor atractivo. Por eso los especiales circunstancias climatológicas que estamos soportando este invierno están llenando nuestros álbumes digitales con suficiencia. Aunque, cuando realmente llegue la primavera, nuestras cámaras volverán a fotografiar los árboles florecidos, las flores que pueblan los campos, los frutos que se asoman entre las hojas verdes... y todos los tópicos que el paso de las estaciones nos ha permitido ir acuñando a lo largo de nuestra experiencia. Y otro tanto ocurrirá con el verano y cuando se asome el otoño y cuando, de nuevo, el invierno vuelva a castigar nuestros partes meteorológicos. Porque, en realidad, la vida es una sucesión de momentos, ordenados en días, semanas, meses, estaciones que el calendario va dejando caer marcando su propio ritmo. Y acordar el ritmo externo con el propio es lo que llamamos vivir, indpendientemente del tiempo, de la temperatura, de la sucesión de las estaciones y del calendario. Vivir. Vivir haciendo frente a todas las circunstanmcias, sean meteorológicas o políticas. Porque el tiempo y sus circunstancias no pueden ni deben hacernos olvidar que nuestro destino es el de cambiar el mundo, aunque sea solo reflejando su paso en nuestras fotografías que, a la postre, solo pueden reflejar lo que nos rodea.

Francisco Trinidad

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Fotógrafo del mes de Marzo

Saravut Whanset Tras recorrer foto a foto la galería fotográfica de Saravut Whanset a nadie se le ocurriría decir que es un fotógrafo aficionado; y sin embargo, él mismo lo afirma de su propia obra. Técnicamente, así resulta: Saravut es un policía tailandés que emplea su tiempo libre en hacer fotografías; es decir, no tiene como única ocupación profesional la de fotógrafo; sin embargo, y ahí anida la paradoja, está a la altura de cualquier profesional, por la calidad de sus fotos y por su dedicación constante. A sensu contrario, esta actitud de Saravut me recuerda la de Eladio Begega, que se definía como un aficionado con carnet de profesional; es decir, que lo que prima no es la dedicación sino la actitud personal que se mantiene ante el hecho fotográfico. La galería de Moldeando la luz no es muy amplia, únicamente 95 fotos en el momento de redactar estas líneas, y tampoco lleva tanto tiempo entre nosotros (sólo desde julio de 2015), pero en otras plataformas, como 500px.com, Pinterest. es o Flickr.com, puede apreciarse en toda su dimensión la obra de Saravut Whamset que ha acabado siendo uno de los colaboradores de la National Geographic, referencia indiscutible en lo que a fotografías de viajes se refiere. Y es que, a través de sus fotos, Saravut nos invita a sumergirnos en la identidad de uno de los países más misteriosos y coloridos de nuestro planeta, Tailandia. Para ello, no solo se fija en las personas y el paisaje que las envuelve, sino además en su interacción, en cómo el hombre modela la naturaleza con su intervención (son muchas las fotos en que nos muestra esas terrazas de cultivo que pretenden arrancarle a la tierra hasta su última posibilidad) y en cómo el clima y la forma de vida modela los rostros de los hombres y mujeres tailandeses. Sravut Wamset nos dice que a través de la fotografía pretende mostrar su propia percepción del mundo, su propia forma de sentir la realidad ambiente, como un primer paso para mostrarnos esa vida tailandesa que pretende dar a conocer

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a través de su obra. Para ello retrata la vida cotidiana, lo que tiene a su alrededor tanto de paisaje como de paisanaje y, casi me atrevería a decir, la alegría de vivir: son muchas las fotografías de Saravut, con niños, con jóvenes o con adultos, en que recrea un momento en el que los modelos sonríen o ríen abiertamente, con un optimismo vital que se sobrepone al paisaje. No es difícil adivinar que en esas escenas el fotógrafo les está invitando a la sonrisa, quizás con alguna broma o con chanzas momentáneas que rompen la rigidez de la toma. Con estas fotos, tanto las composiciones como las que retratan únicamente algún ángulo del paisaje de su tierra, nos está trasladando todo el exotismo que envuelve a Tailandia y en el que el fotógrafo, Saravut Wamset, desarrolla su vida cotidiana. Supongo que el propio Saravut es consciente de ello y así lo traslada en sus fotos. Incluso los animales que aparecen en ellas en su mayoría no se ajustan a los estándares del mundo animal que conocemos en Occidente, dotando a sus fotos de un motivo más para el contraste, de modo que crea una pulsión entre la fotografía documental —al cabo, retrata trozos de la realidad de Tailandia con ánimo divulgativo— y aquella que pretende trasladarnos su visión personal del mundo que lo rodea. Todo ello, por supuesto, sin renunciar nunca a los valores habituales de la fotografía: enfoque, luz, encuadre… y sobre todo, composición (ya he hablado más arriba de la sonrisa o la risa abierta que domina algunas escenas), de modo que sus fotos, a pesar de su exotismo desbordante, no son solo paisaje estático, sino una tierra habitada por hombres y mujeres que la cuidan y transforman en función del medio, del momento y, por supuesto, de las enseñanzas ancestrales de su raza.

Francisco Trinidad

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Fotos e ilustraciones: Adobe Stock

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Un vuelo de tango F.T Desde la muerte de su esposa, Marcelo se había instalado en un limbo de soledad y casi misantropía que lo constreñía en rutinas muy estrictas y en inercias que le habían ganado fama de raro. No le importaba demasiado o no se daba cuenta de ello, pues proseguía su vida como si el mundo de alrededor no existiera. Pasaba las mañanas en su despacho de funcionario del grupo A en el ministerio de Fomento, sin unirse a tertulias o grupos que compaginaran el trabajo con ratos de ocio, y dividía las tardes entre el Pub Irish, que había abierto su amigo Bernardo hacía años tras regresar de Irlanda y pretendiendo importar costumbres ajenas, y la soledad de su casa, donde, para que el paso del tiempo desdibujara su melancolía, leía compulsivamente y cocinaba platos imaginativos que degustaba en soledad. tocaba la guitarra El pub le quedaba, caminando a buen paso, como a media hora de su casa, lo que le servía diariamente para desentumecer las piernas y oxigenar los pulmones castigados por el tabaco y las largas horas de despacho. Cuando llegaba, su amigo Bernardo le saludaba con un gin-tonic en su mesa de costumbre y le dejaba solo con el periódico del día y un block de notas que utilizaba a menudo y de cuyo contenido nunca quiso hablar. Cuando terminaba aquel primer gin-tonic pedía otro, que tomaba en la barra con la vista perdida en el televisor. Cuando no había mucha gente, Bernardo se le acercaba y charlaban un rato. Más de una vez le sonreía con la broma de costumbre: “Tengo que presentarte un par de chavalas que te saquen del muermo.” Marcelo no contestaba, y no tanto por desdén cuanto por pereza: desde el fallecimiento de su esposa, las mujeres y su atractivo habían desaparecido de su horizonte. Una de aquellas tardes en que Bernardo se le acercaba en la barra, le comentó que quería darle una vuelta al pub, que estaba muy dormido y había perdido mucha clientela en el último año y, sabedor de su buena voz y su virtuosismo a la guitarra, le propuso que cantara alguna noche. “Tú siempre has cantado bien y además, si no me engañas, eres un maestro de la guitarra. A lo mejor funciona.” Al principio, se resistió, pero la idea le satisfacía y, aunque aquello suponía romper una de sus rutinas más acendradas, al día siguiente, sin tener un plan trazado ni haber pensado mucho en lo que podría hacer, se trajo una guitarra y a la hora en que normalmente se hubiera ido a casa, se subió al altillo que había al final del pub y comenzó a tocar. Casi sin darse cuenta se fue ganando la atención de los pocos clientes que poblaban la barra y las mesas. La guitarra sonaba bien en aquel local de cuya acústica había desconfiado al principio y Marcelo se sintió seguro acariciando aquellas cuerdas cuyo sonido era la primera vez que compartía en público, tras treinta años practicando en solitario o en reuniones de amigos en su propia casa. Cuando ya llevaba media hora tocando, pasando de un tema a otro sin interrupción y sin seguir más orden que sus recuerdos atropellados, hizo una pausa, dejó la guitarra a un lado y miró asombrado a quienes le aplaudían. La mitad de los clientes abandonó el local y fue entonces cuando una mujer se le acercó para felicitarle y preguntarle si iba a volver a tocar otro día. Tenía los ojos de un verde brillante que lo turbó y llevaba al cuello un fular color naranja que iluminaba su mirada. Marcelo se encogió de hombros, sonriendo sin saber qué decir,

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Ninguno de aquellos sábados faltó la mujer de ojos verdes, ojos misteriosos que quizás ocultaban un fondo de tristeza.

