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15 Año: 14 Número 360

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ace quince años la idea de publicar el Heraldo Hispano encendió un fuego violento en mi corazón. Antes de ese brutal impulso yo ya había vivido cuarenta y cinco años; casi sin descanso, cada uno de esos mis dichosos días los había pasado admirando al “Caballero de la Triste Figura”, también conocido como don Quijote de la Mancha, benefactor de viudas y huérfanos, reparador de agravios y entuertos, doctor en bondad y restaurador de amores imposibles. Ese día, entre cantos de gallos y cielos pintados de tiernas y rosadas auroras, me gradué de la escuela de este ilustre, noble y muy osado paladín. El mismo, amable y solicito, me abrió la puerta de su utópico

mundo y me invitó a entrar y a establecerme en una casita de techo rojo, construida sobre un amplio y bien cultivado solar. En ese reino donde todo es posible nació El Heraldo Hispano. Yo tenía cuarenta y cinco años y recién había recibido del cielo a Micayla, la cume (menor), de la familia. A nuestra mesa nos sentábamos once personas: mi esposa, mis nueve hijos y yo. No teníamos televisión. En las horas libres, cuando el sol cerraba las puertas de su reino y nos dejaba a oscuras, encendíamos un fuego imaginario y en su derredor nos dedicábamos a aprender poesías; a cantar y a dramatizar cuentos de aquellos donde el bien siempre triunfaba sobre el mal. Mi hijo Alexander todavía usa los versos del poema “Los Motivos

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del Lobo” como santo y seña, cuando siente nostalgia por aquellos días cuando éramos vecinos del castillo, propiedad del “Caballero de la Mancha” y de la muy ilustrísima doña Dulcinea del Toboso. —El lobo tendió la pata al hermano Asís —me dice. —Y Francisco a su vez le alargó la mano — respondo yo. Ahora somos ciudadanos de otra tierra y, para nuestro desmayo, de aquel bucólico vecindario, solo nos queda una vieja y desgastada tarjeta, donde consta nuestra residencia en aquel quimérico país. Mi hijo Alex y yo, con pasos dudosos, pasamos bajo el umbral de un pórtico cibernético y un tanto a tientas y a ciegas, nos adentramos hacia el mundo de las computadoras. Sin experiencia

12 de Agosto de 2015

previa, pero poseídos de un espíritu insistente y determinado, recibimos en nuestros brazos al recién nacido Heraldo. Constaba de cuatro páginas pintadas de blanco y negro. En ese momento, al escucharlo pegar de gritos, despertamos a una desatinada realidad. Con las manos un tanto temblorosas y la frente mojada de ansiedad, no sabíamos cómo vestirlo o alimentarlo. Dominados por una correntada de emoción y atrevimiento, habíamos pasado por alto comprarle al recién nacido lo esencial.

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Por: Oscar Argueta


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