Núm. 101 - Abril de 2020
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Está claro que nuestro objetivo no es ni puede ser la actualidad, pues en un mes el mundo gira tan deprisa que resulta imposible incluso entender una sola de sus vueltas cuanto más las treinta que la tierra da sobre sí misma. Pero como tampoco vale aquello de Mafalda de parar el mundo y bajarse a dar un paseo, hay veces que tenemos que hacer un guiño a lo que pasa a nuestro alrededor, más que nada porque inmersos en ello estamos. Nihil humanum a me alienum, que dijo el clásico. Y lógicamente, en la situación en que estamos viviendo es imposible esquinarse y dejar pasar la amenaza del Coronavirus porque nos tiene pillados por donde más duele y a veces aprieta inmisericordemente. Por ello, le dedicamos unas páginas especiales a esta pandemia que nos ha recluído en nuestras casas y nos ha enfrentado al espejo de una realidad distinta. Desde la dirección de Luz y Tinta propusimos a estos colaboradores que escribieran de y sobre el confinamiento, sin más indicaciones; y cada uno lo ha heho a su manera. Desde la pasión sin futuro que nos relata F.T. —por cierto, saltándose el confinamiento, pero ya se sabe que no pueden ponerse puertas al campo sexual— hasta las rutinas que atenazan a los personajes de Gloria Soriano, pasando por ese grito de angustia que desde la ciudad y el campo profieren José María Ruilópez y Monchu Calvo respectivamente. Todo ello envuelto en las fotos de José Pérez Blanco, hechas desde su ventana, referencia del mundo cerrado en que nos movemos en estos días, como correlato de las fotos de Semana Santa que añora Ildefonso Robleso. Alguna cosa más queda por el medio, como ese relato de Mario Eduardo Blanco que se presenta como una novela de espías cuando en realidad es un relato de terror. Para otro número, o quizás para el recuerdo, quedarán los análisis políticos: a nadie se le escapa que la deriva de Torra y de Ayuso es solo un pulso con el gobierno central que a nada ayuda, salvo a mantener a ambos en sus respectivas paradojas, perdón, quise decir responsabilidades aunque se trate de dos irresponsables. Para otro número, y también para el recuerdo, las consecuencias de este terremoto social y económico que nos sacude con la fuerza de aquellos cosacos de la zarzuela, “que en la guerra son un rayo y en la paz un huracán”. Mucho de guerra y de huracán tiene esta situación que ha trastocado nuestras vidas en los dos últimos meses y que amenaza con seguir subvirtiendo cuantos valores creíamos como inmutables hasta que el susodicho Covid-19 se colara de rondón en nuestras preocupaciones. El resto de este número 101 es una sucesión de buenas fotografías provenientes de objetivos muy diversos que, entre colaboradores habituales y ocasionales, suman más de 300 páginas, yéndose otra vez del objetivo marcado. Me había propuesto no sobrepasar las 250 páginas por número, pero en esta ocasión —la excepción que confirma la regla— el coronavirus y su aleteo insomne me ha dejado tiempo suficiente para este exceso, aunque en los próximos números tendremos que administrar los contenidos a fin de no sobrecargar un trabajo ya de por sí grande. Habrá que dejar colaboraciones de un número para otro, ya veremos cómo, y tomaremos otra medida: las “fotos seleccionadas” hasta ahora se subían cuando alcanzaban los 15 votos a favor o favoritos. A partir de este mismo mes subiremos la exigencia a 20 favoritos, con lo cual disminuirá el número de fotos seleccionadas y a su vez el número de páginas de la revista y consecuentemente el trabajo de composición. Francisco Trinidad
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Nuestra foto de portada:
José Ángel Viesca, “Kamarón”
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Foto del Mes. DAVID D José Luis Cuendia, “Guendy”, Betty Moreno F.T., Pasión sin futuro José María Ruilópez, Como una pesadilla José Pérez Blanco Gloria Soriano, Rutinas Mario Eduardo Blanco, Sólo para vuestros ojos Laudelino Vázquez, Del amor y las plagas Monchu Calvo, Confinamiento en el mundo rural Aventuras y embelecos del Caballero de Gracia Indefonso Robledo, Tiempo de pasión Fotos seleccionadas, abril 2020 Pepe Latas, Fotografía IR Nadima / Claudio Serrano, Ballet, magia y ensueño Irina Dzhul / Segundo Korda, Maternidad apache Alejandro Ramírez Jacobo Rodríguez Pérez José Vidarte, Peces de distintos continentes (y 2) Maykel Reyfman Carlos Albalá Fotografías que despertaron conciencias
PROMOTOR y DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Francisco Trinidad DIRECTORA DE COMUNICACIÓN: Lola González
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Número Mayo de 2020
Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com
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David D La foto del mes corresponde a David Dubnitskiy, a quien en Moldeando la luz conocemos como David D, uno de los fotógrafos más laureados a nivel internacional en su estilo de fotografía erótica y sensual. Ha impartido master class en casi todas las capitales de Europa, este año a partir de Marzo inicia una nueva gira fuera de su Ucrania natal. Fue fotógrafo del mes en la versión Ning2 de Moldeando la luz. Lo que David Dubnitskiy nos dice de sí mismo: “Pasé mucho tiempo para convertirme en profesional en mi campo. En mis clases magistrales, quiero transmitir toda mi experiencia, para mostrar todos los escollos que he atacado y durante mucho tiempo no pude encontrar una solución. Para los fotógrafos novatos, esto debería ser un gran aumento. Al final de cada clase magistral, como siempre, algunas lecciones prácticas para fotógrafos jóvenes y experimentados. En mi fotografía, visualizo las fantasías y los deseos de muchas personas.”
❦❦❦ Tenía previstas Master Class en Ljubljana. Eslovenia, KNEB, Moscú, Berlín, Los Ángeles, Barcelona, Warsaw, Guadalajara (Mexico) y Mexico City, todas ellas suspendidas por la funesta evolución del Covid-19.
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Nuestra foto del mes de abril
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José Luis Cuendia, “Guendy”
Betty Moreno Igual que la luz surge de la oscuridad, la contradicción es esencial para entender cualquier historia, cualquier razonamiento. Si no fuera por el interés que me suscitó Betty después de la visita que realizó a mi estudio, por razones que no vienen a cuento ahora, pensé en no llamarla, a pesar de que habíamos concertado cita previa para la sesión, pendiente de confirmar. El día de la entrevista hasta Thelma mi pastora alemana había estado impertinente con Betty a pesar de que a ella le encantan los animales y en especial los gatos. Unos días antes de la fecha fijada la llamé y me dio la impresión de que estaba muy animada, y a pesar de que tenía la cabeza en otros proyectos que estaba terminando “Vanitas”, necesitaba empezar algo nuevo, así que le confirmé la fecha señalada para la sesión. Creo que todos en algún momento después de terminar un proyecto necesitamos empezar de nuevo con todas nuestras energías, y es curioso porque ese proceso de volver a empezar algo nuevo, llamémoslo renacer, está relacionado con la muerte; pues para renacer primero hay que morir, y morir es tocar fondo, asumir lo negativo de la vida que nos toca vivir, enterrarlo, para desde ahí comenzar a renacer con nuevos trabajos. Así que ya casi dejado de lado mis trabajos sobre “Vanitas” y la muerte, pendiente de alguna que otra nueva incorporación, comencé mi trabajo con Betty. Fue todo un acierto, Betty fue como un bálsamo, aunque a veces insegura, eso solo fue cuestión de poco tiempo, pronto comenzó a sentirse segura de si misma y a dar todo lo que ni ella sabía que podía dar. Pronto llenó el plató con su seguridad y figura. Según fueron pasando las horas cada vez se sentía más segura de si misma. Cuando la mujer decide dar da de verdad, cuando se abre a ti y deja que la mires para que comiences a escribir con la luz, ahí sale todo, y eso es inteligencia, si eres capaz de abrir y liberar sus emociones, es cuando el fotógrafo y la modelo están abiertos a la creación. Betty es un encanto de mujer, tiene dotes para la interpretación, participa en un grupo de teatro, lo alterna con sus estudios de empresariales, es una chica que tiene la cabeza sobre los hombros, o como dicen los ingleses “keeps his feet on the ground”, Es una persona juiciosa y como todo ser realista es muy equilibrada, y con unas grandes ganas de aprender. Así que el día se nos fue volando, hasta el gato Lucas que apareció por el estudio posó con ella, lo que demuestra que tiene buena mano para los felinos, pues a estos les mata la curiosidad, pero la relación es siempre cuando ellos quieran, siempre van por libre, forma parte de esa independencia que admiro de ellos, y la verdad es que hicieron muy buenas migas, allí dónde le colocábamos allí se quedaba Lucas, en el pasado número hay una foto donde Betty vuela sobre Venecia, haciendo un guiño a esa novela de culto de Michael Ende, ella es el simpático dragón y a sus lomos Lucas hace de Bastian, como en la “Historia interminable”. Así me gustaría que fuera nuestra relación de fotógrafo-modelo, porque estoy seguro que Betty aún tiene mucho que ofrecer, que por cierto, hay algunos proyectos de cortos de cine, donde estoy seguro que si acepta encajaría a la perfección. Pero para eso, es necesario que antes termine el confinamiento, y que termine de una manera fiable, venciendo al jodido virus, y no cerrar esta crisis humanitaria en falso, porque si las cosas no las hacemos bien, tardaremos en hacer fotos o rodar vídeos. Gracia Betty, un honor trabajar contigo. .
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Fotos: JosĂŠ PĂŠrez Blanco
Especial Coronavirus
Coronavirus
A bordo del Coronavirus Uno no sabría decir si esto del Coronavirus, y todas las modulaciones que lo acompañan, es en realidad un viaje a ninguna parte o un sueño quimérico que comenzara con un cuento de hadas. Aunque quizás, quizás sea solo una suerte de embriaguez colectiva en la que participamos por igual abstemios y dipsómanos. Si fuera un viaje no me cabe duda que comenzó en aquel bajel pirata del que hablara Espronceda para proseguir en un tren de ajetreada vida nocturna, acaso aquel Orient Express que conoció Agatha Christie, para rematar en un trasatlántico de mucho aforo que no quiero pensar que fuera el Titanic o algunos de sus semejantes. Si fuera en realidad un mal sueño está claro que comenzó con un cuento de hadas de esos que dejan su huella empapada en la almohada. Acaso Blancanieves o la bella durmiente condenada a dormir fuera del tiempo, hasta que los labios de un príncipe errante se posaran sobre los suyos y ambos, princesa cien años dormida y príncipe desde ya enamorado, contemplaran las flores del camposanto que, según las viejas canciones, cuando las mueve el viento parece que están llorando. Llorando lógicamente por esta maldición en forma de muerte que nos envuelve como si el mundo hubiera renunciado a girar sobre sí mismo y se hubiera empeñado en precipitarse desde lo alto de un acantilado sobre las ocultas rocas de la bahía. Y si fuera realmente una borrachera colectiva, lo peor será la resaca del día siguiente. —29
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Pasión sin futuro F.T.
