Luz y Tinta nº88

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NĂşm. 88 - Marzo 2019


Contenido

Año IX.- Núm. 88 - Marzo 2019 PROMOTOR José Luis Cuendia, «Guendy» DIRECTOR Francisco Trinidad COLABORADORES Eugenio R. Meco, Pepe Haro Castaño, Ma Bernarda Ballesteros, Carlos Flaqué Monllonch, Glyn Griffits, Ricardo González «Completu», Salvatore Grillo, Javier Madroñero, Narciso del Río, Juanjo Gallardo, Monchu Calvo, Antonio Ramón Ferrera, Cristina Capracci, Gustavo Velázquez, Cora Coronel, Justín del Barrio, Arturo de las Liras, Juan José Alonso, Ilona Gogh, Jan Puerta, Albino Suárez, Gloria Soriano, Ildefonso Robledo, José Manuel Gonzalo, José Mª Ruilópez, Juan Depunto, Juan José Pascual, Viviana Genta, Nadima, Antonio Martínez, Ángeles Pereira Perera, Claudio Serrano, Mario Eduardo Blanco, Pepe Latas. DIRECTOR DE FOTOGRAFÍA José Luis Cuendia DIRECTORA DE COMUNICACIÓN Lola González DISEÑO y MAQUETACIÓN Francisco Trinidad

4 Una belleza llamada Helen................................................. 7 Nuestra foto del mes: Duong Dinh..................................... José Luis Cuendia, “Guendy”

El encargo más extraño................................................... F.T.

El examante..................................................................... Gloria Soriano

Eugenio Rodríguez Meco................................................. José Luis Cuendia, “Guendy

Nostalgias de Laviana..................................................... Monchu Calvo

El tiempo pasa.................................................................. Juan Depunto

Miradas en blanco y negro............................................... Pepe L atas

Niños, risas... y fútbol...................................................... Nadima / Claudio Serrano

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81 La Antártida..................................................................... 93 Daniel K arzhonov

Marc da Cunha Lopes...................................................

Reservados todos los derechos de reproducción total o parcial tanto del texto como de las imágenes. Las imágenes están protegidas por las leyes de copyright internacionales. Para cualquier consulta o sugerencia contacte con nuestro correo electrónico info@moldeandolaluz.com

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Yannis Behrakis...............................................................

www.moldeandolaluz.com

Moldeando la Luz es miembro de la Royal Photographic Society

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Nuestra foto de Portada: Nadima (Shibina Nadegda)

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Presentación Tras las últimas lluvias, tras las últimas nieves, tras esos incendios que han activado todas las alarmas, se anuncia ya la primavera, aunque al compás del cambio climático muchas veces no sabemos si va o si viene, si las lluvias de abril son en realidad los últimos coletazos de las aguas mil de toda la vida o si son la avanzadilla de un verano lluvioso. Hay un poema de Emilio Prados —poeta de la Generación del 27 que murió en el exilio de México con toda la nostalgia abriendo en canal su inspiración poética— que se titula Primavera y que recomiendo vivamente porque a través de metáforas y nostalgia resume todo lo que los poetas de siempre han dicho de esta llamada ‘estación florida’. Basten unos pocos versos para resumir esa sensación de gozo y añoranza que transmite el poema: “Cuando era primavera en España:/ los cerezos en flor/ se clavaban de un golpe contra el sueño/ y los labios crecían/ como la espuma en celo de una aurora”. Pues bien, esa primavera que ya comienza a anunciarse en el blanco de los cerezos y en el amarillo de las mimosas, será un tiempo convulso en esta España de nuestros pecados políticos. ¿He escrito ‘convulso’? Sí, y no me arrepiento: están anunciadas elecciones generales en abril y a mes seguido, municipales, autonómicas y europeas. Y lo que debiera ser una fiesta —en democracia, unas elecciones son la expresión máxima de la voluntad popular— en España últimamente se ha convertido en un tiempo de crispación, en un ntiempo de descalificaciones del contrario, en un tiempo en el que prima el insulto sobre la reflexión. La campaña electoral no se emplea para transmitir el propio programa sino para impugnar el de las demás opciones. Y me temo que muchas veces sin haberlo leído previamente. De modo que la fiesta democrática de las elecciones se convierte en un fastidio para el ciudadano que tiene que aguantar día tras día actitudes que justifican el que en muchas encuestas y barómetros a los políticos se les considere un problema. El hecho de que los ciudadanos eleven el clamor de que los políticos comienzan a ser un problema y, de paso, que son todos iguales, está diciendo a las claras que algo falla en lo que también se llama clase política, poniendo el dedo en la llaga de su endogamia. Y lo principal que falla es su desconexión con la calle, con la gente de a pie; en definitiva, con sus votantes, a quienes debieran representar. Quizás los políticos han subido a vagones de tren que no les correspondían; quizás se han ocupado más de lo suyo que de lo nuestro o al menos no han sabido transmitir la opinión contraria; quizás una vez elegidos no han vuelto al barrio que los votó salvo para lucir su sonrisa satisfecha; quizás… El hecho cierto es que se ha producido esta desconexión y que lo que era insatisfacción comienza a percibirse como un problema. Ante esta situación, que nuestros políticos debieran afrontar con urgencia, desde muchos sectores lleva algún tiempo reclamándose una regeneración ética de nuestros políticos; una regeneración que parta de la base de que están ahí para representar intereses que pueden ser los suyos, pero no exclusivamente los suyos, y que su situación personal puede mejorar o no en función de la evolución general del país y no en función de las decisiones adoptadas por las instituciones para las que les hemos elegido como representantes. Digo bien: como representantes, no como problema. Por eso estas elecciones que se avecinan, si no bajan el tono, si no se avienen a dialogar antes que gritar, pueden ser una amarga experiencia para el ciudadano de a pie que, basándose en experiencias anteriores, está convencido de que, una vez llegue el verano, los políticos que tanto gritarán en la campaña se irán de vacaciones, en silencio, no sin antes haberse subido el sueldo.

Francisco Trinidad 3


Duong Dinh

Mi verdadera pasión es el dibujo, él es quien me lleva posteriormente a la fotografía. Recuerdo que de niño dibujaba todo lo que caía en mis manos. Mi profesores de quinto grado, el Señor Dinh y la Señora Van, me animaron a que prosiguiera con mi pasión por la pintura. A pesar de las dificultades de la posguerra a finales de los años 70 y principios de los 80, y siendo un niño, viajaba todos los días más de 5 kilómetros a pie desde mi casa hasta la escuela en lo que entonces eran las afueras de Ho Chi Minh. Aquellos esfuerzos hicieron posible que a los 18 años pudiera entrar en el Dinh Dong Nai Colegio de Artes Decorativas, que era una escuela de formación profesional que los franceses establecieron en 1903. Allí entré para poder cumplir mis deseos de estudiar en Gia Dinh, la más prestigioso academia de bellas artes de la región del sur. Pero la pobreza de mi familia hizo de esas aspiraciones meras quimeras. En su lugar me tuve que conformar con las clases en Dong Nai, así que allí acudía todos los días, hasta que me gradué en 1989 en la parte superior de mi clase. Tres años más tarde, a la edad de 25 años me casé con una chica local llamada Quach Thi Mong Ha. Para poder mantener a mi joven familia tomaba cualquier trabajo, anuncios, logotipos, diseños para Ao dai (Vestido tradicional vitnamita). Sin embargo, no fui capaz de proporcionar una vida cómoda a mi esposa y a mis dos hijos, mi vida siguió siendo difícil hasta finales del año 2000. Un buen día conocí al fotógrafo Dinh en un parque en Dong Nai, y me di cuenta de que podía tener una vida más decente tomando fotos a las familias que se relajaban al aire libre por el parque. Mi hermana mayor, que había emigrado a Alemania, me envió una cámara digital Fuji para ayudarme a iniciar este nuevo camino profesional. Fue un regalo tan precioso para mi, entonces. Un mes más tarde, empecé a tomar fotografías, en su mayoría retratos y las ofrecía en álbumes. De forma autodidacta me enseñé a mi mismo los conceptos básicos de la cámara y como utilizarla con el Photoshop. Al poco tiempo mis trabajos fueron impactando a la gente, pues mis fotos se parecían más a los trabajos de pintura que a lo que produce el disparo fotográfico. Viendo esta oportunidad, le pedí dinero prestado a mi hermana y abrí un estudio donde se producían imágenes de alta calidad, y se cobraba por ello el doble de la tarifa que entonces había en la provincia. La gente pagaba la calidad y la novedad. Después de seis meses, el negocio y la clientela se multiplicaban, recuerdo no tener tiempo para el almuerzo o la cena. Fueron muchas las noches en las que dormía en mi estudio para poder cumplir a tiempo con los pedidos de mis clientes. Cuando comencé a prosperar con el negocio de la fotografía, comprendí que este éxito no habría sido posible sin los años que pasé en la escuela de arte, de la que llegué a pensar en los momentos malos que aquello no había tenido sentido. El texto anterior pertenece es un fragtmento del que nos envió el propio Duong cuando fue nombrado Fotógrafo del mes de febrero de 2016. Puede verse completo en: http://moldeandolaluz.com/profiles/blogs/fotografo-del-mes-de-febrero-duong-dinh Enlace a su página personal: http://moldeandolaluz.com/profile/DuongDinh


DQD, por Duong Dinh

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Helen Cros

Una belleza llamada Helen José Luis Cuendia, “Guendy” Es la segunda vez que nos vemos. La primera vez que Helen posó bajo la luz de mis Softboxes, descubrió su espalda para tomar la foto de acuerdo con nuestro guión establecido, al ver en su espalda las manos piadosas de la Madre Teresa, le dije: ¿Eres católica, a juzgar por tu tatuaje? Me contestó iluminando sus ojos como candelas y con la elegancia de su sonría… Sí, lo soy. Nos hemos vuelto a ver tres veces, pues preparamos varios royectos, y aprovechamos para hacer fotos para las series Agua, Apocalipsis y Vanitas. Hoy ofrezco un adelanto de algunas de las fotos de esas sesiones, donde siempre aprovechamos para satisfacer también algunas ideas sobre poses y composiciones que están en la mente tanto de la modelo como del fotógrafo. Las sesiones fotográficas de este tipo siempre tienen algo de sueños obsesivos sobre los cuerpos: cuando no encuentran su espacio, la necesidad de que giren libremente, buscando con ansiedad su propia forma en el dominio de las formas que le rodean. La colisión de dos necesidades: Poseer ese espacio y poseer ese cuerpo. Una figura que articula y conforma su propio volumen. Con Helen esto siempre es fácil, tiene cuerpo, tiene belleza y sabe moverse con la elegancia de un cisne. Ahora solo queda que el trabajo del fotógrafo esté a la misma altura, capturando y apropiando a una mujer que sabe revolverse en su propio entorno. No será por ganas, lo intento hasta el agotamiento, una vez terminado el trabajo, este ya pertenece a quien lo observa, y es el espectador quien tiene la última palabra. Yo solo he intentado crear a través de los diferente procesos de formación de la imagen fotográfica y ofrecer la expresión visual que caracterizará a la imagen final. Apocalipsis, Agua y Vanitas, son los trabajos en los que ahora estoy inmerso, los que me absorben la mayor parte del tiempo. Algunas de las fotos realizadas a esta bella modelo francesa llamaba Helen Cros formarán parte de los citados proyectos.

