15 Año: 15 Número 369
A
Lara’s Bakery llegué a la hora precisa, justo cuando don Javier estaba por hornear “bolillos” o pan francés. Era miércoles y me encontraba en Marshalltown haciendo lo usual: colocando El Nuevo Heraldo en los diferentes puntos de distribución. Aprovechando el momento, tomé papel y lápiz y me dispuse entrevistar a este alegre gremio de trabajadores del pan. Y entre una y otra pregunta, revivía en mi corazón la ilusión de ser premiado al terminar mi visita con un bolillo calientito, dorado y crujiente, con el poder de hacerme suspirar. Para dicha mía y de mi paladar, el momento llegó y con mordidas bien calculadas y audaces, el bolillo desapareció. Y claro, no me dejaron despedirme sin antes decir: “llévele pan a su familia”.
Este ritual empezó allá por el 2005 y se ha repetido cada dos semanas desde entonces. Desde esa fecha, la llama del espíritu amigable y emprendedor de la familia Lara, ha estado encendida y yo he tenido el privilegio de verla nacer, crecer y florecer. Aclaro, esa llama, ese espíritu denodado y luchador lleva décadas de existir. Y como el agua es clara, no tuvo su origen aquí en Iowa,vino de allá de Cuerámaro, Guanajuato. Y así como se porta una bandera, así la traía en sus manos trabajadoras don Javier. —Mire, yo me crucé por el cerro, —lo escucho decir—. O sea vine aquí a esta tierra norteña como hemos venido millones. Era el año de 1983 y tenía estas manos llenas de vigor y juventud. De esa fuerza y de Dios, me agarré para intentar cruzar sin papeles. Y vea, no me detuvieron una o dos veces; fue como al intento número veinte cuando al fin pasé. Claro, en esos días no lo ponían preso a uno, ni lo detenían por tiempo y eternidad.
24 Páginas
—Ah, entonces no fue así de fácil traer hasta aquí el arte de la panadería —agrego yo. —Desde allá venimos haciendo pan, fíjese. Yo me veo untado de harina desde como a las cuatro años de edad. En mis memorias de la infancia siempre hay harina, manteca azúcar y mucho sudor amasando y horneando pan. No, esto no es de ayer ni de una semana, lleva ya casi medio siglo de tradición familiar. Y hasta aquí, don Javier, doña Salustria, Galvino y Cony, van y vienen pesando harina, amasando y horneando pan. Y por eso esta conversación la estamos llevando a cabo de pie, así como si fuéramos árboles y el viento nos motivara a cuchichear, de la forma más amena posible. Durante estos primeros minutos he visto a Galvino pesar la azúcar y las cuatro libras exactas, las ha depositado en la batidora. Aún le falta por pesar la manteca, la harina y otros aditamentos, hasta lograr una masa esponjosa
16 de Diciembre de 2015
y de delicioso sabor celestial. Doña Salustria amasa una pasta rosada y luego va formando las famosas y riquísimas conchas. —Hacemos más de tres mil panes a diario —comenta don Javier— y lo llevamos a más de quince ciudades de esta región del medio oeste. —Eso —reflexiono yo—, es bastante pan y también bastante preocupación. Con razón trabajan con tanta agilidad y todos parecen ser ambidiestros. De otra manera cómo podrían cumplir o llevar a cabo el “milagro” de los panes. De seguro empiezan muy temprano a trabajar. —Así es, estamos aquí desde las cuatro de la mañana y nos vamos a la casa a eso de las siete de la noche. —Pues han de terminar muy cansados. Don Javier se toca la espalda y dice: —Así es.
PASA A LA PAGINA 21 Por: Oscar Argueta