Luz y Tinta nº81

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Contenido

Año VIII.- Núm. 17 - Julio 2018 PROMOTOR José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECTOR Francisco Trinidad COLABORADORES Eugenio R. Meco, Pepe Haro Castaño, Ma Bernarda Ballesteros, Carlos Flaqué Monllonch, Glyn Griffits, Ricardo González «Completu», Salvatore Grillo, Javier Madroñero, Narciso del Río, Juanjo Gallardo, Monchu Calvo, Antonio Ramón Ferrera, Cristina Capracci, Gustavo Velázquez, Cora Coronel, Justín del Barrio, Arturo de las Liras, Juan José Alonso, Ilona Gogh, Jan Puerta, Albino Suárez, Gloria Soriano, Ildefonso Robledo, José Manuel Gonzalo, José Mª Ruilópez, Juan Depunto, Juan José Pascual, Viviana Genta, Nadima, Antonio Martínez, Ángeles Pereira Perera, Claudio Serrano, Mario Eduardo Blanco. DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA José Luis Cuendia DIRECTORA DE COMUNICACIÓN Lola González DISEÑO y MAQUETACIÓN Francisco Trinidad www.moldeandolaluz.com Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico

Pole Art, Pole Sport con Téfani Benavides......................................................5 Juan José Pascual / José Luis Cuendia El bar de abajo y su wi-fi................................................................................... 23 F.T. Parricidio.............................................................................................................. 27 Gloria Soriano Sucedió en Roma................................................................................................ 29 Mario Eduardo Blanco Recreación de la Segunda Guerra Mundial..................................................37 Ricardo González, «Completu» Julia........................................................................................................................44 Fotos de Dimitri Sobokar El último baile.....................................................................................................49 Monchu Calvo III. Cantando bajo la lluvia............................................................................... 53 Juan Depunto La luz de una sonrisa..........................................................................................61 Nadima / Claudio Serrano Pinceladas............................................................................................................. 69 Fotos de Jesús Álvarez Rodríguez Miedos................................................................................................................... 85 Lucas C. Simóes Vikingos................................................................................................................ 89 Fotos de Kezzin

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Moldeando la Luz es miembro de la Royal Photographic Society

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Nuestra foto de portada: Jesús Rodríguez Álvarez


Presentación Hay que ver cómo pasa el tiempo. Sí, lo siento, vuelvo a los tópicos de la conversación imposible. El tiempo. No hace mucho hablábamos de los rigores del invierno, que parecían eternos: nevadas, lluvias generalizadas, inundaciones... Hoy tendríamos que hablar de la benevolencia del verano y si acaso de las tormentas de verano, impredecibles como todo lo que se refiere a la meteorología. Pero es preferible hablar de lo más eseable del estío, las vacaciones. Como mortales que somos, y como ya hemos hecho en años anteriores, el mes de julio descansaremos y en agosto no aparecerá Luz y Tinta. Aprovecharemos el tiempo para descansar —qué hermosa palabra— y para implementar algunos cambios que queremos introducir en la revista y en Moldeando la luz. Como ya se ha podido ver en Moldeando, en este último mes no hemos nominado a un Fotógrafo del mes, figura que de momento desaparece. En septiembre incorporaremos una nueva figura, teniendo en cuenta la experiencia acumulada en tantos años de nombrar y divulgar la obra de fotógrafos destacados y destacables. No podemos adelantar mucho del proyecto, porque todavía está en fase de estudio y de intercambio de ideas, pero sí se puede decir que es una propuesta nueva, con la suficiente dosis de interés para que se mantenga al menos tantos años como la figura del Fotógrafo del Mes. O eso esperamos. Y no serán los únicos cambios. Quienes siguen mes a mes la revista habrán observado en este número algunos cambios, muy sencillos, en el diseño de la misma. Pequeños matices, pinceladas tal vez, pero suficientes para que no decaiga el interés, para no entregarse a la rutina. No será un cambio radical, sino solamente, como ya se ha hecho en otras ocasiones, el cambio de algunos perfiles, para que el mundo siga girando. Por supuesto, no nos apuntaremos al cinismo del “cambiar todo para que nada cambie”, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, sino cambiar, efectivamente, para que el mundo siga girando, para que esta revista mantenga su punto de interés y para que la diversión que nos supone a quienes la hacemos sea completa. Y aquí estamos —y pensamos seguir durante mucho tiempo— por pura diversión, por auténtico juego y, por hacer honor al tópico, por amor al arte. Y esperamos seguir igual en septiembre, con cambios y sin cambios. Eso sí, si somos capaces a sobrevivir a las inclemencias meteorológicas del verano.

Francisco Trinidad

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José Luis Cuendia «Guendy»

Pole Art, Pole Sport c y Raque

Los orígenes del Pole Dance (conocido como ba nas antiguas. Este deporte se ha relacionado con el llamad orígenes se remontan al siglo XII. En sus inicios s sus capacidades de concentración, reflejos, coordi un arte que como un entrenamiento, siendo el tub dance contemporáneo. En China sobre el siglo XII, los acróbatas circen incluían ejercicios sobre unas barras verticales de ejercicios requerían mucha fuerza por parte del ac es hoy el deporte conocido como Chinese Pole. En la década de los años 50 fueron incorporad zando danzas exóticas siendo referente el Moulin de Pole Dance.

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Juan José Pascual, «Jota»

con Téfani Benavides el Soberón

aile de tubo) proceden de una variedad de discipli-

do Mallakhamb, que se practica en la India, y sus solo lo practicaban los luchadores para desarrollar inación y velocidad. Hoy en día es visto más como bo de madera y más ancho que el usado en el pole

nses entre las múltiples acrobacias que ejecutaban e goma de entre tres y seis metros de altura. Estos cróbata. De estos orígenes partió lo que en China

dos estos ejercicios con tubo en los cabarets, realin Rouge de Paris, el cual creo una academia propia

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El Pole Dance comenzó a plantearse como deporte en Ámsterdam (Europa), lugar donde nació la primera federación del mundo «World Pole Dance Federation» (WPDF) en el 2003. Este deporte combina una serie de figuras, ascensos por la barra, acrobacias, inversiones corporales usando también técnicas de danza, gimnasia y expresión corporal. Los organizadores de las competiciones han luchado por diferenciar el arte que es hacer Pole Dance de los bailes que tienen connotaciones sexuales, los cuales sido empleados frecuentemente en locales nocturnos. Se creó a nivel mundial la «International Pole Sport Federation» (IPSF), organización sin ánimo de lucro con fines educativos, creada para fomentar el desarrollo del deporte Pole Sport en todo el mundo. Conocía a Téfanis Benavides en el rodaje de «Latimer Justicia» (proyecto de Eduardo Castejón), ella me dijo que era monitora y practicante de Pole Sport y de Pole Art. Su contacto inicial con el Pole fue en Madrid en una de sus actuaciones (se dedica a la música), donde lo vio por primera vez y quedó enamorada de esa disciplina. Empezó a entrenar como simple afición una o dos veces por semana, asistiendo a cursos siempre que tenía oportunidad; ya que en sus inicios era menos conocida la disciplina y bastante inaccesible. Según sus propias palabras «el pole dance, es una disciplina que en un primer momento parece agridulce, te motiva y frustra en un mismo momento. Cuando algún ejercicio (como es natural en cualquier inicio) se resiste, te sientes atascada, pero cuando sales, sientes la mejor de las sensaciones, una energía desbordante y positiva. Eso hace que solo pienses en superarte, y así pensando en superarme, mis entrenamientos semanales, fueron aumentando progresivamente». Siendo la encargada de un centro deportivo, sus alumnas se interesaron por lo que hacía y fueron incorporándose a sus entrenamientos. Se formalizaron clases de la disciplina y se convirtió en profesora de Pole Dance. Sus primeros pasos como profesora fueron complicados ya que tuvo que adentrarse en un mundo en que ya había pequeñas agrupaciones establecidas, le costó mucho aprender las normas, reglas y jerarquías lo cual hizo con mucha perseverancia, pero sin abandonar su propio estilo. Esa perseverancia ha hecho que creciese día a día, recogiendo los frutos de su esfuerzo y dedicación, los títulos y copas de los campeonatos en que ha participado, ver sus progresos como atleta y artista, como se descubre cada día y se reafirma en lo feliz que la ha hecho ese modo de vida. Pero sobre todo la gran satisfacción que siente es debido a las personas maravillosas que han cumplido sus sueños y se han unido a su vida, que han influido en ella de forma positiva y le han hecho crecer como profesora, atleta, artista y persona. Siendo consciente de que las personas ajenas a estas disciplinas las pueden confundir nos las explica así: «Las diferencias entre el pole sport y pole art son muy claras (aunque en mis inicios ignoraba que existiesen), el pole sport es un ejercicio disciplinado que busca la perfección y precisión de cada uno de tus movimientos, sin olvidar la armonía y plasticidad de cada uno de ellos; has de encontrar la conexión de cada uno de los movimientos con el otro, sin perder, fluidez, destreza y tecnicismos. Puede parecer un ejercicio más frio, dado que sus obligaciones técnicas te marcan cuantos ejercicios has de meter de manera obligatoria, y con cuanta duración, dejando poco espacio para la creación artística, que has de empastar en cada momento, para poder darle forma, haz magia de lo estipulado y convierte un ejercicio técnico en algo muy estético y maravilloso.» «La rama artística pole, no tiene tanta regulación técnica, aunque se puede decir que la base de este es el sport, ya que los ejercicios nacen, se contemplan, regulan, y se incorporan a este código desde el primer momento, pero en el Pole artístic, se trata de recrear una historia, algo con lo que puedas embaucar al espectador, cumpliendo esa armonía y plasticidad que ansía el pole, pero sobre todo maravillando el ojo ajeno, con atrezo, luces, voces, todo está permitido en el pole artístico, un vestuario con atrezo o performance, un escenario adornado, una voz que diga, haga o cante, una pantalla detrás con imagen, todo vale, si es para que tu historia enamore». El Pole dance le ha hecho crecer tanto físico como mentalmente: «Físicamente, la exigencia es muy grande, en mis comienzos entrenaba una o dos veces por semana, sacando uno o dos trucos, practicando giros y hoy en día mis entrenamientos son como mínimo de 4 horas, separando la parte de flexibilidad, acrobacias, técnica de fuerza, danza y dificultades. Hay que estar mentalmente muy preparada, no solo para entrenar, sino para conocerte a ti mismo, exigirte y cuidarte, no todos los días estas con la misma vitalidad o resistencia, hay días que tu cuerpo está más activo y otros algo más cansado, pero mi rendimiento suele ser siempre muy bueno».