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El encargo más extraño F.T. Nicanor era un impresor experimentado. Tras más de treinta años de profesión, creía haberlo visto todo y estaba seguro de haber tratado con todo tipo de clientes. Hasta que conoció a Benigno del Arco y le cambió la vida. Lo primero que recibió de Benigno fue una carta, muy formal, como de alguien habituado al correo comercial, aunque sin membrete ni más remite que un apartado de correos al que solicitaba se le enviase el presupuesto para la edición de un libro que habría de tener sobre 300 páginas y del que se daban todas las características técnicas: papel, tamaño, tintas, cubierta, tirada…, cual si se tratase de un encargo editorial de un cliente acostumbrado a ese mundillo. Nicanor elaboró el presupuesto, lo hinchó un poquito porque presintió que aquel encargo tenía algo que no encajaba en lo cotidiano y lo remitió a aquel apartado de correos, como hacía con tantos otros presupuestos de los que luego nunca volvía a tener noticia. Pero a la semana siguiente recibió una nueva carta de Benigno del Arco, enviándole dos cheques: uno con la cantidad correspondiente al presupuesto que se le había remitido y otro por un importe que totalizaba el veinte por ciento de dicha cantidad. En una nota adjunta se le informaba de que, por mensajero, se le haría llegar el original en la misma semana y aclarándole que el segundo cheque pretendía cubrir posibles desfases del presupuesto y, sobre todo, y aquí la nota era muy explícita, “todas las molestias que el encargo pudiera ocasionar”. Fue entonces cuando Nicanor comprendió que su mundo acababa de entrar en una dimensión desconocida. Los cheques y aquella nota venían acompañados de un pliego en el que se detallaba, con todo lujo de pormenores, el destino editorial de aquel original que habría de llegar y que no debería ser impreso hasta cinco meses después de la muerte de su autor, Benigno del Arco. La fecha de aquel fallecimiento se la comunicaría una funeraria que, según la nota, ya había recibido las instrucciones al respecto. Aquel pliego indicaba a dónde deberían ser enviados los ejemplares editados, desde librerías a bibliotecas, críticos, medios de comunicación, incluso familiares, amigos y conocidos del autor, que figuraban con sus nombres y direcciones en una larguísima y minuciosa lista; y sobre todo, especificaban el destino de los fondos que pudieran recaudarse con la venta de los ejemplares editados: una fundación benéfica de suficiente arraigo en la ciudad, de la que también se adjuntaba dirección y personas de contacto. El pliego se cerraba proporcionando un número de teléfono y una dirección de correo electrónico para que el administrador de Benigno del Arco solventara cuantas dudas pudiera suscitar el encargo. Lógicamente, Nicanor llamó y quedó en verse con aquel administrador, que en realidad no le aclaró ninguna de sus dudas. El pedido era en firme y el administrador, un hombre de mediana edad, que se hacía llamar

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Ernesto y tenía pinta de seminarista exclaustrado, no pronunció más palabras de las justas, todas ellas subrayando algún aspecto de aquel pliego de condiciones que conocía como si lo hubiera redactado. Cuando Nicanor le objetó que ellos eran una imprenta y no una agencia literaria, Ernesto contestó decidido: —Eso es lo que pretende don Benigno— y se quedó durante unos minutos mirando, a través de la cristalera de la cafetería en que habían quedado, cómo el otoño se adueñaba del color de los árboles de un parque que tenían enfrente *** El original le llegó aquella misma semana, como estaba previsto. Eran 317 folios, titulados Memorias para el olvido, y escrupulosamente mecanografiados que se acompañaban de un cedé en el que se contenía el respaldo informático. Nicanor lo leyó por encima, saltándose muchas páginas, lógicamente, y deteniéndose de vez en cuando en alguna que le llamaba la atención por cualquier cosa. No encontró nada raro. Eran unas memorias de alguien que había viajado mucho y se detenía en la descripción de algunos rincones de distintas ciudades y, según avanzaban las páginas, en escenas de amor de las que destacaba más el escenario que la escena. Se notaba bien a las claras que el que escribía no era escritor y que aquellas páginas eran un ejercicio de vanidad personal. Lo que no entendía Nicanor era por qué aquel interés en publicar historia tan insustancial y sobre todo por qué toda aquella parafernalia para publicarlo post mortem. Tampoco le importaba mucho. Tenía dos cheques que pagaban aquel trabajo, fuera normal o insólito, y no debía preocuparle más.

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Así que se olvidó del tema hasta que siete meses más tarde recibió la llamada de la funeraria que le comunicaba la muerte de Benigno del Arco; y dos días después, la de su administrador recordándole el compromiso de editar aquellos folios. Nicanor rescató el original de su archivo y comenzó los pasos de su edición. A la semana siguiente, una mañana en que el frío de febrero cortaba la respiración, cuando Nicanor llegó a la imprenta ya le esperaba una mujer muy bien vestida, con un fular naranja que acentuaba su personalidad, y que hablaba con decisión, sin perderse en circunloquios ni evanescencias. —Soy la viuda de Benigno del Arco —comenzó, y cuando Nicanor se dispuso a darle el pésame, ella cortó de raiz las palabras de fórmula—. No es necesario el pésame, creáme. Mi única pretensión en este momento es que no edite usted ese libro que en su día le encargó mi marido, sus memorias. Para compensarle las pérdidas económicas que pudiera suponerle, le he traído un cheque que seguramente cubrirá todos los inconvenientes. Y puso sobre la mesa un talón bancario por valor de 100.000 euros que a Nicanor, que todavía no había entrado en calor, le hizo sudar en frío. —¿Puede explicarme las razones? —preguntó Nicanor, a quien ya no le asombraba nada de aquella historia. —Digamos —apostilló ella— que no quiero ser la cornuda más señalada de esta ciudad. Y recogió su bolso, hizo flotar al viento su fular naranja y salió del despacho de Nicanor que llamó inmediatamente al taller y pidió que le subieran el manuscrito de aquellas misteriosas Memorias del olvido que, una vez terminada la jornada laboral, se llevó a su casa.

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Después de cenar, se sentó con el manuscrito entre las manos y comenzó a leer pausadamente buscando la clave de aquel misterio tras cada adjetivo, tras cada digresión, tras cada palabra que disonara en el conjunto. La primera parte hablaba de sus viajes, de sus conquistas, que eran demasiadas, pensaba Nicanor, y de cómo conoció a su esposa, una rica heredera a la que desfloró sin ninguna pasión una noche de verbena en la trasera de un coche inhóspito. La segunda parte contaba, con todo lujo de detalles, sus escarceos con cuatro mujeres con las que había mantenido una relación adúltera a lo largo de los últimos diez años. Las historias eran muy similares y a las mujeres las identificaba con una inicial, pero daba tal cúmulo de detalles que no resultaba difícil identificar a cada una de ellas a poco que se las conociera a ellas y a su entorno familiar. Por eso a Nicanor no le costó reconocer a su propia esposa tras aquella C. de la tercera historia. En 52 folios contaba cómo había conocido a C. a través de Facebook, cómo habían quedado para conocerse tras dos semanas de entrecruzar mensajes de subido tono sexual y cómo habían consumado su pasión en una habitación del hotel Excelsior. A partir de ahí se recreaba en sus diez años de relación que compartía con las otras tres que ocupaban sus memorias y con alguna otra que había frecuentado durante sus viajes de trabajo. De su relación con C. daba los suficientes detalles —sobre todo de sus características físicas y de algunos pormenores de su carácter— para que no quedase ninguna duda de que se trataba de su esposa, Cristina, con la que compartía cama más o menos cada quince días en el hotel Excelsior o en una casa rural, “El refugio

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del milano”, para llegar a la cual había que pasar por delante de la imprenta de un Nicanor que, ajeno a los devaneos de su mujer, se afanaba en sacar adelante su negocio dejándose horas y canas en el empeño. Estaba claro que Benigno del Arco había elegido aquel picadero para que Nicanor identificara a su esposa. Y para ello hasta le había dejado una pista: cuando pasaban por delante de la imprenta, C. se agachaba entre risas para que no pudiera vérsela desde el exterior. Cuando terminó de leer por tercera vez aquellos 32 folios en que quedaba clara la infidelidad de su esposa —y la desfachatez de Benigno del Arco, aunque ésta le importaba menos—, eran las tres de la mañana y su esposa dormía desde horas antes. Nicanor se quedó traspuesto en el sofá, donde dio vueltas sin poder conciliar un sueño tranquilo. Por fin se levantó, se preparó un café bien cargado y esperó que se levantara su mujer. —Aquí tienes —le dijo sin más preámbulos— las memorias de Benigno del Arco. Puedes leer de la página 137 en adelante, donde cuenta cómo me pusiste los cuernos con él durante diez años en el hotel Excelsior y en “El refugio del milano”. —Puedo explicarte... —comenzó ella a decir entre nervios y alguna lágrima que comenzaba a asomarse. —La única explicación que quiero es que metas tus cosas en una maleta y salgas por esa puerta para no volver. Luego salió dando un portazo, se metió en su coche y al llegar a la imprenta llamó a su jefe de taller y le pidió que comenzara de inmediato la edición de las memorias de Benigno del Arco. Luego sacó el cheque que el día anterior le había dado su viuda, lo rompió en cuatro trozos, suspiró al borde de las lágrimas y llamó a su abogado.


