Nº 110 - Marzo de 2021
José Santaclara Sacerdote-Actor
Volver la vista atrás A veces merece la pena volver la vista atrás y, mirando por el retrovisor de la nostalgia, centrarse en recordar momentos felices, momentos únicos, chispazos de vida feliz, o quizás solo de vida, y concentrarse en la memoria, en ese limbo en el que todo sucede y realmente nada pasa. Recordar, quizás como sinónimo de volver a vivir. Y recordar, sobre todo, cosas pequeñas; evocar un tiempo de felicidad rodeado de familiares y buenos amigos, seres queridos que dan sentido a una existencia; recrearse en una tarde de lectura fructífera o una mañana de trabajo agradablemente sobrellevado o en una puesta de sol cuajada de arreboles o un amanecer frente al mar, quizás con una ligera resaca; reconocer en sus distintas circunstancias los momentos de amor de un tiempo que ya no volverá, esos momentos íntimos que no se pueden traducir en palabras ni merece la pena hacerlo; tener en cuenta algunos instantes consumidos en admirar hermosas fotos en Moldeando la luz o leyendo intrigantes relatos de Luz y Tinta; volver la vista atrás para rememorar un paisaje de montaña, si es asturiana, mejor, donde quizás algunas veces buscamos un trébol de cuatro hojas que alimentó nuestra ansiedad ante el poder de seducción de la naturaleza. En fin, merece la pena seguir por el retrovisor de la nostalgia todas esas cosas, pequeños detalles o grandes momentos, por los que merece la pena vivir. Todos esos momentos, grandes o pequeños, que nos hacen olvidar que llevamos un año pendientes del Covid-19 y sus consecuencias
Francisco Trinidad
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Foto del Mes. E. Horobets
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Entrevista a José Santaclara6
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José Luis Cuendia. Bellezas prestadas, 3
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Francisco Trinidad. Concierto tentador
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H.P. Lovecraft. El clérigo alvado
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Laudelino Vázquez. El cuélebre
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Juan Depunto. Acueductor romanos
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Monchu Calvo. Ángeles, la cestera
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Fotos seleccionadas. Febrero 2021
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Nadima / Claudio Serrano
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Pepe Latas. Texturas mezcladas
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Juanjo Arrojo. Hórreos asturianos, 2
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David du Chemin. Alimentar al Lobo adecuado
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Sergei Rekhov
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Attar Abbas
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Amalé y Bondía
PROMOTOR y DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA: José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECCIÓN, DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Francisco Trinidad DIRECTORA DE COMUNICACIÓN: Lola González
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Número Marzo de 2021
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Foto del Mes C Febrero de 2021
Sol de media noche, de E. Horobets
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José Santaclara Sacerdote-Actor
En la historia del cine no son pocos los afamados actores que han interpretado a sacerdotes, obispos e incluso Papas. Los que amamos al cine podemos hacer memoria y recordar sin mucho esfuerzo ‘La ciudad de los muchachos’, quién no recuerda al padre Flanagan interpretado por Spencer Tracy; a Gregory Peck en aquel convincente sacerdote de “Las llaves del Reino”; el talento de Montgomery Clift a las ordenes del maestro Hitchcock que nos dejaron obras maestras como “Yo confieso”; al padre Barrie (Karl Marlden) en “La ley del silencio” con unas de las mejores interpretaciones de Marlon Brando en el papel de exboxeador y estibador; la novela de ‘El Cardenal’, llevada a la pantalla por Otto Preminger; Un Gregory Peck que volvería a vestir la sotana para interpretar al padre Hugh O´Flaherty en “Escarlata y negro”, en la Roma ocupada por los nazis; la evangelización de los indios guaraníes en “La misión” con Jeremy Irons y Robert de Niro. Sin olvidarnos de Fray Guillermo de Baskerville interpretado por el memorable Sean Connery en “El nombre de la Rosa”; Max Von Sydow, el sacerdote en “El Exorcista” o el ficticio Papa ucraniano Kiril I interpretado por el inolvidable Anthony Quinn en “Las sandalias del pescador”. Recientemente hemos podido ver “Los dos Papas” con Anthony Hopkins interpretando al Papa Benedicto XVI y a Jonathan Pryce en el papel de Jorge Bergoglio, el Papa Francisco. Jonathan Pryce también fue el encargado de dar vida a uno de los protagonistas más polémicos de “Juego de Tronos” el “Gorrión Supremo”, el líder de la religión que impera en Poniente, la llamada “Fe de los Siete”. La lista puede ser interminable. Pero lo dicho, no son pocos los actores que han interpretado a personajes de la iglesia, pero sacerdotes interpretando en el cine otros papeles, yo no conocía a nadie hasta que un buen día apareció en mi estudio con un amigo en común José Santaclara, sacerdote y actor de cine. Había visto sacerdotes en muchos oficios, es más, en mi familia hubo uno que fue minero a la vez que ejercía el sacerdocio, al final le enviaron a Suiza a cuidar las almas de los emigrantes, porque aquí se estaba metiendo en muchos líos sociales y laborales, según la policía y el Arzobispado, allí se enamoró de una de las emigrantes, colgó los hábitos y se casó, formó una familia y tuvo un hijo. También he conocido a un cura cantante, pero curas actores, como que no. Bueno sí, al que ahora es mi amigo José Santaclara. Recientemente he tenido la suerte de recibir el encargo de la dirección de fotografía en la película “Un año después” que dirige Eduardo Castejón, que recientemente se ha presentado al Festival de Cine de Málaga, y en ella José Santaclara hace de doctor en el Hospital de Cabueñes de Gijón, precisamente en el hospital en el que ejerce a diario de capellán. José Santaclara, Pepe para los amigos, me comentaba en los descansos del rodaje que a él le atrajo este mundo a través de la magia de la tele. Aquellos años de los
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grandes relatos y obras de teatro como Estudio Uno. Su admiración por aquellas películas clásicas de los 40 y 50. Me dice con pasión…¿quién no tiene grabada en la retina la fuerza de Bette Davis, la dulzura de Audrey Hepburn, el misterio de Lauren Bacall, Marlon Brando y tantos otros que hicieron posible el Séptimo Arte? Con el paso del tiempo, nuevos actores y actrices pasaron a formar parte de tu vida, esos que según él con una mirada transmiten sentimiento y verdad, y son los que han hecho que me encante la interpretación. Así que hoy bautizado por Templo del Séptimo Arte, los personajes y las cámaras no le cohíben, se mete en cualquier papel y lo vive. El doblaje es otra actividad que adora. Ha puesto la voz en varias películas, algunas de ellas dobladas al bable en la Televisión del Principado de Asturias. Como bien recuerda cada vez que tiene ocasión, todos esos pasos empezaron con un actor y director, que un día le dijo: “ponte delante de la cámara”. Se refiere al que considera su gran amigo y hermano Eduardo Castejón, con el que acaba de rodar “Un año después”, con Pepe Ruiz, María Luisa Merlo, Laura Vignatti, Antonio Albella y Gala Bichir. Con Eduardo formó también parte de la serie “LJ Detective” y espera hacerlo con “Somos los Marven”. Con el director asturiano Julio de la Fuente participó en “El último invierno” y dos cortos con Ana María Vidal y Manolo Zarzo. Con Ana Martín, en “El crucigrama de Jacob”, en un papel de fraile, tipo El nombre de la rosa, y la voz del narrador de la película. Con motivo de la portada de este número, he tenido la suerte de poder hacerle algunas preguntas sobre su vida de actor. Como siempre, para los amigos saca el tiempo de debajo de las piedras, nunca tiene un no por respuesta, el día que se lo propuse estaba atendiendo a su madre que se encontraba muy enferma, -solo quiero que no sufra- me dijo, pocos días después falleció, esa misma semana me envió las respuestas a las preguntas que le hice. Algunas relacionadas con su vida de cura, quedarán para otra ocasión, pues como escribió el dramaturgo alemán Bertolt Bresccht en uno de sus poemas “Malos tiempos para la lírica”, una frase hecha en un contexto diferente como fue el ascenso al poder de los nazis en Alemania, pero que salvando las distancias podemos aplicar a muchas de las consecuencias más inmediatas, como nos puede ocurrir ahora con el coronavirus, por poner otro ejemplo. —¿Cuáles han sido los mejores y peores momentos de tu vida de actor? —Ningún mal recuerdo. De todo se aprende. Y algo siempre claro es que el director manda. —¿Tienes algún secreto para la interpretación? —Creerme el personaje, vivirlo y sentirlo. —Tu mejor momento para encontrar la paz. —La música clásica. Y cuando en el rodaje el director te encaja como una pieza perfecta. —¿Que te impulsó a comenzar tu carrera de actor? —Fue Eduardo Castejón, al que siempre estaré agradecido. Exigente en el trabajo y perfecto en el resultado.
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—Si no fueras sacerdote y actor ¿qué te hubiera gustado ser? —Cura y Actor. No me veo en otro sitio. —Algún amor platónico. —Ninguno, de verdad —La última mentira que hayas dicho. —Para evitar un disgusto o un enfrentamiento no miento, pero me dejo llevar por una cierta tergiversación de la realidad. Hay que ser políticamente correcto. —¿Sigues alguna serie de TV? —Comedia en general —Caricatura favorita de tu infancia. —La Pantera Rosa siempre me encantó y me sigue gustando. —Lo primero en lo que te fijas en una mujer o en un hombre. —La educación, el respeto y saber estar. Mi madre, que acaba de fallecer, siempre me dijo “trapo, según te veo te trato”. —¿Coleccionas algo. —Filatelia y posters de cine. —¿Qué te encanta que te regalen? —Lo que sea. Agradezco que se acuerden de mi, aunque sea un abrazo. Ese es el regalo más grande. —Trabajo del que te sientes más orgulloso. —Un año después y LJ Detective. —Película favorita. —The Greatest Showman. Me identifico plenamente con la canción This is me. —¿Con qué actores te gustaría trabajar? Mujer y hombre —Los Maestros con los que crecí viéndolos en Televisión y que despertaron en mi la pasión por el Cine y el Teatro. —¿Con qué director te gustaría trabajar? —Con todos se aprende, todos te enriquecen. Bueno, Pepe, muchas gracias por tus respuestas, espero que ellas sirvan para que los seguidores de Luz y Tinta tengan una idea más formada de tu personalidad, los que te conocemos podemos decir, que eres de esas personas entrañables, que tienen muy claro en su vida que una de las cosas que sin duda alguna más llena nuestra existencia es la amistad. Por eso, Pepe es un amigo con mayúscula. —Muchas gracias a vosotros. Un afectuoso saludo para todos los lectores de esta gran revista Luz y Tinta.
