Año: 14 Número 354
T
odo agrada en Casa Azul. El ambiente es acogedor. Cada espacio inspira, alegra la mirada y enriquece el espíritu. Y si en la mesa está servido el emblemático platillo, Pollo Azul, la experiencia, además de deliciosa, se vuelve poética con un tono de azul. O sea, para mí, comer en Casa Azul, hoy en un abril florido del 2015, fue causa de alegría, tanto para mis ojos, como para mi alma. Así intentaría describir cómo se miraba el platillo frente a mis ojos: Azul el recipiente, naranja el arroz, rojo y verde el pico de gallo, amarillas la calabacitas; de oro los pimientos; rica la espinaca, los hongos, la cebolla; sabrosísima la salsa de queso; exquisita y olorosa la suavecita pieza de pollo, primero marinada y luego asada, sin prisa, sin arrebatar. ¡Ay! ¡Suspiro, entre verde y azul y todo el arco iris! Caza Azul es un paraíso de sabor
compuesto de cincuenta y más platillos del México enigmático, de la Frida Kahlo y Diego Rivera; y del muy santo y seña mexicano: sí señor. ¿Y amenizaría el amigable ambiente algún tipo de música? -podría quedar flotando en el aire la pregunta. ¡Sí, es la respuesta! Y la cadencia provenía, nada más y nada menos, de cuerdas españolas, famosas por sonar relajantes y de suavizar la cotidiana preocupación. Y bajo ese agradable influjo de color, música y buen sabor, tengo la fortuna de conocer a Abraham Tijerina, propietario y creador de la muy singular Casa Azul. En este momento, está sentado frente a mí, listo para viajar conmigo de memoria, en memoria, empezando en Veracruz, México hasta arribar a Coralville, Iowa, hoy 23 de abril. Abraham es alto, de suave dominio y de porte, hasta podría pasar por un actor de las películas mexicanas. De primas
24 Páginas
a primeras, me dice: “Mi sueño, desde mis años de chamaquito, fue entrar a la cabina de un avión, encender motores y volar. Viví en aquel momento y aún siento dentro de mí, el fuego de un día alzarme por las nubes y al sentirme en las alturas gritar de felicidad”. ¿Cómo está eso? -me sorprendo yo. He aquí el creador de Casa Azul, es también apasionado por volar, hasta sentir una fascinación por el alto azul. La amena charla continúa así: “Mi papá era médico y esperaba de mí, inclinarme por esa profesión. Lo intenté, pasé un semestre en la facultad de medicina y sentí de todo, menos pasión por ser un médico como mi papá. Quería ser un piloto aviador; y pensar en ser otra cosa, me restaba inspiración. Cuando tuve 18 años armé viaje y llegué a la ciudad de Bryan, Texas. Allí, ganaría mi propia fortuna y solo así conseguiría regresar a Veracruz
13 de Mayo 2015
y alcanzar mi sueño de volar. Claro, una cosa es decir ‘allá en los Estado Unidos se puede lograr todo y otra es lograrlo tan pronto como uno quisiera.’ Aquí, trabajé en el rancho de unos mis parientes y viviendo en una situación y ambiente muy diferente al de mi México querido.” A este punto, Abraham rememora el sentimiento en su corazón cuando miraba a los aviones despejar y aterrizar en el aeropuerto local. Allí, sentado observando el tránsito aéreo, yo también volaba en mi imaginación. Y así continúa Abraham. “Por eso, si uno no siente pasión por algo y sigue por un rumbo diferente llega a sentirse como si estuviera preso o arribando a donde uno no quiere arribar. Imagínese México tiene más de cien años de haber incursionado en el campo de la aviación.... Por: Oscar Argueta