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«En el Pole Artístico mi desarrollo artístico es muy importante, no solo tienes que contar una historia, sino hacer que el que lo ve, se olvide de todo en ese momento y entre en tu mundo, es difícil crear algo que a la vez sea plástico y perfecto a nivel técnico, con lo que conseguir un equilibrio entre ambas características me lleva un gran desarrollo mental, en el que siento a veces estancamiento, pero que he de dejar fluir sin presión, para lograr recrear lo que yo veo, y que el que mira, lo vea tal y como yo quise». El pole Dance en general es mi modo de vida, te transforma a nivel físico y mental, hace que cambias el modo de vida de otras personas y sin duda te hace ver el mundo de otra manera». A lo largo de su carrera profesional en el pole dance ha participado en varias competiciones: Miss pole dance Marbella 2016 (consiguiendo un segundo puesto), Pole Street Vigo 2017 (competición regulada por la federación española de pole dance, en las que consiguió dos primeros puestos en las categorías de resistencia y free estile), Pole Arnold Spain 2017 (con un quinto puesto). «Solo te puedo dar las gracias, por llegar a mi vida, porque contigo voy a llegar muy lejos y es lo que siempre he querido, gracias mi amado pole». No puedo dejar sin mencionar a Raquel Soberón, compañera de Téfanis en su actuaciones grupales y maquilladora de la sesión de fotos que ilustra el artículo. Enlaces de interés: Instagram de Téfanis @tefanis_benavides_oficial Instagram de Raquel: @rakel_soberon http://poleartspain.com/es/ http://www.polesports.org/ https://www.youtube.com/watch?v=1dCBXPK1ixM https://www.youtube.com/watch?v=n7AozCFgPF8 https://www.youtube.com/watch?v=cEZbHrfRuek

Texto: Juanjo Pascual Fotos: Pascual y Guendy

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El bar de abajo y su wi-fi F.T.

Tengo un bar justo debajo de mi casa en el que he parado poco porque las relaciones con sus dueños y sus ruidos han sido bastante ásperas, hasta muy recientemente en que han entrado en un compás de normalidad. Cuando me trasladé a este apartamento el bar estaba tomado por una pandilla de moteros que, a todas horas del día, dejaban sus motos encima de la acera atronando el ambiente cada vez que arrancaban para irse o para contarles a los colegas su capacidad de aceleración. Aguanté así unos cuantos meses hasta que me vi obligado a mandar que me cambiaran las ventanas y pusieran otras de doble acristalamiento que absorben la mayor parte del ruido, aunque no me libré de los follones y las grescas que abajo se montaban preferentemente de madrugada y sobre todo por el verano, en que no se podían cerrar las ventanas. Una tarde, al regresar del trabajo, vi con sorpresa que no había ninguna moto sobre la acera, con un movimiento evidente de mudanza en el interior del bar. Aquella noche dormí descuidado de griteríos y trifulcas; y así seguí durante un par de meses, los que tardó el bar en traspasarse y los nuevos encargados en pintarlo y reacondicionarlo. A partir de aquel día finalmente cesaron mis preocupaciones, al menos en cuanto al ruido. Comencé entonces a preocuparme por quién sería el sucesor. No tardé en saberlo. Como un par de semanas más tarde, se reinició el movimiento en el bar: primero una cuadrilla de mujeres limpiando a fondo mesas, sillas, suelos y todos los enseres del bar. Luego un par de pintores que le dieron un tono cálido a las paredes. De nuevo las mujeres limpiando hasta que quedó todo reluciente y finalmente una pareja que colocaron unas plantas, unos cuadros de Ikea, algunos apliques y fluorescentes y dispusieron, milimétricamente, eso sí, una serie de botellas en las estanterías de la barra. Una mañana, cuando yo me iba a trabajar, aparcó delante del bar un camión de bebidas y por la tarde, cuando regresé, ya estaba abierto. El matrimonio que había visto traficar la última semana estaba detrás de la barra, el local bastante más

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limpio e iluminado que cuando las motos rugían a todas horas; y el ambiente, de momento, sin ruidos. Tardé sin embargo todavía como quince días en entrar, cuando ya estaba convencido de que habían desaparecido los jaleos moteros y de que la clientela era la habitual en el barrio. Me encontré cómodo, entre gentes que conocía de vista y otros que me saludaban por costumbre; el café, además, estaba bueno y el trato del matrimonio que lo regentaba era agradable. Cuando una tarde me presenté como el vecino que vivía arriba, inmediatamente me preguntaron si me molestaba el ruido y se ofrecieron a hacer los cambios que fueran necesarios para no molestarme. Seguí y sigo entrando un par de veces o tres por semana, a tomar un café relajadamente, mirar el periódico si acaso y, de vez en cuando, charlar con Benito, el barman, de esas cosas que a nadie importan, pero sirven para llenar una conversación obligada: el tiempo, el fútbol, la política del momento o la salud en general, cuando uno está sano. Una de esas tardes entró un grupo de tres jovencitas, sonrientes y dicharacheras, pidieron unos refrescos y se sentaron en una de las mesas del fondo, con sus bromas y sus dimes y diretes. Al rato se levantó una de ellas y le pidió al barman la wi-fi del local. Se la entregó en una cartulina plastificada que dejó sobre la barra y la chica se fue donde sus amigas y las tres sacaron sus teléfonos y comenzaron a vivir en otra dimensión. Como la cartulina seguía encima de la barra, tomé nota de los datos —el nombre de Usuario y una contraseña alfanumérica de veinte caracteres— y pensé que igual me servía para conectarme desde casa. No tengo conexión a internet en casa y la verdad que, para cuatro nonadas para las que yo utilizo la red, tampoco me hace excesiva falta. Contesto el correo electrónico, consulto algunos datos y últimamente hago algunas compras por Amazon. Todo ello puedo hacerlo sin embargo en los muchos ratos muertos que tengo en la oficina. Pero bueno, como la wi-fi del bar funcionaba bien en casa y no me costaba nada, comencé a utilizarla. Al principio no tuve ningún problema, pero cuando llevaba un mes o poco más usando la wi-fi del bar comencé a notar comportamientos extraños a los que al principio no di importancia, juzgándolas fruto del azar, pero que, según se fueron incrementando, llegaron a obsesionarme. La primera vez que noté algo raro fue en uno de mis pedidos a Amazon. Había comprado la Ética de Spinoza, en edición y traducción del profesor Vidal Peña para Alianza Editorial, y lo que llegó me dejó perplejo: unos tirantes azul marino con estrellitas blancas. No uso tirantes ni conozco a nadie que los use ni se me había pasado por la imaginación usarlos; y digo esto último porque me consta que en Amazon, en Facebook y sitios similares leen el pensamiento de sus usuarios. Reclamé a Amazon, me cambiaron los tirantes por la valiosa edición de la Ética que había solicitado y no hubo más desajustes hasta varios días después. Fue una tarde aciaga en la que achaqué todo al viento del sur, que soplaba dulzón. Pinché para entrar en la web del diario El País y me salió la página de ventas de Mercadona y más allá del tercer intento, cuando ya desesperaba ante el teclado, me salieron las noticias que buscaba. A continuación, quise entrar en mi correo

N o tengo conexión a internet en casa y la verdad que, para cuatro nonadas para las que yo utilizo la red, tampoco me hace excesiva falta. Contesto el correo electrónico, consulto algunos datos y últimamente hago algunas compras por Amazon. Todo ello puedo hacerlo sin embargo en los muchos ratos muertos que tengo en la oficina. Pero bueno, como la wi-fi del bar funcionaba bien en casa y no me costaba nada, comencé a utilizarla.

