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Conectando hilos
Sociología, nutrición y alimentación consciente
ELN. ROMINA GONZÁLEZ RODRÍGUEZ | Alumna de la Licenciatura en Nutrición, campus Mexicali
¿Te has preguntado alguna vez por qué nuestra manera de comer va de la mano con la sociedad que nos rodea? En este artículo, te invito a explorar cómo la sociología desenreda los complejos hilos que conectan la nutrición con una alimentación consciente.
Para empezar, situémonos en una base sólida. La sociología, según la Real Academia Española, se define como la ciencia que trata de la estructura y funcionamiento de las sociedades humanas. En otras palabras, nos sumerge en el análisis de cómo las personas interactúan, forman comunidades y cómo estas estructuras sociales influyen en sus comportamientos y decisiones, mientras que, por otro lado, la nutrición se ocupa de la relación entre la alimentación y la salud.
¿Qué conexión existe entre estos dos mundos aparentemente dispares? Aquí es donde surge un terreno de estudio verdaderamente interesante: la intersección entre la sociedad y nuestra alimentación. Este es el punto donde convergen tradiciones culturales milenarias, influencias mediáticas contemporáneas y una serie de factores sociales que moldean nuestra relación con la comida de manera profunda y compleja.
¡Acompáñame en este viaje para descubrir cómo cada bocado que damos está impregnado de la historia, la cultura y las dinámicas sociales que nos rodean!
Contexto sociocultural y la nutrición como elemento social
La comida trasciende su función biológica y se convierte en un fenómeno social que actúa como un espejo de nuestras costumbres, creencias y culturas. Nos ofrece un lente a través del cual podemos comprender cómo la estructura social, las normas culturales y las relaciones de poder influyen en nuestras elecciones alimenticias. Por ejemplo, nuestras preferencias culinarias pueden estar arraigadas en las tradiciones familiares transmitidas a lo largo de las generaciones, al igual que las presiones sociales y los estándares de belleza nos pueden dictar qué alimentos consideramos aceptables o deseables.
Cada bocado que tomamos no es sólo una acción aislada; es una parte integral de nuestra cotidianidad, una experiencia que se conecta directamente con las complejidades de nuestras rutinas diarias.
Nuestros hábitos alimenticios no se restringen únicamente al ámbito de la nutrición; están estrechamente relacionados con nuestras interacciones sociales, creando una red de significado en la mesa familiar, en eventos sociales y en la rutina diaria del trabajo. La sociología nos invita a reflexionar sobre cómo estas experiencias cotidianas están moldeadas por las normas y expectativas sociales, influenciando no solo lo que comemos, sino también cómo nos relacionamos con la comida y con quienes compartimos la mesa.
Las preferencias alimentarias transmitidas de generación en generación son un producto directo de las normas culturales. Lo que comemos no sólo es una cuestión de gusto personal, sino que está moldeado por las prácticas establecidas en nuestras comunidades y familias. Desde rituales festivos hasta platos cotidianos, cada elección culinaria está impregnada de significado cultural y social.
En diferentes períodos históricos, las dietas han evolucionado en respuesta a cambios en la disponibilidad de alimentos, avances tecnológicos y transformaciones en las estructuras sociales. Durante épocas de escasez, las comunidades han desarrollado estrategias de alimentación adaptativas para sobrevivir, mientras que, en tiempos de abundancia, pueden surgir tendencias hacia una mayor diversidad de alimentos y consumo de productos exóticos.
La geografía y el entorno natural también ejercen una poderosa influencia en las preferencias alimentarias regionales. Este fenómeno se evidencia claramente en la diferencia de dietas entre las comunidades costeras y las poblaciones en áreas agrícolas.
Por un lado, las comunidades costeras, gracias a su proximidad al mar, tienden a basar su alimentación en productos marítimos. El pescado y otros mariscos se convierten en pilares fundamentales de su dieta debido a su fácil acceso y abundancia en esta región. Además, la frescura de los productos marinos es una característica distintiva que influye en la elección de alimentos y en las tradiciones culinarias locales. Platos como la paella en España, el sushi en Japón o el ceviche en América Latina son ejemplos de cómo la cocina costera refleja la riqueza de los recursos marinos disponibles.
