Año: 14 Número 351
L
o miro y no lo creo. Tengo en mis manos el poemario Poemas de mi Alma. El libro contiene veinticinco poemas de mi autoría y fue impreso en mi natal Guatemala. Para ser más exactos, en un pueblo lejano cercano a Honduras, llamado Jocotán. Debo agradecer a don Rigoberto López Folgar, secretario municipal de mi querido San Luis Jilotepeque por haberle propuesto al señor alcalde, don Benjamín Sanchinel y al Consejo Municipal la publicación de mi obra poética. Halagado por tan bondadoso apoyo, solo me queda cerrar los ojos y agradecerle también a Dios. También miro al pasado y me veo de nueve años. El ambiente es verde intenso, verde sin fin y el campamento bananero se llama la Media Luna. Estoy asediado por un ejército de matas de banano y a lo lejos retumba el mar atlántico. También aúlla el tigre, chillan los monos y las lechuzas celebran con carcajadas su nocturno festín. En medio de esta vorágine de color, sonidos y verde interminable, con lápiz y papel en mano escribo mi primera carta de amor. Este primer arranque romántico marca, según
yo, el inicio de mi pasión por las palabras. A esa corta edad, he de admitir también, me desposé con la poesía y desde entonces le he sido fiel. De hecho, vivo para pensar en ella. La trato con cariño y hago todo cuando esta de mi parte para merecer sus favores y bendición. La hora en mi región oriental es la una de la tarde, el sol de marzo está armado de mil flechas de fuego y ataca a sus habitantes sin piedad. Estamos en camino a Jocotán, Chiquimula. Ya hemos pasado por el poblado de Ipala. Atrás ha quedado el volcán con una laguna en su cráter. Seguiremos por una altísima cadena montañosa sobre una muy serpenteada e inclinada carretera. Don Rigo, con sus manos puestas en el volante maneja y conversa conmigo. No obstante, lo ameno de la conversación, el calor ha empezado a tener efecto en mi cerebro y mi cuello se ha empezado a tronchar. Aún mi mejor esfuerzo resulta inútil para mantener mis ojos abiertos, la frente firme y mi cerebro en control. En esas estoy cuando a la distancia el tráfico se ha empezado a detener. El piloto ha perdido el control de un largo
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vehículo furgón, ahora da volteretas y al fin queda como un gusano retorcido bloqueando la angosta carretera. Por lo visto, estamos en peligro de incumplir nuestra misión. El instinto nos lleva a buscar otro camino, y continuamos por una vía de herradura pavoneada con hoyos y piedras filosas. Una hora después arribamos a la región de la ancestral etnia maya-chorti. Las mujeres lucen vistosos y coloridos atuendos y el cuadro se me antoja una aldea de Vietnam, Laos o del altiplano de Bolivia o del Perú. El regreso a San Luis fue igual de tormentoso, pero al fin arribamos seguros y con un preciado cargamento de poemarios en nuestras manos. Al evento del lanzamiento del poemario asistió un ramillete de declamadores, poetas y personas amantes de la poesía. El lugar era la biblioteca municipal y el piso estaba alfombrado con pino y pétalos de rosas. Samuel López, columnista del Heraldo Hispano, tomó la palabra y dijo: “Para su información, hoy 21 de Marzo es el día mundial de la poesía…” El anuncio nos tomó por sorpresa. Estábamos, sin saberlo, celebrando
01 de Abril 2015
con todo el mundo la publicación de mi poemario. Y así pasamos el resto de la velada, entre versos y rimas, entre aplausos y repiques alegres en el campanario del corazón. Y desde aquellos días pintados de verde tropical en las costas atlánticas de la tierra del Quetzal, hasta estos años dichosos viviendo en estas amigables planicies de Iowa, ha pasado mucha agua bajo el puente. En el ajetreo de ir y venir, he cumplido mis sesenta maravillosos años de existencia, mis sienes se han pintado de gris y mi sed de plenitud no parece tener fin. Aún suspiro juventud y con una energía potente y renovada en el alma continúo en una permanente búsqueda de nuevas, suaves y bienaventuradas rimas, de celestes y sonrientes armonías y de clarísimos vislumbres de la eternidad. De allí, de esos encantados contornos he cortado cual flores celestes rimas. Y en este momento de suprema felicidad sostengo en mis manos cual un haz de trigo estos veinticinco poemas de amor. Por: Oscar Argueta