S
Año: 14 Número 336
in el respaldo de mi familia esta publicación llamada el Heraldo Hispano no existiera. La primera mano para sacar adelante el primer Heraldo me la dio mi hijo Alexander. En esos primeros días, escribí la historia de un pollo habado. Un granjero lo compró un día de mercado y lo puso en el gallinero, junto con otros 10 pollos de granja, de plumas blancas. Al verlo diferente, los diez compañeros le tuvieron miedo y empezaron a picotearle una pata. Al caer la tarde, la dueña encontró al pollo habado con los ojos fijos, en completo abandono. Estaba muerto. Con el texto en sus manos, mi joven ayudante, primero cuadró el texto de la historia en el espacio correspondiente y luego la adornó con la figura de los 11 pollos de la historia; en el centro aparecía el pollo habado. Aclaro, en ese momento, mi hijo hacía sus primeros pinitos en el avanzado mundo de la tecnología y ni siquiera sabíamos si existía el programa Photoshop. Un día, mientras escribía sobre mis secretos de cómo alcanzar la más blanca y brillante estrella sucedió lo impensable. Dejé la computadora por cinco segundos y corrí a la cocina. Iba para darle vuelta a unas tajadas de plátano maduro friéndose en aceite caliente. Cuando regresé y estaba listo para continuar escribiendo, la computadora no avanzaba ni para atrás ni para delante. Tecleaba y volvía a teclear y nada. De pronto me fije en el cordón conector del teclado. Alguien, en forma corporal o en espíritu, lo había cortado con una tijera. Pero, quién pudo haberlo hecho, era mi pregunta. Y también me dije. A quien lo cortó solo le tomó segundos hacerlo. No, un espíritu no pudo haberlo hecho, me corregí. Y quien lo hizo tiene las manos más agiles del mundo. Pues, adivinen quién fue. Fue Mycaila, la cume, la más pequeña de mis nueve hijos.
Debe haber tenido 3 años cuando llevó a cabo la tal increíble y singular hazaña. Quizás era para decirme, papá estoy aquí y necesito atención. Ahora viene la parte donde les voy a contar de como mi esposa me ha ayudado desde el principio en la distribución del periódico por 30 ciudades de Iowa e Illinois. Allá vamos los dos en nuestro pequeño auto viajando por entre las ondulantes colinas de estos estados centrales pródigos en soya y en maíz. Hoy es martes y caerá nieve como no ha caído en treinta y cuarenta años por estas tierras de Dios. Las supercarreteras lucen desoladas. Íngrimos avanzamos sobre aquel paisaje glacial. Veo en mi derredor y el inmenso manto de interminable y helada blancura me aprieta el corazón. Ojalá Dios me esté viendo y cuidando, me da por pensar.
24 Páginas
Estamos a dos horas de llegar a nuestra casa. Nos detendremos en Ottumwa y allí haremos nuestra acostumbrada ruta de distribución del Heraldo. Y así, en tiempo de nieve, de lluvia o sol abrasador llevamos ya catorce años cumpliendo juntos con esta tarea sin igual. Y seis o más empleados deben de trabajar para sacar a luz esa publicación, alguien podría decir. No, no somos cinco, ni cuatro ni seis. Solo somos: Dios, David y yo. A David y a este su servidor la vida nos preparó para llevar a cabo en este momento esta singular labor. David vino desde Guayaquil, Ecuador y yo llegué de Guatemala, la tierra del Popol-Vuh. Dios nos juntó aquí y combinada su bendición con nuestro alto sentido de responsabilidad hemos llevado a cabo un milagro, un milagro llamado el Heraldo Hispano. Un
20 de Agosto 2014
día, el mago hispano de Iowa, Jesús Ríos sintió curiosidad por conocer las instalaciones donde se preparaba el periódico. Así nos contó. “En el camino casi podía escuchar a un grupo de ávidos mecanógrafos teclear y teclear unas cinco máquinas de escribir. Para mi sorpresa, me encontré a dos personas: al director y al editor; una computadora y un archivo fabricado de metal”. Durante estos catorce años de publicar el Heraldo cuatro de mis nueve hijos se han casado y antes de finalizar el 2014 mi esposa y yo habremos agregado a nuestra familia 18 nietos, dos yernos y dos nueras y por si fuera poco, también hemos agregado al Heraldo Hispano, No como alguien menos importante, sino como a un hijo más. Por: Oscar Argueta