Nยบ 99 - Marzo de 2020
Presentación Cuando acababa de salir el número anterior de LUZ Y TINTA, me escribió Claudio Serrano, desde Madrid, preguntándome si pensaba hacer algo especial en este número 99 cuya fecha de salida está próxima al día 8 de marzo, en el que se celebra el Día Internacional de la Mujer. Serrano, lógicamente, me decía que en el caso de hacer algunas páginas especiales a él le gustaría escribir sobre las mujeres de Nadima. La verdad, no estaría mal lo de mi amigo Claudio; y no estaría mal ese número especial en que se dé voz y foto a las muchas y buenas fotógrafas que integran Moldeando la luz. Lo pensé algunos días y, aun viéndole posibilidades, acabé desechando la idea, más que nada porque últimamente ando liado en otros proyectos que me absorben y dedicarle más tiempo a LUZ Y TINTA me resulta casi imposible. Aun así, le agradecí a Claudio Serrano su idea —y desde aquí reitero mi agradecimiento— y me la apunté en esa agenda de proyectos pendientes que crece día a día, pero que servirá en el futuro para orientar mi trabajo. Nunca está de más agradecer a la mujer, a todas las mujeres, su presencia y su trabajo en nuestras vidas; y nunca está de más, por supuesto, reconocer su lucha en pos de la igualdad y, en la medida de lo posible, apoyarla. Y más en un día como hoy que las propias mujeres han elegido como motor y fecha clave de sus muchas reivindicaciones pendientes. Sin embargo, miro el sumario de este número y, aunque no se ha perseguido un homenaje ni siquiera un reconocimiento, el equilibrio es bastante ajustado. El cuento de Gloria Soriano tiene su correlato en el Repertorio de Fotógrafos Españoles, donde ex aequo hablamos de Pilar Albajar y Antonio Altarriba que nos muestran una pequeña parte de su labor creativa como fotógrafos. Lógicamente, como en números anteriores contamos con la colaboración de Nadima (Shibina Nadegda), que en su serie nos retrata a dos mujeres, una madre y una hija; y a Irina Dzhul que nos recrea un bosque umbrío con una ninfa que le da a los árboles dimensión humana. Ricardo “Completu” nos trae uno de sus reportajes con una terrorífica barbera de protagonista y, lógicamente, entre las fotos destacadas hay tanto de hombre como de mujer, fotos elegidas por sus cualidades y no por el sexo de su autor ni de los personajes retratados. En fin, que sin haber pretendido un número especial entiendo que las mujeres están bien representadas en nuestra revista, como lo han estado en números pasados y como estarán en los venideros. Lo que no excluye que en su día, aunque no sea 8 de marzo, dediquemos un número o unas páginas especiales a estas mujeres que nos han acompañado desde siempre y que le dan a la fotografía de Moldeando el carácter que realmente tienen. Como escribo precisamente el día 8 de marzo, no me queda más que felicitar a todas las mujeres en este día que en algún momento se conseguirá que sea únicamente de celebración y no de vindicación.
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8 de marzo Francisco Trinidad
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Nuestra foto de Portada: Eric
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Descenso de Galiana en Avilés Farinato Race España Recuerdos otoñales ■ F.T. El ascenso ■ Gloria Soriano
Fotos de las vidas limbo ■ L audelino Vázquez El tiempo pasa ■ Juan Depunto Una noche en Bruselas ■ M ario Eduardo Blanco Fotos seleccionadas ■ Febrero Terror en la barbería ■ Ricardo “Completu ” Mamá ■ Nadima / Claudio Serrano Olya Matveyeva ■ Irina Dxhul Lïneas ■ Pepe L atas Albajar & Altarriba Arquitectura en Asturias ■ A fac Semeyas de Candamu Reedición de José
PROMOTOR y DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Francisco Trinidad DIRECTORA DE COMUNICACIÓN: Lola González
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Número Marzo de 2020
Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com moldeandolaluz.com
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Nuestra foto del mes de FEBRERO La foto del mes corresponde a David Dubnitskiy, otro de los fotógrafos más laureados a nivel internacional en su estilo de fotografía erótica y sensual. Ha impartido master class en casi todas las capitales de Europa, este año a partir de marzo inicia una nueva gira fuera de su Ucrania natal. DavidD, como se le conoce en Moldeando la luz, fue fotógrafo del mes en la versión Ning2 de nuestra red social. Lo que David Dubnitskiy nos dice: “Pasé mucho tiempo para convertirme en profesional en mi campo. En mis clases magistrales, quiero transmitir toda mi experiencia, para mostrar todos los escollos que he atacado y durante mucho tiempo no pude encontrar una solución. Para los fotógrafos novatos, esto debería ser un gran reto. Al final de cada clase magistral, como siempre, algunas lecciones prácticas para fotógrafos jóvenes y experimentados”. En mi fotografía, visualizo las fantasías y los deseos de muchas personas.
Sus próximas Master Class: ► 21,22 de marzo en Ljubljana. ► 4,5 de abril en KNEB ► 18,19 de abril en Moscú ► 9,10 de mayo en Berlín ► 6, 7 de junio en Los Ángeles ► 13,14 junio en Barcelona ► 3,5 de julio en Warsaw ► 18,19 de julio en Guadalajara ► 22,23 de julio en Mexico City
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Eslovenia
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“The magic Flute”, de David Dubnitskiy
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El Descenso de Galiana El Descenso Internacional y Fluvial de la Calle de Galiana es un popular fiesta que se celebra durante el Antroxu* de Avilés, Principad o de Asturias en la jornada del sábado, en el mes de febrero. El acto, de carácter multitudinario, se ha convertido en referencia del carnaval avilesino, muy característico y diferenciador entre todos los carnavales del norte. El festejo consiste en la fabricación de unos singulares artilugios que simbolicen unas embarcaciones que se deslizan por la Calle Galiana y que navegan a través de un mar de espuma por las calles de la ciudad entre numeroso público que antiguamente regaba con cubos de agua a los ciudadanos participantes. Actualmente el Ayuntamiento sitúa bombas de espuma y de agua en diferentes puntos de la calle. Los artilugios compiten así por conseguir los premios de la fiesta que votará un jurado según la originalidad, esfuerzo y puesta en escena de las embarcaciones. L a fiesta El Descenso Internacional y Fluvial de la Calle de Galiana alcanzó en el Antroxu de 2010 su edición número 23 y se ha convertido en un clásico de la programación de Carnaval de la ciudad. El descenso, que simula un río de espuma, se realiza por el Conjunto histórico artístico de Avilés. Comenzando en la Calle Galiana, cruzando a través de la calle San Francisco, la Plaza de España, la Calle de la Cámara, José Cueto para finalizar en el aparcamiento de Las Meanas. En la última edición, participaron 16 artilugios, dos menos que en 2009. Y es que con las nuevas medidas de seguridad y condiciones emprendidas por el Ayuntamiento de Avilés, ya quedan lejos los años en los que se contaban más de 200 participantes. A la fiesta, que se celebra el sábado de Carnaval, acude multitud de público de sus ciudades vecinas Gijón y Oviedo, por lo que en esa jornada la ciudad está a rebosar. Los hay que riegan a los participantes desde las alturas, quienes acuden a disfrutar de los artilugios y los más jóvenes, que se sumergen en el mar de espuma enfundados en unos característicos chubasqueros o monos de colores. * Carnaval, en asturiano.
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Fotos de Guendy
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J.L. Maylín, en pleno reportaje
L a organización El festejo está organizado por la Concejalía de festejos de Avilés y por el Rey del Goxu y de la Faba del carnaval. Para el evento, se instalan en las calles siete cañones que lanzan grandes cantidades de agua y espuma. Los seis cañones que lanzan la espuma están colocados en varios puntos de la calle Galiana. Uno frente a la entrada del Parque Ferrera; otro frente al edificio de Servicios Sociales; el tercero en la esquina con plaza de Domingo Álvarez Acebal, frente al Conservatorio de Música. Los otros tres se situarán en la calle San Francisco, a la altura de la escalinata de la iglesia de San Nicolás de Bari, en la plaza de España y en la parte alta de la calle de La Cámara. En total, disparan más de 40.000 litros de espuma. En las inmediaciones del recorrido se establece un dispositivo de seguridad compuesto por personal municipal y personal de apoyo contratado al afecto, así como dotaciones de ambulancia y Cruz Roja, para atender posibles lesiones o golpes que se puedan producir. Las medidas de seguridad fueran reforzadas hace unos años al imponer una serie de restricciones para la participación en la fiesta. El objetivo primar la calidad, por encima de la cantidad, y evitar el excesivo desmadre e incidentes que se estaban produciendo. Así, están prohibidas las carrocerías de los coches, las ramas y los cartones, elementos más económicos y propicios para elevar la participación de los jóvenes. Entre otras medidas adoptadas, queda rigurosamente prohibido, antes, durante y después del recorrido, arrojar cualquier tipo de sustancias y objetos que puedan causar lesiones o daños en las personas o en las cosas. Además, el conductor responsable del artilugio deberá estar en condiciones favorables para el manejo de éste. Participación En la fiesta puede participar todo aquel que desee siempre y cuando cumpla con los requisitos impuestos por la organización. En el caso de los menores de edad, estos deberán aportar una autorización paterna. Los interesados deben indicar las medidas y los materiales y un croquis o dibujo del artilugio. La altura de los artilugios no debe superar los 4 metros ni debe tener una distancia entre sus ejes mayor de 2,5 metros. Tiene que disponer además de ruedas y no contar con motor. El Ayuntamiento proporcionará además un espacio para la construcción de las embarcaciones. Para la participación están prohibidos vehículos de desguace o propulsados a motor, a excepción de aquellos que por su especial volumen o complejidad técnica, lo precisen a efectos de frenada o dirección. Están prohibidos también los artilugios decorados o construidos exclusivamente con ramas, telas, papel o plástico. En 2020, participaron 25 artilugios.