Siempre recordaré aquellos días encerrado en casa por la pandemia del coranavirus. Supongo que como todo el mundo al que le tocaran días de encierro. Fueron muchos días, muchas semanas… como para no recordarlo. Por desgracia, además, me tocó pasarlos a solas. Mis padres estaban en Madrid, ayudando a mi hermano con sus gemelos, y allí se quedaron. Mi hermana, que estaba aquí conmigo, la misma noche en que se decretó el confinamiento cogió su coche y se marchó a Salamanca con su novio. Así que me quedé solo, al pie del teléfono, al tanto del WhatsApp y charlando de vez en cuando con algunos amigos a través del Skype. Desde la empresa me recomendaron que cumpliera a rajatabla el aislamiento y comenzaron a mandarme tareas para hacer en mi ordenador y remitirles por correo electrónico o a través de una plataforma de intercambio de datos que aquellos días fue mi contacto más directo con el mundo real. Porque lo del aislamiento fue bastante virtual hasta que apareció Nuria, ya en la tercera semana de aislamiento. Yo seguía con la rutina que me había impuesto: trabajar por la mañana, cocinar todos los días las únicas cosas sencillas que sé hacer, dormir una buena siesta y pasar la tarde leyendo y las noches, antes de acostarme temprano, pegado al televisor donde veía series y películas que me aislaban del aburrimiento. Eso sí, a las 8 en punto salía al balcón, como todos, y aplaudía como forma quizás de conectarme con el mundo de alrededor. Miraba a los vecinos, a los de los lados y los de enfrente, todos aplaudiendo en la primera penumbra del atardecer; miraba sin distinguir rostros, solo siluetas, sombras quizás como la mía. Hasta que un día alguien, a voz en grito desde su balcón, convocó a todos los presentes para el día siguiente, a la una de la tarde, para tomar un aperitivo juntos y cantar a coro lo que fuera surgiendo. A la una en punto de aquel domingo de abril salí a mi balcón con una copa de vino en la mano y vestido como si fuera a tomar el aperitivo en el bar, como acostumbro. Hasta entonces había salido siempre al balcón en el chándal que uso para andar por casa, total nadie iba a verlo en el claroscuro de ocaso; pero aquella vez me apareció más oportuno salir vestido, al igual que observé habían hecho todos los vecinos. Nada más salir, todo el mundo con una copa o un vaso en la mano, de una de las ventanas comenzó a salir música en un tono agradable: primero un par de pasadobles, luego un corrido mexicano y después un popurrí de cumbias —música popular, vaya— para terminar con el Resistiré del Dúo Dinámico que aquellos días era una especie de banderín de enganche para invocar la esperanza. Resultó agradable aquella copa de vino con la compañía “virtual” de unos vecinos tan necesitados como yo de salir del ostracismo al que nos condenaba aquella enfer-
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medad que por fin hemos superado. A mí me resultó, además, especialmente entretenido porque me fijé que en un balcón del quinto piso del edificio de enfrente bailaban dos mujeres con especial voluntad: una chica más o menos de mi edad y una señora algo mayor que supuse su madre. La chica llevaba una sudadera de color mostaza que no la dejaba pasar desapercibida y movía las caderas invitando al baile, dueña del ritmo de la música que nos envolvía y consciente quizás de los ojos que seguían su vaivén. De vez en cuando paraba el baile, levantaba su copa y tomaba algo —quizás aceitunas, quise pensar— de un platillo que tenían en la pequeña mesa que ocupaba la mitad de su balcón. Cuando terminaron las últimas notas del Resistiré, madre e hija cerraron su balcón y yo me quedé mirando, abstraído, con el sol dándome en la cara y la sensación de estar viviendo una situación que no entendía. A los pocos días, quizás el martes o algún día después, me encontré a la chica de la sudadera mostaza en el hipermercado que tengo debajo de casa y a donde bajaba diariamente a hacer la compra básica: pan, leche y otros alimentos cotidianos y a veces vino o cerveza para mantener la despensa alerta. Dudé al verla de si acercarme o no, sobre todo porque ella iba pertrechada con guantes y una mascarilla marcando sus distancias. Al final, después de reprimir todos mis recelos, me acerqué a ella, la saludé, le dije que la había visto aquellos días en el balcón y ella, que también me había visto, me dijo que se llamaba Nuria y se plegó a una corta y tópica conversación: qué tal, cómo lo llevas, qué duro, a ver si acaba pronto… Cuando ya nos despedíamos se dio media vuelta y me preguntó: “¿Tú estás solo?” “Sí, le dije, mi familia está fuera; pero aguanto bien” Fue entonces cuando le pregunté si bajaba todos los días a la misma hora. A partir de aquel día, y durante una semana, coincidí casi todos los días con ella y, manteniendo las distancias, charlamos siempre un buen rato, hasta que un día, sin pensármelo dos veces, le dije que se viniera a casa por la tarde, que podríamos ver una película juntos, charlar y si acaso merendar un café y unas galletas, que era lo que yo solía
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Coronavirus tomar. No contestó. Era sábado, porque al día siguiente, domingo, volvimos a compartir aquel aperitivo “virtual”, escuchando aquella música popular, tan propicia para el ritmo de sus caderas, y compartiendo a distancia una copa de vino. Yo levanté la mía varias veces, siempre en dirección a Nuria, y ella hizo lo mismo, deteniendo su bailoteo y alargando su brazo como si quisiera rozar mi copa. No sé por qué, a pesar de la distancia, adiviné en sus ojos un brillo de travesura. Aquella misma tarde, cuando iban a ser las 6, sonó mi timbre en el portal. “Soy Nuria”, dijo. No traía mascarilla, ni guantes, y cuando abrí la puerta, me dio un beso breve en la mejilla. —¿No tienes miedo al contagio? —le pregunté sorprendido. —Ninguno —dijo resuelta. Entró en mi casa, nos acomodamos en el salón y compartimos el café y las galletas que suelo tomar todos los días a esta hora. Luego buscamos una película en Netflix, aunque no la seguimos porque nos dedicamos a hablar, contarnos nuestra vida, indagar en la del otro y de vez en cuando reír, reír en compañía por cualquier nonada como hacía tiempo que añoraba. Cuando dieron las 7:45 se levantó —“Es la hora de los aplausos, vecino”—, me dio otro beso, creo que no tan breve como el primero, y se despidió con un “Volveré otro día” que dejó abiertas de par en par las compuertas de mi imaginación. Aquella tarde, mientras aplaudía en el balcón, mis ojos no la abandonaron un momento: sus caderas como dos gacelas al galope, la silueta de sus hombros que se estremecían al compás de su aplauso y sus ojos, también fijos en mí, nutrieron mi sueño aquella noche y el desván de mis deseos hasta la tarde siguiente, en que volvió a sonar mi timbre y volvimos a repetir las dos horas vespertinas del día anterior. Y así seguimos varios días, compartiendo café, galletas —ella trajo una de aquellas tardes un bizcocho que nos acompañó varios días— y charla desbocada, hasta que un día, mientras veíamos una escena en una de aquellas películas a las que no siempre
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prestábamos la atención debida, ella se acercó a mí, buscó mis labios con los suyos y dejamos que nuestras lenguas primero, pero después también nuestras manos y nuestros pechos, dieran rienda suelta a una pasión desbordada que nos llevó a la cama, donde nuestros cuerpos ardieron en la urgencia del momento y donde el tiempo comenzó a transcurrir sin prisas. Cuando a las 20:00 horas se iniciaron los aplausos, Nuria comenzó a vestirse a la carrera, sudorosa y arrebolada, y de igual modo bajó las escaleras de mi casa y subió en el ascensor hasta la suya, de modo que a las 20:04, cuando ya declinaba la fuerza de las palmas de nuestros vecinos, asomó la cabeza en su balcón, junto a su madre, aplaudiendo ambas con la emoción cotidiana y despertando en mi ánimo un tropel de sensaciones encontradas. Durante las semanas que duró el confinamiento nos sumergimos en aquella rutina: casi todas las tardes se vino a mi casa, merendábamos, charlábamos, hacíamos el amor de vez en cuando y dejábamos que aquel tiempo provisional transcurriera, si no con alegría, al menos con un toque de complicidad que estábamos seguros mucha gente necesitaba también y quizás más que nosotros. Algunas tardes cambiamos el café por unas cervezas y las galletas por unos embutidos. No éramos conscientes en cambio de estar violando ninguna regla ni ninguna norma del aislamiento frente a aquel virus incontrolable. Nuria me confesó una tarde que su madre, acaso más prudente que nosotros, no estaba muy de acuerdo con aquellos encuentros nuestros, por más que nosotros solo pensáramos en el momento y la ocasión de aquel paréntesis en la rutina diaria que venía sobre todo a abonar mis sueños y, luego lo entendí perfectamente, la esperanza de Nuria en una situación un pasó más allá de la enfermedad. Por eso la última tarde, cuando ya se nos había anunciado que desde el día siguiente haríamos vida normal, nos dejamos envolver por la melancolía. ¿Volveremos a vernos? Nuria parecía más contenta que yo. ¿Volveremos a vernos? Repicaban campanas en la
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Coronavirus esp a d a ñ a lejana de una ermita quizás rodeada de un campo de amapolas. ¿Volveremos a vernos? Cuando lo pregunté por tercera vez, Nuria me miró profundamente, buscando quizás en el fondo de mis ojos un brote de tristeza, y me dijo, distante y convencida: “Somos vecinos, ¿no?”. Vecinos éramos y al día siguiente pude comprobarlo a media mañana. Con la emoción que suponía tener por fin abiertas las puertas del mundo —tal sentía tras tantos días de reclusión domiciliaria—, me propuse bajar a la compra y reponer los huecos de la nevera para luego dar un largo paseo, tomar un vinito y un aperitivo en algún bar que estuviera abierto y proseguir el día con ocupaciones que se habían esquinado en los días precedentes. Bajé, pues, al hipermercado y en la acera de mi propio edificio me encontré a Nuria, acompañada de otra chica que no conocía, ambas charlando animadamente y sonriendo con convicción. Nuria, sonriente, despreocupada, me presentó a su amiga con un rictus de connivencia: —Gloria, mi novia. Ha pasado estos días en Madrid, donde estudiamos ambas y vive con su familia, pero en cuanto levantaron el aislamiento oficialmente cogió el coche y se ha apresurado a venirse conmigo. Me decía todo esto eufórica y distendida, sin dejar de tocar a Gloria y sin dejar de tocarla, cogidas de la mano, se alejaron calle adelante, para abrazarse por la espalda mientras caminaban y Nuria, intencionadamente, toqueteaba los glúteos de su novia en una caricia turbadora. Antes de dar a vuelta a la esquina, se volvió y en su sonrisa maliciosa quise adivinar una despedida, un encubierto y no presentido adiós. Aquella tarde, a las 20:00 horas, eché de menos los aplausos de días anteriores, igual que dos horas antes había extrañado la compañía de Nuria, su risa nerviosa y su cuerpo grácil como el recuerdo y huidizo como los compromisos no expresados.
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José María Ruilópez
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Como una pesadilla Un paseo desesperante por la ciudad vacía hasta el aplauso de las ocho de la tarde* Hay mañanas en las que nada más asomarme a la ventana me doy cuenta de que estoy confinado, es decir, preso; y me rompo la cabeza pensando en qué delito cometí para caer en esta encerrona sin sentencia ni condena legal alguna como culpable. Y recuerdo mis días anteriores de paseos, de charlas, de bares, de compañías, y ahora me parece que estoy solo en el mundo. No aguanté más. Bajé a la calle. Y comprendo que, en silencio, todos se han ido. Que estoy viviendo una vida de ciencia ficción. Un tráiler en el que soy protagonista de una pesadilla. Miré la hora y cuando levanté la vista eran las doce del mediodía y seguía sin aparecer ninguna persona. Estaban los mismos paisajes, idénticas playas, los coches aparcados, los edificios a oscuras, los comercios sin luces y un silencio desconocido sobre el que resonaban mis pasos indecisos y delatores. Palpé el bolso de la camisa y noté la presencia del teléfono. Menos mal, no estaba ni en el más allá ni en el pretérito. El teléfono móvil me daba una referencia de realidad. No estaba todo perdido. Me acerqué al escaparate de una tienda de electrodomésticos y había un televisor encendido. Mostraba unas escenas de urbes vacías. No tenía sonido. Como si, cuando todos se fueron, alguien se hubiera olvidado apagarlo por las prisas. La puerta estaba cerrada con llave y no se veían empleados dentro. Recordé un viaje que hice a Alemania y entré a ver la catedral de Colonia. Ensimismado, observando sus vidrieras, se fue marchando todo el mundo y me quedé encerrado varias horas en el templo hasta la misa siguiente. Fue tanta la vergüenza que noté que, cuando el cura abrió los enormes portones y me vio sentado en la bancada, echó a correr por la nave central hacia el retablo tal vez pensando que era un cristo que había bajado del altar cansado de tantos años de sacrificio clavado allá arriba poniendo cara de sufrimiento.
* Publicado previamente en La Nueva España de Gijón, 16.04.2020
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Coronavirus Después de recorrer varias calles vi un perro merodear tras unos contenedores de basura. Me acerqué, y el perro, al verme, se quedó inmóvil. Cuando crucé la calle y llegué a la acera vi una mujer tendida en el suelo. Tenía los ojos cerrados, expresión de felicidad y llevaba una correa en la mano. Me entró un miedo irracional. En unos segundos repasé toda la gama de gestos que debía hacer ante un caso así. Cogí el teléfono y llamé a emergencias. Al poco oí una voz grabada indicándome que marcara diferentes números según mis necesidades. Me harté de marcar y de balbucir lo que me ordenaba aquella voz monótona, pero ni me entendía ni me hacía caso, y pasó un buen rato repitiendo insistentemente el mismo repertorio. Hui de allí pensando que aquel debía ser mi delito: el asesinato. Tal fue el pavor que me invadió, que caminé y caminé alejándome tanto de mi domicilio que no pude comer. Y estaban todos los bares cerrados. Eran más de las cinco. Ya me parecía que habían pasado demasiadas horas para ser una broma, una cámara oculta, o alguna de esas tonterías que circulan por las redes sociales en las que podía haberme quedado atrapado. Para meditar, me senté en un banco del parque. Solo había algunos gorriones juguetones que picoteaban el suelo. A mi derecha, había una marquesina de autobús. Podía ser mi salvación, pensé. Pero tras más de una hora no apareció ningún transporte público, y eso no era lógico. Fui hasta una parada de taxis y los coches no tenían conductor. Empezaba a oscurecer. Algunas calles estaban medio a oscuras, sin alumbrado público. Vi una sombra tras una esquina. Corrí hasta allí, pero no había nadie. Creí escuchar el sonido de una moto. Luego el ulular de una sirena de ambulancia. Me llegó el olor de un guiso reciente. Miré el reloj cuando faltaban unos minutos para las ocho. Algunas ventanas se iluminaron, después los balcones se abrieron, y al poco se asomaron docenas de personas y empezaron a aplaudir y a gritar. Todos me miraban. Todos se reían. Yo los miraba y ellos me saludaban. Estaba en lo cierto. Era el protagonista del tráiler. Era cierto lo que decía aquella carta del hospital comunicándome el resultado negativo. Saludé. Sonreí. Agaché la cabeza... La pesadilla había terminado.
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José Pérez Blanco José Pérez Blanco, nacido en 1961 en La Camocha, Gijón, es profesor de Primaria y de Educación Física. Es campeón de Asturias de tiro con arco. Se ha dedicado con asiduidad a la fotografía deportiva, así como a la fotografía Etnográfica y también de Graffitis ya que tiene algunos amigos que se dedican a ello Es aficionado a los viajes y a la bicicleta, de hecho ha recorrido toda España en ella, así como desde Alemania a Italia a través de los Alpes, el Pirineo entero y la Occitania Francesa. *** Las fotos que ilustran este ‘Especial Coronavirus,’ captadas desde su ventana durante el confinamiento, pertenecen a una serie dedicadas al banco que se ve desde su ventana y en el que suele parar gente variopinta.