y le contestó que no lo tenía claro, que lo de aquella noche había sido improvisado y que no sabía cómo acabaría, pero siguió mirándola profundamente, como para grabar sus rasgos —era hermosa y tibia como una puesta de sol, con una melena larga y cobriza— y especialmente sus ojos. Como un cuarto de hora más tarde, a instancias de Bernardo, que estaba entusiasmado, volvió a tocar, más que nada para practicar, ya que solo había un par de borrachos despistados y vociferantes en la barra. Tras un par de minutos a la guitarra, aquellos borrachos dejaron su cháchara y a él se le ocurrió cantar aquella vieja ranchera de José Alfredo Jiménez, “Pa’ todo el año”. Los borrachos no entendieron el guiño irónico y se dejaron arrastrar por el clima cálido que creaba la voz de Marcelo sobreponiéndose al rasgueo de la guitarra. Su voz sonaba convincente —“desde hoy en adelante/ ya el amor no me interesa”— y los borrachos intentaban tararear a ritmo, cuando entraron tres o cuatro clientes que, al oír la guitarra y a Marcelo cantando, se acercaron, escucharon atentos y aplaudieron calurosamente. Entonces apartó la guitarra, se bajó del improvisado estrado y, aunque los recién llegados y el propio Bernardo le pidieron que cantara otra, se disculpó por la hora y porque al día siguiente tenía que madrugar. De camino a su casa, Marcelo se encontró en una nube que algodonaba sus sueños. Durante toda la semana Bernardo se acercó a su mesa para convencerle de que volviera a tocar, al menos un día a la semana, y aunque Marcelo no estaba demasiado convencido, una tarde volvió la mujer de los ojos verdes brillantes, hermosa y con una mirada en la que se adivinaban todas las puestas de sol, y se acercó a su mesa para preguntarle si volvería a tocar. Como no supo cómo negarse y no encontró manera de evitar la respuesta, le dijo que sí y aquella misma tarde convino con Bernardo en que tocaría todos los sábados. Y así lo hizo durante los meses siguientes. Los sábados a las 10 de la noche, se subía al altillo del final del pub y tocaba durante media hora su repertorio de música española para guitarra y luego, tras un breve descanso para tomar uno de los gin-tonic que le preparaba un Bernardo cada vez más contento con aquella clientela que aumentaba sábado a sábado, volvía a subirse al altillo y, sin descanso entre canción y canción, entonaba rancheras, napolitanas, boleros y canciones populares españolas, para terminar invariablemente con una habanera, “Viajera”, que le inundaba de melancolía: “por todo lo que más quieras/ dime que sí…” Ninguno de aquellos sábados faltó la mujer de ojos verdes, ojos misteriosos que quizás ocultaban un fondo de tristeza. Pero además, durante la semana solía acudir con sus amigas algunas tardes, saludaba a Marcelo con un gesto desde su mesa y a última hora, cuando se despedían sus amigas, se acercaba a su mesa y charlaban durante un buen rato de cosas intrascendentes y de los misterios de la vida: la tristeza, la alegría, la muerte, el olvido…, aunque sin entrar nunca en temas personales. Ella dijo llamarse Carlota, aunque para Marcelo fue siempre la mujer de los ojos verdes, quizás porque en ellos vio reflejada su propia tristeza. Uno de aquellos sábados, la mujer de los ojos verdes entró tarde, cuando él iniciaba la última habanera —“Porque han pasado las horas/ y su barca no llegó/ está llorando en el puerto/ la novia del pescador”— y, cuando la terminó, en lugar de apartar la guitarra como otras veces, comenzó a puntear una de las napolitanas que sabía le gustaban a ella: “Ma non mi lasciare/ Non darmi questo tormento/ Torna a Sorrento:/ Fammi vivere!” Ella se lo agradeció con una sonrisa amplia, acentuando el embrujo de sus ojos tristes, y él la invitó a tomar una copa y charlaron durante media hora sin darse cuenta de que el tiempo pasaba. “¿Has cenado?”, preguntó él en un momento, y Bernardo les trajo un par de hamburguesas que comieron sin gana, pero sin abandonar el tono íntimo de su conversación.

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—Me gustaría que cantaras un tango alguna vez —dijo Carlota, y Marcelo se dio cuenta en ese momento de que su acento dulce tenía un sustrato argentino que no había percibido hasta entonces. —El próximo sábado te canto uno, solo para ti. Se lo agradeció cogiéndole la mano y apretando cariñosamente. Y al sábado siguiente, con ella atendiendo desde que comenzó a cantar, antes de su habitual “Viajera” atacó un tango de Gardel —“Tengo miedo del encuentro/ con el pasado que vuelve/ a enfrentarse con mi vida. /Tengo miedo de las noches/ que, pobladas de recuerdos,/ encadenan mi soñar”— y notó que Carlota entrecerraba los ojos, quizás para evitar una lágrima; él entrecerró también los suyos, y fue entonces cuando, a bordo de recuerdos y tristezas, se dio cuenta de que estaba en el bonaerense Café Tortoni, interpretando el “Volver” gardeliano y otros tangos arrabaleros de especial nostalgia. Había dos parejas bailando entre las columnas del café. Una de ellas no podía disimular que eran extranjeros, empachados de ron, que más que danzar se arrastraban y se magreaban impúdicamente, ajenos al ridículo. La otra pareja eran dos danzarines consumados que parecían flotar entre el humo de los cigarros puros que perfumaban la sala con su especial dulzor; enlazaban ochos, adelante y atrás, paradas y sacadas, cuartas y enganches, y un completo repertorio de ganchos, mientras adecuaban su ritmo a la música y a sus propias miradas, cargadas de pasión y de cierto embrujo. No le costó darse cuenta de que aquella mujer de ojos verdes brillantes era la que conocía del Pub Irish como Carlota, aunque tendría como veinte años menos y el brillo de sus ojos no irradiaba tristeza sino amor correspondido. Más que bailar, volaban, enlazados por el compás del baile y arrobados por el so-

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nido grave de su guitarra y de su voz: sus pies no se elevaban al ritmo del tango, sino al compás alado de su propio corazón. Como movidos por la fuerza etérea de aquellas miradas que resumían un mundo. Terminó el último tango que pensaba cantar aquella noche —“Quién sabe si supieras/ que nunca te he olvidado,/ volviendo a tu pasado/ te acordarás de mí…”— y comenzó su habitual habanera para cerrar la sesión. Cuando terminó —“que me vas a querer tanto/ como yo te quiero a ti…”— advirtió en los ojos de ella una lágrima furtiva, que se descolgaba temblorosa por su mejilla, mientras todos los clientes del Pub Irish le aplaudían igual que todos los sábados. Se acercó a él, le cogió la mano y le dirigió una mirada como la que minutos antes dedicara a aquel joven que la invitaba a soñar durante el baile en el Café Tortoni. Advirtió en sus ojos el ritmo palpitante del tiempo y, aunque era realmente tarde, la invitó a cenar. “Tengo unos lomos de merluza que podemos hacer a la plancha con unas setas de cultivo”, mientras también él le cogía la mano y se sumergía en sus ojos azules, vidriosos aún por aquellas lágrimas que la emoción y los recuerdos le habían arrancado minutos antes. Ya en casa de Marcelo, compartieron una copa de vino tinto —“Tengo un Chateau Busquet que me traje de un viaje a Burdeos y no está mal”, había dicho— antes de que él se metiera en la cocina y ella se quedara hurgando en la amplia librería que tenía en el salón con libros perfectamente alineados en los estantes y acompañados por piezas de cerámica de diversos lugares del mundo. —¿Tienes alguna pieza argentina? —dijo ella mientras acariciaba un jarrón de Talavera. —No, nunca he estado en la Argentina —y notó que en los ojos de Carlota titilaba un rictus de añoranza. Mientras los lomos de merluza y las setas se hacían en la plancha, Carlota se acercó a él en la cocina, se tomaron de la mano y se miraron de nuevo a los ojos: él vio en los ojos de ella una lluvia de luz que le conducía por senderos de melancolía. Luego compartieron la comida casi en silencio, compartiendo el Chateau Busquet —“Hubiera sido mejor un vino blanco”, apostilló él— y sumergiéndose insistentemente en los ojos del otro. Marcelo veía aquella lluvia de luz que iluminaba escenas que supuso del pasado de ella: labios que se abrían para recibir un beso, lágrimas que recorrían las mejillas temblorosas, fuego de corazón airado y rescoldo tibio de amor reconfortante y, sobre todo, una y mil veces, un vuelo de tango, medio baile, medio sueño, de dos bailarines que hacían soñar sus pies mientras se abrazaban, mientras se besaban, mientras hacían el amor al ritmo ritual de un acordeón lejano. Ella solo vio en los ojos de él pura nostalgia, fiebre de soledad y una tristeza profunda y amarga. Por eso, antes de terminar la cena, se levantó, le besó tiernamente, en la frente, en los ojos, en los labios, en el cuello y fue desnudándole sin prisas, mientras se dejaba hacer antes de unirse los dos en la cama en un abrazo con los ojos cerrados: sin lluvia de luz, pero tampoco nostalgia ni tristeza, aunque ninguno de los dos sabría decir si sus caricias y sus suspiros tenían de fondo una música de tango, lejana, acaso como un eco, quizás como un ensueño durante la duermevela.

