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Año: 13 Número 289

a familia Gómez González de Muscatine, IA es dueña de un gran tesoro. Ese tesoro tiene la forma de un triángulo. En el primer ángulo está la familia; en el segundo, la música; y en el más elevado está Dios. Ante la belleza de esa figura mi asombro crece y, de igual manera, mi admiración. Para aclaración de mis lectores, el tesoro al cual me estoy refiriendo en esta historia lo estoy viendo con mis propios ojos y sintiendo aquí en mi corazón. El escenario es el hogar de la familia Gómez. A mi izquierda está sentada Marina, la reina de la casa y originaria de Salamanca, Guanajuato. A mi derecha, Octavio, el fundador del reino de los Gómez y nacido en el Distrito Federal. Sentados frente a mí, quietos y mostrando respeto, están: Gerardo y Leticia, hijos de este bien culto y refinado reino. Ahora, a falta de palabras más exactas para pintar cómo lucen mis entrevistados, les ruego ir a la foto de la portada y admirar en sus rostros, el brillo de su felicidad. La historia de amor entre Octavio y Marina es breve. Marina arribó a Muscatine en febrero de 1996. El motivo del viaje era para servir en la Misión De Guadalupe. El grupo misionero lo conformaban el padre Espino, dos religiosas y ella, como seglar. El encuentro con Octavio fue en la misa del domingo. El director del coro de la Misión no perdió tiempo y enamoró a la recién llegada. La boda se llevó a cabo en México el 23 de septiembre de ese mismo año. Así fue, juntos encomendaron sus almas en las manos de Dios. De esas santas manos continúan tomados hasta el día de hoy. En Salamanca es muy conocido el coro Miryam. Lo compone en su mayoría

la familia González, padres, abuelos, tíos, primos y pare de contar. Por treinta años, los 30 integrantes han cantado para agradar a su prójimo y a Dios. De esa herencia musical de familia, Marina se siente agradecida y feliz. Ahora, hablemos de Gerardo y Leticia. Para describir el talento musical de esos dos jóvenes, solo tengo una palabra: ¡excepcional! Les describo la escena. Gerardo ha ido por su saxofón y una partitura. Mientras tanto, yo me acomodo en el suave sofá. ¡Increíble! Gerardo ahora toca la pieza: “Concerto No. 5, en D Mayor” de Johann Sebastian Bac. El concierto del joven virtuoso del saxofón es de un orden musical elevado y, sin sentirse obligado, mi espíritu se eleva y mi corazón recibe

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el agasajo con felicidad. En la siguiente escena, Gerardo toca el piano. Hermosísimo el concierto y bellos los dedos de Gerardo deslizándose con asombrosa maestría por el teclado musical. La batería está en el sótano de la casa. Allá voy presuroso para continuar admirando al excepcional músico de apenas 15 años de edad. Al verlo tocar la batería, sonrío. Estoy asombrado. No puedo decir más. Leticia de solo 13 años es, además de bonita, una artista consumada. Toca la flauta, el piano, el violín y el alma de quienes la escuchen tocar. Así era la escena: La niña de cabellos negros y largos, violín en mano, me deleitaba con una pieza de Ludwig Van Beethoven. Tanto arte, tanta gracia, tanta belleza en el alma

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de alguien tan joven eleva, inspira y hasta hace suspirar. A mí, confieso, me dejó el alma, pintada de azul. La carrera musical formal de estos dos jóvenes empezó cuando cumplieron ocho años de edad. Octavio y Marina, dos buenos y comprometidos padres han vigilado y orientado los pasos de sus hijos hacia la excelencia. Los frutos cosechados han sido muchos. En la sección Iowa por Dentro de esta edición aparece una pequeña lista de los muchos y merecidos triunfos de Gerardo y Leticia. A esos laureles y victorias obtenidos, padres y jóvenes músicos besan y, con humildad, los dedican al más alto maestro de la música: Dios. Por: Oscar Argueta


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