José Luis Cuendia, “Guendy”
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Con María Luisa Merlo y Pepe Ruiz durante el rodaje de “Un año después”
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José Luis Cuendia “Guendy”
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Bellezas prestadas, y3 Cuando inicié esta serie de “Bellezas prestadas” para Luz y Tinta, relegaba sin darme cuenta a un buen número de modelos, el modelo masculino, unos evidentemente destacan por su elegancia, en algunas ocasiones acercándose a lo que hoy conocemos como metrosexual, aunque muchos yo los definiría más bien como “lumbersexual”, que es la moda antónima a la que usan los primeros. Todos aspiran a triunfar en esto de la moda, el cine, el teatro o la televisión, al igual que las modelos femeninas, pues sus objetivos suelen ser los mismos. Otros con o sin falta de una gran belleza buscan triunfar con su físico, pues en el mundo del cine pueden tener cabida todos; recuerdo cuando la productora de El Señor de los Anillos buscaba extras feos para hacer de orcos, el requisito indispensable era ser feo. Una de las agencias de casting era muy especifica en sus solicitudes, incluso llegó a recurrir a Facebook solicitando gente con muchas arrugas, narices grandes y personas muy peludas de cualquier edad y etnia, al tiempo que el anuncio también daba la bienvenida a bailarines, ciclistas robustos y de aspecto fuerte, así como pelirrojos de todas las edades, morfologías y tamaños. El atractivo, por tanto, suele ser en estos casos un arma de doble filo. Bien es cierto que he retratado muchos menos modelos masculinos que femeninos, pero de vez en cuando en esta serie de “Bellezas prestadas” hará la impronta algún modelo masculino, si bien el titulo de esta serie fue más bien pensado para las modelos femeninas, ello no quiere decir para nada que por el solo hecho de ser hombres el título de la serie les sitúe fuera del sustantivo femenino, pues la belleza es una noción abstracta, unida a numerosos escenarios de la vida humana. Decir para terminar que en este tipo de sesiones fotográficas el attrezzo adecuado es fundamental para contextualizar las tomas de estudio. De igual manera todas y todos son buenas y buenos modelos y mejores personas, siempre con el deseo de cumplir con sus trabajos y con la mayor diligencia; el tiempo nos dirá como les ha tratado el círculo de la suerte, pues para triunfar en este mundo del modelaje, al margen de las cualidades necesarias, la suerte es un factor muy importante y también los buenos padrinos. Desde Luz y Tinta, ponemos nuestro grano de arena destacando sus bellezas, también resistiendo y aguardando al día que la utopía de sus sueños se haga realidad.
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josé santaclara en “somos los marven”, una idea original de “Guendy”
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Concierto tentador Maldita sea Alicia Ramírez y el día en que se me ocurrió incorporarla a uno de mis relatos, creyendo que era una idea feliz porque me permitía hablar de Madrigal de las Altas Torres, donde, dicho sea de paso, tan feliz he sido en algunos momentos, aunque no por las razones lúbricas que desplegué en aquel cuento y que al cabo de un tiempo se han vuelto en mi contra como un peligroso boomerang que, en manos inexpertas, acaba descalabrando a quien pretende ser un inconsciente aprendiz de brujo. Fue mi caso. Como aquello de Madrigal resulta que gustó a varios de mis lectores, y no sé por qué, seguí tirando del hilo y me traje a Alicia a disfrutar del prerrománico en agosto del año pasado. Y subrayo esto de ‘agosto’ por lo que vendrá después. Luego Gloria Soriano en uno de sus cortos introdujo también a Alicia Ramírez, en este caso como amante de la bicicleta y de las buenas lecturas. Para darle más carrete a la historia, en el mismo número 106 de Luz y Tinta en que se publicaba el corto de Gloria, volví a sacar a Alicia Ramírez. En el relato titulado “Una casita en el Mar Menor”, contado en primera persona como los anteriores, se narraba la vinculación del narrador con el Mar Menor, y la muerte de Alicia Ramírez, presumiblemente un asesinato achacable al propio narrador. Nada del otro mundo en estos juegos literarios. Así le daba un nuevo giro a la historia, enredándola en su propio desarrollo, y terminaba con aquel fértil personaje. Y digo bien, personaje, porque de ficción se trataba en toda su dimensión. Los escenarios de mis relatos son siempre reales o pretenden serlo. Normalmente, sitios conocidos a los que, cómo no, suelen unirme lazos literarios. Uno, al final, no es más que lo que lee y lo que escribe. Eso me pasa con Madrigal de las Altas Torres y toda la historia del pastelero y el rey don Sebastián. Por eso me resultó grato incorporar aquel bello escenario a una ficticia —insisto en el carácter de invención de mi cuento— historia de amor con una bella lectora fruto exclusivo de mi desbordada imaginación. Pues bien, a los pocos días de publicar la historia de la muerte de Alicia Ramírez en aquella casita del Mar Menor, una lectora, esta sí que bien atenta a mis historias, me mandó un correo electrónico haciéndome notar la incongruencia temporal de mis dos últimos relatos. El del prerrománico, según yo contaba, sucedió en agosto de 2020, fecha verosímil por la despedida entre ambos personajes que cruzaban un beso a través de la mascarilla impuesta por la lucha contra el coronavirus. El del Mar Menor en cambio situaba el asesinato de Alicia unos meses antes del mismo año, pues el narrador descubre su cadáver el 26 de junio, una vez finalizado el confinamiento. “Se te ha ido la pinza, colega”, me decía mi lectora; y remachaba: “Espero que en otra ocasión afines más con los tiempos.” Después de meditarlo mucho y de barajar la posibilidad de enmendar este desfase temporal con alguna pirueta literaria —una metáfora admite todas las variables, muchas de ellas verosímiles y ninguna verdadera—, escribí a mi lectora con toda la cortesía del mundo, pero sin aclararle que me había colado porque, como nada era verdadero, todo el monte narrativo se me antojaba orégano o, cuando menos, jara y tomillo. O sea, arborescencia sintáctica sin sentido. No quise ahondar más, aunque me apetecía, porque no se me ocurría nada realmente airoso y porque ya estaba bastante harto de Alicia Ramírez y de todas las lectoras curiosas y atentas que me señalaban mis defectos, que los tengo, ya lo sé, aunque tampoco sea necesario explicitarlos. Mi sorpresa llegó diecisiete días después de mandar este correo a mi lectora. Diecisiete días, las fechas del correo electrónico no engañan. Aquella mañana me levanté como de costumbre hacia las siete y, como de costumbre, lo primero que hice al encender el ordenador como media hora después fue consultar mi correo
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Tres veces se acercó Alicia al proscenio para agradecer al público su reconocimiento y dos de ellas quise creer que miraba hacia mí, sabedora del lugar que ocupaba en la platea.
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electrónico y llevarme la sorpresa no digo del día, sino del siglo. Entre los correos habituales estaba uno proveniente de Alicia Ramírez. Sí, digo bien, Alicia Ramírez con todas las letras. Dudé mucho si abrir aquel correo. Primero pensé que pudiera ser un virus —¿qué otra cosa podía ser aquella intromisión en mi mundo irreal?—; luego supuse que sería una broma de alguna de mis lectoras; luego… En fin, estaba hecho un auténtico lío. Así que decidí abrir aquel correo y mi sorpresa fue en aumento mientras lo leía y despejaba todos mis temores. Alicia Ramírez de Arellano y Souto me contaba que seguía mis cuentos desde tiempo atrás y que, por la coincidencia con su propio nombre, le había divertido mucho la historia que yo había contado utilizando su propio nombre y apellidos, aunque le había desilusionado su muerte y más en circunstancias oscuras (ésta, menos mal, no reparaba en el desajuste de las fechas). Luego pasó a presentarse: me dijo que era violinista profesional, que tocaba en la Orquesta Filarmónica de Viena desde hacía años y que estaba casada con un contrabajista austríaco de la misma orquesta. Sus orígenes estaban en Oviedo, de donde era natural y vecino todavía su padre y a través de él los miembros de la Orquesta Filarmónica de Oviedo la habían invitado a participar en un ciclo de conciertos que se iban a celebrar en el Teatro Filarmónica. Y cuando ya pensé que mi sorpresa había alcanzado su máxima cima, me ponía el enlace para bajarme dos entradas para uno de los conciertos en el que ella actuaría como solista interpretando parte de la Sinfonietta y la obertura del Taras Bulba del checo Leoš Janáček, del que me adelantó que la Ópera de Oviedo pensaba programar su ópera Katia Kabanová coincidiendo con su centenario. Su correo terminaba diciendo que, si me animaba a asistir a ese concierto, me invitaba a cenar en el lugar que yo eligiera y así podríamos charlar, largo y tendido (palabras textuales), sobre música y literatura. Lógicamente, al final del correo, me anotaba un número de móvil para que le confirmara aquella cita, que a mi me parecía misteriosa e intrigante. A pesar de mi afición a la música clásica, nunca había oído hablar de Janáček. Así que me apresuré a entrar en Deezer y escuchar de un tirón la Sinfonietta, que me pareció juvenil y vigorosa, rebosante de vida y optimismo. Mi sorpresa se acrecentó cuando leí en algún lugar de internet que su autor tenía 72 años cuando la escribió. No era mala presentación para un melómano.
De sorpresa en sorpresa dudé si asistir a aquel concierto y por fin, por qué no, pinché en el enlace que me proporcionaba en el e-mail, bajé aquellas dos entradas y se lo comenté a mi mujer que prefirió dejarme solo: ni le gusta la música clásica como para aguantar un concierto entero, y más de un desconocido, ni le apetecía cenar soportando la conversación de dos frikis que seguramente no abandonarían su ritornelo ni siquiera para comentar la textura del vino. Fui, pues, al concierto y por supuesto me cuidé de apuntar el móvil que Alicia Ramírez me había incluido en su correo, aunque no tenía claro si llamaría para cenar con ella o simplemente para conocerla. Era todo tan confuso que me pasé el día nervioso, a vueltas con mis dudas. Llegada la hora del concierto, acudí al Filarmónica y me senté en la fila quinta que me asignaban las entradas que me había enviado. A mi derecha dejé libre el sitio que debiera haber ocupado mi mujer, con lo que había tres asientos vacíos hasta la señora que ocupaba la plaza que daba justo al pasillo. Por la izquierda, había una butaca vacía y el resto, una sí y otra no, ocupado por gentes como yo, todos con mascarilla, mirándonos unos a otros con la desconfianza que el maldito coronavirus ha instalado entre nosotros. Mientras se iniciaba el concierto, pude leer en el programa el impresionante curriculum de la violinista Alicia Ramírez que, a sus cuarenta y pocos años, había recorrido medio mundo tocando su instrumento con las orquestas más afamadas, aparte la Sinfónica de Viena de la que era titular. Dio comienzo el concierto. Miré a todas las violinistas, cubiertas por mascarillas negras, por si adivinaba quién era la tal Alicia Ramírez de Arellano, a la que no identifiqué hasta que se levantó y se adelantó para su solo en la Sinfonietta, que, tras los aplausos de rigor, empalmó con la obertura de Taras Bulba, que le granjeó unos bien merecidos aplausos y una sentida ovación. El director de orquesta y el concertino le hicieron los honores, con toda la orquesta puesta en pie y aplaudiendo son sus instrumentos en señal de aprobación. Tres veces se acercó Alicia al proscenio para agradecer al público su reconocimiento y dos de ellas quise creer que miraba hacia mí, sabedora del lugar que ocupaba en la platea. Debo reconocerlo, estaba realmente hermosa, con su vestido de gala negro, de gasa plisada y escote palabra de honor que resaltaba sus hombros y su cuello de garza. El resto del concierto me debatí entre llamarla o no cuando finalizara y aceptar aquella cena que
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tanto me conturbaba. Pero en la tensión y los temores que se me despertaban entre la Alicia real y la ficticia pudo más la precaución y decidí no llamarla. Volví a mi casa de Gijón, recordando los mil y un detalles del concierto (sobre todo la mirada que sin disimulo me dirigió cuando abandonaba el escenario). Y aquella noche dormí mal: desperté varias veces, siempre con el recuerdo de Alicia Ramírez, y en un momento dado sentí que me subía la fiebre y me inundaba la melancolía. Al día siguiente recibí otro correo suyo, en el que me comunicaba que volvía a Viena, que me había echado de menos y que en la próxima visita volvería a ponerse en contacto conmigo. Todo muy escueto, aunque yo no andaba para muchas efusiones: tenía fiebre alta, me sobrevenía de vez en cuando una tos que me arrancaba los pulmones y sobre todo sentía una fuerte opresión en el pecho que me hacía trastabillar. Creo que hasta perdí el conocimiento un par de veces, hasta que mi mujer me obligó a acudir a Urgencias donde diagnosticaron lo que tanto temíamos. Aquella misma tarde me ingresaron con mi malestar agravado por lo que había leído en el correo de Alicia Ramírez que me había llegado antes de salir para el hospital: también ella se había contagiado del maldito Covid y estaba a punto de ingresar en el Franziskus Spital, de Viena. No sé cuántos días estuve medio inconsciente, intubado y preso de convulsiones, con una fiebre incontrolable, sin ver a nadie, salvo a aquellos médicos, enfermeras y auxiliares que, con sus equipos de protección, parecían fantasmas en una ingrávida danza de la muerte. Poco a poco, día a día, fui recuperando la consciencia, remitió la fiebre, decreció la tos y se acabaron estabilizando lo que los médicos llaman las constantes vitales, que no es otra cosa que el ritmo de la vida circulando por la vía de la normalidad. Normalidad que, dicho sea de paso, recuperé por mis ganas de vivir y por el apoyo que recibía de mi mujer en cada una de las escasas y cortas visitas que le permitían. Y ahora, por fin, hasta tengo fuerzas para escribir esta miserable confesión en la UCI del Hospital de Cabueñes de Gijón, y en una tablet que mi mujer me ha traído para que ocupe el poco tiempo que paso consciente navegando por Internet, leyendo los muchos libros que tengo grabados y si acaso tomando notas para futuros cuentos que no sé si este virus me permitirá escribir algún día, si es que me quedan días después de esta maldición en cuya duermevela me he preguntado muchas veces cómo seguirá Alicia Ramírez y si habrá superado, como yo, el primer asalto de esta enfermedad que nos envuelve.