Fue entonces cuando una mujer se le acercó para felicitarle y preguntarle si iba a volver a tocar otro día. Tenía los ojos de un verde brillante que lo turbó y llevaba al cuello un fular color naranja que iluminaba su mirada.

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Gloria Soriano

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Do it yourself y otras historias de los tiempos modernos Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia. Arthur C. Clarke Mezcladas andan las cosas: junto a las ortigas nacen las rosas. (Refrán) Capitulo 1 Tan pronto como al negocio se le dio otro enfoque, los puestos cambiaron. Ahora la granjera es jefa de producción. Entregada a su nueva actividad, se mueve entre el rebaño atenta a las labores. Fue en una de estas rondas cuando sorprendió a la oveja menos lanuda, la que estaba sentada junto a la entrada del aprisco, hurgándose detrás del pendiente. Por más pellizcos que se propinaba, la hebra de la que debía tirar no salía. La jefa acudió en su ayuda. Una vez sacados un par de metros de hilo, y antes de que le aparecieran calvas en la cabeza, la mujer dijo: venga, a tejer, y sin dormirte, que vas con retraso. Eran días de mucho trajín. En menos de una semana estaría el rebaño en cueros y el camión cargado con las prendas de lana para la temporada de otoño. Conseguirlo implicaba obtener el hilo, tramar tejidos de carda o espiga y hacer jerséis de crochet. Prepararse para la esquila requería de otras dedicaciones previas. La lana había que cuidarla cada día. Durante todo el año, a la hora de pastar, las ovejas rastreaban el campo procurando no llenarse de pajas, y por las noches se expurgaban unas a otras los espigones inevitables. Al acostarse y al levantarse lamían una piedra mineralizada con sabor a jarabe amargo, que ayudaba a esponjar el vellón.

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A esta medicina se le atribuían también otros beneficios: efectos anestésicos para los tirones propios de las tareas de escarde y depilado, y ser un fortalecedor del hilo. Había que evitar que éste se rompiera al tejer. Las confecciones con nudos apenas tenían valor. El primer zas lo oyó la oveja sin necesidad de oídos. La línea continua se había quebrado justo cuando terminaba de pelarse el cuello. La sobrecogió despojada de su bufanda. La garganta vulnerable a una carraspera. Con esa parte de su cuerpo ella había tejido el pico de un chal. Tuvo que malgastar tiempo y un rizo entero de lana hasta dar con el hilo adecuado para proseguir la labor. En el segundo zas estaba ya desnuda hasta las axilas. Las demás, en bragas. —Te noto muy estresada — le dijo la jefa — mejor te incorporas al grupo de Tajine. Lo dijo sin alterarse, como si estuviera haciéndole un favor. La oveja había sido expulsada de la fábrica lanar, el lugar por todas preferido a pesar de los tediosos tratamientos de belleza, la dureza del lifting, y las dificultades para obtener cheviot escocés siendo ellas merinas. Y por si fuera poco, la desterraban a Marruecos. Si al menos le hubieran permitido quedarse con el grupo de Estofado con Alcachofa o Paletilla al Horno… Deprimida, avergonzada, con ese pelado tan poco favorecedor en que la sorprendió el despido, se presentó ante sus nuevas compañeras. La acogieron con la balada del Salam Alikum. Fue lo último que oyó antes de convertirse en Tajine.

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Capitulo 2 El calor era insoportable. Las ovejas perdían pelo en invierno como mecanismo de defensa y nadie compraba ya los tejidos de lana. Ni siquiera de lana fría. La mujer volcó todas sus habilidades en el sector algodonero. Un chaval se quedó al frente del rebaño. En adelante él decidiría qué ovejas eran aptas para Carpaccio o para Costillar con Patatas. Un día la granjera reconvertida, embargada por la nostalgia, fue de visita al redil. Lo que vio se parecía más a un laboratorio que a una majada. En los vientres de alquiler de las ovejas crecían corazones, riñones y otros órganos destinados a trasplantes humanos. Entonces se santiguó como lo habían hecho otros cuando las tijeras de esquilar cayeron en desuso.

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Mario Eduardo Blanco

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Prosopon “El teatro es la poesía que se sale del libro para hacerse humana” Federico García Lorca

Cuando tenía ocho años sufrí una enfermedad que me retuvo en la cama durante muchos meses. En aquellos tiempos la tuberculosis tenía tan mala fama que se utilizaba la expresión “ganglios pulmonares” para atemperar el significado de una palabra bastante impopular entonces. Recuerdo como, de manera heroica, se la asociaba a poetas, músicos y artistas como Bécquer, Larra, Dumas, Poe, Kafka, Chopin, Mozart… que la habían padecido, afirmando que el Bacilo de Koch atacaba especialmente a quienes eran poseedores de una sensibilidad especial. Desmitificando el hecho, lo cierto es que el temido microorganismo no hacía distingos y solía expanderse por contagio obligando a quien la padecía a guardar reposo absoluto y someterse a altas dosis de penicilina durante una temporada bastante prolongada. Para un niño esta circunstancia se hacía especialmente molesta y solo la lectura, la compañía de los más próximos, y la radio (la televisión

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aún no había llegado a mi pueblo) mitigaban una situación tan incómoda como aburrida. Solía entonces escuchar un montón de programas de entre los que destacaba la emisión de uno dedicado al teatro. Siento no recordar ni el dial, ni los actores, ni adaptadores que nos hacían llegar un mundo lleno de fantasía, con tramas que te hacían soñar, llorar y reír a partes iguales. Ahí tuve mi primer contacto con Alejandro Casona y su “Sirena varada”; ahí escuché “Los cipreses creen en Dios”, “La casa de los siete balcones”, “Los árboles mueren de pie”,… Luego, afortunadamente recuperado, llegó la televisión, Estudio uno y aquellas representaciones que te acercaban a autores como Shakespeare, Bekett, Camus, Calderón, Lope de Vega, Pirandello, Tamayo, Moliere, Ionesco, Buero Vallejo,… representados por actores dotados de un talento portentoso como José María Rodero, José Bódalo, Núria Espert, la familia Gutierrez Caba,… y tantos otros no menos importantes. *** Hace unos días volví a tener la oportunidad de rememorar este pasado tierno e incómodo a un tiempo pues, habíéndome enterado que en un teatro de Oviedo se representaba una de las obras más señeras de mi admirado autor de Besullo, me dirigí al director de la Compañía Teatro Casona, ofreciéndole mi modesta cámara para hacer un reportaje de “Los árboles mueren de pie”. Debo decir que la reacción de Andrés Presumido fue inmediata y agradablemente satisfactoria y no lo fue menos la de todos y cada uno de los magníficos actores y artífices de la representación a quienes agradezco desde aquí la deferencia y el trato con el que fui recibido. Mª Antonia Goás, Puri Sedano, Adrián Zamanillo, José Luis San Martín, Chusa Juarros, Maxe Guillón, Sara G. Otero, Cova Suárez, Daniel Llaneza, Antonio Arias, David R. Barcarán y Álvaro Solano, dirigidos magistralmente por Andrés Presumido, mostraron ante un público que abarrotaba el auditorio, agradecido y puesto en pie al final de la representación que el TEATRO no ha muerto y que solo necesita la comprensión y el apoyo de una administración en demasiadas ocasiones desmemoriada.