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electrónico personal y ni me reconoció la contraseña ni me volvió dejar intentarlo. Al día siguiente, sin embargo, desde el ordenador de mi oficina pude entrar sin problemas. Y ya para colmo, al final de la tarde, cuando estaba pensando prepararme la cena, pinché para entrar en la página de fotografías de Moldeando la luz, web que frecuento para disfrutar de buenas tomas que me ponen los dientes muy largos, y para mi sorpresa me salió la web de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Dejé el ordenador por imposible, hasta que al día siguiente volví con todos los sentidos alerta por si volvían a conjurarse los malos espíritus con mis búsquedas. Y efectivamente el viento del sur volvía a soplar en mi contra. Busqué la Junta de Andalucía, para recabar información turística para un viaje que haré en breve, y me salió una ferretería de Logroño. Le pedí a Booking un hotel en Granada para ese mismo viaje y me dirigió a una empresa de compraventa de parcelas agrarias; y ya para acabar, quise entrar en la página de Renfe para ver las posibilidades del tren y sus costes, y el maldito ordenador o la maldita wi-fi, o ambos en maléfica conjunción, me llevaron hasta una web de contactos en la que señoras y señoritas ligeras de ropa o directamente sin ella me ofrecían elevarme al séptimo cielo con solo un clic de ratón. Así que cerré el ordenador, me asomé a la ventana, observé cómo la primavera cabalgaba libre de complejos por los árboles del parque y me bajé al bar, convencido de que todo aquello era fruto de algún extraño cruce de quienes usábamos la wi-fi del bar, que en esos momentos estaba casi lleno y el barman sudaba feliz tras la barra. Cuando me sirvió mi café le pregunté si tenía problemas la wi-fi o si había observado o le habían contado últimamente algún funcionamiento anormal en los teléfonos que se conectaban en el bar. Benito me miró divertido y me dijo, despreocupado, que el bar nunca había tenido wi-fi. «Ni falta que le hace», añadió. —Estoy pensando poner un cartelito, porque hay mucha gente que me pregunta, como usted.

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Gloria Soriano

Foto Juanjo Gallardo

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Parricidio Las pasiones son vicios o virtudes a sus más altas potestades JOHANN WOLFGANG VON GOETHE

Cómo un manco despechado se enfrenta a una pulga y a toda su descendencia, no lo voy a contar. Me he vuelto celoso guardián de mis astucias. Baste con saber que el amor que atonta también espabila. La Pulga pertenecía al mundo de los sin alas. Era pequeña y ágil, muy difícil de atrapar. Por esas cualidades, o su pesar, me enamoré. Yo tampoco tengo alas. Soy un manco de clase media. Siendo yo primerizo en amores y ella tan escurridiza, me sentía muy orgulloso de haberla conseguido. Iba a saltos de aquí para allá marcándome el cuerpo con chupetones apasionados. Aguantaba embebido los picores, pues la única forma de rascarme era frotándome contra una pared, o revolcándome por el suelo, gesto impropio para un enamorado. ¡Mi Pulguita ardiente! Lo nuestro era tan físico que no necesitaba palabras. La tuve un tiempo detrás de la oreja pero nada le oí decir. Tampoco cuando se adentró hasta el tímpano. ¡De qué hubiéramos podido hablar! Carecer de alas no nos convertía ni en filósofos, ni en poetas. A la hora más concurrida de la tarde paseábamos por la calle principal. Yo, para presumir de ronchas, iba con el pantalón remangado. Ella, siempre tan recatada, se escondía debajo de algún pelo. La recompensa a mi amor eran estremecimientos inesperados. ¡Ay, sus besos en partes insospechadas! Yo vivía entre la desazón y el placer. Abrazarla era imposible. Fui un amante pasivo. Ella, una ninfómana que me sorbía la sangre. Cuando ya no quedaba un milímetro de mi piel sin succionar, la vi. Lucía gorda y fuerte. Antes de que pudiera acariciarla con la nariz, tomó impulso sobre sus largas patas traseras, y saltó casi medio metro, la distancia que había entre mi pecho y un brazo peludo. Es verdad que en aquel tiempo yo empezaba a hartarme de granos, pero nunca tuve voluntad para dejarla. Sin embargo, que ella tomara la iniciativa hirió mi orgullo, y que el elegido fuera un hombre con brazos, me humilló incluso más. Si carecer de ciertas extremidades había hecho de mí un ser alicaído, su abandono añadió a mi naturaleza el perfil de un ahorcado. Fue un estado temporal. La sangre volvió a circular hasta mi cerebro y decidí vengarme en todas sus larvas, que también eran algo mío. Ocultas bajo la alfombra de casa, y en rincones oscuros de tantos paisajes compartidos, cambiaban de muda esperando el momento de salir a la luz.

Siendo yo primerizo en amores y ella tan escurridiza, me sentía muy orgulloso de haberla conseguido. Iba a saltos de aquí para allá marcándome el cuerpo con chupetones apasionados. Aguantaba embebido los picores...

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Mario Eduardo Blanco

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Sucedió en Roma Colors es el nombre de un hotelito muy discreto situado en la Via Boecio, a escasos metros del Vaticano. Me lo habían recomendado no solo por su precio, sino por la cercanía de un sitio que, sin lugar a dudas, había decidido como primera instancia de mi primera visita a la Ciudad Eterna. Eran sobre las siete de la tarde de principios de un mes de diciembre no demasiado frío pese que, a esta hora, ya anochecido, no es frecuente tener una temperatura que te permita deambular cómodamente sin demasiadas prendas de abrigo. Una simple cazadora sobre la habitual camisa y unos igualmente habituales vaqueros eran más que suficientes para el momento. Supongo que mis prisas por llegar al destino, unidos la excitación y el nerviosismo por conocer una ciudad que nunca antes había visitado, lograban añadir unas calorías extra a mi metabolismo actuando como un sistema de calefacción corporal añadido. La primera impresión que me causó, pese a las reticencias que podía sentir ante un establecimiento tan poco cargado de estrellas, fue bastante agradable. En la recepción dos chicas jóvenes que no hablaban español, añadido a mi vergonzante ignorancia en otra lengua distinta a aquella hizo que, pese a las dificultades, lograse hacerme entender, lo cual presagiaba un buen comienzo de mi aventura. Una vez instalado en la habitación y, tras un brevísimo repaso por ella, en el que pude comprobar que el mobiliario, aunque sobrio, era suficiente y el estado general, pese a su sencillez, presentaba una pulcritud irreprochable, con lo que me di por satisfecho. Tras esa primera y fugaz impresión, una vez colocado en los armarios mi exiguo equipaje, decidí buscar un lugar adecuado en el que cenar, al tiempo que, a través de la gastronomía, realizar una primera inmersión turística exprimiendo, de ese modo, el planteamiento de una corta estancia en Roma. No muy lejos, tal como me habían indicado las amables recepcionistas, encontré, sin demasiadas dificultades el restaurante recomendado: un lugar bastante repleto de comensales parlanchines que acompañaban sus tertulias con gesticulaciones sorprendentemente elocuentes. Un camarero sonriente me indicó un acomodo acercándome enseguida la carta en la que, como suelo hacer habitualmente, reparé antes que nada en los euros que señalaba cada uno de los platos ofrecidos; por otra parte, aunque suelo apostar por menús conocidos antes que aventurarme hacia alguna rara degustación que cuncluya siendo un incomodo añadido a la cuenta, dando al traste con la ansiada cena italiana. La cena consistió en un entrante que habría de estar, al final, demasiado bien pagado de pan genovés con aceitunas, seguido de una Bistecca alla Fiorentina y todo ello regado con un Cesanese and Piglio que me supo a gloria, logrando un estado extraordinariamente confortable, tanto es así que, a pesar de haber satisfecho una cuenta no demasiado económica, resultó de lo más agradable. Tras el banquete, me sorprendí caminando por la Vía Oracio, confluente con la Vía Boecio que me llevaría por fin al hotel sin reparar en nada más que en mis propios soliloquios, como si lo hiciese en una nube acompañado además con una alegría que parecía brotar de lo más profundo de mi corazón.