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Gloria Soriano
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Rutinas El repartidor le ha traído un pollo hermoso, amarillo, entrado en carnes. Duda que sea de corral. Si correteara libre de aquí para allá no engordaría tanto, como tampoco engordaba ella con todo ese ajetreo de ir de una habitación a otra limpiando los rincones. Reserva un filete de pechuga para comer, y congela el resto en raciones individuales. A la hora que su marido solía llegar de trabajar, ella prepara cada día el té y destapa el retrato colgado encima del sillón. Entre sorbo y sorbo, le habla de lo que ha sucedido dentro de la casa o fuera, en el jardín de la comunidad, lo único que ve desde sus ventanas. Hace años que no pisa la calle. El patio está raro, dice al marido que está como recién llegado de la oficina. Posa sentado en una silla, un poco de perfil, ajeno a la cámara, con la chaqueta azul que ella le tejió; del brazo apoyado en la esquina de la mesa cae una mano muerta donde descansa la otra mano; el pelo casi negro, la barba casi blanca, la boca carnosa con un gesto de abandono, la mirada perdida; a veces parece que piensa, a veces que dormita. En el patio no hay niños, continúa diciendo la mujer, y han precintado los juegos infantiles como si hubiera un socavón. Tampoco vuelan las urracas. Solo veo a un pájaro negro de pico anaranjado que va de barandilla en barandilla, y al moscón de la jardinera. El hombre no hace comentarios. Aunque estaba acostumbrada a sus pocas palabras, le habría gustado oír algo tranquilizador. Si la culpa de estas ausencias la tuviera un socavón en el parque infantil, los arreglos iban a costarles dinero. Doce años antes, después de haber cambiado varias veces de vivienda, había animado a su marido para hacer otra mudanza. Él le hizo prometer que sería la última. Firmaron las escrituras convencidos de adquirir un nuevo hogar para toda la vida. Al mes de haberse trasladado, con cajas aún sin desembalar, enviudó a causa de un accidente que la mantuvo varios meses hospitalizada. De vuelta a casa, decidió retomar la organización del espacio tal como lo habían planeado, sin escuchar a quienes le aconsejaban instalarse en un lugar más pequeño y cerca de la familia. Ella estaba dispuesta a cumplir su promesa. Los días se parecen entre sí, pero las horas son distintas, ocupadas con diferentes tareas. Siempre tiene algo que hacer. Pasea por la terraza con buen tiempo, y por el pasillo en los días de lluvia. Para limpiar el piso no utiliza fregona, tampoco se arrodilla. Sin mover los pies, avanza por el suelo con las manos, se estira para frotar en los rincones con una bayeta que sujeta alternando de mano, para dar a todos los músculos la misma oportunidad. Después retrocede y cambia de baldosas. Aunque
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la casa está limpia, repite su tabla gimnástica tres veces a la semana. Cuando el reloj da las seis, charla con su marido. Detrás de los cristales que antes limpiaban las empleadas, prosigue la mujer, hay padres e hijos que parecen sillas inseparables del ordenador, donde había un sofá han montado una tienda apache, y en el piso de enfrente puedo ver a una señora rolliza en bañador tumbada panza arriba, agitando en el aire pies y manos como una tortuga. En estos últimos años ha habido tantos cambios de vecinos que ya no conozco a nadie. La mujer recoge en una bandeja la tetera fría, las dos tazas, la jarrita con la leche, el azucarero, el plato sin pastas, las servilletas de hilo sin desdoblar, y lleva todo a la cocina. Es el momento de bajar las persianas, pero no lo hace, los días están creciendo y la luz del crepúsculo aún llega a las habitaciones. Espera en la penumbra hasta que el retrato de la pared se desvanece entre las sombras. Entonces se acerca a la ventana y ve gente asomada a los balcones, aplaudiendo al jardín con un entusiasmo contagioso. Ella, detrás del cristal, les imita y aplaude fuerte y sordo. Después baja la persiana, enciende la luz y cubre el retrato con un paño. Antes de quedarse dormida recuerda la agitación de las hojas de los arbustos y ciruelos en la parte soleada del jardín, y la quietud que reinaba en las sombras. No entiende el rumbo de los vientos del mes de marzo. Por la mañana, cuando abre las ventanas para ventilar, otra vez se cuela el moscón. Persigue su zumbido por toda la casa hasta que consigue aislarlo en el dormitorio. Cuando por fin se va, cierra las ventanas hasta el día siguiente. Dos pájaros negros de pico anaranjado se retan a vuelos, la mujer tortuga hace gimnasia, los hombres silla están atentos a su ordenador, los niños apaches se esconden en la tienda. A la hora del té comenta con su marido lo de los aplausos, y a las ocho decide no bajar la persiana antes de que sus vecinos se hayan retirado. Minutos más tarde los ve aplaudir de nuevo. Ella también. Cuando cesan las palmadas, ellos continúan asomados al jardín. Algunos se saludan con la mano. Después de la tercera tanda de aplausos corren las cortinas y las vidas regresan al interior. Una tarde abre la ventana y oye la canción que precede al segundo aplauso, y a un guitarrista en directo acompañando las notas con su voz, antes del aplauso final. El músico vive tan pegado a ella que tiene que estirar el cuello para verlo. Hoy, pendiente de que den las ocho, se le olvida la hora del té.
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► En el patio no hay niños, continúa diciendo la mujer, y han precintado los juegos infantiles como si hubiera un socavón. Tampoco vuelan las urracas. Solo veo a un pájaro negro de pico anaranjado que va de barandilla en barandilla, y al moscón de la jardinera.
Mario Eduardo Blanco
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Sólo para vuestros ojos Una extraña llamada Aquella mañana me levanté extrañamente tarde para lo que suele ser habitual en mi. Entregado como estoy a realizar un intenso trabajo recogiendo mis memorias no puedo permitirme el lujo de perder demasiado el tiempo así es que, entre esta labor ardua y en plena lucha contra una memoria que a estas alturas comienza a mostrarse ligeramente frágil, un par de horas dedicadas a tratar de mantener la digninad de un cuerpo que, en otro tiempo se mostró bastante más poderoso y eficaz, y la obligada lectura que me permita mantener mis neuronas a raya, suelo pasar la mayor parte del tiempo de mi voluntario apartamiento de aquella actividad frenética que tuve hace ya algunos años. Tras mi habitual desayuno full English breakfast me disponía a dirigirme al despacho de trabajo cuando el, siempre molesto y aborrecible, teléfono comenzó a sonar (disculpadme si os transcribo escrupulosamente el contenido de la conversación mantenida, para ajustarme más fielmente a los hechos). *** —Hello! Am I speaking to Sir Edward White? —Yes, this is he. May I know who is calling, please? —Good morning. I beg your pardon. I’m afraid I haven’t introduce myself, yet. My name is Cris Jackson and I’m calling on behalf of her majesty the queen Elizabeth II who has commissioned me to take a professional portrait of you, of course, if you are willing to accept the invitation. —Most definitely! Her majesty already knows that I am at her disposal for whatever she might need. ……. I wonder if perhaps you might be able to tell me a little bit more about the plan. —Yes, of course! Within a few days you will receive an envelope with the official invitation as well as the travel tickets to London city. An old friend of yours, the naval commissioner Sir Vincent John Murray will be waiting for you and will escort you right to the castle of Balmoral where we shall briefly introduce ourselves so we can get started with the work. —Excellent. Thank you! ***
—Hola: ¿Estoy Hablando con Sir Edwar White? —Si. Dígame, por favor, ¿quién es usted? —Perdone, Buenos días, Disculpe que no me haya presentado antes; soy Cris Jackson y le llamo porque tengo un encargo de Su Graciosa Majestad Isabel II que me ha pedido que le convenza para realizarle un retrato si tiene a bien. —Indudablemente, Su Graciosísima Majestad sabe que estoy a su disposición y siempre puede contar conmigo. Explíqueme, aunque sea de manera muy sucinta, el plan. —Dentro de unos días recibirá la documentación que contiene una invitación oficial y los pasajes a Londres. Allí será recibido por un antiguo amigo suyo, el comisario Sir Vincent John Murray, del Servicio Naval de su Majestad. Él le trasladará directamente al Castillo de Balmoral en el que nos conoceremos y haremos alguna de las fotografías encargadas. —Muchas gracias. Rápidamente mi mente me trasladó a otros momentos vividos hace algunos años y, de igual forma, mi cuerpo comenzó, de manera instintiva, a sentir como si una memoria celular se hubiese despertado de un largo, profundo y aletargado sueño, de tal modo que los reflejos comenzaron a desperezarse como si las teorías de Paulov, de pronto, se volvieran a hacer presentes tras un periodo de cómoda latencia. *** Antes de proseguir con esta historia, creo conveniente relatar una parte importante de mis orígenes, seguramente desconocida para vosotros pero que marcó el devenir de todos los acontecimientos de mi vida y de los que ahora os estoy relatando. Soy, y presumo muy orgulloso de ello, asturiano, y, hasta donde tengo constancia de ello todos mis antepasados lo han sido, salvo una bisabuela mía, por parte de padre; María Albizuri a la que apodaban “la vasca” por haber recalado aquí con sus padres destinados a trabajar en la Fábrica de cañones de Trubia. A pesar de este hecho, os contaré brevemente cómo todas mis vivencias y mi tortuosa existencia han transcurrido en Inglaterra gozando, actualmente, de doble nacionalidad anglo—española. El caso es que siendo muy niño, el menor y único varón de cuatro hermanos en una familia no demasiado holgada económicamente, mi abuelo, D. Baldomero Blanco, primer oficial de notaría en Grado, propone, tras una intensa y algo acalorada
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cricket, polo, rugby, atletismo, boxeo, y otras formas de defensa personal adquirían la misma dedicación y entrega que la Literatura, la Historia, la Lengua, las Matemáticas, la Geografía o la Botánica. De tal forma que, cada semana, reunían a los más de setecientos alumnos de la escuela superior en la sala de cookes para la entrega de diplomas y otras distinciones a quienes habíamos destacado, durante esos siete días, en alguna ciencia o competición deportiva. Por aquel entonces yo ya ejercía como monitor, lo cual me daba derecho al uso de un atuendo distinto en el diseño y colores de la americana, corbata y zapatos del obligado uniforme de la escuela. De aquellos tiempos, he de confesaros, guardo recuerdos muy agradables y entrañables.
El viaje
reunión familiar, enviarme a la casa de los tíos Restituto San Martín y Leonore Williams asentados en el condado de Worcestershire, concretamente en la ciudad de Worcester. Mi tío abuelo se había ido a vivir hacía muchos años a Inglaterra, conociendo en Londres a Leonore, una chica del anteriormente citado condado. Tras un breve noviazgo, deciden casarse y establecerse finalmente en Worcester, donde los padres de ella regentaban una prestigiosa factoría textil. Tras muchos años de infructuosos intentos, el matrimonio no consigue tener hijos, por lo que recurren a mi abuelo, insistiendo en el ofrecimiento de una educación esmerada a cualquier vástago de la familia cuyos padres se ofrezcan a enviar a un hijo varón, para que éste se críe bajo su custodia, al tiempo que ocupe el lugar de aquél que tanto habían deseado tener. Tras varios intentos infructuosos con otros miembros de la familia, por fin, mi abuelo tras mucha insistencia, consigue convencer a mis padres, más a mi padre, todo hay que decirlo, y heme aquí que, con siete años, mi aún corta vida da un giro copernicano, reaprendiendo todo en otro país y otra ciudad tan distante y distinta a mis experiencias iniciáticas en un pueblo provinciano y minúsculo. ¿Por qué mi abuelo había insistido tanto? Esa es otra historia que ahora no viene a cuento, pero que quizás decida contárosla en otra ocasión. Al poco de llegar a Worcester, con un ligerísimo ajuar, mis tíos me matriculan en Bromsgrove School, un colegio público internacional fundado en 1553, de los más prestigiosos de Inglaterra, en el que mi aprendizaje, tras unos durísimos momentos iniciales (durísimos es un adjetivo quizás un poco benévolo para quien desconozca el sistema educativo de aquel país), me integré plenamente en un ambiente multirracial, ya que en el colegio conviven miles estudiantes de todos los países del mundo, especialmente de India, China y del sudeste asiático. Por este motivo el resultado me proporcionó una educación sumamente enriquecedora y multidisciplinar de la que no estaban exentas el idioma y costumbres de multitud de países ajenos a mi entorno. No quisiera dejar de contaros alguna peculiaridades de esta escuela en la que se impartían, se imparten, además de los más importantes conocimientos del saber, todo tipo de actividades deportivas en las que, me es obligado contaros, destaqué prontamente:
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El sobre esperado llegó transcurridos dos días después de la citada llamada. Contenía unos billetes de avión y una escueta dirección en la que me esperaría Sir Vincent. Sin más y, puesto que el pasaje estaba previsto para esa misma semana, me puse inmediatamente a preparar mi equipaje en el que no debían faltar mis mejores galas, pues así me lo proponía tan particular llamada, ni tampoco mi inseparable Nikon que se encarga de llenar las pocas horas de ocio de las que dispongo en mi especial retiro. Llegado el día indicado me dirigí a nuestro pequeño aeropuerto y poco más de cinco horas más tarde, tras una pequeña escala en Madrid, me encontré en Heathrow disponiéndome a buscar un taxi que me llevara al 87 de la Great Russel ST. Absorto en mis pensamientos y casi sin apenas darme cuenta me encontré en la cafetería del lujoso The Bloomsbury Hotel abrazado a mi viejo colega Vincent. —Estás fantástico, le dije, tratando de disimular mi sorpresa, ya que, en realidad, lo encontraba bastante deteriorado, pues mi mente conservaba el recuerdo de la lozanía del atleta que ahora tristemente había devenido en una cierta decrepitud. Sir Vincent John Murray, de setenta y seis años, oficial en estado de reserva del Servicio Naval de su Majestad en grado de Almirante. Laureado con las máximas distinciones por sus trabajos en la División de Inteligencia Naval del Almirantazgo, había sido, primero mi excelente tutor e instructor y, más tarde, eficaz compañero. Una de las pocas personas en quien un miembro del Servicio Secreto Británico puede confiar absolutamente sabiendo que tu vida, y quizás la de tu familia, puede estar en peligro y que no dudará en arriesgar la suya por librarte de ello. —No tanto, amigo mío, me contestó, he pasado una mala racha de salud últimamente, me dijo sonriente, y sin dejar de hacerlo, mirándome fijamente a los ojos, me espetó: Los médicos han diagnosticado un cáncer de pulmón muy agresivo, con metástasis incipiente. El tratamiento con químio y radio no puede hacer más que alargar un poco mi estancia entre vosotros, cosa que te confieso no me interesa demasiado. Así que, viendo el devenir de los acontecimientos que te voy a relatar a continuación y echando tanto de menos nuestro antiguo trabajo, he solicitado encarecidamente al almirantazgo el permiso para llevar a cabo la que, con toda probabilidad, será nuestra última misión.
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—Creo que lo más sensato es que comiences con el tratamiento que te atenúe el sufrimiento y te prolongue, seguramente mucho, la vida. Además, añadí, ya conoces mi casa en España. Te llevaré allí y seguro que, con la sidra y la fabada, que muy bien conoces, la enfermedad se olvidará de ti. Y Vincent, un hombre en quien jamás había observado momentos de debilidad, sin dejar de mirarme fijamente con sus ojos intensamente azules, acercando su mano a mi boca, puso el dedo índice sobre mis labios invitándome al silencio, al tiempo que quise adivinar un ligero brillo en sus pupilas. —Verás, agregó de inmediato, al tiempo que se pasaba un pañuelo restregándose los ojos, la verdadera razón por la que te hemos requerido es porque nuestros agentes han interceptado las comunicaciones de la Organización Internacional ECLIPSE que, como sabes desde hace ya varios años, tiene como objetivo desestabilizar el orden social del mundo tratando de conseguir un control total de los supremacistas sobre el resto de la humanidad. El caso es que, según el mensaje, un agente destinado en China tiene previsto introducirse en el laboratorio epidemiológico de la ciudad de Wuhan y apropiarse de un virus sumamente contagioso que puede diezmar considerablemente el planeta, provocando una pandemia sin precedentes en la historia, al tiempo que el pánico general logrando así desestabilizar a gobiernos e instituciones. Al tiempo ellos también se harán con una vacuna diseñada por el propio laboratorio. Y mientras me contaba todo esto el rictus de su rostro y del resto de su cuerpo se fue transformando progresivamente adquiriendo, asombrosamente, un aspecto que yo conocía muy bien, como si lo que me estaba diciendo actuase como un bálsamo milagroso capaz de retrotraerlo a una pasada juventud pletórica de fuerza y audacia increíbles para un hombre de su edad. —Dada la complejidad de la misión, comprenderás, como en otras ocasiones, que haya muy pocos miembros al corriente; en este caso concreto, solamente el Jefe de la Sección, muy pocos miembros más de la misma, el Primer Ministro y la propia Reina; lo cual nos lleva a tratar el tema con la máxima discreción, procurando ni siquiera acercarnos a los sitios oficiales que pudiesen delatar nuestras intenciones de abortar la catástrofe que nos acecha. —Por otra parte, agregó, tengo órdenes y así lo aconseja la ocasión de facilitar esta información al gobierno chino, de aquí que esperemos al embajador en el Reino Unido, señor Liu Xiaoming que vendrá en unos momentos. No había transcurrido demasiado tiempo cuando vimos aparecer de modo sonriente a un hombre de ojos orientales que por su actitud comprendí que conocía a mi amigo. Venía sin escolta como si de un amigo de toda la vida se tratase y acercándose sin dejar de sonreír nos saludó con una ligera inclinación de cabeza. Tras la presentación de rigor y un ligero apretón de manos, Vincent nos invitó a tomar asiento en un lugar no demasiado escondido de la cafetería. Se trataba de no llamar la atención precisamente haciendo lo contrario de lo que cualquiera pudiera sospechar. Tras solicitar dos whiskys sin hielo para los acompañantes y un vesper bien frío, mezclado pero no agitado, para mí, mi amigo, ante el asombro cada vez más intenso del embajador, fue detallando lo que me acababa de relatar. Y pude observar cómo aquella sonrisa amplia y agradable de un principio, se tornó
en una mirada, de asombro primero, seguida de incredulidad y de preocupación por este orden. Y tras una breve pausa de silencio total que se me ocurrió eterno, tomando la palabra y con voz muy serena y suave, sin apenas acento, el señor Liu nos dijo: —Comprenderán que, ante estos hechos tan críticos que me están contando, he de informar a mi Gobierno. Lógicamente lo haré a través de una línea segura y en mensaje cifrado y, dada la magnitud e importancia de la información solamente, a las más altas esferas. Y, añadió, me encuentro en situación de suponer que ustedes contarán con nuestra ayuda en la infraestructura y colaboración de nuestros agentes. Y tras estas escuetas palabras, apurando el vaso y sin dejar la mirada circunspecta, se levantó y sin hacer ruido, de la misma manera que había entrado, se fue.