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El examante Gloria Soriano Cuando descubrí que mi examante era un asesino me quedé paralizada. ¡Cómo no me había dado cuenta! Ese despiste me hizo sospechar de mí, de la raza humana, y de la naturalidad con la que nos relacionamos con el crimen. Me enteré mientras buscaba en internet noticias de su hermano, un personaje famoso. Aquel día decidí conocer al hombre que durante algún tiempo frecuentó mi cama. Tenía que hallar en mis recuerdos indicios de esa realidad inadvertida, indagar en mi culpa o inocencia. Hacía veinte años de nuestro primer encuentro. Fue en el último sótano del parking de El Corte Inglés. Yo acaba de aparcar y él se dirigía hacia su coche. Cuando nos miramos vino hacia mí. Sin mediar palabra me besó a bocajarro, como quien saca un arma y dispara sin más. Algo vería en mis ojos que le animó a actuar con rapidez, a considerarme de los suyos. De inmediato pergeñó un plan. Para el delito de esa noche no era necesario coordinarse con policías, ni otros colegas. El botín nos lo repartiríamos a medias, y sin los dos no habría botín. Fue un beso incendiario. Después dijo que se llamaba León, porque le gustaba leer, como si a mí me importara. Sin ninguna duda, él tenía tarjetas de presentación para todos los gustos e instinto para adaptarse. Al final, cuando nos intercambiamos los números de teléfono, me dio su verdadero nombre, el del asesino de las noticias de hacía diez años, noticias que yo había pasado por alto, un nombre que no significaba nada para mí. Aquel encuentro también me despertó la pasión por la lectura. En su ausencia me sumergía en las novelas de Agatha Christie y Stendhal, autores que él había leído de adolescente en la biblioteca de su abuelo. Pensé en una habitación con paredes de madera noble repletas de libros y la imagen me intimidó. Deslumbrada por la riqueza de su ascendente, devoraba las páginas de Rojo y Negro, la novela preferida de mi examante, incapaz de reconocerle en la ambición del protagonista por salir de la miseria, ni en los amoríos, el crimen o la hipocresía. Me inicié en los secretos de su cuerpo como otra mujer más rendida a su seducción. Me había dicho que era un hombre separado. Separación de

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bienes quieres decir, le contesté. Su risa fue esclarecedora, pero no tanto como para adivinar lo que recientemente acabo de descubrir, que todo estaba a nombre de su cónyuge, y que camuflado en la insolvencia nunca tendría que indemnizar a las viudas y huérfanos de sus víctimas. En la hemeroteca están sus nombres y apellidos. Nuestras conversaciones fueron siempre en la cama. A veces se iba con prisa porque tenía asuntos que atender, como ir a la estación a recoger a su madre, un detalle que le humanizaba y le convertía en buen hijo. Aquel día yo atribuí la desgana con la que se marchó a esos pesares que provoca la familia. No se me ocurrió pensar que era por separarse de mí, o porque era domingo y tenía que presentarse en el Centro Penitenciario. Ya he dicho que en aquel tiempo yo no tenía ni idea de quien era él. A veces se quedaba más rato, y en la quietud post coito podía atisbar su angustia insondable. A pesar de que ahora sé de él mucho más de lo que entonces sabía, solo veo una oscuridad anterior al calabozo, la sed de conquistas, la fragilidad del ego. Deduzco que estaba en una especie de libertad condicional cuando lo conocí reencarnado en viajante de raticidas. Mi examante me telefoneaba desde distintos hoteles. Tenía más de aventurero que de comercial apesadumbrado por pagar las facturas de la familia. Viajaba, sí, pero nunca me pareció que toda su vida hubiera sido de esa manera. ¿Y antes qué hacías?, le pregunté. He hecho de todo, me contestó, siempre me las he apañado para conseguir dinero, he buceado en busca de tesoros, y hasta he vendido mi sangre en los años de universidad. Nunca mencionó que hubiera sido inspector de policía, ladrón de joyas o presidiario. Ni eso, ni otras cosas que hace treinta años se dijeron en los periódicos. Un día dejó de venir. Su ausencia no me sorprendió, no era la llama eterna. Sigo sin saber quién es. De haber conocido su pasado, asustada por el lado oscuro, no le habría mirado a los ojos, pero le miré. En la penumbra, el brillo de una chispa se vuelve más intensa. Nunca olvidaré su mirada incendiaria ni mi estremecimiento, su camisa de lino blanco, tez morena, el olor de su cuerpo, su cuerpo de atleta perfumado, el placer inquietante, la llamada del abismo.

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Eugenio Rodríguez Meco Admiradamente… Eu-genio. Hace tiempo que quería escribir sobre mi admirado amigo Eugenio, entre otras razones porque muchos de los nuevos moldeadores no saben quién es, ya que no está activo en la primera línea de Moldeando la luz, y también hace un par de años que no publica trabajos en Luz y Tinta. Para quien no lo sepa, Eu-Genio, es el creador de la parte multimedia y en 3D de la mascota de Moldeando la luz, conocido por todos como “Camarito”. Pero antes debo hablar algo más sobre esta polifacética persona a la que no solo admiro sino que también quiero mucho, el albañil, cantante, pescador, empresario, fotógrafo y diseñador gráfico entre otras cosas. Cuentan los viejos del lugar que ya de pequeño destacaba en la escuela en lo referente a las dotes que tenía para la música. Tendría 5 o 6 años cuando en el teatro de su escuela, lugar donde se celebraban las fiestas de fin de curso, en aquella ocasión y con motivo de las fiestas navideñas, se subió por primera vez al escenario, y allí cantó el famoso villancico “El Tamborilero”, y al terminar el público en arrebato le aplaudió con ganas Fue una gran pena que tuviera que abandonar los estudios a temprana edad, pues solo tenía once años cuando sus padres le sacaron de la escuela. De nada sirvieron los viajes que la maestra se daba hasta casa de sus padres para insistir en que no abandonara los estudios, una y otra vez les repetía lo mismo: “es una lástima que no pueda seguir estudiando el pequeño”. Pero en aquella época en nuestra España poco podían hacer

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sus padres, su padre un albañil que cobraba semanalmente por su trabajo, tenían a su cargo al abuelo, y su madre tenía que dar de comer también a sus seis hijos. Así que comenzó a trabajar de “chicuco” en un almacén de ultramarinos; al finalizar la jornada a las 8 de la noche le daban la lista de las frutas y verduras que hacían falta para la venta del día siguiente. Así que el pequeño Eugenio se levantaba a las seis de la mañana, antes de que empezara la subasta en la lonja del mercado, allí le daba la lista a un comprador que era el encargado de comprar para varias tiendas. Finalizada la subasta le cargaban el carro, visto de frente parecía que el carro andaba solo, pues aquel pequeño hombre con apenas fuerzas para tirar por la carretilla las cajas de fruta, verduras y hortalizas le tapaban, y así luchando con la carga y el carro emprendía el camino hacia el almacén de la tienda de ultramarinos. La jornada que empezaba a las seis de la mañana terminaba todos los días pasadas las 8 de la tarde-noche. Y todo aquel titánico esfuerzo de aquel niño de 11 años que cada día le apartaban más de

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sus estudios, vendía su débil fuerza de trabajo por 500 pesetas al mes (unos 3 euros). Todo este gran capital iba íntegro para casa, pues su padre trabajaba de albañil, y su hermano mayor de aprendiz de cristalero. Eugenio era el segundo de los seis hermanos. Y así fueron pasando los años de su adolescencia alternando el trabajo en varias tiendas. A los 15 años conoció a Paquí, se hicieron novios, ella solo tenía 13 años, en aquellos tiempos todo era muy prematuro, si a los 11 ya tenías que trabajar, todo va en concordancia. El propio Eugenio cuando lo recuerda reconoce que todo sucedió antes de tiempo, sobre todo si lo vemos con el prisma de hoy donde los hijos están en casa de los padres pasados los treinta años y sin trabajo, independientemente que hayan o no estudiado; y como él bien dice, se ve que estaba escrito, y que estábamos llamados a ser el uno para el otro, aún a día de hoy seguimos juntos gracias a Dios. A los 23 años y después de cumplir el servicio militar se hace empresario autónomo abriendo su propia tienda de ultramarinos.


Y todo aquel titánico esfuerzo de aquel niño de 11 años al que cada día le apartaban más de sus estudios, vendía su débil fuerza de trabajo por 500 pesetas al mes (unos 3 euros).

Contrajo matrimonio con Paquí, y en febrero de 1985 nació Alejandro, el primer hijo. Todo marchaba a la perfección, por fin empezaba a recoger los frutos de los años de sacrificios. El hecho afortunado que les había alegrado la vida, poco a poco se fue desvaneciendo. De repente, como un elefante en una cacharrería, llegaron las grandes superficies PRYCA, Superso, Día, Mercadona… y llegaron para quedarse, y entonces comenzó la lenta agonía producida por estas empresas que terminaron asfixiando a todas las tiendas de barrio, tal como las habíamos conocido hasta entonces. Eugenio, como miles de propietarios de este tipo de negocio, las tiendas de barrio, se vio obligado a cerrar, y como tantos otros tuvo que dar cerrojazo a su querida tienda. Se quedó en el paro por primera vez, y confiesa que lo

pasó muy mal. Pero como dice el viejo refrán español, se cierra una puerta y se abre otra; como diría una vieja amiga mía, Dios aprieta, pero no ahoga. Un buen día una de sus clientas en la tienda, habló con su marido y éste le ofreció el irse a trabajar con él de “encofrador” en obras de construcción a Lebrija, en la provincia de la vecina Sevilla. De su faceta de cantante diré que fue como en aquellas películas de principios de los años 60 del conocido como “El ruiseñor” Joselito. Al parecer en unas de las tiendas en las que trabajó Eugenio, un día se encontraba cantando carnaval mientras organizaba las cajas y bultos en la trastienda, y pasó por allí don Enrique Villegas, un afamado autor de carnaval, creador de la famosa comparsa “Los Beatles de Cádiz”, que estuvo varios años cantando por toda Es-

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paña e incluso cruzaron el charco y actuaron en América del Sur, este hombre en su vejez repartía patatas fritas, picos, etc, etc…, y fue precisamente él quien al escucharle cantar aquel día le propuso salir en la comparsa que preparaba para concursar en el Teatro Falla, y ahí comenzó su faceta como cantante y su aporte al carnaval gaditano, y todo ello sirvió para inculcarle más si cabe ese gusanillo que sienten los gaditanos por el carnaval; luego con el trabajo, que era lo más importante, le fue imposible seguir pues casi siempre tenía que estar fuera de San Fernando, aunque siempre que podía lo hacía, pues no en vano fue componente de varias comparsas, “Quince piedras”, “Peregrinos”, “Habla hispana” y el pasacalles y antología de Requeté. Hoy en la actualidad sigue formando parte de “La antología del febrerillo el loco”. En otro orden y siguiendo con la afición al cante, seguía al lado de su amigo de infancia Antonio, al que dice que aprecia mucho, pues ya desde chicos cantaban juntos en el barrio. Un buen día su amigo Antonio le propuso hacer un grupo de sevillanas y rumbas, y así nació el grupo Blanca Salina. Durante bastantes años estuvieron cantando en las mejores salas de fiestas de España, como la Monumental de Barcelona donde compartieron cartel con estrellas de la canción, famosos como Manolo Escobar, El Fary, George Dan, La década prodigiosa, entre otros muchos de los famosos del momento en aquella época. En Madrid fueron muy conocidos por sus conciertos en la zona de La Moraleja, en Cáceres fueron un grupo asiduo durante varios años en sus fiestas, de la misma manera en las populares fiestas a lo largo y ancho de la provincia de Cadiz, en Sevilla, e incluso llegaron a cantar en “la ville de l’amour et de la lumiére”, en Paris. Para entonces ya había nacido Alberto, su segundo hijo, y como solía decir Eugenio, el último. Corría mayo de 1991. Empezaba a ser consciente de que se estaba perdiendo la infancia de sus hijos, el grupo le pedía y exigía cada vez más tiempo, y era el tiempo que le robaba a su familia, aquello tampoco era vida, pues lo compaginaba con su trabajo en la construcción, salía de trabajar y paraba en casa el tiempo justo para ducharse y salir corriendo para los ensayos, y luego los fines de semana siempre tenían actuaciones. Lo dicho, comprendió que estaba perdiendo los mejores años de la vida de

