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Año: 14 Número 320
n mi última visita a mi pueblo San Luis, me describí ante un grupo de amigos como a una persona irregular. Después de reírse de mi ocurrencia, procedí a explicar eso de describirme con tan extraña definición. Soy irregular, porque evito, hasta donde me sea posible, vivir en este mundo donde si me caigo me hago un chichón en la cabeza. Por eso, para no ser una persona regular o normal, hago mi mejor esfuerzo por vivir en el mundo de la imaginación, donde si me caigo, en vez de llorar, me da por reír. En ese planeta, sus habitantes viven y hablan un idioma más perfecto, más avanzado y, por eso, en su vocabulario no existe la palabra imposible, ni el vocablo fin. Allí, esos paisanos, tampoco creen en bordes ni en topes, mucho menos en fronteras y el concepto de la muerte le es desconocido. Allí se vive para siempre. Hoy, uno es semilla, mañana es flor. Hoy al ponerse el sol se oscurece todo; mañana al despertarnos nos vuelve alumbrar una muy bendita claridad. Debe ser muy caro vivir allí, me van a preguntar algún día. Esta será mi respuesta. Allí radica el secreto de ese lugar. En sus tiendas casi todo se compra, no con pesos, sino con deseos. El precio de un ítem lo determina la intensidad del deseo. Entre más intenso es el deseo más poder adquisitivo tiene uno en sus manos. Entre más intenso es el deseo de ser feliz, más posible será poseer una cuantiosa fortuna en el banco de la felicidad. Por lo anterior, trato, a como dé lugar de ser una persona irregular. O sea, hacer cosas irregulares para no aburrirme haciendo lo mismo todos los días, preocupándome de lo mismo y corriendo por donde corrí ayer. En vez de sentirme pequeño,
en vez de sentirme sin límites. En vez de sentirme sin dinero, sentirme lleno de fe. Y por dónde se entra para disfrutar de ese mundo, me pregunté hace algún tiempo. Poco a poco fui comprendiendo una manera curiosa de pasar por esas puertas. Primero, levanté la vista y leí una inscripción escrita con letras de oro sobre el gran umbral. Así decía: “Vivir para servir”. La llave para abrir era la mirada de la persona. Si en sus ojos no se reflejaba el deseo de servir, la puerta permanecía cerrada. En ese entonces tenía 17 años y pensaba un tanto al revés. Así iba mi filosofía. “El mundo debería existir solo para mí, la patria para brindarme seguridad y prosperidad; mi familia para darme todo, aún sin
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merecerlo”. En ese momento solo yo merecía ser feliz. Un día, decidí mirar más allá de mi egoísmo y de mi vanidad. Para mi sorpresa el mundo estaba lleno de oportunidades para servir. Y desde entonces sirviendo a otros, me fui olvidando de mí mismo y como consecuencia lógica, el monstruo de mis angustias, pesares y sinsabores, a falta de atención, se fue haciendo más pequeño e insignificante. Por eso, cuando el muy sagaz engendro del egoísmo intenta de nuevo crecer descomunal, me levanto y salgo presuroso a servir y convivir con quienes tienen menos o se han quedado en el camino faltos de ilusión o con una espina clavada en el corazón. Además de ser irregular en
18 de Diciembre 2013
mi manera de pensar y vivir, mi corazón tiene puestas sus esperanzas en el Protagonista de esta gran celebración llamada Navidad. Así dijo un día este bienaventurado personaje: “Mi reino no es de este mundo. Por lo tanto, no os hagáis tesoros aquí en la tierra donde la polilla y el orín lo corrompen todo”. Por eso quiero seguir siendo irregular y quedarme viendo hacia donde el gran Moisés miró. En vez de quedarse viendo hacia abajo donde imperaba el lujo de la corte egipcia prefirió ver con sus ojos puros hacia arriba y, por ver con el ojo de la fe, tuvo la dicha de ver al Invisible. Hacia allá quiero ver yo también en esta navidad. Por: Oscar Argueta