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Fotos de MaylĂn
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José Luis Cuendi, “Guendy”, atendiendo a los medios locales
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44 Foto Guendy
Farinato Race España Farinato Race no es solo una carrera de obstáculos. No se trata de superar a los demás, se trata de saber hasta dónde se puede llegar, se trata de buscar los límites y saber qué hay más allá… se trata, en definitiva, de superarse a sí mismo. Y es un viaje apasionante. En 2008 se organiza la primera carrera en Ciudad Rodrigo. En ella se dieron cita algunos de los mejores atletas españoles y portugueses del momento. Rafa Iglesias, Álvaro Jiménez Zurdo, María Sánchez y la portuguesa Inés Monteiro, entre otros. A partir de ese momento, de la afición nació la profesión. En 2012 nació Miroevents, empresa especializada en organizar, de manera integral, un evento deportivo. En esta empresa se ocupan desde el asesoramiento y mejora de tu propio proyecto, hasta del servicio de cronometraje, pasando por el diseño e imagen de tu prueba, o los trofeos, camisetas, … Desde su nacimiento como profesionales del cronometraje, han dado servicio a todas las carreras de Farinato Race e Infernal Running, también a las San Silvestre de Ciudad Rodrigo. La nueva edición de la Farinato Asturias se celebró en Oviedo los días 8 y 9 de Febrero. Esta edición, cambió su habitual ubicación en Gijón para trasladarse hasta Oviedo presentando la posibilidad para el día anterior de participar a familias, jóvenes y los duelos Farinatos. Con tanto barro que cambia la denominación de la prueba a Farinato Oviedo Edición Barro El Farinato Race, es una de las pruebas de obstáculos más exigentes, y durante estos dos días en Oviedo concentró a cientos de deportistas que se han enfrentado a 25 obstáculos repartidos a lo largo de siete kilómetros. ¡Todo un desafío!
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Fotos de Guendy
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Fotos de José Luis García
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Fotos de MaylĂn
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Foto de Javier MadroĂąero
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Recuerdos otoñales F.T. Sobre los pálidos párpados del muerto florece el mirto silencioso. Georg Trakl Si en mis tiempos de convivencia con él me hubieran preguntado, jamás habría dicho que era un referente de su época ni un paradigma poético ni ninguna de esas cosas bonitas y concluyentes que se están repitiendo últimamente y con las que a muchos que no le conocieron se les llena la boca. Enrique era un tipo sencillo, mal estudiante, con dotes que nunca cultivó para ser un genio, eso sí; y sobre todo, era un hombre entrañable, feliz y generoso amante al que le cupo en suerte haber publicado media docena de libros que han revolucionado la poesía última desde que una profesora de la Universidad de La Rioja los desempolvara para dar lustre a su propia tesis doctoral. Por eso estamos hoy hablando de él, veinte años después de su muerte, cuando parece que un viento lejano ha reavivado las ascuas que quedaban bajo la ceniza. Conocí a Enrique Duarte de Sanmartín una noche de copas por el barrio de Malasaña. Él, bohemio impenitente, bebía absenta, una bebida cuyo solo recuerdo me revuelve las tripas y que él decía tomar como homenaje a los personajes de Luces de bohemia; yo en cambio tomaba el último combinado de moda al que llamábamos “destornillador”, una mezcla de vodka y refresco de naranja que no era menos cruel que la absenta a la hora de la resaca. Coincidimos en la barra de un pub al que ambos habíamos llegado por caminos diferentes y con distintas compañías; comenzamos una charla de circunstancias —hola, quieres un cigarrillo, me das fuego— y sin saber cómo pasamos a hablar de poesía. Yo nunca he sido excesivamente aficionado, pero Enrique sabía llevar el agua a su molino y sin darnos cuenta pasamos de la poesía a mi terreno, la fotografía, y de aquí al cine y a la música y a… recorrimos todos los senderos de aquel jardín mágico en que se bifurcan subidos al corcel de la absenta y el vodka y cambiando de pub cada vez que nuestros vasos
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tocaban fondo. Así nos encontramos, pasadas las seis de la mañana, sentados en un banco de El Retiro, compartiendo un junco de churros y viendo cómo amanecía. Enrique tenía que ir a su trabajo y, como le quedaba lejos su casa, le ofrecí la mía para que se duchase antes de incorporarse a su mesa de funcionario. Aquella noche volvimos a coincidir, nos hartamos de copas —o al menos me harté yo, porque Enrique no tenía límites para la absenta— y volvimos a desayunar un atado de churros en un banco de El Retiro. Y así, unas veces por casualidad y otras porque quedábamos directamente, estuvimos durante más de tres meses. Charlando y bebiendo. Bebiendo inmisericordemente y dejando que la madrugada despejara algunos de los vapores de aquellas borracheras a través de las cuales compartíamos ideas y nos aventurábamos en abrigar proyectos en común que nunca pudimos sin embargo llevar a cabo, quizás por escepticismo mío. Enrique se iba a su trabajo, después de ducharse en su casa, y yo me metía en la cama, no sin remordimiento, justo es decirlo. Lo cierto es que una noche en que él estaba especialmente sensible comenzó a contarme las relaciones con su padre y de ahí pasó a relatar todos sus proyectos pendientes; y cuando me quise dar cuenta, a mitad de una copa de absenta, estaba llorando como un chiquillo. Hipaba y suspiraba, dejando que las lágrimas le recorrieran la mejilla. Le abracé y le di el primero de los besos de aquella noche. Luego fuimos andando hasta mi casa, donde Enrique tomó la última copa y donde acordamos, entre besos que sabían a madrugada y a futuro al alcance de la mano, que desde aquella misma noche se instalaría en mi casa donde había sitio de sobra para los dos, incluso si él persistía en su intención de ocupar una habitación independiente. Y así fue. Al día siguiente se trajo un par de bolsas de ropa y en los días sucesivos fue trayendo estanterías y libros y más libros, hasta que me harté de aquel fárrago de mudanza y contraté a una empresa que nos lo trajo todo en una tarde. La casa se llenó de libros, carpetas con recortes de prensa, fotografías y apuntes; y los ojos de Enrique adquirieron un brillo especial que en nada recordaba aquellas lágrimas de la noche en que decidimos compartir nuestros destinos. Desde entonces fueron dieciséis años de convivencia. Él dormía unas veces en su habitación y otras se metía en mi cama, a veces como el niño pequeño que se acurrucaba junto a mi huyendo de fantasmas y monstruos que le carcomían; otras veces como el amante frenético que necesitaba el orgasmo como límite vital; y muchas otras como el borracho desvalido y trémulo que precisaba de un abrazo frente a la madrugada fría. Las mañanas las pasaba invariablemente en su puesto de trabajo al que muchas veces acudía tras una noche de borrachera que cortaba con una ducha y unos churros que solíamos compartir. No recuerdo que fal-
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Aquella noche Elisa de Castro se despidió con un beso nervioso y no la volví a ver hasta meses después, la mañana que defendió su tesis ante un tribunal entregado que la calificó de Sobresaliente cum laude.
tara nunca a su obligación diaria como funcionario en aquel ministerio donde había entrado a los veinte años tras una oposición que lo liberaba de una familia rota que nunca consideró suya y que lo llevaría a vivir en muchas casas que tampoco consideró suyas hasta que arrumbó en esta mía donde fuimos felices desde la amargura y la insatisfacción permanentes que lo arropaban. Durante las tardes se encerraba en su cuarto y a veces salía con una expresión de triunfo para leerme un verso o un poema entero, con aquella cara de felicidad que iluminaba el mundo. Y otras veces, también, claro que sí, salía para llorar en mi hombro su incapacidad para llevar a la realidad sus sueños. Las noches las pasaba bebiendo por los pubs de Malasaña o de otros rincones en los que se perdía hasta la madrugada o compartía la cama conmigo, en un estado de placidez que nunca le proporcionaba el alcohol. Alguna vez le pregunté por qué seguía con aquel trabajo de funcionario que nada le motivaba y por qué no se presentaba a ninguna de las promociones de régimen interior que se programaban y por qué nunca había aceptado un ascenso de los que por antigüedad menudeaban. Recuerdo que me miró con una sonrisa escéptica y aquel aire ausente que le caracterizaba: —Es un trabajo de mierda y no quiero ponerle ningún parche ni envolverlo en papel de celofán. Es un trabajo de mierda, y punto, me da para malvivir y encima debo estar agradecido a que de joven seguí las orientaciones de mi padre y me presenté a aquella oposición que me ha sepultado de por vida. Algún día, cuando se escriba mi biografía, el papanatas de turno dirá que fui sensato y cumplidor y se olvidará sin embargo de toda la bilis que me he tragado durante años de presentarme todos los días a las 8 de la mañana para contribuir a que sigan funcionando los engranajes de un Estado en el que no creo y cuyos dirigentes me despreciarían si supieran algo de la vida personal de quienes engrandecemos la suya. Callé, como siempre que sus palabras me ponían delante de mi propio espejo. Pero recordé aquel razonamiento el día en que vino a verme por primera vez Elisa de Castro, jovencísima profesora de la Universidad de La Rioja que me planteó que quería hacer su tesis doctoral sobre la poesía de Enrique. “Sólo publicó cinco libros”, le dije, asombrado, y ella, muy en su papel de profesora entregada al estudio del poeta, me reconvino: —Cada uno de sus libros es un pilar de la poesía de la última generación y su último libro, Mascarada de libélulas, viene a ser un manifiesto de por dónde debe ir la poesía del futuro. Adquirí con ella el compromiso de dejarla trabajar en la habitación de Enrique y consultar todos sus papeles, pero estando yo siempre en la casa y, por supuesto, sin sacar un solo papel de aquel reducto que había sido su guarida y su refugio. Durante meses trabajó en aquellos papeles que Enrique tenía desordenados como todo en su vida; incluso se trajo un escáner pequeño y ruidoso con el que vació papeles sueltos y con el que recogió sus muchas y dispersas colaboraciones en revistas poéticas a las que mandaba compulsivamente sus poemas según iban brotando. A veces salía del cuarto y se sentaba conmigo y me preguntaba detalles de la vida de Enrique que nunca anotaba, luego supe que por respeto a mi memoria desolada. Porque todos los datos que le fui espigando en aquellos meses aparecieron luego recogidos en su tesis doctoral con todo
