15 May 2013

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Año: 13 Número 305

ue un gusto conocer a José y a Morena Ayala. Eran las cuatro de la tarde cuando nos sentamos a conversar en la amplia terraza del restaurante Casa Tequila en Riverside, IA. El momento era propicio para viajar en las alas del tiempo a Tecoluca, El Salvador. Allá, entre la abundancia de una familia numerosa y de extensas propiedades y cultivos, nació y creció este amable y sonriente chero salvadoreño. Por las raíces, tronco y ramas de su árbol genealógico sube la sangre de su abuelo turco y la herencia del ancestral pueblo maya pipil. El espíritu emprendedor lo heredó de esa fructífera semilla y aquí, en otra tierra, las raíces en vez de secarse, han resurgido y dado frutos en abundancia. Y Morena, la dueña de sus suspiros, dónde la conoció y cómo se ganó su corazón es la siguiente pregunta a contestar. El encuentro tuvo lugar cuando eran apenas unos adolescentes en Los Ángeles, California. Lo típico, Morena necesitaba una excusa para acercarse a José. Encontró una. Recurrió al mejor estudiante de matemáticas y le pidió ayuda para resolver unos ejercicios de raíz cuadrada y multiplicación. Así empezó La amistad entre Morena y José, entre números y miradas cargadas de ilusión. Sin embargo, los años pasaron y otros vientos soplaron y los protagonistas de esta historia volaron a otras ramas y vivieron en otros paisajes de diferente altura y color. Un día, una primavera florida los volvió a juntar. Era en un baile y tocaban música de las bandas Machos y Maguey. Para entonces, ya no eran niños y ya no necesitaban de permiso para entregarse el corazón. Morena invitó a José a ver la final futbolística entre México

y Estados Unidos. Era 1997 y se jugaba el campeonato de la Copa de Oro. El estadio estaba a reventar. Por todo el graderío iba y venía una fuerte oleada de emoción. Lo mismo se podría decir de las miradas de Morena y José. Brillaban como brilla el sol al amanecer. El triunfo mexicano lo logró un gol de Luis Hernández, el Matador. El triunfo del amor de esta pareja fanática del balompié siguió a ese afortunado y bien logrado gol. Terminado el partido, los novios siguieron la fiesta, pero junto al mar, por los alrededores del famoso muelle de Santa Mónica. La noche estaba estrellada y soplaba la brisa un agradable calor. Meses después del triunfo mexicano y del paseo junto al mar, José tomó un autobús

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Grayhound y viajó a Iowa City. El destino final era Columbus Junction. A estas tierras de agradecida tranquilidad lo seguiría Morena y aquí esperarían el nacimiento de su tres hijos: Edilnilson, Diego y Jazmín. De esa fecha han pasado quince años y estos alegres cheros salvadoreños han recogido durante ese tiempo una buena cosecha de altibajos y triunfos. Para José la vida es como una batalla sin cuartel donde lo importante es nunca claudicar. A este punto José, se toca la frente y dice: “Después de hacer cuentas, he trabajado en cuarenta y cinco empresas. Como ve, he sido de todo, menos haragán.” En esos andares y entre una y otra aventura José se encontró con Antonio Pacheco. Los dos

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tenían los mismos sueños y visión. La ambición de ese sueño incluía el deseo romper barreras, borrar dudas y crecer. De esa combinación de energías nacieron: Casa Tequila en Tiffin y Casa TEquila en Riverside. Al concluir esta historia solo nos queda decir: a esos anhelos solo le puede seguir el éxito y una inmensa satisfacción. Un dato curioso, Morena también es salvadoreña, pero eso José lo supo hasta el día del bautismo de su bebecita Jazmín. Habían andado juntos por casi un año y durante ese tiempo habían deseado vivir juntos por toda la vida, aún sin saber o preguntarse de dónde eran. ¡Eso sí es estar enamorado!, se me antoja a mi decir. Por: Oscar Argueta


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