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Juan José Pascual, “Jota”

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Candás es una villa marinera del concejo de Carreño, en la comunidad autónoma de España, Asturias. Es la parroquia que tiene mayor población y capital del concejo. Situada a trece kilómetros del Cabo de Peñas tiene vías de comunicación directas con las ciudades de Oviedo, Gijón y Avilés. Los pilares de la economía de Candás fueron durante muchos años la pesca y las fábricas conserveras. Cuando la empresa siderúrgica se expansionó en Asturias con la apertura de las factorías de Avilés y Gijón de ENSIDESA, (Empresa Nacional Siderúrgica S.A. perteneciente al estado hasta que fue privatizada); estos pilares entraron en crisis. En la actualidad el turismo y la hostelería ocupan también un lugar importante en su economía (teniendo mayor auge en el verano y periodos vacacionales). Su puerto, al más estilo tradicional con sus barcos de pesca, fue uno de los más importantes antaño cuando la pesca y su industria transformadora estaban en auge. Este sufrió una remodelación que finalizó en el 2005 dejando su imagen actual. Hoy en día alberga en la mayor parte de sus pantalanes embarcaciones deportivas. En su playa tenemos una emblemática roca, que ha sobrevivido al paso de los años y a la erosión de la mar, conocida como “La Peña Furada” (lo de furada viene de ‘furacu’ que significa agujero); una gran roca con un agujero en el medio y que según llegamos al puerto, llama nuestra atención en la playa. De niños, en verano, cuando la marea subía un poco, la atravesábamos nadando de un lado al otro. No se puede dejar sin comentar un hecho histórico, en el cual la justicia tuvo mucho que decir, habiendo una estatua conmemorativa de tal hecho, “El pleito de los delfines”. Corría el siglo XVII, los pescadores de la zona estaban desesperados pues una enorme cantidad de delfines, de la especie de los calderones, destrozaban su redes y aparejos de pesca en busca de alimento y les robaban sus capturas; los pescadores decidieron demandarlos a la justicia. El párroco de Candás habló con el obispo de Oviedo, pidiendo justicia ante los desmanes de estos cetáceos hacia sus feligreses. El 8 de setiembre de 1624 se embarcaron rumbo a alta mar, a la zona donde se encontraban los calderones, el abogado defensor, el fiscal, un clérigo de la Santa

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Inquisición, varios testigos y el notario. Se celebró el juicio, terminado este con condena para los delfines. El clérigo procedió a leerles la resolución judicial, conminándoles a cejar en sus ataques y abandonar esas aguas, bajo pena de condena a los infiernos si desobedecían. Tras ese suceso, no se volvieron a avistar delfines por la zona. Gastronómicamente hablando, Candás ofrece una gran variedad de opciones. Las calderetas y parrilladas de pescado o marisco son muy apreciadas. Los restaurantes de la zona utilizan materias primas de primera calidad, los pescados y mariscos, recién pescados por los pescadores que les abastecen con productos frescos del Mar Cantábrico. Producto típico es el fariñón (se trata de un tipo de embutido hecho a base de harina de maíz, tocino, sangre, cebolla, perejil y orégano), que se usa como acompañamiento del pote asturiano, aunque hay quien lo toma también solo, pasándolo un poco por la sartén. No se puede hablar de gastronomía si no mencionamos un postre típico candasín, las marañuelas, de las que me vienen imágenes de mi niñez, recordando como mi abuela, tras hervir la leche, sacaba las natas y con ellas hacía manteca para llevárselas a unas amigas que las elaboraban de forma tradicional. Los candasinos, pastas hechas con mantequilla, azúcar glass, huevos, esencia de vainilla y harina. El arroz con leche es otro postre más, típico también de muchas localidades de Asturias. En la zona del puerto encontraremos variadas sidrerías donde se puede disfrutar de estos manjares. Personalmente me gusta mucho una sidrería, donde comimos un grupo de moldeadores y quedamos encantados de la calidad de los productos, la cual se halla muy cerca de la fuente de Santarúa y lleva ese mismo nombre. En el ámbito cultural a lo largo del año se desarrollan múltiples actividades en la Casa de la Cultura, el museo Escultor Antón, el Museo de la Industria Conservera de Candás y el centro Cultural Teatro Prendes. Este último supuso la continuidad del cine y gracias a él se puede ver cine todos los fines de semana, sesiones de cine clásico con la banda sonora original y subtituladas, ciclos de teatro, concursos corales y de habaneras además de diversas actividades culturales variadas. Entre estas está el Festival de Bandes de Gaites “Villa de Candás” (declarado de interés turístico regional), el cual es gratuito, organizado por la Banda de Gaites de Candás y que viene celebrándose en el mes de julio desde 1997.

El día del Cristo tiene lugar una ofenda floral por los marinos muertos al despuntar el alba, conocida como alborada marinera, las gentes del pueblo se visten con el traje típico de faena de los marineros los hombres (pantalón y camisa de mahón o camisa blanca), pañuelo marinero y alpargatas de esparto. Las mujeres se ponen el vestido de sardinera de antaño.

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Candás tiene una exposición permanente repartida entre las paredes del puerto y la antigua fábrica de pescados Ortiz (transformada en sala de exposiciones y escenario de eventos culturales), de retratos realizados por el artista local Alfredo Menendez, responsable también de varios murales situados en diversos puntos de la villa. Las fiestas locales más importantes son San Félix, patrón de Candas celebrado el uno de agosto teniendo lugar el Festival de la Sardina que en el año vigente celebrará su 48ª edición; y el Cristo de Candás, celebrado el 14 de setiembre. Son de arraigada tradición las romerías de San Antonio (13 de junio) y San Roque (16 de agosto).

E l visitante que se acerque a Candas podrá disfrutar de sus paisajes, paisanaje, cultura, así como de la diversidad de festejos y festivales gastronómicos y culturales. A lo largo del paseo marítimo podemos contemplar el mar y oír el sonido tranquilizador de las olas al romper suavemente contra la costa contra la base de este paseo cuando la marea está alta.

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Monchu Calvo

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Minas de montaña Había salas en las que que cogía medio pueblo de Soto, dentro de la mina Carmen, de Llaimo, nos cuenta Sabino, último minero junto con Celso y Pepe Cachero, de Villamorei. Pasan todos de los 80 años, pero afortunadamente conservan una memoria fiel de lo que supuso el trabajo durante muchos años, en unas condiciones que hoy consideraríamos inhumanas. Auténticos supervivientes, que hoy nos regalan sus recuerdos en la tranquilidad de un bar del pueblo, delante de una taza de café. 17 años, cree que tenía cuando empezó, en la antesala del invierno de 1955. Caminaban dos horas desde el pueblo más cercano. De Campiellos y Villamorei tardaban algo mas. Las condiciones a veces eran muy malas, con lluvia y a veces con nieve. Los primeros kilómetros, en lo que hoy es la famosa Ruta del Alba se hacían a buen paso, para afrontar al final la dura subida por un empinado sendero, que zigzagueante ganaba altura a través de un tupido bosque. Años más tarde un autocar, que conducía Somohano, circulaba por aquella inverosímil senda, llevando y trayendo a los más de 30 obreros que componían la plantilla, hasta la Vega, donde hoy acaba el camino de la ruta montañera, junto al puente, que se reforzó con vigas de hierro, precisamente para aguantar el peso de los vehículos. Precarios en cuanto a calzado y vestimenta, en días de lluvia poco tapaban los toscos capotes, a veces de simples sacos, con que se cubrían. Por calzado casi todos usaban madreñas (abarcas), y alguno precavido, siempre llevaba una madreña de más, independiente de un pie o de otro. No me supo explicar la curiosa costumbre, supongo que en caso de rotura seria polivalente para ambos pies. Sobre sus cabezas unos cables de grueso acero, que apoyados en torretas metálicas, colgaban unos baldes en los que se bajaba el mineral extraído hasta el cargadero del Campurru. La odisea de subir el pesado cable es digna de una película épica. Donde el camino termina, el camión posó las bobinas de cable de acero trenzado. Allí, toda la plantilla, fue cargando sobre sus hombros la soga metálica, y cual de disciplinadas hormigas iban ascendiendo por el estrecho sendero hasta alcanzar los casetones

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Sabino y Celso de la mina. Trabajo de esclavos faraónicos. Los cables los empalmaba un hombre experto en tejer acero, Luis, de Eslabayos (Sotrondio). Otra proeza titánica fue subir el compresor. Muy complicado por la estrechez del sendero, y la fuerza necesaria para moverlo. Y los postes de la luz, que tenían que colocarlos en los lugares más expuestos de los taludes para que no se viesen dañados por las nevadas. El horario era de 9 a 4, y tenían que producir 8 toneladas diarias de mineral que cargaban en vagonetas de una tonelada. Si acababan antes tenían permiso para marchar. Con aquel mineral de hierro había vecinos que pintaban sus casas. Todavía hoy alguna vivienda de Soto y Rioseco conserva el granate de aquel tinte, que según le diese la luz adquiría los brillos metálicos del hierro. Las condiciones de trabajo eran inhóspitas, la débil luz de los candiles de carburo alumbraban unas escenas donde los torrentes y ríos de agua eran dueños de galerías, generalmente inundadas. No había grisú, afortunadamente, dada la composición de la roca, y muchas veces los barrenos de dinamita no explotaban debido a la humedad. Hubo dos accidentes mortales, que él haya presenciado. Uno por un desprendimiento, y otro al despeñarse un minero en el exterior. El primer sueldo que cobró fueron 500 pesetas. Muy poco para el duro trabajo que desempeñaban, pero en aquella época era bienvenido, pues la mayoría tenían como complemento la ganadería y los huertos familiares. El día de paga se acercaban al ventanuco de la casa de Cesar Canella, protegido por unos barrotes de hierro, desde que años atrás el célebre bandolero Constantino Turón intentara cometer un atraco que se vio frustrado por la valentía de Telesforo, de Villamorei, que en épica lucha consiguió inmovilizar al malhechor, que portaba un cuchillo, hasta que llegaron en su auxilio. Ahora en cambio los capotes de la pareja de la guardia civil disuaden con más eficacia Una vez al mes venia el camión del economato. De él se servían los comestibles para todo el mes. Comenta que su último sueldo fueron 2500 pesetas, y que todavía le sobraba la mitad después de proveerse de lo necesario para el mantenimiento de la familia. En 1967 acabó la actividad minera, y él se trasladó a La Felguera, a las instalaciones de la Duro; ya con un sueldo de 7500, creía ser el más rico del mundo. Esta era la vida auténtica de los primeros mineros, nada que ver con las condiciones actuales. Afortunadamente. Lo peor que casi no quedan minas ni mineros, y seguro que ninguno como Sabino, el protagonista de esta historia.

