Zemillero 50

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Abajo y a la Izquierda: Contra la Explotación, el Despojo, el Desprecio y la Represión

¡Delfines!

Goethe. El capitán defendió al polizón, alegando que su alemán era perfectamente entendible. Y, como donde manda capitán no gobierna Gabriela, Ete y Karl aprobaron, y Edwin, aunque sólo entendió la palabra “cumbia”, estuvo de acuerdo. Así que lo que les narro, es la versión del bicho traducida del alemán:

F

ueron momentos dramáticos. Acorralado, entre cabos sueltos y la borda, el bichito amenazaba con su lanza a la tripulación, mientras de reojo observaba al mar embravecido, donde un Kraken, de la especie “kraken escarabujos” –especialista en comer escarabajos–, acechaba. Entonces, se armó de valor el intrépido polizón, alzó sus múltiples brazos al cielo y su voz rugió, opacando el ruido de las olas al chocar contra el casco de La Montaña: Ich bin der Stahlkäfer, der Größte, der Beste! Beachtung! Hör auf meine Worte¡ (¡yo soy el escarabajo de acero, el más grande, el mejor. ¡Atención! ¡Escuchad mis palabras!) La tripulación se detuvo en seco. No porque un insecto esquizofrénico les retara con un mondadientes y una tapita de plástico. Tampoco porque 18

les hablara en alemán. Fue porque el escuchar su lengua materna, después de años de escuchar sólo el español tropical costeño, les transportó a su tierra como por un raro encantamiento. Gabriela diría después que el alemán del bichito estaba más cerca del alemán de un migrante iraní que del Fausto de

“El titubeo de mis atacantes me dio tiempo para rehacer mi estrategia defensiva, recomponer mi armadura (porque una cosa es morir en un combate desigual y otra muy distinta es hacerlo en fachas), y lanzar mi contraofensiva: un relato… Fue hace algunas lunas, en las montañas del Sureste Mexicano. Quienes ahí viven y luchan, habían lanzado un nuevo desafío para sí mismos. Pero en esos momentos, vivían en la zozobra y el desaliento porque carecían de un vehículo para su travesía. Así fue hasta que yo, el grande, el inefable, el etcétera, Don Durito de La Lacandona A.C. de C.V. de (i)R. (i)L. llegué a sus montañas (las siglas, como todos deben saber, significan “Andante Caballero de Cabalgadura Versátil de Irresponsabilidad Ilimitada”). Tan pronto se corrió la voz de mi arribo, multitud de mozas, infantes de todas las edades, e incluso ancianas, corrieron, raudas

y veloces, a aclamarme. Pero yo me mantuve firme y no sucumbí a la vanagloria. Me dirigí entonces a los aposentos de quien se encargaba de la malograda expedición. Por un momento me confundí: la impertinente nariz de quien hacía y rehacía las cuentas imposibles para sufragar los gastos de la expedición punitiva contra Europa, me hizo recordar a aquel capitán, que después sería conocido como el SupMarcos, al que orienté durante años y a quien eduqué con mi sabiduría. Pero no, aunque parecido, quien se dice llamar SupGaleano tiene todavía mucho que aprender de mí, el más grande de los andantes caballeros. En fin, que no tenían embarcación. Cuando puse a la disposición de esos seres mi navío, el susodicho Sup, con sarcasmo, me respondió: “pero ahí sólo cabe uno, y tiene que ser muy pequeño, y es… ¡una lata de sardinas!”, refiriéndose así a mi fragata, cuyo nombre, “Pon tus barbas a remojar” la nominaba a babor, a la altura de la proa. Hice caso omiso de tal impertinencia y, caminando por entre la multitud que anhelaba una mirada mía, una palabra al menos, me dirigí hacia la isla “No tiene nombre”, descubierta por quien esto narra en 1999. Ya en lo alto de su, ahora sí, cofia arbolada, esperé paciente a la madrugada. A la p. 19


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