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H. P. Lovecraft
H.P. Lovecraft (Estados Unidos: 1890-1937) fue un escritor estadounidense, autor de novelas y relatos de terror y ciencia ficción. Muy conocido por Los Mitos de Cthulhu.
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El clérigo malvado Cuando el mundo se sumió en la vejez, y la maravilla rehuyó la muerte de los hombres; cuando ciudades grises elevaron hacia cielos velados por el humo torres altas, temibles y feas, a cuya sombra nadie podía soñar sobre el sol ni las praderas floridas de la primavera; cuando el conocimiento despojó a la tierra de su manto de belleza, y los poetas no cantaron sino a distorsionados fantasmas, vistos a través de ojos cansados e introspectivos; cuando tales cosas tuvieron lugar y los anhelos infantiles se hubieron esfumado para siempre, hubo un hombre que empleó su vida en la búsqueda de los espacios hacia los que habían huido los sueños del mundo. Un hombre grave que parecía inteligente, con ropa discreta y barba gris, me hizo pasar a la habitación del ático, y me habló en estos términos: —Sí, aquí vivió él..., pero le aconsejo que no toque nada. Su curiosidad lo vuelve irresponsable. Nosotros jamás subimos aquí de noche; y si lo conservamos todo tal cual está, es sólo por su testamento. Ya sabe lo que hizo. Esa abominable sociedad se hizo cargo de todo al final, y no sabemos dónde está enterrado. Ni la ley ni nada lograron llegar hasta esa sociedad. —Espero que no se quede aquí hasta el anochecer. Le ruego que no toque lo que hay en la mesa, eso que parece una caja de fósforos. No sabemos qué es, pero sospechamos que tiene que ver con lo que hizo. Incluso evitamos mirarlo demasiado fijamente. Poco después, el hombre me dejó solo en la habitación del ático. Estaba muy sucia, polvorienta y primitivamente amueblada, pero tenía una elegancia que indicaba que no era el tugurio de un plebeyo. Había estantes repletos de libros clásicos y de teología, y otra librería con tratados de magia: de Paracelso, Alberto Magno, Tritemius, Hermes Trismegisto, Borellus y demás, en extraños caracteres cuyos títulos no fui capaz de descifrar. Los muebles eran muy sencillos. Había una puerta, pero daba acceso tan sólo a un armario empotrado. La única salida era la abertura del suelo, hasta la que llegaba la escalera tosca y empinada. Las ventanas eran de ojo de buey, y las vigas de negro roble revelaban una increíble antigüedad. Evidentemente, esta casa pertenecía a la vieja Europa. Me parecía saber dónde me encontraba, aunque no puedo recordar lo que entonces sabía. Desde luego, la ciudad no era Londres. Mi impresión es que se trataba de un pequeño puerto de mar. El objeto de la mesa me fascinó totalmente. Creo que sabía manejarlo, porque saqué una linterna eléctrica —o algo que parecía una linterna— del bolsillo, y comprobé nervioso sus destellos. La luz no era blanca, sino violeta, y el haz que proyectaba era menos un rayo de luz que una especie de bombardeo radiactivo. Recuerdo que yo no la consideraba una linterna corriente: en efecto, llevaba una normal en el otro bolsillo. Estaba oscureciendo, y los antiguos tejados y chimeneas, afuera, parecían muy extraños tras los cristales de las ventanas de ojo de buey. Finalmente, haciendo aco-
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pio de valor, apoyé en mi libro el pequeño objeto de la mesa y enfoqué hacia él los rayos de la peculiar luz violeta. La luz pareció asemejarse aún más a una lluvia o granizo de minúsculas partículas violeta que a un haz continuo de luz. Al chocar dichas partículas con la vítrea superficie del extraño objeto parecieron producir una crepitación, como el chisporroteo de un tubo vacío al ser atravesado por una lluvia de chispas. La oscura superficie adquirió una incandescencia rojiza, y una forma vaga y blancuzca pareció tomar forma en su centro. Entonces me di cuenta de que no estaba solo en la habitación... y me guardé el proyector de rayos en el bolsillo. Pero el recién llegado no habló, ni oí ningún ruido durante los momentos que siguieron. Todo era una vaga pantomima como vista desde inmensa distancia, a través de una neblina... Aunque, por otra parte, el recién llegado y todos los que fueron viniendo a continuación aparecían grandes y próximos, como si estuviesen a la vez lejos y cerca, obedeciendo a alguna geometría anormal. Entonces dieron media vuelta y huyeron frenéticamente. Todos menos uno. Cuando la multitud hubo desaparecido, vi al hombre grave de barba gris que me había traído a este lugar, de pie, solo, con una linterna. Me miraba boquiabierto, fascinado, pero no con temor. Luego empezó a subir la escalera, y se reunió conmigo en el ático. Dijo: —¡Así que no ha dejado eso en paz! Lo siento. Sé lo que ha pasado. Ya ocurrió en otra ocasión, pero el hombre se asustó y se pegó un tiro. No debía haberle hecho volver. Usted sabe qué es lo que él quiere. Pero no debe asustarse como se asustó el otro. Le ha sucedido algo muy extraño y terrible, aunque no hasta el extremo de dañarle la mente y la personalidad. Si conserva la sangre fría, y acepta la necesidad de efectuar ciertos reajustes radicales en su vida, podrá seguir gozando de la existencia y de los frutos de su saber. Pero no puede vivir aquí, y no creo que desee regresar a Londres. Mi consejo es que se vaya a Estados Unidos. —No debe volver a tocar ese... objeto. Ahora, ya nada puede ser como antes. El hacer —o invocar— cualquier cosa no serviría sino para empeorar la situación. No ha salido usted tan mal parado como habría podido ocurrir..., pero tiene que marcharse de aquí inmediatamente y establecerse en otra parte. Puede dar gracias al cielo de que no haya sido más grave. —Se lo explicaré con la mayor franqueza posible. Se ha operado cierto cambio en... su aspecto personal. Es algo que él siempre provoca. Pero en un país nuevo, usted puede acostumbrarse a ese cambio. Allí, en el otro extremo de la habitación, hay un espejo; se lo traeré. Va a sufrir una fuerte impresión..., aunque no será nada repulsivo. Me eché a temblar, dominado por un miedo mortal; el hombre barbado casi tuvo que sostenerme mientras me acompañaba hasta el espejo, con una débil lámpara (es decir, la que antes estaba sobre la mesa, no el farol, más débil aún, que él había traído) en la mano. Y lo que vi en el espejo fue esto: Un hombre flaco y moreno, de estatura media, y vestido con un traje clerical de la iglesia anglicana, de unos treinta años, y con unos lentes sin montura y aros de acero, cuyos cristales brillaban bajo su frente cetrina, olivácea, anormalmente alta. Era el individuo silencioso que había llegado primero y había quemado los libros. Durante el resto de mi vida, físicamente, yo iba a ser ese hombre.
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¿Dónde estás, Miguel Miralles?, IV Miguel Miralles ha sido transportado por El Sumiciu, un ser mitológico, a un lugar desconocido. Después de escapar, se encontró con una Xana en un local en el que el Sumiciu le ha localizado. Perseguudo por El Sumiciu y un ejército de ratas, se encuentra perdido en la más absoluta oscuridad.
Laudelino Vázquez
El Cuélebre.- Es una gran serpiente con alas parecidas a la de los murciélagos, cubierto de escamas muy duras que rechazan las balas, excepto por la garganta. Se cuenta, que las alas les aparecen a las culebras cuando son muy viejas y así se van volando al mar, para cuidar de sus tesoros que esconden en el fondo marino. Fuente: http://www.senderismoenasturias.es/elculebr.htm
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El Cuélebre A Natalia aún le temblaba la voz. A pesar de que al otro lado del teléfono, Mingo le repetía una y otra vez que no podía entenderla, ella era incapaz de articular una frase con sentido. Así que a pesar de la hora, Mingo Rula, no tuvo otro remedio que acercarse hasta su casa para intentar enterarse de lo que había ocurrido. Un par de tilas después, y la ayuda de uno de los tranquilizantes que él tomaba para dormir, había conseguido ralentizar la velocidad de Natalia y aunque aún se confundiera de vez en vez podía por fin seguir el hilo de lo ocurrido: —No sé qué hora era exactamente —explicaba en ese momento—, pero me había conseguido dormir, así que imagino que serían entre las 3 y las 4 de la madrugada, que son las horas las en que suelo dormirme un rato. Me despierto a menudo, sueño mucho, y por eso el ruido atronador me hizo creer al principio que era un sueño; pero el golpe contra la puerta fue tan grande, que sonó como una explosión en mitad de la noche, y me obligó a levantarme y buscar el origen del estruendo. Mingo la animó a seguir hablando con un gesto, para evitar que las distracciones hicieran imposible entender de qué estaba hablando. —Un móvil —continúo Natalia—: lo que había golpeado contra la puerta, y antes parecía haber caído por el interior de una olla metálica gigante, era un móvil. No tenía ninguna explicación, pero al principio pensé se podía haberle caído a un vecino, o de una avioneta, qué sé yo ¿De dónde puede venir un móvil que cae sobre la habitación de Miguel en medio de la noche? Sinceramente no lo sé. Pero aún faltaba lo peor por llegar, el móvil estaba funcionando, parecía haberse interrumpido en medio de una llamada, y el nombre que figuraba en la pantalla era el mío. Pero la llamada no iba dirigida a una Natalia cualquiera, no, la foto que parecía hacerme un guiño desde una distancia imposible, era la mía. Y el teléfono el de Miguel… —A ver si esto se va a convertir en un misterio de puerta cerrada o algo similar, porque yo tampoco le veo ninguna explicación —respondió Mingo. Ella apretó las manos de su amigo, le miro fijamente y añadió un susurro: —Creerás que estoy loca, pero me acerqué el teléfono al oído con la esperanza de que fuera Miguel que intentaba comunicarse conmigo, pero apenas pude escuchar la voz del otro lado durante unos segundos, y solo de pensarlo, me causa pavor. Algo, porque aquello no era humano, se reía a carcajadas y parecía divertirse extraordinariamente… —Esto no puede haber ocurrido porque si —interrumpió Mingo—-: en este teléfono tiene que haber alguna clave, vamos a buscarla. Mejor dicho, vas a buscarla, porque tú conoces mejor a Miguel y podrás seguir las pistas. Si la frase que acababa de decir hubiera sido cierta, y Natalia hubiese podido seguir el rastro del teléfono, habrían descubierto la temblorosa figura de Miguel en mitad de un bosque sin luz, rodeado de sombras y del jolgorio irreprimible de miles de ratas, acompañado de la voz de el Sumiciu, qué ejercía de maestro de ceremonias.