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el respeto y, lo que es más meritorio, no como erudición vacía, sino siempre aportando algo al conocimiento poético de Enrique y a su evolución. Una tarde, pasadas ya las 20:00 h., me dijo que había terminado el trabajo en el cuarto de Enrique, salvo que más adelante quisiera perfilar alguna cosa, me pidió alguna foto para ilustrar su tesis y le pasé cuatro que, sospechando de que habría de llegar el momento, le tenía preparadas desde hacía tiempo. En una de las fotos estaba especialmente guapo, él que no lo era, y Elisa me lo hizo notar. Agradecida y discreta como había sido siempre, me invitó a cenar porque, me dijo, tenía que proponerme algo y era mejor que lo hiciéramos delante de una botella de buen vino y una agradable cena. La cena, en una tasca cercana, aunque ligera, fue realmente agradable: unos chipirones rehogados que se deshacían y una tabla de quesos y embutidos que potenciaban el sabor de aquel buen vino que entraba solo para poner calor en la conversación y color en las mejillas de una Elisa de Castro poco acostumbrada a beber. Cuando estábamos casi a punto de concluir la comida, sacó de la abultada cartera que siempre la acompañaba un par de volúmenes de folios encuadernados con gusanillo que me mostró, pienso ahora, con emoción. Uno de ellos recogía todos los poemas que Enrique había ido publicando en revistas sin incluirlos luego en sus libros, según entendía la propia Elisa porque Enrique depuraba mucho el material que publicaba, pensando más en el conjunto que en los logros individuales de aquellos poemas que había soltado al viento como quien suelta una cometa para despertar una admiración cercana. El segundo eran sus poemas inéditos, el libro en que estaba trabajando cuando nos lo arrancó aquella larga enfermedad que los periódicos no se atreven casi nunca a nombrar directamente, porque el eco trae siempre como contrarréplica la sacudida de la muerte. Mientras me hablaba de significados y significantes, de evolución y de expresión poética, me pidió permiso para publicar aquellos dos tomos, en dos libros prologados por ella. El primero se titularía Poesía dispersa y el segundo, el inédito, Poesía última. Todo muy académico. Me dijo que ya tenía el compromiso de una editorial y se reafirmó en su idea de que Enrique Duarte era el poeta más significativo de la poesía de la experiencia en la última generación. Yo asentía, añorando al amigo y al amante más que al poeta que no tenía elementos para comprender salvo en lo inmediato. Por supuesto, le di permiso para publicar todo aquello en la forma en que ella estimara oportuno, siempre por supuesto desde el respeto más absoluto a su memoria, por lo que le dije que no autorizaría nada sin ver antes las galeradas. Aquella noche Elisa de Castro se despidió con un beso nervioso y no la volví a ver hasta meses después, la mañana que defendió su tesis ante un tribunal entregado que la calificó de Sobresaliente cum laude. Después de aquella defensa, en la que me dedicó palabras muy cariñosas por mi colaboración, me invitó a comer con los miembros del tribunal, pero decliné la invitación porque no me veía yo sentado entre tantos sabios tocados de toga y birrete, que lógicamente no llevaban, pero que yo veía aparecer ante cada una de sus palabras. Tampoco calzaban los altos coturnos que magnificaban su estatura, pero yo me sentía insignificante ante ellos.
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Volvimos empero a vernos un par de meses más tarde en que se acercó a mi casa para que comentáramos juntos las galeradas de aquellos dos libros. Tanto el diseño como los prólogos de la propia Elisa me parecieron magníficos, bien trabajados. Ambos llevaban una foto, la misma, de Enrique, en un tamaño acorde con la sobriedad y el respeto de la edición. Los dos libros se presentaron en una misma sesión, en los salones del Círculo de Bellas Artes, con Elisa y cuatro poetas —por ahí leí que lo más granado de su generación— que se dijeron amigos íntimos de Enrique, aunque yo no los conociera ni Enrique me hubiera hablado jamás de ellos, y que recordaron anécdotas insignificantes, todas ellas envueltas en aromas de absenta y efluvios dipsomaníacos. Muchos aplausos, mucho bombo y sobre todo autobombo, muchos versos sacados de contexto y, en fin, como en todos estos saraos de la vanidad, un raro sahumerio que lo envolvía todo en una suerte de nebulosa. Salvo Elisa, que volvió a dedicarme cariñosas palabras que estimé sinceras, nadie pronunció mi nombre ni se acordó de que los tres últimos libros de Enrique Duarte de Sanmartín fueron escritos en mi casa y con mi apoyo a su autor, siempre tan desvalido, siempre tan inseguro. Al final del acto, Elisa de Castro me presentó a una joven escritora —así se definió—, Tatiana Blanco Cortés, aunque firmaba y se hacía llamar Tatiana Cortés. Era joven hasta el delirio y no tanto por su edad, pues rondaría los 30, cuanto por su actitud: quería ser desenvuelta, rompedora, capaz de traspasar las fronteras del tópico e instalarse en una suerte de demencia en la que todo estaba al servicio de sus muchas imaginaciones, siempre al borde del abismo. A los cinco minutos de su cháchara insufrible me sentí aburrido y desplazado. Quería escribir, me dijo, un libro sobre Enrique, al que admiraba como poeta y como persona; insistió varias veces en este dualismo, recreándose en que se sentía fascinada por su afán vanguardista en la poesía y por su valentía en su propia vida.
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No era yo nadie para autorizar o prohibir que escribiera un libro sobre Enrique, aunque me reconcomiera la desazón, o sobre el tema que más en gana le viniera, así que me arropé con mi silencio y dejé que aquella Tatiana siguiera con su ritornelo hasta que me dijo que necesitaría fotos para ilustrar aquel libro que pretendía fuera un éxito. —Tengo pocas —le dije como forma de quitármela de encima. Aunque no lo logré. Durante los meses de redacción del libro me llamaba o se presentaba en mi casa con una frecuencia obsesiva, indagando datos y pretendiendo que mis palabras le sirvieran para ratificar alguna de sus teorías, por lo general ingenuas o descabelladas, sin término medio. Por fin terminó el maldito libro. Y no hay otra palabra que lo defina mejor: maldito, porque entró en mi vida como una maldición. Desde el título —Enrique Duarte, poeta maldito— hasta un epílogo trufado de frases mías sobre Enrique y nuestra relación sacadas de contexto y retorcidas para extraerles significados que nunca quise apuntar, el libro era un compendio de dislates. En lo académico seguía paso a paso la tesis doctoral de Elisa de Castro, apropiándose de todas sus ideas, pero citándola de soslayo sin dejar ver en ningún momento la deuda contraída; y en lo personal, acabó fabricando un mito que a mi me asombraba de la capacidad de inventiva de aquella descarada y amparándose en que el sujeto de su disertación había muerto años antes y no podía ni desmentir sus supercherías ni afearle su afán de notoriedad. Todo en el libro era truculento y todo en la vida de Enrique aparecía revestido de una orla perversa que unas veces lo dejaba al borde de la locura y muchas otras lo enfrentaba al suicidio cuando no al patíbulo, siempre frente al espejo del doctor Jekill o de míster Hyde. Claro que lo que más me incomodó de aquel montón de páginas interesadas, fue el retrato que hacía de mí, dibujándome como una suerte de portero de ausencias, fotógrafo fracasado que ni había sido capaz de recopilar una docena de fotos de quien había sido mi huésped más que mi amante y compañero durante dieciséis años. “Si no le hizo más fotos, él sabrá por qué, aunque todo apunta a una suerte de autocensura, ese sentimiento de culpa que envuelve a los homosexuales desde que el mundo es mundo”. Aquello me sirvió para que mi úlcera se encabritase durante semanas y para que llamaran machaconamente a mi teléfono carroñeros de la prensa buscando un desmentido que alimentase polémicas que no me interesan y sobre todo en busca de las fotos que me negué a darle a la tal Tatiana Blanco Cortés y que seguí negando haber realizado sin que nadie en el fondo me creyese. Porque la verdad es que durante aquellos años hice centenares de fotos, en todos los escenarios y en todos los momentos, y fui positivando las que más me gustaban, que a Enrique por supuesto le disgustaban, y archivando todos sus negativos, tanto los que me gustaban cuanto incluso los que ni siquiera en contactos me satisfacían. Aquellos negativos me han servido ahora, cuando al atardecer comienzan a tañer campanas otoñales, para recopilar más de quinientas fotos totalmente inéditas, que he seleccionado amorosamente y que estoy dispuesto a vender por una sustanciosa cantidad que me avergonzará cobrar, pero que habrá de servirme para hacer frente al costoso tratamiento oncológico al que debo someterme antes de que, como leímos en aquel poeta que tanto mencionaba, mi frente sangre quedamente remotas leyendas y oscuros indicios del vuelo de las aves.
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Quería escribir, me dijo, un libro sobre Enrique, al que admiraba como poeta y como persona; insistió varias veces en este dualismo, recreándose en que se sentía fascinada por su afán vanguardista en la poesía y por su valentía en su propia vida.