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A la mañana siguiente, muy temprano, ya en dirección al Vaticano, comenzó el día con un desayuno conveniente en la pastelería Pompi cuyo café expreso y un pastel que me supo a gloria, satisfaciendo venturosamente mi debilidad por el dulce. Tras ello me dirigí directamente a una de las entradas de la ciudad Vaticana, al tiempo que, de manera progresiva, me iba topando con abundantes clérigos vestidos con rigurosas sotanas preconciliares y monjitas circunspectas en lo que supuse ensimismadas en sus rezos matutinos interiores. La llegada a la Piazza San Pietro me produjo una mezcla de admiración y gozo.

La llegada a la Piazza San Pietro me produjo una mezcla de admiración y gozo.

La había visto tantas veces y a través de tantos medios que presumía de conocerla suficientemente y, sin embargo, muy al contrario con lo que me había sucedido en otras ocasiones en que los lugares a visitar por primera vez suelen defraudarme con respecto a la previsualización efectuada a través de fotografías o reportajes documentales. En este caso como os cuento sucedió justamente al contrario, produciendo en mí una sensación de majestuosidad inigualable.

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Como quiera que lo que pretendía era, en primer lugar, realizar una observación general de la ciudad y puesto que, desde lo alto de los 136 metros de altura de la cúpula de la basílica de San Pedro, sospechaba una visión excelente de Roma, no dudé en tomar uno de los ascensores que te encaraman en una primera etapa, debiendo superar, en una segunda fase a pie, los trecientos veinte escalones que aún me separaban de lo más alto. Considerando que mi forma física no es la misma que la que gozaba cuando aún me podía considerar joven, el ascenso se convirtió en una especie de purga que

La vista de Roma desde esa posición es admirable y si además coincide con un cielo plagado de stratocúmulos que dan al paisaje un dramatismo espectacular, aún lo es más.

los penitentes deben pagar cuando no han satisfecho todas sus deudas antes de llegar al paraíso. Debo decir, en honor a la verdad, que la vista desde esa posición bien merece la pena y si además, como en este caso, coincide con un cielo plagado de stratocúmulos que adornaban el cielo dando al paisaje un dramatismo espectacular.

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La contemplación del interior del monumento es espectacular.

Tras un tiempo de observación que no podría precisar y en que di rienda suelta sin pudor alguno a mi afición a la fotografía decidí, ya colmada mi curiosidad, descender para conocer al interior de la Basílica, haciéndolo a través de una de las cinco puertas que dan acceso a ella, la Puerta Santa, no por un especial anhelo de esta virtud, que confieso no poseer, sino por lo cercana que me resultaba desde los ascensores por los que había bajado. La contemplación del interior del monumento es espectacularmente majestuosa y debí quedar tan impresionado por ella que apenas pude enterarme de la recriminación del guardia que, haciéndome señas bastante airadas, me indicaba vociferante que debía quitarme la gorra que coronaba mi cabeza (nunca entenderé por qué no obligaban de igual modo a quienes se cubrían sus cráneos con llamativos turbantes). Aún después de acceder sumisamente a la orden mis ojos se posaron, emocionados, en el Baldaquino de San Pedro con sus cuatro torneadas columnas salomónicas cuando, de una puertecita situada en la parte izquierda del templo, comenzaron a salir decenas de obispos en una procesión sorprendente y silenciosa de la que apenas me dio tiempo a tomar algunas instantáneas. Poco a poco, se dirigieron hacia unas escalerillas descendentes ocultándose al fin tras otra puertecilla que debía conducir a uno de los cientos de laberínticos pasadizos y estancias secretas que se rumorea posee la Basílica bajo su superficie. Absorto como estaba en la contemplación de la ceremonia, la recepción de una mano que se posaba desde la parte trasera de mi hombro logró trasmitirme un impulso a salir corriendo del susto que hube de reprimir soportando heroicamente la sorpresa y el miedo de lo

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inesperado. Con el consabido temor y no sin tomar ciertas precauciones, me di la vuelta rápidamente y, tras unos momentos de duda, una vez recompuesto del susto, logré reconocerlo: Fernando Müller Sánchez. Mister Fernando Müller Allí estaba, mi queridísimo Fernando, Nando o Nandito con quien había coincidido tantos años en el internado de un viejo y lúgubre colegio. Huérfano de padre alemán bien posicionado en la industria del acero de su país y casado con Doña Eugenia Sánchez, hija de una familia medio burguesa y provinciana que tras la muerte de su marido decide matricular a su único hijo en un internado rígido que inculque en el niño una educación tradicional, al tiempo que ella pueda disponer a su antojo de un abundante capital y una cómoda viudedad heredada a la muerte prematura de un no demasiado querido esposo. Fernando es por otra parte un muchacho taciturno, brillante estudiante y ansioso lector impenitente. Pasa más horas dedicado a la vieja biblioteca del colegio que a los libros de texto, no siendo esto un impedimento para lo obtención de las mejores notas de su curso. Enseguida entabla amistad conmigo pese a la distancia intelectual que nos separa. Quizás mi carácter también introvertido o mi admiración por el personaje haga que enseguida formemos una pareja inseparable en la que las confidencias y conversaciones sobre los más insospechados temas se transformen en horas de intensas conversaciones que logran aminorar la angustia de un internado tan sórdido como triste. Tras años de bachillerato llega la despedida y Müller se va estudiar Filosofía pura a la Universidad de Leipzig donde se doctora con la brillantez que en él suele ser habitual. Este doctorado coincide con el final de nuestra relación epistolar que de forma paulatina había ido decreciendo con el paso de los años y la distancia. El reencuentro Primero un apretón de manos y un fuerte abrazo que une nuevamente a dos amigos de niñez y adolescencia. Tras embarullados cambios de impresiones mutuas decidimos tomar un café al tiempo que conversamos con más tranquilidad y, dado que yo desconozco el lugar, espero que sea mi amigo quien decida, optando éste por la Ostería delle Commari, un restaurante selecto situado en la Via de Santamaura. Mientras nos dirigimos allí, no deja de sorprenderme el aspecto joven que conserva pese a la edad ya más que madura que ambos tenemos. Viste una sotana que no me desconcierta demasiado, pues durante nuestras cartas me había hablado de ingresar en la orden Jesuita. Porta además un maletín de piel tan negra como el hábito y calzado del mismo color. Pese a ello su conversación es amena, alegre y fluida. Ya sentados y, mientras tomamos un aromático expresso, va explicándome que tras doctorarse en Alemania, ingresa en la la citada orden e imbuido en su afán por el conocimiento solicita el permiso de sus superiores para estudiar Ciencias Físicas en la Universidad de Harvard. Es en esa universidad de Massachusetts en la que se interesa enormemente por las Matemáticas y la Física Cuántica y doctorado nuevamente en esta última especialidad es requerido por sus superiores para encabezar un extraño estudio que tiene lugar en el Estado Vaticano dirigido hasta ahora por el Cardenal Manieri. La Dama Azul Si hubiésemos tratado de sintetizar lo que ese primer día de mi estancia en Roma hablamos mi amigo Fernando Müller Sánchez y yo, me resultaría tan com-