Del lado contrario tenemos a las poblaciones en áreas agrícolas que tienden a centrar su alimentación en productos cultivados localmente. La disponibilidad de tierras fértiles y condiciones climáticas favorables facilita el cultivo de una variedad de alimentos, desde cereales y frutas hasta verduras y legumbres. Estos ingredientes frescos y de temporada forman la base de la cocina regional, dando lugar a platos tradicionales que resaltan la diversidad y la abundancia de la agricultura local. Por ejemplo, la dieta mediterránea se caracteriza por el consumo de aceite de oliva, frutas, verduras, legumbres y cereales, todos ellos productos típicos de las zonas agrícolas de la región.
En el contexto sociocultural, nuestra alimentación puede cambiar significativamente dependiendo del tiempo, espacio o contexto en el que nos encontremos. Estas prácticas alimenticias están moldeadas por una compleja interacción de factores culturales, sociales, económicos y políticos.
Influencia de las redes sociales en los hábitos alimenticios contemporáneos
Imaginemos un viaje a través del tiempo, donde cada época nos revela sus secretos gastronómicos más fascinantes. Desde los nacimientos de las civilizaciones hasta la era moderna, las dietas han sido testigos de una evolución constante, adaptándose y transformándose en respuesta a los cambios en la disponibilidad de alimentos, los avances tecnológicos y las dinámicas sociales que moldean nuestra existencia.
En la antigüedad, nuestros ancestros se deleitaban con los frutos de la naturaleza, cazaban y recolectaban para satisfacer sus necesidades básicas. Con el paso del tiempo, las civilizaciones florecieron y con ellas surgieron nuevas técnicas agrícolas y culinarias, dando lugar a banquetes dignos de reyes y reinas.
El auge de la revolución industrial trajo consigo una nueva era en la alimentación, donde la producción en masa y la globalización nos introdujeron a sabores exóticos de todos los rincones del mundo.
Las familias se reunían alrededor de la mesa para disfrutar de alimentos antes inimaginables, mientras que las clases sociales se reflejaban en los platos que adornaban sus mesas.
En la era moderna, la publicidad actúa como un poderoso agente que influye en nuestras elecciones dietéticas. Las estrategias de marketing no sólo nos presentan productos, sino que también moldean nuestras percepciones de lo que es deseable y aceptable. La conexión entre publicidad y alimentación es más que una simple promoción de productos; es una influencia sutil pero profunda que contribuye a la construcción de nuestros hábitos alimenticios.
Plataformas como Instagram, TikTok y Pinterest no sólo comparten recetas y consejos nutricionales, sino que también crean tendencias culinarias y establecen estándares estéticos que afectan la manera en que percibimos y elegimos nuestros alimentos.
La viralización de imágenes y videos de platos elaborados, dietas específicas o estilos de vida alimentarios pueden impactar profundamente en la forma en que nos relacionamos con la comida. La búsqueda de la aprobación social y el deseo de pertenecer a una comunidad virtual pueden motivarnos a adoptar ciertos hábitos alimenticios, incluso si no se alinean completamente con nuestras necesidades individuales o valores personales.
Asimismo, las celebridades y «influencers» en redes sociales pueden tener un papel destacado en la promoción de determinadas marcas o productos alimenticios, creando asociaciones emocionales y aspiracionales que influyen en nuestras decisiones de compra y consumo.
Brecha alimentaria
El acceso a recursos económicos se vuelve un pilar fundamental que moldea el panorama alimentario de una sociedad. Los contrastes socioeconómicos generan una brecha enorme entre calidad y diversidad de los alimentos disponibles para distintos estratos sociales. En los hogares con ingresos más bajos, los individuos enfrentan limitaciones financieras que restringen su capacidad para adquirir alimentos frescos, nutritivos
y variados. En cambio, aquellos con mayores recursos económicos tienen la posibilidad de acceder a una gama más amplia de opciones alimentarias, incluyendo productos orgánicos, alimentos frescos y gourmet.