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El ascenso Gloria Soriano Recordó entonces Pedro que Jesús le había dicho: “Antes de que cante el gallo me negarás tres veces”. Mateo 26:34 De un día para otro me trasladaron a la gran ciudad. Mientras encontraba un piso de alquiler me alojé en una residencia de señoritas. Mi habitación, como todas las demás, estaba en un semisótano. Era individual y oscura, con dos ventanas enrejadas a la altura del techo y al ras de la acera de una calle muy transitada, según la hora, por turistas o borrachos. Tumbada en la cama, veía desfilar zapatos hasta que pasaba el camión de la basura. Entonces los transeúntes desaparecían. En aquellas catacumbas hice mi primera amiga, Kande. Esbelta, su pelo crespo recogido en un laborioso trenzado, el rostro exótico, la piel de ébano. Chapurreábamos en inglés. No sé si era o había sido azafata, los tiempos verbales me resultaban confusos, pero no quería interrumpir sus confidencias con preguntas. En su vida había o hubo un hombre que yo imaginé rico y gordo del que se quería librar. Las dos estábamos recién llegadas, instalándonos, yo en un trabajo definitivo, ella, tal vez, camino de la liberación. La complejidad de sus visados y permisos era un mundo ajeno a mí. Cuando me trasladé al piso de alquiler, ella continuó viviendo en la residencia, escuchando pisadas hasta la media noche. Mi apartamento, aupado sobre las viviendas del entresuelo y con la altura de una segunda planta, se convirtió en nuestro lugar de encuentro. Desde la terraza mirábamos la calle, el fluir del tráfico, los peatones de cuerpo entero. En aquel espejismo de libertad nos sacamos una foto de amigas con una réflex analógica. No existían los móviles. Me gustaba quedar con ella, practicar el idioma, sentir que no había reparos entre su piel y la mía. Nuestras conversaciones babélicas las terminábamos con frecuencia riéndonos. En la calle, de paseo, me agarraba de la mano. Le tuve que explicar que aquí no era costumbre entre las mujeres caminar así. Un día me dijo que se tenía que ir, volver temporalmente a Nigeria. No entendí bien las razones de aquel viaje. Si nos hubiéramos podido comunicar en mi lengua materna, habría indagado. Una mañana estaba en el trabajo cuando la vi entrar. El color de su piel me paralizó. Sentí las miradas de mi jefe, mis compañeros, los clientes. Enrojecí. Estaba a punto de cumplir el sueño de ser promocionada. Kande se acercó a mi puesto con un bolso de cocodrilo envuelto en papel de seda. Le di las gracias por el detalle, sin un abrazo. Desde entonces, no la he vuelto a ver.
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Fotos de las vidas limbo Laudelino Vázquez Fue una foto de los viejos tiempos de la puta mili que decía el del cómic. Siempre hay una foto por el medio y ésta, desgastada de tanto enseñarla para demostrar que el gordo cuarentón, torpe y patoso había formado parte de una unidad de élite del ejército, mostraba a un tipo sonriente vestido con uniforme de camuflaje, que sostenía un fusil de combate y un cigarrillo colgando entre los labios, en un gesto copiado de alguna vieja película. De repente aquel tipo de la foto me preguntaba ¿de verdad eres tú? Pero como ocurre tantas veces, el primer paso, si no hay inmediatamente un segundo, queda en nada, en polvo de olvido. Veinte años después, que no son nada, no era una foto sobre la mesa, porque alguien había digitalizado todo mi archivo (bonita palabra para dar la impresión de que guardaba miles de fotografías con mis recuerdos, a modo de vida interesante, pero entre veras y bromas, olvidos, abandonos o simples pérdidas, apenas conservaba un centenar de copias de los momentos estelares de mi vida): mientras subía arriba y abajo las mismas instantáneas una y otra vez por la pantalla de la tablet el día de mi sesenta cumpleaños, sin ninguna gana de celebración a pesar de que aún retumbaban en mis oídos el cumpleaños feliz y que cumplas muchos más, aquella sensación volvió para instalarse definitivamente y sin remedio. Ya no era solo, si había sido aquel veinteañero inconsciente que decidió que la mejor manera de quitar el miedo a las alturas era apuntarse como voluntario en la brigada paracaidista, tampoco estaba seguro de que el cuarentón hiperactivo que parecía tomárselo todo en broma hubiera existido alguna vez. Error: que había existido no tenía dudas; lo que no estaba nada claro eran que uno y otro y sobre todo uno y otro y otro fuera el mismo. Se hizo entonces la memoria de recuerdos aún más lejanos, las primeras vacaciones, y sobre todo, el fin de aquellos veranos cuando sin solución de continuidad los cursos se sucedían uno tras otro: la última noche, solo la última noche de vacaciones, se convertía en una vida en el limbo, entre la vida que había sido el verano y que creía que nunca jamás se acabaría y la vida que empezaba unas horas después, en el siguiente
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Imagen de L ars _ Nissen _ Photoart en Pixabay curso. Entonces la noche gomosa, serpentina, reptaba a lo largo de la habitación, enroscándose en sí misma, hasta que en un momento me convencía de que no acabaría jamás. Eran los minutos los que se dormían, no yo; ni siquiera tenía la sensación de que avanzaran: se anudaban, amagando con volver un paso atrás, para quedarse definitivamente en la quietud. Lo infinito empezaba a agotarse cuando los hilos de luz se colaban en la habitación bajo la hendidura de la puerta, y de modo lento, pero inexorable, cabalgaban la oscuridad. Me refugiaba entonces en la esquina de sombra, pero por mucho que me apretara contra la pared huyendo de la línea diagonal, ésta acababa por alcanzarme. Ahí nació la teoría de las vidas matrioska: vale, la vida no dura nada, es muy corta, y si aquel que huía de la luz, y el señor de edad provecta que contemplaba las fotografías en la tablet, eran la misma persona, viviendo la misma vida, tendremos que creerlo, pero entre medias, había dejado atrás muchas vidas verano, y al menos tres vidas largas de dos décadas cada una (por establecer una pauta) dentro de la grande; todas ellas dejaban un rastro de sombras, una ruta de duda constante en la que ya no sabía si la vida era corta o se hacía insufriblemente repetitiva, porque ya no estaba seguro si aquello que me contaba era realmente cierto, lo había soñado, le había pasado a alguien que me lo había contado o era una broma. Si lo esencial se anegaba en la charca de la duda, minucias como la duración de esas vidas, aunque fijara la semana como límite mínimo para no ¿enloquecer? no podían impedirme que me tirara de cabeza a la charca. Aceptado pues que había vidas de un verano y de una semana ¿por qué no aceptar que había vidas de una noche o de unas horas? Para eso solo me faltaba conocerte.
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Pero a la caída de la luz, sentado en el banco, mirando al horizonte donde el sol rojo se hundía a cámara lenta, cuando extendí la mano para tomar la tuya, y que el último tramo del día nos encontrara juntos, solo abracé el vacío.
Rememoro aquella primera cita, los nervios previos, el cálculo (si me aguanta un par de horas hay esperanza), el control del tiempo viendo en la pantalla del reloj que había pasado hora y media y por tanto el desastre que hubiera supuesto una disculpa para irte, se había salvado. Dos horas, tres, cuatro... la euforia, la sensación ahora sí, de que el tiempo no existía, la conexión, el sueño, mejor dicho los sueños ¡tantas cosas compartidas cuando todavía no hay que compartir! cinco, seis horas… y entonces la pequeña decepción: primero nada, una insinuación cuando todo iba de maravilla, y volvíamos a casa sin llegar nunca, es que ha sido tan divertido, pero. Y luego como siempre, lo que viene detrás del pero que es lo importante. No importa, todo puede solucionarse, puedo esperar, el tiempo en realidad es posible que no exista, y si existe acabo de descubrir dentro de la vida, las vidas largas, o las semanales, las diarias...también hay vidas de unas cuantas horas y al igual que las otras, nacen, crecen, se sueñan, se sostienen, caen, agonizan y antes o después las alcanza la luz, empieza un nuevo curso. Pero esta vez no quise que la vida muriera en la luz, no me digas por qué, esperé, engañándome a ver si un día la llamada convertía la vida de horas en días, semanas, verano, en todas las vidas… soñar es gratis, pero el tiempo ya juega en contra y antes de que lleguen todos los finales, que ya sabemos que son el mismo repetido, y en uno solo se apaguen todas las luces de todas las vidas, quise que este fuera el primer final consciente de una vida. Cambié alguna de las cosas para mi ventaja, no voy a mentirte ( la empanada en lugar de hornearla en casa, la compré en una panadería que tiene fama de hacerlas al modo casero; la pedí de picadillo, bien cargada que un día es un día y hoy además el día grande) pero tal y como soñamos ¿o vivimos? en aquellas horas, puse rumbo a la costa, y cuando el coche arrancó, hubiera jurado que venías a mi lado, como aquella otra vez, sonriendo, alegre porque nada te gusta más que disfrutar de un hermoso amanecer. Coincidiste conmigo, al ver la enorme empanada, en que hoy no nos importaba el peso ni los triglicéridos, y esperamos como niños que la bola dorada pareciera tras la montaña. Lo de andar cogidos de la mano riéndonos como críos, bajando a la cala, en la que no nos atrevimos a desnudarnos más por el frío que por pudor, ni siquiera sé si formaba parte de lo soñado, pero no importaba porque ahí estábamos viviendo nuestro día mágico. Y por la tarde fuimos hasta mi playa, esa que te pareció demasiado grande para ser íntima y demasiado pequeña para un fin de semana que es cuándo podríamos ir juntos. Pero te gustaron mucho los árboles llegando casi hasta la arena y la frontera de dunas que le daban aspecto tropical, cumsí cumsá, me dijiste con una sonrisa burlona cuando te pregunte si te había gustado. No sé quién decidió o qué decidió que tú no estuvieras en el último acto. Pero a la caída de la luz, sentado en el banco, mirando al horizonte donde el sol rojo se hundía a cámara lenta, cuando extendí la mano para tomar la tuya, y que el último tramo del día nos encontrara juntos, solo abracé el vacío. Tú no estabas, y el sol podía desaparecer en cualquier
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Lo infinito empezaba a agotarse cuando los hilos de luz se colaban en la habitación bajo la hendidura de la puerta, y de modo lento, pero inexorable, cabalgaban la oscuridad. Me refugiaba entonces en la esquina de sombra, pero por mucho que me apretara contra la pared huyendo de la línea diagonal, ésta acababa por alcanzarme.