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plejo como tratar de recordar lo que hablaron mis padres el día de mi nacimiento, exceptuando algo que desde entonces ha hecho temblar y poner en jaque todos mis escasos conocimientos y certidumbres. El caso es que, tras muchos temas sobre nuestro pasado y experiencias comunes, comenzamos a hablar del presente y de nuestras actuales dedicaciones y tan enfrascados estábamos, para evitar que el tiempo fuese impedimento, que mi amigo decidió, enfáticamente, que me invitaba a una suculenta comida en tan selecto restaurante a lo que accedí de inmediato y por más de una razón. Yo le expliqué mi trabajo como fotógrafo y periodista de una importante revista especializada, mientras él me habló, primero con mucha prudencia para luego, animado por el suave paladar del Vega Sicilia, de sus quehaceres entre la Curia Vaticana. Y me habló de Sor Maria Jesús de Ágreda, de cómo a través de la mística y de un fenómeno que ahora recibe el nombre de Cronovisión, la religiosa había logrado viajar, en pleno siglo XVII desde su convento Soriano, y sin jamás salir de él, a los poblados indígenas de Nuevo Méjico durante más de quinientas veces y a más de diez mil kilómetros de distancia. A medida que mi antiguo compañero de confidencias hablaba el énfasis en sus planteamientos era tal que requirió del camarero de otra botella de aquel mismo caldo que hacía fluir una palabra cada vez más y más elocuente. Mira, Mario, me explicó, primero fue la Inquisición quien investigó con la crudeza con la que tal institución actuaba en aquellos tiempos en que comenzaron a propagarse aquellos extraños acontecimientos alarmados por la repercusión que ello tenía en el mundo de la cristiandad. Fue el Papa Urbano VIII y el Rey Felipe IV quienes, tras oir las investigaciones de la Santa Orden, concluyeron que era Sor Maria Jesús y no otra persona, la misteriosa Dama Azul quien se presentaba a los indios conminándoles al bautizo. Los estudios de tan sorprendente hecho han llegado hasta ahora mismo y heme aquí, en el año 2015 junto a una eminente experta psíquica del Departamento de los Estados Unidos hemos logrado inducir viajes en el tiempo y teletransporte usando frecuencias musicales muy precisas. Y mi antiguo compañero de confidencias y aventuras adolescentes habló y habló durante un tiempo que me resulta difícil de precisar, tan solo podría confirmaros que llegado un momento, tras más de tres botellas de tan apetitoso vino y mi incredulidad manifiesta, mi amigo Fernando, Nando o Nandito Müller Sánchez, se levantó como pudo de la silla dispuesto a mostrarme, como Jesús a Santo Tomás que aquello que me estaba contando era tan cierto como nuestra amistad, y sacando de uno de los bolsillos de la sotana una extraña cajita ovalada, musitó una extraña letanía que, mágicamente, le fue borrando de manera progresiva haciéndole finalmente desparecer del todo, al igual que la herramienta de Photoshop lo hace con una máscara de capa. Mis ojos incrédulos dejaron desde ese mismo momento de dudar y puedo confirmaros que mi tarjeta Visa también lo hizo.

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Ricardo González, «Completu»

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Recreación de la Segunda Guerra Mundial Recordar es de humanos y bajo mi pensamiento, nada mejor que saber la verdad, para no caer en las hipocresías de algunos políticos y otros aprovechados a costa de los menos favorecidos. Contando con las autorizaciones como corresponsales de “guerra simulada”, para nuestra Revista de Luz y Tinta, nuestro compañero de batallas Manuel Antonio Centeno Llorente y el que suscribe fuimos autorizados para poder visitar en primera línea una Recreación de la Segunda Guerra Mundial, con más de cien figurantes con armas, vestimentas y vehículos del momento, en la zona de El Cuetu, Lugones (Asturias). Se nos usieron todos los medios habidos e incluso el paseo en un vehiculo de la época como el Jeep Willys MB y los figurantes ya nos conocen y colaboran a tope con nosotros. Campamentos con todo detalle hasta el último y minucioso por ver, como que no hay bolsas de plástico o latas de refrescos con anagramas actuales y cada recinto militar está acondicionado socialmente entre quienes fueron aliados y no están mezclados por ejemplo alemanes con soldados USA. Los uniformes, a pesar del calor no se transforman nunca y cabe destacar la educación con que hemos sido atendidos en todos los recintos cercados al público. Unos disfrutamos con la fotografía y estas personas se hacen con todo tipo de útiles y atrezzos de aquella época, para estar lo más aproximado a su tiempo de recreación y disfrutar de lo que tienen y hacen en público. Como decía, nosotros recorríamos zonas y terrenos a veces en vehículos y otras andando entre el resto de visitantes y siempre los figurantes, con un temple de caballeros hacia quienes preguntaban tan pesadamente una vez y otra, sobre las armas, uniformes y resto de existencias que aun siendo autenticas armas que vieron aquella masacre y en la actualidad inutilizadas, dejaban en manos de curiosos, pero era tal el motivo de realidad que aparentaban que incluso sabiendo que era imposible el disparo real, sacaban el cargador y descerrajaban el arma, para mirar por la ventana de expulsión, por si había algún cartucho dentro.

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Recuerdo como delante de una de las tiendas en uno de los campamentos, había una silla, una caja de lo que debían de ser municiones, una chaqueta de la época y un fusil M1 Garanz, mientras los figurantes y dueños de esto estaban en una tienda al lado, sentados y hablando entre ellos; y uno de los que miraban, pasó la cinta delimitadora, cogió el fusil y apoyándolo en el hombro apuntó y tocó del gatillo, con lo que a continuación sonó un disparo. Ante tal sonido, muy relajadamente apoyó donde ya había estado este arma contra el respaldo de la silla y se marchaba. El dueño del fusil, se levantó y sin poner ninguna mueca de disgusto se acercó a él y le dijo: “Por favor, no toque lo que no le dejan por limitaciones o por no ser suyo porque vale mucho como sentimiento y dinero”. “Es un arma sin peligro, pero como pudo usted notar, es tal el realismo y por supuesto los componentes que están dentro, que luego quien lo paga en disgusto y dinero, soy yo”. El “soldado”, quitó una tapa de la cantonera y le enseñó una caja de circuitos, mientras el osado visitante ni se inmutó. Quiero decir con esto, que los momentos de convivencia con esta recreación siempre fueron de lo más correcto por parte al menos de los figurantes. Como ya pudimos ver en l número 79 de Luz y Tinta, habíamos hecho un reportaje del búnker y cercanías de lo que hoy es el escenario de este relato y ya conocíamos los recovecos y todos los edificios adyacentes, así que solicitamos al organizador se nos dejse pasar a los laberintos subterráneos de esta defensa bélica con dos figurantes, para hacer las fotos en los muros y troneras con ellos. Al final del día se recreaba un ataque a las defensas del búnker, entre los figurantes con uniformes alemanes y el estadounidense y aliados, que será de lo más acercado a lo que pudo haber sido.

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Será en la parte elevada y defendida entre sacos terreros por militares ‘alemanes’ y en la zona de carretera y baja por vehículos de combate y diferentes soldados militares. El organizador se sitúa detrás de las líneas alemanas. Pero como digo, que están tan metidos en el papel, que un figurante que hacia de sargento alemán, se nos acerca y dice que no podemos estar allí, que no sería real, que nosotros estuviéramos con ropas de 2.018 en una recreación de 1.944. Evidentemente que es cierto, y nos fuimos a una de las torres alejadas de todo movimiento escénico y, agazapados como podíamos, continuábamos con el reportaje. Uno de los fotógrafos que representa una prensa local, entró por una zona de atrás y se escondió entre las trincheras reales, por detrás de los alemanes. Con paso firme un capitán alemán, muy diligentemente le comunica que no puede estar allí, que por favor abandone la zona. El reportero se aleja y, cuando el figurante se da la espalda, vuelve al sitio, mientras nosotros veíamos lo que ocurría desde las alturas. El capitán alemán se acerca a un comandante y mientras miran las líneas de sus defensas, perciben que otra vez aquel reportero estaba allí.

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El capitán delante y el comandante a 10 pasos de él, se acercan al fotógrafo y con gritos y chillando le dicen “¡¿No te he dicho ya que abandones esta zona de guerra?!!!!!!” Mientras nosotros nos reíamos, porque ya sabíamos lo que iba a pasar, los figurantes le explicaron que iba a haber pirotecnia y podrían peligrar los componentes de las cámaras fotográficas. Hubo lo más parecido a una película, con movimientos de tanques, tanquetas, vehículos ligeros y motocicletas, además de soldados y sonidos de tiros por todos lados, con prisioneros incluidos. Todo un éxito en la zona, con mucho publico y más aplausos. Esto fue gracias al promotor y propietario de la zona Jorge Sandoval, ayudado por Pelayo, como organizador y tengo que reconocer también, mi sorpresa con Raquel, que es la guía de los búnker, que se nos presentó como enfermera de aquella época. Hacer este reportaje, puede gustar o no a quienes lo estáis viendo y leyendo. En las escenas, los figurantes lo hacen lo mas real posible y puede herir los sentimientos de quienes nos leéis y nosotros lo trasladamos así. El presenciar la esvástica alemana y un figurante haciendo de Hitler, no hace más que lo que es, una recreación de lo que fue y nunca debió de haber sido. Aproximarse y mostrar la realidad es duro para quien nos lo dice con actos bélicos pero, recordemos que estos lo hicieron en el 2.018 en los escenarios del Bunker del Cuetu, en Lugones, Asturias( España), sin ningún ánimo de ofender y tan gratis como nosotros os lo ponemos en la revista y Charles Chaplin con El Gran Dictador, o esta otra película de El Hundimiento, La lista de Chindler y muchas más, seguro que

