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Año: 12 Número 283
inco pilares sostienen la felicidad de la familia RodríguezHernández. Todo empezó cuando Andrés y Lina se arrodillaron, el 7 de septiembre de 1985, en el altar de la Parroquia Católica de Juan el Bautista, en Maravatío, Michoacán. Allí, de rodillas, empezaron a edificar su futuro sobre el pilar más firme e inamovible de todos: ¡Dios! Junto a ese bien establecido cimiento, los recién casados empezaron a edificar el pilar de la familia. Hoy lunes 11 de junio, tuve la dicha de conocer a la familia Rodríguez-Hernández. Me reuní con ellos, a eso de las dos de la tarde, en la oficina del taller mecánico, Cotofos. La portavoz del grupo era Elena. Con ella fuimos y venimos por los caminos donde la vida ha llevado a esta familia michoacana. Al avanzar, vimos como cada miembro de la familia ha sido favorecido del cielo con muchos talentos y felicidad. El resto del grupo, sentado en mi derredor, escuchaba y sonreía. Para Elena, sus padres son como una montaña alta. Es necesario mirar hacia arriba para ver, en las alturas, su gran ejemplo. Durante la amena conversación, Elena mencionó la palabra “dolor” más de una vez. Fue doloroso para ella y sus cinco hermanos, ver partir a su papá de Maravatío rumbo a la ciudad de Columbus, Ohio. Era una niña de apenas once años cuando vio alejarse a su héroe, el muro donde apoyaba su corazón. A la escuela ya no caminó de la mano de su papá. Tampoco lo escuchó cantarle serenatas al cumplir años. Desde entonces, para Elena, la palabra “separación” es sinónimo de “dolor”. La siguiente declaración captura toda mi atención: -Yo, como la mayor, pasé una buena parte de mi infancia al lado de mi papá, pero a mis
hermanos menores la larga separación les robó un mundo de felicidad. Para alegría nuestra -agrega Elena- hace tres años la familia volvió a reunirse en esta ciudad de Des Moines. El brillo en el rostro de Elena y sus hermanos habla por mil palabras. Yo me permito traducirlo así. Esta vez nada, ni la distancia, ni aún la muerte, nos podrá separar. El otro pilar donde la familia Rodríguez Hernández ha cimentado su felicidad es el trabajo. Elena prosigue contándome: -A mi papá siempre lo hemos visto trabajar. Lo mismo puedo decir de mi mamá. Nosotros, los hijos, heredamos de ellos esa virtud. Siempre estamos trabajando en algo juntos. Ahora mismo, la familia está involucrada en promover
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los suplementos alimenticios de Omnilife. Como ve, mis dos hermanos: Andrés Jr. y Noé trabajan con mi papá, aquí en el taller. Los tres mecánicos, aun cuando llevan la ropa manchada de grasa, del rostro les brota una mirada limpia, me siento inspirado a afirmar. -El talento musical viene de familia. El abuelo Benito tocaba la guitarra y el tío Francisco, la mandolina. Yo estaba muy pequeño cuando veía a mi papá cantar y tocar la guitarra -rememora don Andrés-. Elena toca la tambora, Andrés Jr. El teclado, Noé, la batería. Paty baila y es coreógrafa de quinceañeras - Entonces la música es otro pilar donde descansa la felicidad de esta familia, me da por pensar. Ahora hablemos de doña Lina. Elena, se adelanta y dice:
20 de Junio 2012
-Mi mamá nos consciente a todos con la comida. Nos prepara un mole como para chuparse los dedos. A la comida familiar nadie falta ni llega tarde. El buen sabor de nuestros platillos mexicanos nos mantiene unidos-. Como pueden ver, la comida es también un pilar muy importante para sostener la felicidad de esta familia. Para despedirme, me sirven una botella de agua y un paquetito con maracuyá en polvo. En seguida me piden: Mézclelo. Así podrá saborear un producto Omnilife. Es rico, pero más rico es aún el sabor de su amistad, quisiera responder. Para comunicarse con la familia Rodríguez, llame al: 1-515-779 -1817. Por: Oscar Argueta