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Detalles artesanos Fotos de José Luis García José Luis García nos envía una serie de fotografías tomadas en un viaje a Granada en las que no se recrea en los lugares conocidos, sino en detalles en los que se respira el envés de lo conocido. De todas ellas, hemos elegido las cinco que aparecen en estas páginas de Luz y Tinta, y en las que se rescata el trabajo artesano. Quienes en su día trabajaron los monumentos que hoy admiramos hicieron gala de una paciencia consustancial al tiempo en que vivían y dejaron muestra de ello en su trabajo; un trabajo detenido y minucioso, a modo de filigrana en muchos casos, que dan auténtica dimensión del trabajo artesano. En estas fotos de José Luis García puede apreciarse exactamente lo que decimos de aquel trabajo artesano que hoy nos admira por su pulcritud.

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Juan Depunto

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Paseando París en invierno Cuando París estornuda, Europa coge frío. K. von Metternich Siempre tendremos París. I. Bergman a H. Bogart, en “Casablanca” El paseante opina que para conocer una ciudad hay que pasearla entera y además hacerlo en las distintas épocas del año. Le faltaba pisar París en invierno y eso hizo durante 5 gélidos días. Al alcanzar su avión los Pirineos, amaneciendo, ya no dejó de ver toda Francia nevada. Afortunadamente nada más llegar dejó de nevar y luego salió un sol endeble, muy inclinado incluso al mediodía, que apenas calentaba pero que derritió la nieve. Las calles se quedaron mojadas, trasmitiendo una humedad heladora, pero era exactamente lo que esperaba. Naturalmente que en tan pocos días no se puede llegar a conocer una ciudad de ese tamaño y contenidos, y menos si se pretende visitar sus museos, sus cabaret o sus diversos atractivos, pero sí sirve para desconectar, celebrar algo (como era su caso o más bien el de su acompañante), conocer otras facetas de la misma y siempre pasear un rato o muchos ratos, todos los ratos. Estas impresiones son las que el paseante quiere trasmitirle al lector, por si le apetece repetirlas. Como dijo respecto a Roma (nº 70 de Luz y Tinta), es conveniente hacerse con guías que resuman lo que se va a ver y además leer previamente algunos libros clásicos al respecto (o leerlos sobre la marcha, téngase en cuanta que en esta época anochece a las 16.30 y no amanece antes de las 8,30h, por lo que se dispone de muchas horas de hotel, pues los museos y demás atracciones cierran pronto). Son recomendables varios pero el paseante empezaría por dos sobre los que recientemente había debatido en su tertulia literaria: la Suite francesa, de Irene Némirovsky, y En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano. Némirovsky, una judía de origen ruso en la ocupación alemana (imagínense el peligro), consiguió escapar al sur, donde escribió esta corta novela que estuvo guardada durante años en una maleta, pues a ella finalmente la detuvieron y

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enviaron a Auschwitz, donde murió. Sus hijas, que sobrevivieron, fueron las que descubrieron el libro. En el mismo narra al principio su huida y las miserias humanas de sus aterrados conciudadanos parisinos intentando salvar el pellejo. Luego se centra en la convivencia forzosa con los alemanes. Modiano, Premio Nobel de Literatura, nos sitúa en un París de los años sesenta con una nostálgica historia de poetas malditos y años perdidos. También muy corto, poco más de 100 páginas en formato de bolsillo. Naturalmente hay otros buenos libros con escenario en París, como los clásicos Los miserables, de Víctor Hugo y Bel ami de Guy de Maupassant. Y ya más en nuestro tiempo tenemos al Trópico de Cáncer de Henry Miller, La elegancia del erizo de Muriel Barbery, París era una fiesta, de Hemingway (el libro más vendido en Francia), y unos cuantos más. Y si se quiere una visión crítica de los gabachos capitalinos, pueden consultar el libro adecuado: Un paseo por París, retratos al natural, de Roque Barcia.

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El primer día el paseante y su compañera se instalaron a primera hora de la mañana en su hotel, el Villa Ópera Drouot, una antigualla con moqueta y paredes empapeladas pero caliente y confortable, situado en las estribaciones de Montmatre, justo al lado del mítico Follies Berger, de cuya época inaugural parecía proceder. Tras tomar un buen desayuno en Bistrot1 cercano, en el que no faltaron deliciosos y crujientes croasanes, tomaron camino de la plaza de la Ópera por uno de sus grandes boulewares. Vista la hermosa plaza y el bello y suntuoso edificio que le da nombre, siguieron hasta Galeries Lafayette, más que para comprar para subir a su terraza con cafetería desde donde se contempla una magnífica panorámica de la ciudad, incluida Notre Dame, Torre Eiffel, Sacre Coeur, Torre Montparnase, Defense, etc. También es útil este comercio bellamente decorado, por la proximidad de las fiestas navideñas, para calentarse un poco y poder continuar.

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La decoración navideña es uno de los alicientes de viajar a París en invierno, pero no por ello mejor que la que podemos observar en nuestras grandes ciudades españolas como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao o Sevilla. La ciudad presentaba una imponente cantidad de policías y gendarmes, armados hasta los dientes, metralletas incluidas (todo el perímetro de la ahora vallada por seguridad Torre Eiffel permanecía con un segundo cordón de furgonetas policiales), pero se ha reducido bastante la presencia del ejército en la calle, donde los paseantes solo lo vieron en los alrededores de la Torre Eifel, Montmartre y aeropuerto. Luego se dirigieron hacia la Madeleine y después a la elegante plaza Vendôme, siguiendo hacia el Palais Royal, enfrente del Louvre. Tras sucumbir en una tienda de bombones y chocolates varios (no preocuparse, que el chocolate no engorda) cogieron de nuevo calor y energías para ir pertrechando el camino de vuelta, pues ya se ha comentado que anochece pronto. Pasaron por el enorme y soso edificio de

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la Biblioteca Nacional y por el bonito edificio de la Bolsa, ya con las primeras luces encendidas. Finalmente llegaron a su hotel donde revivieron “El café de la juventud perdida” haciendo tiempo para la cena en cercano restaurante. El segundo día el paseante tomó rumbo sur, hacia el Sena acompañado por una fina lluvia y viento algo más suave. Ya cerca del río, decidió entrar en uno de los muchos restaurantes de mesas pequeñas que abundan en la ciudad y dudó si tomar un café, un aperitivo o sencillamente comer a la hora en la que lo hacen nuestros vecinos europeos. Optó por esto último, matando los tres pájaros de una misma sentada, pero en orden cambiado: aperitivo mientras llegaba la comida y tras esta el café. Reconfortado, salió de nuevo a la calle rumbo a la Isla de la Ciudad donde se levanta Notre Dame. Pasó primero por el gran Forum des Halles, tremendo complejo comercial agradablemente diseñado y el Museo de Arte Moderno G. Pompidou. Luego lo hizo junto a la antigua Torre de Saint Jacques cercana al Ayuntamiento. El Ayuntamiento es un, bello edificio cuyo origen se sitúa en el s.XIV pero que se sustituyó en el s. XVI por un nuevo palacio que fue reducido a cenizas durante la Comuna de París, en el s. XIX. Fue reconstruido en estilo neorrenacentista, intentando asemejarse al edificio anterior. La plaza de este ayuntamiento ha sido escenario de Revoluciones y de diversas insurrecciones. Finalmente el paseante cruzó el río hacia la Isla de la Ciudad, donde pudo admirar una vez más a la catedral de Notre Dame, que con sus 69 metros se ha quedado pequeña en esta ciudad de altas torres; ha sido recientemente limpiada de manera que cambió su color gris casi negro por un color claro de piedra viva. A continuación y en la misma Isla fue a admirar la Santa Capilla. Esta Isla estaba aneja a un islote llamado Isla de los judíos (hoy anexada a la de la Ciudad), usada como patíbulo y donde fueron ejecutados en la hoguera, en el s. XIV, los últimos altos dignatarios de la Orden de los monjes-guerreros Templarios, empezando por su gran maestre Jaques de Molay. Parece ser que usaron leña verde y tardaron bastante en ser achicharrados porque además, por indicación expresa

