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Año: 14 Número 331
aría Ochoa llevaba años deseando salir de su rancho, allá en San José, Durango. No le encontraba mucho sentido a vivir la vida solo para hacer tortillas, lavar y planchar. Tenía 19 años y deseaba ver más allá de los sembríos de maíz y frijol. Por eso aprovechó la visita de su prima, Señorina Núñez, para abandonar para siempre aquella vida sin aparente futuro. “Los hombres nacieron para salir a trabajar y las mujeres para quedarse en la casa”, acostumbraba a decir su papá, don Gaspar Núñez. Ante tal severa costumbre, propia de aquellos tiempos, a María solo le quedó caer de rodillas ante don Gaspar y suplicarle con lágrimas. -Papá, por favor, déjeme ir con mi prima a Piedras Negras, Chihuahua. Prometo irme solo un año y volver. La breve respuesta a la larga e intensa suplica, se escuchó así. -Está bien, pero recuerda, solo tienes permiso para irte un año. No más. Una vez abordado el camión y lista para viajar durante 14 horas, la joven duranguense cerró los ojos y se prometió a sí misma jamás regresar a ese lugar. A los dos años de vivir en aquella ciudad fronteriza, conoció y se unió a Rodolfo Ochoa. Don Gaspar mandó a Juan el hijo mayor y a su esposa, doña Socorro, con esta misión: -Vayan a ver cómo están las cosas; y no regresen hasta ver a mi hija y a su marido casados. Un año después, don Gaspar y doña Socorro recibieron esta noticia. -Pa, ma ya son abuelos. Dios nos dio un varoncito y le pusimos Luis. Juan, su hermano, tenía dos nenas y por eso al escuchar el anuncio del nacimiento de un varón, exclamó: -¡Hermana, hiciste una raya en el agua! Un día, Luisito ya de 3
añitos, jugaba a escarbar la tierra para encontrar tesoros. -Mamá, un día cuando sea grande, voy a encontrar una veta de oro y con ese dinero le voy a comprar una casa grandota donde usted pueda vivir feliz. -¡Ah, mi Luis! -suspira María-, ya desde esa tierna edad aspiraba a cosas grandes, ya soñaba con una vida mejor. En 1985 emigramos a la ciudad de Eagle Pass, Texas. Luisito estaba por cumplir cuatro años y ya iba a la escuela. Por esos días, la familia Ochoa escuchó la noticia de una amnistía para los indocumentados en este país. -Ustedes no van a poder calificar para arreglar su residencia -escucharon de uno de sus parientes-. Más les conviene regresarse, pues después de esa amnistía nadie va a poder trabajar sin papeles. La maestra de Luisito quiso
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persuadirlos a dejar al niño al cuidado de ella. -Es un niño muy inteligente y con esa mente tan brillante va a llegar a ser un científico -les dijo. La propuesta de la buena maestra cayó en saco roto. Rodolfo, María y Luisito regresaron a Piedras Negras. -A los meses, mi hermana nos llamó desde California. -¡Vénganse aquí y les voy a ayudar a tener su residencia! Yo tengo una manera de cómo hacerlo -les explicó. La familia viajó a Ciudad Juárez. A los días cruzaron la frontera y cuando estaban haciendo la cola para abordar el avión a Santa María, California, los detuvo un agente de migración. Al segundo intento, contando con más suerte, lograron abordar el avión y arribaron sanos y salvos a este
11 de Junio 2014
gran país. -Aquí tengo unas copias de mis documentos, me los dio un patrón mío cuando trabajaba en el campo, allá en Washington, con esos papeles yo solicité mi residencia -les dijo, la buena hermana-. Vamos a alterarlos un poco, poniendo los nombres de ustedes en esos espacios en blanco y los vamos a enviar a Migración. Ya verán, todo va a salir bien. ¡Dicho y hecho! ¡Todo salió como si hubiera sido un milagro de Dios! -Sí, así fue. A las semanas nos dieron nuestra residencia -dice María-. Pero, mire la ironía de la vida. Mi hermana esperó cuatro años viviendo con permisos temporales hasta obtener la famosa Green Card...
PASA A LA PAG. 7 Por: Oscar Argueta