En China Después de dos días de intensa preparación en la que las visitas, en distintos lugares públicos de la ciudad de Londres con el embajador y un extraño ayudante, no dejaron de sucederse, emprendimos el viaje mi colega yo y, tras diez horas de un vuelo agotador, por fin, aterrizamos en Beijing Daxing Airport. Según lo pactado, no hubo ningún recibimiento, ni publico ni privado, y con las mismas, nos dirigimos a un sencillo hotel situado en las afueras de la ciudad. He de confesar que, por vez primera, no me encontraba a gusto con esta misión, máxime cuando se nos había exigido no portar, durante nuestra estancia en China, ningún tipo de arma, ni tan siquiera la Walter PP, que de tantos apuros me había sacado, y de esta guisa me sentía como debe hacerlo una monja de clausura paseando desnuda por la Quinta Avenida de New York en hora punta. Por otra parte, la conocida reserva y falta de transparencia que habían mostrado nuestros colegas orientales, no me infundían demasiada confianza precisamente. Apenas habían transcurrido dos horas, cuando el recepcionista nos mandó un aviso a través del teléfono de la habitación. —Messrs. Vincent and Edward, please?
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Wuhan, origen del conflicto
—Si, somos nosotros, le respondí fríamente. —Hay aquí unos señores que preguntan por ustedes. —Hágalos subir a nuestra habitación, le contesté. Al poco rato, tras golpear suavemente la puerta de nuestra estancia, una pareja se presentó ante nosotros. Eran ambos muy jóvenes y, aunque siempre me ha costado adivinar la edad real de los orientales, diría que no pasaban ninguno de los dos de veinticinco años. Los dos, impecablemente vestidos, él con un traje azul marino de corte clásico y una corbata negra de rayas grises direccionadas diagonalmente sobre una camisa asombrosamente blanca que hacía resaltar una piel ligeramente aceitunada y ella de manera más informal, con unos pantalones negros y una blusa azul, ambas prendas muy ajustadas y pegadas, adivinándose bajo ellas un cuerpo longilíneo y atlético. Aunque ambos poseían claramente las facciones implícitas de su raza, por su aspecto occidentalizado y la utilización de un inglés académico sin acento, diríase que los dos habían estudiado en Inglaterra o en EEUU. Tras unos saludos de rigor se presentaron, tomando la iniciativa la chica. —Somos Dewei Zhang y Hui Ying, dijo ella señalando primero a su compañero. —Seremos anfitriones de ustedes durante su estancia en nuestro país y deben dirigirse únicamente a nosotros para cualquier tipo de duda o requerimiento. Esperamos que su estancia aquí sea de lo más agradable. (Debo decir que en ningún momento de la escueta conversación hicieron, ninguno de los dos, mención alguna de cuál era el estamento del que procedían ni cual era el motivo por el que se presentaban, cosa absolutamente lógica tratándose del real motivo y de las precauciones lógicas que han de tomarse ante un sitio sin testear que pudiese contener algún tipo de micrófono u otros instrumentos incómodos e indeseados). De ojos penetrantes y mirada inteligente, la chica se dirigía indistintamente a mi compañero y a mí al tiempo que observaba nuestro entorno como si de una cámara se tratase. Supuse que, en el poco tiempo que ambos permanecieron con nosotros, fueron, capaces de averiguar el ajuar más bien escaso que portábamos. —Suponemos que deben sentirse cansados y aún nos queda un largo viaje, agregó, sin mencionar nuestro destino, así que, dentro de cinco horas volveremos a buscarles, pues aún nos quedan algo más de diez horas de viaje en el tren hasta llegar a nuestra primera cita. Confiamos en que sea un tiempo que, aunque breve, sea suficiente. A las 19:55 h. les esperamos en la recepción. Aunque conocíamos la posibilidad de llegar a la ciudad de Wuhan en poco más de cuatro horas cogiendo un tren de alta velocidad, enseguida nos percatamos de que había principalmente dos motivos para tomar la decisión de hacerlo en un tren extremadamente más lento y además nocturno: era importante no llamar demasiado la atención y, durante un
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viaje tan largo, nuestros colegas tendrían la ocasión de intercambiar las informaciones que ambos poseíamos al tiempo de establecer unas estrategias adecuadas. Tal como habíamos pactado, con puntualidad inglesa como era habitual en nosotros, a las 19:55 h. estábamos en la recepción del Sunworld Dynasty. Allí nos esperaban sentados cómodamente nuestros compañeros de aventura. No procedimos más que a una ligera inclinación de cabezas como saludo e inmediatamente nos indicaron que un taxi nos esperaba para trasladarnos a la estación del oeste de la que partiría nuestro tren. Advertí que nuestros compañeros iban cargados con, además de sendas maletas de viaje, unos gruesos maletines semejantes a los que suelen portar los viajantes de comercio. Luego, a lo largo de tan largo y tedioso viaje nocturno, ya en el compartimento que usábamos Vincent y yo, en el que habíamos decidido usar durante las reuniones, comprobamos que aquellos gruesos maletines contenían una abundantísima cantidad de documentos y fotografías relacionadas con el caso que nos ocupaba. Debo confesar que, a pesar de la estancia de tantas horas en aquel reducido espacio y el intenso trabajo que realizamos durante ese tiempo, no me resultó del todo desagradable pues la frialdad inicial de la relación con nuestros compañeros se tornó, progresivamente, en complicidad y admiración mutua, amén de una suerte de magnetismo que fue surgiendo tras alguna mirada cómplice entre Hui Ying y quien os cuenta esta aventura. De mirada penetrante y sonrisa agradable, Hui que llevaba la voz cantante de la reunión iba enseñándonos las fotografías al tiempo que los comentarios relativos a éstas: dónde se habían tomado e identificación de quienes aparecían en ellas. Por supuesto todos ellos pertenecientes a miembros de las distintas embajadas instaladas en Pekin o al mundo de altas finanzas
Coronavirus A continuación, la conversación derivó sobre la estrategia a adoptar para contrarrestar la acción de estos indeseables agentes y abortar el intento de sabotear el laboratorio. A menudo la acción más sencilla y menos sofisticada es la más eficaz y, en este caso, se trataba de establecer una labor de guardia en la zona hasta descubrir el cómo y cuándo actuar para interferir y anular el sabotaje.
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u otras actividades menos edificantes. Durante la revisión de cientos de ellas, en un momento determinado le hice detenerse. Allí estaba inconfundible, a pesar del paso de los años, Valentín Usakov un oscuro personaje perteneciente en su día al KGB y reconvertido en mercenario de cualquier idea que pudiese reportarle acción y dinero. Le conocí en la década de los ochenta del pasado siglo y fui consciente de su peligrosidad en una operación realizada en París que casi me había costado la vida. De mirada lacerante en una estructura atlética, que aún conservaba, su otrora cabellera rubio intenso se había vuelto ahora blanca pero, a pesar de ello, siendo sus duras facciones las mismas, no cabía duda de quién se trataba. En cuanto a los otros dos individuos que aparecían junto a él nos resultaban, tanto a Vincent, como a mí, absolutamente desconocidos y, tras manifestar nuestras dudas, Hui procedió a aclarar. —Se trata de Pierre Martínez, francés de origen español bien conocido del mundo del hampa, traficante internacional de armas y otros divertimentos de carácter personal muy relacionados con diversos cárteles sudamericanos y, junto a estos dos, Michael Adler, miembro de la embajada alemana en Pekin. Y cerrando levemente los ojos, como haciendo memoria, continuó. —La instantánea se ha tomado hace dos días en la estación de oeste de la capital, mientras adquirían sendos pasajes a la misma ciudad a la que ahora nos dirigimos. Hace ya unos meses que habíamos advertido movimientos muy extraños y, aunque incapaces de colocar a alguien que pudiese arrojar luz sobre la intencionalidad de los mismos, ahora tenemos claro lo que persiguen.
Wuhan es una ciudad moderna. Con algo más de once millones de habitantes, esta urbe dividida por los ríos Yangtsé y Han mantiene, tanto de día como de noche, una actividad febril en la que el tiempo se acelera sometiéndola a un aspecto de timelapse constante. Llegados sobre las ocho de la mañana con más cansancio y sueño, tras una intensa noche de trabajo e interacción apenas habíamos logrado descansar un par de horas. En estas condiciones, la visión desde el taxi me pareció distorsionada al irse entremezclando las imágenes entre vigilia y sueño. Toda mi idea ahora estaba puesta en llegar lo más rápidamente a la habitación del hotel, echarme un rato y tomar, tras ello, una ducha que resultase reconfortante y reparadora a un tiempo y así lo hicimos, no sin antes establecer la hora de un nuevo encuentro con nuestros colegas. Sobre las catorce horas coincidimos, tal como habíamos convenido, en el restaurante del Sheraton Wuhan Hankou. Tras una frugal comida de tipo occidental, decidimos alquilar un coche no demasiado llamativo y acercarnos hasta las colinas que rodean la ciudad en las que se encuentra el laboratorio de microbiología más grande del mundo. Abierto en el 2018, con un coste de más de cuarenta y dos millones de euros, alberga estudios sobre los microorganismos más peligrosos y mortíferos que existen, considerándose de clase cuatro en una escala establecida de cero a cuatro. Poco antes de llegar, establecimos realizar un visionado rápido de la zona sin parar tan siquiera el automóvil para hacernos una idea inicial del entorno y buscar el sitio más adecuado donde colocar nuestro puesto ideal de vigilancia. Una pequeña arboleda, antesala a la entrada de las instalaciones, nos pareció un lugar más que adecuado desde el que poder observar sin ser vistos, ayudados de unos potentes prismáticos, tanto diurnos como de visión nocturna. Y así establecimos turnos de vigilancia que cubrieran las veinticuatro horas del día. usando distintos y alternantes vehículos y lugares de observación aparte de la indicada posición. En un lugar con fortísimas medidas de seguridad, contrariamente a lo que pudiese parecer, poder acceder a él se consigue de una forma mucho más simple y menos sofisticada que los habituales filmes protagonizados por Tom Cruise. Simplemente se trata de sobornar a los personajes adecuados con el dinero suficiente y el miedo a una acción violenta sobre la familia de aquellos que se muestren más reticentes y
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► Tras solicitar dos whiskys sin hielo para los acompañantes y un vesper bien frío, mezclado pero no agitado... de ambas cosas manejaban con amplia experiencia el equipo liderado por Valentín Usakov. Así que, si todo funcionaba según lo esperado, se trataba simplemente de observar hasta que los “pajaritos” apareciesen, seguirlos más tarde hasta el “nido” y pasar, por último, a la acción para hacernos con sus “huevos” anulando definitivamente el sabotaje. Y no tuvimos, afortunadamente, que esperar demasiado pues, durante el atardecer del segundo día, de entre la salida de un grupo de científicos y funcionarios del laboratorio, observé la figura de un individuo que no me resultaba en ningún modo extraña. Portaba una pequeña cajita metálica de color negro bien diferente a los maletines de cuero que colgaban de los brazos de sus acompañantes. Rápidamente y de un codazo, alerté a mi compañera Hui Ying y tras avisar con el móvil a los compañeros, permanecimos la espera y con el coche arrancado. Lo que sucedió a continuación consistió en la habilidad de mi compañera en seguir de una manera discreta al Volvo SUV gris en el que mi “amigo” Valentín acababa de subir. En una ciudad tan densamente poblada y en un utilitario común es relativamente fácil pasar desapercibido si eres, además, como en este caso, diestra en manejar entre semáforos, peatones despistados y camionetas de reparto y vehículos de distintas índoles, añadidos al natural interés de nuestros perseguidos en despistar a cualquiera que tratase de ir tras ellos. Tras una serie de vueltas y revueltas que, en más de una ocasión, no fueron más que maniobras de despiste, por fin el Volvo se estacionó muy cerca de un edificio bastante antiguo por cuyo portal desaparecieron los dos ocupantes. Tras una brevísima espera a nuestros compañeros, decidimos continuar el acercamiento divididos en los dos grupos iniciales, fundamentalmente, porque los agentes chinos portaban unas fabulosas “Strizh” 9 mm y nosotros dos íbamos “presumiblemente” desarmados. Cuando digo presumiblemente es debido a que en el hotel de Pekín, Vincent, para mi sorpresa, me había proveído de un pequeño juguete de plástico, muy parecida a la FP liberator diseñada por el americano Cody Wilson que, posteriormente, armó con unos cañoncitos metálicos paralelos y sendos cartuchos de 22 mm (pequeñísimo calibre pero capaz de hacer mucho daño) que había logrado introducir, hábilmente, dentro del trípode de mi cámara fotográfica y que había felizmente viajado en la bodega del avión que nos había traído a China. Así distribuidos, decidimos que primero subirían Vincent y Dewei y, tras ellos, en la retaguardia, Hui y yo. Despacio y con calma tensa, fueron accediendo por unas escaleras angostas y mal iluminadas, tratando de hacer el menor ruido posible, dirigiéndose hasta un tercer piso en el que habíamos visto encenderse la luz de una de sus habitaciones inmediatamente después de haber subido Usakov y Martínez. Súbitamente, en el rellano del segundo pude observar como una puerta de tercero se abría oyendo simultáneamente tres so-
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nidos sordos que no me resultaban ajenos: Pac, pac, pac... Al tiempo que mi amigo Vincent se desplomaba mientras con un movimiento rapidísimo Dewei respondía con su Strizh. Sin pensármelo ni un instante, agitado por el nerviosismo, me eché, escaleras arriba, y tras comprobar, horrorizado, que mi amigo yacía en el suelo con un sangrante agujero en el centro mismo de la frente, entré en la habitación apartando de una brazada al compañero. Casi sin pensamiento alguno y solo movido por movimientos reflejos ensayados una y mil veces durante mi antiguo adiestramiento, y que ahora volvían milagrosamente a manifestarse, penetré en el interior del apartamento dejando en el suelo a Pierre retorcido, con las manos sobre su estómago del que fluía una fuente de sangre imparable. A continuación solo vi el cañón de una pistola frente a mí e instintivamente lancé una patada en aquella dirección logrando hacerla salir volando de la mano que la sostenía. Tras esto sentí como era fortísimamente asido por detrás con una doble Nelson que me inhabilitaba para defenderme. Solo sé que, también como reflejo, logré doblar mi brazo derecho colocándolo por detrás del de mi atacante y, girando instintivamente mi mano, disparar mi pistolita en dirección a su cara. Casi al instante advertí como la presión sobre mi nuca aflojaba y el ruido semejante al de un saco cuando se desploma. Me volví sobre mí mismo y pude ver a Valentín Usakov, en el suelo y el cuenco de un ojo vaciado por el impacto de mi pequeña, pero efectiva, pistola. Lo que ocurrió después, tras comprobar que nadie más había en el piso, y hacernos con la misteriosa cajita metálica, fue un vertiginoso ir y venir de policía y ambulancias, ruido y confusión primero e inagotables interrogatorios e informes después.