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del rey, le impidieron al verdugo que pusiera paja húmeda en los pies para que el reo muriera asfixiado por el humo antes que por las quemaduras. La crueldad de los poderosos frente a la misericordia de los verdugos... El tercer día los paseantes decidieron subir a Montmartre, a 120 metros de altura, azotado por una fina pero persistente lluvia acompañada de un viento helado que bajaba muchos grados la sensación de temperatura, ya de por si baja, al borde de la nevada. Para ello tomaron primero la línea 8 de metro para en La Madeleine cambiar a la 12 que deja en una bella estación modernista a los pies de la basílica. Ya solo había que tomar el funicular que deja a los pasajeros frente a la mismísima puerta. Tras tomar un café caliente en quiosco frente a la enorme basílica que se eleva 83 metros, entraron a continuación a la misma, lo que viene bien para calentarse por un rato. Luego se dedicaron a callejear por el barrio cuyas condiciones climáticas habían expulsado a pintores y floristas de sus pintorescas calles, pero aún así le quedaba un encanto nostálgico. A la temprana hora en que gustan de comer los vecinos de esta centroeuropa, buscaron restaurante con espectáculo y esas sempiternas mesitas cuadradas de medio metro de lado en las que es imposible acomodarse dos personas; menos mal que el local no estaba muy lleno y pudieron ocupar algo más de espacio del inicialmente asignado. El menú y su precio les pareció bien, acostumbrados como están a los precios de Sevilla… Para hacer la digestión sienta bien un paseo cuesta abajo, pasando por el cementerio de Montmartre, Moulin Rouge y Pigalle, para continuar luego junto a la iglesia de la Trinité y llegando finalmente a Opéra. En esta bella y espaciosa plaza, cogieron de nuevo el subterráneo, cuya línea 1 les llevó hasta Le Étoile. Pasear los Campos Elíseos en su totalidad (2 kilómetros) es un agradable ejercicio durante el que se pueden contemplar preciosos y bien adornados comercios elegantes, cuyos precios más vale no mirar. A mitad de camino es conveniente to-

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mar calorías en alguno de sus muchos cafés, viendo como se ilumina el Arco de Le Étoile. Tras la contemplación y recuperación calórica, los paseantes continuaron hasta la plaza de la Concordia, pasando cerca del palacio del Elíseo y de las Grand y Petit Palais de la expo de 1989, conmemoradora del bicentenario de la Revolución y coetáneos a la Torre Eifel. La Concorde lucía con su obelisco iluminado de azules, donde al lado del elegantísimo y bello hotel que allí se encuentra hay una parada modernista de metro en la que tomaron de nuevo la línea 1 pero en sentido inverso para apearse en el Hôtel de Ville, el ayuntamiento, y pasear por sus alrededores. Agotados finalmente, tomaron un taxi que les dejó en la puerta de su cálido hotel. El cuarto día, con un sol espléndido pero que no calentaba, el paseante fue a la Défense y su acompañante al Marais, Barrio Latino y Montparnasse. El paseante, amante de la arquitectura moderna, pudo disfrutar de los bellos edificios y rascacielos de este moderno barrio financiero y de negocios, erigido a principios de la década de los sesenta al oeste de la capital y al que se puede llegar por ferrocarril de cercanías o por la ya comentada línea 1 del metro. Tiene una gran avenida-explanada peatonal de 31 hectáreas (equivalentes a la superficie de 31 campos de fútbol) eje principal sobre le que se articula todo el urbanismo del barrio. Esta avenida constituye parte del “eje histórico” de París, que comienza en el Arco de la Défense (construido en conmemoración del bicentenario de la Revolución

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Francesa, en 1989, y con nada menos que 110 metros de alto, el mayor de todos los arcos), en línea con la que lleva al Arco del Triunfo de la Estrella (con 54 metros de altura, a 5 kilómetros) y a su vez continúa durante 3 kilómetros más alineados desde L’Étoile, por los Campos Elíseos y la Plaza de la Concordia con su Obelisco de Lúxor, hasta el Arco del Triunfo de Carrusel (que separa el museo del Louvre de los Jardines de las Tullerías). Colocados en el centro y arriba del Arco de la Défense, a simple vista, pero mejor con gemelos, se pueden ver en línea los tres grandes arcos. Estos dos últimos arcos fueron ordenados construirlos por Napoleón, el de la Estrella para conmemorar Austerlitz y el de Carrusel para conmemorar sus otras victorias militares, en especial las de Italia (colocó los caballos de la Basílica de S. Marcos de Venecia encima del arco, aunque tras su caída fueron devueltos y sustituidos por copias). Cerca del Arco de la Defense está el monumento a la Defense, en homenaje a los soldados que defendieron París de las tropas prusianas en 1870. Es una gran grupo escultórico de bronce erigido en 1883 que estaba situada en otra glorieta y se trasladó aquí cuando se construyó este barrio, dándole nombre. En este barrio hay más de 2500 empresas. En su primera fase las torres más altas estaban limitadas a una altura de 100 metros, pero en la segunda ya casi doblaron esa altura, siendo la renovada en 2011 Torre First, con sus 231 metros el más alto edificio de Francia; le sigue el rascacielos de Motparnasse, con 209 metros de altura (en el barrio del mismo nombre) y la torre de la empresa petrolera Total con

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187 m. Hay prevista la construcción de una gran rascacielos de 400 metros de alto, lo que superará los 327 metros de la hasta ahora imbatida Tour Eifel. La vuelta de ambos paseantes fue por la Torre Eifel (lamentablemente amurallada por los últimos atentados, parece ser que se va a sustituir las actuales vallas por gruesos paneles de cristal transparente), paseo junto al Sena viendo sus “Bateaux Mouche2”, Asamblea Nacional, Puente y Plaza de la Concordia, para tomar el metro en ella y volver al hotel. Y al quinto día tocó de nuevo ir al aeropuerto Charles de Gaulle, a 20 km, que no está tan cerca como el de Orly (14 km) pero tampoco tan lejos como el de Beauvais (80 km), utilizado por la mayoría de los vuelos de bajo coste. El antiguo aeropuerto de Le Bourget (a 12 km) ahora es utilizado sólo para aviones de negocios y exposiciones aéreas. Las combinaciones desde los aeropuertos son eficientes y no demasiado caras, pero si se elige transporte privado, conviene aclarar si se viaja solo o con quién más se viaja, porque pueden poner una gran furgoneta e ir repartiendo gente por los hoteles, con lo cual al final es parecido al bus del aeropuerto pero mucho más caro. Por el paseante, dio fe JuanDepunto

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Ricardo González, “Completu”

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Hablemos sin violencia ¿Como podemos hablar de igualdad entre humanos si solo hay dos posibilidades, el hombre y la mujer, y uno sin otro no es nadie? Nos necesitamos de por vida. Ninguna de las dos partes es más importante socialmente a no ser que alguien se crea que es superior en su raza y desprecie a la otra parte, pero aún así nunca será más importante. Hace miles de años que pintaban por las cuevas y hoy día parece ser o al menos nos hacen creer que las pinturas están hechas por hombres y que las mujeres solo se dedicaban a curtir pieles y cuidar niños. Por mi parte, esta creencia es errónea y yo creo que la mujer era una fase muy importante tanto en la caza de presas como en la unidad familiar. Hace miles de años que al niño le regalaban un cuchillo, para que fuera creándose un ambiente de supervivencia, y a las niñas se le tallaban muñecas, con el fin de que fueran entendiendo para lo que supuestamente habían nacido. Esta forma de pensar llega hasta nuestros días en que los regalos a lo machos tienen que ser de coches, grúas, aviones, martillos y serruchos. Por el contrario a las hembras, se les regalan muñecas con una colección de intercambios de vestidos, biberones y pañales, de lo contrario la creencia es de lesbianas camioneras y gays. La forma de vida de parejas, ya nos las imponen desde arriba por los gobernantes, con sus leyes y apoyados por las religiones. Estados y religiones que no permiten la libre elección a la mujer, que obligan a casarse a menores con viejos, no pueden salir a la calle si no van acompañadas, pueden los hombre casarse con 100 mujeres aunque en ello sean hermanas, madres o abuelas pero, si una mujer solo pensara en ello la apedrearían en público y está permitido humillar, pegar, violar y en algunos países la extirpación del clítoris a bebés. Si el primer pilar de la humanidad falla, podemos seguir pensando que la mitad de la humanidad ve normal todo esto sin pensar más que en el propio egoísmo y la supremacía del semental. La dificultad de entender llega a los hijos/hijas donde el niño manda y la niña obedece, pero porque así lo requiere el padre que lo percibió en el gobierno de la nación y en su religión. Las niñas no podían estudiar para ser bomberos, militares, etc., pero pueden ser médicos, enfermeras y limpiadoras. Los hombres serán grandes y fuertes policías, intrépidos soldados y machos alfa allí por donde posan. Y cuando estas ideas no son así, ya empiezan los abusos por parte de algunos que no entendieron nada y

