N
Año: 14 Número 318
os nace del alma dar las gracias a Dios, el verdadero propietario de El Heraldo Hispano. También dar las gracias a nuestros cientos de patrocinadores y a muchos, muchísimos y fieles lectores. Nos consideramos empleados del más bondadoso de todos los seres: ¡Dios! Debido a esa confesión, nuestros clientes son nuestra familia y los estimamos como a hermanos, en las buenas y en las malas; en lo brillante y en lo gris. No nos alcanzan las palabras para expresar cuán interesados estamos en su progreso y prosperidad. Estamos dispuestos a caminar la segunda milla y también la tercera y la cuarta, para servirles como si estuviéramos sirviendo a Dios. Y bien, la celebración del día de Gracias me da la excusa para hacer ciertas confesiones. Primero: cada día lo empiezo de rodillas. Dios es mi primera y gran necesidad. Divido mis plegarias en cuatro partes. En una de esas categorías incluyo al Heraldo, a sus clientes, a sus escritores etc. Recuerden, el Heraldo no es mío, es propiedad de un ser lleno de luz y de verdad. Sin embargo, hace algún tiempo acostumbraba a decir: Yo soy mi propio jefe. Yo soy el propietario. Yo soy el mandamás, yo aquí y yo allá. Al fin, un día comprendí mi error. En ese momento levanté la mirada y vi hacia arriba y allá vi al gran Yo Soy. A partir de entonces dejé de referirme a mi pequeño yo y ya no dije más: yo aquí y yo allá. Así me va mejor, así continúo siendo responsable y siento más grande el compromiso de dar lo mejor de mí. Un momento, también tengo jefes menores. Cada uno de los patrocinadores de El Heraldo son eso, mis jefes. A ellos deseo servir y complacer. Sin ellos, no tengo trabajo y
sin ellos sería casi imposible sacar a luz esta publicación. Por eso, los incluyo como parte importante de mis meditaciones a esas horas calladas de la mañana, cuando aún los pájaros duermen un sueño feliz. Durante catorce años mis noches han sido largas. A esas horas escribo; a esas horas me sobreviene una paz inmensa; y bajo el influjo de esa quietud, nacen en mi corazón palabras, y con ellas formo historias y poesías de amor y desamor. Eso sí, cuando me voy a dormir, al subir cada escalón, voy repitiendo: “Gracias, gracias por ser el Dueño de todas las palabras y por dármelas a mí sin regatear. Sin ti, no lo hubiera podido lograr, sin tu ayuda no lo hubiera podido escribir. Puedo tener grandes
24 Páginas
pensamientos, pero los Tuyos son mucho más grandes, son sin fin”. Una cosa más. Tengo cinco años de viajar a mi pueblo, el muy famoso pueblo de San Luis rey de Francia. No es mía aquella obra. El susurro vino del cielo. Desde aquel día, más de cuarenta estudiantes han recibido apoyo económico para continuar sus estudios. La mitad ya se han graduado y han seguido estudios universitarios. Otros se han embarcado y lanzado a conquistar el mundo estableciendo sus propios negocios. Los proyectos culturales y sociales son muchos y solo han traído felicidad y progreso a mis paisanos queridos. De esta manera he puesto mi granito de arena para edificar, junto a los
20 de Noviembre 2013
míos, un futuro mejor. Eso sí, el arquitecto no soy yo, es el Gran Yo Soy. Ya con esta me despido, no sin agradecerles de nuevo y de hacerlo con todo el corazón. Gracias por su patrocinio, gracias por ser tan buenos y fieles lectores. Gracias por darme el motivo perfecto para escribir mis historias y mis poesías. Cuando escribo no pienso en desconocidos, ni en gente lejana a mi alma. Pienso en sus sonrisas, en sus miradas, en su gran valor y coraje, en su determinación de triunfar. Un millón de gracias a todos ustedes y eso y más para el Ser más inteligente, para el Gran Yo Soy.
Por: Oscar Argueta