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sus hijos y sacrificando a su esposa. Así que decidió dejar el grupo y seguir solo con su trabajo en la construcción, que no era poco. Precisamente ahora en estas fechas se vuelve a reunir Blanca Salina, después de 30 años, lo hacen para cooperar en un festival que se celebra en San Fernando relacionado con la ayuda a los niños con cáncer. Una vez de regreso al trabajo en la construcción como encofrador,(trabajo duro donde los haya), es ascendido a Encargado de Obra, y cuando mejor estaba, y sobre todo cuando sus condiciones económicas habían mejorado sustancialmente, una vez más “su gozo en un pozo”, en esta infausta ocasión hace presencia en su vida la enfermedad. Eugenio llevaba varios días sintiendo algo anormal en su cuerpo, no le había dicho a nada a Paqui, pero el fatídico día, una vez en el trabajo avisó a su jefe para que le relevara en su trabajo y atendiera él la obra, pues tenía que irse para el hospital, se encontraba muy mal. Una vez en el hospital le diagnosticaron una angina de pecho. Para hacerle el cataterismo y ponerle los muelle s (sten), le llevaron a quirófano, pero no se los pudieron poner. Al salir de la sala de operaciones desde la camilla vio a su mujer y a su hermana llorando, al parecer el médico ya les había informado de cómo había ido todo; les había dicho que les había sido imposible acceder a las arterias porque estaban casi obstruidas del todo y que le tendrían que abrir para hacerle un “bypass”. Los médicos le aconsejaron que debería de seguir ingresado para no perder el turno en el quirófano, ya que había un retraso para este tipo de operaciones de más de dos años, y en su caso si le volvía a dar sería un infarto fulminante. Así que aquel aciago día quedó hospitalizado. La cosa no fue tan rápido como esperaba, tuvo que esperar un mes justo, cuando ya pensaba que Dios le había abandonado y estaba desesperado, llegó su turno, le operaron y no fue un bypass lo que le pusieron, sino cuatro. A los pocos días de la operación salió con el alta, pero inútil total para poder seguir trabajando. Eso fue lo que peor llevaba Eugenio, sicológicamente estaba hundido, llegó a tener miedo de si mismo, pues pensó en hacer hasta lo peor. Era muy duro, como él repite a veces, “entré allí pleno de facultades y salí con un 100% de minusvalía”. Y no dejaba de darle vueltas a la cabeza. ¿Cómo vamos a vivir ahora

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Un buen día su amigo Antonio le propuso hacer un grupo de sevillanas y rumbas, y así nació el grupo Blanca Salina.

los cuatro con una pensión de 840 euros?, cuando en su trabajo triplicaba esa cantidad. Solo le faltaba tiempo para comprender que estaba vivo, y eso es lo más importante porque vivir es nuestra tarea. Se avecinaban cambios en su vida… Bienaventuradamente llegó el Día del Padre, y en hora buena, a su hijo Alejandro se le ocurrió regalarle una Nikon D60 que aún conserva y a la que sigue teniendo mucho cariño. Ella fue el origen de un nuevo cambio en su vida, ella fue la que hizo que se olvidara un poco y por momentos de lo que tenía encima, y de esta manera y poco a poco le fue entrando la afición a la fotografía. Se hizo un denodado de YouTube, siempre investigando y explorando nuevos tutoriales sobre fotografía, y así viendo fotos por Internet descubrió Moldeando la luz. No se cansa de decir que nuestra red social de fotografía le sirvió mucho para formarse, pero más para su recuperación, de lo cual siempre estará eternamente agradecido. Recuerdo como le temblaba la voz de emoción el día que le comuniqué que me gustaría que fuera Administrador de Moldeando la Luz. La misma emoción que sentimos los dos el día que bajé a Cádiz para conocerle a él y a Roquetas de Mar para conocer a Lola. Paqui, su mujer, me decía el día de nuestro encuentro durante la comida: “Es que desde que ayer le llamaste para decirle que hoy estarías aquí, no ha pegado ojo en toda la noche”. Es el día de hoy que aún me recuerda el día que nos conocimos los cuatro: “El día que os conocí a ti y a Marta fue algo tan especial que me costó asimilarlo durante algunos días, no podía creer que vinierais de tan lejos solo para conocerme, te lo agradeceré siempre, amigo”. El agradecido soy yo, mi querido amigo Eu-Genio, tú si que fuiste una de las cosas más grandes

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que me regaló Moldeando la luz. Y las quince horas que pasamos juntos con nuestras respectivas compañeras y esposas, se quedaron grabadas en el archivo de mi corazón donde se guardan solo los buenos recuerdos. Aquel fatídico marzo de 2006 y la operación a corazón abierto le dejó marcado y hundido, pero la fotografía le hizo resurgir como el Ave Fenix. La fotografía le ayudó a dejar atrás los problemas, aprendió a hacer fotografía y a editar de forma admirable. Se especializó en Photoshop y profundizó hasta las entrañas del diseño gráfico. Su primer ordenador fue un PC286 que consiguió haciendo un trato con un amigo de su hermana. Me contó que un día el amigo de su hermana vino a su casa y le preguntó que si sabía de alguien que le hiciera el trabajo de cubrir una zona del césped con hormigón. “Fuimos a su casa —comenta— y vi lo que quería hacer, al mismo tiempo sabía que me gustaba la informática ya que mi hermana le había comentado que me gustaba programar con el Amstrad. Me enseñó un 286 que vendía completo por 40.000 pesetas; no lo dudé, hicimos el trato, yo le hacía el trabajo y me quedaba el ordenador”. A partir de ahí estuvo comprando todas las semanas una revista de informática que traía un cedé con demos de programas y en uno de ellos venia el 3D Max que le enganchó desde el principio y poco a poco fue experimentando cosas nuevas hasta el día de hoy. Después de ver cientos de tutoriales con los que mejor se desenvuelve el Photoshop 3D. Max Cinema 4D son sus preferidos. Fruto de su experiencia, porque como gran autodidacta que es se terminó haciendo un auténtico profesional del diseño gráfico y de la multimedia, fundamentalmente el 3D, de esta experiencia nació el


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Camarito tal y como lo conocemos hoy. Lo habíamos hablado varias veces, el primer Camarito era un dibujo del personaje, pensó que había que darle vida y con ello más caché a la página, así que se puso manos a la obra, y hoy disponemos de una gran colección de Camaritos y que conste que el calzado asturiano fue cosa suya, pues nunca le sugerí nada sobre el personaje animado de nuestra red social. Pero la cosa no queda ahí, el Festival de Cine de Puertas de Cabrales de 2017 abrió todas las películas del festival con el logo animado del festival, al igual que a Camarito el logo del festival también era un dibujo, el logo es una planta en una maceta cuyas hojas son los ojos del cine. Eugenio le dio vida: en pantalla se ve la maceta vacía, y aparece Camarito con una regadera, riega sobre la maceta y nace la flor con sus singulares hojas. Fue todo un éxito. En la página central de Moldeando la luz hay dos trabajos publicitarios realizados por Eugenio para la empresa que nos subvenciona ALCOTAN. Todo aquello relacionado con Camarito, las noticias, las

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fotos destacadas, todo son obras de Eugenio. En el año 2010 comenzó a realizar sesiones con modelos, en casa de un amigo que celebraba el cumpleaños de su hijo conoció a Nazaret, que era sobrina del citado amigo. Según cuenta, al verla, se dirigió a ella inmediatamente y le pidió que posara allí mismo para él. Tanto le gustó la experiencia que a partir de ese día comenzó a hacer sesiones sin parar, las chicas se lo pedían a través de su página de Facebook, Luz y Tinta puede dar buena fe de ello, son muchos los números que cuentan con los trabajos fotográficos de Eugenio. Otra de las cosas por las que se enorgullece Eugenio es por la cantidad de amigos que ha ido atesorando desde Moldeando la luz, tanto a los virtuales como a los que tuvo la suerte de conocer en persona, recuerda a Escuín y a José María Pecci con los que compartió sesiones en su tierra; con Pecci perdió su contacto una vez fallecida su madre a la que él cuidada, después se fue a vivir con su pareja a Cataluña, también se lamenta de lo poco que ahora


Después de ver cientos de tutoriales con los que mejor se desenvuelve el Photoshop 3D. Max Cinema 4D son sus preferidos.