momento, y sin él, llegarían las sombras y el final de esta vida tal y como yo lo había elegido. En tu lugar solo se encontraba el libro con las mejores poesías de Quevedo, o al menos eso prometía la portada, y con alguno de sus versos quise organizar un dramático final. Abrí el libro al azar, fingiéndome sorprendido porque se abriera en el soneto “Amor constante…”, aquel que en la vida de horas te dije que era el que más me gustaba y tú coincidiste en que a ti también ¿Como no iba a abrirse en esa página sí lo he leído cientos de veces? Los últimos rayos dorados patinaban sobre la superficie de un mar que hubiera preferido más Cantábrico, pero hoy se había tomado el día de descanso y plácidamente permitía que esa luz declinante se abalanzarse hacia la nada por el precipicio del horizonte. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, comencé a leer, pensando en ese dios del amor que durante horas, días, tal vez semanas, había aceptado mi alma como prisión, venas que humor a tanto fuego han dado, recité, fingiendo que leía porque ya los últimos granos de luz bailaban lejanos sin ser capaz a unirse en una línea, medulas que han gloriosamente ardido, continué ya sin fingir que leía, camino del último glorioso terceto, su cuerpo dejará, no su cuidado; igual que tú no dejarás nunca su cuidado, el de todos los que en todas tus vidas estuvieron, serán ceniza, mas tendrá sentido; aunque sea ya lo único que tenga sentido… dejé unos segundos para generar mi propia tensión dramática, actor y espectador único y acabé casi gritándole al mar: ¡polvo serán, mas polvo enamorado! Ya no quedaba nada, la vida de horas, como tantas otras, se había convertido en una vida limbo. Me dirigí hacia el bulto del coche que me aguardaba unos metros más allá, no sabiendo si al abrir la puerta y sentarme en el refugio interior, encontraría la vida grande que había dejado atrás para acabar con esta una mañana --no podría decir qué mañana fue-, si se abrirá una nueva vida de horas (¿por qué no de minutos, ya puestos?) si me podría esperar una semana-vida en cualquier paraíso artificial o empezaría un nuevo verano; quizá otra tanda larga de veinte años (¿ya dije que no son nada, verdad?) o si por el contrario, esta vez sí, las sombras no permitirían al cuchillo de luz volver a abrirlas en canal y los finales, todos los finales repetidos, se sumarían al final, en el final. Final.
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El tiempo pasa II. Toda una vida* Juan Depunto Toda una vida me estaría contigo no me importa en qué forma ni dónde ni cómo pero junto a ti… Los Panchos, 1944-1981 El patio de tu infancia En esta tu primera casa, tuya de verdad, has recuperado el patio de tu infancia. La casa en la que naciste, la de tu abuela, tenía un patio semejante. A él daban la cocina, los servicios y la mayoría de los dormitorios. En estos patios se empezó a tender la ropa cuando dejaron de existir las muchachas del servicio que la subían a la terraza. Estos patios no son muy estéticos ni tienen más vistas que las ventanas de los vecinos, pero tienen el encanto de las conversaciones de las cocinas mientras se prepara la comida o las canciones diversas que se escuchan mientras trabajan; unas conversaciones anodinas, cuando se entiende algo de ellas, que normalmente son más bien como un susurro respondido... Y qué decir de sus tufillos agradables por los que se averigua qué van a comer hoy los vecinos; recuerdo con especial agrado el olor a pescado frito, boquerones en concreto… ¡Qué cosa tan deliciosa! Una casa sin patio, toda exterior, es menos intimista, menos casa. Las casas tienen que darse la vuelta, encerrándose sobre sí mismas, para atrapar el alma de sus moradores y ponerla en comunión entre todos. Las casas que no tienen patio están deslavazadas, despersonalizadas y sus miembros llevan peor la comunidad; o no la llevan.
* Se puede ver en el n.º 75 de Luz Y Tinta, página 46, la nota “Cambio de rumbo” acerca de la estructura general de la obra “El tiempo pasa”, de la que forma parte este capítulo que pertenece a su segunda parte “Toda una vida”. Enlace: http://amantesdelafotografia3.ning.com/profiles/blogs/luz-y-tintano-75
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En la que viviste con ella, veinte y seis años, era de estas últimas; una casa muy querida que visteis un día recién construida, dando un paseo por el parque de enfrente, entonces también recién plantado y sin apenas sombras. Os parecía un sueño imposible de alcanzar, pero sus padres lo hicieron posible con su generosidad. Tras tu separación te fuiste a vivir al barrio de Santa Cruz y en ese apartamento el patio era la trasera del ábside de la iglesia de Sta. Cruz, todo blanco. El único color que veías era mirando hacia arriba, un polígono de cielo azul limpio sobre el que crecía una flor roja. Otras casas sin patio son aún peores pues al no tener sitio tienen la necesidad de tender la ropa al exterior, lo que casi es peor que esos agujeros de cemento y ladrillos de cristal opaco o sin ellos, que pretenden cubrirla, dificultando desde su interior la mirada sin obstáculos hacia fuera. No hace mucho volviste a visitar tu casa natal. Más bien su infraestructura. Fue más de un cuarto de siglo después que salieras de ella por última vez. Era la llamada “Casa de la Perra gorda”. El mote le venía de que allí se pagaban las cotizaciones a pensiones con una perra gorda al mes y con ello se tenía derecho en la jubilación a percibir una peseta al mes. La perra gorda era una moneda de 10 céntimos de peseta creada en 1870 tras la revolución que destronó a Isabel II. El pueblo llamaba así a la moneda por aparecer en su reverso un grueso león rampante que tenía más pinta de perra gorda que de feroz felino; por contraposición la “perra chica” era la moneda de inferior tamaño y valor, la de 5 céntimos. El edificio, de carácter monumentalista, se proyectó en 1925 por el arquitecto José Fernández Fígares, y se inauguró en 1932. Artísticamente se sitúa entre la corriente historicista y la racionalista-modernista. En su planta baja se instaló la primitiva seguridad social llamada “Caja de Previsión Social de Andalucía Oriental” (y por ello lucía en su fachada los escudos de esas provincias), luego pasó a ser el Instituto Nacional de Previsión para finalmente hacerse cargo de él la Tesorería General de la Seguridad Social, como actualmente figura. Tras unos años de discusión entre el Ayuntamiento y la Seguridad Social, se decidió su completa remodelación, que empezó en el año 2003. Se desahuciaron a los vecinos indemnizándolos y se reabrieron sus puertas en 2007, dedicado integramente a oficinas de la Seguridad Social.
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Cuando lo visitaste, tras quedar vaciado poco antes de que empezaran las obras, solo viste el espectro fantasmal de la que había sido tu casa. La parte baja del edificio era la única que se mantenía intacta, con su gran hall de entrada en donde estaba la portería que la llevaron en todo tu primer tercio de siglo unos porteros, Alfonso y Resure, que estaban como parte de la infraestructura del edificio, es decir desde su inauguración y se mantuvieron naftalinados hasta su tardía jubilación; Alfonso, vestido de uniforme gris con botones dorados, era enjuto, pequeñito, serio y muy moreno, Resure, vestida siempre de negro, era de cara redondita y más bajita aún que él. En los laterales del hall había unas dobles escaleras, suntuosas con balaustrada, los ascensores, unas enormes cristaleras y puertas gigantescas de hierro forjado que daban acceso a las oficinas… Recordabas el trasiego de gentes entrando y saliendo de ellas... Mantenía todavía su aire modernista. Tu ascensor de madera era el mismo, con puertecitas interiores acristaladas que hasta que no se cerraban encajándolas manualmente en sus fijaciones de latón dorado, hacia el techo, no se ponía en marcha pulsando sus botones de baquelita negra enmarcados con anillo de metal dorado; y en los rellanos de las escaleras, junto a sus puertas, un pequeño botoncito aislado y gastado de tanto darle al retorno pues en esa época los ascensores no tenían la posibilidad de poder bajar en ellos, había que hacerlo por las escaleras, a pie, por lo que los considerabas mucho más sanos que los de ahora; tampoco podían usarlos los menores de 14 años. En la escalera de servicio, cuya puerta estaba cercana a la cocina, despensa y lavadero, había otro ascensor parecido y una pequeña cabina de portería en la que estaba a todas horas Leocadia, hija de la anterior portera, Juana, porque entonces los porteros y porteras tenían dedicación exclusiva a la portería. Leocadia vestía totalmente de negro, era alta, delgada y de pelo cano recogido en un moño. No había buzones para las cartas, los porteros las recibían de manos del cartero (tampoco había carteras) y luego las subían personalmente a los pisos, echándolas por debajo de las puertas, salvo que fueran certificadas. Leocadia era muy aficionada al flamenco y todos los días, sobre las 9 de la noche, estaba siempre escuchando el programa que emitía en aquellos años Radio Nacional durante una hora, su última hora de trabajo. Y con ella te aficionaste al quejío de esa desgarradora música, acompañándola algunos
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días hasta las diez, la hora en la que ella se iba y en las casas se cenaba. Conocía y te explicaba todos los palos: soleares, seguidillas, buleares, martinetes... El piso donde naciste estaba poco reconocible. La puerta de entrada al piso, grande, señorial, con gran mirilla redonda y ventanuco enrejado para trasiego de cartas certificadas y pequeños paquetes o para darle limosna a un pobre sin necesidad de abrir la puerta. En tu infancia, por esa puerta entraba cada mes, y tú lo saludabas, Fray Leopoldo de Alpandeire a recoger su tributo. Y en esa puerta acababan ahora los elementos originales. Abierta la casa el mobiliario era el frío metálico, gris, funcional, típico de las oficinas. Había desaparecido el enorme mueble perchero de madera oscura, así como los sillones en equis de madera y cuero del pasillo y las grandes y confortables cortinas que enmarcaban las puertas. Tampoco había cuadros ni retratos, ni elemento alguno de los que caracterizan una casa habitada por vecinos humanos. Solo quedaban algunos de los elementos de oficina fríos, más propios de autómatas. Tu cuarto de estudiante, antiguo despacho de tu abuelo, había desaparecido como tal y ahora era una fría estancia vacía. La salita de visitas, desde cuya ventana viste caer la cruz de piedra de la iglesia de los jesuitas en el terrible terremoto del 57, el que tantas víctimas produjo en Agadir, tampoco se parecía. Solo las vistas a la roja fortaleza árabe y el fondo de la sierra, nevada, permanecían intactas; las del antiguo barrio morisco y judío desaparecieron, viviendo tú allí, con la construcción del gran edificio de enfrente, a finales de los años sesenta, en el que luego vivió el Rector Magnífico de la Universidad en su tercer piso central y hoy, pasados ampliamente sus ochenta años, convertido en blogero excelso reivindicando a la ONU y sus organismos (fue Director General de la UNESCO) como institución salvadora del mundo.