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...la temblorosa figura de Miguel en mitad de un bosque sin luz, rodeado de sombras y del jolgorio irreprimible de miles de ratas, acompañado de la voz de el Sumiciu
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—! Críspulo, Cráspulo! Qué dice Su Grandísima, que quiere ver a las ratas, hacer gatos, y al zagal zagal zoquete, siendo el ratón. Y que lo cacéis despacio, que no siempre tenemos piezas para jugar con con ellas al juego de la vidamuerte, que tanto nos gusta. Eeeeeeh, eo! —acabó gritando con la voz estropajosa que Miguel había escuchado ya en demasiadas ocasiones. En todo caso tampoco tuvo demasiado tiempo para pensar: sin el móvil, sin luz, sin ningún ser mitológico ni de los otros que pudiera salir de la nada para protegerle, el pánico se apoderó de él y comenzó a correr sin sentido, golpeándose contra los árboles, cayendo, levantándose y volviendo a caer una y mil veces, mientras las ratas parecían alborotadas y felices, riéndose todo lo que una rata puede reírse y coreando lo que a Miguel le parecía el siseo de su nombre. Agotado, a punto de derrumbarse, sin más esperanza y al final fuese rápido, sintiendo mil veces la primera dentellada rasgando su carne, Miguel se dejó caer musitando el nombre con el que toda esta historia había empezado, el nombre de una obsesión que le había traído hasta aquí. Se dejo caer boca arriba, y dirigió la vista hacia el cielo con la esperanza de tener una última visión de las estrellas. En vano, porque a su alrededor la oscuridad se iba haciendo absoluta. Cuando iba a cerrar los ojos, detectó, sin embargo, un punto de luz. Minúsculo, en medio de la nada, aquello significaba un punto de esperanza. Tuvo además la sensación de que las ratas se colocaban en dos filas a los lados, como si marcaran un camino. Aunque hubiera sabido que ese era el juego del gato y el ratón, era consciente de que el ratón, no podía elegir, solo seguir adelante. Así que penosamente, se puso en pie y empezó a caminar en dirección al lejano punto de luz. Sintiendo los afilados dientecillos de las ratas, mordisqueando su ropa y calzado, encontró fuerzas de flaqueza para volver a correr intentando llegar a aquella luz, ciegamente como una polilla. Al ir acercándose, descubrió que la luz parecía provenir de una fuente de neón, y aunque muy borroso, podía leer un viejo letrero al que le faltaban letras, pero del que podía deducir que invitaba a un viaje en la montaña rusa por la módica cantidad de 50, 500 o 5000 pesetas puesto que solo en 5 conservaba parte del brillo original. Detrás del letrero, cómo sombra entre las sombras, parecía percibirse la figura de una montaña rusa, antigua, artesanal; una especie de dragón chino te invitaba a una experiencia en el límite. No le gustaban las montañas rusas, nunca había subido en una, pero el problema de los juegos siempre es que si no eres jugador, acaban jugando contigo. Si había alguna posibilidad por remota que fuera, esa tenía que ser subirse a la montaña rusa. Cruzó bajo lo que parecía un arco de entrada, y se lanzó sin dudar hacia la figura del dragón. Entre las sombras creyó distinguir un pequeño hueco en el que acomodarse, y absolutamente derrotado, magullado, sangrando por un montón de pequeñas heridas infringidas por los mordiscos de los roedores, herido por los golpes y medio inconsciente, se dejo caer en lo que creyó era un asiento. De pronto, la algarabía de los roedores, fue sustituida por el sonido inconfundible de la música de feria, miles de bombillas parecieron encenderse a la vez, y se encontró acomodado en lo que una voz que no podía imaginar de donde salía, anuncio como la más antigua montaña rusa del mundo. —Pasen y vean -repetía la voz festiva—. ¡Pasen y vean! Un coro de silbidos qué creyó de una máquina de vapor, parecían anunciar la puesta en marcha del aparato, poco a poco la vieja estructura empezó a moverse. Al frente distinguió unos hilillos de luz, cada vez más intensos, y para su sorpresa cada vez más cálidos, hasta el punto de qué pronto el calor se hizo insoportable. Se incorporó lo poco que las fuerzas le permitieron, y se fijó en que en realidad eran dos columnas de fuego que parecían salir por las narices del dragón.
Fotomontaje sobre una Imagen de jing shi en Pixabay Apenas tuvo tiempo para pensar qué manos artesanas habrían creado una figura tan realista, cuando tuvo la sensación de elevarse. Pero no de subir una cuesta, esperaba que fuese la subida de la montaña rusa: toda la estructura parecía estar elevándose del suelo. Las bocanadas de fuego, iluminaban un amplio arco alrededor de la cabeza, y entre los silbidos como estantes que emitía, a pesar del calor a Miguel se le heló la sangre cuando comprendió que no estaba subido en una montaña rusa, sino encajonado, en un pliegue de las enormes alas de un de un ser que hasta entonces solo consideraba producto de la imaginación. Pero ahora, a cientos de metros de altura, cuando el ser gira la cabeza, clava en él sus brillantes ojos de serpiente nocturna, lanza dos pequeñas llamaradas que mueren a un palmo de su cara, y entre silbidos con una voz sorprendentemente aflautada, le dice: «Hola soy el cuélebre, y hacía siglos que no me divertía tanto. Bienvenido a bordo.» A Miguel no le queda otro remedio que creer.
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Juan Depunto
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Acueductos romanos El de los 20 ojos
“ Hace cuatro días he vuelto a ver el acueducto de Segovia, esa obra de romanos que es una de las maravillas
monumentales de España y uno de sus pocos monumentos de orden civil. Viéndolo se comprende el valor del dicho vulgar “¡esto es obra de romanos!”, y aquel apelativo que se le dio a Roma llamándola “pueblo rey”. Por tierras de Portugal y España. 1911
M. de Unamuno
Llevo 48 años viniendo por Almería al menos una vez al año por razones familiares y jamás oí de la existencia por estos lares de acueducto romano alguno. Sin embargo, este año del Covid me llegó una información asombrosa: a menos de 4 kilómetros de la casa en la que me hospedo hay uno y, encima, en uso, como si se hubiera construido anteayer y… ¡tiene dos mil años! Como estas conversaciones de barra de bar, y más si son de barra de chiringuito playero, son poco fiables y los paisanos, cuando los efluvios espirituosos se suben a la cabeza, imaginan cosas increíbles, desde liebres de metro y medio a elefantes voladores, pues lo dejé reposar en el cajón de los sueños. Pero con esto de la Covid y de los confinamientos el personal, comenzando por el que suscribe, empieza a rebuscar hasta debajo de las alfombras, y un día de mis 14 días de especial confinamiento domiciliario (por haber estado en contacto estrecho con una persona con Covid, mi hermana) pues me puse a buscar, con muy poca fe, si había algún acueducto romano en Almería.
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No solo encontré la mención al acueducto, si no a otros varios restos romanos de los que tampoco sabía de su existencia: El yacimiento de Murgi y el mausoleo El Daymún y Ciavieja, en El Ejido, el puente llamado “La Puente” en Alhama, los restos de baños romanos del Balneario de Sierra Alhamilla y ¡los acueductos de Carcauz! Y es que no hay nada mejor que negar que algo existe para que te caigan encima, como losas, pruebas de su existencia. Ya me ha pasado varias veces en mi antigua vida profesional en la que creía descubrir algo increíble de lo que nunca había oído hablar y tras búsqueda adecuada aparecen no una si no varias referencias. “Está to inventao” que diría un castizo. Y en este caso pues no solo había uno sino varios y encima en perfecto uso de regadío, ahora para los invernaderos de la zona: Los “Acueductos de Carcauz”, de los que me voy a central en el “de los 20 ojos”, por los 20 arcos que lo sostienen todavía. Este acueducto se encuentra catalogado entre los nueve principales acueductos de España, de entre los más de diecinueve catalogados, que van desde el de Sexi (Almuñecar, Granada), a “El Puente del Diablo” en Les Ferreres (Tarragona), Plasencia (Cáceres), Morella (Castellón), Peña Cortada (Valencia), a los de Los Milagros y San Lázaro (Mérida) y al indiscutible número uno, el de Segovia. Los otros diez están en Córdoba (Aqua Fontis Aureae, Aqua Nova Domitiana Augusta y Aqua Vetus o Augusta), Albarracín-Cella, Bejís (en Castellón, hoy en duda de que sea romano), Caños de Carmona (luego reconstruído por los almohades, en Sevilla), Cornalvo (Mérida), Gades (Cádiz), El Conquero (Huelva) y Altea (Alicante). A este acueducto se llega muy fácilmente: yendo por la autovía que va de Almería a Málaga, en el término municipal de Vícar, se toma la salida 420 (Ciudad del Transporte). Se sigue por la avenida principal del polígono hasta que termina en los primeros invernaderos, se tuerce hacia la derecha en dirección al barrio de Las Cantinas, se atraviesa y se sigue en dirección norte, hacia la montaña (Sierra de Gádor), por un camino forestal ya sin asfaltar, de tierra, que asciende hacia la montaña, con pinos en el lado del precipicio. A 1 kilómetro de la salida de la aldea (unos 3 minutos en coche
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Esta magnífica obra de ingeniería hidráulica se localiza en lo que era el límite entre la Hispania Ulterior Baetica y la Hispania Ulterior Tarraconense. Parece ser que se construyó entre los siglos II y I a. C. subiendo despacio) y tras pasar un carril de cemento que asciende muy inclinado a la derecha, se llega a una caseta que está a la derecha del camino, entre un huerto de olivos, y donde hay una pequeña explanada donde se puede dejar el coche. Tras subir andando por el barranco unos 100 metros se divisa el acueducto. Si tomamos el camino encementado que hemos mencionado, fuertemente empinado, se puede tener una vista desde las alturas del acueducto en cuestión, pero no es recomendable para espíritus vertiginosos. Este lo hicimos mi compañera y servidor, caminando ella buena parte de los tramos a pie, en parte para explorar si el todocamino podría pasar y en parte por ese miedo llamado “jindama o gindama” (que de las dos maneras se puede escribir), a que volcara la máquina de ruedas y cayéramos por el barranco… A unos pocos kilómetros desde que lo iniciamos, faltando ya poco para hacer cumbre, descubrimos en vista a la izquierda según se sube, hacia el valle (aquí llamado barranco, por su menor pretensión), el coqueto acueducto. En estas lomas se puede dejar el coche y bajar a pie hacia el acueducto. Pero también se puede dar la vuelta con el auto y volver hasta el camino que llevábamos cuando nos desviamos. Siguiendo por él, en cuestión de dos curvas más se encuentra la caseta antes descrita. Es una pena que el acueducto haya sido reparado de una manera funcional pero muy poco ortodoxa con su antiguo pasado. Pero eso es la diferencia entre una reparación y una restauración. A cambio funciona y por él pasa el agua que sirve para regar los invernaderos cercanos, de los que tantos hay en este poniente almeriense que han permitido acabar con el paro en esta provincia dando trabajo a los emigrantes que mayoritariamente los cultivan. Al acueducto le precede y sigue la correspondiente acequia y si se tiene el valor y la habilidad de continuar por ella (no recomendable a los que ya hemos pasado del medio siglo) se podrán encontrar los otros 2 acueductos, mucho más pequeños pero con encanto, que en conjunto reciben el nombre de “Acueductos de Carcauz”, que es el nombre del barranco o “rambla”, como aquí le llaman a estos pequeños y humildes valles. Esta magnífica obra de ingeniería hidráulica se localiza en lo que era el límite entre la Hispania Ulterior Baetica y la Hispania Ulterior Tarraconense. Parece ser que se construyó entre los siglos II y I a. C., destinándose al suministro de agua a las villas rurales que ocupaban el Poniente Almeriense, que ya entonces tenían una importante labor agrícola. Funcionó hasta principios del siglo XX, quedando luego en ruinas hasta la aparición de los cultivos de invernaderos con los que recuperó su primitiva función para el riego de los mismos. Buena parte del agua que transporta lo hace en tuberías de plástico alojadas en las acequias romanas, para evitar pérdidas de la escasa agua. Hay que tener en cuenta que en la época romana esta pérdida no era un problema por ser un paraje frondoso, pero con la desaparición del arbolado para el mantenimiento del imperio (madera para barcos y para alimentar los altos hornos en los que se fabricaban cañones) ha quedado convertido en paisaje semidesértico en la actualidad. Ahora se está a la espera de que se atienda la petición vecinal para ser declarado Bien de Interés Cultural y se restaure con criterios arqueológicos Roma fue la primera civilización (a pesar de sus brutalidades) que se ocupó de un cierto bienestar de su población libre (sobre todo gracias a su sistema esclavista) con obras públicas como estas de los acueductos, termas y baños públicos, alcantarillado, enlosado de calles y caminos (calzadas romanas), puentes, etc. Los romanos aprendieron y perfeccionaron las técnicas constructivas de sus antepasados los etruscos y de los pueblos de Grecia (que inventaron el sifón) y Oriente medio, que también condujeron aguas para abastecimiento de sus ciudades. Pero el acueducto sobre arcos es invento romano. Con ellos además expresaban, de manera monumental, el poderío y la grandeza de Roma. 46