se ve con Escuín, pues les unía la fotografía y una vez abandonada ésta, las cosas se van enfriando solas. Y es que no sólo se emocionó con la visita que Marta y yo le hicimos en octubre de 2012, Eugenio se enorgullece también por haber tenido el placer de conocer a Cristina, que con la muerte de nuestro querido moldeador Javier, se fue apagando en Moldeando…, a Cádiz acudió con Harri el chico de Donostia que en aquella ocasión acompañaba a Cristina, también pasó por San Fernando Reveramaestro acompañado de su mujer y sin parar de reírse dice que por allí también paso Maylin, pero que fue un visto y no visto: me comentó que recibió una llamada de Maylin que le decía: Genio, que me voy para Cádiz, ¿dónde quedamos para vernos? En el Ayuntamiento le dijo. Desayunamos juntos y no paró de decirle que le gustaría hacer una sesión de fotos a Laura, una chica de la que hacía poco que Eugenio había publicado una de sus sesiones. Eugenio le preguntó que cuando quería hacerle la sesión, el audaz y ansioso fotógrafo astur-valenciano le contestó: “Hoy mismo”, y es que nuestro amigo en común es de los de “aquí te cojo, aquí te ….” Eugenio empezó a llamar a sus amigas ya que no tenía el teléfono de Laura, al final consiguió hablar con ella y convencerla, que no era fácil, pues una sesión no se improvisa, pues las modelos tienen sus tempos, pero de esta forma y en plena organización anárquica, terminaron de almorzar y se fueron a recoger a Laura a su casa de Chiclana para trasladarse a la playa de la Barrosa, fue finalizar la sesión y Maylin partió. “Le perdí la pista”, dice Eugenio, sin contener la risa me comenta: “Está claro que venía a conocer a Laura”. Es una gran pena que Eugenio no haya podido dedicarse profesionalmente a la fotografía y fundamentalmente al diseño gráfico industrial y publicitario, pero como el dice y no se cansa de repetir, a perro flaco todo se le vuelven pulgas, pues hace cuatro años empezó a notar que estaba perdiendo la visión de forma muy rápida. El oftalmólogo, después de realizarle varias pruebas, le diagnosticó que todo se debía a que tenía “druxas”, que eran consecuencia de haber estado tomando durante muchos años “Trangores”, un medicamento que se utiliza para prevenir la taquicardia, el efecto secundario que produce este fármaco es que genera líquido en el nervio óptico e impide ver las cosas con normalidad, lo oscuro se ve doble de oscuro y los claros el doble de claro, de hecho cualquier punto de luz es deslumbrante para quien lo padece. Eugenio me comenta que es como si lo viera todo a través de un cristal mojado. Por esa razón dejó de hacer fotos. “No soy capaz de ver los datos de la cámara en el visor”, me dice. Le han estado poniendo inyecciones directamente en los ojos, lleva ya más de treinta, al principio no veía resultados positivos, pero a partir de que en la Seguridad Social le cambiaron el tipo de inyecciones, se siente más optimista, parece ser que van haciendo mejor efecto, ahora ve mucho mejor con el ojo izquierdo, aunque se lo tiene que seguir pinchando para evitar la aparición de las “druxas”, al parecer el derecho de momento sigue igual, y desde ya, le deseamos todos que tenga una pronta mejora. Los moldeadores de la luz, y de forma especial los asturianos, tenemos una asignatura pendiente, y que pensamos aprobar algún día, y es que Eugenio nos visite en Asturias. También esperamos que eso sea más pronto que tarde. Salud mi querido Eu-Genio.

José Luis Cuendia, “Guendy” 39


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L a luz de Cรกdiz que tantas ve


eces nos regalรณ

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Desde el campanario

Nostalgias de Laviana Monchu Calvo Un grupo de amigos dedicados a la investigación histórica y etnográfica, “Los Bribones”, de Laviana, concertamos una cita con una mujer llamada Aurora, con unos años respetables, pero lúcida de cabeza, para que nos hablara de sus recuerdos, en aquella villa receptora no hace tantos años, de ganados y personas del Alto Nalón. Quisimos que la charla se celebrara en un lugar especial para ella, como era el campanario de la iglesia de Laviana, donde ejerció de “tocador” Juan Piloñeta, su hermano, al que de vez en cuando acompañaba a verlo tocar. El lugar, incómodo de acceder, porque salvo avería del mecanismo automático, que cuando llama a los oficios las hace sonar, casi nunca recibe visitas. Nos sorprendió el empeño que puso Aurora en ir ascendiendo por aquel lugar oscuro, y casi más propio para escalar con buenas piernas, que para una frágil mujer que tanteaba cada paso con precaución, hasta llegar a aquella pequeña y alta sala. Arriba existían dos grandes campanas, con una especie de martillos en su superficie que se accionaban con un mecanismo eléctrico. Cuatro grandes ventanales abrían a los fríos vientos de la tarde, aquel pequeño espacio en el que íbamos a celebrar la charla. A nuestros pies, el caserío de la villa, y en dirección al valle, el pueblo de Canzana, que con sus casitas multicolores, y la Peña Mea como soberbio marco, nos ofrecía una vista única desde aquel singular y cristiano lugar. Sentados frente a frente, mientras humeaba aquel café que precavidamente alguien nos subió en unos vasos herméticos, me fijé en aquella mujer, bien arreglada, y con el carmín en sus labios, que de manera fluida iba contestando a mis preguntas sobre la vida de antaño. Es curioso, lo que les gusta hablar de sus tiempos pasados, quizás porque tendrán poca oportunidad de hacerlo con alguien que pueda interesarle. De niños nos gustaba escuchar a los abuelos, fascinados por aquellas historias repetidas. No nos interesa la exactitud de las historias narradas, aunque se investigan y se localizan los hechos cuando existe documentación disponible. Todo lo contrario, la memoria de los ancianos puede ser frágil, o confusa, pero eso es justamente lo interesante. Es un retrato, uno entre miles, todos son individuales y entre todos construyen una historia colectiva, como la que nos iba narrando nuestra vecina sobre la vida en aquella villa donde todos se conocían, y la calle era una prolongación de la vivienda donde transcurrían las existencias, sin que no se ocupara uno más que de juegos que solo necesitasen la imaginación, a falta de cosas materiales.

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...entre todos construyen una historia colectiva, como la que nos iba narrando nuestra vecina sobre la vida en aquella villa donde todos se conocían, y la calle era una prolongación de la vivienda donde transcurrían las existencias, sin que no se ocupara uno más que de juegos que solo necesitasen la imaginación, a falta de cosas materiales.

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No eran tiempos fáciles, aunque no faltaba el trabajo, principalmente en las numerosas minas de carbón de los alrededores. Se trabajaba duro y había pocas concesiones a los lujos que ahora vemos tan normales, pero Aurora parecía añorar aquella etapa de su vida, aunque la primera vez que le permitieron ir a una fiesta fue gracias a la intercesión de unos vecinos que se ofrecieron a llevarla a una romería, algo alejada de su casa. La tarde transcurrió con normalidad, pero la noche llegó pronto, y los vecinos no aparecían por ningún lado. Nuestra niña, nerviosa cual cenicienta que ve llegar la hora que el severo padre le había puesto como límite, no podía marchar sola, y cuando dieron en aparecer y la devolvieron a su hogar con bastante retraso, todavía guarda en su cara el bofetón que aquel padre intransigente le arreó, para castigar su tardanza. Recuerda aquel edificio grande, siniestro, cerca de su casa, con un gran reloj en su tejado, que hacía de cárcel, y a veces veía las caras de alguna mujer asomarse a los barrotes. Preguntaba en casa por qué estaban allí, y le decían que mejor no preguntara tanto. Muchos años después ya lo supo, y comprendió la gran injusticia de aquel castigo, con aquellas mujeres que podrían ser su madre. Por allí cerca andaban unos hombres de tez muy morena, con unos bombachos y un gorro redondo en la cabeza, del que pendía un bordón. Las mujeres les tenían bastante miedo, aunque solo se limitaban a alquilar bicicletas en un garaje y dar paseos por el pueblo en ellas. Su padre tenía un taller, y se dedicaba hacer carros de radios. Era muy conocido, y le encargaban de muchos pueblos del entorno. Ella recuerda cuando calentaban los bandones que rodean la rueda, y se ponían al rojo vivo en una fra-

gua. Al colocarlos sobre la madera de la rueda, salían llamas y humo, que parecía que se iba a quemar el carro, luego le echaban con unos calderos agua fría para apagar las llamas, mientras con unas mazas ajustaban el hierro a la rueda. Aquel trabajo siempre tenía mucha gente viéndolo. Los domingos solía ir al cine a la primera función. El cine Maxi, les parecía de lo mas lujoso del mundo, y de casa le daban en una bolsa, un trozo de chocolate Mayin, que para ella era un manjar. También recuerda el mercado de los jueves, con aquella fila interminable de vacas, caballos y ovejas, arrimados al paredón de la calle de atrás, con los corros de mirones, tratantes con sus batas negras, y aldeanos que discutían el mejor precio, llegando a veces a un acuerdo que sellaban con un apretón de manos. Los bares bullían de parroquianos, y entre voces y cánticos, animados por el correr del dinero de las ventas ganaderas, nadie parecía tener prisa. Poco a poco fueron desgranándose recuerdos, pese al frío que se metía en aquella descubierta atalaya, mientras las historias de la antigua villa eran narradas por nuestra querida Aurora, que parecía contenta de trasmitir todo lo que vivió y conoció, en un tiempo en que las campanas que tocaba su hermano sonaban a funeral, igual que ahora lo hacen, obligándonos a tapar los oídos y suspender la charla en aquel lugar, para iniciar el descenso, si cabe mas peligroso que la subida. Al llegar a la parte baja, las luces de los altares nos hacían guiños a nuestro paso, como saludándonos. El sacristán nos explicó el truco, que consistía en una célula que apaga y enciende si detecta personas delante. En tiempos pasados, esto Aurora no lo conocía.

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El tiempo pasa Juan Depunto II. Toda una vida*

Toda una vida me estaría contigo no me importa en qué forma ni dónde ni cómo pero junto a ti… Los Panchos, 1944-1981

Cuando volvió de viaje Cuando volvió de su tierra, después de la muerte de su padre y los días de duelo pasados allí, le faltó tiempo para que algunas personas le comentaran haberte visto con una rubia espectacular en un bar de copas. Y estalló la tormenta. No fue la causa, aunque sí la chispa desencadenante de un drama que se venía gestando a lo largo del último año. Como si de un embarazo se tratara, se rompió de repente la bolsa de las aguas y comenzó el parto, dolorosísimo, de la separación. En Reyes, viendo “Nueve Reinas”, se despedía de ti, a besos y apretones de manos, en el cine. Como cuando te permitió cogerle la mano y os besasteis la primera vez, también en un cine, en tu ciudad natal, en aquella época de estudiantes... Le pediste reflexionar, que lo paraseis. Y aceptó. Pero a prueba. No funcionó la prueba. Los dioses buenos, que los hay de todo tipo, se distraen en sus eternas horas de aburrido ocio metiéndose con los humanos. Tendiéndoles trampas solo para reírse cuando caen en ellas. Y sacándolos luego de ellas, porque en algo hay que emplear ese tiempo *. Se puede ver en el n.º 75 de Luz Y Tinta, página 46, la nota “Cambio de rumbo”

acerca de la estructura general de la obra “El tiempo pasa”, de la que forma parte este capítulo. Hoy comenzamos con los capítulos de su segunda parte, “Toda una vida”. Enlace: http://amantesdelafotografia3.ning.com/profiles/blogs/luz-y-tintano-75