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El largo pasillo en u, con las ramas verticales de la u tres veces más cortas que la horizontal, en el que aprendiste a patinar y montar en bicicleta, en el que te asustaban tus tíos solteros travestidos de fantasma y violinista, ese pasillo tampoco era el mismo, le faltaban los cuadros de tus bisabuelos y el teléfono negro de pared, con timbres redondeados encima, que estaba frente al cuarto de baño y desde el que te declaraste en marzo del setenta y dos a la que luego fue la madre de tus hijos. El comedor-cuarto de estar, así como el dormitorio que usaste de estudiante y que daba al patio, ese patio de tu infancia, estaban vacíos, como se quedan los animales sacrificados cuando les sacan las vísceras; el cuarto de estar era la habitación desde la que veías la catedral, la vega, los primeros aviones y las cigüeñas que trajeron a tus hermanos. Tu cuarto natal, en el que murió tu abuelo seis años antes de tú nacer de una enfermedad mal diagnosticada y peor tratada, también estaba vacío, así como el cuarto de los chismes. Las vistas a la catedral, a la vega, al aeródromo y a sus pueblecitos eran las mismas, si acaso con algún edificio elevado más, pero manteniéndose esas azoteas cubiertas de arcos abiertos tan típicas de tu ciudad, con los tejados llenos de jaramagos que en primavera florecían en ramilletes extensos de flores amarillas… Referencias documentales: 1. JuanDepunto. El tiempo pasa, parte II: Toda una vida. 2. https://es.wikipedia.org/wiki/Perra_gorda 3. https://nito-lamurga.blogspot.com/2012/10/la-casa-de-la-perra-gorda.html
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Una noche en Bruselas M ario Eduardo Blanco “Como un árbol que abre sus ramas a derecha, a izquierda, hacia arriba, hacia abajo. EL jazz permite todos los estilos, ofrece todas las posibilidades”. Julio Cortázar El humo, tradicional en los garitos en los que habitualmente se hacía jazz, había desaparecido, pero no su atmósfera, y las volutas cizagueantes de aquel, ahora eran sustituidas por los espasmódicos y rítmicos movimientos de múltiples cabezas y extremidades tratando de seguir el ritmo pegadizo de “Blue Friday” interpretada por una trompeta de sonido nada estridente mitigado por una sordina. Y el oyente sospecha que Kenny Barron se sentiría, si estuviese en el Sounds Jazz, satisfecho de oír su composición interpretada por el cuarteto que tiene justo enfrente. —“El jazz es una música que se escucha con el corazón”, me decia mi amigo Olivo Villamil, erudito de este género musical, como si este órgano hubiese dotado de unos oídos especiales a los iniciados en este género del arte tan minoritario. Y fue durante la noche mágica de un viernes cuando nos acercamos a este viejo club, abierto hace treinta y cuatro años por el entusiasta italiano Sergio Duvalloni y Rosy Merlini en la rue de La Tulipe, en pleno corazón de Bruselas. Y cuando nos acercamos al lugar amparados por la oscuridad de una calle, no demasiado bien iluminada, nos topamos con el cartel que indica que allí se hace música. Una vez dentro, después de traspasar un largo pasillo flanqueado por la barra del bar, penetramos, como si de un templo se tratase, en el interior, con un salón largo y de techos altos. El escenario está envuelto en cortinas rojas y coronado con el nombre del club recortado en madera blanca y, en las paredes con pa-
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neles rococó, imágenes de algunos de los jazzmen que han pasado por allí: Joe Lovano, Charlie Mariano, Joe LaBarbera, John Abercrombie, Paolo Fresu, Mark Turner, John Scofield, Eric Legnini, Daniel Romeo, Steve Houben, Rabi Coltrane, Fred Delplancq, Philip Catherine, Jean-Louis Rassinfosse... nos contemplan, concentrados o sonrientes desde las paredes como mudos testigos de su paso por el local. Y es precisamente este último uno de los componentes del Eduardo Blanco International Quartet que hoy nos ha reunido aquí. Este viejo e imponente jazzmen, profesor emérito del Real Conservatorio de Bruselas que prestó su sonido de bajista de lujo, durante más de diez años con el trompetista americano Chet Baker y que acompañó con su sonido magistral a personajes de la talla de Toots Thielemans, Philip Catherine, Michel Herr, Steve Houben, Charles Loos, SADI, Jacques PELZER, Philly Joe Jones, Clifford Jordan, Pepper Adams, Slide Hampton, Tete Montoliu, Sal Nistico, Michel Petruciani, Horace Parlan, Michael Urbaniak, Joe Henderson, etc. Jean-Louis Rassinfosse, fue nombrado por los canales de tele-
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visión RTBF y VRT Mejor bajista belga en el año 1998 y goza de una calle en Le Maison des Arts. Pero un cuarteto no es un miembro, por muy laureado que este sea, porque la calidad se obtiene de un equipo bien conformado y cómplice cuyos miembros, al igual que el conjunto de células de un organismo vivo, aúnan sus voluntades, entusiasmo y virtud para dar un resultado artístico plausible. Y ese equipo bien conjuntado empieza a desgranar, primero Dreamy Landscape, para continuar con Monkish Tune, Inside A Dream, The very thought of you… y una larga retahíla de temas, propios y ajenos, que arrancan los aplausos y el entusiasmo de un público cómplice, entregado desde el minuto uno al placer de escuchar buena música emanada de un piano cuyas teclas son acariciadas más que golpeadas por Dirk Balthaus, los tambores rítmicos de Rene de Hilster, el bajo magistral de Jean-louis Rassinfosse o la suave trompeta de Eduardo Blanco. Y el lector que haya tenido la paciencia y el ánimo de llegar hasta aquí, se preguntará por qué el escribidor no habrá descrito más que el curriculo de uno solo de los miembros del grupo, y la respuesta es sencilla: primero el escribidor siente un cierto pudor cuando de quien habla es de su propio hijo, a pesar de la satisfacción y el orgullo que siente cuando se refiere a él, y en segundo lugar porque el verdadero placer de la música consiste en escucharla más que en relatar los múltiples historiales de cada ejecutante. (“Las competiciones son para los caballos, no para los artistas”; “el verdadero artista, tiene de esteta y al seguir o evolucionar su escuela dispone de un aliento irrepetible en cada obra. No tiene que probar ser bueno ante el vulgo de ripio ni de snobs. No es como el aliento de los caballos, nobles animales sí, pero que en cada carrera dan un resultado repetido”.- Bela Bartok).
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El autor del reportaje con dos de los componentes del Eduardo Blanco International Quartet
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Fotos destacadas durante el mes de Febrero f
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Bepa., por Daria
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Bienvenida a los carnavales, por M ario Eduardo Blanco GarcĂa
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Buscando el Sol , por A lbert Navas
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Camachuelos, por M anuel Palacio Castro (Yerbatu)
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Cazando Relรกmpagos, por Ramรณn A rnaiz Santana Sanchez
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Cinderella, por Irina
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Con guiĂąos a Vincent van Gogh, por Isadora del Valle
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Contraluz blue, por Oscar Rubén Suárez
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February, por A leksandre
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L as Catedrales, por K arol Poland
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Mehendi, por Roman
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Mirrors, por Duong Dinh
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Modern dance, por Sergey S
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Musa, por Lorna Aguirre
Playa del Silencio, por JosĂŠ M anuel Lois Rial
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Relax, por A ntonio M artinez Rodriguez
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Retrato cotidiano de Isolda, por K ezzin
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Rosas rojas, por M argarita K
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The beauty of ballet 2ÂŞ part, por Nadima (Shibina Nadegda
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The magic flute, por David D
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Tribute to the old days, por A. Zharov
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Vitamin C, por Tатьяна
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Waiting for love _ , por JL.M aylin
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Watermelon, por Yi Wan
A Cor obert ..., por Salvador Roig i Ser
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A mapolas, por M argarita K
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A rchery, por Gregory
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Atardecer verdadero, por Kuriaki
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Audrey, por Dimitriv
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Autorretrato, por Susana GudiĂąo
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BahĂa del zar, por A lex
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Barcelona.Telefèric de Montjuïc, por A lbert Navas
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Between curtains, por Ruslan
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Between water, por Ionut Caras
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Blue -eyed portrait, por svetlava
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Body push-up, por Gregory
Boyfriends, por Dmytro
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Burano una isla llena de colores, por Daniel
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Burano una isla llena de colores, por Daniel 2
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Calendars project 17, por Pavel
Calendars project 18, por Pavel
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Camino al mar, por A ntรณn
Cinderella, por Irina
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Clave A lta. Noe, por Raul Viciano A lberic
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Facebook, por K ezzin
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Sla Vanifatev (Sstudy)
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Detalles... Pasados Valores E Historias Monetarias, por Joan A nglas
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Detalles... Templo De L a Sagrada Familia, por Joan A nglas F.