Referencias documentales: 1. Carlos Fernández Casado. Acueductos romanos en España. Ed. Colegio de Ingenieros de Caminos, 2008. Madrid. 274 pp. 2. E. Ballesteros. Arquitectura de la España romana (en el nº 3, Historia del arte español), 4ª ed. de Hiares-Amazon, 2021. Madrid. 34 pp. 3. https://www.google.com/amp/s/tourismaniac.com/2019/10/03/los_acueductos_mas_importantes_de_españa 4. https://wikipedia.org/wiki/acueductos_de_la_rambla_de_carcauz
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Monchu Calvo
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Ángeles, la cestera Mas de noventa años cabalgan sobre lo enjuto de su figura. La vemos pasear casi todos los días desde su casa hasta la marquesina del bus que hay en la plaza del pueblo. Allí, permanece sentada contemplando el ir y venir de coches y gentes, salvo los días de mal tiempo o aquellos en que los vientos del Crestón, la sierra que domina todo el valle, la empujan de vuelta a su casa, al calor de aquel fuego, que incansable hace bailar las llamas en el llar que domina la cocina. Ángeles es habladora y de fácil palabra, aunque lucha con una sordera que trata de suplir con unos ojos que no se separan de tu cara, como para adivinar tus preguntas. El alzhéimer también dibuja lagos de ausencia cuando trata de responder a la charla que mantienes con ella. Pero siempre es una delicia dejarla que hilvane recuerdos según le vengan a la memoria, porque es historia viva del precioso pueblo, mirador excelso de praderías y cumbres coronadas por el manto blanco de las últimas nevadas. Ángeles fue una maestra tejiendo cestos de mimbre, enseñó a muchas mujeres y algún hombre ese arte que precisa de manos delicadas y agiles. Tuvo el honor de que durante una visita de los que en aquellas fechas todavía eran príncipes, Felipe y Leticia, con motivo de la concesión de pueblo ejemplar a Sobrescobio, se interesasen
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por aquellos cestos tan hermosos, y las manos que los habían realizado. Ángeles les explicó el proceso y, ante su interés, no dudó en regalarles uno de ellos, que seguro lucirá como recuerdo en alguna de las habitaciones del palacio real. Pero este relato, aparte de esbozar un poco de su personalidad, pretende hablar de algo de lo que pocas personas pueden presumir. Su familia, los que la cuidan y miman día y noche, quisieron perpetuar la imagen de esa mujer, realizando un mural sobre un gran portón de una de las casas que mira a la plaza del pueblo. Allí donde fuera bien visible. Para ello se pusieron en contacto con una gran pintora, Chus Real, que cambió la fisonomía de muchos pueblos del concejo, con grandes murales que reflejan gentes y actividades propias de ese entorno. Ella sería la encargada de plasmar a Ángeles, realizando la actividad por la que es más conocida, aparte de su bondad. Tejiendo un cesto. Poco a poco aquellos esbozos fueron tomando forma, y volvió el mimbre a doblarse sobre sí mismo, y las tiras que le dan forma sobresalían como lanzas esperando su cobertura vegetal, que los convertiría en el mejor recipiente para avellanas, cerezas o castañas, incluso, casi obligatorio para setas, tan abundantes en aquellos bosques. Día a día veíamos el precioso mural adueñarse de las miradas de los vecinos que por allí pasaban a sus quehaceres. El gran tamaño no pasaba desapercibido, y las ágiles manos de la artista nos mostraban la preciosa escena de la tejedora, como una parte mas del viejo pueblo, pero con vida propia, como si el portón mostrase una realidad que estaba aconteciendo allí mismo. Fue emocionante verlo terminado. El día se mostraba desapacible, y con intervalos de lluvia. Éramos dos o tres personas, aparte de la pintora contemplando la obra finalizada, cuando apareció ángeles del brazo de su hija Edilia, y apoyada en un bastón, avanzando resuelta en dirección al mural. Allí, en silencio, todos esperábamos su reacción al verse pintada en aquel cuadro gigantesco; sin embargo, se mantuvo en silencio un rato, hasta que la hija le preguntó si no conocía aquella persona tejiendo un cesto. Sorprendentemente nos dice que no, quizás debido a su problema de memoria. Le explicamos que era ella. ¿Así que soy yo?, contestó sorprendida, y poco a poco fue reconociéndose, ayudada por las aclaraciones de su hija y la pintora que le explicaba como, a través de una antigua fotografía, reflejó la viva imagen de Angeles en aquel anónimo portón que las manos de una gran artista trasformaron en una obra de arte que todos los que visiten Ladines llevarán grabada en su memoria para siempre. Era obligado retratarla junto a “su” cuadro, y allí, como una reina en su trono, inmortalizamos la realidad y la ficción como si de la misma cosa se tratase. Fue emocionante ese momento, porque ella faltará algún día, esperemos que sea lejano, pero nos quedara su figura y sus cestos, como el recuerdo de una época preciosa, y que tuvimos la suerte de vivir en directo. Lentamente, y ayudada por su bastón se dirigió a la marquesina a “ver pasar gente”, mientras su retrato la despedía desde el portón.
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Espejos en la niebla, por Antón
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Still lifes, por Tатьяна
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22 Still lifes, por Tатьяна 2
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500 rubles the look, por Andrew Pashis
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Achieved Conseguido, por Nataly
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Alone in the vastness, por S.Ivanov
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Another planet on the blue planet, por Yuri Gagari
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Another point of view, por Evgeny C
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Another point of view, por Evgeny C
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Anticuario, por E.Horobets
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Arco de Albandeira., por Óscar Ledo Sanzo
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Artes, por Marta.G.S
Auroras boreales sobre una estación meteorológica abandonada, por EdwardGordeev
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Beautiful day and night, por Kalynsky
Between watermelons, por David D
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Bretagne française., por François Arnaud
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Cadenas, por Pepe Latas
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Cantábrico 1, por Pepe Latas
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Caribbean, por Lucas 2
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Caribbean, por Lucas
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Carol2, por Nodia
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Chicago, por Maikel Reyfman
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Chicago, por Maikel Reyfman el 20 de Enero
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Competidor, por Oscar Rubén Suárez
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Dawn mist, por Fran Marat
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De puente a puente.. N.York, por Ingrid Sanz 78
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Dedos sin hojas., por Kamarón Viesc
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Vika, por George
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Mali peopleGentes de Mali, por Deven O’Toole2
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Goo00l, por Ionut Caras
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Desde el Central Park, por Pelayo
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Early riser, por S.Ivanov
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El mundo en blanco y negro., por K i K e
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El mundo en blanco y negro., por K i K e
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El poder de otros tiempos, por Raúl Gorostiza
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El vagabundo encantado o es complicado ..., por Oleg
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Fantasy, por Pavel
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Fantasy, por Vladimir
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Fashion hooligans, por M.Dasha
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Fashion hooligans, por M.Dasha
Friends or enemies, por Eleonor
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From surprise to surprise, por Lenin Kaspov
Gastronomy, por SSstudy
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Glamour, por Catherina
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Glamour, por Catherina
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Gorrión, por Manolo Fernández
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Hubo un tiempo. Va... de política y filosofía., por Rekhov. S
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I go…, por S.Ivanov
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Judit2, por Zachar
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Juego de sombras, por Luis Miguel Aller
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La creación de Adán, por Mario Eduardo Blanco García
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La dolce vita, por Ruslan
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Lago de nieve, por Gen
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Lingerie, por Talyuka
Liza, por Zachar
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Magia flamenca, por Ildefonso Robledo
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Magical worlds, por Yuri Gagari
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Mali peopleGentes de Mali, por Deven O’Toole
Marea baja con niebla, por Grecia Blanc
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Marejadilla, por Charo Santomé Diaz
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Minimalismo, por Charo Santomé Diaz
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Norte de Rusia, por A. Grachev
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Nude, por Osman Naim
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Nudes in black and white, por Olga
PanoTomasón, por Jesús Alvarez Rodríguez
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Perdida, por Ionut Caras
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Pistaa....., por Quino
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Playing Marilyn Monroe, por Ilich bczonko
Pointe Saint-Mathieu ..., por kristof browk
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PORTRAIT, por JL.Maylin
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Poster, por Kezzin
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Publicado por Edward Gordeev
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Que suene la músicaLets the music sound., por Sasha
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Recuerdo de la lluvia, por Roberto Jorge Escudero
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Recuperando calorias, por Antonio Rodriguez
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Recuperando calorías 02, por Antonio Martinez Rodriguez 130
Reflejo., por Kamarón Viesca
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Reflexes, por Evgeny C
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Reflexes, por Evgeny C
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Rincones de Tielve. Asturias, por Guendy (JLCP)
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Rincones de Tielve. Asturias, por Guendy (JLCP)
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Rincones de Tielve. Asturias, por Guendy (JLCP)2
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Ronda. MálagaAndalucía, por Kuriaki
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Shyness, por A. Zharov
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Sisters, por Svetlava
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Smile, por Dimitriv
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Study with a nature, por Alejandro
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Tear, por Dimitriv
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The archer, por Eric
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The butterfly woman, por Duong Dinh
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The girl with the freckles with the pretty eyes, por S.Benz
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The girl with the hats, por Pavel
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The glamor of fall, por Nadima (Shibina Nadegda)
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The glamor of fall, por Nadima (Shibina Nadegda)2
The Great Wall of China, por 梅艳芳. Anna
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The light from the window, por Oxana
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The light from the window, por Oxana
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The queen of the house de Eric
The woman with the briefcase, por Ilich bczonko
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They stole her dress, por Sergey S
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Trekking, por Sheve Yura
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Tres igual a tres, por Margarita K
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Tribute to the western, por Nodia
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Un buen lugar para sentarse, por Oscar Rubén Suárez
Un tren con encanto, por Andrei Romanov
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Under the bridge of dreams, por Milen