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que a ellos no les pasa, como si no existiera. Contigo han encontrado un pozo sin fondo. Les entras a todos los trapos y tienen la diversión garantizada. Metes la pata continuamente. Y permanentemente te sacan de tus apuros. ¡Qué mejor cosa que tienen que hacer! Ahora, que estás ante la disyuntiva de tu vida, así en singular, te tienen a su merced. Pero no se aprovechan de ti. Porque son buenos. Como ella. Es curioso que te hayas pasado más de la mitad de tu vida despreciando a la bondad, porque te ridiculizaron con ella de pequeño, y ahora que estás a punto de perderla, empiezas a apreciarla. Quizás por eso. Solo se aprecia la fortuna cuando se sabe que se acaba. Ella es buena. La más buena persona que has conocido. Otra de

las razones por la que te resistes a perderla. El problema de la bondad es que es un atributo complementario que a veces no se compatibiliza con otros. Son pocos los que pueden compatibilizarlo con la inteligencia sin mayores problemas, a pesar de las teorías filosóficas de la antigua Grecia. Porque para ser bueno tienes que estar ciego. Y sordo. Y quizás mudo. O tienes que tener una enorme capacidad de abstracción y renuncia de tu inteligencia operativa. Como hacía ella. Te decía Angelardo a principios de aquel año que la bondad, según Sócrates trascrito por Platón, es la máxima expresión de la inteligencia. Debe ser teóricamente, porque viendo lo que te rodea, si usas la inteligencia te vuelves perverso. Y te acuerdas de cuando hace muy poco viste con ella la película ar-

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No he empleado la palabra amor, que lo hubo y mucho, porque en sí misma está íntimamente relacionada con los deseos...

gentina “Nueve reinas” y saliste horrorizado viendo el mundo que te espera de engaños y mentiras; un mundo de cual es más aprovechado y de quien estafa mejor al otro, incluso a sí mismo. Pronto lo ibas a comprobar. Llegó la Semana Santa y de nuevo ella se fue a su ciudad natal. Viste de nuevo a Angélica, tras cerca de dos meses de no hacerlo. Estabas en la plaza de San Justo con una pareja amiga esperando la salida de una cofradía. Apareció por la calle que daba a la plaza, destacando por su altura y belleza del resto del gentío que intentaba entrar en ese recinto sagrado en que se había convertido la placita recoleta, al atardecer, con ese cielo azul intenso en el que trazaban sus malabarismos acrobáticos los vencejos. Os visteis en seguida, a la vez. Y vino directa hacia ti... Al finales del invierno aquel, del infierno aquel en que te habías metido, estando completamente solo (salvo en la Tertulia, en la que encontraste una tertuliana que te escuchaba con atención e interés), habiendo dejado de ver hacía ya más de un mes a la persona que tanto te había deslumbrado, reflexionaste y viste el abismo por el que marchabais. Decidiste dar marcha atrás, recoger velas, volver a intentarlo una vez más… Pero Inés fue implacable. Salvo los escasos momentos de debilidad comentados, al principio de la ruptura, en enero, ella dio por acabada la relación sin posibilidad de vuelta atrás. A partir de que contactó con la abogada y con su hermana menor, la más severa y autoritaria de todas, se acabaron sus vacilaciones. Y su piedad. No dio marcha atrás ni sugirió la más mínima posibilidad, a pesar de tus muchas y claras ofertas, casi todas por teléfono, por mensajes. Hasta el punto de cambiar el número de teléfono del móvil para que no

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pudieras seguir contactando con ella, suplicándole, rogándole. El nuevo número no te lo dio hasta dos o tres años después, habiendo ya todo concluido. Sólo en el comienzo de un verano, tras haber pasado dos más, hubo un pequeño cambio, en el sentido de acercamiento, que se desvaneció por completo cuando tu amigo Justo le dijo con quien te había visto. Incluso el retroceso fue mucho mayor que el del primer año, no consintiendo más conversación o visita que las completamente imprescindibles (por lo hijos comunes generalmente). Le escribiste esta carta: Invierno del 5 al 6 Hola Justo: Llevo tiempo reflexionando acerca de esta carta que, por fin hoy, espero concluir. La despedida de Angelardo fue doblemente dolorosa. Por sí misma y porque en ella coincidí con Inés y por primera vez en nuestras vidas no nos saludamos. Tal y como si hubiéramos muerto el uno para el otro, o mejor dicho, sobre todo yo para ella. Supongo que fue doloroso para los dos, aunque con una diferencia: yo no disfruto sufriendo y hago todo lo posible por no sufrir. Me lo dijo en la última conversación telefónica que tuvimos el día previo: hazte a la idea que me he muerto. Y lo hizo con esa enorme carga de agresividad que descarga cuando se trata de este asunto que ya se alarga demasiado. Si me hubiera acercado estaba seguro que me hubiese lanzado otra soflama parecida a las anteriores, delante de todos los amigos, por lo que opté por consultar con Mª. J. que no me lo aconsejó. En cualquier caso, si ella se hubiera acercado a mí yo le hubiera correspondido correcta y amablemente, como siempre, especialmente desde la separación.


Reflexionando sobre el último episodio (incluso con Mª. J. y S.), parece ser que mi actitud hacia ella, en estos tres años largos que hace que nos separamos, le ha resultado equívoca. En particular a partir de la cena del principio del verano por el aniversario de boda y las propuestas de viajes. Y claro, cuando pensando (sin fundamento) que le estaba haciendo proposiciones de nuevo, le cuentas que me he quedado con otra mujer en la piscina en vez de ir con vosotros al concierto (y da igual que hubiera sido Piedad o cualquier otra mujer), pues se siente traicionada, desengañada de nuevo y consecuentemente cabreada en extremo. Y sufre, como ha venido haciendo en general y en particular desde este verano. No se si se es más honesto por decirle bruscamente a alguien el problema que tiene y, por tanto, que vaya perdiendo por ello toda esperanza. No creo que nadie gane nada con ello. Yo desde luego no ha ganado nada y sí se me ha destrozado un trabajo de tres años y medio. Y el que no le dieras importancia se contesta con lo que te dije yo a propósito, sin más intención que hacértelo ver, porque yo no actúo inocentemente.

Si algo he extremado hasta la exageración, en estos años de separación, ha sido el cuidado. Cuidado en las cosas que hacía, decía, escribía, miraba. Tenía y tengo dos objetivos: No hacerle más daño —y mucho menos gratuito—, compensarla de alguna manera, agradarla por el cariño que le tengo y condonar mi deuda o la que ella cree que le debo... Te explicaré cada una de estas razones, empezando por la más fácil. La condonación de la deuda creo que está conseguida. Ella, en el año de la enfermedad más grave de mi vida —con peligro de muerte en varias ocasiones— me cuidó hasta el extremo. Yo he hecho con ella lo mismo en estos tres años de la enfermedad más grave de su vida —la separación—, mal digerida y peor llevada, también con peligro de muerte en varias ocasiones como me ha llegado a confesar y yo me imaginaba por otro lado pues también me ha pasado a mí. Estamos en paz. Y lo he hecho no desde el agradecimiento con el que yo recibía y reconocía sus cuidados. Lo he hecho con el viento en contra y con su vómito permanente en mi rostro. En estos tres años se ha desquitado. Me ha tratado mal, despectivamente, dejándome en

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ridículo incluso ante los hijos (todo le daba lo mismo y hasta me trató de ladrón con C., acuérdate de eso y del episodio del banco; fue duro para mí que el único mandamiento que siempre he respetado íntegramente, el séptimo, me lo calumniara de esa manera...). Me trató mal ante y con los amigos y con los compañeros no amigos, hablando mal de mí y diciendo además barbaridades y calumnias (acuérdate de Pepe O., etc.). Salvo lo que en confidencia le conté a S. sobre Angélica (por supuesto sin detalles, entre otras cosas porque no los había) no he dicho nada a nadie de esos supuestos ligues de los que ella, con tanto desparpajo y ordinariez, ha proclamado a los cuatro vientos. Ha sido ella la única que ha predicado sus cuernos, exagerándolos además hasta lo increíble. Hubiera sido una ocasión extraordinaria de hacerme publicidad como gigoló y haber obtenido algún beneficio, si realmente lo hubiera sido. Se lo puso fácil a sus posibles rivales, que se comportaron mucho más discretamente que ella. Pero como yo no soy victimista ni disfruto contando detalles truculentos y escabrosos, voy a dar aquí por resumido este pequeño gran apartado que por sí mismo daría para escribir un libro. Y paso a los siguientes. Siento una impotencia infinita cuando veo el rumbo que sigue trazando y no puedo hacer nada para enderezarlo. Y menos desde lo de este verano, desde el silencio impuesto unilateralmente. No es que me quiera meter caprichosamente en su vida, en sus decisiones, sino que hay actitudes universalmente reconocidas como tales y cuando son negativas tratas de influir para evitarlas, sobretodo cuando las personas te importan. Con su última decisión, la de no hablarnos, me impide toda posibilidad de influencia. Y mis cartas, 18 hasta la fecha, se convierten en algo parecido a monólogos con los muertos de los que en el fondo no espero contestación. Los celos, entre otras cosas, son principalmente un afecto negativo. Y el resentimiento que con frecuen-

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cia generan, lo es aún peor. Porque puede terminar por instalarse en su vida y hacerla un autentico calvario, para ella y los que la rodean. El resentimiento lo ha definido Marina como la “contumacia en no olvidar un daño”. Marañón lo explicó de manera magistral: “La agresión queda presa en el fondo de la conciencia, acaso inadvertida; allí dentro, incuba y fermenta su

acritud; se infiltra en todo su ser; y acaba siendo la rectora de nuestra conducta y de nuestras menores reacciones. Este sentimiento, que no se ha eliminado, sino que se ha retenido e incorporado a nuestra alma, es el resentimiento”. Esa forma de llevar la vida conduce al fracaso, porque supone vi-


vir enajenada, como dirigida desde fuera por ese daño que nunca se perdona. Ahí está la magnificencia del perdón. Sobre todo para quien perdona la ofensa. Sin embargo, la coincidencia de que tú, los niños y los amigos íntimos digan que la ven bien, mientras ella se muestra mal ante algunos amigos comunes y especialmente conmigo, me despista

y hace pensar en una pose para conseguir su afecto y mi desaprobación... No sé, quizá haya de todo un poco. En una de mis últimas cartas le decía que estamos en paz, que no nos debemos ya nada. Y le explicaba el porqué. Es importante tener presente esto. Porque si sigue

pensando que le debo algo, no podrá apartar de su vida el resentimiento. Además, si no fuera así, si realmente pensara que le debo algo que aún no he pagado ¿ha pensado qué precio le pondría al pago de la deuda? Y si no puedo pagarlo ¿de qué le sirve alimentar el recuerdo de una deuda que no se puede cobrar? El cariño que le tengo está en el fondo de todo mi interés por mantener algún tipo de relación con ella que sea llevadera para los dos. Por eso me hubiera gustado hablarle del qué pasó y del como podríamos seguir. Pero avanzaba muy lentamente. Quizás, de no ocurrir la brusca interrupción de este verano hubiera por fin llegado a explicarle todo lo que deseo aclararle, pero pasó lo que pasó (probablemente hubiera pasado de todas formas, lo reconozco, con la más mínima excusa), y no quiso avanzar explícitamente por esta senda. Se limitó a dejarse cortejar (en su concepción) y lo que fuera a ser pues que fuese. Y pasó lo de agosto, mal entendido y peor metabolizado o quizá utilizado malévolamente en la peor de las acepciones. He empleado consciente y meditadamente la palabra “cariño”. Entre otras razones porque la utilizaba ella en los últimos diálogos que tuvimos antes de separarnos. Decía “...cuando pasan los años y se acaba la pasión, queda el cariño...” (o algo muy parecido). Y llevaba razón. Y no se la quité ni entonces ni ahora. En mí sigue quedando ese cariño. Pero también quedan otras muchas cosas más, otros impulsos, deseos y pasiones que no puedo ni evitar ni compartir con ella. También podría explicar porqué, aunque no lo creo necesario. No he empleado la palabra amor, que lo hubo y mucho, porque en sí misma está íntimamente relacionada con los deseos, el carnal y el otro, que son justamente los que se habían ido apagando últimamente: el atractivo erótico y el atractivo personal. Intenté reavivarlos, lo conseguía a ratos, pero ella se encargaba, quizá inconscientemente, de apagarlos,

