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La industria alimentaria y su impacto en el control social

Promover la conciencia pública, así como fomentar prácticas alimentarias más sostenibles son pasos cruciales hacia un futuro donde la industria alimentaria contribuya positivamente a la salud y el bienestar de la sociedad

  • PROFESOR JOSÉ SAUCEDA | Docente de Universidad Xochicalco, campus Ensenada

La industria alimentaria ha experimentado una serie de transformaciones significativas en las últimas décadas, marcadas por innovaciones tecnológicas, estrategias empresariales innovadoras, así como una creciente supuesta conciencia sobre la importancia de la salud. Sin embargo, este panorama no está exento de desafíos, los cuales no estamos tomando en cuenta por estar ocupados o invirtiendo el tiempo sobrante en el celular, las redes sociales, o frente a la caja amansadora llamada televisión.

En la era moderna, la industria alimentaria no sólo satisface nuestras necesidades básicas, sino que también desempeña un papel clave en la configuración de nuestras elecciones alimentarias, influenciando nuestra salud y contribuyendo al tejido social. Sin embargo, detrás de los brillantes envases y las atractivas campañas publicitarias, se esconde un complejo entramado que merece un examen crítico.

La seducción de lo no saludable

La publicidad de alimentos, diseñada para atraer nuestra atención desde la más tierna infancia, a menudo nos sumerge en un mundo de productos procesados altos en calorías. Personajes animados y juguetes empaquetados con productos no hacen más que cimentar conexiones emocionales, influyendo en las preferencias alimentarias de los más jóvenes. Este enfoque astuto favorece a menudo alimentos carentes de valor nutricional, contribuyendo a una sociedad cada vez más afectada por problemas de salud relacionados con la dieta.

La infancia funge como un campo de “batalla” publicitaria, ya que los anuncios dirigidos a niños son cuidadosamente elaborados para generar un impacto duradero; aunado a ello la inclusión de juguetes, así como premios dentro del empaque de productos alimentarios, no es sólo una táctica de marketing, sino una estrategia maestra para consolidar la asociación positiva entre la marca y la felicidad. Los niños, al recibir juguetes junto con sus alimentos favoritos, crean vínculos emocionales que van más allá del simple acto de comer. Esta conexión emocional entre la marca y la gratificación lúdica refuerza la preferencia por ciertos productos desde una edad temprana.

Estas estrategias astutas no sólo buscan vender productos en el corto plazo, sino también influir en las preferencias alimentarias a largo plazo. Los gustos y las elecciones formadas durante la infancia a menudo persisten en la adultez. Así, la predilección por alimentos procesados, ricos en calorías además de que son pobres en nutrientes, se arraiga desde la niñez, contribuyendo a una sociedad que favorece productos que no son beneficiosos para la salud.

La consecuencia directa de esta seducción publicitaria es la promoción asociada al consumo desproporcionado de alimentos carentes de valor nutricional. Los productos que se benefician de estas tácticas a menudo son ricos en grasas saturadas, azúcares añadidos y sodio, contribuyendo significativamente a la creciente epidemia de enfermedades o síndromes metabólicos relacionadas con la dieta.

El impacto a largo plazo de estas tácticas de seducción, se manifiesta en problemas de salud generalizados, desde la obesidad hasta la diabetes tipo 2. La sociedad, cada vez más afectada por enfermedades relacionadas con la dieta, se encuentra atrapada en un círculo vicioso donde las elecciones alimentarias influenciadas desde la infancia contribuyen a la perpetuación de problemas de salud a lo largo de la vida.

En última instancia, la seducción de lo no saludable en la publicidad de alimentos no sólo es un fenómeno mercadotécnico; es un factor determinante en la salud pública. Exige una reflexión crítica sobre cómo abordamos la publicidad dirigida a los más jóvenes y la necesidad de proteger a las generaciones futuras de las tácticas que comprometen su bienestar por el bien de las ganancias comerciales. El cambio hacia elecciones alimentarias más saludables comienza desentrañando la maraña publicitaria que envuelve nuestros hábitos alimentarios desde la más tierna infancia.

Brechas socioeconómicas y desiertos alimentarios

En un mundo donde la abundancia coexiste con la escasez, donde muchos tienen poco y pocos tienen mucho, las disparidades socioeconómicas determinan el acceso a alimentos frescos y saludables. Los llamados «desiertos alimentarios» son testigos de la falta de supermercados y opciones nutritivas en comunidades de bajos ingresos (Fernández, Kois, y Nerea Morán, 2022) esta limitación de acceso perpetúa patrones alimentarios poco saludables, generando una brecha nutricional que refleja desigualdades sociales profundas.

Los residentes de estas zonas enfrentan obstáculos significativos para acceder a alimentos nutritivos, lo que les deja a menudo dependientes de opciones más asequibles, pero menos saludables. Esta brecha nutricional refleja no sólo la falta de recursos económicos, sino también desigualdades sociales que persisten y se transmiten de generación en generación. Abordar estos desiertos alimentarios no es sólo una cuestión de acceso a alimentos; es un llamado a la acción para abordar las raíces sistémicas de la desigualdad con la intención de trabajar hacia un sistema alimentario más equitativo, pero también accesible para todos.

Regulación y políticas alimentarias: ¿intereses económicos o salud pública?

Ante el escenario anterior expuesto, es menester cuestionarse sobre lo que se hace desde las políticas públicas por cada país o bien desde las organizaciones mundiales encargadas de la salud y bienestar de los seres humanos, porque se supone que la regulación gubernamental mediante las políticas alimentarias son la línea de defensa contra prácticas perjudiciales de la industria.

Sin embargo, la influencia indebida de la industria alimentaria a menudo da como resultado regulaciones laxas que favorecen las ganancias económicas sobre la salud pública. Es crucial abordar este conflicto de intereses para garantizar políticas que realmente protejan la salud y el bienestar de la sociedad.

La globalización ha llevado consigo la difusión de dietas occidentales, ricas en alimentos ultra procesados, bebidas endulzantes, productos altos en calorías bacías. Esta uniformidad dietética según Ayuso Peraza y Castillo León (2017) amenaza la diversidad cultural y la salud, al desplazar prácticas alimentarias tradicionales en favor de alimentos industrializados llamados también comida rápida. La disponibilidad generalizada de productos procesados crea una dependencia global que socava las riquezas inherentes a las distintas culturas alimentarias generando un impacto negativo.

En conclusión, la relación entre la industria alimentaria y el control social es compleja por lo que merece un examen crítico. Abogar por cambios significativos en la regulación, promover la conciencia pública, así como fomentar prácticas alimentarias más sostenibles son pasos cruciales hacia un futuro donde la industria alimentaria contribuya positivamente a la salud y el bienestar de la sociedad. En nuestra búsqueda de alimentarnos, no debemos olvidar el poder que tenemos para cambiar no sólo lo que consumimos, sino también el mundo que queremos construir.

  • Referencias Ayuso Peraza, G., y Castillo León, M. T. (2017). Globalización y nostalgia. Cambios en la alimentación de familias yucatecas. Obtenido de https://www.scielo. org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0188-45572017000200004 Fernández, J. L., Kois, y Nerea Morán. (2022). Ciudades hambrientas. Cómo el alimento moldea nuestras vidas. Obtenido de https://ebin.pub/ciudades-hambrientas-como-elalimento-moldea-nuestras-vidas-9788412232455-841213544x-9788412135442.html

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