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El deber de Octubre, por A.Polyakovvfr
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El hombre del bigote, por M ario Eduardo Blanco GarcĂa
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El muelle y el amanecer, por Oscar Rubén Suárez
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El Poder, por Ricardo Gonzalez Lopez
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El silencio entre las rocas., por Jacobo RodrĂguez PĂŠrez
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El valle nevado, por Yuri Gagari
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Ellas TambiĂŠn Pueden, por Ricardo Gonzalez Lopez
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Estefania, por Ricardo Gonzรกlez Lรณpez
Estelas en Verdiciu, por Jacobo RodrĂguez Perez
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Explosiรณn de color, por A lbert Navas
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Fairy Tales, por Nataliorio
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Febreuar _ Febrero, por M aikel Reyfman
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Franc, por Raul Viciano A lberich
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Free adaptation, por SSstudy
Gaztelugatxe, por K arol Poland
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Green passion, por Jelvin Bornes
Homenaje a Chema M adoz (Con respeto y humildad), por Gen
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In cold twilight., por Olga
In the company of snow, por David D
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Islas al mediodĂa, por Ildefonso Robledo
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L a antigĂźedad del vendedor, por A.Polyakovvfr
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L a gran carrera, por Loco M atar
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L a mirada, por M ario Eduardo Blanco GarcĂa
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L ast touches, por Ignachenco
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Le Mont Saint Michel ,
por
K arol Polan
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Looking for the light, por Vadim Trunov
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Looks, por A rkadiy
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Love in a stone., por Olga
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M aison de NichtarguĂŠr, por E.Horobets
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M alo...lo de beber para olvidar., por M akapeh
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Measuring forces, por K insuk lin
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Minimalism... Minimalism, por Milen
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Miradas, por Ildefonso Robledo
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Mirror square, por Luis Miguel A ller
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Modern dance, por Sergey S
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Mujer oro, por Gen
National holiday, por EdwardG
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Noelia, por Raul Viciano A lberich
Paisaje industrial , por M ario Eduardo Blanco GarcĂa
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Palacio antiguo., por M anuel A ntonio Centeno LLorente
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Pause, por A rkadiy
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Pesca con cormoran, por Yuri Gagari
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Portrait, por George
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Portrait, por Svetlava
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Privacy, por Igor
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Rainy days, por A. Grachev
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Rays of light with creative spirit., por SSstudy
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Reindeer, Taiga. Mongolai, por Saravut Whan
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Senderismo, por Vaio
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Sin Patín, por Ricardo González López
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Still life, por Michael
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Tarna -A sturias, por Julia
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Tempestad, Riesgo, Primor, Plasticidad _ _ Tempest, Risk, Primor, Plasticity, por Milen
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The beauties of Venice, por A. Zharov
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The burden of the day, por Deven O’Toole
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The graffiti pantry, por Osman Naim
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The lady of the sea storms, por Eric
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The reader of immoral tales, por Lenin K aspo
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Toy crown, por M.Dasha
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Transiciรณn., por Vladimir
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Tras la puerta, por Raul Viciano A lberich
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Traveling on the bus, por K alynsky
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Umbrella, por Paulina Stpetersburg
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Umbrella, por Paulina Stpetersburg
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Vitamin C, por Tатьяна
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Vivaldi en la calle, por K i K e
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When the sun rises...., por kristof browk
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Windmill..., por kristof browk
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Workers, Entrepreneurs, Autonomous, Researchers, Creators ..., por Nodia
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A manecer en los Pericones, por Pepe L atas
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Terror en la barbería Ricardo González, “Completu” Cuando www.moldeandolaluz.com daba sus comienzos, quienes estábamos en la fase de inicios del despertar de la fotografía, abríamos la Web y mucho más los ojos, para no perder nada de lo que allí salía. Nos fijábamos en todo y cada minúsculo detalle de composición de nuestros compañeros de afición y nos preguntábamos ¿como harían esto, para mostrar tanto espacio, detalle o color?, aparte la imposible rivalidad amiga, o lo que algunos llamamos “envidia de la buena”, cuando algunos privilegiados hacían fotos a modelos dentro de los estudios, con luces de focos o con fondos naturales en un espacio exterior. Algunos de aquellos iniciados, de los que hoy seguimos siendo simples noveles, echamos de menos las camaraderías que se hacían por el ciber espacio hasta el autor de la foto, con preguntas de cómo la realizó o cuales fueron sus pasos de edición; y lo bonito de esto era que se contestaba con total naturalidad, como que no se perdía nada en ello y además nos sentíamos orgullosos de decirlo y a la vez, parecía que nos hacía sentir más importantes, con que alguien nos preguntara a nosotros, que éramos la parte perdida de lo que se llamaban “fotógrafos”. Echo de menos aquellas “discusiones” y como algunos poníamos comparaciones de la misma foto y como “podría ser”, con otra forma de mirarla. Y aprendíamos unos de otros. Todavía en la actualidad, cuando nos encontramos algunos de aquellos viejos colegas, hablamos y nos preguntamos y, sin problemas nos respondemos de la mejor manera entendible y la verdad que nos pasamos el tiempo como verdaderos amigos fotógrafos. En la actualidad, dada la complejidad de algunas fotos, creo que, si tienen que ponerse a documentarnos paso a paso el como hicieron la foto, necesitaríamos un libro.
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En la edición pasada de Luz y Tinta, dentro de mi artículo, hemos comprobado como con una antigua réflex de tan solo 8 megapíxel, podríamos llegar a las más distantes galaxias que se encuentran a millones de años luz, así que en la actualidad, creo que no deberíamos tener parapetos imposibles. Examinando a mis compañeros de red, aprecio que deben de tener un guión antes de confeccionar una foto con modelo dentro o fuera de un estudio, ya que no parece un simple clic y terminado el momento, que acabe siendo una maravilla. En mi caso, algunos reportajes son de uso privado y una vez terminada la sesión, sus dueños nos comunican que no desean que se hagan público en las redes sociales y otras veces por el contrario, se hacen con este deseo. Para esta ocasión, mi amiga Noelia me dejaba su local de negocio, para que pudiera hacer un reportaje con los y las modelos que fueran precisos en domingo, que es cuando ella descansa de su trabajo como barbera, pero yo quería algo más arriesgado y solicité que fuera ella la que posase para mi y después de unos días, aceptó el reto; aunque ya me dijo de antemano que fuera paciente y que buscáramos un día para no tener prisas con los tiempos. Para que nos saliera bien, lo primero que se pensó fue un guión acorde con el sitio, que tiene 2,40 metros de ancho por 4,00 metros de largo y, por el medio, sillas, mostrador, mesas, etc. y una altura de unos 2,70
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metros donde hay adaptadas unas luces de panel Led, que por cierto, están entremezcladas, unas con temperatura calida con otras frías (anaranjadas y azuladas). Al principio pensamos en un ambiente de la II Guerra Mundial, con un nazi sentado en la silla, mientras ella lo afeitaba y un Ranger americano los apuntaba; pero nos faltaba sitio para meter a tanta gente y poder hacer mi trabajo con pleno acierto, ya que también hay que contar con un ayudante de luces. Acordamos, pues, una sesión de terror y ver qué día nos podría ser factible para todos. En principio, aunque suena mal, que se hagan fotos de esta índole en este tipo de negocio, se aprueba y se lleva a cabo. Se preparan unos bocetos con anotaciones, dibujos, copias de escenas paradas de películas varias y después se complementará con capas y montajes en mi PC. Ella tiene que encargarse de los atrezos para la ocasión y no pueden ser telas de raso brillantes. Colocar trípodes con pie y paraguas con focos no caben, así que opté por luz de Led portátil con encendidos fríos y calidos todo en la misma lámpara y así, según el momento, encender una parte o la otra. Para que las escenas fuertes me dejaran sombras en la cara, sencillamente dejaba la Led en el suelo alumbrando hacia arriba y para otras, con apoyo de un ayudante, que en esta ocasión fue Richar. Para los momentos lineales de horizontal, un trípode y para picados y vistas desde el suelo, con ayuda de un mono pié y disparador por cable.
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Cuando hablamos de escenas de terror, claro está que hay que ponerse serios y las facciones de la cara y poses acorde con el momento, y ahí es lo difícil, ya que simplemente mirarnos en un espejo ya nos da la risa. Hay momentos que incluso hablamos despacio, como que parece que alguien más nos está escuchando y fuera a salir de la puerta del baño y darnos un susto. Momentos de pleno silencio, con foco encendido, posturas agresivas, atrezos, ojos brillantes y cuando nos damos cuenta, tenemos a nuestra espalda algunos curiosos que nos vigilan desde fuera de la cristalera y conociéndome, no cabe mas que salir y hacer algunas escenas de exterior, ocupando toda la acera y consiguiendo que salieran algunos de los bares cercanos, para ver qué ocurría allí delante con una modelo arrodillada y con una navaja de afeitar en la mano retando al cielo. Cuando la modelo se arrodilla, y es que no puede ser de otra manera que inocente, le sugiero en voz muy alta “GRITA FUERTE” y ella sin pensarlo grita a garganta desgarrada, si saber el por qué, si al fin y al cabo es una foto y no sale el volumen. Claro está que lo que deseamos es la cara desencajada de haber forzado el volumen de la voz. Para lo mismo, pero conseguir una cara de triunfo, le sugiero se ponga triste pero a la vez que levante la cabeza, casi exageradamente y luego ya lo voy contrastando y que vaya bajando el rostro, hasta dar mi conformidad. Los montajes fotográficos de terror son de lo más fácil, sin complicaciones raras y hecho con un PhotoShop - CS 4 (que es de lo mas básico en editores); si bien hay que saber que antes de ponerse a hacerlos, todo debe estar preparado con antelación, mostrándole a Noelia y a la vez a Richar, con mis manos la altura y hacia donde debe de mirar ella y los poses de cuerpo y manos, con gestos y enseñando la foto hecha y comentando lo que quiero cambiar. Este tipo de reportajes, son de lo mas entretenidos y de los que hay que poner todo el saber de fotografía, en poco espacio de tiempo. El que conozcamos las bases no quiere decir que las apliquemos, ya que normalmente no nos acordamos hasta que llegamos a casa pero, si en Luz y Tinta nos lo recuerdan a menudo, será más fácil de aplicarlo.