La vuelta a casa Tras dos día más en China y después de un tedioso deambular por comisarías y despachos con los consiguientes reproches mezclados con felicitaciones, pude volver, no sin antes cumplimentar los papeleos necesarios para repatriar el cadáver de mi amigo a Londres donde curiosamente, y para mi sorpresa, me esperaba Cris Jackson. Portaba pasajes a Escocia con destino final al Castillo de Balmoral, según me dijo. Tras una hora y media de vuelo estábamos en Edimburgo. Allí nos esperaba un Rolls-Royce negro del servicio de Su Majestad que habría de llevarnos al Castillo. La estancia en él fue tan breve como para recibir, por parte de los secretarios personales de la Reina y del primer ministro respectivamente así como las fotografías que, por último, me tomó el citado Cris Jackson. Solo puedo contaros que, durante un breve descanso, a través de uno de los amplios salones pasó, sigilosamente, Su Majestad Isabel II y, desde la distancia que nos separaba, pude apreciar una mirada sonriente y cómplice de agradecimiento que al tiempo me saludaba con un ligerísimo movimiento de cabeza. “Dios Salve a La Reina”.
Coronavirus Nota final Quisiera, tras el paso de estos meses, disculparme del tremendo fracaso que demuestra definitivamente que la acción es cuestión de jóvenes, pues debí haberme percatado que la acción desbaratada en Wuhan era solamente una de las dos planificadas minuciosa y hábilmente por ECLIPSE y la desaparición de Michael Adler, junto a lo que ahora mismo está ocurriendo en el mundo, así lo confirman. (De los momentos vividos con Hui Ying, mi condición de caballero me impide hablar de ellos y, en caso de hacerlo, serían tema aparte para otra ocasión).
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Laudelino Vรกzquez
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Del amor y las plagas
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Encorvado sobre la cachaba desplazaba la cabeza monda, en la que sobrevivían islotes de canas sin orden ni concierto, buscando algo que parecía sonar en su interior y que solo él escuchaba. Después de unos instantes, una luz remota parecía encenderse en el fondo de los ojos, apagados desde antes de que nadie tuviera memoria, y con un hilo de voz estropajoso, parecía tararear algo vagamente parecido a una viejísima canción. —Está intentando cantar. El guía intentó callar al grupo de turistas, señalándose la oreja y pidiendo atención a todo el mundo. —Es el último superviviente de la Primera Plaga de la Década del Virus. En esta zona —extendió el brazo en un gesto que abarcaba circularmente el valle que los rodeaba—, apenas tuvo incidencia. Unos pocos muertos. Aquí graves fueron la Cuarta Plaga, la Roja —añadió con un gesto de connivencia hacia los mayores del grupo, que seguramente habían oído a sus padres hablarles una y otra vez de la Cuarta y la Quinta plagas, las más devastadoras de la veintena que asoló al planeta en los años veinte— y la Quinta, la Gris, llamadas así por el color de la piel en las fases finales de la enfermedad. Y ustedes, vienen para conocer de primera mano los efectos devastadores de esta década. Luego podrán ver los escasos supervivientes de esa época, la terrible devastación que sufrió el territorio, el efecto sobre animales, plantas, ríos y medio ambiente, pero eso será en el centro de interpretación, donde la realidad inteligente les permitirá, a los valientes que quieran, revivir los momentos más espantosos de las enfermedades. Guardó silencio para comprobar el efecto de sus palabras en los visitantes, que parecieron revolverse dentro de los trajes aislantes: un grupo de diez personas, que pagaban una pequeña fortuna para poder vivir experiencias límite, ellos que se pasaban los días en sus pequeñas fortalezas aisladas del resto del mundo y cuando salían a la calle, lo hacían con los flexitrajes protectores, que no permitían el contacto de la piel con un solo elemento externo. No entendía muy bien para qué necesitaban pisar el terreno donde la devastación había dejado cicatrices indelebles, cuando podían conectarse desde casa a cualquier experiencia a través del Flujo, pero mientras pagaran y a él le permitiera financiarse viajes de realidad inteligente al Walhalla, no iba a cuestionarse las razones de aquellos individuos. —Parar aquí, ante este ser, superviviente de no sé sabe cuantas plagas, sin que nadie encuentre una explicación, es un entrante para lo que les espera luego. La única razón por la que lo visitamos en cada viaje, es porque sabemos exactamente la razón
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► Asómbrense, este es el último espécimen que sabemos que quedó así por amor. por la que está así desde el año 2020, el de la primera plaga. Y teniendo en cuenta lo que van a ver y oír, les parecerá una tontería, pero, asómbrense, este es el último espécimen que sabemos que quedó así por amor. Un murmullo generalizado surgió del grupo, tan intenso, que incluso pudo percibir como los trajes vibraban unos instantes. —Parece increíble, ¿verdad? —esperó los vagos gestos de asentimiento, y continuó—: con las calamidades que habrían de surgir, este hombre está en este mismo estado desde hace casi cuarenta años, ha visto pasar ante sus ojos, destrucción, muerte, guerras, horrores infinitos, y sin embargo, nada le ha impactado, excepto una vulgar y simple historia de eso que los de antes de las plagas llamaban amor y que por suerte, ha desaparecido en nuestro mundo. Después de una nueva pausa dramática, en la que esperaba que se hubiera abierto camino en las mentes de los turistas una idea tan absurda, tan inexplicable, que por si sola, justificaba pagar una fortuna por esta experiencia, tan diferente, continuó con el relato. —Este hombre se llama aún Aurelio, y era conocido como Aure. Un tipo vulgar y corriente, un policía de pueblo que en su vida había hecho nada más emocionante que ir de camping con sus amigos. En aquel tiempo, el amor ya era, sobre todo, cosa de esas series y películas antiguas que pueden ver en holografía si están muy aburridos, pero se ve que a este ejemplar —le señaló con un gesto de resignación, que provocó lo más parecido a una risa en su auditorio— antes que el virus Sars Cov—2, le infectó el virus del amor. Aquí tuvo que detenerse para que los oyentes pudieran despacharse a gusto: cuanto más avanzaba en la historia, más divertida e increíble les parecía. —Según cuentan las crónicas —continuó tras la pausa—, la mujer de la que se enamoró, sí, esa era la palabra que utilizaban entonces, se llamaba Maripaz, era una rubia muy bonita, que al parecer le permitió acercarse en el cortejo que por aquellos años practicaban. Parece ser que necesitaban un tiempo para ¡conocerse! Sí, para conocerse. El caso es que cuando llevaban unos días o semanas, que aquí no se ponen de acuerdo las historias, fue cuando el gobierno decretó el primer confinamiento largo. Bueno, el que entonces se consideró largo porque duró entre veras y bromas, tres meses. Sí, ríanse sin temor, tres meses les parecía un encierro largo. Pues en ese tiempo, Aurelio, parece ser que, a pesar de no poder ver a su Maripaz, siguió en contacto con ella con aquellos medios rudimentarios que tenían entonces y, no me pregunten por qué ni cómo, el caso es que cada día que pasaba, estaba más enamorado de ella. Y más , y más. Luego, en el centro de interpretación, podrán leer algunos poemas que le dedicó. Es de lo mejor, podrán reírse a gusto. El caso es que no sabemos qué opinaba ella, porque se le perdió el rastro, seguramente en la tercera o cuarta plaga, pero Aurelio debió interpretar que era el amor de su vida, la mujer que esperaba, la promesa de futuro… ya lo leerán, porque a mí esto me parece que lo debieron de añadir los guionistas, sinceramente parece imposible. El caso es que un día, el gobierno levantó el confinamiento, y ahí tienen a nuestro Aurelio ¡Aurelio! —llamó hacia el hombrecillo encorvado, que parecía intentar girarse hacia la voz que repetía su nombre— subido a un coche de los que funcionaban con combustible fósil —nuevas risas del público— y se fue a buscar a su Maripaz que vivía en la Capital. Y allí se plantó un poco antes de la hora, arriesgándose a que le cayera una buena multa, pero no se aguantaba, y cinco minutos antes de la hora de apertura, él ya estaba a la puerta de la casa de su amada, palabra, por cierto, que es la que él usa en el último de los escritos que se conservan. Esperó de nuevo, consciente de que todo el mundo esperaba ya el final de la historia: para los tiempos que corren —pensó— estos aguantan bastante, pero se me van a cansar pronto así que mejor acabar.
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Foto: Ionut Caras
—Pues allí estaba su Maripaz, sí, pero según unas historias, abrazada a otro hombre, según otras, las más fiables, para decirle que después de tres meses de encierro, de comer como un cerdo, y de no cortarse ni el pelo, aquello que estaba ante ella, no se parecía para nada al hombre que recordaba, y que mejor dejarlo ahí que para qué. Y ahí lo tienen: parece ser que volvió a casa como un loco, se encerró de nuevo y se negó a salir de nuevo. Cuando vino la Segunda Plaga, lo sacaron a la fuerza hacia una zona segura, pero con la mortandad de la tercera, seguramente creyendo que iba a morir, volvió aquí, y desde entonces, no hace más que dar vueltas alrededor de esta casa. A medida que las plagas fueron exterminando población, se convirtió en un símbolo de los tiempos de antes de los virus salvajes, y aquí lo tienen, el último ejemplar humano que sabemos con certeza que estuvo enamorado, nos sirve como ejemplo de para qué sirve el amor: para volver una y otra vez al mismo sitio, esperando no se sabe qué. Porque ¿tú que esperas Aurelio? Como bien sabía, Aurelio no respondió, nunca respondía, pero uno de los turistas, envió un mensaje preguntando, si sabía qué esperaba Aurelio después de cuarenta años sin apartarse de su casa. —No lo sabemos —le respondió el guía— pero esta no es su casa, era la casa de Maripaz: él no sabe dónde vive, ni que hace, pero lo lleven a donde lo lleven, siempre vuelve aquí, a dar vueltas y repetir una canción que solo está en su cabeza.
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Monchu Calvo
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Confinamiento en el mundo rural Se había especulado sobre las consecuencias de una guerra bacteriológica, tan alejada de los tiros y bombas convencionales, pero creo que nadie imaginó nunca este escenario. Ver nuestros pueblos y ciudades solo habitados por fantasmas transparentes, de vez en cuando algún coche o vecino que, disfrazado con ese antifaz anti virus y las manos enfundadas en unos guantes de goma, como si viniera de cometer un crimen, y no quisiera dejar huellas, eso es lo que vemos desde nuestras ventanas y corredores. Yo tengo la suerte de vivir en un pueblo, con una naturaleza exuberante a pocos metros de mi casa, pero todo ha cambiado de repente. Casi no nos vemos los vecinos, y cuando lo hacemos es a distancia, emitiendo apenas un tímido saludo. Las normas son estrictas, y la gente tiene miedo. A mí me sobrecoge esta insólita situación, igual que estoy seguro ocurre a los demás. La poca comunicación social se realiza a través de las redes, y en algún caso desde los balcones. De repente el mundo urbano se ha dado cuenta de que los pueblos existen, y en los pueblos la gente ha cogido miedo al contagio, que por estos lugares se asocia a las grandes urbes y sus aglomeraciones de todo tipo. En una población de edad avanzada, y con dificultades para acceder a los centros sanitarios, un contagio sería devastador, aunque está funcionando muy bien la asistencia social a domicilio. Pero la vida ha cambiado totalmente; aunque siguen haciéndose las labores de mantenimiento ganadero imprescindibles, no tanto las relacionadas con fincas, huertos y tierras, que tienen sus restricciones. Al fin y al cabo, el estado de alarma se ha pensado desde y para la ciudad. Así, las restricciones a la movilidad de esos territorios rústicos y diversos han venido a dinamitar una forma de vida muy apegada a la tierra y a la soberanía alimentaria. Tanto es así, que, en la mayor parte del Estado, los ciudadanos no pueden acudir a su huerta particular para trabajarla y llevarse sus productos de autoconsumo. Cuando redacto estas líneas, al parecer escucho que permitirán atender esos pequeños espacios familiares. Pero esta crisis no sólo ataca a esa tradicional costumbre de comer lo que se siembra, en lugar de venderlo. Los pequeños y medianos agricultores y ganaderos están teniendo grandes problemas para salir adelante, ya que los mercados donde colocaban sus productos, esos puestos al aire libre que se montan en tiempo récord en las plazas centrales de los pueblos, han quedado cerrados por el decreto de estado de alarma. Lo mismo ocurre con los locales gastronómicos donde la mayor parte de medianos empresarios rurales vendían sus piezas de carnes y derivados lácteos. Tengo que admitir que estamos descolocados, y muy pocos tienen claro cómo será el futuro posterior a la pandemia. Qué mundo resultara después de esta catarsis,
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y cómo haremos para modificar unas conductas sociales adquiridas a través de siglos, y que los españoles llevamos con orgullo, en celebraciones multitudinarias, en el ambiente de los bares, alrededor de una animada tertulia, y unas cuantas cervezas. Gregarios como somos, nos lo van a impedir, exigiendo guardemos la distancia de “seguridad”, y otra costumbre muy nuestra: los besos ¿qué haremos con ellos ? Yo es lo que peor llevo. No poder dar un abrazo a los amigos, o no poder dar a una amiga un beso de despedida o de encuentro, con la satisfacción con que se hace. No lo sé. Ya veremos. Llevamos tanto tiempo sin obligaciones, más que levantarse y dedicarse a muy poco, que hemos perdido muchas costumbres sociales, y no nos engañemos, en este país somos de tertulia, de bar, de equipo de fútbol, de grupo de fotografía, o montaña, y ahora todo es sombra y tristeza. Estos días de atrás, nos amanecimos con el pueblo tomado militarmente. Soldados con sus pertrechos y vehículos de apoyo. Tímidamente movíamos el visillo de la ventana, para ver ese despliegue, no sé con qué fin. Una mujer de 90 años, me decía que si estábamos en guerra. Le respondí, que más o menos. Una guerra contra un bichito microscópico que nos puede matar si nos pilla. Al equipo de moldeadores que teníamos tan guapos proyectos para conmemorar el número 100 de esta revista, nos ha fastidiado, aunque viendo lo que vemos en nuestro entorno ese es el mal menor. Supongo que cuando todo esto amaine, se retomarán con las mismas ganas. Mientras tanto, solo desear que en esta travesía no haya naufragios, y por supuesto, náufragos. Yo seguiré aprovechando el perro para las salidas a respirar un poco de aire, y recuperando esos trabajos caseros que siempre posponía por falta de tiempo. Ahora sobra. No hay disculpa.