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uno u otro o los dos. No es ahora el momento de profundizar en esto. Descartada la posibilidad de continuar sin ese amor-deseo, solo quedaba cambiar la relación. Bien con la reforma que le planteé (y sigo planteando) o con la ruptura por la que ella optó. Como en política. Solo que en política este país, en la transición, optó por una inteligente y generosa reforma (aunque a veces las reformas sean desesperantes). Pero el país tenía experiencia de lo que pasó con la ruptura del 31 (cosa que nosotros no, pero yo me imaginaba por analogía). Y no solo optó por la ruptura, sino además por la más desgarrada. Como si dramatizándola casi hasta el extremo la pudiera justificar más y desarraigar mejor de la situación que concluía... Seguía yo, y sigo, planteando el marco de la nueva relación con una paciencia infinita. Con marchas atrás y adelante, frenazos y rabotazos. Tres años y medio. Aunque aún no me ha dejado

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explicárselo. Pero lo voy a hacer ahora, para evitar equívocos de una vez por todas. Y te ruego se lo trasmitas, como el resto del contenido de esta carta. Al menos como compensación a tu acción desencadenante de esta situación y con ella imposibilitadora de que lo haga yo personalmente, como tenía previsto. Te lo agradeceré si lo haces con inteligencia y diplomacia, lenta y progresivamente, para que lo vaya asimilando y no te corte la conversación, que lo hará. No podemos volver a ser matrimonio. Porque ya terminó el que tuvimos y las razones que lo llevaron a concluir ni han desaparecido ni creo lo vayan a hacer. Porque mis deseos sexuales (fundamentales en una relación de pareja) van en alza con el paso del tiempo y por unos derroteros diferentes a los suyos, que nunca estuvieron muy exaltados y si adornados de cierto conservadurismo, Y aunque mis deseos desaparecieran con la edad (como ella en el fondo espera), seguirían


quedando otros obstáculos: Su carácter rígido poco tiene que ver con mis cada vez más amplios y flexibles entendimientos de la vida. Su limitada conciencia, entendiendo ésta como el conocimiento exacto de las coordenadas en las que uno y los demás se encuentran, es algo que no le preocupa y va a peor. Al igual que su rechazo a los análisis reflexivos de las situaciones. O su pasividad, que la lleva a digerir horas y horas de televisión... Sin embargo, comparto la frase de Paco N. cuando dice “más vale un poco de fulanito que nada de fulanito”. Es decir, si tenemos una cierta necesidad el uno del otro (aunque sea por diversas razones), más vale que la satisfagamos con un poco de la presencia del otro, en aquellas actividades demostradas como fructíferas para los dos (una excursión, una comida, un acto social, una tertulia, un concierto, una película, una reunión familiar con los hijos u otros parientes, etc.). No toda relación tiene que ser en una misma cama, bajo un mismo techo o con única documentación. Hay una decisión suya que en ocasiones anteriores no he respetado del todo y que ahora estoy haciendo casi a rajatabla: La desconexión. Quizás lleve razón desde el punto de vista de cortar con la adicción, mutua o unilateral. Como en la droga, es importante quitarse de la misma para poder dominarla. Aquí, una vez más nuestras diferentes estrategias se han intentado imponer. Yo me

quité de fumar poco a poco. Ella lo hubiera hecho de golpe. Quizás ahora sirva para romper esa sensación de dependencia y luego de conseguida podamos volver a hablar. Quizás lleve aquí razón. Comentaba párrafos atrás lo del perdón. Por eso perdono tu imprudencia, quizá irreflexiva, y no te guardo rencor alguno. Para mí es un asunto pasado, que me encabronó soberanamente en su momento. Tras el enfado inicial, mi desconexión y ausencia de respuesta a tus intentos de acercamiento ha sido meditada, pero no por vengarme, si no para que conocieras en carne propia lo que duelen esas actitudes y entendieras el daño que he sufrido todo este tiempo. Debes entender que un amigo/a no tiene que informar de todo a otra/o amiga/o por hacer honor a una verdad parcial, no siquiera a la verdad absoluta (si es que existe) en todos los casos y circunstancias. Un amigo apoya en las dificultades y no se desentiende en circunstancias comprometidas, delicadas, como ocurrió en nuestra separación. ¿Era neutralidad o cobardía por no implicarse, por no definirse? ¿Existe la neutralidad? Un amigo comparte con sus amigos sus necesidades; tu no quisiste ni tomar cerveza este verano con Piedad y conmigo porque “no lo entendías...” ¿Debo ser solo yo el que entienda cosas difíciles de entender como tu inclinación erótica junto con tu religiosidad extrema?

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Justo, ¿qué es para ti la amistad? ¿Con qué la mezclas? Somos vecinos y colegas. Tenemos una amplia historia común. Cuando lo precises me seguirás teniendo. Pero somos demasiado diferentes para el día a día, como ella. Compartimos cada vez menos ideas comunes, como con ella. Enfocamos cada vez más diferente y divergentemente nuestras vidas, como ella. La vida. Y, sobre todo, a mí me gusta ser feliz y que los demás lo sean. No creo necesaria la redención por el sufrimiento. Dios, tu dios, ese dios que le pedía a Abraham que le asesinara a su hijo en ofrenda, ese dios que asesinó al suyo propio porque quizás no tenía suficiente poder para sin necesidad de llegar al asesinato perdonar como perdonamos los hombres. Un dios, cualquier dios, debe ser más grande... Hoy doy por concluida mi actitud de no responderte, porque no es mi forma de ser y porque es ya suficiente para que hayas comprendido y si no, no lo harás nunca. Vuelvo a ser el que era, aunque algo más magullado, como corresponde en la vida a los que la vivimos. Te ruego que, mientras yo no pueda atender a Inés personalmente, como hasta este verano hacía, lo hagas tú en mi lugar. Es un favor que te pido a cambio de nada. Si me lo haces yo y tu generoso dios te lo agradeceremos. Si no, tu vengativo dios te lo demandará, yo no. Un cordial saludo, exento de rencor Juan D. Volviendo a nuestro monólogo, Inés, durante estos primeros años de separación tampoco ha tenido mayores muestras de interés, cariño o preocupación por ti. Ahora te parece cierta su repetida afirmación de —”Hazte a la idea de que para ti he muerto” No se había atrevido todavía a decir la opuesta, que tú habías muerto para ella. A tus múltiples y continuos detalles, desde la planta de orquídeas del 14-F del año de

las justas a otros múltiples regalos mayores o menores, llamadas continuas para preguntar por su salud o por la feliz conclusión de sus continuos viajes a Augusta... Hasta tus hijos se dieron cuenta y te dijeron: —“Tú estás continuamente atendiéndola con detalles y ella no tiene ninguno para contigo”. Bueno alguno sí, los imprescindibles regalos en alguna ocasión de Reyes y en el santo de ese verano, cuando crees que concibió alguna esperanza pronto frustrada por el inoportuno comentario innecesariamente explícito de Justo. Cada día estás más de acuerdo con la lúcida teoría de Piedad en cuanto a que el interés de Inés por ti ha estado más orientado a un estado social que le convenía en un momento dado pero no en éste. De hecho, en el 88, cuando la evidencia de lo de Ángeles, te pidió sollozando que no la dejaras y no lo hiciste. Sin embargo en este cercano año de la separación, sin más evidencias que la toma de unas cervezas públicamente y al descubierto con Angélica, sin negación alguna por tu parte, lo utilizó para montarte toda una aventura del más hondo y físico calado sexual (llegaba incluso a la obscenidad), a pesar de tus negativas a que hubiera habido el más mínimo roce físico. La diferencia más objetiva era que cuando lo de Ángeles (que supuso incluso una reincidencia respecto a lo de Fe) ella no tenía trabajo y en el año de vuestra separación tenía trabajo estable, habían muerto sus padres (a los que ya no tenía que dar explicaciones, cosa que le importaba) y esperaba recibir una sustanciosa herencia. No dependía ya económicamente de ti ni de nadie. De hecho, en general no se ha preocupado por preguntar por tu salud, incluso cuando llegaba a saber por vuestros hijos que estabas enfermo. Ni mucho menos por tus viajes u ocupaciones. Ni una llamada, salvo alguna esporádica en ese principio de verano ya comentado...

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Miradas en blanco y negro Pepe Latas Pepe Latas, que fue Fotógrafo del Mes de mayo de 2018, se incorpora este mes a Luz y Tinta con esta magnífica selección de ‘miradas’ en blanco y negro. Pepe Latas, que viene del mundo de la pintura, tiene una visión muy personal de la fotografía, en la que intenta buscar la cara ocuta de la realidad cotidiana. Como se decía en la Semblanza que acompañaba su nombramiento como Fotógrafo del mes: sabiendo que viene del mundo de la pintura, es más fácil entender esta tendencia suya a aislar lo conocido en tomas personales y en esa insistencia suya por dejar claro que a través de sus fotografías busca reflejar su mundo cotidiano, pero a través de apuestas originales: “nunca dejé de fijarme en detalles que habitualmente pasaban desapercibidos para los demás; posiblemente mi trayectoria pictórica me haya pasado factura a la hora de enfocar aspectos con los que expresar lo que veo y siento.” Y más adelante nos dice cuál es su intención actual: por una parte, la fotografía convencional de retratar todo lo que sale al paso y por otra, una “más personal, más difícil de digerir, la cual se confunde a veces con la pintura, mucho más abstracta, más detallista, más intima, en la que poco a poco voy encontrándome más cómodo, más en mi lugar.” En próximos números de Luz y Tinta tendremos ocasión de aproximarnos a nuevas entregas de Pepe Latas a través de las cuales conoceremos sus últimas realizaciones fotográficas.