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Mama Fotos: Nadima Texto: Claudio Serrano Así titula Nadima este serie: “Mama”, con una palabra que traspasa fronteras, que aglutina sentimientos, que encierra en solo dos sílabas todo lo que no se puede expresar con palabras: emoción, amor, sonrisas, lágrimas, planes de futuro... Mamá, madre; madre, mamá, tanto da, cuando uno vuelve la vista atrás se encuentra reflejado en el espejo mágico de lo que es una vida. Por eso, al ver estas fotos, me han llegado dos reflexiones. En primer lugar, nostalgia por la madre perdida: quienes aún pueden abrazarla, como la joven de estas fotos, no sentirán, como yo y como cuantos han perdido a su madre marcándoles la dimensión temporal de la vida, la añoranza de los tiempos pasados y sobre todo la intensidad de aquella canción —lamento no recordar a su autor ni a su intérprete— que algunas veces canté de niño: “Madre/, la de cabellos de plata/ que en tu regazo sublime tanto me hiciste soñar./ Madre/, por la que siempre suspiro/ no quisiera verte lejos, ni ver tus ojos llorar.” La otra reflexión es menos entrañable y no por ello menos emotiva. Inmerso en las vueltas que da la vida —perdóneseme el tópico—, he recalado en una gran ciudad y desde aquí echo de menos la vida del campo; esa vida que nos recuerda muchas veces Nadima en estas series. En la de hoy, por eso mi recuerdo y mi añoranza, se puede ver a la madre y a la hija recogiendo palos sueltos de pequeño tamaño —en mi infancia asturiana los llamábamos “garbos”— que servirán para encender el fuego del hogar. Fue una actividad que también mi infancia compartí con mi madre y que hoy me recuerdan estas fotos de Nadima en las que podemos apreciar toda la fuerza del cariño materno-filial, a través de gestos de innegable complicidad.
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Olya Matveyeva
Fotos: Irina Dzhul
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Líneas Pepe Latas Formas sencillas, puras, dinámica y variadas puntos en movimiento trazos sueltos, sin formas definidas líneas que cierran espacios delimitando formas equilibristas con la gravedad elementos puros, visibles, imaginarios aristas articuladas volúmenes que se tocan y atrapan. Líneas infinitas líneas discontinuas líneas alejadas líneas cotidianas líneas cruzadas líneas curvas líneas expresivas líneas geométricas líneas estéticas líneas atrevidas líneas flexibles
al final, solo eso, líneas
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Imagen de Rudy and Peter Skitterians en Pixabay
Repertorio de
Fotógrafos Españoles
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Albajar & Altarriba Trabajan juntos desde 1988. Pilar Albajar es fotógrafa, licenciada en Filosofía y letras, y Antonio Altarriba es catedrático de literatura Francesa en la universidad del País Vasco, además de escritor, guionista e investigador. El procedimiento creativo del dúo se sustenta en la repartición de tareas y se asemeja a la creación cinematográfica. Entre los dos eligen los temas, y Altarriba, a modo de guionista, diseña las fotos, proponiendo la figuración y su distribución en el plano. Albajar se encarga de la realización. A través de fotomontajes de estética surrealista destinados a la interpretación del espectador, plasman un mundo imaginario en sus fotografías, creado a base de prejuicios, miedos y obsesiones. Así, en una de sus series más recientes, Tiranías, conceptos como el consumo, el dinero o la moda son escenificados por animales, mientras que en Vida salvaje se presentan situaciones cotidianas del hombre en plena naturaleza. El centro cultural Montehermoso de Vitoria- Gasteiz presentó en 2007 una retrospectiva de los autores desde 1988 hasta 2006. Se seleccionaron nueve series de imágenes digitales trabajadas a modo de collage, que ahondaban y expresaban con ironía y humor conceptos como el sexo, la soledad, la muerte o los pecados. Anteriormente habían participado en Fotofest (Houston, Texas EE UU 1992 y 1996) y Paris Photo 1999. Más recientemente, su obra ha podido verse en les Rencontres d’Arles 2011 (Francia) y en Mia Fair 2013 (Milán, Italia). Algunas de sus obras se encuentran en Artium (Vitoria-Gasteiz), el centro de Fotografía Isla de Tenerife, la Fondation Regards de Provence (Marsella, Francia) y el museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, entre otras colecciones. AGM Publicaciones seleccionadas Manufacturas, Departamento de cultura, Juventud y Deportes, Vitoria-Gasteiz, 2004; El elefante rubio: fotografías de 1988 a 2006, Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz, Vitoria-Gasteiz, 2007; Vida salvaje, Prensas de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 2008. www.altarribalbajar.com
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Primer premio
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Arquitectura en Asturias Durante el mes de diciembre de 2019, la Asociación Fotográfica Asturias a Contraluz (AFAC) organizó un concurso entre sus propios asociados sobre el tema “Arquitectura en Asturias”. Tras una cuidada votación se eligieron tres premiados: Oscar Montes Carrera, Jacobo Rodríguez Pérez y Susana Ramírez Hervella. Con las fotos más votadas se organizó una exposición que se exhibió en Pola de Laviana durante los meses de enero y febrero. A continuación se recoge dicho conjunto de fotografías con la arquitectura en Asturias como referencia.
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Segundo premio 278
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Nuestro Número 100 Después de haber anunciado casi a a bombo y platillo los trabajos que estábamos haciendo para acompañar y celebrar la salida de nuestro número 100, esa cifra que recuerda una constancia y una presencia en la red durante años ininterrumpidos de trabajo y de ideas en torno a la fotografía y a los relatos cortos; después de habernos reunido con un grupo de amigos y moldeadores asturianos con el fin de perfilar el evento; después, en fin de haber puesto sobre el tapete ilusión y ganas, que nunca nos faltan; después de todo ello nos vemos en la necesidad de anunciar nuestra impotencia frente a las circunstancias. En la situación que atraviesa España, con el “coronavirus” marcando de cerca todas las previsiones sanitarias, se nos hace imposible seguir con el proyecto. Cuando se cierran Universidades y Colegios; y cuando se obliga a celebrar algunos eventos deportivos a puerta cerrada, LUZ Y TINTA no puede asumir el riesgo de celebrar algunos eventos que, quizás cuando llegue la fecha, a mediados del próximo mes de abril, inlcuso pueden estar prohibidos por este cerco a la enfermedad y su contagio que poco a poco las autoridades sanitarias van estrechando más. Ello no quiere decir que renunciemos a nuestra celebración. Solamente, en vista de la situación, aplazamos todo sine die. Cuando paren todas las alarmas y recuperemos el sosiego que ahora nos falta, volveremos a hablar del tema y celebraremos como se merece nuestro número 100, aunque para entonces haya aparecido más números, sean los que fueren. Lo importante es seguir cabalgando.
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Foto: A lejandro RamĂrez Ă lvarez.- Primer Premio
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“Semeyas” de Candamo El Ayuntamiento de Candamo entregó el viernes 6 de marzo los premios de su concurso de fotografía ‘Semeyas de Candamu’ (fotos de Candamo, en asturiano), en su edición del año 2020 y cuyo primer premio recayó en Alejandro Ramírez, de Piedras Blancas, por la obra ‘Reflejos de San Román’. El fotógrafo recibió además una mención especial del jurado por la calidad de las imágenes que aportó al concurso. El segundo premio fue para la fotografía ‘Rocío’, del ovetense Francisco Donate, y el tercero, para Paula Sierra, de Pillarno, por la obra ‘Martina y niños». La alcaldesa, Natalia González, y la concejala de Cultura, Marta Menéndez, hicieron entrega de los galardones, en un acto en el que se abrió la exposición de las obras presentadas al concurso, que llega a su cuarta edición, y en el que estuvieron presentes los miembros del Jurado que discernió los premios: José Luis Cuendia, “Guendy”, Mario Eduardo Blanco García y Francisco Trinidad, genuina representación de Luz y Tinta. La exposición estará abierta hasta finales de mes en el palacio Valdés Bazán, en San Román. (Miércoles a viernes: De 10:00h a 14:00h. y de 17:30h a 20:30h. Sábados y domingos: De 10:00h a 14:00h. Cerrado: lunes y martes. Entrada libre).
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Foto: Francisco Donate Lรณpez.- Segundo Premio
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Foto: Paula Sierra.- Tercer Premio
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José de Armando Palacio Valdés en reedición de Francisco Trinidad Durante los meses de febrero y marzo de 2020 se llevarán a cabo una serie de actos en torno a la novela José, de Armando Palacio Valdés, que ha sido reeditada por el Centro de Interpretación Palacio Valdés, de Entralgo, Laviana. José fue publicada en 1885 —se cumplen, pues, 135 años de su publicación en este mes de febrero— y es una novela “de costumbres marítimas”, como la subtituló su autor en el momento de su aparición. Tiene como vehículo narrativo una historia de amores contrariados y como fondo del cuadro un pueblo de marineros, Rodillero, del que el narrador, consciente quizás de su ambivalencia, da los suficientes datos, unos reales y otros contradictorios, para que dos localidades asturianas, Cudillero y Candás, disputen literariamente ser el escenario escogido por don Armando.
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Reportaje fotográfico de Vidarte Laso (AFAC) durante la presentación de José en Laviana
Diversos momento de la presentación en L aviana el 27 de febrero de 2020, con participantes de Avilés, L aviana y Carreños.
En cualquier caso, y al margen de discusiones ‘literarias’ de mayor o menor calado localista, la naturaleza se manifiesta en José a través de la tensión entre el pueblo y el mar, entre Rodillero y un mar Cantábricoque aparece en todas sus exteriorizaciones, desde la calma a la tempestad, desde la quietud más absoluta a la galerna más peligrosa. El mar el mar está siempre presente en la novela, por activa o por pasiva, como un personaje más, en una novela que tiene un puñado de personajes bien trazados que dan dimensión narrativa a un relato sencillo pero de una calidad humana indiscutible. Esta edición ha corrido a cargo de Francisco Trinidad que ha escrito la introducción y las notas con que se acompaña. La fotografía de portada es de José Luis Cuendia, “Guendy”.
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