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► Al fin y al cabo, el estado de alarma se ha pensado desde y para la ciudad. Así, las restricciones a la movilidad de esos territorios rústicos y diversos han venido a dinamitar una forma de vida muy apegada a la tierra y a la soberanía alimentaria.
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Aventuras y embelecos del Caballero de Gracia Por aquello del coronavirus y la plaga que lo parió, me he visto, como todo el mundo, confinado entre mis cuatro paredes; y como ocurre que de las cuatro al menos tres están atestadas de libros, me he dedicado a terminar dos de los míos que andaban sedientos de tiempo —amenazo desde aquí que muy pronto, en cuanto esto acabe, estarán en librerías— y a leer compulsivamente algunas cosas que tenía pendientes. Y como con los libros me pasa como con los cestos de cerezas, tirando de uno o de una frase de uno van saliendo los otros, he releído dos libros de mi admirado José Luis García Martín. En uno de ellos, Alrededores del paraíso, encontré inspiración y tema para algunos relatos que irán apareciendo en esta revista, si Dios no lo remedia; en el otro, una miscelánea de críticas de libros, hallé una frase que inmediatamente incorporé a mi catálogo de pensamientos insoslayables: “Como hay clínicas de desintoxicación alcohólica, debería haberlas también para los vanidosos. La adicción al elogio no es la peor de las adicciones, pero resulta bastante incómoda.” Si lo sabré yo. Hurgando en mis estanterías, a la búsqueda de otro tema que no viene al caso, saqué un libro de Federico Carlos Sainz de Robles, uno de esos libros que a mi me resultan fascinantes por su amplia erudición —severa, fría, precisa…, como el mismo autor la define—. Se titula Caprichos, fantasmas y otras anomalías y es un libro de 1972 que yo compré años después en la Cuesta de Moyano de Madrid y que, recuerdo, devoré en un fin de semana. Consta de treinta y cuatro historias breves, del todo apasionantes, por las que desfilan reyes y príncipes, clérigos e inquisidores, monjas y beatas, espadachines y conscriptos, pícaros y ganapanes, gendarmes y fantasmas, duquesas y marquesas y duques y marqueses, con algunos condes y barones de estraperlo y al vuelo; más otras vidas por oficio de las que pueblan la historia de la villa y corte, entre las que no faltan una buena retahíla de donjuanes, de don Juan Tenorio a don Juan de Mañara y del rey Felipe IV a don Justo de Valdivieso, entre otros, y pasando por el llamado Caballero de Gracia, de nombre real Jacobo de Grattis, que se vio envuelto en algunos lances de capa y espada, que en su caso, por su deriva posterior, casi podríamos decir de capa y sotana, y al que Sáinz de Robles le dedica una entrada en la que, entre varias cosas no tan desdeñables, dice en la pág. 125: “El caballero modenés Jacobo de Grattis —el Caballero de Gracia para los españoles, pues en España vivió los últimos los últimos ochenta años de su vida, y en
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Placa de la calle del Caballero de Gracia en Madrid
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El Caballero de Gracia, según Iñigo Beldarráin, 2016
Madrid falleció contando ciento cinco—, poseyó una insuperable “hoja de servicios” en los amores prohibidos, en los duelos prohibidos. Pues bien, en Madrid al dirigirse a la mansión de la hermosísima doña Isabel de Garcés, esposa de un noble turolense alejado de la Corte, con el ánimo más perverso, según cuentan las crónicas, “oyó los ecos de la reprobación del cielo”, cayó de rodillas en la calle de la Montera, se arrepintió de todas sus culpas, hizo confesión general con el futuro beato Simón de Rojas, se ordenó de sacerdote en Roma y regresando a Madrid fundó el Oratorio del Caballero de Gracia, invirtiendo en esta fundación sus cuantiosos caudales.” Su epitafio —“Noble por la sangre, ejemplar por las virtudes, admirable por la vida y ajustado por la muerte”— nada dice de sus correrías amorosas, que algunos atribuyen a la leyenda y que, desde los mismos cimientos de la Iglesia católica —tan beneficiada, dicho sea de paso, por el susodicho caballero—, se han empeñado desde siempre en desmentir, ponderando en cambio sus virtudes religiosas y sus arranques caritativos, aunque en el bando contrario se le tilda, como hizo Ángel Fernández de los Ríos en 1876, de “gemelo en lo disoluto de don Juan Tenorio”, que es a lo que veníamos y a lo que llegó en su día mi admirado don Federico Carlos Sáinz de Robles. Sea lo que fuere —verdad o leyenda, en fin, lo de sus trapisondas libidinosas— la Iglesia, que todo lo perdona en el nombre de Dios, inició en 1623 el proceso de canonización del Caballero de Gracia y, fuera porque no cae en igual gracia a todos o por otros misterios de semejante laya, los papeles con la documentación que acreditaba su santidad nunca llegaron a Roma y se perdieron en los vericuetos de la historia, acentuando quizás su leyenda. Y como no hay santo que quede sin corona, el 14 de noviembre de 2018 volvió a iniciarse dicho proceso de canonización. Como últimamente las puertas del santoral están abiertas de par en par no me cabe duda de que más pronto o más tarde podremos solicitar la gracia divina de San Jacobo de Gratis. Con un par (de rosarios, por supuesto). T.
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Ildefonso Robledo
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Tiempo de Pasión Cuando hago fotografías me gusta trabajar, sobre todo, en lo que se conoce como “fotografía de calle”. Uno ama la vida en la calle y cuando tiene oportunidad le gusta salir a fotografiar esa vida que está bullendo de continuo. Cuando escribo estas líneas estamos en tiempos de confinamiento en nuestras casas debido a la pandemia del coronavirus. Corre el mes de abril. Un mes de abril en el que las personas no tenemos oportunidad de vivir todo lo que representa la primavera, ya que siquiera podemos salir de nuestras casas, salvo para acceder a algunos servicios esenciales. En este año “sin primavera”, en este año “sin Semana Santa”, he querido trabajar algunas de mis imágenes tomadas a lo largo de varios años en Córdoba y mostrarlas a través de las páginas de nuestra revista “Luz y tinta”. Con estas fotografías he pretendido, simplemente, captar escenas de vida cuando con la primavera llega el Tiempo de Pasión. Son imágenes callejeras en las que he intentado captar escenas cotidianas en esos días que se nos manifiestan plenos de fervor y magia. Solo excepcionalmente he mostrado imágenes de pasos por los que me siento especialmente atraído. Es el caso de Jesús Caído, captado cuando ha salido del convento de San Cayetano y comienza a procesionar por las calles del tradicional barrio de Santa Marina; también de la imagen de Nuestra Señora de las Angustias, que fotografié con su hijo muerto en brazos (tallas de mediados del siglo XVI) cuando salían de la iglesia de San Agustín, o finalmente el Cristo de la Caridad, captando en el instante en que portado por miembros de la Legión está entrando en el Patio de los Naranjos de la Mezquita Catedral de Córdoba. Salvo estas tres, todas las imágenes son fotografías de calle, con las que quise captar momentos de vida insertos en este Tiempo de Pasión. Podemos así contemplar a una niña pensativa; una joven que consulta el móvil mientras una nazarena está en silencio a su lado; un grupo de niños envuelto en nubes de incienso; el miembro de una banda de música que está saciando su sed; una fotógrafa que de rodillas está enfocando a la procesión que se acerca… Para dar mayor dramatismo a las imágenes decidí procesarlas en Blanco y Negro y aplicar un filtro de Selenio.
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Fotos seleccionadas f Abril, 2020
Fotos seleccionadas. Abril, 2020
And I m with that hair, por Ilich Bczonko
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Arquitectura de la ciudad Condal, por Albert Navas
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Colibrí y flor del geranio, por Mario Gustavo Fiorucci
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Dance, por Sergey S
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Barbara, por Raul Viciano Alberich
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De pesca Fishing, por S.Ivanov
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Detalles... VolĂşmenes... Luces y sombras, por Joan Anglas
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Desnudo a la luz de la ventana imitando el Ilford 400, por Arkadiy
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Girl, por Svetlava
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El Mazo, por Jacobo Rodríguez Perez
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Keeping fit, por Sasha
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El que tuvo retuvo (Mi amigo Maylin), por Guendy (JLCP)
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Nude, por Sla Bertz
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El Sol, por Nataliorion
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Nude, por Talyuka
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Faces that convey beauty, por Catherina
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
TĂĄnger, por Sandra Calleja
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Istanbul aged, por Osman Naim
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Una cara que refleja una vida, por Kamarón Viesca
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Glances, por Igor
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Although the cage is gold ..., por Ionut Caras
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Glances2, por Igor
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Anclado, por Sandra Calleja
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Homenaje a Chema Madoz, por Mario Eduardo Blanco GarcĂa
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
AprilAbril, por Maikel Reyfm
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Hummingbirds season 2020. Natural Light, por Mario Gustavo Fiorucci
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Ciudad de las Ciencias II, por Raul Viciano Alberic
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I encourage friends, it can be overcome. Ă nimo amigos, se puede vencer., por Yi Wan
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Highway, por Alex
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Los viajes de mis amigos, por Anna
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Hilos de luz, por Lorna Aguirre
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Louis, por Nodia
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Young Namibians, por Deven O’Toole
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Maaaaaaa, por S.Ivanov
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Worker woman, por Lucas
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Manual de lectura para lectores zurdos, por Ildefonso Robledo
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Unas chuches para Inés, por Mario Eduardo Blanco García
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María, por Daria
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Un dĂa muy especial., por Catherina
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Peine con olas, por Luis Miguel Aller
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Un canto a la vida, por Ildefonso Robledo
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Portraits of women, por Lenin Kaspov
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Tu forma de mirar, por Jelvin Bornes
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Rosa, por Irina
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Tribute to the nudes of the 20s, por Olga
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Speechless, por A. Zharov
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Traveling in Italy, por John Aavitsland
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Red, por Gen
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Toast in solitude, por George
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Two colors, por Jesús Álvarez Rodríguez
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
The umbrella and the crow, por Ionut Caras
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Vernazza, por kristof brow
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
The show is going to start, por Kezzin
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Vista frontal, por Yuri Gagari
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
The roman bridge, por Michael
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5th century woman, por Eric
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The mirror of the lake, por EdwardG
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5th century woman, por Eric3
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
The magic night, por Loco Matara
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5th century woman2, por Eric
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The magic night, por Loco Matara
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Alma, por A.Polyakovvfr
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The little worker, por Nadima (Shibina Nadegda)
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Amazonia-II, por Jesús Álvarez Rodríguez
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The end of darkness, por Kinsuk lin
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And we, por S.Ivanov
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
The baby carriage and the crow, por Ionut Caras
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Autumn winds, por Jesús Álvarez Rodríguez
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Tal día como hoy (Fotografía gastronómica - Tarta Carbayona), por Mario Eduardo Blanco García
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Balcones (Asturias), por Diana Valverde
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Sweet look, por Nadima (Shibina Nadegda)
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Break, por Zharov
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Summer morning..., por kristof browk
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BretaĂąa-francesa, por Grecia Blanc
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Stockholm (aged), por Aleksandre
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Butterfly, por Andrei Romanov
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Still life2, por Eleonor
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Cadaqués, por Julia
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Still life, por Michael
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Calleja Gallega, por Luis Miguel Aller
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Still life, por Eleonor
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Calles de Gijón, por Pepe Latas
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Stairs, por Oxana
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Cascada de Fonsagrada (Lugo), por JL.Maylin
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Spiritual, por Kinsuk lin
Spiritual, por Kinsuk lin
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Cola de dragón. Norte de España, por Daniel
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Sotres, por J.L Maylín
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Con el nº 100 de Luz y Tinta vamos a flipar todos, por Ionut Caras
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Sorano 3, por E.Horobets
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De la serie Atrapada, por Susana GudiĂąo
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Snow White and one of the 7 strongmen, por Kezzin
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De otros tiempos, por Ildefonso Robledo
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Sisters, por Margarita K
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Tatyana Lis, por M. Dasha
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Sint-Michielsbrug, por E.Horobets
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Detalles... En un retorcido pincho, por Joan Anglas F
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Sin palabras, por Mario Eduardo Blanco GarcĂa
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Detalles... Observación y mirada detrás de la barra, por Joan Anglas F.
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Serie Gym, por Pepe Latas
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Detalles... de unos salados y ordenados arenques, por Joan Anglas F.