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Winter days, por Vadim Trunov
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Winter landscapes, por Voytsekhov
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Winter landscapes, por Voytsekhov
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adiós (ángel o diablo), por Oleg
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Behind the window as the rain falls, por S.Benz
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Beijing.China, por 梅艳Anna 175
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Blanco negro. (Nude), por Rekhov. S
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Bodegón, por Michael
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Cazador de frambuesas, por Eldar
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Cencellada.., por Kamarón Viesca
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Cine- Homenaje a Alfred Hitchcock, por Mario Eduardo Blanco García
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Cruz de la Victoria. Basílica de Covadonga. Asturias, por Sandra Calleja
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Curruca capirotada macho, por Manuel Palacio Castro (Yerbatu)
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DIONISIA, por Ramón Hurtado López
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Embalse de Valdemurio-Quirós-Asturias, por J.L.Maylin
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Fashion, por Yi Wan
Fashion, por Yi Wan 193
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Mañana Iméretiana, por Nicolás
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Fotos Seleccionadas
Mont St Michael.France, por François Arnaud
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Mountain river, por Sheve Yura
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Fotos Seleccionadas
Mundo jurásico, por Daniel 208
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Nude, por Eric
Fotos Seleccionadas
Nude, por Paulina Stpetersburg
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Nuestros ojos se encontraron haciendo deporte., por A.Polyakovvfr 211
Fotos Seleccionadas
Pesca nocturna3, por Aleksey
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Pinos del Nuevo Mundo, por Nicolás
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Fotos Seleccionadas
Playa del Silencio, por Charo Santomé Diaz
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Plaza Mayor, Salamanca., por Óscar Ledo Sanzo
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Fotos Seleccionadas
Portrait, por Arkadiy
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Recuenco, por Jesús Alvarez Rodríguez
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Fotos Seleccionadas
Riomaggiore ..., por kristof browk
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Road companionsCompaneros de caminos, por Kinsuk lin
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Fotos Seleccionadas
Rustic ladies, por Margarita K
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Segla, por E.Horobets
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Fotos Seleccionadas
Spain, por Aitar
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Submission and homage, por Vladimir
Fotos Seleccionadas
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The best thing about getting up early ..., por Andrew Pashis
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The butterfly woman, por Duong Dinh
Fotos Seleccionadas
The church on the mountain, por Alex 226
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The end of autumn, por Aleksandre
Fotos Seleccionadas
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The-cavern, por Jesús Alvarez Rodríguez
Tumpak sewu, por Daniel
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Fotos Seleccionadas
Venice, por Ruslan
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Winter days, por Vadim Trunov
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Fotos Seleccionadas
Xodos - Castellò, por Raul Viciano Alberich
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Y yo con estos pelos..., por Paulina Stpetersburg
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Fotos Seleccionadas
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Naked Gun, por Andrew Pashis
Winter, por John Aavitsland
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Fotos Seleccionadas
¡Rosalio Agro nunca ha sido interpretado por nadie! .. Va... de gangsters., por Rekhov. S
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Ignachenco
Fotos Seleccionadas
¿Dónde está la fiesta, por Ionut Caras
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Ánade azulón - Anas platyrhynchos, por Manuel Palacio Castro (Yerbatu)
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Nadima Shibina Nadegda
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Maternidad En algún lugar he leído que la primera sensación que tiene una mujer de la presencia de un hijo en sus entrañas se asemeja al parpadeo de una mariposa, Nada más poético, nada más bonito. Nada más misterioso e inexplicable. Está claro que el lazo que une a una madre con su hijo, aparte la realidad física de los nueve meses de embarazo (esa vida creciendo dentro de otra vida que produce ilusión, pero también temor y ansiedad), es algo más que la unión a través del cordón umbilical y se mantiene a lo largo de toda la vida. Explicar ese inicial parpadeo de mariposa resulta imposible para quien no lo ha experimentado y explicarlo con palabras resulta asimismo imposible. Sobre todo para quienes solo tenemos la posibilidad de imaginarlo. Por eso, quizás la mejor forma de adentrarse en la fotos de esta serie de Nadiama sea el silencio, el recuerdo de la propia madre y la contemplación de esa inefable sonrisa de la madre durante el baño de su hijo, uno de los momentos más entrañables del día. Uno de los muchos momentos de la vida que solo una madre que ha sentido el aleteo de la mariposa podría explicar.
Claudio Serrano
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Pepe Latas
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Texturas mezcladas Antes que nada y como prólogo a las fotos de este mes, quisiera hacer una especie de declaración de intenciones, es decir, algo así como una declaración de los principios básicos por los que me muevo. En este tiempo que llevamos (prácticamente un año) tan raro, tan asocial y con tantas restricciones, acertadas o no, que nos dejan para los que no tenemos estudio fotográfico y que nos obligan a salir a buscar la foto, porque como a muchos, lo que de verdad nos gusta, es patear los caminos, las calles y detener el tiempo por un instante y hacerlo nuestro, meterlo en esa caja de luz que todos llevamos con nosotros y mirar más tarde en el ordenador si lo que teníamos en mente se ha traducido en la foto tomada, a veces desilusionados porque no somos capaces de captar lo que nuestros ojos ven, otras porque la cámara pareciese que tenga vida propia y que ni con los parámetros ajustados seamos capaces de enfocar correctamente. Me reconozco poco previsor, me encanta la espontaneidad, no saber qué va a suceder en los próximos minutos, así que cada vez que salgo a buscar nuevas fotos, realmente voy a la aventura, sin saber exactamente lo que me llamará la atención o si la climatología me va a acompañar. Esto viene a ser, más o menos, el “modus operandi” del día a día, lógicamente muchos días , sobre todo por este confinamiento, las limitaciones también hacen mella en la creatividad, en lo que el ojo busca y no encuentra. Esto ha hecho que me haya dado cuenta, de que —esta es mi opinión, claro— he mejorado técnicamente, pero esa creatividad que creo que tenía en los inicios se ha reducido considerablemente, mis limitaciones como fotógrafo las intentaba suplir con otros puntos de vista y “trasteando” más con las ediciones, buscando quizás esa parte pictórica de mis primeros años. Me dijo un día mi hija que dejara de preocuparme por los likes de las redes sociales, que mis fotos eran para minorías; en ese momento, me di cuenta de que tenía razón: aunque me guste fotografiar casi todo, casi siempre dirigía mi mirada a los detalles, a las pequeñas cosas sin importancia, intentando abstraer todo lo de alrededor, incluso haciendo que no se pareciera nada a la realidad que veía. En fin, no quiero extenderme. Me apetecía explicar un poco todo esto, decirlo en voz alta y recuperar en cierta medida esa visión primaria que tenía al inicio. Como muestra, un botón: las fotos de este mes, realizadas y editadas con el móvil en su mayoría.
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Juanjo Arrojo
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Hórreos asturianos, 2 Tras la zambullida en el mundo del hórreo, y en parte del paisaje asturiano, del número anterior, en éste las fotos de Juanjo Arrojo bajan al detalle de modo que puedan apreciarse algunas de las características constructivas de este singular granero. En la página de al lado, aparece una ficha que detalla la arquitectura del hórreo cuyos elementos pueden seguirse en el reportaje fotográfico. En el próximo número, abundando en el conocimiento del hórreo y sus peculiaridades, publicaremos una amplia selección de imágenes en las que se muestren distintos ejemplos de la decoración secular de estos significativos elementos de la arquitectura popular asturiana. Para entender en su entera dimensión lo complejo e interesante de la decoración, se incluirá un texto que analiza las diferentes formas decorativas y su desarrollo en las distintas zonas de Asturias.
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CENTRO DE INTERPRETACION DEL HORREO_BUEÑO_RIBERA DE ARRIBA
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RECONSTRUYENDO UN HORREO
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RINCOS CON HORREOS_ESPINAREDO_PILOÑA_1_B.jpg
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David du Chemin
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Alimentar al lobo adecuado Hay una vieja historia, o quizás una historia que se rumorea que es vieja, en la que un anciano Cherokee le dice a su nieto que dentro de nosotros todos hay dos lobos peleando entre sí. En algunas versiones de la historia, un lobo es bueno y el otro es malo. En otras versiones, una es clara y la otra oscura, supongo que es un poco más simbólico. En ambos el nieto pregunta qué lobo prevalecerá, a lo que el abuelo responde, “el que alimentas”. Hay una cualidad sagaz en parábolas como esta que encuentro irresistible. Me encanta la forma en que la lección queda flotando en el aire, como si fuera nuestro trabajo extraer de esa sabiduría las aplicaciones que mejor se adaptan a nosotros y a nuestras vidas. Me gusta la simplicidad de esta historia, aunque por sí sola es un podcast bastante corto. Y como siempre ocurre con los fragmentos de sabiduría, quedan preguntas, una de las cuales no es la menor de las cuales es ¿cómo alimentamos o, alternativamente, morimos de hambre a los lobos de adentro? Y, por supuesto, ¿qué tiene esto que ver contigo y con tu creatividad? Mucho antes de que llegue a la punta de los dedos con la que escribimos o pintamos o usamos la cámara, o cualquier parte de tu cuerpo que sea tu medio de hacer, la creatividad es un juego interno. Viene de un paisaje mental. Qué y quiénes somos internamente se hace externo en la fabricación. El escritor compasivo escribirá con compasión. El poeta arrogante escribirá mucho sobre sí mismo. El artista vacilante creará con vacilación, o esas vacilaciones impedirán o retrasarán la creación del arte en primer lugar, porque en la medida en que creemos que no podemos, no lo haremos. Lo que creemos importa mucho, no solo sobre el mundo que nos rodea, que inevitablemente se convierte en el tema y las ideas exploradas con nuestro arte, sino en cómo creamos en primer lugar. Y en algunos casos, si creamos o no. Creo que la mayoría de nosotros pasamos por nuestras vidas con algún tipo de charla interna, como si estuviéramos hablando constantemente con nosotros mismos, aunque por lo general, con suerte, lo suficientemente conscientes de nosotros mismos como para no hacerlo en voz alta y asustar al tipo que está a nuestro lado en el autobús. Esa charla parece apegarse a un guion que ha sido escrito a lo largo de los años por nuestras propias experiencias y por las otras voces en nuestras vidas, en particular las experiencias y las voces que recordamos más vívidamente, y es más probable que esas sean las experiencias negativas. Vivimos, nos dice la ciencia, con un defecto cognitivo llamado sesgo de negatividad, y significa, básicamente, que los seres humanos estamos más programados para lo malo que para lo bueno. Recordamos las críticas más que los elogios. Recordamos el dolor más vívidamente que el placer. Nuestros fracasos se registran durante más tiempo del que podemos recordar nuestros éxitos. Al tomar decisiones, damos más importancia a las experiencias negativas del pasado que a las positivas, asumiendo que incluso recordamos esas experiencias positivas para empezar. En pocas palabras, ha sido una ventaja evolutiva recordar lo negativo, supongo que porque lo positivo (estar en una habitación llena de cachorros, por ejemplo) es menos probable que nos deje muertos o terriblemente traumatizados que, digamos, estar en un habitación llena de arañas venenosas, lo que podría decirse que es una experiencia más negativa y que debe evitarse en el futuro. El placer de los cachorros simplemente no puede competir por el espacio en nuestros recuerdos con el terror de las arañas.