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los actores pudieron hacer lo mismo y aún cobrando millones, y mirando quienes son los conocidos actores puede que nos ofendieran menos o nada a sabiendas de que era una simple película. Continuamente en la actualidad, están muriendo hombres, mujeres y niños ó niños, mujeres y hombres, con bombas caídas de cielo, fuego real sobre inocentes, y se les deniegan los alimentos y los medicamentos mientras impasibles encendemos el televisor y comemos tres veces al día, pero nos ofende ver el pasado real y no nos gusta lo que representa una de mis fotos. Espero que las polémicas que puedan surgir de este reportaje, sean desde la lectura y aprendamos que como humanos, no podemos permitir mas masacres y genocidios por las manos del poder de unos pocos, sentados en sillones de piel y posiblemente en alguna ocasión de “ piel humana”. En una guerra, seas del lado que estemos siempre nos podrá ocurrir una secuencia de la inolvidable película de “La Vida es Bella” o por el contrario “El Niño con Pijama de Rayas”. Si alguien no nos lo enseña, nunca podremos saber y si alguien no tiene museos, solo lo podremos ver en enciclopedias o películas. Creo imprescindible ver de primera mano lo que fue la II Guerra Mundial aunque sea simulado y es que hace unos días he visto en los telediarios de España que habrá una asignatura para alumnos escolares en el País Vasco, sobre ETA. ¿A ver como lo cuentan y las disculpas de los asesinatos que hasta la fecha, NADIE de los miembros de estos Comandos, comentó? Gracias a la revista Luz y Tinta, podemos dar un paso hacia delante, con estos testimonios fotográficos. La verdad está escrita y nosotros solo ponemos lo que vemos a través de una ventanita que hay al reverso de la cámara de fotos.

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Julia

Fotos de Dimitri Sobokar

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Monchu Calvo

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El último baile Amaneció un hermoso día en el perdido pueblo de la montaña cantábrica. Muy temprano la música de gaita y tambor acabó por despertar a los vecinos, que habían apurado la víspera las últimas botellas de sidra, en aquel interminable campeonato de tute. Mujeres y hombres, además de la grey infantil, salían de sus casas luciendo aquellos trajes que solo se ponían en ocasiones especiales, y hoy era una de esas ocasiones, pues celebraban el día grande de la fiesta mayor del pueblo. Ella puso aquel vestido color crema, que una mujer de una localidad cercana, y buena modista, le había hecho el año pasado. La pidió un poco por encima de la rodilla, pero solo un poco, no fuera a ser…. Y acudió con más vecinas a la iglesia donde se iba a celebrar la misa. Ese día casi que no se cabía en el pequeño templo. Los hombres ocuparon la parte alta del coro, y las mujeres, todas en el bajo. Tuvo tiempo, antes de entrar, de buscar con la mirada la figura de aquel mozo que parecía que le gustaba. Lo vio con un grupo de jóvenes. Era apuesto, y de camisa blanca le parecía muy interesante. Por un momento sus ojos se encontraron, y creyó ver que le sonreía, mientras iban entrando en la penumbra de aquella vieja ermita, a la que las pocas bombillas que lucían les costaba mitigar la oscuridad. Algo ayudaban las muchas velas que las devotas prendían para implorar algún favor, o dar las gracias por los recibidos. Después de la misa, en un carro engalanado pasearon a la Virgen alrededor del pueblo, acompañada por la música de los gaiteros. Esa rutina se repetía todos los años, y tenían un carro del país, y una pareja de vacas, exclusivamente para ese menester. Un extraño desasosiego corría por su interior. No estaba segura de que volviera a estar presente en la fiesta del próximo año. Las cosas en casa no estaban muy bien, y el mal invierno mermó las cosechas de yerba, por lo que los animales, excesivamente flacos, se vendieron mal en las ferias a los que los llevaron. Una amiga y vecina, se había marchado hacia un año a Alemania. Se escribían con relativa frecuencia, y le decía que allí se trabajaba duro, pero se ganaba dinero. Bien sabía ella lo que era trabajar duro, con lluvia, con sol y con nieve. Había hombres en casa, pero allí no se establecían diferencias, y todavía una mujer como ella, tenía que atender las labores propias del hogar. Así que tomó la decisión de irse. No quería el

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futuro que adivinaba si se quedaba en el pueblo. Casarse, tener hijos y trabajar de sol a sol, hasta hacerse vieja, como le pasó a su madre. Pedían mano de obra, y ya tenía el billete preparado, pero había entre toda la gente que allí estaba, un joven de camisa blanca, y hermosos ojos, que le dolía perder. Le producía gran pena. Después de comer, a media tarde, fue lentamente con unas cuantas amigas al prado donde se celebraba el baile. Había poca gente, y los que había estaban rodeando la barra del bar, tomando algo. Mas al fondo un grupo de mujeres departían amigablemente en una esquina del prado. Los niños en día de fiesta correteaban incansables de un lugar para otro. Los músicos estaban instalando sus instrumentos en un improvisado escenario, formado por varias sillas, mientras un altavoz colocado en un poste amenizaba con piezas de baile. Ella lo vio enseguida. Llegó con unos cuantos amigos, y se apoyó en la barra. Por un momento sus miradas se cruzaron, y sintió como un calambre que recorriera su cuerpo. Él le sonrió, y ella también. La comunicación se había producido, y lentamente fue hacia donde ella estaba. Las amigas se apartaron un poco. Hola, le dijo, y ella correspondió al saludo. ¿Te apetece un baile? Vale, contestó. Quizás le pareció escuchar un bolero, pero de cualquier manera sonaba una música muy bonita. Lentamente juntaron sus manos y se dejaron llevar a los sones de aquella canción. Al poco, se animó otra pareja, mientras los músicos ya se disponían a tocar sus instrumentos y el prado empezó a estar más concurrido. Tenían las caras muy juntas, y se oía perfectamente el sonido de los corazones. En un momento surgió el beso, fugaz, pero deseado, y sus caras se unieron. Si tú te vas, llévame contigo, le dijo. Lo estoy deseando. Hagámoslo juntos, le respondió. La orquesta atacaba con ganas, animando a la gente a bailar, pero, aunque fuese la última vez que lo hiciese, para siempre le quedaría el recuerdo de aquel beso, el día de la fiesta de la patrona.

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Juan Depunto

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III. Cantando bajo la lluvia* Estoy cantando bajo la lluvia Solo canto bajo la lluvia Qué glorioso sentimiento Estoy feliz otra vez

I’m singing in the rain Just singing in the rain What a glorious feeling’ I’m happy again Gene Kelly, 1952

4. Invierno del siete Pasaste tu primera noche en casa después de ese encierro de casi dos meses. La pasaste con una profunda tranquilidad y sosiego, con la certeza de que no te iba a despertar nadie. Era la noche de fin de año y te acostaste pronto. Ahora no recuerdas si incluso lo hiciste antes de la generalizada ceremonia de las campanadas con uvas… Ver a tu familia y a tus cosas, tus paredes con sus óleos y acuarelas, las ventanas a las que le quitasteis hace tiempo las cortinas para mirar mejor afuera a ese precioso parque ya crecido, los olores de las habitaciones, tan diferente el de la biblioteca al de la cocina pero igualmente agradables, te pareció el mejor de los regalos de navirreyes que podías haber tenido. Dormiste del tirón toda la noche, por primera vez en dos meses. Y cuando despertaste y te encontraste en tu cama, en tu cuarto y junto a tu mujer e hijos, no sabías muy bien si estabas soñando o era aquello real. Tu mujer, a pesar de ser de letras aprendió sobre la marcha a ponerte las inyecciones que precisabas, a cambiarte los sueros, etc.; el equipo de enfermería de hospitalización domiciliaria venía un par de veces en semana a supervisar todo y a traerte el material y medicamentos necesarios. Como a tantos otros pacientes * Ver en el n.º 75 de Luz Y Tinta, página 46, la nota “Cambio de rumbo” acerca de la estructura general de la obra “El tiempo pasa”, de la que forma parte este capítulo. Enlace: http://amantesdelafotografia3.ning.com/profiles/blogs/luz-y-tinta-no-75

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del hospital desde que organizaste hace más de 12 años, con tu amigo Eutimio, ese importante servicio que tanto desahogo de camas supuso. Estos primeros días en tu casa transcurrían plácidamente hasta que el ocho de enero murió D. José Mª., padre, sano y salvo. Más sano y salvo que nunca y que nadie, porque esta misma mañana así lo certificó un compañero, tras exhaustivo examen para el gimnasio. Había pasado una gripe en la Navidad que lo debilitó un tanto, dentro de lo que en él podía caber. Decidió recuperarse yendo a un gimnasio, pero en éste, al verle la edad, le pidieron un completo certificado médico. Se pasó la mañana en el hospital, de un especialista en otro, radiografías, electros, análisis, etc. Finalmente obtuvo el plácet y se fue a una tienda de ropa deportiva a comprarse un chándal. A la vuelta, ya caída la tarde, volvió a su casa, se lo enseñó a su mujer y le dijo que para celebrarlo haría él la cena. Subió a la cocina (estaba en el primer piso, en el bajo estaba el salón) y no volvió a bajar por su pie. Se lo encontraron tumbado, sin un mal gesto. El verano del año anterior estuvo más activo que nunca: se cayó al río Quiviesa podando sus almendros y el rescate fue muy dificultoso para la Guardia Civil de montaña: Las cuerdas que echaron por el terraplén rozaban la tierra, desprendien-