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Sara&Aida, por Guendy (JLCP)
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Donde viven los dragones. Norte de EspaĂąa, por Daniel
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Sara, por Pepe Latas
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Dos mundos, por Mario Eduardo Blanco García
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Saholin en la playa, por Pepe Latas
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El guaje, por Pepe Latas
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Rufo, por Quino
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Espectro de Brocken., por Kamarón Viesca
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Rogue couple, por Kezzin
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Ethiopian people, por Deven O’Toole
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Retratos en ByN, por Pepe Latas
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Ethiopian portraits (Retratos etĂopes), por Aleksey
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Retratos en ByN, por Pepe Latas
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Ethiopian portraits (Retratos etĂopes), por Aleksey 2
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Remolino de estrellas en el sahara, por Yuri Gagari
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Fantasía, por Lorna Aguirre
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Puente de Oberbaum (BerlĂn), por Isadora del Valle
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Fashion, por Pavel
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Playa en blanco y negro, por Manuel Antonio Centeno Llorente
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Fashion, por Pavel
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Pillando olas, por Noly
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The forest fairy, por Voytsekhov
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Paseo en diagonal, por Pepe Latas
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First, por Jesús Álvarez Rodríguez
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Paseando por Monforte de Lemos -, por Jose Manuel Iglesias Riveiro
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First touch of winter, por Karol Poland
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Para zumo natural, por Albert Navas
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Frías, por Arantxa
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
ObservaciĂłn, por Vladimir
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From girls to women, por S.Benz
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Nude, por Roman
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Huntress, por Georgy
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
My hiding place, por Oxana
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I love fall, por A. Grachev
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Mother and son, por Deven O’Toole
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I love fall2, por A. Grachev
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Mirror, por Kezzin
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Iglesia Nª Señora de los Dolores, Niembro, por Jesús Álvarez Rodríguez
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Los viajes de mis amigos, por Anna
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Inquieto coatí, por Oscar Rubén Suárez
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Los libros nunca pueden ser presos de cuarentenas (Feliz día del libro), por Mario Eduardo Blanco García
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Julia, por Julia Ogorodnikova
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Libre, por Julia
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Julia, por Julia Ogorodnikova
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Let s take care of our elders, por Andreeva
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La vida en suspenso, por Ildefonso Robledo
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Lecturas olvidadas, por Fran Marat
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Late fall, por EdwardG
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Lecturas olvidadas, por Fran Marat
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
—243 Zaira, por JLCP Guendy
Lack of malice, por David D
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
The girl’s dog, por Svetlava
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Life in the rural village, por Dmytro
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Still life, por Tатьяна
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Manarola, por Maikel Reyfman
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Naked, por Paulina Stpetersburg
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Seamstress, por David D
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Ponferrada, por Luis Miguel Aller Fotografía Infrarroja
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Scarecrow, por Ionut Caras
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Recuerdos de Venecia, por Ruslan
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Fotos seleccionadas. Abril, 2020
Suiza-Kandersteg-Pico Balmhorn 3695m., por JL.Maylín
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Pepe Latas
Fotografía Infrarroja Traigo este mes, un tipo de fotografía que no he visto antes en la revista ( en el poco tiempo tiempo que llevo en ella), así que con todo el respeto hacia aquellos que manejan esta técnica, un presento mis primeros intentos con este tipo de foto. Dejo explicado para aquellos que no estén versados en ella qué es la fotografía IR y lo que se puede esperar de ella; no es ningún tutorial, solo una pequeña información de qué es lo que podemos esperar de este tipo de técnica; para los que lo conocen, saben que por si solo este tipo de fotos no ”sirve”, hay que editarlas para convertirlas en algo apropiado al gusto de cada uno, ya que las imágenes RAW vistas directamente desde la cámara no son muy impresionantes: opacas, de color rosado y sin contraste. Algunos conceptos tomados de la web https://fotosmedia.net/introduccion-a-la-fotografia-infrarroja/: “La fotografía infrarroja, o «IR», ofrece a los fotógrafos de todas las capacidades y presupuestos la oportunidad de explorar un nuevo mundo: el mundo de lo invisible. ¿Por qué «invisible»? Porque nuestros ojos literalmente no pueden ver la luz IR, ya que se encuentra justo más allá de lo que se clasifica como el espectro «visible», el que la visión humana puede detectar. Cuando tomamos fotografías utilizando películas o cámaras equipadas con infrarrojos, estamos expuestos al mundo que a menudo puede parecer muy diferente al que estamos acostumbrados a ver. Los colores, las texturas, las hojas y las plantas, la piel humana y todo tipo de objetos pueden reflejar la luz infrarroja de formas únicas e interesantes. Sin embargo, como cualquier otra forma de fotografía o arte, es una cuestión de gusto. El infrarrojo cercano se refiere al espectro de luz que los seres humanos pueden detectar con su vista. Este rango de luz está entre 700 – 1200 nm (nanómetros). La luz IR reflejada produce una fascinante variedad de efectos surrealistas. La vegetación aparece blanca o casi blanca. La piel adquiere una textura muy lechosa y suave, aunque las venas cercanas a la superficie de la piel pueden acentuarse y adquirir un aspecto más bien macabro. Los ojos pueden aparecer un poco fantasmales con los iris registrando tonos muy oscuros y la parte blanca del ojo tomando un tono grisáceo. La ropa negra puede aparecer gris o blanca dependiendo de la tela. Los cielos azules también adquieren una apariencia mucho más dramática. Las imágenes en blanco y negro de alto contraste son las más cercanas a la fotografía por infrarrojos, pero incluso aquellas que no parecen tener el mismo aspecto que las imágenes por
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infrarrojos. Estos y otros efectos son los que proporcionan la magia de la fotografía por infrarrojos – casi todo se ve muy diferente de lo que está acostumbrado a ver dentro del espectro de luz visible. ¿Cuáles son los inconvenientes de utilizar un filtro de infrarrojos que se fija a la lente? El problema principal es el desenfoque por movimiento. Dado que la cámara digital tiene un filtro de bloqueo de infrarrojos delante de ella, la luz infrarroja llega muy poco, si es que llega a alcanzarla. El filtro IR sólo permite que la luz IR llegue a su sensor mientras filtra la luz visible. La combinación del filtro de bloqueo de infrarrojos y el filtro de infrarrojos en la parte frontal de la lente requiere tiempos de exposición muy largos. Dado que el filtro IR es muy oscuro, también tiene que enfocar antes de conectar el filtro IR a su lente. El tiempo de exposición específico variará en función del filtro IR específico utilizado, la sensibilidad del sensor de la cámara al IR, las características específicas del filtro de bloqueo de la cámara y por supuesto, la cantidad de luz IR.” Ya no queda otra que experimentar con “otro” tipo de fotografía. Una de las ventajas que más me gusta es que permite salir a ciertas horas, como es al mediodía, ya que cuanta más luz (más calor) más espectro IR se conseguirá. Para finalizar, dejo el tipo de filtro que se necesita para captar el tipo de espectro infrarrojo deseado. Supercolor: Son filtros de corte entre los 650 y 700 nm. Son filtros de color rojo oscuro. Los de 680nm que dan unos colores de vegetación amarillo-naranja muy espectaculares . Falso color: Son filtros de 700 a 740nm. El de 720nm es el estándar más usado y todos los fabricantes tienen uno. Son de color rojo profundo, muy oscuro y casi negro, por lo que, si el filtro es externo, habrá que quitarlo para encuadrar Blanco y Negro: Se obtiene con filtros de entre 750 y 1000nm. El más usual y fácil de encontrar es el de 850nm. Todos son filtros negros son opacos al visible y por tanto no pueden ofrecer imágenes en falso color, pero dan espectaculares fotos en blanco y negro en las que los cielos y el agua salen totalmente negros y solo las nubes y la vegetación viva aparecen como gamas de grises.
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Nadima (Shibina Nadegda)
Baile, magia y ensueño No es la primera vez que Nadima nos ofrece el ballet en una de estas serie. Y creo recordar —la pereza me impide buscar la vez anterior— que también era entonces una niña la protagonista de la serie. Y si no lo fuera, al menos así la veo en mis recuerdos, ese cendal que cubre mi ya larga relación fraternal con esta fotógrafa a la que no conozco y seguramente no conoceré nunca, porque si la vida virtual de Luz y Tinta nos ha unido, la vida real nos separa. Ballet, magia y ensueño. El título de esta nota es toda una declaración de intenciones, lo reconozco. Baile y magia. Baile y ensueño. En el mundo del flamenco se habla de “duende”, que no es otra cosa que esa magia especial que envuelve algunas actuaciones y que resulta muy difícil explicar, como resulta difícil encerrar en palabras la música, el ritmo, ese fuego que envuelve algunas actuaciones incolvidables. Como ocurre con el ballet, sobre todo cuando los bailarines —y especialmente as bailarinas, que son capaces de soñar despiertas sobre las puntas de sus pies— se imbuyen del espíritu interior de la música y lo llevan al escenario. Influyen, por supuesto, el atrezzo y la ambientación, el vestuario, la decoración, la coreografía y, cómo no, la música. Pero lo realmente impactante, lo que encoge el corazón y deja flotar el alma en ese aire insomne del ensueño es el movimiento de la bailarina, sus piruetas y contrastes, sus deslizamientos y doblados, y sobre todo, su mirada, que solo entrevemos en algunas de sus vueltas y el vuelo de sus brazos, pretendiendo alcanzar el cielo, quizás para bajar la luna de los gitanos con que soñaba García Lorca: “Huye luna, luna, luna./ Si vinieran los gitanos,/ harían con tu corazón/ collares y anillos blancos./ Niño, déjame que baile.” Y bailando estaba la luna —matáfora que se me antoja el summum de la aspiración musical del poeta— cuando llegaron por el olivar, bronce y sueño, los gitanos. Por eso es tan difícil encerrar en palabras la esencia del ballet, sea magia, sea ensueño, sea, como quiere el mundo del flamenco, duende. Porque el ballet es todo eso, pero algo más, como ya he dicho: es esa bailarina, dueña del escenario, que levanta sus brazos y apoyándose en las alas del tutú emprende el vuelo hacia horizontes donde reina la enoción, donde la música se hace carne, donde la sobriedad del entorno ayuda a comprender que el ritmo es algo más que compás y que la música se aplica a acomodar los sonidos en el tiempo mientras la bailarina rompe las reglas del equilibrio y nos aisla del mundo circundante. Por eso Nadima, en esta serie, nos presenta una sola bailarina, sin fondo definido o con un fondo desenfocado que nos recuerda que el mundo está a sus pies, fuera de foco. Como en los sueños, como en la magia. Como en el baile, en fin, como en el embrujo de los cuentos de hadas. Claudio Serr ano
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Irina Dzhul
Maternidad apache También mi hija se llama Irina, aunque sea de la Cuenca Minera y hable en asturiano. Seguramente, si alguno de estos puristas de lo que en las universidades estadounidenses han dado en llamar «apropiación cultural» anduviera suelto por estos andurriales, pediría que actuara la Santa Ofendición y declarara a la ya no tan niña como N.N, es decir, una sin nombre cualquiera, apestada por haber robado un nombre tan característico de la Madre Rusia, que usarlo fuera de su área de influencia natural, sería un crimen. A Irina Dzhul, autora de esta serie de fotografías que titula «Maternidad apache» le esperaría un futuro similar, ya que según los autores de tan insigne y presente teoría, está prohibido apoderarse de símbolos o manifestaciones culturales de pueblos que no sean el nuestro. Y sin embargo, Irina Dzhul, plasma la esperanza del embarazo y la nueva vida, vestida a la manera que imaginamos a los nativos americanos, adornada tanto ella como sus seres queridos con las plumas de la batalla, la victoria o la clase social, que tampoco importa mucho, mientras pasea a caballo o mira al futuro con la hermosura de la juventud y la esperanza pintada en su sonrisa. Y es que la llanura rusa y la americana son tan parecidas que podrían pasar por patria de Cochise o Gerónimo, y aunque Irina y sus acompañantes sean eslavos, su apuesta por el atuendo de las llanuras, les convierte en navajos o jicarilla, quizás en mescaleros, no importa, porque al final su canto es a la libertad, y ser ciudadano del mundo es tener la libertad de ser quien o como uno quiera. Viendo estas fotos, no puedo dejar de recitar la conocida bendición apache del matrimonio, aquella que del uno al otro confín, se repite cada día en ceremonias de todo tipo y color, bajo ese nombre: «Ahora no sentirás lluvia, porque cada uno de ustedes será refugio para el otro. Ahora no sentirás frío, para cada uno de ustedes será calor para el otro. Ahora ya no hay soledad, porque cada uno de ustedes será compañero del otro. Ahora son dos cuerpos, pero hay una vida delante de ustedes. Ve ahora a tu morada, para entrar en los días de tu unión. Y que tus días sean buenos y largos en la tierra». Apaches son o pueden ser las palabras, y como apache vive y habita en cada rincón de la tierra donde alguien la recitó antes de la boda en la esperanza de que el fruto de ese matrimonio poblara los campos, y sin embargo, nunca lo fue hasta que un día un guionista de Hollywood en 1950 la puso en boca de un indio cinematográfico. La vida, la cultura y el ser humano somos así, y crecemos, creamos y existimos, gracias a que unos y otros, compartimos el mismo genoma, la misma tierra, y el mismo mundo. El nuestro. Gracias, Irina, y que el fruto de tu vientre sea feliz y vista de felicidad vuestra vida.
Modelo: Victoria Sharay
Segundo Korda
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Alejandro RamĂrez
Ser diferente, original, distinto en una época en la que lo único que importa es el éxito. En un mundo sin moral trascendente, donde solo se practica el yo como respuesta. Hoy para algunos la ansiedad por ocupar puestos de prestigio en todas las facetas de la vida no tiene límites, lo mismo da en la política, en los negocios o en la cultura. Hay que estar en la cima sin importar cómo ni el por qué. Para algunos es necesario auto crearse la orla de artista, de creador de la nada, hay que salir en los papeles a toda costa, que se hable de uno mismo mucho y bien, es lo único importante. Hedonismo, narcisismo aunque se vaya camino de lo autodestructivo. Egocentrismo en suma, de la nada a la vulgaridad. Este es el triste panorama que se nos plantea en todos los terrenos y el arte no es una excepción. Pues bien, de vez en cuando, y no se sabe por qué extraño fenómeno de la naturaleza, aparece alguien que, a pesar de todo no pertenece a esa condición. Un ser verdaderamente original como consecuencia de no pertenecer a ninguna de las coordenadas antes expuestas. Sus ojos miran hacia el exterior con mirada cándida, sencilla y sobre todo con amor a la realidad. No se avergüenza de ella y deja que penetre en su interior, convive con este mundo que le ha tocado vivir con tristeza y alegría, sin pretender ser rey de nada ni sobre nadie. El es la misma realidad que describe con su obra, con sus fotografías. Dice un viejo refrán español que algo tendrá el vino cuando lo bendicen; y lo cierto es que, algo tendrán las fotos de Alejandro Ramírez cuando en los últimos años le otorgaron un montón de premios; los concursos más importantes efectuados en el Principado de Asturias han tenido como claro vencedor a este fotógrafo asturiano, que procede de esa excelente cantera de escritores de la luz, AFAC (Asociación Fotográfica Asturias a Contraluz ). Luz y Tinta nos muestra hoy los trabajos de este fotógrafo, a través de sus fotografías se ve el oficio del bien hacer, que no espera más recompensa que el de ser y pertenecer a la realidad que le ha tocado vivir. Hemos dividido sus fotos en dos partes, la primera quizás la mas abstracta, una visión muy personal de las cosas, sin estéticas edulcoradas y llenas de vanidad y sin pretender nada más que sus fotografías correspondan a su época y sean, en este caso, documentos de nuestros entornos en la ciudad, el pueblo, el trabajo, el bosque, el mar… Una segunda parte, que se publicará en el próximo número 102; esta más centrada en la arquitectura, en la arqueología industrial y la naturaleza, la belleza del color conviviendo con la más exquisita escala de grises del blanco y negro. Alejandro Ramírez, un fotógrafo hecho a si mismo, un perfeccionista que intenta que su próxima foto sea mejor que la anterior, que ya estaba bien hecha.
