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Año: 12 Número 278 quí les presente a seis de los estudiantes galardonados con las becas de El Heraldo Hispano. Conocí a este grupo selecto y a sus padres en mi reciente visita a San Luis rey de Francia, en mi tierra chapina, Guatemala. Era jueves por la mañana y a esa hora quinientos y pico de estudiantes recibían clases en las aulas del instituto IMEB. Con el permiso de la directora, me acomodé tras el escritorio principal en la Dirección del Plantel y esperé con ansiedad la llegada de los alumnos abanderados. Con los ojos fijos hacia la entrada de la oficina mis pensamientos viajaron cuarenta años en el tiempo. Yo vivía en una plantación bananera, propiedad de la multimillonaria United Fruit Company, había terminado el sexto año de la primaria y tenía sueños del tamaño del sol. También era pobre y quinientos kilómetros a la redonda todos mis paisanos guatemaltecos padecían del mismo mal. Por eso desistí de mi descabellada idea de ir de casa en casa pidiendo ayuda para continuar estudiando. En el cartelito portado en mis manos pude haber escrito: Soy pobre, pero deseo ser maestro de escuela. ¡Ayúdenme por favor! Mis primeros seis años de educación primaria los había terminado saltando muros no muy elevados, pero ahora un muro con la altura de la muralla china me impedía avanzar a grados mayores. El dilema de mi familia era: Usar nuestros pocos centavitos para comprar un huevo para cenar esa noche o un lápiz para escribir en un cuaderno escolar. Ante tan extenuantes circunstancias, mitigar el hambre prevalecía por

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11 de Abril 2012

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sobre cualquier otra necesidad. Ese año aciago, privado de mi más carísimo sueño, solo pude hacer una cosa: llorar. Lloraba al despertar, antes de irme a dormir y lloraba mientras trabaja hombro a hombro con los trabajadores de la empresa bananera norteamericana. Al cortar ellos la fruta yo desataba de las matas tronchadas el cordel de plástico y lo preparaba para apuntalar las matas nuevas a punto de florear. Así pasaron uno, dos, tres y hasta doce meses viviendo en la noche oscura de la desesperación. A su tiempo y un cachito la oportunidad de hacer realidad el sueño de mi vida llegó y por esa bendición siempre estaré agradecido al

realizador de todos los deseos: ¡Dios! El rostro sonriente de los estudiantes de pie bajo el umbral de la puerta rompió el cristal de mis pensamientos y mi espíritu volvió a conectarse con mi cuerpo natural. Frente a mí estaba el grupo triunfador, acompañados de sus respectivos padres. Después del abrazo de rigor los invité a sentarse. La conversación fluyó, como fluye un río. Cada uno compartió sus sueños conmigo y yo les compartí los míos. Unos sueñan graduarse como arquitectos, otros, doctores, y no faltó quien sienta pasión por avanzar en el mundo de las computadoras. A mí me escucharon darles todo un

reporte sobre el Heraldo Hispano y el éxito alcanzado en estos doce años de publicación. Les conté con lujo de detalles sobre su salud y crecimiento, debido en gran parte, al fiel patrocinio de una creciente y entusiasta clientela. También les aclaré: Yo soy solo un empleado del Heraldo. El verdadero dueño es el Padre Celestial. En la reunión con los estudiantes del instituto IMEB sentí el corazón lleno de la más pura felicidad. Usted querido lector está también invitado a sentir lo mismo. Si desea unirse a este gran proyecto comuníquese al 319-385- 3431. Gracias. Por: Oscar Argueta


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