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Este sesgo de negatividad está activo de formas menos dramáticas. El momento vergonzoso en el que dijimos algo incorrecto durante ese compromiso de hablar en público es más probable que se recuerde durante mucho tiempo por encima de los aplausos recibidos en muchos otros, asumiendo que incluso volvamos a estar frente al micrófono nunca más. La voz crítica que juzgó con dureza tu escritura o tu fotografía es una historia que es más probable que te vuelvas a contar que las muchas veces que alguien te elogió. Las veces que fallamos se destacan en nuestras mentes de manera más vívida que las veces que lo logramos. Nuestro cerebro registra las experiencias negativas como más intensas que las positivas. En otras palabras, de los dos lobos dentro de nosotros, el oscuro tiene ventaja, tiene un apetito más fuerte y necesita que lo alimentemos menos para ser más fuerte que el claro. Me encanta la metáfora del lobo, pero no es del todo correcta. En lo que se refiere a lo que creemos sobre nosotros mismos y al guion que escribimos constantemente sobre quiénes somos y de lo que somos capaces, el lobo bueno está en clara desventaja. Los lobos no son los mismos. Mira, el lobo claro necesita que lo alimentemos, pero el lobo oscuro se alimenta solo y parece encontrar más calorías en lo que consume. Francamente, el lobo oscuro no nos necesita en absoluto. Es un superviviente, perfeccionado por 300.000 años de evolución. Le interesa sobrevivir, no prosperar, mantenerse vivo, no hacer arte. Él es reacio al riesgo, consciente de todos los peligros. Para que el lobo bueno se vuelva más fuerte que el lobo malo, tenemos que alimentarlo desproporcionadamente más de lo que el lobo malo por sí solo se alimentará. Tenemos que cortar activamente la fuente de alimento del lobo malo, dejar que se muera de hambre por lo que me importa, y poner al lobo bueno en una dieta positiva rica en calorías. Pero por positividad no me refiero al autoengaño. A principios de la década de 1990, Saturday Night Live tenía un segmento regular llamado Afirmaciones diarias con Stuart Smalley. Interpretado por Al Franken, quien eventualmente en su vida posterior a SNL se convertiría en senador Al Franken, el personaje principal presenta un programa de televisión satírico de autoayuda en el que, no pocas veces, se mira al espejo y dice cosas como “Estoy bien ¡Suficiente, soy lo suficientemente inteligente, y la gente como yo! “ aunque con frecuencia era obvio que no realmente él mismo cree estas trivialidades. Esto es en lo que pienso cuando escucho las palabras auto conversación, y no es lo que sugiero cuando hablo de positividad. Sugiero una forma más creativa de pensar y de volver a contar la historia en la que se basan nuestros guiones internos. Si el cerebro humano está predispuesto de forma tan natural hacia lo negativo, lo que a su vez refuerza nuestra aversión al riesgo y el tipo de dar un paso hacia lo desconocido que se requiere para hacer algo nuevo: nuevas ideas, nuevos sueños, nuevo arte, nuevas formas de vivir y ser, entonces, hasta que la evolución actualice nuestro firmware, tendremos que volver a conectar ese cerebro nosotros mismos. Afortunadamente para nosotros, el cerebro está demostrando ser notablemente hábil para cambiar y ser cambiado, formando nuevas vías neuronales y adaptándose a nuevas formas de pensar. Puede cambiar su forma de pensar, y si puede hacerlo, puede cambiar la forma en que vive y crea. Una forma de hacerlo es entendiendo o aceptando las profundas implicaciones del sesgo de negatividad. ¿Ese guion al que sigues refiriéndote, el que tus voces internas te recuerdan? Está incorrecto. No es un recuerdo impecable del pasado, sino una lista muy redactada de experiencias negativas cargadas de emociones con algunos positivos raros que no desplazan ni remotamente los negativos. No eres una persona negativa, pero tienes un cerebro que se inclina poderosamente en esa dirección. Todos lo hacemos. Hasta este momento, hay mucho espacio para los recuerdos de su vida y ha descartado los que considera menos importantes. De todas esas victorias, todas las cosas que hiciste bien, en las que no fallaste y en las que, si todavía estuvieran allí, podrías mirar hacia atrás y usarlas para alimentar al
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lobo blanco, han sido eliminadas a favor de lo que tu cerebro considera más importante, la forma en que tu cerebro dice: “¡No vuelvas a hacer esa mierda!” Y el lobo oscuro se lo come. Bueno para sobrevivir con uñas y dientes. Pésimo para una vida de creatividad, experimentación y riesgo. ¿Qué pasaría si fuéramos más proactivos para ayudar a nuestro cerebro a recordar las victorias? ¿Qué tan útil sería si hubiera un archivo en algún lugar que no sea tu cerebro al que pudieras acudir para alimentar al lobo blanco? Llevo un diario para eso. Un lugar donde pueda replantear las lecciones que he aprendido, un lugar donde pueda buscar algo más objetivo sobre mis experiencias. En esos diarios soy honesto conmigo mismo, pero también compasivo y paciente, y me esfuerzo por escribir las victorias, las historias de terreno que he ganado y las lecciones que he aprendido. Es como una prótesis cerebral, un almacén para retener las cosas positivas que mi cerebro real abandona en busca de los titulares más dramáticos. Mi cerebro, como las noticias diarias, parece creer que si sangra lleva. Mi diario me ayuda a alimentar al lobo adecuado. También guardo una carpeta de correos electrónicos, lo llamo mi archivo de la victoria, y voy allí cuando el lobo oscuro comienza a dar vueltas. Está lleno de cartas de otras personas que me dicen que he hecho una diferencia, que he contribuido, he agregado valor, he hecho algo bueno y que vale la pena. Lentamente reescriben el guión en mi cabeza que me dice que soy solo la suma de las tonterías que he hecho en busca de las cosas buenas. Reintroducen buenos recuerdos y desplazan algunos de los malos. Dejando a un lado el absurdo de las Afirmaciones Diarias de Stuart Smalley, cómo pienso y hablo de mí mismo y de mis esfuerzos es importante para mantener alimentado al lobo adecuado. No uso afirmaciones, no conscientemente, pero soy muy cuidadoso con la forma en que encuadro mis experiencias porque en el momento en que dejo que mi cerebro las juzgue y las enmarque como negativas, alimenta al lobo oscuro. Lo recuerdo mejor y más vívidamente debido a esa negatividad, y refuerza las creencias limitantes que restringen la libertad y la valentía con que creo o, a menudo, si creo y pongo mi trabajo en el mundo. Cuando cometo errores, mis ideas parecen quedarse sin combustible o los riesgos que asumo no funcionan, todos los cuales ocurren a diario, es muy fácil volver al lenguaje limitante de los guiones anteriores: “Estoy Estúpido. Soy un perdedor. Esto fue un fracaso. Nada de lo que hago funciona. ¿En qué diablos estaba pensando? “ Todos alimentando al lobo equivocado. Pero he aprendido a adoptar un enfoque más paciente y a darme el tipo de compasión que espero recibir y dar a otros en la misma situación. He aprendido a reírme de las cosas con más facilidad. Reconocer la otra cara de las experiencias negativas. Ver no el aguijón del fracaso, sino la emoción y el orgullo de haber corrido un riesgo. Ver no la estupidez, sino la presencia de una mente de principiante que acaba de aprender algo nuevo. Ver el increíble valor de saber ahora lo que no funciona mientras busco lo que sí funciona. La forma en que pensamos y hablamos de nosotros mismos cambia al lobo que alimentamos. El guion siempre se puede voltear o reescribir, y la polaridad de la carga emocional se puede invertir de negativa a positiva. “Nunca había hecho esto antes” puede convertirse en “¡No puedo esperar a ver qué pasa!” “No tengo lo que se necesita” puede convertirse en “Puedo trabajar con lo que tengo”. “No estoy seguro de que vaya a funcionar” es solo el anverso de “Veamos si funciona”. “Esto es demasiado difícil” es simplemente “Me encanta un buen desafío” disfrazado. O podría serlo.
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Y, “Hombre, seguro que lo arruiné” se puede convertir en “bueno, eso no funcionó, lo intentaré de otra manera la próxima vez”. Lo que tiene muchas más posibilidades de conducir a “¡No puedo creer que haya funcionado!” en lugar de la resignación que viene con “No puedo hacer esto”. Esto no es más que pensar de manera más creativa en nuestras experiencias. Es buscar perspectivas alternativas, menos limitantes, encontrar palabras que no solo sean más positivas sino más abiertas a las posibilidades, y mirar las cosas con un poco más de compasión y humildad. Después de todo, ¿quiénes pensamos que somos? Que solo nosotros deberíamos saber cosas sin aprender primero la lección que nos enseñaría esas cosas, que deberíamos hacer las cosas bien en el primer intento sin experimentar los fracasos que necesitamos para enseñarnos esas lecciones, o ¿El miedo que debemos sentir para mostrar el coraje que hará que nuestro trabajo sea más humano y vulnerable? ¿Por qué deberíamos ser diferentes de cualquier otro ser humano que se ha enfrentado a la incertidumbre y ha tratado de llegar más allá de su alcance inmediato? No lo somos. Y eso significa que no estamos solos. Creo que muchos de nosotros llamamos “fracasos” a nuestros primeros esfuerzos porque hemos definido erróneamente el éxito y creemos que somos los únicos que no lo hacemos bien la primera vez. Creemos que somos los únicos que tenemos miedo o nos sentimos impostores. Miramos a nuestro alrededor. Comparamos. Nos juzgamos a nosotros mismos por los méritos de las pruebas que nosotros mismos manipulamos y, en ausencia de pruebas, nosotros mismos hemos firmado la salida del casillero de pruebas y las hemos perdido convenientemente. Y seguimos alimentando al lobo equivocado debajo de la mesa. Hay mucho más de qué hablar. Muchos de los artículos que leí sobre el diálogo interno, todos de fuentes legítimas, desde Harvard Business Review hasta Psycholog y Today, sugieren que prestemos especial atención a nuestros pronombres y señalan estudios que demuestran que puede ayudarnos a referirnos a nosotros mismos por nuestro primer nombre en lugar de usar la primera persona “nosotros” o “yo”, como en: “David puede hacer esto, lo ha hecho antes. Es bueno en lo que hace y va a sacar a este del estadio. “ Curiosamente, como no suelo hacer ese tipo de cosas, cuando lo probé durante la última semana, como experimento, estaba más dispuesto a escucharlo y creerlo que cuando dije cosas similares usando pronombres en primera persona. No pienses ni por un momento que no me sentí un poco tonto, pero cuando se trata de alimentar al lobo adecuado, Creo que necesitas hacer lo que te funcione, incluidos los trucos mentales de los Jedi. Hay mucho en juego para hacer lo contrario. Lo que creemos sobre nosotros mismos, y lo que creemos que somos capaces de lograr, es demasiado importante para hacer esas cosas, y el significado y la alegría que encontramos en los esfuerzos, para permitirnos estar atados por los viejos guiones y creencias creadas. por cerebros temerosos y amnésicos que están tan concentrados en mantenernos vivos, que nos impiden hacer bien, y profundamente, las cosas que hacen que la vida valga la pena.
