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Año: 13 Número 302
stos niños viven allá, en mi tierra natal, San Luis Jilotepeque. La foto fue tomada por su maestra Mary Urrutia. Véanles las caritas. Son el retrato mismo de la inocencia y de la sencillez. Observen como están vestidos. A las claras se les ve la carencia de lo esencial. Como ven, no exageraría si dijera: Por poco y llegan descalzos a estudiar. También agregaría. Aunque esas pequeñas almas pronto aprenderán a leer y a escribir, desde hace mucho han sabido como es vivir con escasez de salud, de pan y de amor. Antes de continuar, debo agradecer a la señorita Mary por no quedarse de brazos cruzados, por no cerrar los ojos, por querer hacer algo para aliviar un tanto la situación tan precaria de sus pequeños estudiantes. A mí no me pidió dos veces auxiliarla en esta misión. No era necesario. Respondí de inmediato: ¿Cómo puedo ayudar? La conversación era por medio del chat del Facebook. Y tiene una foto de esos niños, proseguí. Esta fue la respuesta. “¡Sí tengo! En este momentito se la mando.” Siguió un minuto de suspenso. Luego, con un simple click del mouse de la computadora abrí el documento. La foto mostraba a 27 pequeñitos con ropas y zapatos raídos. El cuadro no me causó sorpresa. En cada una de esas caritas me vi a mí mismo y vi a los niños pobres de nuestra América Latina y de todo el mundo. A esa edad, yo aún no iba a la escuela y mis pasos, por esta vida, parecía ir dándolos sobre un puente conformado por tablas podridas y sin clavar. Era hijo de un padre alcohólico y en vez de heredar felicidad, estaba a punto de heredar miseria y soledad. Al morir mi
descuidado progenitor, también heredé hambre, tristeza e inseguridad. Por eso, no fui lento en mi respuesta en poner mi hombro a lid, estirar y compartir mi corazón con esos bienaventurados chiquitos de allá, de San Luis. El chat continuó así: “Don Oscar, usted viene seguido a este pueblo y trae ropa para regalarle a la gente pobre, ¿no es así?” Sí, tengo cinco años de servir a mis paisanos de esa manera. “Pues, en su próximo viaje venga a visitarnos. Mis alumnos estarían felices de recibir de usted aunque sea un par de calcetines.” ¡Así fue! El pasado mes de marzo viajé a mi tierra. Al aula de la señorita Mary llegué un día martes,
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a eso de las 8 de la mañana. En mi corazón llevaba una preocupación. No llevaba ropa suficiente para repartirles una mudada a cada una de esas criaturas de Dios. Al terminar la visita les prometí regresar a fines de julio para llevarles más ropa, incluyendo zapatos y algún caramelo para saborear. Aquí estoy mi querido lector, comprometido a llevar ropita y zapatitos para la treintena de estudiantes de la escuelita donde imparte el pan del saber la señorita Mary. Esto me confió esta buena maestra: “Don Oscar, la mayoría de estos niños ya trabajan en el campo, al lado de sus padres. Por esta razón, algunas veces no vienen a estudiar. Algunos, como aquella niña ya presentan
03 de abril 2013
signos de desnutrición.” Yo me vuelvo a ver y lo confirmo. Otros, reciben abuso de sus padres alcohólicos. “En fin, don Oscar, hay muchas necesidades entre la gente de esta sección del pueblo.” Sí, mis queridos lectores, hay mucha necesidad entre nuestra gente y, para nuestra dicha, no se necesita ser millonario para dar un pedacito de nuestro corazón. Si el ver a estos niños de la portada le trae recuerdos de su infancia y le nace el deseo de ayudar, favor de llamar o escribir a la redacción del Heraldo Hispano, para unirse a nosotros en esta campaña de solidaridad con estos pequeñitos de San Luis. Por: Oscar Argueta