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do gran cantidad de piedras que caían al cauce y a las cabezas de los de abajo, incluido D. José Mª. Pero no fue el único incidente. Al final del verano se le ocurrió un día bajar a Potes con su Jeep amarillo (auténtico de la II Guerra Mundial, salvo el repintado) y no le pasó mejor idea por la cabeza que ¡hacerlo por la senda peatonal! con el subsiguiente vuelco en la primera estrechez del camino. También fue difícil sacarlo de debajo del vehículo… Pero de los dos incidentes salió ileso, aunque con algún que otro rasguño. Era de esas naturalezas indestructibles. A sus 84 años seguía yendo, voluntariamente, al Departamento de Salud del Gobierno regional, atravesando la ciudad entera (vi-

vía en el oeste y trabajaba de asesor sin sueldo en el este) en… ¡un Vespino! Ese año se lo escondieron sus hijos y tuvo que coger el coche. Era tu “agente inmobiliario” en la Liébana, donde pasaba el verano. Te buscó un terreno justo frente a su casa, barato, muy barato, para que construyeras la tuya. Llevabas diez años intentando encontrar una. Pero el solar te resultó increíble, imposible para edificar. Diez años después viste construida en el mismo una preciosa casita de piedra. Sabía de lo que te decía y tú te tiraste de los pelos.

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A pesar del dolor por la pérdida brusca del amigo, a los pocos días de estar en tu casa mejoraste de inmediato, sobre todo en tu sensación subjetiva de bienestar, y hasta desapareció la fiebre en un principio, aunque cuando ibas a cantar victoria pasada la primera semana volvieron a surgir unas decimitas que te alarmaron de nuevo. Estando ya de mejor talante, por encontrarte física y anímicamente mejor, pero con la seguridad de que tenías que arreglar definitivamente esa infección que no cedía a los antibióticos más potentes, era ya hora de empezar a pensar sobre la proposición que el mes anterior te había hecho tu primer médico de infecciosos. Ese último mes del año te habían planteado una propuesta demoledora para la que no estabas preparado. A raíz de que el intento de drenaje del absceso (con anestesia local) no dio resultado, te propusieron una gran intervención quirúrgica extirpadora del pulmón enfermo que se negaba a curarse. A ti, que eras cirujano y que tantas veces habías propuesto operar a tantos pacientes. Tu médico especialista en infecciones, un magnífico profesional, te indicó operación. Y tú, que no se te había ocurrido que las pulmonías se operaran, te quedaste

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de piedra. Te horrorizó lo poco preparado que estabas para asumir algo así, ni mentalmente ni mucho menos físicamente. Además tus pulmones estaban medio destruidos por el tabaco y si te quitaban uno no sabías como ibas a poder respirar con el otro también dañado. Eso, y los pocos avances, ninguno, en tu evolución hospitalaria, fue lo que ye llevó a tomar dos decisiones: rechazar a ese médico primero, y salir del hospital después. La condición que pusiste para su sustituto (que te llevaría a partir de ese momento, incluso en consultas externas, es decir, fuera del hospital) es que no te hablara de intervención hasta que tú asumieras mental y físicamente esa necesidad. Y así fue. Un día te despertaste en tu cama pensando que, como efectivamente esa era la única solución, la aceptabas pero para cuando estuvieras un poco más repuesto, que del todo no lo ibas a estar nunca mientras persistiera la infección acantonada en tu pulmón rebelde. Y así se lo comunicarías a tu nuevo médico en la siguiente consulta. Pero también le dirías que antes te tenías que reponer y que al cirujano lo elegirías tú. Porque sabías demasiado del asunto. Habías visto morir pacientes, tras exitosas operaciones para las que no estaban preparados. Y habías visto operar a cirujanos con la mascarilla por debajo de la nariz y observaste más de una vez cómo se le caían los mocos en el cuerpo abierto de sus pacientes… Desde ese día te dedicaste a prepararte concienzudamente. Además de hacer los ejercicios respiratorios habituales, empezaste con gimnasia sueca enfocada a fortalecer determinados músculos, como los glúteos, para que te pudieran poner las inyecciones intramusculares de antibióticos en lugar de en tus destruidas y trombosadas venas, ya casi inexistentes; y para fortalecer los músculos de la respiración, que tanta falta te iban a hacer. Los internistas son con mucha frecuencia más amigos de operar que los propios cirujanos. La razón es que, aún estando indicado (eso nadie lo discute) ellos no viven de cerca las complicaciones de la cirugía y los cirujanos sí. Pero no solo los internistas son optimistas. Un famoso, cercano y querido obstetra presumía en un congreso de no tener infecciones puerperales** ; se levantó otro famoso colega y le preguntó “¿Cuantos días tiene a las puérperas ingresadas en su hospital?” Le respondió el primero que dos o tres días como mucho, a lo que el colega le dijo: “Claro, teniendo en cuenta que las infecciones puerperales se suelen manifestar al 7º día, quien las tiene es su médico de cabecera” Tú sabías que la infección de tu pulmón ya no se iba a curar solo con los antibióticos. Llevabas dos meses con ellos y no iba a mejor, salvo sensaciones puntuales pasajeras. Pero también sabías que tampoco sin más con la cirugía. Para ir al quirófano, salvo urgencia ineludible, hay que ir bien preparado y eso supone una buena alimentación previa, un buen descanso y una mentalidad predispuesta. Justo lo que tu pretendías adquirir habiéndote ido a tu casa. Estando ya mentalizado te pusiste a averiguar dónde te podrían operar mejor. Tiraste de las estadísticas y elegiste al cirujano con mejor casuística de la región, que no era precisamente de tu hospital: Jesús Trigales. Hacías tus ejercicios respiratorios y gimnásticos con disciplina militar germánica y cada día ibas mejorando más. Tanto que al mes de estar en tu casa te atreviste a ir en tu coche a la revisión de consultas del hospital, aparcando a cerca de un kilómetro del mismo y haciendo el trayecto andando, eso sí, muy despacito y parando de vez en cuando porque te asfixiabas mucho. En una de esas revisiones le dijiste a tu médico que ya aceptabas la intervención pero que lo harías en el hospital donde trabajaba Jesús. Al mes siguiente, marzo, llegó la Semana Santa y te apeteció salir a ver alguna procesión cercana. Fuiste con Inés a la cofradía en la que hace una década intentaste salir de nazareno. Fue cuando te dio por conocer a fondo la Semana Santa de tu ciudad, esa de la que huías cuando llegaba esa semana. Te la enseñó en profundidad tu amigo Enrique L., cofrade de tres hermandades. Pero cuando fuiste a formalizar la entrada en la cofradía elegida te exigieron prometer cumplir las reglas y claro, tú ya no eras creyente. ** Son graves infecciones que a veces sufren las mujeres después de un parto.

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Pero ahora te acordaste que el paso de virgen no era de una virgen cualquiera, ni siquiera era virgen sino señora, Nuestra Señora de la Salud, y, saliste detrás de ella; en momentos de debilidad y de no tener otras armas con las que luchar se reza hasta el “Cuatro esquinitas” si así se siente uno mejor. Tú hiciste promesa de salir tras este paso de La Salud de ahora en adelante, si salías con vida dentro de dos semanas, tras las que te operarían. Llevabas una cánula en una vena del brazo, con tapón y heparina, pues seguías con antibióticos intravenosos cada 8 horas, los que te inyecta Inés. Son curiosas las negociaciones que establecemos los humanos enfermos o apurados con las divinidades: si me haces este favor yo te rezaré esto y lo otro, o me abstendré de comer dulces… Por muy ateo que seas, ante el infortunio letal te acuerdas de rezar desde el “cuatro angelitos” al “creo en un solo Dios”… Todo con tal de seguir vivo, pagas cualquier precio. Es el instinto de conservación. Porque como profesional del tema sabes perfectamente que la operación tiene

mucho riesgo, por sí misma, por ese terreno tan inflamado en donde hay tantas estructuras vitales, como por tus deteriorados pulmones que puede no aguanten la anestesia y ya no te despiertes nunca más… Acabando esa primavera del noventa y siete, consideraste que, dado el peligro de poder tener una hemorragia en cualquier momento, por corrosión de los vasos sanguíneos debido a la inflamación que portabas desde hacía meses, deberías comprarte un teléfono móvil para pedir ayuda cuando fuera necesario si te pillaba dando un paseo por la calle. Fue tu primer teléfono de estas características. Y hasta hacía fotos, unas fotos horribles en las que difícilmente se identificaba lo retratado, pero llamar, llamaba bien y gastaba poca batería, podía durar una semana. Y al contrario que esas malas fotos de tu primer móvil, te relajas viendo fotografías reconocibles de la Virgen de la Salud y de la Semana Santa de tu tierra natal.