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Jacobo Rodríguez Pérez
El otro día al leer lo que Alipio opinaba sobre los fotógrafos asturianos Jesús Álvarez y Jacobo Rodríguez, reflexionaba y no podía estar más de acuerdo en aquello de nos valen como fotógrafos estos dos moldeadores de la luz, al igual que aquellos que nos maravillan con sus fotos a través de los diferentes confines del mundo; la diferencia es que hoy por hoy sus obras fotográficas más representativas se ciñen a esos 334 km de longitud de la costa del Principado de Asturias, marcada por su accidentado sistema de acantilados, playas, bahías y cabos; así como las diferentes villas marineras que coexisten con este sistema en todo el litoral asturiano. Sus ríos, sus saltos de agua, configuran un paisaje que no tiene que envidiar a ningún otro paraíso natural, un maravilloso lienzo para pintarlo con la luz de las cámaras fotográficas. Muchas veces los que sentimos y amamos la naturaleza, nos hemos quedado embelesados gozando de las imágenes múltiples y cambiantes que producen las aguas de los torrentes y ríos de las altas montañas cuando, en su descenso desde las cumbres a veces nevadas, saltan entre sus rocas y se entrecruzan, acarician las hiervas de las orillas o los musgos de las piedras, pulen ramas y troncos medio sumergidos en sus cauces y producen juegos de espuma casi carbónicas en fundibles efervescencias, otras veces creando mantos de seda de donde solo falta que surjan las xanas para crear la perfecta escena bucólica de la mitología asturiana, pura poesía visual. Tanto en las fotos del número 100 de estos dos autores asturianos como las que hoy se muestran, la segunda entrega de Jacobo, es todo un gran espectáculo lo que discurre ante nuestros ojos de manera continua y casi mecánica, el artista lo ha captado y retenido creativamente, Con la gravedad y solemnidad de unos colores que ha sabido recoger en imágenes casi estáticas el movimiento impredecible de las aguas de los ríos o las playas de la costa asturiana. Y es aquí cuando el artista con su gran sencillez nos engaña…No todo en él es amor a las montaña, a los ríos, a los acantilados, a las playas, a la naturaleza, sino que además quedan patentes sus conocimientos y su experiencia en el arte de la fotografía; solo así, con esta sabia conjunción entre técnica e inspiración, ha podido sintetizar el binomio estático, movimientos plasmados en estas fotografías repletas de matices que iremos descubriendo en la medida que las vayamos contemplando una y otra vez. Jacobo Rodríguez, es moldeador de la luz y al igual que Jesús Álvarez y Alejandro Ramírez pertenecen a la cantera de AFAC (Asociación fotográfica Asturias a Contraluz).
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JosĂŠ Vidarte GarcĂa Laso
Neolamprologus leleupi2
Peces de distintos continentes (y 2) José Vidarte García L aso (Sotrondio, 1973) entró en contacto con el mundo de la fotografía muy joven utilizando la cámara analógica familiar, con la que comienza a experimentar en esta disciplina. Aficionado igualmente al mantenimiento y cría de peces de acuario, de modo natural acaba aunando ambas pasiones, que ya irán de la mano en su vida y marcará en gran medida su “estilo fotográfico”. De formación autodidacta, con la Voigtländer de 35 mm familiar, con 15 años y durante su periodo educativo en la Universidad Laboral de Gijón, tiene acceso a un curso sobre Técnica fotográfica y revelado como actividad extraescolar. Ampliando sus conocimientos, de nuevo de forma autodidacta, y con 18 años adquiere su primera cámara reflex, una Zenit 122 con objetivo Helios de 58 mm con la que comienza a definirse su tipo de fotografía. A lo largo de los años entra en el mundo de la fotografía digital, en 2004 adquiere una Nikon D70, ampliando y renovando su equipo con nuevos cuerpos, ópticas y accesorios de iluminación y ya orientados en su mayoría a la fotografía de acuariofilia.
Fotografía Con el tiempo se ha ido definiendo una manera de fotografiar que podría resumirse en una exploración de técnicas fotográficas, habitualmente empleadas en otras disciplinas, y su aplicación directa en la producción de imágenes de un entorno singular como es el de los acuarios. La fotografía de alta velocidad, la fotografía macro, las técnicas de iluminación compleja, etc, son la base para captar “de otra forma” aspectos de la flora y fauna acuarística. A partir del manejo de dichas técnicas, se pretende evolucionar hacia una fotografía de calidad que transmita el sentimiento de pasión del acuariófilo a través de las imágenes mostradas. Se busca una fotografía creativa en la que se contemplan por tanto sus valores estéticos, pero que no abandona en cualquier caso, el componente científico y descriptivo del elemento fotografiado. Aquí, el “pequeño mundo” del acuario, encuentra su correspondencia en la fotografía de las pequeñas cosas, del detalle y la macrofotografía.
Acuariofilia Como socio y colaborador de diferentes asociaciones acuariófilas, ha tenido ocasión de mantener y criar gran diversidad de especies, de las cuales ha recogido una cantidad significativa de material fotográfico. Al igual que en la fotografía, se ha especializado en el mantenimiento y cría de un género en concreto, el de los ciprinodontidos ovíparos, popularmete llamados “killis”, peces conocidos por su singularidad, variedad y espectacular colorido, y los cuales han sido protagonistas de sus exposiciones.
Exposiciones Relación de exposiciones realizadas en los últimos años: - “Killis, los peces que nacen con la lluvia” Año 2012. FEMEX San Martín del Rey Aurelio (Asturias) - “Killis, los peces que nacen con la lluvia” Año 2013. CIDAN Pola de Laviana (Asturias) -“Killis, los peces que nacen con la lluvia” Año 2013 Expo Sevilla (Sevilla) - “Killis, los peces que nacen con la lluvia” Año 2014. Acuario de Zaragoza Santiago Bar andica
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Premios otorgados a José Vidarte Se relacionan algunos de los premios obtenidos a lo largo de estos años: 2012 - 1º Premio – Concurso de Fotografía - Killi Club Argentino KCA - 2º Premio - Killifish Photo Competition - Killi Association of Bulgaria KAB 2013 - 1º Premio – Photo Contest – British Killifish Association BKA - 1º Premio – Concurso de Fotografía – Associaçao Portuguesa de Killifilia APK 2014 - 1º Premio – Photo Contest – American Killifish Association AKA - 2º Premio – Photo Contest – American Killifish Association AKA - Best of Show - Franz Werner Special Award – New York USA - 2º Premio – Concurso de Fotografía - Killi Club Argentino KCA - 3º Premio – Concurso de Fotografía – Asociación Rusa de Killis SKLIK 2015 - 1º Premio – Concurso Fotografía “Dinámica” - Sociedad Española de Killis SEK - 1º Premio – Concurso Fotografía “Estática” - Sociedad Española de Killis SEK - 1º Premio – Consurso Fotografía Revista “Rio Negro”
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Panaque nigrolineatus
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Poecilia reticulata (guppy)
Thrichogaster lalius (colisa lalia)
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Poe
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Pseudotropheus
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Pterophyllum scalare (Duo)
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Symphysodon (disco azul).jpeg
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Pterophyllum scalare (Macro)
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Thrichogaster lalius (colisa lalia 2)
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Thrichogaster lalius (vertical)
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Xiphophorus Maculatus (Platy)
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Poecilia reticula
ata rojo (guppy)
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Maikel Reyfman
La mayoría de las personas (y los fotógrafos de animales no son la excepción) vienen a la Antártida y a la Subantártica para ver y fotografiar pingüinos. También tenía en mente principalmente pingüinos y albatros, preparándome para mi primera expedición antártica. Pero desde el momento en que mi pie pisó tierra, fui literalmente hechizado por los elefantes marinos y se convirtieron para mí en el objeto número en la Antártida. Es completamente surrealista observar a estas enormes y extrañas criaturas que alcanzan los 6 metros de longitud y pesan hasta 4000 kg. Los elefantes marinos y los pingüinos a menudo eligen las mismas áreas costeras, como resultado, enormes “elefantes” flemáticos a menudo están rodeados de pequeños pingüinos de negocios. Un bebé elefante recién nacido pesa aproximadamente 40 kg, pero no por mucho tiempo. La leche materna es muy espesa y aceitosa, y durante menos de un mes los “niños” crecen hasta 50 kg. Cuando las madres, agotadas por la alimentación, dejan a sus hijos, las “salchichas” divertidas están tumbadas en la playa durante al menos un mes; habrá suficiente stock. Los bebés elefantes aprenden a nadar en estuarios y charcos, los “niños” incluso aprenden a pelear con sus compañeros. Cuando la pereza conquista la pereza, los elefantes abandonan la playa familiar y entran en la edad adulta. Casi todos los años realizo expediciones fotográficas a Svalbard en pequeños buques rompehielos. El objetivo es siempre el mismo: respirar el Ártico y fotografiarlo a él y a sus habitantes. No ha habido una sola expedición en la que no hayamos visto osos polares, morsas, zorros árticos, focas, ballenas y varias aves del Ártico. Agregue a esto las espectaculares cadenas montañosas, los glaciares azules penetrantes, el bajo sol del norte y el silencio. Si le atrae la posibilidad de una “inmersión completa” en el Ártico y las condiciones únicas de capturar la vida salvaje del norte en compañía de los mejores fotógrafos y guías del Ártico, ¡únase a nosotros! En nuestra expedición de abril, desafortunadamente no hay asientos vacíos, pero la expedición 2021 ya está abierta para reserva: http: //www.worldphototravels.com/ Svalbard-Spitsbergen-Winte
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Imagen de Rudy and Peter Skitterians en Pixabay
Repertorio de
Fotógrafos Españoles
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Carlos Albalá En 2004 se tituló en fotografía profesional en la escuela audiovisual metrópolis de Madrid. Es licenciado en Psicología social y posee un máster de orientación educativa de la Universidad Complutense de Madrid (2010). Desde 2007 colabora con el también fotógrafo Ignasi López, con el que además ha fundado la editorial independiente Bside Books. Su trabajo fotográfico gira en torno a la periferia urbana y el paisaje, poniendo el énfasis en la idea del límite. sus series Periferia (2007), From Nowhe- re Onwards (2009) y la más reciente Fault (2011) proponen, como señala Eloy Fernández Porta: «una óptica emotiva, una interiorización del paisaje desolado, bien sea como espacio interior (en las fotos introspectivas), como lugar del recuerdo (en los lugares de infancia) o como sitio restituido (en el paisaje que vuelve a ser natural tras la desaparición de los signos publicitarios). En esa misma línea se encuentra Nostalgia periurbana, trabajo que marcó el comienzo de su colaboración con Ignasi López y que fue seleccionado por BCM producció 08 (Institut de Cultura de Barcelona) para su producción. En él, cada autor muestra una mirada ante su ciudad: Albalá lo hace con Madrid, y López, con Barcelona. Juntos han experimentado con otros tipos de formatos, como el postal, las fotografías fragmentadas o el vídeo. También con Ignasi López ha publicado reportajes en El País y El Mundo. su trabajo conjunto Zoo se expuso en la sede de la real academia de España en Roma durante el festival internacional Fotografía (2010). Carlos Albalá ha recibido tres premios de la Fundación Caja Madrid (2003, 2004 y Generación 2007), fue seleccionado en Creación Injuve 2007 y obtuvo el Premio a la mejor Propuesta Formativa del Festival Internacional de Fotografía emergente de Granada 2007 por Transigrafías, en coproducción con Ignasi López. Sus fotografías se encuentran en las colecciones de Caja Madrid, el Centre d’Art la Panera (Lérida), el Centre National de l’Estampe et de l’Art Imprimé (Chatou, Francia), la Fundación AENA (Madrid) y la fototeca de la biblioteca Panizzi de Reggio Emilia (Italia).
Publicaciones seleccionadas con ignasi López, Periurbanos, Galería la Caja Negra, Madrid, 2009; Evidences as to Man’s Place in Nature, Barcelona, Bside Books, 2010; Fault, Barcelona, Bside Books, 2011.
Para multimedia Editorial https://vimeo.com/76906983 https://vimeo.com/79664410 https://vimeo.com/52848188
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Fotografías que despertaron conciencias
Día V-J en Times Square 14 de Agosto 1945 – Nueva York, Estados Unidos. M artes 14 de agosto de 1945: la Segunda Guerra Mundial prácticamente ha llegado a su fin. Los japoneses se han rendido a las 19:00 horas de Washington. El presidente Truman anunciará oficialmente la victoria del pueblo de Estados Unidos. Ese día inolvidable será recordado en la historia como “el día de la victoria sobre Japón” , o Día V-J Times Square. El corazón de Manhattan, como muchos otros centros de ciudades de Estados Unidos, está abarrotado de hombres y mujeres que celebran el acontecimiento. Alfred Eisenstaedt camina por la calle con su Leica IIIa, lleva unos diez años tomando fotografías para la revista LIFE, y era un maestro de la fotografía espontánea: utilizaba luz natural y se las arreglaba para intuir en cuestión de segundos los mejores momentos para captar imágenes; a menudo hacía fotografías sin anunciar su presencia a los sujetos. Esto es exactamente lo que sucedió al marinero y a la enfermera, que a las 17:51 horas se besaron jubilosamente en Times Square ante un objetivo que no vieron. Einsenstaedt tomó cuatro fotografías consecutivas, y, como muestra la hoja de contactos, logró captar la perfección del cuerpo de la mujer, inclinado a lo largo de la diagonal, y su maravillosa pierna levantada en paralelo al brazo del marinero que rodea su cintura. Después, Einsenstaedt se alejó en busca de nuevos estímulos. Cuando la fotografía apareció a página completa en LIFE, toda una generación de estadounidenses se identificaron con la felicidad y el encanto de la joven pareja, y no solo metafóricamente. El hecho de que tanto el marinero como la enfermera tengan el rostro cubierto, estimula el proceso de identificación, hasta tal punto que el departamento editorial de la revista quedó colapsado con mensajes de lectores que reivindicaban ser reconocidos como los protagonistas de la fotografía. En poco tiempo, la imagen se convirtió en un icono popular: no es accidental que hoy, en Times Square, esta escena del beso haya quedado inmortalizada por una escultura gigante, de estilo ligeramente pop, Unconditional Surrender (Entrega incondicional), de Seward Johnson.
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