Esta disparidad en el acceso a alimentos de calidad no sólo afecta la salud nutricional de las personas, sino que también contribuye a la perpetuación de desigualdades en la salud y el bienestar en general. Las comunidades con bajos ingresos tienden a depender más de opciones alimentarias económicas y convenientes, como alimentos ultra procesados y comidas rápidas, que suelen ser altos en grasas saturadas, azúcares añadidos y sodio, lo que aumenta el riesgo de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares.
Además, estas diferencias pueden llegar a tener ramificaciones más amplias en términos de desarrollo cognitivo y rendimiento académico, especialmente en niños y jóvenes en edad escolar. La nutrición deficiente puede afectar negativamente la capacidad de concentración, el aprendizaje y el comportamiento, lo que perpetúa un ciclo de desventaja socioeconómica y desigualdad de oportunidades.
Por lo tanto, abordar las inequidades en el acceso a una alimentación adecuada y equilibrada es crucial para promover la salud y el bienestar de todas las personas, independientemente de su posición socioeconómica. Esto requiere acciones tanto a nivel individual como a nivel político y comunitario, incluyendo políticas que fomenten la disponibilidad y accesibilidad de alimentos saludables, programas de educación nutricional y estrategias para abordar las raíces de la pobreza y la desigualdad.
Alimentación consciente como respuesta
La alimentación consciente emerge como una poderosa respuesta a la desconexión cada vez más evidente entre el acto de comer y sus profundos orígenes socioculturales. Es saber lo que comes, cuándo, cuánto, cómo, con qué actitud, con quién, y con qué lo comes, así de simple. Practicar la atención plena en la alimentación implica mucho más que simplemente saborear los alimentos; implica reconocer y apreciar la procedencia de los ingredientes, entender el impacto ambiental y social de nuestras elecciones alimenticias y estar conscientes de las complejidades emocionales que rodean la comida.
Al adoptar este enfoque, nos embarcamos en un viaje de autodescubrimiento y reflexión sobre nuestra relación con la comida y el entorno que la rodea. Nos lleva a cuestionar y desafiar las dinámicas socioculturales que influyen en nuestras elecciones alimenticias, desde las presiones comerciales hasta las normas culturales establecidas.
La alimentación consciente no sólo busca mejorar nuestra salud física y emocional, sino también fomentar un cambio más amplio en la forma en que nos relacionamos con la comida a nivel individual y colectivo. Al reconectar con nuestras raíces alimentarias y ser más conscientes de las implicaciones de nuestras elecciones, podemos contribuir a la creación de un sistema alimentario más sostenible, equitativo y saludable para todos.
Adaptar este estilo de vida podría ser la respuesta a los retos socioculturales para mantener una buena salud debido a su enfoque holístico y su relación equilibrada y consciente con la comida lo que promueve el bienestar físico, emocional y social.
Conclusión
La comida es más que solo nutrición; es un reflejo de nuestras sociedades y culturas. Desde tiempos antiguos hasta hoy, lo que comemos y cómo lo comemos ha estado influenciado por una serie de factores sociales, económicos y culturales. La sociología nos ha enseñado a entender cómo estas influencias moldean nuestras elecciones alimenticias y cómo estas elecciones, a su vez, pueden reforzar las estructuras sociales existentes.
La alimentación consciente surge como una respuesta a estos desafíos. Nos hace conscientes de lo que comemos, de dónde viene nuestra comida y de cómo nos hace sentir. Al adoptar este enfoque, no sólo mejoramos nuestra salud, sino que también contribuimos a crear un sistema alimentario más justo y sostenible.
En resumen, la alimentación consciente nos anima a pensar más profundamente sobre nuestra relación con la comida y cómo esta relación impacta en nosotros y en el mundo que nos rodea. Al ser más conscientes de lo que comemos y por qué lo comemos, podemos trabajar juntos para construir un futuro más saludable y equitativo para todos.
Referencias: Fleta, Y., & Giménez, J. (2020). Alimentación consciente: reduce tu ansiedad y mejora tu dieta. Grijalbo. Franco Patiño, S. M. (2010). Aportes de la sociología al estudio de la alimentación familiar. Luna Azul, (31), 139-155.