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se creen que son los reyes del mundo, pero que además los apoyan fuertemente las culturas de estado. Donde la educación falla es que fallan los pilares que constituyen la sociedad y puede acabar en sangre. Los estados echan la culpa de lo que suceda a los ciudadanos/as y estos pagan por arriba y por abajo las desgracias aberrantes de la incompetencia. Durante una encuesta televisiva le preguntan a una mujer si su marido le pagaba y ella respondió, que si, que lo normal, si ella hacia algo mal. En la actualidad se están creando unos seminarios de “Violencia contra la mujer”, impartidos exclusivamente por mujeres, aunque también se trata con colaboradores del otro sexo, y se enfoca en cierto modo un poco sobre el primer paso ante una violencia machista dentro o no de la pareja, para intentar no llegar a males peores. En un primer encuentro, me puse en contacto con la coordinadora Belén Rodriguez de Alba Prieto, con el colaborador ocasional Eduardo Tamargo Zaragozi y la psicóloga Victoria Tuya Alvarez, con las que me identifico y solicito presencia y poder hablar con las chicas que están recibiendo la clase, para poder hacer y publicar fotos en nuestra evista. Los técnicos por supuesto que no tienen ningún problema en mis peticiones, pero el resto hay que entender lo sensible del caso y en cada uno de ellos de una forma muy particular y singular, ya que puede ser que sus parejas no tengan conocimiento de las asistencias a estas clases, entre otros motivos personales. Las clases serán en dos etapas, una charlas e introducción a la autoprotección con técnicas de pie y, unos días después, tratarán aspectos jurídicos, psicológicos y un entrenamiento práctico de autoprotección en técnicas de suelo. Todos los momentos de las clases tratan del comportamiento de la mujer ante la posible agresión de un hombre y para ello no pueden admitir tantas como quisieran y estarán muy reducidas y controladas y, por supuesto, ningún hombre, salvo la excepción que ya comento. Todo es muy minucioso y estudiado y los únicos hombres somos un monitor en cada día de clase como aliado incondicional y yo como corresponsal de la revista Luz y Tinta, como ocasional. En la primera intervención, la explicación de defensa a través de un hombre quedó a cargo de Eduardo, que medirá aproximadamente 1,80 metros de altura y la sensación que daba de una mujer intentar escabullirse de él, era muy instructiva.

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Siempre se hacen las explicaciones verbales situados en el suelo y en círculo cerrado, en el que una psicóloga está a un lado, la parte responsable de lo jurídico en frente y la monitora, una mujer al frente (me refiero a modo composición de triangulo dentro de un círculo). Se dan explicaciones a modo de juego entendible, de cómo reaccionar ante el ataque de un hombre. Las palabras que se usan, son sin miramientos, a modo de calle y nada de eufemismos didácticos de parvulario, simplemente, la dura realidad de la ocasión. En el segundo encuentro, colabora en la clase Jairo Rodríguez, siempre acompañado de Belén y de las técnicas de psicología y apoyo jurídico. Por cierto, he de comentar que Jairo mide casi dos metros de altura y pesa 120 kilos de fibra pura, curtida por los deportes que practica. A ellas ya les imponía Eduardo y ahora se enfrentan a Jairo.

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La organización consiguió en todo su esplendor realizar todos los detalles previstos, pero el de que los monitores fueran grandes atletas con expresiones de ataque hacia ellas, y que ellas trabajaran sobre ese aspecto les dio mucha más confianza, aunque en un primer término no se atrevían a la colaboración plena y dudaban del pánico “humorístico”, del momento. Los monitores comentan como de algún modo se pueden evadir de las agresiones desde la postura de pie a la de haber llegado al suelo por ataque, incluso en la forma menos agresiva de caerse y a la vez reaccionar, con métodos de escapatoria, que ellos refieren para recordarlos con nombre de animales, como con el método de la gamba. Por último, recrean una escena de un intento de violación ocurrido hace pocos días y como deberían de actuar, ya desde el primer momento sin esperar a otras reacciones de riesgo para ellas. Una vez vistos aquellos detalles de cómo ocurrieron los hechos, señalando sobre el terreno como era el sitio y lo que había alrededor, los instructores entre vergüenza y sonrojos porque no son para nada actor o actriz, ponen el momento de palabras, ataque, caídas, voces y todo detalle de posible veracidad que se nos ponían los pelos de punta, ante una posible realidad y hay que decir que pudiera haber sido esa situación, pero con sangre y lágrimas añadidas. La realidad es que una educación decente, desde los pilares del estado y la familia cambiarían mucho el día a día que vemos en los informativos de todo el mundo mujeres maltratadas en el círculo matrimonial, mujeres agredidas, violadas, mutiladas, ensangrentadas y escupidas ante un machismo que nadie llega a entender, pero que está ahí, rodeándonos a todos.

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Quiero desde mi sitio agradecer el apoyo que tuve para acabar este reportaje a las personas aquí citadas, a todas las asistentes (todas), a las Organizaciones de Deporte y Mujer, a la Federación de Luchas Olimpicas y DA. del Principado de Asturias y a Javier Iglesias, como Presidente de esta Federación por invitarme a conocer estas clases. También tengo que referir que el lugar de las mismas no ha sido un estudio fotográfico con grandes focos y lonas, si no que eran fotografías tomadas en un habitáculo muy particular, con luces amarillas muy apagadas y que parte de las asistentes no querían que se les hicieran fotos. Esto hace muy incómoda la preparación, con el inconveniente además de que allí, salvo un par de ellas, no me conocen y tampoco saben dónde o qué voy hacer con sus imágenes. Pido respeto a estas grandes y que mis fotos no son la predilección del reportaje, si no que son y serán estas primeras valientes, que han dado el paso a este primer Seminario, que fue bajo mi punto de vista todo un éxito y espero que en un futuro no haya que hacer más seminarios, por no existir un maltrato a nadie. Con mis palabras y fotos, solo puedo llegar hasta aquí y no puedo dar lugares ni más datos, sobre donde o como y dado el extremo tacto que me ocupa, he pedido a las mujeres que impartieron el seminario, me revisaran antes de la entrega, tanto los textos como las fotografías que se pudiera exponer en nuestra revista, con ánimo de no entorpecer o crear una confusión errónea por mi parte con la presente publicación. Todas las imágenes tienen la autorización expresa de las asistentes, para su publicación en el número 78 de Luz y Tinta.

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Bailarina Fotos: Nadima Texto: Claudio Serrano

Nadima titula esta serie Ballet y sin embargo me voy a permitir corregirla porque lo que vemos en estas fotos no es un baile, un ballet, sino una bailarina solitaria, acentuando el ensueño de sus aspiraciones con el claroscuro elegido para matizar la luz de las fotografías: los bailarines lo hacen por profesionalidad, claro que sí, pero también por afición y para poder llevar a cabo sus sueños personales, esos que combinan la perfección y el éxito con el reconocimiento; reconocimiento que va desde el aplauso del público en una noche de representación a las palabras de ánimo de su preceptor pasando, como no puede ser menos, por su fichaje por una compañía de prestigio. En este caso, y permítaseme volver al principio, Nadima nos presenta a una sola bailarina, posiblemente en un estudio, y no bailando, sino realizando

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ejercicios previos: estiramientos y otras prácticas que ponen el cuerpo a punto y la mente alerta, que dejan que la sangre fluya por todo el cuerpo y que la mente se ocupe de coordinar movimientos y pensamientos. Y de estos pensamientos lógicamente no pueden faltar las aspiraciones, esos momentos en que la imaginación es capaz de evitar el sufrimiento corporal con el salto en el vacío que supone proyectarse al futuro, al momento quizás en que los aplausos resuenan tras una función agotadora, pero mágica, y en que todos los sacrificios se dan por bien empleados. Por eso estas fotos de Nadima, aunque se titulan Ballet, no están iluminadas con la luz cegadora de las candilejas sino con el contraluz del estudio, matizando los movimiento de precalentamiento de esa bailarina a la que vemos en el momento del sueño.