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La luz de una sonrisa Fotos: Nadima Texto: Claudio Serrano Sorprende —y dentro de las series de fotos de Nadima siempre hay algo que asombra— el hecho de que todas estas fotos están hechas en un ambiente oscuro y, si se me apura, con intención de transmitir, si no oscuridad, sí al menos una escena oscurecida. Todo está pensado en ese sentido: hay una ventana cuya luz no se ve, sólo se aprecia un trozo de su alféizar; el vestuario de los modelos es oscuro; el ambiente en general es de penumbra y todos los elementos que aparecen en las sucesivas fotos son de un tono realmente apagado: el catalejo, los documentos (quizás cartas de navegación) que manejan, el mobiliario, las pajaritas de papel, hasta el velamen del barquito de juguete, todo, todo tiende a crear un ambiente ennochecido. Y sin embargo —he ahí la paradoja, he ahí el asombro— nadie diría que estas fotos son oscuras. Efectiva-

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mente, estas fotos tienen una luminosidad especial. Casi se diría que es la suya una luz metafórica. Y ruego se me permita este exabrupto, esta transposición de un término eminentemente literario para explicar lo que técnica y fotográficamente soy incapaz de explicar. Aunque me temo que no ando muy descaminado: estas series fotográficas de Nadima construyen historias, relatos, que desarrolla visualmente a través de sus fotos, pero que en el fondo tienen una concepción literaria. Y en este caso no podía ser menos: en un ambiente oscuro —hay que repetirlo— construye un universo luminoso. Dos modelos, niña y anciano, que preparan una viaje y sueñan mientras lo hacen. Marean cartas de navegación, escudriñan el horizonte, se imaginan cómo será el mundo lejano más allá de su ventana, sueñan en suma... y sonríen. Y esa sonrisa es la que ilumina las fotos, más allá del ambiente creado por la decoración y el atrezzo, más allá del ambiente deliberadamente umbrío, casi bruno, con que se envuelve a estos dos personajes que idean una vuelta al mundo, quizás jinetes de su propia fantasía. Y esa luz de su sonrisa se sobrepone a la de las fotos e ilumina el rincón favorito de los sueños.

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Pinceladas

Fotos de Jesús Álvarez Rodríguez

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Miedos La fotografía siempre ha tenido la capacidad de conmocionar, de jugar con los miedos del público, tanto si la fuente de ese miedo es real o imaginaria. Hoy en día, en la era de Photoshop, lo que aparece en nuestras pesadillas es mucho más fácil de reproducir e imprimir. La manipulación digital puede conjurar monstruos de las profundidades o arrancar la carne a un cuerpo humano. Mientras algunos artistas emplean la fotografía para sacar a relucir los miedos colectivos acerca de los regímenes represivos o las catástrofes medioambientales, otros están más interesados en la basura, perturbando con el uso del sexo y la violencia.

Lucas C. Simóes Un retrato siempre ha sido más que pura estética. Con un buen retrato también deberíamos de ser capaces de saber cómo es el carácter de la persona que está posando. El fotógrafo brasileño Lucas C Simóes ha transportado este principio a la era digital con imágenes tridimensionales que realiza según la personalidad del sujeto. El proceso que esconde la serie “Unportrait” (Des.retrato) es fascinante. Comienza cuando Lucas invita a sus amigos a que posen para una fotografía. Durante la sesión, les pide que revelen algún secreto y toma una foto en el momento de dicha revelación. En realidad, Lucas no escucha dicho secreto, ya que lleva puestos unos cascos y esta escuchando una canción que ha elegido el retratado. Finalmente, le pregunta a su modelo si tiene alguna preferencia de color para la impresión final. En cada sesión produce entre doscientas y trescientas imágenes, entre las que selecciona diez. Después recorta las elegidas en patrones recurrentes para interpretar lo que aprendió sobre la personalidad del modelo, gracias a sus expresiones, la música y la elección del color. Lucas utiliza el programa AutoCAD para dividir las imágenes con precisión y después las corta y las pega a mano. Cada capa de fotos de la imagen representa un nivel, que se convierte en una impresión del sujeto, parecida a los contornos de un mapa topográfico. El producto final no se parece mucho al sujeto, pero Luca espera que al menos represente algo de su personalidad.

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Vikingos Fotos de Kezzin

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Todo lo que querĂ­as saber, pero temĂ­as preguntar...

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P:

Cuando desarrollas un proyecto personal ¿Haces sólo un post en tu blog y, si alguien, con una galería, revista, sitio web, lo ve y quiere contratarlo, entonces, fantástico y si no, no hay problema, ya que hacer el proyecto era lo único que querías? Esencialmente ¿Hay un objetivo en los proyectos personales más allá de ser sólo fotografías?

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En general, existen varios objetivos cuando desarrollo proyectos personales. Algunos de los objetivos son personales. Algunos están relacionados con los negocios. Los objetivos principales de un proyecto personal son: » Perfeccionar mis habilidades. » Fotografiar un sujeto o un tema para el que no he sido contratado. » Promocionarme a mi mismo como fotógrafo para ser contratado para otros proyectos. Cuando mando correos promocionales o fijo un segundo encuentro con alguien, quiero tener nuevos trabajos que mostrar. No hay ninguna razón para seguir promocionando exactamente el mismo conjunto de imágenes. Algunas veces un correo se envía para mostrar imágenes para un nuevo encargo. O un correo puede enviarse para anunciar un nuevo proyecto personal. Muchos editores y directores de arte a veces piden específicamente ver tu trabajo personal. Eso muestra más quien eres como fotógrafo más allá de los encargos que haces. Tu esperanza es que la gente se entusiasme con tu trabajo personal y te contrate para fotografiar algo similar. Finalmente, estás haciendo un trabajo personal porque es muy tuyo, aunque haya en él aspectos de negocio. Disparas sin preocuparte si alguien lo ve o no lo ve. Fíjate en el magnifico trabajo de grandes fotógrafos que lo realizaron por el simple gusto de fotografiar.

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FotografĂ­as que despertaron conciencias

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Apertura de la tumba de Tutankamón 25 de Noviembre de 1922. Valle de los Reyes, Egipto. Todo arqueólogo ansía hacer un descubrimiento esencial, como el egiptólogo británico Howard Carter (1874-1929), que hizo uno de los más famosos descubrimientos de la historia: la tumba de Tutankamón. En 1907, Gaston Maspero, director general del servicio de Antigüedades Egipcias, presentó a Carter a lord Carnarvon, un enamorado de la Antigüedad, y lo recomendó como guía para la campaña arqueológica de Carnarvon al Valle de los Reyes. El proyecto de Carter, que comenzó en 1917, tenía como objetivo desenterrar las ultimas dos tumbas de los faraones de la decimoséptima dinastía, Akenatón y su hijo Tutankamón, mediante la excavación sistemática de toda la zona. El 4 de noviembre de 1922, tras años de intentos fallidos y pistas improductivas , y después de que lord Carnarvon estuviese a punto de dar por finalizada la operación, el equipo de Carter descubrió un tramo de escaleras que conducía a una puerta sellada: era la tumba de Tutankamón, el “niño faraón”, que había estado preservada casi intacta durante más de tres mil años. La fotografía fue tomada el 25 de noviembre de 1922 para identificar la primera inspección interna. Muestra a Carter arrodillado, decidido a tocar el objeto más importante de su empresa más ardua. De pie, detrás de él, está el ingeniero Arthur Callender, que desempeñó un papel crucial en la apertura del precioso sarcófago que contenía las momias. . Detrás de Callender se ve a un trabajador local. La leyenda de la maldición de Tutankamón se extendió con rapidez después del descubrimiento: la violación de su tumba provocaría el castigo divino del faraón. Y las misteriosas muertes de algunas personas implicadas en el descubrimiento solo sirvieron para reforzar la superstición. En realidad, la maldición era un truco publicitario diseñado para atraer la atención de la prensa internacional. Solo lord Carnarvon murió durante las excavaciones, y ello fue debido a los efectos de la picadura de un mosquito.

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Daniel

TambiĂŠn pudie

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Reyfman

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www.moldeandolaluz.com


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