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Sergei Rekhov
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De la mano de nuestro amigo y colaborador Kezzin se incorpora a Luz y Tinta el fotógrafo de la Russian Federatión (San Petersburgo) Sergei Rejov. Nuestro nuevo colaborador también es productor de videos y amante de la música, entre ellas la latina y mediterránea. Es profesor de fotografía en la rama de retoque artístico y collage. De sus fotos no quiere hablar prefiere que sean los lectores y seguidores de Luz y Tinta los que le juz guen por sus trabajos. Como adelanto nos muestra cuatro trabajos diferentes: Torbellinos hostiles soplan sobre nosotros, Quien mató a Roger Rabbit?, Basado en James Bond y Carnaval. Ello nos dará una idea de lo interesante que serán sus próximas colaboraciones. Bienvenido.
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Basado en James Bond
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Torbellinos hostiles soplan sobre nosotros
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Attar Abbas País: Irán / Francia Nacimiento: 1944 | Muerte: † 2018
Abbas Attar, más conocido por su monónimo Abbas, fue un fotógrafo iraní conocido por su fotoperiodismo en Biafra, Vietnam y Sudáfrica en la década de 1970, y por sus extensos ensayos sobre religiones en años posteriores. Fue miembro de Sipa Press de 1971 a 1973, miembro de Gamma de 1974 a 1980, y se unió a Magnum Photos en 1981. Attar, un iraní trasplantado a París, dedicó su trabajo fotográfico a la cobertura política y socialdel sur en desarrollo. naciones. Desde 1970, sus principales obras han sido publicadas en revistas mundiales e incluyen guerras y revoluciones en Biafra, Bangladesh, Ulster, Vietnam, Medio Oriente, Chile, Cuba y Sudáfrica con un ensayo sobre el apartheid. De 1978 a 1980, fotografió la revolución en Irán y regresó en 1997 después de un exilio voluntario de 17 años. Su libro iranDiary 1971-2002 (2002) es una interpretación crítica de su historia, fotografiada y escrita como un diario personal. De 1983 a 1986 viajó por todo México, fotografiando el país como si estuviera escribiendo una novela. Una exposición y un libro, Regreso a México, viajes más allá de la máscara (1992), que incluye sus diarios de viaje, lo ayudaron a definir su estética en la fotografía. De 1987 a 1994, fotografió el resurgimiento del Islam desde Xinjiang hasta Marruecos. Su libro y exposición Allah O Akbar, un viaje a través del Islam militante (1994) expone las tensiones internas dentro de las sociedades musulmanas, divididas entre un pasado mítico y un deseo de modernización y democracia. El libro atrajo más atención después de los ataques del 11 de septiembre de 2001. Cuando el año 2000 se convirtió en un hito en el calendario universal, el cristianismo era el símbolo de la fuerza de la civilización occidental. Rostros del cristianismo, un viaje fotográfico (2000) y una exposición itinerante, exploraron esta religión como un fenómeno político, ritual y espiritual. De 2000 a 2002 trabajó en animismo. En nuestro mundo definido por la ciencia y la tecnología, el trabajo analizó por qué los rituales irracionales vuelven con fuerza. Abandonó este proyecto en el primer aniversario de los ataques del 11 de septiembre. Su libro, ¿En cuyo nombre? El mundo islámico después del 11 de septiembre (2009) es una búsqueda de siete años dentro de 16 países: con la oposición de gobiernos que los cazan sin piedad, los yihadistas pierden muchas batallas, pero ¿no están ganando la guerra para controlar la mente de la gente? ¿Con la “islamización progresiva” de todas las sociedades musulmanas? De 2008 a 2010 Abbas viajó por el mundo del budismo, fotografiando con el mismo ojo escéptico para su libro Les Enfants du lotus, voyage chez les bouddhistes (2011). En 2011, comenzó un proyecto similar a largo plazo sobre el hinduismo que concluyó en 2013.
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Antes de su muerte, Abbas estaba trabajando en la documentación del judaísmo en todo el mundo. Murió en París el 25 de abril de 2018, a los 74 años. Sobre su fotografía, Abbas escribió: “Mi fotografía es una reflexión, que cobra vida en la acción y conduce a la meditación. La espontaneidad - el momento suspendido - interviene durante la acción, en el visor. Una reflexión sobre el tema lo precede. Una meditación sobre la finalidad le sigue, y es aquí, en este momento exaltante y frágil, que se desarrolla la verdadera escritura fotográfica, secuenciando las imágenes. Por eso el espíritu de un escritor es necesario para esta empresa. ¿No es la fotografía “escribir con luz”? Pero con la diferencia de que mientras el escritor posee su palabra, el fotógrafo está poseído por su foto, por el límite de lo real que debe trascender para no convertirse en su prisionero “. Fuente: Wikipedia Fotógrafo de nacimiento, Abbas es un iraní trasplantado a París. Se ha dedicado a documentar la vida política y social de sociedades en conflicto. En su trabajo principal desde 1970 ha cubierto guerras y revoluciones en Biafra, Bangladesh, Irlanda del Norte, Vietnam, Oriente Medio, Chile, Cuba y Sudáfrica durante el apartheid. De 1978 a 1980, Abbas fotografió la revolución en Irán, a la que regresó en 1997 después de diecisiete años de exilio voluntario. Su libro Iran Diary 1971-2002 es una interpretación crítica de la historia iraní, fotografiada y escrita como una revista privada. Durante sus años de exilio, Abbas viajó constantemente. Entre 1983 y 1986 viajó por México, intentando fotografiar un país como lo haría un novelista. La exposición y el libro resultante, Regreso a México: viajes más allá de la máscara, ayudaron a definir su estética fotográfica. De 1987 a 1994, se centró en el resurgimiento del Islam en todo el mundo. Allah O Akbar: Un viaje a través del Islam militante, el libro y la exposición subsiguientes, que abarca veintinueve países y cuatro continentes, atrajo una atención especial después de los ataques del 11 de septiembre de los yihadistas islámicos. Un libro posterior, Rostros del cristianismo: un viaje fotográfico (2000), y un espectáculo itinerante exploraron el cristianismo como un fenómeno político, ritual y espiritual. La preocupación de Abbas por la religión lo llevó en 2000 a comenzar un proyecto sobre animismo, en el que buscaba descubrir por qué el ritual no racional ha resurgido en un mundo cada vez más definido por la ciencia y la tecnología. Abandonó esta empresa en 2002, en el primer aniversario del 11 de septiembre, para iniciar un nuevo proyecto a largo plazo sobre el choque de religiones, definido como cultura más que como fe, que cree que se están convirtiendo en ideologías políticas y, por lo tanto, una de las más importantes. fuentes de las luchas estratégicas del mundo contemporáneo. De 2008 a 2010, Abbas viajó por el mundo del budismo, fotografiando con el mismo ojo escéptico. En 2011 inició un proyecto similar a largo plazo sobre el hinduismo. Miembro de Sipa de 1971 a 1973, luego de Gamma de 1974 a 1980, Abbas se unió a Magnum Photos en 1981 y se convirtió en miembro en 1985. Fuente: Magnum Photos
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Conflictos religiosos
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Guerra de Vietnam
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Revolución iraní
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Ayatollah Ruhollah Khomeini
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General Rahimi
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Repertorio de Fotógrafos Españoles
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Amalé y Bondía Javier Almalé, Zaragoza 1969 Jesús Bondía, Zaragoza 1952 Nació como equipo artístico en 2002, con el propósito de investigar las formas de percepción del paisaje. Desde entonces, ambos autores se sirven de la fotografía, la escultura y el video para, según explican los propios artistas, «reinventar una dramaturgia del paisaje». Realizan sus intervenciones en el entorno natural, con el objetivo de descubrir el paisaje y hacer participe de su hallazgo al espectador. De esta forma, en los limites de la frontera a ambos lados de los Pirineos, han realizado uno de sus últimos proyectos, In Situ (2009-2011). Crearon una barrera de espejos que ofrece una visión fragmentaria y alterada del paisaje y que incita a observar en profundidad. Estrechamente ligada a este proyecto, la serie Mirar al que mira (2011) vuelve a reflexionar sobre el entorno natural al componerse de un conjunto de retratos de espectadores contemplando distintas representaciones paisajísticos. Focalizando la atención en la relación que los protagonistas entablan con el paisaje a través de la mirada, los retratados están fotografiados de espaldas. ¿Qué vemos en la serie de fotografías Residuos, de Almalé y Bondía? Montones de maderas, de telas asfálticas y de paracaídas, de cartones, de restos de sofás, de tubos y redes, de plásticos... Montones perfectamente clasificados según materiales y formas, que remiten a la reiteración de un enunciado único: basura. La secuencia de fotografías configura una imaginaria línea de horizonte, como si se tratara de una enorme panorámica realizada mediante el montaje de visiones fragmentadas con el ánimo de representar la totalidad de un espacio. Sucede, sin embargo, que ese espacio está falto de toda referencia. Solo es una topología indeterminada de lugares ocupados por basuras. Joan Nogué los llama paisajes de abandono, paisajes de desecho, que se encuentran dispersos por todo el territorio, indecisos, residuales y olvidados, sin valor. Están sin estar, dice. Cabe preguntarse que si son invisibles porque nos los miramos corren el riesgo, si no lo han hecho ya, de perder la categoría de paisaje. Pero Nogué insiste en nombrarlos y calificarlos por tratarse de lugares que contienen nuevos elementos sobre los que pensar, imaginar e interrogar. Es preciso, insiste, reciclar la mirada ante estos paisajes disidentes, leerlos de otra manera. Y la primera tarea es rescatarlos del anonimato. Es lo que hacen Almalé y Bondía. Entre sus ultimas exposiciones figuran Infranqueable (Instituto Cervantes de Burdeos, Francia, 2011), Dar a ver 2 (la ciudadela de Pamplona, 2012) e In Situ, presente en 2013 en el proyecto múltiple Tirar del hilo, con el que Artium (Vitoria- Gasteiz) ha conmemorado el décimo aniversario de su apertura. Además, han participado en las ediciones 2005, 2011, 2012 y 2013 de la Sección off de PHotoEspaña, y han sido galardonados con la mención de Honor del Premio ABC de arte durante ARCO Madrid 2002 y 2006, el Premio Adquisición en la XII Bienal de Artes Plásticas Ciudad de Pamplona (2010), Premio Adquisición XII Certamen Bienal Unicaja de Artes Plásticas, Premio Adquisición VIII Premio Uned Ramón J. Sender, Primer Premio XVIII Gran Premio Isabel de Portugal, Premio Adquisición VI Premio Artes Plásticas Uned y el Primer Premio de Fotografía de la Fundación AENA en 2011. Sus obras forman parte de las colecciones de Artium, Fundación AENA, la Colección del Ayuntamiento de Alcobendas y Colección Olor Visual, entre otras.
Publicaciones seleccionadas Paisaje/dolor, Toulouse (Francia), Instituto Cervantes y Ayuntamiento de Zaragoza, 2004; Almalé Bondía, Caja de la Inmaculada, Zaragoza, 2004; Infranqueable. Limites y fronteras, Burdeos (Francia), Instituto Cervantes, 2011; Dar a ver, Zaragoza, Universidad de Zaragoza, 2011; Almalé Bondía, Valencia, Ferrocarriles de la Generalitat valenciana, 2012; El instante critico, Fundación Botí, Córdoba, 2013.
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