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Lo que nos dice de sí mismo Saravut Whanset Hola amigos todos, En primer lugar y antes de decir nada más, dar las gracias por este reconocimiento que agradezco y me hace sentir muy feliz. No se me ocurre en esta ocasión más que invitaros a hacer un viaje a uno de los países más misteriosos y coloridos del mundo. Mi País. Mi deseo solo es el que las personas interactúen con la naturaleza que en ellas se muestran. Tengo la gran suerte de estar en una ubicación entre tres zonas climáticas diferentes, la naturaleza de Tailandia es muy colorida y variada. Así que una vez más os invito a hacer un viaje a uno de los países más misteriosos y coloridos de nuestro planeta contemplar su increíble belleza, que no está enfocado a la naturaleza, también a sus personas. Tailandia también conocido como Siam, como bien sabrán se encuentra, situado en el sudeste de Asia, en la parte suroeste de la península de Indochina en el norte de la península malaya. Mi trabajo como policía en estos confines del planeta azul, hicieron nacer en mi la afición por la fotografía, ya que siempre me sentí fascinado por los paisajes y en mi país deslumbran los colores por su variedad ¿Qué es para mí la Fotografía? Palabra simple, fácil definición. Para tomar una foto, para tomar un momento, para conmemorar un momento. Para mí, la fotografía es mucho más. Es un concepto ambiguo, con el mensaje. Mi fotografía es mi propia percepción del mundo, mi propia forma de sentir la realidad. La fotografía me da la capacidad de detener el momento fugaz, de captar lo que es transitorio: la luz, el estado de ánimo y la atmósfera. La mayor dificultad, pero también un arte, es capturar un momento de una manera atractiva y comprensible para los demás. ¿Cómo conciliar estos dos contradictorios: mostrar la verdadera imagen y su interpretación al mismo tiempo, en la misma imagen? Cada momento libre de mi vida lo he dedicado a mi pasión, la fotografía. Mi trabajo ha sido recompensado por su difusión a través de National Geography y en diferentes redes de Internet como 500px. Pero puede que mi mayor satisfacción sea el saber que mis fotos cuelgan de las paredes de muchos hogares en todo el mundo. Siempre he utilizado material de Nikon, actualmente trabajo con una D800, y tres o cuatro objetivos de la misma marca, estoy pensando en adquirir en breve la Nikon D850. Mi computadora es una Mac. Mi consejo para todos los que se quieren iniciar en la fotografía desde Moldeando la luz, solo decirles que no se rindan nunca, cada rincón de nuestro planeta está lleno de bellos rincones, y seguro en el lugar donde vive cada cual, del mismo modo nuestras gentes. Solo con este se pueden conseguir verdaderos tesoros de imágenes. Le deseo larga vida a este maravilloso lugar de encuentro y a esa revista tan especial y admirada por tantos amantes de la fotografía. Gracias una vez más, y bienvenidos a todos los que quieran ver mi galería, espero sea de su agrado y la disfruten.

Saravut Whanset Wanon Niwat, Sakon Nakhon, Tailandia

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Todo lo que querĂ­as saber, pero temĂ­as preguntar...

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Estoy a punto de empezar mi negocio de fotografía como fotógrafo de bodas, es algo que me gusta pero realmente prefiero los paisajes urbanos. ¿Puedes imaginar una situación en donde los paisajes urbanos se conviertan en un negocio incluso a un nivel inicial o será siempre un arte para mí mismo? Desde otro punto de vista ¿cómo puede alguien vender fotos artísticas de paisajes urbanos anónimamente?

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Tu pregunta estaría mejor planteada si fuera así: ¿Cómo puedo vender algo que la gente no compra? No tengo ni idea de cómo los paisajes urbanos (o desnudos o las fotos de perritos, etc) pueden llegar a convertirse en una alternativa viable de negocio a menos que entre en contacto en el momento adecuado con la gente adecuada. Digamos que una cadena de hoteles, como Marriot, descubriera tu trabajo y encargase 5.000 copias para las habitaciones de hoteles. Eso podría promocionar algún ingreso decente. Pero eso tiene que ver más con conocer a la persona adecuada en el momento adecuado. Hay una industria de stocks. Están las tarjetas postales. Está el viajar por las ferias de arte y colocar una tienda y vender copias al público en general. Pueden ser calendarios. Almohadillas para el ratón. ¿Alguien se acuerda de las almohadillas? ¿Ese tipo de cosas va a pagar tu alquiler? Lo más probable es que no.

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Me encanta disparar en la calles de las ciudades. Me estimula. Resuena dentro de mĂ­. Me gusta mucho. Pero no gano dinero con ello. Es mi hobby. Lo considero como un trabajo personal.

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Foto: Andrei Romanov

Puedes conseguir una gran audiencia en un sitio web 500Px como ocurre con el fotógrafo del mes Saravut Whamset y tener gente clamando por tus copias. Pero tendrás que: a) Tomar fotos verdaderamente impresionantes b) formar una comunidad a la que le guste pagar por ellas. Has preguntado sobre hacerlo anónimamente. No estoy seguro de por qué quieres hacer eso. ¿Por no mezclarlo con los clientes de bodas? Puedes mantener diferentes trabajos en diferentes sitios Web y seguir poniendo tu nombre en cada uno. Sabes…si te gusta, hazlo. Sin embargo el mercado para venderlos va a ser un “nicho” pequeño y no tengo idea sobre qué decirte para conseguir que esto funcione. No digo que no pueda hacerse. Solo digo que tu mercado para venderlas es más pequeño que, digamos, el de novios casándose. Dices que estás empezando en todo esto y que quieres empezar un negocio de bodas. ¿Te das cuenta cuán ocupado va a mantenerte esto por algún tiempo? Empezar un negocio de bodas va a ocupar todo tu tiempo. Si lo haces bien, es un trabajo a tiempo completo. Las bodas puede que alimenten tu barriga, mientras que los paisajes urbanos alimenten tu corazón. Esto es lo que la fotografía urbana hace para mí. Me encanta disparar en la calles de las ciudades. Me estimula. Resuena dentro de mí. Me gusta mucho. Pero no gano dinero con ello. Es mi hobby. Lo considero como un trabajo personal. Puede ser que a alguien le guste mi material de calle y me contrate para disparar retratos. ¿Vendo ahora mismo esas fotos? No. ¿Me preocupa? No, ahora mismo. Estoy ocupado haciendo otro trabajo para pagar mis facturas.

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FotografĂ­as que despertaron conciencias

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Ataques con gas en la Primera Guerra Mundial 22 de Abril de 1915 – Ypres, Bélgica. “Ahogarse en tierra”: así describían los soldados los efectos de los gases de cloro asfixiantes. Pillados por sorpresa, los soldados experimentaban una sensación de ardor y sofoco inesperada. Sentían la necesidad de toser, pero hacerlo resultaba demasiado doloroso. Les salía espuma por la boca y la nariz, y la piel adquiría una tonalidad azulada. No podían hablar ni moverse. Si tenían suerte, la muerte sobrevenía rápido; de lo contrario, su agonía podía durar horas o incluso días. Las primeras descripciones precisas de las fases de envenenamiento por este gas proceden de los soldados destinados al frente oriental en la Primera Guerra Mundial. Ellos fueron los supervivientes, que llevarían para siempre en el alma la imagen de miles de compañeros soldados muertos de este modo. La fotografía, que trata de captar ese horror, no es de un suceso real. Pero, aun así, es tremendamente efectiva. La tomó en 1918 Evarts Tracy, comandante del cuerpo de ingenieros de la Armada de Estados Unidos. Tracy era experto en camuflaje militar. No inmortalizó lo que ocurría en realidad, sino que construyó una escena: el protagonista es el soldado que aparece en primer plano, que cae llevándose la mano a la garganta. Las fotografías de este tipo se utilizaban para inculcar a los reclutas lo que les sucedería si no obedecían la orden de ponerse la máscara antigás, por muy incómoda que pudiera ser. La fuerza persuasiva de la imagen era mayor que cualquier consejo de un oficial. Por razones obvias. Tracy no profundizó en el horror de la muerte y dio por hecho que las máscaras siempre serían efectivas. Los gases asfixiantes aparecieron en la guerra tres años antes, el 22 de Abril de 1915, y se utilizaron a gran escala durante la segunda batalla de Ypres. En los inicios de la guerra, el pueblo belga de Ypres, cerca de la frontera con Francia, emergió como una importante fortaleza para las fuerzas aliadas. De hecho, más adelante el ejército alemán invadiría Bélgica a pesar de su neutralidad. Los alemanes fueron los primeros en lanzar una ofensiva con armas químicas. Aprovechando el viento, que soplaba a su favor, lanzaron 168 toneladas de gas cloro. Las tropas francesas y argelinas fueron diezmadas en el ataque: 6.000 hombres murieron en menos de diez minutos, abriendo así una brecha de siete kilómetros. Ni siquiera los alemanes habían previsto un resultado tan devastador, por lo que no sacaron ventaja de la situación. Aprovechando el desconcierto del enemigo, una división canadiense recuperó la línea del frente. Aunque la acción fue condenada por la opinión pública, al cabo de poco tiempo todos los ejércitos incluían gases letales en su arsenal bélico. Se llevaron a cabo experimentos para desarrollar mezclas todavía más tóxicas, que condujeron a la invención del gas mostaza, utilizado en Ypres en 1917. Mientras que en 1915 los soldados canadienses “solo” tenían que orinar en pañuelos de tela y respirar a través de ellos (pues el amoníaco de la orina neutralizada el cloro), con las nuevas armas químicas aparecieron las primera máscaras antigás. Su producción, sin embargo, fue siempre un paso por detrás del desarrollo de nuevas armas.

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