19 mar 2014 todo

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Año: 14 Número 325

na mañana de marzo de 1980, José Durán salió de su casa a esperar el bus para ir a estudiar. El trecho a viajar era de su pueblo San Juan Nonualco a la ciudad vecina de Zacatecoluca. Vestía el uniforme de su colegio: pantalón verde, camisa blanca y corbata azul. Cursaba el segundo año de bachillerato. A los dos minutos de estar esperando el autobús surgió de una esquina un convoy de soldados. En segundos estaba rodeado de uniformados y antes de parpadear ya lo habían empujado y subido a un camion. Había sido reclutado contra su voluntad para servir a su patria, El Salvador. Eran los años cuando el pulgarcito de América convulsionaba carente de paz y su pan de cada día olía a muerte y a terror. Veinticinco meses después el capitán Turcios intentó persuadirlo a hacer carrera en la fuerza área de su país. José sentía su corazón palpitar hacia un rumbo diferente y declinó la propuesta. Entonces como pago a su buen desempeño en la fuerza aérea, el oficial Turcios le extendió una recomendación para obtener una visa americana. Con ese documento en su mano, estaba listo para viajar a Los Ángeles, California. Entre uno y otro pensamiento de continuar con su vida en otro país, un día acompañó a su hermano Adrián a dar un paseo por el pueblo. La intención era presentarle a una zipota muy bonita, de un barrio vecino. “Aquella es la zipota”, le dijo su hermano. Esa primera vez solo hubo un guiño de ojos. A los días, José le escribió una carta de amor. Sebastián, sirviente de la casa, aceptó llevar el mensaje solo si recibía como pago un Colón. Quería ese dinero para comprarse un puro. Sebastián fracaso en esa primera misión a propósito. “No pude entregársela”, fue la excusa. Al día siguiente recibió como pago otro Colón, pero tampoco entregó el mensaje. Al fin, al tercer día, entregó la carta de amor. María consideró cobardía ser

enamorada por carta. Entonces, José procedió; dio la cara y le pidió a María su corazón. “Está bien”, respondió. “Eso sí, dese prisa y pida permiso para visitarme aquí, en la casa”. José hizo como se le pidió y a partir de entonces no se perdió un solo día sin visitar a María, siempre al atardecer. Tres meses después, el enamorado viajó a los Estados Unidos. A su zipota linda le prometió: volveré pronto y nos casaremos como Dios manda. La promesa se cumplió dos años después, el 29 de Enero de 1984. La boda fue inolvidable, con música muy alegre, con baile y con muchas pupusas de chicharrón. La intención de José era regresar a este país, pero acompañado de María. El destino era San Isidro, California. Allí les nacieron tres hijos: Nataly Eugenia. José Mauricio

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y Cecilia Isabel. En aquella ciudad hubieran vivido siempre, pero en 1991 aumentó en graves proporciones la tensión racial. Eran los días del caso famoso de Rodney King, a quien la Policía había vapuleado a morir. A causa de la mucha violencia y falta de seguridad los trabajos se escasearon y fue necesario emigrar. Así fue como dejaron California y llegaron a West Liberty en busca de trabajo y de paz; José ha trabajado para Tyson Foods, en Columbus Junction, desde el 01 de Febrero de 1993. María empezó a trabajar en esa misma empresa en 1995. Eso de durar décadas en un trabajo es de pocos, ¿no es eso muy cierto, mi querido lector? José y María fueron siempre católicos e iban a misa de vez en cuando, solo por cumplir. ¿Entonces, no había un verdadero compromiso?, les pregunto.

19 de Marzo 2014

“¡No, no había! Pero para mi alegría, el llamado de Dios para servirle entró a mi corazón poco a poco. Ahora llevo ocho años siendo el líder de la Renovación Carismática de una congregación de más de 60 hermanos hispanos. Nos reunimos cada sábado a las siete de la noche en el basement de la iglesia. Allí, cantamos alabanzas, oramos, predicamos y nos instruimos en la fe y doctrina católica. Deseamos vivir a diario las enseñanzas de Jesucristo e invitamos a otros a hacer lo mismo”. Al padre Troy le agradecemos su constante y continuo apoyo en esta misión. “Usted está invitado a nuestra actividad de recaudación de fondos en Agosto”. ¡Claro, sería un honor participar y colaborar! “¡Ah! Y regrese un día a comer pupusas con nosotros.” Lo haré en abril, es mi contestación. Por: Oscar Argueta


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