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Niños, risas... y fútbol Fotos: Nadima Texto: Claudio Serrano

En las fotos de esta serie de Nadima, que a diferencia de otras veces su autora no titula, puede verse quizás su visión del Mundial de Fútbol del año pasado celebrado en Moscú. Pero, en contra de lo que el propio mundial evoca —ese glamour en el que se conjugan el mundo de las estrellas futbolísticas con la emoción de los resultados en campos de fútbol enormes—, estas fotos nos llevan al concepto primigenio de fútbol: unos niños corriendo tras un gastado balón de cuero raído en un descampado. Ni siquiera son pares, tantos contra tantos, ni realmente importa. Lo que sí importa es el juego, el deporte, la despreocupación... y las risas. En un partido de fútbol al uso (y más en un Mundial) vemos rostros hoscos, concentrados y muchas veces irritados, cuando no iracundos, tanto en los jugadores, que se juegan sus buenos dividendos, como en los espectadores, que han hecho del fútbol una válvula de escape para sus tensiones cotidianas. En estas fotos de Nadima —tres niños jugando con un balón— el ambiente es exactamente el contrario: no hay espectadores que griten y se desahoguen, no hay más recompensa al final del partido que el tiempo transcurrido en feliz camaradería y ese abrazo final de todos con todos. Porque en definitiva el fútbol es un juego y en la niñez, una fábrica de risas. Aunque los niños que así juegan tengan ya la secreta ambición de emular a esos héroes de pies de barro que los medios de comunicación les presentan como los modernos gladiadores de un circo en el que, quieran o no, acaban siendo marionetas.

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Un bote abarrotado de refugiados sirios atraviesa el mar Egeo entre TurquĂ­a y Grecia, el 11 de agosto de 2015.

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In memoriam

Yannis Behrakis Cuando estábamos cerrando este número de Luz y Tinta nos llegó la triste noticia de la muerte de Yannis Behrakis, fotoperiodista griego de 58 años y editor jefe de Reuters. Entre los muchos reconocimientos de su carrera, destacan el World Press Photo (2000), el de Fotógrafo del Año del periódico británico The Guardian (2015) y un Premio Pulitzer (2016) por una fotografía de la crisis de refugiados sirios. Behrakis estudió fotografía en la Escuela de Artes y Tecnología de Atenas y recibió su licenciatura (con honores) en la Universidad de Middlesex. Trabajó como fotógrafo de estudio en Atenas entre 1985 y 1986. Un año después, en 1987, inició una relación de trabajo como contratista para Reuters y a finales de 1988 le ofrecieron un puesto de trabajo en la agencia con sede en Atenas. Su primera misión en el extranjero fue en Libia en enero de 1989. Desde entonces, documentó una serie de acontecimientos, incluyendo el funeral del ayatolá Jomeini en Irán, los cambios en Europa del Este y los Balcanes, las guerras en Croacia, Bosnia y Kosovo, Chechenia, Sierra Leona, Somalia, Afganistán, Líbano, la primera y segunda guerra del Golfo en Irak, la Primavera Árabe en Egipto, Libia y Túnez, la guerra civil en Ucrania, el bombardeo de la OTAN contra el ISIS en Kobane (Siria), la crisis financiera griega y la crisis de los refugiados en 2015.También cubrió el conflicto israelí-palestino durante muchos años, los terremotos en Cachemira, Turquía, Grecia e Irán y los principales acontecimientos noticiosos en todo el mundo, así como cuatro Juegos Olímpicos de Verano y otros eventos deportivos. Recordar algunas de sus fotos es el mejor homenaje que se le puede hacer. Descanse en paz. Fotos tomadas de El País, https://elpais.com/elpais/2019/03/03/album/1551609822_875402.html#foto_gal_20

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El propio Yannis Behrakis fotografiado durante una visita a NormandĂ­a (Francia), el 10 de octubre de 2016.

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La Antártida por

Daniel K arzhonov

Su curriculum en Luz y Tinta núm. 86

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Fotos seleccionadas durante el mes de febrero de 2019

Se muestran en esta secciรณn todas las fotos semanalmente destacadas en Moldeando la luz durante los meses de referencia.

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Atrapada, por Mirta Steinberg

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Cascadas en Bosnia y Herzegovina, por Loco M atara

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Castro L a Puente, por Jesús A lvarez Rodríguez

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Catedral de Colina, por Isadora

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Cold, por A leksey

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DETALLES... ENCAJONADAS SARDINAS FRESCAS por Joan A nglas F.

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DQD, por Duong Dinh

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El fular, por M argarita K

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Elephants, por Saravut Whan

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I ve seen an ‌, por Irina

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M aternity, por O xana

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Ondulaciones, por Daniel

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Photographer, por Nadima (Shibina Nadegda)

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Portrait of beautiful and young woman, por George

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Querido M achu, por Juanjo Gallardo II

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Shadows for three, por M ario Gustavo Fiorucci

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Still life, por Tатьяна

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The girlfriend of the wolves, por M argarita K

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MIEDOS

La fotografía siempre ha tenido la capacidad de conmocionar, de jugar con los miedos del público, tanto si la fuente de ese miedo es real o imaginaria. Hoy en día, en la era e Photoshop, lo que aparece en nuestras pesadillas es mucho más fácil de reproducir e imprimir. La manipulación digital puede conjurar monstruos de las profundidades o arrancar la carne a un cuerpo humano. Mientras algunos artistas emplean la fotografía para sacar a relucir los miedos colectivos acerca de los regímenes represivos o las catástrofes medioambientales, otros están más interesados en la basura, perturbando con el uso del sexo y la violencia.

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Marc da Cunha Lopes La serie “Vertebrada” del fotógrafo parisino Marc Da Cunha Lopes es muy melancólica. A pesar de lo incongruentes que resultan sus esqueletos de animales en el mundo urbano, las fotografías exudan una sensación muy humana de angustia y falta de esperanza. Esta serie hace uso de las técnicas de manipulación digital para implantar los esqueletos de canguros o simios en los tristes alrededores de edificios contemporáneos. Por lo visto, la inspiración de Marc fueron sus años estudiando biología. Algunos escenarios son domésticos como por ejemplo una habitación poco amueblada; otros son instituciones como un colegio o un hospital. Los solitarios esqueletos que aparecen en cada una de las escenas se han agrandado utilizando Photoshop. Parece que están esperando, aunque no sabemos a qué o a quién. Al mostrar a estas criaturas de la pérdida y la soledad.

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FotografĂ­as que despertaron conciencias

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Mitin del partido Nazi 8-14 de septiembre de 1936- Tercer Reich, Alemania Poder, orden, grandeza. La mística de la madre patria. Estos eran los principios comunicados a la gente y al mundo durante los mítines militares celebrados durante el Reichsparteitag des Deutschen Volkes, el “día nacional” anual del partido Nazi. El desfile, realizado por primera vez en Núremberg en 1933, tuvo una duración de ocho días y cubrió un área enorme (siete kilómetros cuadrados) El escenario fue construido por el arquitecto Albert Speer. La ciudad desempeñó un papel fundamental en la construcción de la identidad nacional a través de su pasado imperial, y los nazis le concedieron un fuerte valor simbólico. No fue accidental que en Núremberg, en 1935, los nazis promulgaran primero leyes raciales. Y en este mismo lugar al finalizar la guerra, los aliados llevaran a los tribunales a los criminales de guerra alemanes. Pero en 1936, el año en que se tomó esta fotografía, la Segunda Guerra Mundial todavía no había comenzado. Hitler enviaba señales contradictorias al mundo. En marzo remilitarizó el Rhineland, violando el Tratado de Versalles. En agosto, los Juegos Olímpicos de Berlín ofrecieron una imagen suavizada de Alemania. En septiembre, para los Reichsparteitage Hitler resume su belicosa actitud: el tema del evento es el “honor alemán”, un honor que el Fülhrer proclama que ha restaurado revelándose contra las imposiciones de la comunidad internacional. La fotografía expresa a la perfección el espíritu del evento. El espectador ve al ejército como una máquina de guerra asceta en la cual el soldado individual carece de rostro y solo es un operario disciplinado, como todos los demás. Las columnas de cascos de metal convergen hacia las tres grandes banderas con la esvástica, organizadas verticalmente y fijadas como estandartes . Ni siquiera el viento perturba la inhumana y geométrica perfección de la puesta en escena. Hay un libro muy interesante y recomendable de Wilhelm Reich, médico psiquiatra y psicoanalista inicialmente discípulo de Freud, que huyó de los nazis y se exilio en los Estados Unidos donde falleció en noviembre de 1957. Wilhelm Reich, decía en su libro Psicología de masas del fascismo, que estas puestas en escena hacían que el “fascismo fascinara a la gente”. Para que los horrores no vuelvan a ocurrir conviene recordarlos y estudiar a fondo sus génesis y su desarrollo. Por esa razón, es necesario en los momentos que nos está tocando vivir leer este interesante libro y darlo a conocer. Aquello fue el inicio de la gestación del huevo de la serpiente. Otras sierpes andan reptando en estos primeros años del siglo XXI.

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Todo lo que querĂ­as saber, pero temĂ­as preguntar...

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P :

¡Hola¡ Softboxes y rejillas ¿Por qué? ¿En que medida? ¿Con que propósito? Encuentro difícil comprender por qué usan un modificador de luz dura en una fuente de luz suave. Para mi, las rejillas sobre los Softboxes no tienen ningún sentido.

R

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Piénsalo de esta forma: las rejillas no son una fuente de luz. Modifican cualquier fuente de luz cuando las pones sobre ellas. Una rejilla sobre una fuente de luz dura es una fuente de luz dura. Pero lo controlas mejor con una rejilla. Del mismo modo una rejilla en una fuente de luz suave es una fuente de luz suave. Pero la controlas mejor con la rejilla. Pongamos que tienes un sujeto situado a diez metros del fondo. Quieres que el fondo sea más oscuro pero no puedes hacerlo porque la luz del softbox se desparrama en el fondo. Colocas una rejilla en la superficie del softbox y obtienes esa bonita luz suave que ahora no se extiende sobre el fondo. Las rejillas están ahí para dirigir la luz y controlar su extensión. Cuanto mayor sea la rejilla o menor el número de grados (que mide el tamaño de cada celda), más dirigida se vuelve la luz. Justo en el filo de la rejilla la luz mantiene, mantiene, más o menos, la misma calidad de luz que si no la usas. La luz comienza a disminuir en el centro de la rejilla y disminuye hacia el exterior. Pon una rejilla grande en una fuente de luz como un Octa y podrás obtener esa preciosa luz suave que disminuirá rápidamente. Puede ser fantástica. Como todas las cosas, no obstante, no es la mejor de las situaciones. Algunas veces necesitas que la luz se expanda en el fondo, por tanto deja tu rejilla guardada en la bolsa.

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Foto Guendy. Realizada con un Octa y panal de abeja.

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